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Cuando trabajamos. La crisis como oportunidad

1. NAVEGANDO EN EL NUEVO ECOSISTEMA LABORAL

Al calor de la crisis económica que estamos atravesando, nos hemos acostumbrado a oír una frase que comienza a sonar en nuestras cabezas como un mantra: «Después de esto, ya nada será igual». Hay quien emite esta reflexión como si dejara caer una sentencia apocalíptica y sombría, y quien lanza el comentario invitando a ver en esta coyuntura una oportunidad idónea para el cambio y la mejora. Como habrán intuido, me encuentro entre los segundos. Esta recesión va a marcar un antes y un después en multitud de áreas de nuestra vida cotidiana. Pero esta circunstancia, lejos de ser un acontecimiento negativo, supone el alumbramiento de un nuevo tiempo, en el que corregiremos errores cometidos en el pasado y adaptaremos nuestros sistemas de organización a las herramientas que la evolución y el desarrollo tecnológico han puesto al alcance de nuestras manos. Aún es pronto para verlo, pero lo veremos.

Uno de los terrenos en los que sin duda «nada va a ser igual» es el laboral. Ni la forma como nos relacionamos con el trabajo, ni el modo como lo gestionamos, ni los ritmos y hábitos que seguimos para abordarlo se van a parecer en el futuro a como los conocimos en el pasado. No hablo sólo de los oficios y profesiones que, debido al impacto que la tecnología está teniendo en nuestras vidas, habrán de aprender las próximas generaciones, que en nada van a coincidir con los que mantuvieron ocupadas a las masas obreras del siglo pasado. El gran cambio no es ése, sino más profundo, de definición, de concepto: así como el siglo XX fue el del reparto de la riqueza, el XXI será el del reparto del trabajo.

Ha saltado por los aires el paradigma del mundo laboral del que nos valíamos, y los sindicatos y los agentes sociales deberían tomar buena nota de este hecho incuestionable. Han de darse cuenta de que los esquemas con los que pretenden defender los derechos de los trabajadores ya no sirven, porque ni los trabajos son los mismos, ni los horarios se parecen, ni los escenarios tienen que ver, ni los sistemas de producción recuerdan a los que en el pasado hicieron mover la maquinaria económica mundial.

Es ingenuo pensar que podemos ir por la calle con una conexión al conocimiento mundial alojada en nuestros bolsillos en forma de teléfono inteligente y que nuestras relaciones laborales van a seguir siendo las mismas que hace cincuenta, treinta o incluso veinte años. El problema es que, como me decía un día Robert Mundell, premio Nobel de Economía, el del trabajo es un mercado de reacción lenta, a diferencia de lo que ocurre con el de capitales, cuyos terremotos y fugas son instantáneos. Pero no me cabe la menor duda de que esos cambios sin retorno en el ecosistema laboral acabarán teniendo lugar.

Algunos se vislumbran ya. A la luz de las cifras del paro que manejamos en estos años es fácil pensar que vivimos momentos de merma de las posibilidades laborales. En realidad no hay escasez de trabajo, sino una mala organización y reparto del mismo. Fruto de este erróneo diagnóstico, convivimos a diario con algunos paradigmas equivocados. Durante las últimas décadas se ha instalado en la sociedad la idea de que había que adelantar la edad de la jubilación para dar acceso a los jóvenes al mundo laboral. Entre prejubilaciones y similares fórmulas de retiro temprano, hemos malgastado una ingente cantidad de dinero y talento. Sin embargo, el paro sigue habitando entre nosotros, muy especialmente entre los jóvenes. Esa idea no ha servido para reducir el desempleo.

Algún día entenderemos que aquel camino era una equivocación. La esperanza de vida aumenta dos años y medio cada década, lo que demoscópicamente está llevándonos a alumbrar una enorme generación de veteranos que no va a hacer más aportación al sistema que ver pasar los días desocupada. En el futuro, ese capital humano no tendrá más remedio que seguir trabajando, pero su continuidad en el mercado laboral no supondrá pérdida alguna de empleo juvenil, sino que generará una riqueza que redundará en la creación de más oportunidades de trabajo para todos, incluidos los jóvenes. Lo comprobamos hoy en lugares como los países nórdicos o Suiza, que son los que cuentan con mayor índice de seniors —los que tienen entre 55 y 65 años— formando parte de la población activa y donde, precisamente, las tasas de paro son más bajas.

Una vida laboral más larga no hay por qué percibirla como una condena. El modelo del que hablo se distingue por contar con jornadas laborales más cortas, flexibles y adaptables, que faciliten la conciliación familiar. Algún día entenderemos que el mejor servicio que podemos hacer a la productividad del país no es mantener a los trabajadores hasta las tantas en las oficinas y las fábricas, sino ocuparles sólo durante unas cuantas horas, en jornadas cortas, y que el resto del tiempo estén en sus casas educando a sus hijos. Puede generarse el mismo Producto Nacional Bruto redistribuyendo de otra forma el tiempo que dedicamos al trabajo, el ocio, el cuidado de los niños y el retiro.

Para llegar ahí, es fundamental que previamente venzamos una contradicción alarmante que habita en nuestra sociedad: las personas sin trabajo son las que se declaran más infelices en las encuestas; sin embargo, la gente asocia el trabajo a un tiempo de incordio y a una sensación de malestar. Algo estamos planteando mal para que sigamos relacionándonos de esta forma tan improductiva y poco generadora de felicidad con la tarea que nos ocupa la mayor parte del tiempo que pasamos despiertos, y que con frecuencia acaba guiando nuestro destino. Lamentablemente, ni se enseña en las escuelas a los menores a descubrir su vocación, ni al llegar a adultos sabemos crear entornos laborables agradables y humanos, hechos a imagen y semejanza de nosotros mismos.

Los patrones de las relaciones laborales van a cambiar de piel, casi sin que nos demos cuenta. La crisis actual es el primer gran golpe de esa mutación. Los trabajadores que hoy son niños de corta edad tendrán que amaestrarse en nuevas competencias, que serán radicalmente diferentes a las que atendieron sus padres cuando accedieron por primera vez a sus puestos de trabajo.

Deberán aprender a elevar su rendimiento y su capacidad de concentración, así como la habilidad para trabajar en equipo de forma cooperativa, no competitiva, pues la producción en red, que dista mucho del trabajo en serie, va a ser la que marque la pauta de la generación de riqueza en el futuro.

La vida contemporánea ha derribado las fronteras y borrado los límites. Hoy las empresas españolas trabajan con fábricas de China y venden a clientes de Latinoamérica con diseños escandinavos e inspiración mediterránea. Se acabó aquello de saber sólo de lo mío y nada más que de lo mío. El mundo laboral será más líquido y difuso, y la flexibilidad alcanzará también al conocimiento que habremos de dominar para sobrevivir en ese nuevo entorno. No bastará con saber de lo nuestro, habremos de estar muy pendientes a lo que ocurre a nuestro alrededor.

El capital humano es la mayor garantía de riqueza de una compañía. Que en las últimas décadas se hayan acuñado términos como «síndrome del burnout» (el trabajador quemado por estrés) o «mobbing» (acoso laboral) revela hasta qué punto en los entornos laborales queda un largo camino por recorrer. Algún día nos daremos cuenta de que no hay conocimiento sin entretenimiento, y comprenderemos hasta qué punto es urgente evitar la dicotomía entre trabajo y placer.

CAMBIOS LABORALES QUE AFECTAN AL ESTADO DE ÁNIMO

Mi pareja trabaja en una empresa en la que, hasta hace poco, estaba muy bien, con un buen ambiente de trabajo, buen sueldo, posibilidad de extras y bien considerado. Sin embargo, y por intereses externos, la empresa hizo una reducción de plantilla muy importante, y aunque a él no le echaron, le cambiaron el horario y le redujeron el sueldo y la posibilidad de hacer horas extras. El ambiente en el trabajo también se ha enrarecido, y él se ha quedado como si le hubieran roto su equilibrio personal. Tiene la posibilidad de denunciar a la empresa por rebajarle el sueldo pero, si bien al principio sus compañeros estaban dispuestos a apoyarle, ahora parece que se han asustado por la crisis y dan largas a la posibilidad de la denuncia conjunta. Además, no se adapta al nuevo horario, ni parece que lo intente, y cada vez está más cansado e irritado. Sé que no puedo ni debo solucionarle el problema, pero ¿cuál debe ser mi actitud? ¿Cómo puedo ayudarle?

Marzo de 2011

Responde: Sandra Borro

Por norma general, en las empresas las malas noticias se dan bruscamente y sin tener en cuenta las graves consecuencias que pueden ocasionar. En el caso concreto de tu pareja, el efecto negativo de los cambios en su trabajo podría haberse suavizado con una entrevista personal en la que los trabajadores pudieran explicar sus quejas y en la que se explicaran las razones por las que se realizan los cambios. Un trabajador que no se ha sentido respetado como persona pierde motivación en el trabajo y puede cometer más errores o bajar su rendimiento. Trabajar en un entorno afectivo negativo provoca síntomas que van desde la pérdida de la autoestima hasta la ansiedad o la depresión.

