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Cuando envejecemos. Cómo abordamos la madurez
1. ¿QUÉ HACEMOS CON TREINTA AÑOS DE VIDA REDUNDANTE?
La demografía permite cruzar la letra pequeña del comportamiento humano con la regla exacta de las matemáticas para extraer reveladores descubrimientos a gran escala sobre la evolución de nuestra especie, así como trascendentales prospecciones de cara al futuro. Me gustaría detenerme en una serie de indicadores que pueden hacernos entender dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos en términos de población. Para desentrañarlos, subámonos a la máquina del tiempo, agarrados a la calculadora, y viajemos a 1840: hace 170 años, la esperanza de vida en los países escandinavos, que eran los más avanzados del mundo en ese momento, rondaba los 45 años. En latitudes más meridionales, como España o Italia, la edad media de los fallecidos estaba entre los 35 y los 40 años. Hoy la muerte natural en los países con mayores tasas de longevidad, como Japón, ronda en promedio los 86 años, y en España está entre los 84 años de las mujeres y los 78 de los varones. Es decir: en el último siglo y medio se ha duplicado la duración de la vida de las personas. Nada más, y nada menos.
Este sorprendente cambio se ha producido, y se sigue produciendo, por la vía de alargar la esperanza de vida dos años y medio cada década. Bajar este análisis hasta detalles temporales más pequeños aporta datos aún más asombrosos: cada año, los habitantes de los países avanzados tienen de media tres meses más de vida que los nacidos en la década anterior. O lo que es lo mismo: cada día logramos retrasar nuestro encuentro con la muerte seis horas respecto al momento en el que nos habríamos topado con ella si hubiéramos venido al mundo diez años antes.
Las matemáticas son infalibles, y aplicadas a los movimientos de población anticipan escenarios que primero nos dejan boquiabiertos y a continuación nos obligan a extraer decisivas conclusiones. En 2010, el 5 por ciento de los españoles cumplieron ochenta años. Pueden parecer muchos, pero quizá no nos lo parezca tanto si pensamos que ese porcentaje se multiplicará por tres en 2060. Ese año, el 15 por ciento de nuestros paisanos será octogenario. Traduzcámoslo a número de habitantes y nos sorprenderemos aún más: de los cincuenta y dos millones de individuos con los que contará entonces este país, más de siete millones tendrán más de ochenta años. Pero vayamos más lejos y nuestra perplejidad aumentará: la mayoría de los nacidos en la primera década del siglo XXI morirán tranquilamente avanzado el siglo XXII, con más de cien años de andanzas, emociones y recuerdos a sus espaldas. ¿Y aún hay quien prefiere abrazar el pesimismo al optimismo como forma de ver la vida? Yo no salgo de mi asombro.
Continuemos haciendo cálculos, pero ahora no pongamos el foco en el final de la vida, sino en el principio. El descenso de natalidad experimentado en ciertas regiones del mundo, como la mayoría de los países europeos, ha provocado que cada generación sea un tercio más pequeña que la de sus padres. Siguiendo esta proyección, podemos confirmar que, en el futuro, por cada cien mujeres habrá sesenta y seis hijas, cuarenta y cuatro nietas y sólo treinta bisnietas. Llegado un momento, la población estará formada por muchos más ancianos que niños y jóvenes. En lugares sometidos a fuertes tensiones demográficas, como China, este cambio va a ser aún más brutal: mientras que en Europa el descenso de natalidad ha sido lento y progresivo a lo largo de las últimas generaciones, en el país asiático están pasando de golpe de los seis hijos que solía tener cada unidad familiar en los inicios de la época de Mao al hijo y medio que actualmente trae al mundo en promedio cada pareja china. Esto explica que ahora mismo sean tan productivos, pues el volumen de brazos de los que disponen para trabajar es descomunal: supera el 70 por ciento de la población. Sin embargo, a la vuelta de unos años tendrán que hacer frente a una gigantesca avalancha de pensionistas.
Estas cifras y proyecciones tienen la fuerza desbordante de un tsunami. Por mucho que algunos no quieran verlas, están ahí y se nos vienen encima. Nuestra especie ha experimentado un gran cambio en muy poco tiempo, quizá el más importante desde que empezamos a distinguirnos de nuestros antepasados primates. Acostumbrados a organizar los ritmos vitales y laborales tomando como referencia la esperanza de vida del pasado, de repente nos estamos encontrando con treinta años, y a veces hasta cuarenta, de vida redundante en términos biológicos. Y éste es un dato que nos va a obligar a tomar decisiones trascendentales sobre la forma como gestionamos nuestro tiempo laboral y de ocio, y que hará que nos replanteemos los sistemas asistenciales dedicados a la tercera edad. Si continuamos aplicando los planes de vida que seguíamos hasta ahora, según los cuales una persona con sesenta y cinco años ya había que considerarla anciana y fuera de la circulación, de repente nos encontraremos con una legión de personas que estarán desocupadas durante más de un tercio de sus vidas.
No sólo desocupadas. Esta nueva generación de seniors se distingue por llegar a la edad de la jubilación en óptimas condiciones físicas y mentales, comparado con el modo como lo hicieron sus padres y abuelos, ya que la batalla que se libra contra la muerte no se está ganando a base de alargar la vejez y sus achaques, sino mediante una ralentización del deterioro de los organismos. Es decir: no sólo vivimos más, sino que envejecemos más tarde. Como me explicaba James Vaupel, director del Instituto Max Planck de Investigación Demográfica, hemos logrado que un anciano medio que hoy tiene setenta años se mire al espejo y se encuentre igual de bien que su padre a los sesenta o su abuelo a los cincuenta. De este modo, el período de mala salud habitual de los últimos cinco o diez años de vida se ha estrechado, retrasándose cada vez hacia edades más tardías, por lo que está quedando a la luz un período temporal enorme que obliga a plantear una duda: ¿qué hacer con tanto jubilado en perfecto estado durante tantos años?
Corren buenos tiempos para aquellos que estén pensando en invertir en servicios para la hasta ahora conocida como «tercera edad». Por cierto, no sé si a la luz de estos cálculos habrá que cambiar este término, o retrasar su uso para aplicarlo a personas de más edad, o hemos de comenzar a hablar ya de la «cuarta edad», pensando en los que con toda la alegría de la vida, y en el dominio de sus completas facultades físicas e intelectuales, se van a plantar cerca de la centuria sin mayores problemas.
Más allá del hallazgo de este nuevo nicho de mercado, el terremoto demográfico que supone encontrarnos con una población desocupada tan amplia nos va a obligar a aplicar cambios en la forma como planificamos hoy la vida laboral. Inevitablemente, la gente no podrá jubilarse a los sesenta y cinco como ocurre ahora, sino que tendrá que retrasar esa cita con el descanso de forma parecida a como estamos desplazando en el calendario el comienzo del envejecimiento biológico. Vaupel propone que ese alargamiento de la etapa laboral se compense repartiendo la tarea en jornadas más cortas. El investigador se atreve, incluso, a indicar la duración que debería tener la semana de trabajo habitual: venticinco horas de media. Esto liberaría un tiempo muy valioso para que los padres en edad de educar a sus hijos puedan atenderles adecuadamente y evitaría que la idea de trabajar hasta los setenta años parezca una tortura.
Queramos o no, habremos de afrontar este debate. Me lo explicaba muy taxativo Reiner Klingholz, director del Instituto para la Población y el Desarrollo de Berlín, quien pronostica que los países que aprendan a convivir con el descenso demográfico y el envejecimiento de la población serán los que marquen las tendencias en el futuro. De hecho, ya está ocurriendo: actualmente, los mayores índices de ocupación entre personas mayores los encontramos en Suecia, Dinamarca, Suiza y Gran Bretaña. Curiosamente, son los países más avanzados y los que tienen menores tasas de desempleo.
En el corto plazo, este cambio demográfico que estamos experimentando ya ha empezado a generar disfunciones, en forma de falta de recursos asistenciales para la tercera edad. Normalmente, estos déficits están recayendo sobre los hombros de las familias. Los testimonios llegados al gabinete del Apoyo Psicológico Online de la Fundación Punset describen un panorama de sufrimiento y malestar asociado a la vejez que se vive en silencio en el seno de los hogares y en las residencias de ancianos. La sociedad no puede seguir dándole la espalda a esta realidad: envejecemos, por mucho que la ciencia lo retrase, así que hemos de prever qué va a ser de nosotros cuando tantos ciudadanos lleguen a la vez a esa edad.
TOMAR DECISIONES PARA CUIDAR A LOS PADRES ANCIANOS
Hace cuarenta y cinco años, mi padre, que ahora tiene ochenta y seis, sufrió un accidente cerebrovascular que le dejó como secuela una hemiplejía, además de varias patologías: diabetes insulino-dependiente, EPOC e insuficiencia cardíaca, entre otras. A esto se le añade un deterioro cognitivo que arrastra desde hace seis meses. La cuidadora principal ha sido mi madre, una mujer con gran fuerza interior, pero que lleva tiempo diciéndonos que ya no puede cuidar de mi padre. Hace un mes, ella ingresó en el hospital por neumonía, complicada con una anemia crónica. Mientras ha estado hospitalizada hemos contratado a dos cuidadores, que se alternan para estar con mi padre las veinticuatro horas del día, ya que está en silla de ruedas y tiene la movilidad muy mermada.
Por todo ello, nos estamos planteando llevarle a una residencia de ancianos. El otro día nos reunimos con él para ver qué pensaba. Se echó a llorar, y a continuación nos echamos a llorar todos, porque es una decisión que nunca pensamos que tendríamos que tomar. Desde entonces me siento muy mal: por un lado creo que va a estar cuidado, pero me duele sacarlo de su casa. Sé que le voy a hacer daño, que se va a sentir mal, solo y abandonado. A veces pienso que me lo debería traer a mi casa y cuidarlo aquí, pero mi marido y yo trabajamos, y vivimos a las afueras de la ciudad. ¿Qué podemos hacer?
