11
Allan apenas podía creer que realmente estaba sucediendo. Había escuchado esa teoría hacía tantos siglos atrás, que apenas su memoria recordaba ese momento…
Había ocurrido no mucho después de la muerte de Madeleine. Él había vivido al borde del abismo entre la vida y la muerte, buscando a propósito la muerte para reunirse nuevamente con su amor, al tiempo que pasaba cada día de su vida viajado por los confines del mundo, intentando en vano encontrar un modo de traerla de vuelta a la vida. Fue cuando llegó a esa remota isla en el caribe, cercana a la tierra que varios años después sería llamada, México.
Y allí encontró aquello que había buscado por tanto tiempo: consuelo.
Se lo otorgó una mujer sumamente poderosa, una Antigua como nunca había conocido a otra antes. Una mujer perteneciente a los primeros descendientes de Hada, y que llevaba consigo guardados los conocimientos de la tierra misma, del universo entero.
Ella le otorgó a Allan el consuelo que no fue capaz de hallar en ningún otro lado. Su talento era sumamente poderoso, fue capaz de contactar con el espíritu de Madeleine y rectificar lo que ella le había jurado antes de morir: que volvería a él.
Y él debería esperarla. No podía morir, o ella regresaría en vano a la vida.
Fue el momento en el que Allan juró vivir, no por él, sino por ella.
La Antigua le indicó que mientras mantuviera la esperanza viva de reencontrarse con su verdadero amor una vez más en la tierra, Allan y Madeleine se volverían a ver algún día. Pero le dejó también una advertencia:
“Ella volverá a ti, pero ya no será ella. Será su mismo espíritu, pero estará en un cuerpo distinto. Tú tendrás la capacidad de reconocerla en cuanto la veas, y tendrás que amarla tal como sea, porque habiendo vivido otra vida, tu amada ya no será ella misma, será ella, pero no ella. Será mucho más que ella misma…”
Allan no había comprendido sus palabras hasta el momento en el que conoció a Zarah. Fue entonces, mientras la iba conociendo, que entendió a lo que la Antigua se refería; Madeleine era Zarah, pero Zarah no era Madeleine. Zarah era una joven alegre y cariñosa, una joven con carácter y personalidad propios que se fue ganando su corazón poco a poco. Allan sabía que en su interior se encontraba la Madeleine que él había conocido y amado, sólo que ahora era también otra joven, con una vida distinta y experiencias diferentes. Ahora era mucho más que la Madeleine que él había amado, era un conjunto de dos personas distintas y la misma a la vez, dos personas que eran una al fin y al cabo; la mujer que él amaba.
No obstante, no fue hasta ese mismo instante que comprendió hasta la última palabra de la Antigua:
“Has de saber, que el corazón de tu amada siempre latirá dentro de su nuevo cuerpo, aunque ella no recuerde su pasado, su corazón lo recordará por ella. Es de esa manera que ella también te reconocerá, aunque no te conozca.
El pasado del Alma se lleva guardado en el corazón, no en la mente. Sólo si logras abrir una ventana directa a su corazón, el pasado de su existir se revelará, y la antigua Madeleine se asomará por él para saludarte. Si ese momento llega a suceder, aprovéchalo, hijo mío. No dudará mucho. Las brechas como ésa suelen ser escasas y breves, sumamente breves, y muy pocos son capaces de experimentar una”.
Y ahora, delante de él, ante sus propios ojos, esa posibilidad casi inexistente estaba ocurriendo.
Madeleine, la verdadera Madeleine que él había amado, se encontraba delante de él…
Allan se aproximó a ella, el aura azul de Zarah le quemaba la piel, pero a él no le importaba, necesitaba abrazarla, tenerla cerca. Ella de alguna manera comprendió que le hacía daño, retrocedió un paso y agachó la cabeza y las manos, consumiendo el fuego que la rodeaba.
—¡No!—Gritó Allan, alcanzándola por los hombros en un intento de detenerla—. ¡No lo hagas! Si dejas la energía en tu interior, morirás.
Zarah alzó la cabeza y lo miró a los ojos, sonriendo ligeramente. Era el rostro de Zarah, pero esa sonrisa Allan habría podido reconocerla en cualquier parte.
—Mady, por favor…
—Allan—musitó ella, con una voz profunda, espiritual—. Mi Allan… —posó una mano sobre su rostro, en una dulce caricia—. Al fin estamos juntos una vez más.
Allan atrapó la mano con la que ella secaba una lágrima de su mejilla y la besó en la palma.
—Gracias… Gracias por volver a mí, mi amor.