Tu pareja se encuentra ahora ante el dilema entre denunciar y correr el riesgo de perder su trabajo o adaptarse a esta situación laboral hasta encontrar una salida negociada o un nuevo empleo. Como pareja puedes ayudarle escuchándole y demostrándole tu afecto y tu comprensión. Intenta crear un ambiente relajado y gratificante. Anímale a realizar actividades que os aporten bienestar, como practicar deporte, para que él no se centre en su tema y busque alicientes en otras cosas, ya que en ocasiones hay que aprender a convivir con el problema.

CRISIS ECONÓMICA Y ESTRÉS

Tengo treinta y cinco años. Soy una persona educada, amable, empática, con don de gentes. Llevo dos años parada y arrastro una situación económica muy difícil. He pasado de ser tranquila a agresiva. Estoy a la defensiva ante todo, preparada para atacar si algo no me gusta. Antes buscaba razonamientos, puntos de vista, evaluaba los problemas.

Marzo de 2011

Responde: Paula García-Borreguero

Aumento de la irritabilidad, continuo estado de alerta, cambios en el ánimo, preocupación por el futuro, reacciones impulsivas, trato brusco a los demás… Son algunos de los síntomas que nos indican que estamos estresados. En casos como en el tuyo, en el que las causas del estrés son inevitables (por lo menos hasta que no encuentres un trabajo), tenemos que aprender a hacer frente a esta situación. Dado que, por otra parte, no se trata de un estrés puntual, sino que parece prolongarse en el tiempo, es fundamental que utilices todos los recursos que tengas a tu alcance y no desprecies las ayudas que se te presentan.

Te recomiendo que compartas tus pensamientos y emociones con las personas que tengas cerca, que realices ejercicio, te alimentes bien, organices tu tiempo, seas asertiva y hagas una buena planificación de tus recursos, tanto de tiempo como económicos. Los estudios demuestran que el apoyo social es una variable moduladora de los efectos nocivos que tiene el estrés económico sobre la salud mental. Por lo tanto, refuerza y apóyate en tus amigos y familia. Por último, si ves que esto no es suficiente, te recomiendo que lo pongas en conocimiento de tu médico de atención primaria.

DESMOTIVACIÓN PERSONAL Y PROFESIONAL

Llevo años queriendo dejar mi trabajo, pero tengo treinta y ocho años, una hipoteca y vivo sola, además de que sin duda no es el momento adecuado para dejar un empleo fijo. Estoy a cargo de veinte personas, pero mi rama profesional no es la que yo siempre quise. Tras doce años haciendo lo mismo ya no encuentro motivación alguna para ir a trabajar, y eso que yo soy la encargada de motivar a los otros. Llego al trabajo con ansiedad, y pasan horas hasta que consigo calmarme. He estado peor, he tenido dos depresiones y crisis de ansiedad fuertes, pero me estoy dando cuenta de que he perdido la capacidad de afrontar los problemas y de que, cuando se me juntan todos, en lo primero que pienso es en el suicidio. Cada vez lo planeo mejor y lo veo más cerca.

Agosto de 2010

Responde: Gabriel González

Tienes que hacer un esfuerzo intenso por revisar cuáles son tus prioridades y comenzar a hacerlas realidad. Cuando te des cuenta de lo que realmente te llena puedes hacer un pequeño ritual en el que introduzcas en una caja roja todo aquello que focaliza la atención en un objetivo cercano. Conforme vayas llenando este pequeño joyero irás notando cómo todo lo que te rodea te ayuda a completar cada vez más esa caja.

Hasta entonces tendrás que determinar qué te toca hacer en estos momentos de tu vida profesional y personal y tratar de hacerlo lo mejor y lo más motivada posible. Ten en cuenta que cualquier situación te puede ayudar a aprender y puedes tomártela como una lección que te ayude a crecer y a enfrentarte a las situaciones. El formador empresarial norteamericano Stephen Covey habla del principio 90/10, en el que el 10 por ciento de la vida está relacionado con lo que te pasa y el resto con la forma como reaccionas ante lo que pasa. Ahora mismo los problemas te inundan, al no verlos con una mirada de aprendizaje, de la que puedas extraer algo. Los ves como una carga y un peso cada vez más grande, y eso te hace dejarte invadir por la ansiedad y la depresión.

QUIERO DEDICARME A UNA PROFESIÓN QUE ME MOTIVE

Tengo treinta años y ni la menor idea de qué hacer con mi vida profesional. Fui una alumna brillante en el colegio y el instituto, mis notas en selectividad fueron altas y pude entrar en medicina, donde más nota se pedía. Pero, después de tres años, dejé medicina y me cambié a otra carrera científica. Tras terminarla, comencé la tesis. Una vez más, la abandoné antes de acabarla y salté a un trabajo de comercial que no me llenaba en absoluto, pero que era más lucrativo que una beca. Ahora, tras enlazar dos trabajos de comercial y una época de paro voluntario, me encuentro de nuevo inmersa en un puesto que nada tiene que ver con lo que estudié, ni me reporta ninguna alegría.

Me siento frustrada y mediocre. Más aún cuando me comparo con amigos o antiguos compañeros que a estas alturas han definido su vida y la viven con éxito. No sé qué dirección tomar: si dar por perdida mi vida profesional y aceptar que el trabajo es sólo un medio para sobrevivir, o decidir que aún puedo enderezar mi camino hacia una profesión que me motive y también me alimente y hacer algo para conseguirlo. Si esto fuera posible, ¿cómo podría hacerlo a estas alturas, con tres décadas a las espaldas, gastos por doquier y el nivel de paro más alto de la historia?

Febrero de 2012

Responde: Rosa Català

La reflexión que realizas es muy valiosa y te coloca en el lugar justo para comprender que quizá algunas de las decisiones que has tomado en tu vida se podrían mejorar. En primer lugar, es crucial que averigües qué es lo que te gusta hacer. Encontrar y afianzar una vocación es un proceso continuo que atraviesa ciclos. Además, es dinámico, porque está sujeto a cambios constantes, y también gradual, ya que se van incorporando objetivos de forma paulatina de acuerdo con el aumento de conocimientos nuevos. Cuando tengas claro hacia dónde quieres dirigirte, debes tener presente que para crecer personal y profesionalmente en esa dirección hay que dedicarle tiempo y esfuerzo.

Hemos de buscar nuestras mejores aptitudes en cualquier situación, ya sea laboral o personal, y comprometernos con nuestros deseos para aumentar, grado a grado, la percepción de autoeficacia. Para estar a gusto con nuestra elección vocacional hay que correr riesgos. Debemos hacer caso a nuestras pasiones para conseguirlo. Sigue apostando por la búsqueda de aquello que te haga más feliz y confía en tus capacidades: son una fuente de oportunidad.

2. RUMBO AL LIDERAZGO EMPÁTICO

Hay quien piensa que las cosas suceden porque sí, fruto de una casuística opaca que esconde sus secretos en los misterios intrínsecos de los acontecimientos, no en los motivos de las personas que actuaron de ese modo tan particular en ese momento exacto. No comparto esa visión mistificadora de la realidad. Mi experiencia me dice que detrás de cada evento, sea éste una guerra, la creación de un imperio, la llegada de una crisis o la irrupción de una hambruna, nunca hubo otra causa que la mano del hombre. No son los vientos de la historia los que condicionan nuestra existencia; son la genialidad y la debilidad de las personas las que guían el devenir de los tiempos.

Por eso considero tan importante poner el foco en el factor humano para explicar por qué nuestro pasado fue el que fue, y también para augurar cómo podría ser nuestro futuro si prestamos la atención que debemos a las personas. Lo importante no es lo que pasa, sino qué le ocurre por dentro a la gente que está en el lugar y el momento justo en el que pasa lo que pasa.

Y esto funciona con similar eficacia en todas las escalas: igual en las familias que en los partidos políticos, lo mismo en los organismos internacionales que en las empresas. Cualquiera podría suscribir que invertir en microchips a finales de los años ochenta del siglo pasado era, en sí misma, una decisión acertada. De hecho, hubo muchos que lo hicieron. En Silicon Valley, California, se crearon en aquellos años muchas empresas dedicadas a este sector. Pero hoy no existen un centenar de Windows y Apple, sino sólo dos.

¿Por qué? ¿Era de mejor calidad el silicio con el que construyeron los chips y circuitos integrados de sus ordenadores? ¿Estaban hechas las placas-base de sus computadoras con una pasta especial? Obviamente, no. La diferencia entre estas entidades y las otras muchas que también nacieron en aquellos mismos años, pero que tuvieron un destino mucho menos afortunado, hay que encontrarla en las personas que formaron sus equipos y las que dirigieron sus pasos. ¿Acaso puede entenderse el éxito de Windows y Apple sin el talento personal y las cualidades para el liderazgo de Bill Gates y Steve Jobs?

Una empresa no es un organismo autónomo, ni un artefacto extraño, sino un grupo de hombres y mujeres trabajando hacia una misma meta. Y si el factor humano es importante en el rendimiento de los equipos, lo es aún más en la forma como el líder guía el rumbo de la compañía. No conozco ninguna empresa que haya tenido éxito en manos de un mal empresario. Por el contrario, sé de muchas que se fueron a pique cuando el presidente o el consejero delegado de turno no contaba con las cualidades de liderazgo necesarias para llevarla por buen camino.