Julio de 2011
Responde: Gabriel González
Todas las opciones que planteas tienen sus beneficios y sus inconvenientes. Lo ideal sería tratar de compaginar las ventajas: las emocionales y de relación, y las del cuidado y la calidad en vida de unos y otros.
Sea cual sea vuestra decisión, tendrá repercusiones. Lo importante es que aprendáis a manejar las emociones y los sentimientos de culpa que se van a desencadenar. Aunque podáis sentiros empáticos los unos con los otros, es importante que cada uno tenga claro qué es lo mejor para él y para cada uno. La clave es cómo tú, tu madre, tus hermanos y especialmente tu padre manejéis la situación. Lo importante no es lo que se decida, sino que cuidéis las relaciones antes, durante y tras la decisión.
EL RETO DE TENER PADRES MAYORES CON PROBLEMAS DE SALUD
Estoy bloqueada: mi madre ha sido ingresada en una residencia ante un cuadro histérico y una demencia incipiente. Aparte del cargo de conciencia que esto supone, mi padre está hundido, y no sé cómo ayudarle. La única actividad que practica consiste en ir a ver a mi madre. Y sólo habla conmigo. Vivimos en barrios diferentes y yo no paro de ir y venir. Él me llama cinco veces al día, y ya no puedo más. Les quiero a los dos, pero esa presión me está resultando casi insoportable.
Noviembre de 2010
Responde: Paula García-Borreguero
Es comprensible que, tras ingresar a tu madre en una residencia, tanto tú como tu padre os encontréis desorientados. Sin embargo, este ingreso ha sido la alternativa mejor valorada, tanto por vosotros como por los profesionales médicos. Por tanto, los tres necesitaréis tiempo para adaptaros. Ese tiempo os ayudará a que normalicéis la situación y la vida diaria todo lo que podáis. Es necesario retomar las actividades previas y permitiros seguir planeando el futuro. Quizá necesites marcarle ciertos límites a tu padre, desde el cariño y el cuidado, como parte de este proceso de normalización de la vida diaria. Invítale a participar en actividades como centros socioculturales, cursos, escuelas de mayores, voluntariado, cuidar de los nietos… Se trata de ayudarle a que busque un foco alternativo de atención.
PRIORIZAR EL CUIDADO A LOS ANCIANOS O LOS PROYECTOS PERSONALES
Somos dos hermanas de treinta y ocho y treinta y cuatro años. Ambas trabajamos por nuestra cuenta en casa, pero nos sentimos atrapadas por las enfermedades de nuestros padres. Los dos son enfermos crónicos: mi madre es invidente; mi padre, enfermo del corazón y con otros problemas que, aunque no lo invalidan, le ocasionan dolor de forma habitual. Recientemente, mi novio me dejó después de una relación de cinco años porque cada vez podía ir menos a visitarlo a su ciudad.
Mi hermana y yo nos sentimos atrapadas. No nos falta ánimo, pero vemos que nuestros padres, que ya son muy mayores, son absorbentes y temen quedarse solos, enfermos y desatendidos. Ellos han trabajado duro para cuidarnos y darnos educación. Así que, si intentamos hacer nuestra vida o comentamos de pasada que nos gustaría independizarnos, entienden que queremos abandonarles y se crea en casa un ambiente lleno de llanto, tristeza y chantaje. Parece que hasta que ellos no fallezcan, nosotras no podremos hacer nada más que atenderles y cuidarlos.
No encontramos una solución, se han cerrado en sus creencias y no hay avance. Por otro lado, nosotras tampoco tenemos medios económicos para irnos. Esa idea sólo es una utopía que ellos intentan bloquear a toda costa, y esto nos duele. ¿Qué podemos hacer para salir bien de esta situación?
Noviembre de 2010
Responde: Gabriel González
La respuesta de vuestros padres es comprensible. Os sugiero que comencéis a preservar una pequeña opacidad, que prioricéis vuestros proyectos personales al de vuestra función de cuidadoras. Todo ello garantizando a vuestros padres que no se quedan solos, que estarán atendidos y que, de una forma u otra, estaréis presentes. Pero esa presencia no tiene por qué ser totalmente física ni en cualquier momento. Podéis valorar entre ambas cuándo es importante que estéis, pero habrá momentos en los que no sea necesario.
Lo primero es que os lo creáis, y luego comencéis a hacerlo muy sutilmente. La tendencia de vuestros padres será a conservar la situación actual, pero podéis tranquilizarlos haciendo que se sientan acogidos y cuidados al tiempo que priorizáis vuestras actividades. Esto es lo que tendréis que descubrir entre las dos: cómo hacerles sentir así.
TRASTORNOS MENTALES Y AUTONOMÍA EN LA VEJEZ
Mis padres, de sesenta y sesenta y siete años, padecen diferentes problemas mentales. Mi madre está diagnosticada con un trastorno bipolar desde hace cinco años. Venía sufriendo depresiones desde quince años atrás, hasta que finalmente le hicieron el estudio correcto y actualmente está estable. A mi padre le acaban de diagnosticar una depresión psicótica y se encuentra ingresado. Mi duda es saber si podrán tener una vida autónoma o van a precisar siempre de ayuda.
Mayo de 2012
Responde: Cecilia Salamanca
La edad de inicio del trastorno bipolar puede influir en su pronóstico. Las personas en las que la enfermedad es de inicio tardío, como es el caso de tu madre, tienen menor riesgo de suicidio y menos síntomas psicóticos que los que desarrollan la enfermedad a una edad temprana. Un estudio demuestra que la calidad de vida de los pacientes bipolares puede mejorar llevando a cabo un control óptimo de los síntomas depresivos, así como la disponibilidad de un buen apoyo social.
Por lo que se refiere a la depresión psicótica, el tratamiento más efectivo es el farmacológico con antidepresivos y antipsicóticos. La intervención inmediata es fundamental para su remisión. Una vez iniciado el tratamiento, es más probable que aparezcan los síntomas depresivos que los psicóticos. En personas mayores de sesenta años las depresiones no son infrecuentes y los síntomas pueden ser diferentes de los que aparecen en adultos de menor edad.
2. SI TE PARAS, TUS NEURONAS SE PARAN
Aguardo expectante el momento en que lleguen a la población, en forma de técnicas, terapias y tablas de gimnasia mental, las beneficiosas consecuencias que se derivan de uno de los más importantes descubrimientos hechos por la ciencia en las últimas décadas: la plasticidad cerebral. En contra de lo que se pensaba antiguamente, hoy sabemos que podemos inducir cambios en nuestro cableado neuronal sin necesidad de acercar a la cabeza ningún bisturí ni acudir a sofisticadas técnicas de neurocirugía, sólo mediante el ejercicio y la práctica. Este hallazgo, que tiene incuestionables aplicaciones a lo largo de la vida, tanto en situaciones de buena salud como al enfrentarnos a trastornos anímicos, de comprensión o de memoria, emerge como una ventana de esperanza cuando nos adentramos en el difícil territorio de la vejez, pues implica una inédita forma de abordar el natural deterioro cognitivo y de memoria que lleva asociada la edad. Frente al fatalismo con el que las generaciones anteriores asumían la pérdida de las capacidades mentales que implica cumplir muchos años, la ciencia actual confirma que es posible combatir ese desgaste, y que no hay manera más sencilla y efectiva de hacerlo que manteniendo el cerebro activo y bien engrasado.
Hoy nadie pondría en duda que la mejor forma que hay de perder agilidad en el sistema locomotor y que los músculos se atrofien consiste en quedarnos quietos. La intuición lo sugiere y la medicina lo confirma. Pero trasladar este patrón a ese otro músculo del conocimiento que portamos sobre los hombros quizá no resulte tan obvio. El cerebro, por su complejidad, se ha resistido legendariamente al análisis y su funcionamiento ha permanecido opaco y misterioso a nuestros ojos hasta hace muy poco. Pero en los últimos años hemos podido confirmar que igual que las células musculares dejan de regenerarse y pierden vigor cuando no se activan durante mucho tiempo, las neuronas reducen el número de conexiones con otras neuronas y acaban desfalleciendo cuando ven mermada su actividad.
A la espera de que la medicina abra la puerta a la regeneración neuronal mediante el implante de células madre en el cerebro, tenemos ante nosotros un amplio campo de actuación para hacer frente al deterioro cerebral gracias a la adaptabilidad al entorno que tiene este órgano. La fórmula es clara y sencilla: un ecosistema estimulante facilita el mantenimiento de una mente sana y bien ejercitada. Por el contrario, si tú te paras, tus neuronas también dejan de relacionarse entre ellas y se vienen abajo.
Hace medio siglo, la idea de dotar a nuestras ciudades de una red de gimnasios para quemar calorías y ejercitar los músculos sonaba a exótico capricho de dudosa utilidad. Hoy nadie pone en cuestión los beneficios para la salud que se obtienen en estos templos del cuerpo. De modo parecido, más pronto que tarde dispondremos de detalladas técnicas de entrenamiento mental que nos ayudarán a mantener a tono el cerebro y bien ejercitadas a las neuronas. Así como hoy robustecemos los bíceps con pesas y mancuernas, del mismo modo agilizaremos la memoria y la capacidad cognitiva con videoconsolas que medirán nuestra flexibilidad volitiva, usaremos programas informáticos para estimular nuestra capacidad de cálculo y anticipación y estarán a la orden del día todo tipo de recursos para lograr que el potencial intelectual que tengamos a los ochenta años no sea menor del que nos acompañaba a los cincuenta.