—Te juré que regresaría, Allan—sonrió abiertamente, abrazándolo—. No podía fallarte. Sabía que tú me esperarías hasta el último de los días.
—Lo he hecho, y lo haría por siempre, Mady. Por siempre…—Allan la estrechó contra su cuerpo, y juntos se unieron un beso suave y profundo, un beso lleno de amor.
La luz de Zarah se apagó por completo y la joven se desvaneció en los brazos de Allan.
—¡Mady!—Gritó él, cargándola en brazos—. ¡Mady, ¿estás bien?! ¡Mady, contéstame!
Zarah abrió los ojos con lentitud, pero no logró ver nada en derredor. Todo el lugar estaba sumido en la más completa oscuridad.
Se escucharon pasos y gritos en ese mismo momento provenientes de la escalera, cubierta todavía por la roca. El suelo se movió y el inmenso bloque de lo que había sido hacía unos minutos el techo salió despedido lejos, dejando ante ellos la imagen de Alessandra, quien con su talento movía los trozos de tierra y piedras para despejar el camino.
En seguida se le unieron varias otras personas, entre las que Zarah pudo distinguir a su abuelo y a su hermano Aidan, además de Patrick y Jacqueline.
—¿Estás bien?—Le preguntó Patrick a Allan, corriendo a su lado.
—Estamos bien. Ya ha pasado todo—dijo Allan en voz alta, intentando calmar al grupo.
—Gracias a Dios—musitó Ahren, abriendo los brazos para sujetar a su nieta—. Vamos, Zyanya. Debes reposar, necesitas un buen descanso después de este sobresalto.
Aidan, sin decir palabra, tomó su mano y la estrechó con fuerza, caminando a su lado mientras subían por la escalera.
—Debo ir con ella—le dijo Allan a Patrick—. Pero antes dime, ¿cómo sigue Raquel?
Patrick le dedicó una mirada turbada, bastante más preocupada de lo que Allan hubiera esperado.
—Está bien. Tiene unos huesos rotos, pero se repondrá. Gracias al cielo Ahren mantiene siempre un Alma Amarilla de cabecera para casos de emergencia que pudo tratarla a tiempo…
Allan asintió, sabiendo a qué se refería su amigo. Posiblemente, de no haber tenido la ayuda del Alma Amarilla, Raquel habría muerto.
Tal era el poder de un Alma Azul que podía matar sin siquiera proponérselo…
—Allan, Zarah es peligrosa—le dijo Patrick en voz baja—. Si la noticia de lo sucedido se extiende, no habrá nada que salve a Zarah. La explosión se ha escuchado por los alrededores, la gente hará preguntas, y la farsa de que la princesa es un Alma Calipso ya no convencerá a nadie. Si el consejo de entera… El Círculo de la Estrella la alejará de aquí.
—No lo permitiré.
—¿Y qué podrías hacer tú para evitarlo?—Le preguntó Patrick, bajando más la voz cuando Alessandra y Jacqueline se aproximaban a ellos.
—No lo sé, pero tendré que pensar en algo—le dijo terminantemente, dirigiéndose a las escaleras y dejando a Patrick solo con las dos chicas.
Allan se apuró en llegar hasta los aposentos de Zarah. La encontró recostada en su cama, con su abuelo y su hermano todavía acompañándola.
Debió esperar a lo que le pareció una eternidad para que ellos se marcharan y poder entrar para hablar a solas con ella, y cuando lo hizo la encontró dormida, de espaldas a la ventana.
—No te marches—escuchó que ella le decía justo cuando se daba la media vuelta para irse.
Se giró sobre los tobillos, sinceramente sorprendido de que ella hubiera notado su presencia. Zarah se sentó en la cama y le dedicó una mirada seria, totalmente fría. Era claro que lo había estado esperando.
—Al menos no todavía—continuó diciéndole, al tiempo que se levantaba de la cama—. Quiero hablar contigo.
Allan asintió y se aproximó a ella, presintiendo que esa conversación no iría muy bien para él.
—Quiero saber qué fue lo que sucedió.
—No hay mucho que explicar, de alguna manera tu poder emergió de ti cuando tuviste un momento de necesidad—Allan se relajó y le dedicó una mirada cariñosa, en un intento de tranquilizarla—. Eres un Alma Azul, encierras mucho poder. Por un momento temí que estuvieras una vez más en peligro de sobrecargarte de energía, pero de alguna manera supiste controlarla muy bien…
—No me interesa qué pasó con el Alma Azul, Allan—lo cortó tajantemente, acercándose hasta quedar a un par de pasos enfrente de él—. Quiero saber por qué me has llamado Mady.