Resulta extraño que algo tan trascendental para el devenir de las personas no se enseñe en las escuelas, siquiera en sus rudimentos más básicos. A mí nadie me dio jamás clases de liderazgo. Lo que sé lo tuve que aprender en la calle, unas veces imitando a otros, otras guiándome por mi intuición. Pero en mis tiempos se daba por hecho que al jefe le venía el liderazgo adherido al cargo, y que por el simple hecho de ocupar el despacho principal de la institución era ungido de una sabiduría única y especial para gestionar la empresa que al resto de miembros de la compañía nos era desconocida. Nada más lejos de la realidad, como pueden constatar tantos empleados como hoy sigue habiendo al cargo de malos empresarios que, aún en nuestros días, continúan cayendo en el vicio de actuar sin escuchar y prefieren mandar a dirigir. A esos jefes de hormigón les iría mejor si bajaran de sus pedestales para reconvertirse, o no tardarán en llegar otros a hacerlo por ellos.

Por fortuna, hoy la mayoría de las corporaciones no se guían por los patrones del pasado, cuando primaba el ordeno y mando sobre la atención a los equipos. Ya se encargan las escuelas de empresa de advertirles a los nuevos emprendedores que la cualidad más importante que ha de tener la cabeza visible de una entidad es la sensibilidad para mirar y escuchar a las personas que forman su capital humano.

Hay algo que no ha cambiado: tanto antes como ahora, es imposible hablar de liderazgo sin contar con ciertas dosis de carisma. Pero hoy esta facultad humana, capaz de promover en los grupos de individuos la necesidad de hacer algo juntos en una misma dirección, reside, principalmente, en la capacidad del líder para empatizar con sus equipos. El poder de fascinación que una persona llega a ejercer sobre un colectivo es la base del liderazgo, pero el carisma necesario para que esta fórmula funcione no lo dan ya la fuerza ni el dinero de la figura destacada, sino la habilidad que ésta tenga para hacer partícipe a todos en el proyecto, generando entre sus colaboradores la sensación de formar parte de algo que merece la pena. Sólo entonces se ponen en marcha los esfuerzos generosos.

No ha de extrañarnos que para el psicólogo Johan Bertlett, de la Universidad de Lund (Suecia), el factor más importante para crear un buen clima laboral sea la creación de una interacción positiva entre el individuo que ocupa el puesto de jefe o gerente y el resto de empleados. Un buen manager ha de enseñar a sus subordinados y alentarles para que asuman pequeñas tareas de liderazgo, delegando responsabilidades en aquellos que estén dispuestos a tomarlas.

La felicidad de los trabajadores debería aparecer en los esquemas de las corporaciones como uno de los objetivos más destacados, a la altura de la rentabilidad empresarial o el saneamiento de las cuentas. Entre otras cosas porque sin aquello nunca se alcanzará esto. Pero esa felicidad pasa por que los empleados perciban que controlan parte del proceso en el que participan, que son valiosos, y que la aportación que hacen a la empresa está directamente relacionada con lo mejor de sus cualidades personales. Es responsabilidad del líder lograr que esa identificación de sus trabajadores con la empresa acabe teniendo lugar y se fortalezca.

Los primeros colectivos humanos se organizaron eligiendo a diferentes líderes, uno para cada tarea, que normalmente se seleccionaban entre los que más sabían de esa función específica. Fue sólo cuando se asentaron las sociedades agrícolas y empezaron a acumularse excedentes, hace unos doce mil años, cuando aparecieron los primeros jefes globales, y con ellos la nobleza, la realeza y un concepto de liderazgo basado en el poder absoluto e incuestionable. Este modelo ha perdurado hasta que, hace unos cuatro siglos, el pensamiento científico hizo aflorar la necesidad de volver a buscar a los líderes que más saben de cada materia.

Según el psicólogo social Mark Van Vugt, la forma de liderazgo que impera hoy supone un regreso al modelo que había en las primeras tribus, donde los líderes eran elegidos, no impuestos. Hoy, tanto los empleados de una compañía como los individuos de una sociedad han dejado de percibir como imperiosa la obligación de permanecer en una organización despótica, ya que pueden marcharse fácilmente. Esta libertad da poder a los seguidores y se lo quita a los líderes, que están obligados a volverse más democráticos, buscar consensos y ganarse el visto bueno de los miembros del grupo.

Todos los estudios demuestran que el líder funciona con más eficiencia cuando es votado por sus colaboradores que cuando es ungido desde arriba. De igual forma, las investigaciones realizadas sobre el comportamiento social de animales y humanos ponen de manifiesto lo importante que es la correcta gestión de las emociones por parte de los miembros de un grupo, especialmente en el caso de quienes ejercen una posición de dominancia. David Barash, profesor de psicología de la Universidad de Washington explica que ciertas emociones fuertes, como el estrés, se pueden transmitir de manera muy palpable entre los individuos que forman parte de un colectivo. Pienso en la cantidad de jefes tóxicos como hay en las empresas dedicados a descargar en sus subordinados sus malos estados de ánimo. Creen que así se liberan de su malestar y hacen demostraciones de autoridad. En realidad, lo único que consiguen es contagiar el veneno que portan a sus equipos y hundir un poco más a sus empresas.

EJERCITAR LAS COMPETENCIAS PARA SER LÍDER

Me interesa el tema del liderazgo. Suelo despertar comentarios positivos en mi entorno y hay quien dice que tengo madera de líder. La verdad, no me gusta imponerme, ni ser la que más habla. Pero me gustaría saber cómo puedo descubrir si tengo dotes para liderar un proyecto. ¿Cómo averiguarlo? ¿Y qué características debe tener un buen líder?

Mayo de 2012

Responde: Rosa Català

Un buen líder debe tener sentido de autoconfianza, contar con una buena aceptación propia y ajena, conocer cuáles pueden ser sus limitaciones, ser muy autónomo en la toma de decisiones, cuidar las relaciones del entorno y las interacciones con personas de confianza, disponer de habilidades para la creación de vínculos favorables y, sobre todo, tener muy claras las motivaciones y metas.

La buena valoración de un líder está siempre relacionada con un alto índice de satisfacción de las personas de su grupo. En el marco laboral, el líder se convierte en una autoridad en varios niveles de actuación y de posición ante la vida, por lo que debe destacar en inteligencia emocional. Si sigues ejercitando las habilidades sociales que posees, día a día crecerá tu capacidad y podrás conseguir las competencias que deseas para aumentar el respeto y la autoridad.

COMUNICACIÓN ASERTIVA CON LOS EMPLEADOS

Soy propietaria de una pequeña empresa dedicada a los espectáculos, junto con otros socios, todo ellos hombres. El dato es significativo porque hace poco surgió una controversia por la falta de responsabilidad de algunos empleados y cuando uno de los socios masculinos intentó poner fin al problema y explicar las obligaciones sobre las que yo había llamado la atención, uno de los empleados reaccionó diciendo que no iba a permitir que una mujer, y encima más joven que él, le echara la bronca.

Siento que no estoy preparada para enfrentarme a este tipo de situaciones, aunque no sea la primera vez que me sucede, ya que soy inmigrante y en ocasiones me he sentido discriminada. ¿Qué debo hacer, teniendo en cuenta que ahora mismo no puedo despedir a ese empleado, que por otra parte es lo que me apetece? ¿Cómo debo enfrentar el día a día en su presencia? ¿Debo delegar en mis socios varones el trato con este muchacho?

Junio de 2011

Responde: Gabriel González

Es posible que tu empleado se haya sentido descalificado por tu forma de decirle las cosas, aunque tu intención no haya sido ésa. Quizá por su propia experiencia, o porque en otros momentos se haya sentido amenazado por la imagen de una mujer, o por cualquier otro motivo. Analiza qué has podido hacer para que él se haya sentido así y trata de reparar esa situación, teniendo en cuenta su opinión. Seguro que en el momento que sienta que tratas de comprenderle dejará de tener una actitud tan a la defensiva hacia ti.

De todas formas, no olvides que tú eres responsable de la empresa y que formas parte de la gerencia. Deberías dejar claro, en algún momento de la conversación, que tienes una responsabilidad con la empresa y con los trabajadores y que tu interés último es que ambas partes se puedan compaginar. Pero también puedes manifestar que no sabes cómo hacerlo, especialmente con él, y que para ello necesitas que te ayude, pues te preocupas por ellos, pero también por la empresa.

PASAR DE SER COMPAÑERA A JEFA

Acabo de lograr lo que he perseguido durante mucho tiempo: ser mi propia jefa. Me he asociado con dos personas, bastante mayores que yo, que antes eran mis jefes y ahora son mis socios. El problema es que me siento rara entre mis antiguos compañeros. Noto que me rechazan, que me huyen. Hace seis años que trabajo en la empresa. Tiempo atrás fui víctima de un episodio de acoso laboral, que me causó ataques de ansiedad y me obligó a acudir a un psiquiatra, y varios de los actores de aquel acoso continúan en la empresa. Lo he comentado con mi familia y mis amigos y todos llegan a la conclusión de que envidian mi triunfo. Es algo que me confunde, porque ellos también tuvieron la oportunidad de ser socios y no pelearon por ello. La cuestión es que no logro actuar con naturalidad ante ellos y siempre me siento observada y crucificada. Es más, no me atrevo ni a ejercer mi puesto de jefa como debo por temor a que me rechacen. Mi autoestima sufre uno de los bajones más grandes de mi vida. ¿Qué me aconsejáis?