Combatir el deterioro cerebral mediante la gimnasia neuronal es posible. De hecho, ya se está logrando. Shlomo Breznitz, psicólogo y ex rector de la Universidad de Haifa (Israel), ha desarrollado un programa de entrenamiento cerebral a través del ordenador, llamado CogniFit, que abarca un gran abanico de habilidades cognitivas y que está enfocado a mantener toda la actividad mental a pleno rendimiento. Parte de la premisa de que no sirve de nada tratar de potenciar la memoria si se descuida la capacidad de atención, pues sin una es imposible optimizar la otra. El cerebro es el órgano más ensamblado e interrelacionado que alojamos en nuestro interior.
A los beneficios conseguidos con este tipo de entrenamientos, en términos de mejora de las capacidades mentales, se añade otro que Breznitz considera más relevante aún: un cerebro bien ejercitado no sólo recuerda mejor y soluciona con más agilidad los retos del día a día, sino que tiene efectos balsámicos sobre el estado del ánimo de la persona. El investigador pone como ejemplo el impacto anímico que los ancianos experimentan cuando aprenden a manejar un instrumento tan extraño para ellos, y poco intuitivo, como el ratón del ordenador. A quienes tienen cierta edad y nunca han tratado con este invento, su uso les resulta extraño y dificilísimo al principio, pero después de unos minutos de prueba y error consiguen hacerse con él. Sin darse cuenta, en sus cerebros tiene lugar el milagro de aprender algo nuevo a esas alturas de la vida, y ese logro provoca una mejora en la autoestima y la propia percepción de la persona que tiene un valor incalculable.
Al fin y al cabo, las cosas que nos estimulan y nos ponen contentos a los setenta no difieren mucho de las que nos causan ese efecto a los veinte. Por eso los programas de CogniFit prestan mucha atención a los juegos de tipo social que fomentan la interacción entre los individuos y el intercambio de mensajes y conocimientos. Precisamente, la soledad que a menudo preside la vida de ancianos y jubilados es una de las principales amenazas que se ciernen sobre sus cerebros. Las enfermedades y el desgaste acabarán venciendo a sus organismos, pero es el aislamiento el primero que acaba con sus neuronas. No olvidemos que nada excita tanto a una mente como enfrentarse con otra a través del diálogo. ¡Y es tan barato!
Además de la soledad, si algo esclerotiza el cerebro de las personas mayores es la rutina. No me canso de repetir lo sano e inteligente que es vivir acostumbrados a los cambios, dispuestos siempre a modificar nuestra forma de pensar y actuar. Esto, que puede resultar fácil de entender a lo largo de la vida, choca contra esa inercia conservadora habitual de los ancianos que les lleva a preferir lo conocido y su repetición a las aventuras y la novedad. Es una resistencia lógica, pero hay que aprender a modularla. La neurología ha demostrado que cuando la mente establece rutinas de manera muy arraigada acaba actuando casi automáticamente y no necesita pensar, por lo que su actividad pierde intensidad y se reduce su productividad. Es lo nuevo, y no lo ya experimentado infinidad de veces hasta el aburrimiento, lo que estimula a las neuronas y las lleva a establecer nuevas conexiones entre ellas. Está en nuestra mano seguir dando alimento cognitivo a nuestro cerebro cuando llegamos a la etapa más madura de nuestra vida.
QUÉ HACER PARA NO QUEDARSE PARADOS DESPUÉS DE LA JUBILACIÓN
Mi marido se jubiló el año pasado y desde entonces va cayendo poco a poco en un estado de estupidez que ya me preocupa. Empezó dedicándose a los trabajos de casa, ya que yo estoy todo el día fuera. Pero cada vez fue haciendo menos, hasta que ahora se levanta poco antes de que yo regrese a casa a las cinco de la tarde, hace las camas y poco más. Por las noches, lógicamente, no se duerme hasta la madrugada y se dedica a ver la televisión. No quiere salir a pasear ni con amigos ni de viaje. Dice que él está bien en casa sin hacer nada, que ya trabajó bastante. Yo veo otros jubilados que se apuntan a natación o a la partida de cartas o leen, pero él cada vez hace menos cosas. Es como un vegetal. Parece no darse cuenta, y yo no sé cómo ayudarle a salir del pozo. Les escribo con la esperanza de que me den algunas pautas o consejos para ayudarle, aunque ya sé que tiene que salir de él.
Mayo de 2010
Responde: Gabriel González
Puede que la insistencia para que no se quede estancado y comience a realizar actividades al llegar a la jubilación le reprima más que le estimule y esto también le esté frenando. Es importante que ante esta nueva etapa tu marido sienta la necesidad de moverse para no sentirse cada vez más jubilado. Pero, como bien dices, ha de partir de él. En este sentido, puede ser buena idea no decirle que tiene que hacer las cosas y esperar a que él te pida consejo sobre cómo debería actuar para no estar así y, entonces, ayudarle.
Tu marido no se encuentra en ningún «estado de estupidez» que pueda agravarse con el tiempo. Más bien siente que ya ha hecho todo lo que estaba en sus manos para ser útil a la familia y a la comunidad. Siente que ahora es un tiempo para dedicarse a sí mismo y hacer las cosas que le apasionan y le gustan, pero eso lo tiene que decidir él. Una buena idea es que haga una lista de tareas que le gustaría iniciar porque le permitirían sentirse más él mismo, o porque le servirían para aprender algo nuevo. Seguimos aprendiendo hasta que dejamos de existir.
SEGUIR ACTIVOS DESPUÉS DE LA JUBILACIÓN
Mi padre es emigrante en Suiza desde los veinte años. Él ha estado allá y nosotros nos hemos quedado aquí, en España, por lo que siempre hemos estado lejos. Después de cuarenta años, ahora vuelve a su casa jubilado. Mi miedo es que después de tantos años en otra cultura, y acostumbrado a trabajar muchas horas al día, no acepte el cambio que va a experimentar su vida y se muera. He conocido algunos casos similares que acabaron así. ¿Esto puede pasarle a él también? Y si fuera así, ¿cómo debo hablarle para que acepte ayuda psicológica que le permita asumir el cambio que va a dar su vida?
Noviembre de 2010
Responde: Gabriel González
Es fácil que el jubilado sienta que pasa de ser una figura activa para la sociedad a ser un peso para todos. Para que este cambio sea más leve hay que tener presente que durante la jubilación conservamos muchas de nuestras capacidades y potencialidades. Esto es lo que hay que reforzar, aparte de realizar todas las tareas y deseos que ahora se pueden cumplir por disponer de más tiempo. Pero también puede ocurrir que se entre en una depresión. Este estado suele dar señales, por tanto es importante estar atentos a los primeros síntomas para acudir a un profesional.
Al llevar tanto tiempo separados, es importante que él experimente una buena adaptación a la situación familiar y al entorno. Para que ésta sea lo más efectiva posible, se han de facilitar todos los mecanismos necesarios. Conviene que acordéis qué vais a hacer juntos, cuándo os vais a encontrar, para qué…, No es necesario estar encima de él por lo que pudiera ocurrir, sino tener una actitud abierta y comprensiva. Si le trasladáis esas sensaciones entenderá que puede acudir a vosotros si necesita algo.
¿PRACTICAR AJEDREZ PUEDE INFLUIR EN LA DEMENCIA DE UN OCTOGENARIO?
Acabo de visitar a mi padre de ochenta y ocho años, que vive en una residencia de ancianos. Ayer me llamó la asistente social para decirme que lleva varios días teniendo unos episodios extraños a la hora de las comidas: le da por relacionar los vasos, los platos, y los utensilios con una partida de ajedrez. Él jugó mucho al ajedrez a lo largo de su vida, y lo hacía muy bien. Ahora, un conocido del pueblo va cada día a la residencia para echar con él una partida. Eso me parece perfecto, pues, aparte de ejercitar la mente, le sirve como entretenimiento e ilusión. Pero no sabemos si este episodio lo ha desencadenado el ajedrez o ha sido una situación aislada. Mi pregunta es: ¿qué puede estarle pasando en el cerebro? ¿Se trata de una demencia?
Abril de 2010
Responde: Noelia Sancho
La demencia es una pérdida de la capacidad cerebral que afecta a la memoria, el pensamiento, el lenguaje, el juicio y el comportamiento. Los síntomas revelan dificultades en muchas áreas de la función mental, incluyendo el lenguaje, la memoria, la percepción, el comportamiento emocional o la personalidad, así como habilidades cognitivas, como el cálculo o el pensamiento abstracto y lógico. Diversos estudios han confirmado que permanecer activos, tanto física como mentalmente, a lo largo de la vida, y especialmente en la tercera edad, es muy bueno para la salud.
No parece negativo que juegue al ajedrez, pero sería bueno que también realizara otras actividades que mantuvieran su mente y su cuerpo ágiles. No obstante, la demencia es relativamente fácil de detectar incluso en atención primaria, por lo que una evaluación y un diagnóstico de un profesional os ayudarán a salir de dudas cuanto antes.
¿CÓMO PREVENIR LA DEMENCIA ASOCIADA AL ENVEJECIMIENTO?
Estoy oyendo hablar mucho sobre la prevención de las distintas enfermedades. Resulta que en mi familia materna la gran mayoría han sufrido alzhéimer o demencia. Mi abuela lo padeció, sus hermanas tuvieron demencia y hace un año a mi madre le detectaron también una demencia galopante. Es curioso, porque en mi familia materna sólo han sufrido estas enfermedades las mujeres y ningún hombre. Mi pregunta es si existe algún tratamiento de tipo preventivo para nuestra generación de cara a estas enfermedades mentales.
