15

 

—¿Estás bien?—Le preguntó Aidan, dedicándole una sonrisa fraternal que logró sacarle una sonrisa a Zarah—. Terminaremos después esto, ven, vamos a comer algo. Muero de hambre.

Zarah asintió, agradecida por el gesto, realmente necesitaba un descanso…

Salió al patio en compañía de su hermano. Se encaminaron hasta un pequeño jardín, donde se encontraban varias mesas dispersas en derredor a una pequeña cafetería. Un muchacho pelirrojo y pecoso los miró con nerviosismo antes de correr a atenderlos, repitiendo mucho las palabras “príncipe” y “princesa”, mientras les tomaba la orden.

—Espero que hayas comido bien,  princesa Zyanya— escucharon una voz aproximándose hacia ellos—, porque necesitarás bastantes energías esta tarde. Pienso mantenerte muy ocupada.

Zarah levantó la cabeza del plato de fideos que tenía enfrente para toparse con Valdemar.

—¿Has terminado ya de comer? No podemos perder tiempo.

Zarah intercambió una mirada con su hermano, Aidan hizo una mueca casi imperceptible, la manera fraternal en la que expresaba su disgusto, pero que le dejaba en claro que debía partir.

—Vamos, princesa. No voy a comerte—bromeó Valdemar—. Lo que te enseñe hoy, será mucho más divertido que mezclar hojas en un trasto. Sin ofender—añadió, dirigiéndole a Aidan una sonrisa sardónica.

Aidan ni se inmutó, dedicándole a Valdemar una mirada gélida de las que era tan experto.

Zarah, con un suspiro lastimero que no notó, se puso de pie y comenzó a recorrer el trayecto hacia uno de los edificios de la base. Valdemar, a su lado, no paraba de hablar, rozando de vez en cuando su brazo o su hombro con sutiles caricias que no le pasaron desapercibidas a los agudos ojos de Aidan.

Y por el sonido atronador que escuchó no lejos de allí, tampoco a otra persona…

Con un gesto de fastidio en el rostro, Aidan se puso de pie y caminó hasta llegar a un vado del camino donde se hallaba una pequeña casa utilizada para guardar equipo deportivo. Como sospechó, Allan se encontraba allí, y con él, una la lata de refresco en su mano, reventada. El origen del sonido.

—No tienes de qué preocuparte, a ella no le interesa otro que no seas tú—le dijo Aidan en un tono monocorde, cruzándose de brazos sobre el pecho—. A sus ojos, Valdemar no te llega ni a los talones.

—Valdemar es un príncipe.

—También ella—se encogió de hombros—. ¿Qué no sabes que a las mujeres no les interesa lo que sea igual a ellas? Tienes mil años, Allan, deberías saber más sobre mujeres.

—¿Y a ti quién te nombró experto en el tema?—Allan lo miró entre divertido y enojado, cruzándose también de brazos, todavía con la lata rota en la mano.

—Nadie. Pero he leído bastante revistas para informarme sobre las chicas Homo, y según un artículo…—se calló al notar la clara sonrisa en el rostro de Allan—. Lo sé, es todo—replicó, adoptando una vez más su gesto huraño.

—¿Acaso te interesa alguna chica Homo, Aidan?—Lo interrogó Allan, escrutando su rostro.

Aidan frunció los labios, molesto, y dándose la media vuelta para marcharse, musitó entre dientes.

—Limpia tu traje antes de que te coman vivo las hormigas. Dudo mucho que le sigas gustando a mi hermana si te ve convertido en un hormiguero humano.

 

 

***

 

Zarah siguió a Valdemar hasta llegar a un prado despejado, rodeado de varios edificios. En derredor, su guardia personal— Valdemar, como ella, siempre estaba custodiado y protegido por otros Capadocia—, se ubicó en torno a ellos, formando un grupo circular ajeno al entrenamiento.

—Será agradable cambiar un poco de aires—explicó él ante su muda pregunta—. Después de todo, has estado toda la mañana encerrada entre cuatro paredes.