Diciembre de 2010

Responde: Pablo Herrero

Parte del caso que nos comentas es bastante común en el mundo de las organizaciones. Suele ocurrir que a personas que ascienden a un mejor puesto les cuesta dirigir a los que antes estaban en su mismo nivel jerárquico. Les es difícil cambiar de rol y en algunas ocasiones pretenden ser queridos como lo eran antes, pero ya no es posible.

Lo que debes hacer es gestionar nuevos mensajes que enviar al resto de personas que trabajan contigo mediante conductas concretas y no palabras. Se trata de referenciar todo lo que uno hace a partir de tres o cuatro principios o valores que te ayuden a recuperar la autoestima y el control en tu puesto laboral. Uno de ellos puede ser la autenticidad, que debe manifestarse en todo lo que dices y haces. Otro puede ser la cooperación, mostrando qué pueden ganar contigo si colaboran y dejando claro cuáles son tus límites en caso contrario. Por último, debes dar prioridad a la relación con ellos, entendiendo ésta como un intercambio de reconocimiento, no como una necesidad de afecto o dependencia.

RELACIONES CON EL JEFE Y TRABAJO EN EQUIPO

¿Qué características debe tener un buen líder? ¿Cómo podemos comunicarnos con nuestro jefe siendo críticos pero sin sobrepasar nuestros límites? ¿Cómo coordinar adecuadamente el trabajo de un grupo de personas para que, además de realizar una labor eficiente, se encuentren a gusto en su puesto? Creo que es muy importante estar bien en el trabajo para poder dar lo mejor de ti, pero ¿qué puedes hacer si tu jefe nunca tiene tiempo de escucharte o parece que no le importas?

Diciembre de 2009

Responde: Pablo Herrero

En primer lugar, debes tener claro que ningún líder es eterno, por lo que la habilidad de cualquier trabajador para establecer alianzas eficaces dentro y fuera de la organización es vital. Respecto a la relación con tu jefe, si tu intención es cooperar con él, algunas claves pueden ser: indagar quién ha podido sentirse descalificado (consciente o inconscientemente); tratar de subrayar qué ganará él con la propuesta que le hacen en términos de prestigio interno, fama, ahorro de costes, beneficios, etcétera; mandar mensajes (mediante acciones, no palabras) en los que quede clara tu lealtad, y, por encima de todo, cuidar tu relación con él.

La única manera que tenemos de cambiar a las personas de nuestro alrededor es a través de las relaciones que mantenemos con ellas. La cooperación siempre surge de una buena relación. Así es en todas las especies de primates. Como todas las grandes cosas de esta vida, emerge, no se exige.

3. SIN TRABAJO EN EQUIPO NO HAY TRABAJO

Hace apenas veinte años, pocos gurús de escuelas de negocios, por no decir ninguno, se habrían atrevido a pronosticar que, a la vuelta de un par de décadas, una de las marcas con mayor presencia en la vida de los ciudadanos de todo el mundo iba a estar sustentada sobre el esfuerzo coordinado de una legión de colaboradores trabajando en red, quienes además mostrarían el más absoluto desprecio hacia la acumulación de capital. Sin embargo, cuando hoy echamos un vistazo a los rankings de páginas de internet más visitadas en los distintos países del planeta, siempre encontramos en los puestos más destacados a Wikipedia.

Que un proyecto que depende exclusivamente de la participación horizontal de un grupo de usuarios movidos por la sana intención de compartir conocimiento haya conseguido este éxito nos da una pista muy reveladora de por dónde van los tiros en el mundo corporativo en este siglo XXI que acabamos de inaugurar. Entender el concepto «wiki», que evoca un entorno abierto, participativo, colaborativo y online, equivale a comprender el patrón de comportamiento que va a regir las relaciones económicas, comerciales y laborales en las décadas venideras. Tienen sus días contados la competitividad a ultranza, el afán egoísta y el desinterés hacia los otros, que eran las palancas que movían en el pasado —aún lo siguen haciendo— al hombre de negocios. Adiós a los francotiradores que iban por libre pensando que su soledad era la demostración de su fortaleza y la garantía de su éxito. Caminamos, indefectiblemente, hacia un mundo más colaborativo, interrelacionado y plagado de sinergias, en el que cada vez será más difícil lograr nada sin la ayuda de los otros.

Nuestro futuro, igual en el campo del trabajo que en las relaciones personales, depende hoy más que nunca del intercambio. En realidad, esto no es nada nuevo para nosotros; momentos así ya los vivimos en el pasado, en los que el mercadeo de genes, el chismorreo de datos y el tráfico de conocimientos nos hizo avanzar como especie, lo mismo en el Paleolítico que en el Renacimiento, igual en tiempos de nuestra tatarabuela la austrolopitecus Lucy que en la edad dorada de la Ruta de la Seda. Pues bien, ahora asistimos a otro histórico estirón de nuestra dimensión social. Y esto, trasladado al campo del trabajo y los negocios, tiene una importancia trascendental, pues estamos en puertas de un auténtico cambio de paradigma de las relaciones laborales, en el que, por fin, la suma de las partes va a ser más que el todo y colaborar va a ser más importante que ejecutar.

Software social, software libre, Creative Commons, General Public License, código abierto, Linux, blogs, chats, proyectos online… Son tantas las figuras que hoy ya funcionan con éxito creando plataformas en red en internet, apoyadas todas en el trabajo cooperativo, que sólo una mente obtusa puede sustraerse al impacto que esta nueva forma de organizar el trabajo va a tener, y ya tiene, en los sistemas de producción y en las mentes de los usuarios. Que nadie me malinterprete: no estoy afirmando que el día de mañana las empresas se convertirán en ONG solidarias a las que no les preocupará si generan o no riqueza. Pero estas señales anuncian claramente que la forma como esa riqueza se va a producir será diferente.

Muchas lo ignoran, o prefieren no saberlo, pero hoy las corporaciones asisten a un reto histórico: en los próximos años van a triunfar aquellas cuyos trabajadores acierten a trabajar bien en equipo. Por el contrario, las que se resistan a dar ese paso y permanezcan aferrados a los cánones individualistas y poco sinérgicos del pasado lo pasarán mal. Hasta ahora creíamos que la única forma que había para motivar a un trabajador era el dinero. Sin embargo, sobre ese nivel de implicación actúa con mayor fuerza el de la identificación con la marca. Cuando los equipos de trabajadores operan de manera coordinada y participativa, se libera una energía que acaba aumentando la productividad y traduciéndose en riqueza. De hecho, cada vez se oyen más voces alertando de que las recompensas económicas como única forma para estimular a los empleados acaban matando la creatividad. Enfrentado a la fuerza de las emociones, el poder del dinero se queda en nada.

Es más eficaz hacer partícipe a la gente desde el principio en la consecución de un éxito que primero lograrlo y después repartir dividendos. El trabajo cooperativo, además, favorece la autorregulación del aprendizaje y fomenta su crecimiento, así como la asunción de responsabilidades y el sentimiento de implicación. Para eso es necesario que las relaciones laborales cambien y los equipos humanos entiendan que colaborar es más útil que competir y trabajar en red es más eficaz que hacerlo en paralelo. Pero a este punto se llega si previamente en la escuela se entrena a las nuevas generaciones en las habilidades comunicativas, la empatía y el aprendizaje emocional. No esperen que sea un empleado cooperativo y bien conectado con sus iguales aquel individuo que en la escuela no aprendió a trabajar codo con codo y de manera solidaria con sus compañeros de pupitre.

¿Qué nos mueve a preferir colaborar a competir? En realidad, ese impulso está inscrito en nuestra memoria más ancestral y clava sus raíces en el momento en el que decidimos constituirnos en manadas de homínidos y éstas lograron alcanzar mayores cotas de supervivencia que aquellos individuos que prefirieron ir por libre. Como advierte Mark van Vugt, tenemos una gran gama de emociones sociales, desde la ira a la compasión, que han evolucionado para que el instinto colaborador prospere frente a quienes tienen la tentación de dejarse llevar por impulsos egoístas o de abuso. Por eso han triunfado entre los seres humanos las redes de reciprocidad.

Este experto prefiere hablar de «altruismo competitivo», pues ese factor de generosidad y habilidad empática acaba convirtiéndose en un capital intangible, pero perfectamente valorable, para quien lo porta. Todos sabemos que aquellos que están más dispuestos a ayudar y echar una mano se encuentran siempre entre los mejor vistos por el colectivo y son los que reciben más demandas para operar juntos. Colaborar y ser solidario da prestigio social.

En un mundo globalizado y sin fronteras, son muchos los economistas y expertos en relaciones laborales y organizaciones humanas que coinciden con Paul Seabright, profesor de economía de la Toulouse School of Economics (Francia) a la hora de identificar la innovación con la capacidad para trabajar de forma coordinada con equipos profesionales extranjeros.