Febrero de 2012
Responde: Cecilia Salamanca
Actualmente la mejor prevención contra las demencias consiste en mantener una vida sana. Un nivel educativo más alto y un estatus socioeconómico asociado a él supone gozar de mayor calidad de vida y, en consecuencia, puede retardar la enfermedad. Otra forma de prevenir el deterioro cognitivo del envejecimiento es ejercitar nuestro cerebro. Las gimnasias mentales que estimulan la capacidad de atención, la memoria y la concentración, como son los crucigramas, los sudokus o la lectura, pueden ser de gran utilidad. Actualmente la estimulación cognitiva como intervención terapéutica en mayores, con o sin deterioro cognitivo, está dando resultados muy positivos.
3. LA FELICIDAD EN LA EDAD MADURA
Cuando yo era niño, resultaba impensable que un crío pudiera acabar sentándose delante de un psicólogo a hablar de sus problemas. Tampoco existían todas las atenciones que hoy concentra la infancia, desde la riqueza cognitiva de los juguetes que entretienen a los más pequeños y el importante valor didáctico que muchos de ellos les aportan, al enorme abanico de recursos formativos, asistenciales y de ocio con los que cuentan. ¡Tienen hasta canales de televisión exclusivos para ellos! Aunque queda mucho por avanzar aún en la vigilancia del ecosistema afectivo en el que crecen los menores, hemos de reconocer que la infancia entró hace tiempo de lleno en la agenda de los asuntos trascendentales para la comunidad. Nos importan nuestros hijos y nietos.
Salvadas todas las distancias, igual que los menores pasaron en el último medio siglo de la marginación al centro mismo de las preocupaciones de la tribu, no tengo duda de que lo mismo les ocurrirá en los próximos años a la población que forman los ancianos y jubilados. Los elevados índices de longevidad que alcanzan hoy las personas de más edad, unido a la mayor sensibilidad que actualmente existe en la sociedad hacia la perspectiva emocional de la experiencia vital, harán inevitable que aquellos que caminan por la última etapa de la vida dejen de ser invisibles y tomen el protagonismo que merecen dada la sabiduría que les acompaña, la fragilidad que les amenaza y lo largo que va a ser, en términos de años y oportunidades, el camino que todavía les aguarda.
En el campo de la gerontología se ha avanzado muy poco hasta la fecha en comparación con el desarrollo que esta disciplina está llamada a tener en las próximas décadas. De ser una carga para la comunidad, la tercera edad va a pasar a convertirse en un actor fundamental de la vida pública, tanto en lo referente a las investigaciones científicas, que van a concentrar su atención en los intereses de esta población más de lo que antes lo hacían, como en cuanto al diseño de todo tipo de soluciones de ocio y estímulo cognitivo pensados para los más mayores. Si hasta ahora había importado poco qué pensaban, cómo sentían o qué les ocurría a los ancianos, esa situación va a cambiar.
De momento, uno de los descubrimientos más sorprendentes realizados en los últimos tiempos en relación a la senectud es el que echa por tierra la imagen negativa que suele estigmatizar a esta etapa de la vida. Según los estudios neurológicos sobre el comportamiento, así como las encuestas realizadas con los propios ancianos, la felicidad en la vejez, lejos de disminuir, aumenta. Lo mismo ocurre con la capacidad de amar. Por prejuicios erróneos del pasado, nos habíamos acostumbrado a atribuirle a esta edad una actitud de resignación e inhibición frente a los estímulos emocionales. Sin embargo, hoy sabemos que esto no es cierto, y hay razones intuitivas para pensar que sea así: si tenemos en cuenta que el archivo de la memoria de una persona mayor conserva todo tipo de recuerdos, muchos de ellos más sofisticados, complejos y bellos que los que puede guardar un joven, comprenderemos fácilmente que la disposición del senior para apreciar los distintos estadíos de la felicidad sean también mayores.
Diversos estudios han demostrado que la inteligencia emocional se agudiza con la edad. Científicos de la Universidad de California en Berkeley (Estados Unidos) han publicado recientemente dos estudios donde demuestran que los mayores de sesenta años tienen una mayor facilidad para ver el lado positivo de situaciones estresantes y más capacidad de empatizar con los menos afortunados. Difícilmente encontrarán a una persona que ronde esas alturas de la vida y hable con desdén de sensaciones como la serenidad, el sosiego, el espíritu calmado, la amplitud de miras y la capacidad para relativizar los problemas. Todas estas aptitudes son propias de la edad avanzada y se alcanzan cuando la experiencia ha dejado su marca. Sólo el que ha vivido suficientemente sabe apreciar los matices que enriquecen el viaje en el que todos andamos inmersos. Que la felicidad reside en la sala de espera de la felicidad es algo que la ciencia ha demostrado recientemente, pero que las personas veteranas aprenden por sí solas cuando llegan a cierta edad. Si hay alguien que sabe esperar, ése es un viejo.
En los últimos años se han publicado diversos estudios, llevados a cabo tanto por psicólogos como por economistas, que apuntan a que la felicidad de las personas es como una curva con forma de U, que alcanza sus valores más altos en la juventud y en la vejez, y los más bajos en la madurez, en torno a los cuarenta y cinco años. Al contrario de lo que se pensaba antes, cuando la vida se concebía como un camino que lograba su máximo esplendor en la edad madura seguido de un declive hacia la vejez, ahora se ha comprobado que esto no es así.
Las personas de mayor edad son mejores solucionando conflictos, controlan mejor sus emociones y son menos propensas a la ira. Hay varias explicaciones plausibles. Laura Carstensen, directora del Centro de la Longevidad y profesora de psicología de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), cree que los humanos tenemos una habilidad única para reconocer nuestra propia mortalidad y monitorizar nuestros tiempos. Esta investigadora sostiene que en la vejez, al sentirnos más cercanos a la muerte, vivimos más el presente y prestamos más atención a aspectos que nos importan en el momento, como los sentimientos, y menos a objetivos a largo plazo. Otros creen que se debe a la aceptación personal y la satisfacción con lo alcanzado a lo largo del recorrido.
La felicidad no sólo ha pasado a ser una magnitud asociada a la tercera edad, sino que, además, se va a convertir en el mejor prescriptor de la longevidad. Mónica de la Fuente, catedrática de fisiología de la Universidad Complutense de Madrid, me explicaba no hace mucho que los individuos que logran alcanzar una vida larga son los que consiguen mantener un sistema inmunitario joven. Por otro lado, la medicina ya ha demostrado de sobra cuánto influyen los factores emocionales en el mantenimiento de la estructura de defensas del organismo. Investigadores de la Warwick University (Reino Unido) han constatado que aunque las condiciones físicas se van deteriorando con la edad, el estado de bienestar mental no merma, y ello ayuda al mantenimiento de la salud, pues la felicidad beneficia al sistema inmune. Curioso círculo virtuoso: vivir nos aporta felicidad y ser felices es el mayor garante que hay de la longevidad.
Desde el día de nuestro nacimiento, nos pasamos la vida envejeciendo. Exagero: en realidad, esa cuesta abajo empieza, más o menos, alrededor de los dieciocho años pero, dependiendo del ritmo que siga ese proceso, así de rápido o lento será el deterioro que lleva asociado. Mantener una buena calidad de vida es la mayor garantía de que ese avance acontecerá despacio. «Cuanto más feliz es una persona, mejor es su respuesta a los tratamientos en situaciones de enfermedad grave», nos recuerda De la Fuente. La recomendación vale para todas las etapas de la existencia, pero resulta decisiva en los años de mayor fragilidad orgánica.
Hay personas por encima de los setenta años que tienen una edad biológica de cincuenta, y al revés: todos conocemos a jóvenes aparentes que manifiestan los síntomas de la senectud más avanzada. La llamativa disparidad existente entre la cifra que anuncia nuestro carné de identidad y la que revelan los biomarcadores que todos portamos en nuestro interior es un descubrimiento que, sin duda, va a influir de manera decisiva en la forma como organizaremos nuestra vida en el futuro. Me estoy refiriendo al modo en que repartiremos nuestro tiempo de ocio y negocio, diseñamos nuestras ciudades y espacios o planteamos nuestra red de servicios asistenciales. Hay una reflexión que la sociedad no ha empezado aún a plantearse, pero que más pronto que tarde va a tener que afrontar: ya no es tiempo de preocuparnos de vivir más años, porque eso lo estamos consiguiendo, sino de llenar de calidad esos años.
Nos aguardan décadas en las que la forma que tenemos de contemplar el último tramo de la existencia va a experimentar un cambio radical. Los primeros que lo van a notar van a ser los propios protagonistas de esa etapa. Me lo recordaba un día el gerontólogo Tom Kirkwood: «Una de las mejores vías para disponer de una buena calidad de vida en la vejez consiste en tener una actitud positiva sobre uno mismo y contar con una gran interacción social». Difícilmente se puede lograr esto cuando el entorno, aún hoy día, está articulado sobre el prejuicio de que el mayor bien al que podemos aspirar consiste en ser jóvenes y que todo lo relacionado con la edad avanzada no interesa a la sociedad o hay que disimularlo, ya sean arrugas en la piel o modelos sociales a admirar. Coincido con este especialista en que así como hemos vencido tics mentales injustos y arbitrarios como el sexismo, el machismo o el racismo, en breve nos va a tocar hacer frente a la discriminación que continúa padeciendo la vejez. Entérense todos: hay mucha vida y felicidad antes de la muerte, incluso a los ochenta años.
¿QUÉ COMPORTAMIENTO DEBO SEGUIR PARA SER FELIZ A LOS SETENTA AÑOS?