Zarah intentó sonreír como respuesta, pero sólo consiguió esbozar una mueca ladeada. Se sentía sumamente cansada, y aunque no intentaba mostrarse pesada con Valdemar, no tenía deseos de practicar nuevamente con armas, que era lo que seguramente él debía estar pensando.

—¿Estás lista, princesa?—Le preguntó Valdemar, tomando una maleta rectangular que le trajo uno de sus guardias personales.

Zarah asintió, a pesar de no sentirse para nada lista ni deseosa de comenzar otra disputa que terminara en desastre.

Valdemar abrió la maleta, seguramente para sacar el armamento necesario, razón por la cual Zarah se sorprendió bastante cuando él, en lugar de extraer una espada, sacó una diminuta cajita de piedra.

—¿Te gusta?—Le preguntó él, sonriendo al notar que había logrado lo que se había propuesto: llamar la atención de Zarah.

—¿Qué es?

Valdemar se situó delante de ella, abrió la tapa de la caja y extrajo una pizca de una especie de polvo plateado guardado en su interior. Antes de darle tiempo de preguntar, lo puso en la palma de su mano, y cerró en puño los dedos de Zarah.

—¿Te han explicado lo que hacen los Alma Naranja?

Zarah se estremeció. Claro que lo sabía, su madre fue un Alma Naranja, un Ámbar, para ser más precisos.

—Tienen poder sobre la mente—contestó ella, secamente.

—Más que poder sobre la mente, son sumamente poderosos, pueden entrar en tu mente, crear alucinaciones dentro de ti, volverte loco con ellas y terminar desquiciándote de por vida. Pueden leer tus pensamientos, tus más grandes temores, y utilizarlos en tu contra. Y también pueden hipnotizarte… Una habilidad que comparten con los Kinam.

Zarah se tensó, sin comprender a dónde quería él ir a parar con todo eso.

—Los Capadocia debemos estar preparados para defendernos de los Kinam, atacarlos con sus mismas armas, pero no todos somos Almas Naranja, no todos podemos leer las mentes… al menos sin esto—señaló el polvo en la mano de Zarah.

—¿Cómo dices?

—Este polvo, querida princesa, es la puerta que te salvará de encontrarte en un apuro. Con él y un adecuado conjuro, podrás abrir la mente de quien quieras para espiar dentro de ella.

Zarah arqueó las cejas, sorprendida, observando el polvo en su mano.

—¿Quieres decir que con esto puedo tener la habilidad de un Alma Naranja?

—No, no es lo mismo. No es tan potente, y sólo dura unos minutos. Pero te ayudará bastante—sonrió, sacando él mismo un puñado de su cajita—. Es una mezcla de polvos de veneno de Kinam con varios ingredientes secretos. Lo inventó mi abuela, sólo lo tenemos en mi reino, pero dado a que este es un caso especial, lo he traído especialmente para ti, princesa. Espero que aprendas a utilizarlos y te sirva para defenderte. En caso de necesidad, conocer los pensamientos de tu enemigo puede ser muy útil.

—Gracias…—Zarah miró con cierto recelo el polvo blanco en su mano.

Valdemar sopló el polvo sobre el rostro de Zarah y pronunció unas palabras. Zarah tosió, sin comprender lo que él hacía.

—Así que piensas que esto es completamente inútil en tu misión.

Zarah enrojeció al máximo.

—¿Has leído mi mente?

—Pues claro.

—¡No tenías derecho!

—Sí, si lo que intento es demostrarte el uso de lo que te estoy dando. Y si tienes dudas al respecto, lo mejor será que me las digas. No te las calles, como si fueras una Homo cualquiera, impresionada por estar ante la realeza.

Zarah frunció el ceño, molesta.

—No estoy impresionada, y si me callo es por no cometer una descortesía. Y tienes razón, pensaba precisamente que no entiendo cómo podría ayudarme el poder leer la mente de mis enemigos, si su plan es matarme. ¿En qué me va a servir? ¿A saber si me rebanarán la cabeza en lugar de enterrarme la espada en el estómago?