La opinión generalizada suele identificar la labor del científico con el ensimismamiento individual y solitario. Sin embargo, como ya me advirtió en su día el premio Nobel de Medicina Robin Warren, es sólo gracias al «conocimiento multidisciplinar» como verdaderamente se avanza. En su caso, ese plus en la mirada se lo dio el trabajo en equipo que desarrolló con su socio Barry Marshall, quien logró conectar sus investigaciones en torno a las bacterias con las enfermedades que sufrían los pacientes. Llevo unos cuantos años hablando con científicos de todo el mundo y todas las disciplinas y, curiosamente, hay un detalle en el que todos coinciden: ese impactante hallazgo que alcanzaron, y que tanto relumbre dio a sus carreras, fue fruto del trabajo coordinado con otros colegas y ayudantes. No olvidemos nunca que la fuente de todo conocimiento viene siempre de los demás.

Escuchar perspectivas ajenas a la nuestra e incorporarlas a la labor que desarrollamos es una sanísima recomendación para trabajar mejor. Howard Gardner, psicólogo e investigador de la Universidad de Harvard, supo verlo a tiempo. El padre de la teoría de las inteligencias múltiples, quien defiende que las capacidades de nuestro cerebro no se limitan al pensamiento lógico-matemático, sino que las aptitudes musicales, las plásticas o las comunicativas también constituyen formas de inteligencia perfectamente válidas, me confesó un día este revelador secreto de su propia experiencia personal: «Cuando era joven e insensato, al contratar a colaboradores siempre buscaba a personas que fueran iguales que yo. Hace veinte años me di cuenta de que esa actitud era estúpida. ¡Con uno como yo ya bastaba! Así que ahora pienso más en formar equipos en los que las personas tengan habilidades, intereses y pasiones complementarios y en los que todos puedan sumar.» ¡Tomemos nota!

PAUTAS PARA EVITAR EL MOBBING

Hace un par de años sufrí un caso de mobbing, tras el cual tuve que dejar el trabajo. Después de un año largo en paro, empecé a trabajar en otra empresa, muy pequeña y familiar. Desde el inicio ha habido alguien con quien no me he llevado bien. Se trata de una persona aislada que, a diferencia de mi anterior experiencia de mobbing, no se agrupa con otras para ir en contra de mí. Sin embargo, en los últimos meses mis roces se han extendido a varias personas con las que anteriormente no tenía ningún problema. He notado que cualquier opinión que expreso, por muy inofensiva que sea, es siempre criticada, y entonces comienza un ataque frontal hacia mi persona. Yo, que soy pacífica, pero odio la hipocresía y el autocontrol no es mi fuerte, acabo gritando, porque estas personas me hablan en tono agresivo. Siento que mi nivel de popularidad entre mis compañeros está disminuyendo a marchas forzadas y esto me preocupa, sobre todo después de haber tenido en el pasado una experiencia muy negativa en este ámbito. Empiezo a temer que puede estar dándose una segunda experiencia de mobbing. Si esto ocurriera, no sé si debería plantearme que no sirvo para ser una persona social.

Septiembre de 2010

Responde: Pablo Herrero

Todos los primates somos seres sociales, queramos o no. Incluso aquellos que se alejan de la sociedad voluntariamente, pues el eremita sólo existe porque hay una sociedad de la que ha emigrado y que es la referencia de su decisión. El problema está en que a veces nos cuesta aceptar que no todo el mundo nos quiere.

Cuando una persona se encuentra ante una situación de mobbing, lo primero que debe hacer es identificar el problema adecuadamente y, en la medida de lo posible, formarse sobre el problema. Según el profesor alemán Heinz Leymann, que fue el primero en definir el término de mobbing en el año 1990, existen varios factores que influyen decisivamente en la efectividad de la persona para hacer frente al terror, y son: la buena forma física y mental, la confianza en uno mismo, la consideración del entorno, el apoyo del entorno familiar y social, la situación económica, el margen propio de maniobra, la capacidad de resolver problemas, y el adiestramiento en habilidades sociales. Además, te cito algunas estrategias que propone este mismo autor, y que te pueden ser útiles, como evitar el aislamiento social, no intentar convencer o cambiar a los hostigadores, responder a las calumnias o ataques pero sin pasividad ni agresividad, evitar reacciones exageradas y realizar actividades que aumenten la capacitación profesional.

ME DA MIEDO RELACIONARME CON LOS COMPAÑEROS DE TRABAJO

Desde hace varios años tengo un problema que no consigo resolver: tengo pánico a las relaciones sociales en mi trabajo. Soy profesor en un instituto y rara vez salgo de mi aula. Me da miedo hasta ir a tomar café con los compañeros. Es un miedo a que se rían de mí y cosas así. Por eso tengo fama de raro, pero no lo soy, sólo tengo miedo. He de ir de viaje de fin de curso este año y no dejo de pensar en ello, no duermo por las noches, sufro cuando imagino que quizá vayamos a una discoteca o al pensar en otros momentos muy «sociables». En otros ámbitos, en cambio, no me pasa. Si pudiera resolver el problema sería muy feliz. He probado a afrontar las situaciones conflictivas de manera directa muchas veces, pero tampoco me ha servido. Tuve una infancia difícil, conflictiva. De adulto he ido al psicólogo durante dos años y me ayudó mucho, pero en estos momentos el problema me supera.

Septiembre de 2010

Responde: Gabriel González

Puedes ver esta situación como una crisis o como una oportunidad. El tuyo no parece ser un problema de fobia social, ya que eres capaz de mantener otro tipo de relaciones, y a nivel personal lo haces. Sólo te pasa en el terreno laboral. Así que quizá debas preguntarte a qué se debe y por qué te ocurre. Puede que hayas sufrido anteriores experiencias no gratificantes en tus estudios o en otros trabajos. O, simplemente, que seas una persona tímida y te cueste este tipo de relaciones. En este caso, debes apoyarte en tu valentía y tu capacidad y mostrarte tal cual eres.

Sin duda, tienes las estrategias y las herramientas, ya que esos años de terapia te han servido para darte cuenta de ellas y poder ponerlas en práctica. Por otra parte, esta situación no tiene que ser abordada de una forma directa, ni debes lanzarte al ruedo desde el principio. Puedes buscar situaciones en las que te sientas más cómodo y, poco a poco, ir mostrándote en todo tipo de relaciones. Repasa cuáles son esas estrategias aprendidas y cuáles puedes poner en funcionamiento en esta situación. Sitúate en los momentos en los que te sientes menos intimidado y trata de generalizarlos.

¿CÓMO PUEDO ENTENDERME CON MIS COMPAÑEROS?

Tengo la sensación de que no congenio con mis compañeros de trabajo. Además, me noto rara. Es como si quisiera encerrarme en una concha y que no me dirigieran la palabra, ya que lo que escucho muchas veces son críticas a otras personas, y eso no me interesa. A veces pienso que soy antisocial porque no quiero entrar en su dinámica, y me doy cuenta de que cuanto menos me relaciono con ellos más me cuesta expresar lo que quiero decir, ya que me resulta difícil hacerme entender. Aunque hablamos la misma lengua, no cabe el entendimiento.

Abril de 2010

Responde: Gabriel González

En muchas ocasiones no nos damos cuenta de cómo la forma en que hablamos o reaccionamos hace que nos perciban los demás. Quizá sería bueno que te preguntaras cómo se sienten los demás ante ti. Eres una persona con experiencia, con capacidad, abierta y al mismo tiempo sincera y clara con lo que te rodea. No te gustan la crítica y los chismorreos, ni las relaciones superficiales que se basan en esto. Está claro que no eres antisocial, aunque sí probablemente necesites algo más que lo que te están ofreciendo tus compañeros.

En cualquier caso, si quieres cambiar la relación con ellos y sentirte parte de su grupo, tienes que aprender a gestionar los espacios más informales donde puedas sentirte relajada, y ellos también. Así podrás mostrarte tal y como eres y dejar que te acepten por tu forma de ser. Pero es importante que pienses en qué puedes hacer tú para sentirte parte del grupo, no en qué pueden hacer ellos, y tratar de acercarte a los demás de forma sincera y genuina.

4. VENCER AL PARO PASA POR CAMBIAR

No hay duda de que las cifras del paro constituyen el rostro más crudo y desesperante de la crisis económica que estamos atravesando. El crecimiento imparable en el número de desempleados supone un duro mazazo para la autoestima de los ciudadanos y coloca al país ante un reto titánico, seguramente el mayor que ha afrontado desde la Transición. Ni tanta gente puede pasar tanto tiempo con los brazos cruzados, ni la comunidad puede permitirse el lujo de seguir manteniendo arrumbado en la cuneta semejante caudal de talento y capital humano por más tiempo. Es, sin disimulos ni palabras esquivas, un auténtico desastre nacional.