Tengo setenta años y me siento desplazado por mi esposa. Yo he sido muy liberal a lo largo de mi vida, así como el líder de la casa, pero ahora noto que mis fuerzas físicas están mermando por momentos y mi mujer se está adueñando de la situación, quitándome autoridad y dejándome a un lado. Mi edad no me permite hacer demostraciones de autoridad, porque además ya no soy quien trae el dinero a casa. Vivimos juntos, pero siento que estoy solo, debido a la falta de afecto y de atención. Creo que estoy pagando una factura por el comportamiento machista que tuve en la etapa productiva de mi vida. ¿Qué comportamiento debo seguir para ser feliz?
Julio de 2012
Responde: Cecilia Salamanca
La percepción de soledad en el adulto de edad avanzada es frecuente en nuestra sociedad. Hacer una revisión te permite comparar la vida que llevabas anteriormente y la que llevas en la actualidad, y en ese proceso es fundamental que mantengas una visión positiva sobre tu propia historia personal y tu voluntad de aprender de tus errores. No olvides que siempre podemos estar dispuestos al cambio.
Habla con tu mujer e intenta modificar los malos hábitos que sabes que puedes mejorar. Cambiar actitudes muy arraigadas puede resultar complicado, por lo que te puede servir de ayuda que ese proceso sea progresivo. De este modo evitarás sentirte frustrado al no obtener los resultados deseados inmediatamente. Acercarte a tu mujer y demostrarle afecto puede ser el inicio del cambio que esperas de ella. Se ha estudiado el efecto que tienen las terapias de revisión de vida basadas en recuerdos autobiográficos específicos, y los resultados muestran una notable mejoría del estado de ánimo. Indaga en ellos y saca lo mejor de ti.
CÓMO GESTIONAR EL ROL DE ABUELA
Soy abuela de una niña de nueve años. La he criado desde los seis meses y acabamos de reunirnos en Estados Unidos con su madre. Ahora que mi hija ha asumido el rol de madre, está siendo muy exigente con mi nieta, y eso está volviendo a la niña muy ansiosa e insegura. Hasta ha desarrollado miedo: no quiere estar sola ni subir a su cuarto si no va acompañada. Me preocupa, ya que ella no era así antes. Ahora siempre quiere llamar la atención y exige que todo gire a su alrededor. Mi hija pasó por muchas situaciones difíciles cuando emigró. Ha tenido mucho éxito en lo material, pero en la parte afectiva es muy apagada, no ríe con facilidad, se muestra seria y poco comunicativa con nosotras. Todo esto nos está afectando.
Mayo de 2012
Responde: Rosa Català
A menudo los abuelos mejoran su autoestima y se sienten realizados a través de los nietos. Notan que cumplen una misión intergeneracional, que consiste en influir en el proceso de formación de la identidad de los jóvenes. Reciben sensaciones benefactoras gracias a los más jóvenes, que les transmiten nuevos estímulos en una etapa en la que se hace necesaria una reorganización psíquica y relacional.
Los abuelos siguen siendo imprescindibles para transmitir conocimientos y proporcionar un sentido de patrimonio familiar. Pero es necesario mantener la estabilidad, que sólo se puede asegurar a través del respeto y la clarificación consensuada del reparto de la autoridad. En vuestro caso, la convivencia de las tres generaciones posibilita, y a la vez hace necesario, el entendimiento y los pactos entre las diferentes etapas vitales que representáis. La comunicación es la vía para conseguirlo.
PERSEGUIR SUEÑOS CON SESENTA Y CINCO AÑOS
Tengo sesenta y cinco años, me divorcié hace veinticinco, estoy jubilada, mis hijos hace tiempo que viven lejos y en estos momentos me pesa mucho la soledad. He ido sobreponiéndome a diferentes crisis, pero ahora siento de forma más patente el alejamiento de mis seres más queridos, que son mis hijos. Me veo descolgada socialmente. Estudié una carrera lejos de mi ciudad, cuando me casé hice un montón de amigos, pero viví en cinco sitios diferentes, por lo que mis relaciones se han ido perdiendo con el paso del tiempo. Ahora noto que no encajo con nadie. Estoy apuntada a diferentes actividades culturales, pero tampoco encuentro gente con la que esté realmente a gusto. Mi mentalidad es menos chapada a la antigua que la de las personas que me voy encontrando, que sólo hablan de sus nietos y sus maridos. No se plantean otras metas, y como la mayoría tienen su situación personal resuelta, no saben lo duro que es vivir completamente sola.
He analizado el tema y creo que el problema radica en que aposté por la familia por encima de mi profesión. Me centré demasiado en sacar a mis hijos adelante, ya que no tenía el apoyo de nadie. En realidad, yo también fui demasiado convencional y me hubiera correspondido tener ahora los hijos cerca y contar con un marido; en fin, lo que se entiende por una vida normal y corriente. Pero esto es lo que tengo. Creo que lo que me haría más feliz en estos momentos sería tener una actividad, crear una empresa. Me daría mucha vida y sé que disfrutaría, pero no tengo claro cuál habría de ser el tema a elegir. Hay días en los que estoy muy deprimida, porque no me quiero conformar con ser un vegetal esperando la muerte.
Noviembre de 2010
Responde: Gabriel González
Los estudios demuestran que quienes ayudan a otras personas suelen ser más felices que quienes buscan el éxito individual. Quienes encuentran el equilibrio entre trabajo, familia, amistades y ocio suelen ser más felices que quienes anteponen el triunfo a cualquier otra prioridad. Durante tu trayectoria has ido tomando decisiones que te han permitido tener ese equilibrio entre la familia, tu relación de pareja y tu trabajo. Ahora, la ilusión que tienes por seguir creando y la perspectiva de ser activa son fantásticas. Si sigues con esa misma pasión e iniciativa, seguro que saldrá algo.
Puedes hacer un sencillo ejercicio que te ayudará a ver más claro las señales: coge una pequeña caja y ve introduciendo en ella aquellos objetos o cosas que te vayan llamando la atención. Ve colocando y priorizando, poco a poco, aquello que te apasiona, que te agrada y significa algo para ti. Realiza el ejercicio durante quince o veinte días. Cuando revises los objetos y asuntos que has elegido, quizá te den algún indicio de lo que podrías hacer.
QUIERO DISFRUTAR SOLA DE MI VEJEZ
Tengo una pareja que ha sido mi amor durante años. Hace un tiempo me engañó y se enamoró perdidamente de otra mujer, que me consta que aún hoy añora. En aquel momento comenzaron mis preguntas y mi calvario. Todo se acabó para mí: no confío en él y hasta se murió el deseo de que tengamos relaciones. Hoy quiero quedarme sola, sin nadie, y disfrutar de mi vejez. Pero no sé cómo hacerlo.
Marzo de 2012
Responde: Esperanza López
Es natural que tanto hombres como mujeres sintamos atracción por personas que no son nuestra pareja legal. La diferencia está en la capacidad de unos y otros para mantener el compromiso de fidelidad contraído con la pareja.
En ocasiones, el dolor producido por una traición nos impide valorar lo positivo de la persona que nos defraudó, sus cualidades, el cariño y los cuidados que nos sigue ofreciendo. Reconocer esto es uno de los pasos para llegar a perdonar la ofensa recibida, pero para llegar a perdonar es imprescindible desear hacerlo primero. Supongo que habréis hablado en repetidas ocasiones sobre el tema, pero no parece que eso haya mermado tu resentimiento. Si no puedes superar aquel suceso, quizá hacer terapia te ayude a pasar página, bien para conseguir perdonarle, bien para iniciar tu nueva vida sin rencores que te impidan disfrutar de lo que hagas en adelante. Aunque hables de ti relacionándote con la vejez, tienes mucha vida por delante.
4. LA PLAGA DEL ALZHÉIMER
La palabra alzhéimer anuncia uno de los territorios de la salud donde resulta más difícil mirar al horizonte con optimismo, incluso para quienes, como yo, tendemos a ver siempre la botella medio llena. Hay una realidad insoslayable que se precipita sobre nuestra sociedad con el aplomo de la fuerza de la gravedad: cada vez vivimos más años, lo que implica que entre la población crecen las posibilidades de acabar sufriendo un deterioro neuronal cuyo principal factor para su desencadenamiento es, precisamente, la edad. Si hace trescientos años nuestros antepasados no hablaban de esta dolencia no era sólo porque carecieran de medios técnicos para diagnosticarla. También se debía a que los bajos índices de longevidad de aquellas épocas impedían que esta plaga que arrasa a las neuronas a partir de cierto momento de la existencia se pusiera en marcha. Ahora, en cambio, los avances médicos y la mejora de la calidad de vida que nos permiten retrasar la muerte hasta fechas que habrían sido impensables en el pasado, están obligando a un número cada vez mayor de personas a convivir, la mayoría de las veces sin saberlo, con un cronómetro caminando hacia atrás en su interior. En estos casos, cada mañana falta un día menos para que el alzhéimer asome su tétrico rostro.
Mi pesimismo en relación a esta plaga llega hasta aquí, y aquí se detiene. Es cierto: cada vez va a haber más cerebros de edad avanzada padeciendo una dolencia para la que, a fecha de hoy, no existe cura. Pero a partir de este punto empieza a abrirse en la comunidad científica, y en mis propias perspectivas, un hilo de esperanza que me permite recuperar el optimismo. En esa carrera que la neurología mantiene contra el alzhéimer, cada vez conocemos más y mejor el terreno que pisamos, y, si bien todavía no estamos en disposición de vencerlo, hoy somos capaces de detectarlo antes y de amortiguar su impacto en mayor medida que antes.