Valdemar soltó una carcajada.

—Quizá no, princesita. Pero bien podrías hacer otras cosas, por ejemplo, enterarte de lo que trama la gente que te rodea.

Zarah frunció el ceño, y él continuó hablando, sin darle tiempo para replicar.

—Debes aprender a defenderte de los Kisinkan y los Kinam, sin embargo, estoy seguro de que tu anterior guardián jamás te explicó nada de ellos.

—Te equivocas, Allan siempre me mantuvo al corriente de todo.

—¿De verdad?—Preguntó mordazmente—. En ese caso, tal vez deberías preguntarle una vez más. Y en esta ocasión, utilizando estos polvos.

—No voy a leer la mente de Allan.

—¿No te has puesto a pensar que los traidores son por lo general tus verdaderos enemigos? Y los traidores suelen ser la gente más cercana que tienes a ti, aquellos que pueden ver los puntos vulnerables en ti, aquellos que saben dónde, cuándo y cómo atacar, y lo peor, no fallar.

Zarah apretó el puño, dispuesta a lanzarle los malditos polvos en la cara cuando escuchó la voz de Patrick a sus espaldas. Dio un salto descomunal y los polvos volaron, rociándola de la cabeza a los pies.

Valdemar soltó una carcajada monumental mientras Zarah se limpiaba el rostro, completamente plateado. Incluso Patrick parecía aguantarse la risa mientras le intentaba explicar algo por tercera vez, pues Zarah, furiosa, no tenía oídos para nada.

—¿Qué quieres?—Bramó cuando Patrick, sin poder soportarlo más, se soltó a reír abiertamente.

—Él te explicaba de mi presencia aquí—salió Flérida tras la espalda de Patrick, donde se había mantenido oculta para sorprenderla—. Me he ofrecido para ayudar en tu entrenamiento, ya que mi hija Raquel… bueno, se encuentra indispuesta—cambió la frase, y agachó la mirada, apenada—. Yo quería… es decir… Princesa, lo siento mucho. Lo sucedido con mi hija… —miró a Valdemar con cierto recelo antes de agachar la mirada una vez más—. Princesa, ¿le importaría otorgarme unos minutos a solas para hablar conmigo?

Zarah sintió compasión por Flérida, a pesar de la actitud ácida de Raquel, la mujer siempre había sido muy amable con ella, así como el resto de su familia. Amy era una ternura de niña, y la apreciaba bastante, y Rebecca era amable, muy distinta a su hermana gemela.

—Por supuesto—contestó de inmediato—. Después de todo, tengo que limpiarme la cara…—le dedicó una mirada asesina a Patrick, quien seguía riendo. De alguna forma, comenzaba a entender el porqué Raquel solía molestarlo tanto, y por primera vez extrañó su presencia allí.

Se alejaron unos pasos hasta llegar a una zona de descanso, un lugar muy hermoso de amplio césped bordeado por un bosque selvático. Un lago artificial era el centro de atención del lugar, algunas estatuas de distintas formas humanas y animales—tanto conocidas como no—decoraban los alrededores, de sus manos, bocas o cántaros lanzaban agua directamente al lago, el sonido del agua cayendo resultaba relajante, y algo embriagante. Zarah se fijó en los cisnes negros nadando entre sus aguas, eran sumamente bellos, y sus plumas brillaban de una manera peculiar, lanzando destellos tornasoles a la luz. Varios jóvenes Capadocia reposaban recostados o sentados sobre el césped, muchos con libros abiertos entre las manos, otros sólo charlando y riendo en grupos, algunos cuantos practicando entre ellos con espadas de madera y otras armas que Zarah no conocía.

Se aproximaron hasta una zona despejada rodeada de árboles. Iba a tomar asiento en una banca hecha de un tronco caído, cuando, para su sorpresa, Flérida se arrodilló ante ella y hundió la cabeza en el césped, comenzando a llorar, llena de congoja.