Convertido en el núcleo de las preocupaciones de la gente, el problema del paro está siendo abordado desde distintos niveles y con variadas perspectivas. Los diferentes gobiernos van tomando sucesivas medidas con desigual acierto en sus enunciados y nulo éxito en sus resultados. Detrás de las cifras del desempleo hay otros tantos hombres y mujeres que han visto cómo el suelo desaparecía bajo sus pies de la noche a la mañana y el trabajo que daba sentido a buena parte de sus horas del día y suponía su forma de supervivencia se esfumaba para no dejar rastro. Cada caso es un mundo, no es posible establecer patrones generales ante un drama de este calado, pero hay algo que tienen en común muchos de los parados de esta crisis: el terremoto que vivimos es de tal magnitud que un porcentaje elevado de ellos no podrá volver a trabajar en sus oficios anteriores, en parte porque las empresas que los empleaban ya no existen, en parte porque los propios sectores en los que operaban ya no son los mismos que antes. Se impone, de manera clara e inequívoca, un único camino posible: hay que cambiar.

No queda otra. Asistimos a una crisis que no es de crecimiento, sino de transformación de los patrones vitales y productivos que conocíamos hasta ahora. E igual que el escenario ha sufrido una metamorfosis, nos toca a nosotros ahora aplicar la mutación en nuestras vidas. Y los primeros que han de hacerlo son los parados, porque son ellos a quienes antes ha llegado la llamada. Allá cada cual cómo traduce este mensaje, pues no es igual la situación del joven que aspira a acceder por primera vez al mundo laboral que la del profesional con años de experiencia o el veterano que se encuentra en la última fase de su trayectoria. Pero todos habrán de abrazar muy concienzudamente el nuevo lema de nuestro tiempo: cambiar, cambiar, cambiar.

Matthew Bishop, editor ejecutivo de la revista The Economist, explicaba recientemente en su columna que el factor que está teniendo un mayor impacto en el desempleo es la globalización, más incluso que la tecnología. Bishop ponía como ejemplo el portal norteamericano de búsqueda de trabajo oDesk, un sitio que duplicó en un año los contratos registrados, y donde las empresas buscan trabajadores freelance de todo el mundo, que realizan su labor sin salir de casa, a miles de kilómetros de distancia de sus clientes. Difícilmente se van a reducir las cifras del paro si los trabajadores no se adaptan a este nuevo patrón carente de fronteras o límites, pero tampoco ayudará que los sistemas educativos sigan privando a los jóvenes de las disciplinas por las que las empresas están dispuestas a pujar.

Los entornos laborales no van a tener más remedio que mutar para fomentar el reparto del empleo y potenciar la incorporación plena de la mujer en mejores condiciones de flexibilidad. Tenemos mucho que aprender de países como los nórdicos, que teniendo mayores cotas de natalidad y un índice de población activa femenina empleada superior a la media, son los que cuentan con menores porcentajes de desempleo. Pero a escala ciudadana también hay mucho que cambiar. Para unos el salto supondrá reinventarse dentro de su propio oficio. Otros no tendrán más remedio que buscar una nueva profesión. Y otros, finalmente, habrán de interpretar esta llamada como una invitación a la emigración.

Esta última opción es especialmente idónea para los jóvenes, dada la energía que aún tienen consigo y el margen de maniobra que les otorgan sus circunstancias personales a estas alturas de la vida. Si no encuentran salida profesional en el país o la ciudad donde han sido educados, no lo duden: márchense, busquen su sitio en otro lugar. Y sobre todo, no perciban ese viaje como una derrota. Al contrario: salir a perseguir los sueños y las ambiciones lejos es algo que forma parte de nuestra condición humana. Llevamos milenios emigrando por estepas, valles, océanos y continentes. Y siempre ese viaje acabó felizmente con el descubrimiento de nuevas posibilidades de vida y éxito.

Hay una ecuación que he procurado aplicarme a lo largo de mi vida: «faith or fly». Es decir: lucha contra las dificultades o vuela, márchate. Les confesaré algo: en mis múltiples vuelos me he cruzado con otros muchos que un buen día también tuvieron que agarrar las maletas y partir y, curiosamente, entre ellos he encontrado a las personas más innovadoras, preparadas y decididas que me he cruzado en mi ya larga andadura. No son los temerosos ni los conformistas los que deciden emigrar para buscar su oportunidad en otro lugar, sino los valientes que cuentan con el arrojo necesario para remangarse y cruzar el río.

Una decisión de tal calado pasa por interiorizar previamente la idea del cambio. Por desgracia, nunca nadie nos entrenó en esa facultad tan humana consistente en renunciar a lo que nos ofrecen las circunstancias actuales y salir en la búsqueda de otra opción mejor. Y esto es algo que convendría corregir como únicamente se pueden resolver los déficits culturales en las sociedades: a través de la escuela.

El cambio del que hablo obliga a rebuscar en nuestro interior hasta encontrar el cofre de optimismo que todos llevamos dentro. Es connatural al ser humano pensar que las cosas van a ir bien. De hecho, hemos llegado hasta aquí gracias a ese sentimiento positivo de la existencia. Fue porque alguien pensó que aquélla iba a ser una aventura con final feliz como surgió y venció la idea de emigrar desde una estepa africana hacia parajes desconocidos. Y a resultas de aquel atrevimiento hemos llegado a ser lo que hoy somos. Que no le quepa la menor duda a ningún parado: existe un puesto de trabajo esperándole, pero para llegar hasta él no le va a quedar más remedio que moverse, cambiar y actuar. Sobre todo, deberá confiar en sus posibilidades. Es el optimismo el resorte que nos ha de sacar de de aquí.

PENSAMIENTOS NEGATIVOS ANTE EL DESEMPLEO

Me considero una persona inteligente, trabajadora y con ganas de seguir adelante. Sin embargo, a menudo tengo pensamientos muy negativos. De hecho, últimamente sólo siento deseos de desaparecer. Siempre he tendido al pesimismo, pero ahora no me faltan razones, pues me encuentro en paro y veo pocas posibilidades de encontrar trabajo, a pesar de tener un doctorado. Me atormenta estar cayendo en la trampa de la profecía autocumplida, pues temo que mis ideas negativas sean la causa de que no consiga avanzar. ¿Hasta qué punto los pensamientos pueden influir en la realidad que uno vive? Muchas veces he intentado sentirme bien y optimista, pero no logro cambiar.

Octubre de 2011

Responde: Rosa Català

El momento en el que te encuentras precisa que aumentes tu autoconocimiento a nivel emocional. Has de tomar consciencia de tu estado de ánimo actual, que es fruto de una situación circunstancial, y conocer muy bien cuáles son tus puntos fuertes para emplear toda tu energía en desarrollarlos. Una carga de anticipación negativa sólo fija en un punto la explicación de nuestra realidad y nos hace perder nitidez.

Tu gran abanico de recursos formativos y experiencia son tu mejor baza para que te construyas una imagen sin distorsiones acerca de lo que eres y lo que sabes que puedes ofrecer. Una situación de desempleo no define tu persona, sólo es un cambio pasajero externo. Atravesar las sensaciones de fracaso y salir fortalecido es la clave para transmitir de forma óptima la valía personal y ser percibido como profesional reconocido y capaz. Ir a la búsqueda de trabajo de forma inteligente, con serenidad, con paciencia y con la máxima energía enfocada hacia el objetivo es más rentable que hacerlo desde la desesperanza que nos inmoviliza.

En el itinerario vital vamos progresando con múltiples cambios. Pero, con trabajo o sin él, las riendas de nuestra vida no están en fuerzas externas que no podemos controlar. Recuerda que la brújula del comportamiento personal está en nuestras manos para redirigir en todo momento nuestra mirada hacia nuevos horizontes.

LA IMPORTANCIA DE LOS CONTACTOS PARA ENCONTRAR TRABAJO

Estoy parado y me está costando encontrar trabajo. Empiezo a no ser capaz de controlar los momentos de desesperación y tristeza que me asaltan. Me pregunto si la única manera de encontrar trabajo es mediante contactos. Siempre se han utilizado, pero ahora que no hay muchos empleos quizá se nota más. ¿Cómo se pueden conseguir estos contactos, si ya todos mis conocidos saben que busco empleo? Por otro lado, sé que debería fijar mi objetivo en mi área de especialización, pero si en ésta no encuentro nada, ¿cómo me enfrento a trabajar en algo que me disgusta? ¿Cómo me reinvento para trabajar en otro campo? Y, sobre todo, ¿cómo me vendo para conseguir que me contraten?

Marzo de 2012

Responde: Gabriel González

En momentos de crisis es cuando más se deben activar las redes, tanto las personales como las sociales y profesionales. En este sentido, es prioritario que identifiques cuáles son las tuyas. Puedes hacer una lista de aquellas personas que conoces, por mínimo que sea el contacto, y tratar de visualizarlas en un papel: colócate tú en medio y realiza un diagrama de la distancia en la que sitúas a cada una de las personas que conforman tu red. Al representarlas te darás cuenta de la distancia que te separa de unas y otras y te podrás situar como parte activa al analizar qué relación tienes con cada una, sea ésta positiva o negativa.

A continuación has de trabajarte la red. No se trata de que te centres sólo en los contactos que te pueden dar acceso a trabajos, sino que veas la actitud que tienes ante la red y transmitas aspectos positivos. Activar la red implica cuidarla, estar pendiente y tener una actitud positiva hacia las personas que la forman, así como tratar de ampliarla.