Sabemos desde hace tiempo que las personas que padecen la enfermedad sufren una acumulación anormal en el cerebro de dos proteínas conocidas como péptido beta-amiloide y la proteína tau, que interfieren con el correcto funcionamiento de las células cerebrales hasta causar su muerte. Con el tiempo, el daño se expande por todo el cerebro y llega a regiones como el hipocampo, la estructura donde se generan nuestros recuerdos. Por ello, cuando los fallos de memoria se hacen llamativos empezamos a sospechar de esta enfermedad. Inquieta pensar que, en la inmensa mayoría de los casos, cuando se detectan los primeros síntomas, la neurodegeneración lleva ya un largo proceso de avance inexorable, mientras que el cerebro permanece silencioso.
La investigación se centra actualmente en afinar los sistemas de detección previa de la enfermedad, advertidos de que, según un reciente estudio del Hospital Clínic de Barcelona, de media suelen transcurrir once años desde que el ataque a las neuronas se pone en marcha hasta que se manifiestan los primeros síntomas, que no siempre tienen que ver con la pérdida de memoria, sino que a veces están relacionadas con alteraciones de la conducta, el lenguaje o la vista. Por ello, aparte de buscarle una cura, la comunidad científica trabaja para dar con métodos sencillos y precisos de diagnóstico temprano, ya que, como en otras dolencias, es de vital importancia la detección precoz.
Esto ofrece la posibilidad de iniciar el tratamiento antes y, sobre todo, facilita al paciente una información muy valiosa referente a cómo él desea vivir los años que le esperan, en los que la enfermedad va a seguir avanzando sin contar con su opinión. Es por esta grieta, la de la detección anticipada de la afección, por donde la ciencia está intentando hincarle el diente al alzhéimer. Y cada vez se acumulan más señales que permiten mirar al futuro con confianza. De hecho, ahora sí es posible el diagnóstico temprano mediante pruebas que detectan la presencia de las proteínas anómalas (beta-amiloide y tau) en el líquido cefalorraquídeo o en la sangre. Además, las nuevas tecnologías de imagen cerebral, como la tomografía de emisión de positrones (PET) que detecta las placas amieloides, se utilizan ya para el diagnóstico. Saber con antelación que se porta la enfermedad, aunque aún no permite adoptar terapias preventivas que sean realmente efectivas para parar su avance, al menos hace posible encajar este nuevo panorama vital cuando el enfermo se encuentra aún en el pleno dominio de sus facultades.
Hoy sabemos también que no todos los casos de alzhéimer son iguales, y que existen dos categorías principales: la forma esporádica y la hereditaria. Este último tipo es muy poco común: aparece en menos del 10 por ciento de los pacientes, normalmente de alrededor de cuarenta años, y está relacionado con mutaciones genéticas. Las formas esporádicas de la enfermedad constituyen la inmensa mayoría de los casos, y se manifiestan en personas de edad avanzada. En su desencadenamiento hay múltiples factores involucrados, siendo la edad el más importante. La identificación del menú de causas que hacen que se active la enfermedad hará posible el diseño de rutinas y tratamientos que ayudarán a retrasar su inicio.
La investigación genética concentra en este momento muchas expectativas en la frontera del alzhéimer. La identificación exacta de los genes implicados en esta enfermedad y el reconocimiento de su patrón de actuación abrirá en el futuro la puerta a la intervención mediante terapia génica. Y cada vez se acumulan más señales que permiten mirar al futuro con confianza. Actualmente, diez hospitales españoles participan en un proyecto internacional, en colaboración con otros ciento cuarenta centros repartidos por veintiocho países, cuyo objetivo es hallar un anticuerpo que, mediante inmunoterapia, impida la acumulación de proteínas beta-amiloide y tau en las células del cerebro. Ya no es una utopía soñar con medicamentos contra el alzhéimer. De hecho, la revista Science ha publicado recientemente un trabajo de investigación que señala que el Bexaroteno, un agente terapéutico utilizado para tratar el cáncer, revierte eficazmente los efectos neurodegenerativos en ratones que sufren la enfermedad. Los resultados han sido espectaculares, sobre todo porque se ha descubierto que esta droga no tiene efectos nocivos para el paciente, lo que permite pensar en inmediatos ensayos clínicos.
Asociada a la vertiente médica y científica del alzhéimer, hay una dimensión social que, siendo quizá la más dolorosa, no está suficientemente atendida, a pesar de la importante penetración que esta enfermedad tiene hoy en nuestras vidas. Se calcula que una de cada diez personas mayores de sesenta y cinco años padece actualmente este tipo de demencia en distintas fases de desarrollo. De cara al futuro, los cálculos más optimistas prevén que en 2030 habrá sesenta y tres millones de pacientes con esta dolencia en el mundo. Sólo en España, hoy hay ochocientos mil enfermos de alzhéimer. Si tenemos en cuenta que suele haber dos personas al cargo de cada paciente, resulta que este mal le está complicando la vida a una población de dos millones y medio de individuos. Curiosa esta enfermedad que va erosionando la capacidad cognitiva y memorística de las personas pero que, sin embargo, respeta hasta el último momento la dimensión afectiva del paciente. Alcanzada una fase avanzada del deterioro, el enfermo de alzhéimer se olvidará de todo excepto de saber quién le quiere. Como confirma José Luis Molinuevo, neurólogo del Hospital Clínic de Barcelona, esto demuestra que la memoria emocional está ligada a los circuitos neuronales más esenciales, básicos y primitivos del ser humano.
La mayoría de las veces, el seguimiento de esta terrible afección tiene lugar en el propio seno familiar de los enfermos. Son los cónyuges, hijos, sobrinos y allegados más cercanos los que, sin contar con las herramientas necesarias ni saber cómo actuar en la mayoría de las ocasiones, están haciendo frente al reto de atender a personas que, día a día, van viendo reducida su capacidad de comprensión y movimiento. Esta situación está generando un sordo dolor social que queda soportado y enjuagado en la intimidad de las familias, y al que la comunidad deberá hacer frente más pronto que tarde, dada la magnitud que está alcanzando este síndrome en nuestros días. Las frecuentes consultas recibidas en el departamento del Apoyo Psicológico Online (APOL) de la Fundación Punset dan buena prueba de este malestar. Son muchos los casos de familiares agotados, confusos, perdidos y con síntomas de burnout ante el reto al que se enfrentan, por lo que se hace necesario introducir una nueva dimensión en los estándares médicos que gestionan esta enfermedad: no sólo hay que atender al paciente, también es urgente empezar a cuidar al cuidador.
CÓMO RECONOCER LOS PRIMEROS SÍNTOMAS DEL ALZHÉIMER
Desearía saber cómo reconocer los primeros signos y síntomas en el desarrollo del alzhéimer, y en qué momento se debe acudir al profesional, así como qué especialidad sería la adecuada para su tratamiento. Me preocupa pensar que algunos familiares cercanos lo puedan estar padeciendo, o que yo mismo pueda acabar desarrollándolo en el futuro.
Abril de 2012
Responde: Cecilia Salamanca
Los síntomas del alzhéimer suelen contemplar tres etapas. En la primera, aparece una pérdida de energía y espontaneidad, merma levemente la memoria, hay cambios de humor y se suele dar una especial dificultad para el aprendizaje de nuevas tareas. Es habitual que aparezcan situaciones de confusión, así como complicaciones a la hora de planificar y organizar tareas. El deterioro afecta tanto a las relaciones familiares como al trabajo. En la segunda etapa, la persona necesita ayuda para realizar muchas de las actividades que anteriormente podía hacer por sí misma. La memoria a corto plazo es escasa, aunque perdura la memoria a largo plazo. Por último, en la tercera etapa la persona se vuelve dependiente en casi todas las actividades cotidianas. En esta fase los enfermos de alzhéimer son incapaces de reconocer a familiares y no tienen conciencia de estar enfermos.
Desde la aparición de los primeros síntomas, la enfermedad suele tardar unos diez años en desarrollarse, aunque en algunos casos pueden trascurrir hasta veinte años. La sintomatología de la demencia incipiente puede confundirse con la de la depresión, ya que en ambos casos aparecen cambios de humor, confusión y problemas de atención. Actualmente existen instrumentos de cribado, como el Addenbrooke’s Cognitive Examination (ACE), capaces de diferenciar de forma eficaz la depresión del alzhéimer. Respecto a la conducta, los que sufren este tipo de demencia a veces manifiestan tendencia a fabular: el sujeto intenta llenar las lagunas causadas por la pérdida de memoria a través de la invención.
ALZHÉIMER Y DEPRESIÓN EN CUIDADORES
La madre de mi marido tiene alzhéimer avanzado. Recientemente decidieron internarla en una residencia, donde está bien atendida. Mi marido lleva muchos años muy preocupado, y ahora que ella está ingresada y más controlada, sigue estando igual de angustiado, o incluso más, y magnifica cualquier cosa que no le gusta de la residencia. Entiendo que se preocupe, pero no que se obsesione. Le ha aparecido una dermatitis seborreica enorme en el cuero cabelludo, que según el dermatólogo es de origen emocional. Ha perdido el apetito, apenas tenemos encuentros emocionales en la pareja y con escasísima frecuencia mantenemos relaciones sexuales. Me gustaría que entendiera que es importante cuidarse y sobrevivir al enfermo de alzhéimer, pero al mismo tiempo no quiero que me vea como esa enemiga que le da consejos, que es lo que con frecuencia me acusa de ser.
Septiembre de 2012
Responde: Paula Garcia-Borreguero
Los efectos del alzhéimer también recaen sobre los cuidadores y familiares, en todos los niveles. Aprender a cuidarse, darse cuenta de que es necesario dedicar tiempo para uno mismo, poner límites al enfermo, pensar en el futuro y anticiparse son algunas de las atribuciones de los buenos cuidadores. Llama la atención, sin embargo, que muchos de ellos tienden a rechazar el apoyo exterior, aun necesitándolo mucho, a veces por sentimientos de culpa u obligación moral.