—Por favor, disculpa a mi hija, princesa…—gimió la mujer antes de que Zarah pudiera reaccionar para evitar tal muestra de humillación innecesaria—. Ella no tenía intención de lastimarte, te lo aseguro. Es una buena mujer, de verdad que lo es. Yo… lo siento tanto, princesa. Te suplico tu perdón—se soltó a llorar amargamente.

—Flérida, por favor, no llores…—Zarah se sintió mal por ella y se arrodilló también, intentando calmarla.

—Por favor, princesa. Permíteme compensar la falta de mi hija, me pongo a tu servicio para lo que quieras. Yo puedo limpiar los pisos, barreré los patios… Haré lo que sea para compensar su falta.

—No es necesario nada de eso, Flérida. No haré nada en contra de Raquel, ¿de dónde sacas esa idea?

—Mi hija te ofendió, princesa…

—Nada de eso, Flérida. Por favor, levántate.

La mujer obedeció, aunque seguía llorando amargamente.

—Lo que sea, princesa. Haré lo que sea…

Zarah la miró con compasión, la pobre mujer lucía realmente atormentada. Ella no tenía control sobre sus profesores en su entrenamiento, sin embargo, no podía quedarse sin ayudarla, no viéndola sufrir de esa manera…

—Eres una Antigua, de todas las Almas, es la tuya la que más me intriga, ¿te gustaría enseñarme?

Los ojos de Flérida se llenaron de luz.

—¿Yo…?

—Por supuesto—Zara sonrió, intentando ayudarla a sentirse mejor—. Eres una mujer muy sabia, me gustaría mucho que me ayudaras a entrenar. ¿Harías eso por mí, Flérida?

—¿Formar parte de tu equipo?

—Sí, por favor.

La expresión del rostro de la mujer mudó completamente para mostrar una abierta sonrisa.

—Por supuesto que sí, princesa. Me encantaría enseñarte y formar parte de tu equipo.

Zarah sonrió, posando una mano sobre su hombro.

—Comenzaremos mañana, entonces. Y llámame Zarah, por favor. No me acostumbro todavía a que me llamen princesa, podrías hablarme y no me daría ni por enterada—ambas rieron como amigas, y Zarah continuó—. Antes debo comunicar mi decisión a mi abuelo, pero dudo que tenga alguna objeción. Él te respeta muchísimo—le sonrió gentilmente, entregándole un pañuelo para que se secara el rostro.

—Gracias, princesa. Gracias…—la sonrisa se le congeló en el rostro, al ver aproximarse a Valdemar hacia ellos—. Ahora debo irme ya. No quiero interrumpir tu entrenamiento—hizo una venia y se alejó, diciendo a modo de despedida—. Nos veremos en casa a tu regreso, ordenaré preparar un gran pastel para la cena. Te mereces lo mejor, princesa. Es decir, Zarah.

Zarah sonrió, despidiéndola con la mano mientras la mujer se alejaba por el sendero, ahora mucho más calmada.

—Pobrecilla. Es la madre de la mujer que te atacó, ¿no es así?—Adivinó Valdemar—. Te muestras bastante compasiva permitiendo que se queden en la isla, y todavía aceptando que ella forme parte de tu equipo de entrenamiento.

—Las cosas no fueron como piensas, Valdemar. No fue su hija la que me atacó, sino yo a ella—agachó la cabeza, avergonzada—. Debería ser a mí a quien expulsaran de la isla. O mínimo, ser yo quien le pidiera disculpas a esa mujer de rodillas por casi matar a su hija.

—Dices tonterías, tú no tienes la culpa de nada, eres un Alma Azul, tu poder te sobrepasa—posó una mano en su hombro, dedicándole una mirada amistosa que logró hacer sentir mejor a Zarah—. Además, con todo lo que has debido vivir, me sorprende que no hayas matado a nadie todavía. Tener un poder tan grande encerrado, es similar a un volcán a punto de hacer erupción al que se pretende controlar con una roca sellando la abertura. En algún momento, el volcán explotará, y la erupción será una explosión mucho peor a que si se le hubiesen permitido desde un principio continuar su curso normal.