Allan palideció, había supuesto que ella no recordaría ese lapsus, pero por la mirada airada que le dirigía, comprendió que recordaba mucho más de lo que él esperaba.
—¿Por qué no me contestas, Allan?—Lo retó, acercándose otro paso más, furiosa—. ¿Por qué no eres sincero conmigo por una vez en tu vida y me dices la verdad?
—Zarah… No puedo.
—Ah, ¿es que ahora sí recuerdas mi nombre?—Bufó ella, irónica—. ¿En verdad no puedes o no quieres decirme? En ese caso tal vez debería hacerte las preguntas directamente, Allan, y quiero que me contestes con la verdad. ¿Quién es Madeleine?
Allan la miró a los ojos, pero no parecía dispuesto a abrir la boca.
—Allan, habla de una vez o te juro que lo nuestro se termina esta misma noche—amenazó Zarah, intentando mantenerse firme a pesar de que las lágrimas agolpaban sus ojos—. ¿Es ella tu esposa? ¿Raquel decía la verdad, y estás casado con su prima?
—Zarah, no es lo que tú piensas…
—¿Qué es lo que debería pensar, Allan? Me juras que me amas, que soy la única mujer a la que has amado, y ahora resulta que no sólo amas a otra, sino que estás casado.
—Madeleine murió, Zarah.
Zarah se quedó muda.
—Ella murió hace muchos años atrás…
—Lo siento—logró musitar, las palabras no lograban salir con fluidez de sus labios.
—Es mejor que me vaya…
—¿Aún la amas?
—¿Qué…?
—¿Aún la amas?—Repitió la pregunta, sin despegar los ojos de su rostro—. Raquel dijo que era a ella a la única mujer que has amado, la única mujer que amarías…
—Tengo mil años, Zarah. Tengo un pasado, como todos.
—Eso no contesta mi pregunta.
—Es verdad, Zarah—contestó él tras una larga pausa—. Amé a Madeleine, y siempre la amaré. Ella formará parte de mí toda mi vida.
Zarah asintió lentamente con la cabeza, incapaz de seguir mirándolo a los ojos.
—¿Y por qué… por qué me has dicho que me amabas, si no era verdad?
—Es la verdad, Zarah. Te amo.
—¡No es cierto!—Exclamó, soltándose a llorar sin poder evitarlo—. Si me amaras no me llamarías como a otra mujer, no tendrías el nombre de tu esposa muerta en tu mente cuando me ves a mí…
—Zarah, esto va más allá de lo que puedo explicarte… No lo entenderías.
—No, ya lo entiendo muy bien. Para ti soy sólo una niña incapaz de comprender nada, de sentir nada. Me dijiste que guardara el secreto de nuestra relación para mantenernos a salvo, pero la verdad es que sólo querías jugar conmigo, ¿no es así?
—¡No, Zarah…!
—No soy tonta, Allan. Sé de los hombres como tú, Javier me lo advirtió muchas veces, hombres que sólo buscan mujeres con quienes pasar un rato, con quienes buscar consuelo y desahogar sus penas, y luego las dejan para continuar con sus vidas. ¿Fue eso lo que le hiciste a Raquel? ¿Por eso está ella tan encaprichada contigo y me odia tanto?
—Zarah, estás armando una película en tu cabeza, y nada de lo que piensas es cierto. Te estás amargando por nada.
—Puede ser, pero por primera vez dudo estar lejos de conocer la verdad. Tú me has llamado dos veces este día por el nombre de otra mujer, y eso aquí y en China no es algo bueno, Allan—se pasó una mano por la mejilla, secándose las lágrimas—. Lo mejor será que terminemos de una vez, y cada quién siga su camino por su lado.
—Zarah, por favor no hagas esto…
—¿Que no haga qué cosa, Allan?—Espetó irónicamente, desviando la vista, incapaz de seguir mirándolo a los ojos—. La verdad es que no sientes nada por mí, o de lo contrario no habrías actuado como lo hiciste, siempre a hurtadillas, siempre escondiéndote, llamándome por el nombre de otra mujer… No sé qué pretendías, pero no te permitiré que juegues conmigo. Quiero que te vayas y no vuelvas a entrar aquí, o llamaré a mi abuelo y le pediré que te eche de la isla.
Allan la miró a los ojos, brillantes por la emoción.
—Si es lo que deseas.
—Sí.
—Así será—Allan inclinó respetuosamente la cabeza—. Buenas noches, princesa—se despidió antes de alejarse por la misma puerta por la que había entrado.
Zarah lo observó partir rígida como una tabla, y cuando finalmente se encontró a solas se derrumbó sobre la cama y se soltó a llorar como pocas veces en su vida lo había hecho.