Los problemas que aparecen en los cuidadores con más frecuencia son: hipocondría, sobreimplicación emocional con el enfermo, obsesión por centrarse todo el día en el paciente, irritabilidad e insomnio. Un alto porcentaje descuida o abandona las atenciones que daban a otros familiares, como parece que le está ocurriendo a tu marido.
Te recomiendo que invites a tu marido a hablar con vuestro médico de atención primaria o con alguno de los psicólogos que, generalmente, las residencias especializadas tienen a disposición de los familiares.
SENTIMIENTOS DE CULPA AL LLEVAR A UNA MADRE CON ALZHÉIMER A UNA RESIDENCIA
He vivido con mi madre desde que me separé de mi marido, hace diez años, y ahora mis hermanos y yo hemos tomado la decisión de ingresarla en una residencia, pues la situación se había vuelto muy dura para mí: tiene principio de alzhéimer y está ciega. Sería lógico pensar que ahora me encuentro más descansada y tranquila, pero no es así. Mi madre no quiere estar allí, aunque si vas a verla se olvida pronto de que has estado. No consigo controlar los sentimientos de pena, soledad, culpa y tristeza que me invaden. Creo que cada vez me siento peor. Voy a verla casi todos los días. Si voy, sufro; y si no voy, también. Me resulta muy complicado explicar esto a mis hermanos. ¿Podrían ayudarme, indicándome algún tipo de reflexión, ejercicios o pautas a seguir? No tengo posibilidad de asistir a las reuniones de familiares de alzhéimer de mi ciudad porque son incompatibles con mi horario laboral.
Junio de 2011
Responde: Gabriel González
Esos sentimientos de pena, tristeza e incluso culpa son propios de una situación como la tuya: conoces muy bien a tu madre, sabes su opinión sobre la residencia y te hace sufrir que esté allí. Es fundamental que reconozcas esos sentimientos y los aceptes. También es bueno que aprendas a ver las cosas positivas que tiene la situación actual: la residencia te da la oportunidad de estar con ella sin la angustia ni la preocupación de si lo estarás haciendo bien, pues ellos se encargan de esto.
Ten presente que en este proceso no estás perdiendo la relación con ella, sino al contrario: la cuidas y la mantienes, y eso es lo importante en estos momentos. Es muy conveniente que disfrutes de ella, sabiendo lo que habéis compartido, y que encuentres espacios en los que puedas agradecerle todo lo que ha hecho por ti. También es posible que tus hermanos sientan algo parecido a lo que estás sintiendo. Compartirlo, si no ahora quizá más adelante, te ayudará a utilizarlos como soporte de cara a lo que ocurra en el futuro.
BURNOUT EN FAMILIARES DE ENFERMOS DE ALZHÉIMER
Tengo a mi madre enferma de alzhéimer desde hace ya siete meses. Ella tiene ocho hermanos, pero ninguno ha venido a verla. Nos hemos ocupado mi marido y yo de atenderla, aunque ahora está en una residencia. Estos meses han sido horribles para mí. Me he sentido sola al afrontar la enfermad de mi madre, tomar decisiones, llevarla a médicos e ingresarla en una residencia. Sólo he tenido el apoyo de mi marido.
Resulta que ahora los hermanos de mi madre dicen que van a venir a verla. Quieren visitarla cuando ellos quieran, sin consultar nada conmigo, imponiendo sus horarios. Además, me da la sensación que sólo vienen a criticar. No les gusta que mi madre tenga una habitación compartida en la residencia, ni que la habitación carezca de baño. No sé cómo afrontar sus críticas, ni cómo hacerme oír ante sus imposiciones. Necesito ayuda, porque esto me pone muy nerviosa.
Diciembre de 2010
Responde: Paula García-Borreguero
«Mi conciencia tiene, para mí, más peso que la opinión de todo el mundo.» Esta cita de Cicerón habla de cómo uno debe actuar en base a su conciencia, independientemente de las opiniones ajenas; más cuando no han participado en las tomas de decisiones.
Mientras tanto, cuídate. El síndrome de burnout en cuidadores de pacientes con alzhéimer está descrito como un profundo desgaste emocional y físico que experimenta la persona que convive y cuida al enfermo. Se caracteriza por la desmotivación, la depresión, la angustia, la fatiga, el agotamiento, la irritabilidad, y la sensación de estar desbordado por la situación. Por eso, te recomiendo que descanses y dediques ratos para ti misma y tu marido. Haz ejercicio, queda con los amigos, desahógate con la gente que tienes cerca, delega y comparte las decisiones médicas y del bienestar de tu madre con el personal especializado de la residencia para sentirte protegida. Por último, valora la posibilidad de recurrir a ayuda profesional si tu estado nervioso va en aumento.
5. LUCHAR CONTRA EL ENVEJECIMIENTO ES POSIBLE
Hay un detalle relacionado con la muerte que solemos pasar por alto, a pesar de lo enormemente familiarizados que estamos con el último suspiro y las infinitas vueltas que le hemos dado desde hace más de cinco mil años a ese trascendental desenlace: antes de que una persona fallezca, incluso en el segundo previo a la postrera exhalación, todas sus células y órganos, sin excepción alguna, están luchando por sobrevivir. Ninguno tira la toalla y se deja desfallecer, sino que todas las partes del organismo y el sistema en su conjunto cumplen hasta el momento final con la misión que tiene encomendada: trabajar para garantizar la vida. Es como si nuestro ser al completo estuviera programado para seguir funcionando indefinidamente. De hecho, después de muchos años de investigación a vueltas con el mundo de Tánatos, aún no se ha encontrado prueba alguna que permita pensar que la muerte está prevista en el protocolo de nuestro diseño. «En realidad, no estamos programados para morir», me advertía muy solemne un día Tom Kirkwood, director del Instituto de Envejecimiento y Salud de la Universidad de Newcastle (Reino Unido).
Este descubrimiento pone patas arriba el modo como nos veníamos planteando hasta ahora la existencia y su caducidad. Si incluso la más diminuta e insignificante de nuestras células está ensamblada para porfiar por seguir adelante y no existe ni un solo mensaje en nuestro código genético que nos prepare para el fallecimiento, esto significa que la lucha contra la muerte y por el alargamiento indefinido de la vida cobra más sentido que nunca. Se trataría, pues, de aliarnos con nuestra propia naturaleza y que descubriéramos cuáles son los mecanismos que garantizan esa supervivencia, así como los que promueven el deterioro de las células. ¿Podemos ponernos del lado de la vida para vencer a la muerte?
La ciencia lleva entregada a esta aventura bastante tiempo. De momento, ya hemos sido capaces de comprobar hasta qué punto lo que nos da la vida es, a la vez, el principal causante de nuestro final. El oxígeno es el combustible que nos mantiene en marcha; sin él no duraríamos en pie más de unos minutos. Sin embargo, éste es un material tremendamente corrosivo. Sólo hay que ver el efecto que tiene sobre una manzana abierta por la mitad: tarda poco en oxidarla. Respecto a nuestro organismo, el rostro siniestro del oxígeno se llama «radicales libres». En las mitocondrias, los orgánulos encargados de proporcionar energía a las células, cada segundo se queman incalculables cantidades de oxígeno. Sin embargo, la combustión del oxígeno genera residuos en forma de radicales libres, y es, precisamente, la acumulación de estos radicales libres y otras sustancias reactivas de oxígeno lo que da lugar al daño celular.
A escala genética también hemos descubierto la llave maestra del envejecimiento. La vida sería eterna si la división celular que garantiza nuestra supervivencia lograra que las sucesivas copias de las células fueran exactas y nunca se produjeran mutaciones. Sin embargo, los largos cordones de cromosomas donde va inscrito nuestro código genético están protegidos en los extremos por unos filamentos, llamados telómeros, que son como el plástico protector que hay al final de los cordones de los zapatos: evitan que se deshilachen. Cuando el ADN de una célula se replica y se copia para dividirse equitativamente entre las dos células hijas, las secuencias que forman los telómeros van perdiendo capacidad para duplicarse, por lo que se acortan con cada ciclo de reproducción celular. División tras división, el tamaño de los telómeros disminuye, hasta que acaba dejando desprotegido al ADN de la célula. Es, a escala molecular, el relato de una muerte anunciada.
Este hallazgo ha abierto la posibilidad de actuar contra este fatal desenlace mediante el uso de telomerasa, que es una enzima que cumple una función reparadora ante los telómeros. A estas alturas de la investigación, la clave está en lograr que este tipo de tratamientos logren proteger a los guardianes del ADN sin provocar, como efecto secundario, la formación de tumores. Tengamos presente que la vida consiste en mantener un equilibrio entre las agresiones que sufren las células y la capacidad regenerativa que éstas poseen. Mientras el poder reparador de los tejidos sea superior al bombardeo que éstos reciben, la vida se mantendrá. Cuando el deterioro sea mayor que lo que se repone, se desencadenarán el envejecimiento y la muerte.
La intuición nos invita a pensar que el primero de estos escenarios define el patrón biológico de la juventud y el segundo nos habla de la senectud. Es así, pero no al cien por cien. La ciencia ha descubierto recientemente que la edad biológica no tiene nada que ver con la edad cronológica de los seres vivos. Y mientras que aquélla no se puede cambiar, porque la marca el calendario, la edad biológica si varía, ya que indica el estado en el que se encuentra el organismo en un momento determinado. La identificación de toda una serie de biomarcadores asociados al envejecimiento nos permite hoy calcular el grado de deterioro real que tiene un organismo. Dicho de otro modo: hoy podemos medir lo mucho o poco que un individuo ha avanzado hacia su encuentro con la muerte natural.