—¿De qué estás hablando?—Zarah frunció el ceño, mirándolo desconcertada.

—Al motivo que tuvo tu madre para bloquear tu mente. Ella temía por el alcance de tu poder. Fue ese el motivo por el que bloqueó tu mente, para protegerlos a todos, y a ti. Si llegabas a matar a alguien en un descuido, te enviarían lejos, si no es que los miembros del consejo habrían ordenado tu ejecución por considerarte peligrosa—negó con la cabeza, mostrándose por primera vez molesto.

—¿Qué yo qué…? –Zarah arqueó las cejas al máximo—. ¿Quieres decir que mi madre me hizo esto a propósito?

—Sí. Todo el mundo lo sabe… ¿cómo es que tú no?—Valdemar le dirigió una mirada inquisitiva, borrando la sonrisa de su rostro—. ¿Es que nunca te lo dijeron?

La palabra se le atragantó a Zarah en la boca, y sólo pudo negar con la cabeza.

—Zyanya, yo… No lo sabía—por primera vez la preocupación se reflejó en el rostro de Valdemar—. Discúlpame, no tenía idea de que no te habían dicho nada… No lo entiendo, dijiste que Allan te había mantenido al tanto de todo…

—Lo hizo… O eso creía—Zarah agachó la cabeza, comenzando a sentir que el aire le faltaba. Se sentía decepcionada, profundamente decepcionada… ¿Cómo es que su propia madre pudo hacerle eso? Darle una vida sin recuerdos, sin el control que ella merecía tener de su propio cuerpo, arrebatarle aquello que pudo otorgarle la seguridad que nunca tuvo, aquello que pudo darle un rumbo completamente diferente a su existencia…

Y Allan lo sabía. ¡El muy maldito lo sabía! Y nunca le dijo nada.

—Ya, tranquila. No es nada, olvida lo que te he dicho—Valdemar la abrazó por los hombros, intentando consolarla—. No es tan grave como parece, lo mejor será que olvides esta conversación, ¿de acuerdo? Oh, no… No llores.

Zarah no se había dado cuenta de que comenzaba a llorar. Valdemar la abrazó con más fuerza, y las lágrimas fluyeron con facilidad. Hundió la cabeza en su pecho, demasiado acongojada para pensar en lo que estaba haciendo.

—Ven, salgamos de aquí. Vamos a dar una vuelta y a despejarnos la cabeza un rato—Valdemar le sonrió, secando sus lágrimas con su manga—. Necesitas serenarte, y continuar entre estos muros no ayudará a quitarte esas ideas de la cabeza. Vamos, conozco un lugar estupendo donde…

—En realidad no tengo ganas de hacer nada, Valdemar—Zarah suspiró, alejándose y secándose el rostro con el dorso de la mano—. Sólo quiero ir a casa.

—Te llevaré a casa, entonces. Lo que sea por hacerte sentir mejor después de hacerte llorar. ¿O te gustaría darme una bofetada? Eso parece haber ayudado a varias chicas a sentirse mejor después de que he metido la pata con ellas.

Zarah sonrió ligeramente, negando con la cabeza.

—Sólo deseo ir a casa, y… tal vez otra cosa.

—Lo que sea. Pídeme lo que sea y será tuyo.

—Quiero un poco más de ese polvo—la sonrisa se borró de su rostro mientras fijaba la vista sobre la caja de piedra, a unos pasos de ellos.

Valdemar le dedicó una mueca un tanto curiosa, pero no hizo ninguna pregunta. Se acercó a la caja y la levantó, y con un gesto suave la colocó entre sus manos.

—Es toda tuya, princesa. Úsala con las peores intenciones, si así lo deseas—bromeó, pellizcándole la punta de la nariz—. Puede que tu madre te bloqueara la mente por temor a tus poderes y el rumbo que parecías querer darles, pero en cuanto a mí, creo que eras perfecta. Un poco malvada, pero perfecta.