El optimismo nos permite afrontar la situación con otra cara. En toda crisis se producen cambios, pero debemos tener una predisposición psicológica y emocional adecuada para afrontarla correctamente. La capacidad de cambio y adaptación está en nosotros. En momentos de dificultad es cuando surge la idea de reinventarnos; puedes hacerlo en aquello que te gusta y te apasiona. Indaga y activa tu red.

ME PLANTEO EMIGRAR PARA BUSCAR UNA SALIDA

Hace medio año que terminé la carrera. Desde entonces no he conseguido encontrar trabajo, ni adquirir siquiera un mínimo de experiencia. Sé que esto lo está sufriendo mucha gente, y que no debería quejarme, ya que no tengo responsabilidades, como hipotecas o hijos, pero esta situación me está minando. Al no hacer nada, me deprimo, me siento inútil y no tengo ganas de salir de casa. Intento entretenerme en tareas como ir al gimnasio o a clases de inglés, pero no surte demasiado efecto. Me planteo muy seriamente emigrar, pero tampoco quiero cometer una locura, porque no quiero ser un lastre para mis padres. Estoy hecha un lío, y cada vez me siento más irritable, algo que sufren sobre todo mi novio y mi madre. No entiendo qué me pasa. ¿Qué debería hacer? ¿Es una buena idea irme a otra ciudad o debería quedarme e intentarlo más?

Enero de 2012

Responde: Montserrat Soler

En tu situación te podría ser útil mantener una actitud proactiva, que es aquella que busca posibilidades y enfoques alternativos y ayuda a mantener el compromiso en las elecciones que hacemos. En el proceso de búsqueda de empleo es importante que pienses qué quieres hacer y qué puedes lograr, teniendo en cuenta tus habilidades, competencias, formación y experiencia laboral. Definir tu objetivo te ayudará a estar atenta a cualquier oportunidad. Aprovecha tu red social. En estos tiempos de crisis, además, es necesario profundizar en el conocimiento de la disciplina que hemos elegido. La formación te puede permitir realizar contactos que te serán favorables para tu objetivo.

Estar activa y atenta a lo que acontece a tu alrededor te ayudará a sentirte diferente. La motivación es básica para encontrar trabajo. Las personas motivadas tardan de media catorce meses menos en conseguir trabajo que los que puntúan bajo en este aspecto. En el análisis de tus posibilidades te ayudará dejarte llevar por tu intuición. Como recuerda el psicólogo alemán Gerd Gigerenzer, se ha demostrado científicamente que la intuición puede ser más efectiva que los procesos de elección racionales.

JOVEN EN SITUACIÓN DE DESEMPLEO

Soy una chica de veinticuatro años embargada por la frustración y las oscuras perspectivas de futuro que se me plantean. Me encuentro en una situación similar a la de otros muchos jóvenes. Estoy diplomada y para sufragar mis estudios he tenido trabajos esporádicos, sin ninguna estabilidad y en muchas ocasiones sin contrato y sobreexplotada. Ahora ya tengo título, pero sigo sin trabajo ni derecho a la prestación por desempleo, ya que no llego al mínimo establecido. Me propuse seguir formándome, pues deseo dedicarme a la docencia, pero con la entrada en vigor del plan Bolonia ya no puedo acceder a otra diplomatura: he de hacer un curso de adaptación fuera de mis posibilidades económicas. He estado preparando oposiciones, pero no está previsto que se convoquen ni a medio ni a largo plazo, según fuentes oficiales. En instituciones privadas no me contratan, porque consideran que tengo poca formación y experiencia, y en otros trabajos no me aceptan por estar «demasiado cualificada», en palabras de los propios entrevistadores. Estoy en una especie de limbo al que difícilmente veo la salida. En ocasiones pienso que he luchado en balde por tener un futuro. Para consolarme, doy clases de apoyo extraescolar de forma voluntaria a niños con pocos recursos económicos y sociales. Esta actividad y el apoyo de mis padres es lo único que hoy por hoy me sigue atando a la vida.

¿Cómo se puede encarar esta situación? ¿Cómo puedo mitigar el estrés, el insomnio y el sentimiento de frustración y tristeza? ¿Hay algún camino a través de nuestra mente que me permita focalizar todos estos sentimientos de una manera que no sean a través del derrotismo y la negatividad?

Marzo de 2011

Responde: Pablo Herreros

Para combatir los síntomas del estrés, lo recomendable es aprender técnicas de relajación, como por ejemplo la meditación, la auto-hipnosis o el yoga. También te ayudará con el insomnio y la frustración hacer deporte, si es que te gusta la actividad física. Respecto a la tristeza y la manera de enfocar el momento en el que te encuentras, un buen punto de partida puede ser analizar qué está significando para ti no encontrar trabajo, más allá de los inconvenientes económicos, pues es frecuente que lo que nos provoca angustia sean los pensamientos asociados y no el hecho en sí. Trata de revisar tus diálogos internos e identificar dónde estás centrando tu atención, porque puede que ahí resida parte del problema. Al focalizar tu análisis en unas partes concretas, puedes estar olvidando otros detalles de tu vida que te pueden hacer feliz, como los amigos o la familia. Hacer una lista de todas las cosas que tienes que agradecer en la vida es una tarea muy sencilla que te aportará mucho. Además, ya tienes un par de razones con las que encabezarla, como dejas claro en tu consulta.

5. ¿QUÉ TAL SI INNOVAMOS?

A la vuelta de unos años, cuando la actual crisis económica haya madurado y evolucionado en los distintos países en función de las decisiones que cada gobierno haya tomado, veremos que los Estados estarán agrupados en dos categorías: por un lado encontraremos un selecto club formado por los que han sabido darle la vuelta a la recesión por la vía de hacer más productivas sus economías y, por otro, estarán las regiones que no logren elevar sus niveles de competitividad, lo que les obligará a seguir sufriendo problemas y caminar a rastras.

A la luz de las noticias que conocemos sobre la forma como España está afrontando este crítico periodo de su historia, mucho me temo que estamos destinados a ocupar el vagón de los países poco productivos y con serios déficits de innovación. Es lo único que puedo pensar cuando oigo decir que nuestras esperanzas de salida de la crisis están puestas en el turismo y la agricultura. Mientras aquí seguimos rezando a esos santos antiguos, otros países que sí han sabido ver esta coyuntura como una ocasión para renovar sus estructuras se están dedicando a invertir importantes cantidades de dinero en sectores relacionados con la biotecnología, las energías limpias, la robótica y la gestión preventiva de la salud. Esto es lo que genera productividad, no los tomates y las playas.

Cuesta entender que las autoridades, sean del partido que sean, no se hayan dado cuenta aún de que la crisis que sufrimos no es sólo de deuda, sino también de innovación. ¿Cómo no ven que son nuestros famélicos índices de inversión en I+D+i, y no la acumulación de activos tóxicos financieros, los que están en el origen de la caída económica que arrastramos? Igualmente, me indigna oír la mentira que nos quieren vender algunos acerca de la supuesta dimensión planetaria de la crisis. No es cierto que estemos atravesando un hundimiento mundial. Al contrario: hay países y regiones que seguían creciendo a gran ritmo mientras nuestras economías se venían abajo por poco productivas y nada innovadoras.

En estos años nos hemos acostumbrado a vivir bajo una sucesión casi diaria de diagnósticos y análisis negativos. En ese bosque de señales sombrías, hay un dato que se ha destacado poco, pero que considero alarmante. Por su gravedad, yo lo situaría a la altura de la cifra del paro: España está a la cola de Europa en conocimiento científico ciudadano. Asombrosamente, más de la mitad de los españoles es incapaz de pronunciar el nombre de una figura de la ciencia que haya cambiado nuestras vidas. Difícil tarea la de salir de nuestra situación si tenemos en cuenta que la innovación inteligente jamás surge en un contexto simple, sino que florece en escenarios complejos donde, necesariamente, debe darse una multiplicidad de interacciones entre el mundo académico, la empresa y el tejido de la sociedad.

Acontece este diabólico proceso en un país que nunca vivió una revolución científica, y donde la costumbre de comprobar las hipótesis constituye un hábito de adopción muy reciente en el tiempo. Jamás fuimos entrenados para tener una visión multidisciplinar de nuestro trabajo. Aquí siempre tuvo más predicamento aquello de «ir a lo tuyo». Tengo muy presente la confesión que me hizo un día el premio Nobel de Medicina Sydney Brenner sobre cuál había sido su principal fuente de conocimiento: «Las personas que más me han enseñado en la vida han sido las que no sabían nada de lo mío». Es ahí, en esa visión periférica y abierta, donde se esconde el secreto de la innovación. ¿Tan caro y difícil sería enseñar esto en los colegios?

Otra de las etiquetas falsas que con frecuencia acompañan a la innovación es la que la circunscribe estrictamente al terreno científico y técnico. Sin duda, la puesta en valor del conocimiento generado en los laboratorios más punteros del planeta es una fuente incuestionable de avance. Pero la innovación es un concepto mucho más amplio: también se proyecta sobre la manera de afrontar la tarea que tenemos cada uno de nosotros entre manos, sea cual sea su naturaleza. Innova el ingeniero que trabaja en la fabricación de células fotovoltaicas más eficaces para obtener mayor cantidad de energía del sol, pero también lo hace el que busca un sistema más eficiente para vender su producto o el que logra organizar su empresa de forma más práctica y rentable.