Así, se ha comprobado que uno de los marcadores más eficaces que hay para calcular el grado de envejecimiento es el sistema inmunológico. La capacidad de las células y el organismo en su conjunto para defenderse de las agresiones externas es un indicador de su salud, de modo que un sistema inmunitario mal regulado dispara la posibilidad de sufrir infecciones, que suelen ser causantes de oxidaciones en los tejidos, y por lo tanto facilitan su deterioro. Curiosamente, esa cualidad autoprotectora no va emparejada a la edad, sino que, como me recordaba la fisióloga Mónica de la Fuente, los individuos que viven más años son los que consiguen mantener joven por más tiempo su sistema inmunitario. ¿Y esto de qué depende? Principalmente, de que mantengamos una dieta sana, hagamos deporte, vigilemos unos hábitos saludables y huyamos de sustancias tóxicas y drogas, sin olvidar vigilar nuestro equilibrio mental, que es uno de los garantes de un sistema inmunológico adecuado.
Medir la vida por la edad que señala el DNI se ha confirmado como un tic mental erróneo, lo cual es una gran noticia para los que nos movemos por edades avanzadas. Pero también para los jóvenes, pues tienen al alcance de su mano la posibilidad de incorporar a sus rutinas una serie de hábitos saludables que les van a permitir vivir más años de los que vivieron sus antepasados. De la Fuente compara este planteamiento con la descripción de un viaje: si nos desplazamos muy rápido, llegaremos antes a nuestro destino, que es la muerte, y nos parecerá que la ruta ha durado poco. Pero si el desgaste de nuestro capital vital acontece más lentamente, gracias a todas las prevenciones que sugieren los manuales de la vida saludable, viviremos más años. Referido al cerebro, el neurobiólogo Fernando Gómez-Pinilla me daba un día una explicación parecida, aunque él apelaba a una magnitud diferente, la «reserva cognitiva», que el especialista describía como una especie de «banco del cerebro» que administra su potencial, de modo que todo lo que se pueda ahorrar durante la juventud, manteniendo una alimentación equilibrada y haciendo deporte, se podrá recuperar en la vejez.
Como me advertía un día el cirujano plástico Vincent Giampapa, cofundador de la American Academy of Anti-Aging Medicine (Estados Unidos), «nosotros mismos poseemos en nuestras células la tecnología necesaria para mejorar nuestra salud». Lo único que necesitamos es aprender a utilizar el mensaje que está inscrito en el interior de nuestro código genético. Este investigador está en línea con otros especialistas de los secretos del envejecimiento, como Aubrey De Grey, biólogo de la Universidad de Cambridge que prevén que en un futuro no muy lejano alcanzaremos fácilmente cotas de supervivencia de ciento veinte años. ¿Ciencia ficción? El tiempo nos dirá hasta dónde somos capaces de ganarle la batalla a nuestro reloj biológico.
VERDADES Y MENTIRAS DE LA MELATONINA Y EL ENVEJECIMIENTO
Estoy interesado en averiguar detalles sobre la melatonina y su poder contra el envejecimiento. Soy muy escéptico y la información que encuentro me provoca una gran duda, ya que desconfío mucho de tanta propaganda. Por eso os escribo: quisiera conocer, con base científica, las verdades y mentiras de la melatonina y los efectos de la glándula pineal.
Diciembre de 2010
Responde: Noelia Sancho
La melatonina es una hormona segregada por la glándula pineal que participa en una gran variedad de procesos celulares, neuroendocrinos y neurofisiológicos. Una de sus funciones más características es la regulación del reloj biológico humano.
A la melatonina también se la llama «la hormona de la oscuridad», ya que normalmente su producción se ve inhibida por la luz y estimulada por la oscuridad. La melatonina induce a la actividad en animales nocturnos y lleva al sueño en los diurnos.
Son de especial interés los posibles beneficios de la melatonina sobre el sistema nervioso central. Actualmente se estudia si podría inhibir la muerte celular que ocurre en enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer o el párkinson. Sobre el envejecimiento del cuerpo no está claro si la disminución natural en la producción de melatonina asociada con la edad es la responsable de algunos de los síntomas del envejecimiento. En Estados Unidos no está aprobado su uso como fármaco, pero sí se puede vender como suplemento dietético. En Europa, algunos países han legislado y permitido su uso. Su comercialización en España aún no está autorizada.
¿MANTENER RELACIONES SEXUALES ACORTA LA VIDA?
Un día escuché que mantener relaciones sexuales con otra persona hace que te mueras más rápido. Y me lo creo, no digo que no. Tampoco me preocupa. Mi pregunta es: ¿masturbarse también hace que te mueras más rápido?
Diciembre de 2010
Responde: Gabriel González y Nila Vázquez
Las investigaciones siempre han defendido el planteamiento opuesto: mantener relaciones sexuales habitualmente alarga la vida, ya que incrementa el sistema inmunológico, previene el desarrollo de las enfermedades y tiene un efecto analgésico que ayuda al individuo a resistir mejor el dolor, independientemente de si el acto sexual es a través de la masturbación o del acto sexual coital. También previene de enfermedades cardiovasculares, en contraposición de lo que se sospechaba hasta ahora.
Mientras que uno se sienta bien consigo mismo y con el resto de personas, todo aquello que lleve a cabo en su vida será mucho más placentero, le hará tener la sensación de tener una vida más plena y, en definitiva, le convertirá en alguien mucho más feliz. Se muera antes o después, habrá disfrutado de su tiempo.
SIENTO MIEDO A QUEDARME SOLA CUANDO MI PADRE MUERA
Soy hija única, no tengo madre ni pareja ni hijos. Sólo tengo a mi padre y me preocupa su envejecimiento y la idea de su muerte. No es que esté enfermo, pero tiene ochenta y tres años y sé que, inevitablemente, morirá. Sólo pensarlo me hace estremecerme, no imagino la vida sin él, estoy demasiado apegada a su figura. Soy totalmente consciente de que tengo un gran problema y quiero ponerle solución. No puedo soportar la idea de que vaya a morir, sólo imaginarlo me hace sentir una angustia espantosa y pierdo la noción de la realidad. Me da miedo que llegado el momento pierda la razón y cometa alguna locura porque, en definitiva, no hay nada que me ate a este mundo. Por muchos buenos amigos y familiares que tenga, como él no hay nadie.
Llevo tres años intentando tener un hijo, creyendo que esto podría ayudarme, pero no sé si ésta sería la solución a esta futura pérdida. El solo hecho de pensar que tendría dejar de atender a mi padre para atender a mi bebé hace que rechace esta idea. Como veis, tengo dos grandes problemas: uno es cómo afrontar y superar el envejecimiento y la muerte de un padre, y otro decidir si debo o no tener un hijo.
Octubre de 2011
Responde: Sandra Borro
Durante la infancia, las niñas desarrollan lo que el psicoanálisis denomina «complejo de Electra»: tienen mejor relación con el padre que con la madre. Al llegar a la pubertad, ese afecto se ve desplazado: la niña renuncia a sus deseos y acaba identificándose con su propia madre para convertirse en una mujer y tener sus propios hijos con otro hombre. No sabemos por qué, pero ese proceso no se ha completado en tu desarrollo emocional y permaneces apegada a tu padre sin poder hacer nada más en tu vida. Tan sólo una psicoterapia individual podría desvelarte los profundos motivos que te llevaron a encontrarte en esta situación.
Es normal que te angustie pensar en la muerte de tu padre, sobre todo porque en este momento él se ha convertido en la única razón de tu vida. Hablas de tener un hijo para suplir la futura ausencia de tu padre, pero ésa no es una buena razón para tener un hijo. Si no aprendes primero a quererte y a cuidar de ti misma, volverías a repetir el mismo tipo de relación que estableces ahora con tu padre.
NO QUIERO ENVEJECER
Hace meses que estoy bastante desesperado. De forma repentina, me he dado cuenta de que la vida va en serio, que envejeceré y moriré. Siento terror ante la idea de la muerte y la no existencia. Es como si quisiera saber a dónde voy a ir, dónde estaré cuando no esté. No encuentro el rumbo, la motivación, el sentido, la explicación a mi vida. De pronto se me han caído todos los esquemas, todas las teorías, mis proyectos, mis ilusiones, mis sueños. Siento que nada tiene sentido. Estoy paralizado, como si mi inactividad y mi inmovilidad fueran a detener el paso del tiempo. No quiero que mis padres envejezcan. No quiero envejecer. Siento que no puedo afrontar la realidad de la vida, la enfermedad, el envejecimiento y la muerte.
No consigo volver a soñar ni tener ilusión más allá de las pequeñas cosas que me propongo para pasar el día. Me siento muy negativo y pesimista. No encuentro la motivación para emprender con la fuerza necesaria los proyectos que intento plantearme. No veo la esperanza que tanto busco.
Diciembre de 2009
Responde: Sandra Borro
Hasta ahora nos preguntábamos si había vida después de la muerte, pero una visión más actual es si hay vida antes de la muerte, es decir, si la exprimimos y saboreamos en cada momento. Pensar constantemente en el futuro o en el pasado son dos modos de no vivir. Una forma de aliviar esa tendencia es recurrir al mindfulness, una técnica basada en la conciencia plena que nos ayuda a centrarnos en el aquí y el ahora. Proviene de la meditación oriental y se basa en la idea de que nuestro cuerpo y nuestra mente deben estar en sintonía para vivir el momento presente.
Investigaciones recientes concluyen que los grandes planes y expectativas no dan la felicidad. Son los refuerzos inmediatos, las pequeñas alegrías que nos da el día a día los que van construyendo la base de nuestra satisfacción. Para conseguir estar más cerca de la armonía podrías empezar por cambiar el foco de atención de tus pensamientos y sentidos, centrándote en todas las cosas que te suceden, que hoy tienes y de las que puedes disfrutar. Has que evitar que la angustia de perderlas te impida valorar lo que ahora tienes.