Al hilo de esto, el asesor educativo Curtis Johnson me explicaba un día en qué consiste la innovación disruptiva apoyándose en el ejemplo del negocio de la fotografía. La industria de la fabricación de cámaras analógicas dedicó muchos años y esfuerzos a la mejora de la calidad de sus productos. Sin embargo, un buen día apareció la fotografía digital y desde ese momento cambió el panorama en ese sector. La innovación obligó a los fabricantes de carretes a reinventarse.

Para Tim Woods, miembro del equipo directivo de la empresa de consulting y soluciones innovadoras Imaginatik, el futuro de la innovación no es tanto el desarrollo de nuevos productos o tecnologías, como la gestión de la innovación en sí misma. Empresas como Apple y Google están liderando este concepto y han visto en la innovación una norma cultural más que una manera de ajustar nuevas prácticas dentro de la vieja cultura del siglo XX. Estas empresas usan la tecnología para colaborar, combinar ideas y compartir procedimientos de gestión. Woods cree que estos cambios afectarán al modo en que los empleados trabajan y fomentará el concepto de «darle la vuelta» a las ideas. Pone como ejemplo el caso de un profesor de matemáticas que decidió, con gran éxito, cambiar la manera de dar las clases: grabó la lección y la colgó en YouTube para que los alumnos la pudieran ver por la noche en sus casas y dedicó el tiempo de clase a ayudar a sus alumnos a solucionar los problemas que le hubiese puesto de deberes. Innovar es cambiar la manera de operar de las empresas fomentando la colaboración y haciendo que los cambios ocurran tan rápido que adaptarse y reinventarse se convierta en parte de la rutina.

La clave está en atreverse a probar nuevas maneras de funcionar, y este salto precisa, irremediablemente, de un plus de valentía. Hay que animarse a pisar un terreno que no se conoce al cien por cien, tener coraje para lanzarse, vencer el vértigo al vacío. Por eso es más fácil que se den los procesos innovadores entre los jóvenes, que suplen su falta de experiencia con altas dosis de arrojo. Y por eso no me canso de reclamar un mayor protagonismo de ellos en este momento crucial que estamos viviendo.

A su familiaridad con el atrevimiento, que es algo que irremediablemente merma con los años, el joven aporta un capital añadido a la ecuación de la innovación que tiene un efecto catalizador en los procesos disruptivos: me estoy refiriendo a la simpatía por la intuición. Hoy la ciencia nos recuerda que teníamos olvidada esa fuente de conocimiento ancestral, íntima y conectada con las emociones y el instinto que resulta mucho más eficaz y ofrece mayores cotas de acierto cuando nos enfrentamos a una situación en la que no disponemos de toda la información necesaria para procesarla. ¿Y hay un escenario más incierto y desconocido que una crisis?

Precisamente, en este momento es cuando deberíamos estar haciendo una mayor apuesta por la intuición, los jóvenes y la innovación. Es la brújula perfecta para situaciones inseguras. Y esta ley funciona con similar eficacia en escenarios de incertidumbre, como una crisis, que en disyuntivas trascendentales, como elegir la carrera que uno quiere estudiar en la universidad o dilucidar si ha llegado la hora de cambiar de empresa o de área profesional. Escuchemos a la intuición, que no sabe mentir. Ella siempre nos conecta con una verdad.

CÓMO EXPLOTAR EL CAPITAL PSÍQUICO

Tengo treinta y cuatro años y aún no sé a qué me quiero dedicar, lo cual me tiene muy preocupada. Sé que todos tenemos un propósito y una misión, ya sea plantar flores, cuidar enfermos, hacer deporte o simplemente vivir y disfrutar con lo más básico. También sé que estoy capacitada para conseguir lo que quiera, dentro de mis posibilidades. No voy a salvar el mundo, pero sé que puedo conseguir lo que me plantee. Sin embargo, últimamente me dejo influenciar por una sociedad conformista, egoísta y muchas veces incapaz. Y me cuesta ir en contra de la corriente. ¿Qué puedo hacer?

Julio de 2011

Responde: Rosa Català

Tienes un potencial bien enfocado para elegir el mejor camino. El conocimiento de las fortalezas que tenemos todos nos abre un abanico de posibilidades, y con tu espíritu de búsqueda lo vas a conseguir, sin duda. Por lo que transmites, eres una persona a quien le encanta aprender continuamente y recibir nuevos estímulos. Todo ese caudal de información te hace tener dudas, lo cual no es extraño. Si eso te hace sentir desasosiego, recuerda que la seguridad total es un espejismo.

No tengas miedo a los cambios. Nuestra capacidad de adaptación y nuestra energía son inagotables. De hecho, una de las grandes fuentes de sufrimiento es creer que las cosas son inmutables. Adquirir nuevos conocimientos nos abre a la evolución, y dejarse llevar por el inmovilismo nos devuelve a la regresión. Tu capital psíquico es el conjunto de factores y procesos que te permiten aprender a protegerte y generar fortalezas personales. El aporte de la psicología positiva te puede ser de gran ayuda. Piensa que la sociedad es poliédrica y fíjate en todas sus caras; lo negativo no lo ocupa todo. Siempre podemos elegir hacia dónde queremos mirar.

LO TENGO TODO, PERO ME FALTA ALGO

Con veinte años monté mi propio negocio, que aún hoy funciona. Mientras, estudié Ciencias Empresariales, luego hice un postgrado en marketing, me nombraron gerente de una asociación y posteriormente presidente de otra sin ánimo de lucro. Doy conferencias sobre cómo emprender negocios y estoy activo en distintas asociaciones. Visto así, mi vida profesional es todo un éxito, ya que con veintiocho años no puedo pedir nada más. En mi vida personal todo funciona bien con la familia, los amigos y las relaciones. Tengo momentos mejores y peores, pero correctos. Sin embargo, no encuentro la felicidad en lo que hago, el día a día se me hace pesado y con pocas cosas disfruto realmente. ¿Cómo podría ser feliz con lo que llevo a cabo?

Julio de 2011

Responde: Gabriel González

Por lo que dices, eres una persona con muchos recursos y grandes capacidades. Además, te gusta transmitirlo y hablar de tus logros. Tu entorno más cercano te completa y te llena, pero sientes que falta algo. En ocasiones uno puede sentir que necesita más. Es posible que tu actividad y tu energía precisen de más objetivos, o que los vayas modificando cada cierto tiempo. Te recomiendo que hagas un pequeño ejercicio para pasar revista tus pasiones y tenerlas más presentes: analiza diariamente aquellas tareas que te hacen sentir bien y anótalas en una libreta. Pueden ser cosas muy simples, pero que te dan un pequeño cosquilleo en el cuerpo. Toma nota cada vez que ocurra, por poca cosa que te parezca, durante tres semanas. En ese tiempo habrás recogido una serie de momentos en los que realmente te has sentido completo.

Al finalizar ese tiempo, visualiza lo que has apuntado y observarás un patrón de lo que te gusta. Analizando ese modelo emocional, debes tratar de hacerlo cada día más presente, de forma que los momentos menos maravillosos se hagan más pequeños y puedas sentirte cada vez mejor con lo que vas haciendo. Con ello añadirás una perspectiva positiva a tu día a día.

¿CUÁLES SON LAS CIENCIAS DEL FUTURO?

Decidí empezar el bachillerato científico porque era el que más me atraía. Supongo que voy por buen camino, porque todo lo que estamos haciendo me gusta: biología, física, matemáticas y química. Sin embargo, me siento perdida, no sé hacia dónde tirar. Me gusta la investigación, pero no sé qué rama me conviene más desde un punto de vista laboral. ¿Cuáles son las ciencias del futuro? ¿Qué estudios prometedores hay en marcha que necesiten nuevos investigadores españoles? Estoy confusa, tengo la crisis existencial más larga de mi vida, llevo un año angustiada. Quiero trabajar en algo novedoso, abierto y con mucho campo para investigar.

Febrero de 2012

Responde: Rosa Català

El deseo que sientes por aprender y tus brillantes capacidades son un gran aporte de energía para que puedas seguir tus pasiones. Es imprescindible dedicar el tiempo necesario para ir descubriendo qué es lo que más nos seduce de todo el abanico de posibilidades formativas. Con el fin de averiguarlo, el foco de atención debe estar en alerta, para así detectar las señales más sutiles, aquellas que nos informan sobre qué nos hace vibrar, qué nos hace que estemos dedicados horas y horas a un tema casi sin darnos cuenta ni cansarnos. Los mejores educandos llaman, a esa materia que nos apasiona, «elemento» de uno mismo, y más importante que detectarlo es controlarlo mediante la profundización de su conocimiento.

Antes de poder dedicarte a alguna disciplina científica con plenitud es bueno que seas consciente, día a día, de cuál es el tipo de inteligencia que posees más desarrollada. El interés y la curiosidad que demuestras te harán resolver los problemas de forma creativa, haciendo que no te quedes inactiva en las primeras opciones y que experimentes otras posibilidades nuevas que quizá todavía no conozcas. No le des cancha al temor ni a la incertidumbre. Tienes por delante toda una vida con nuevas situaciones a las que ofrecer excelentes respuestas a partir de tu potencial.