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Cuando enfermamos. Las nuevas fronteras de la salud

1. DAME GENES EN VEZ DE FÁRMACOS

Uno de los motivos para mirar al futuro con optimismo y desterrar de una vez aquel melancólico «cualquier pasado fue mejor», con el que no coincido en absoluto, es el amplio e insospechado abanico de tratamientos para mejorar la salud y prevenir enfermedades que ofrecen las investigaciones genéticas. Se trata de un revolucionario cambio de paradigma a la hora de enfrentarnos a las debilidades del organismo: por primera vez dejaremos de poner el foco en las dolencias y empezaremos a fijarlo en los pacientes. La terapia génica hará posible que ataquemos la degeneración de los tejidos antes de que ésta tenga lugar, permitirá que actuemos contra los tumores previamente a su desencadenamiento y hará posible una farmacopea personalizada a la medida y con las particularidades de cada paciente.

Desde los tiempos de Galeno, el sanador de la antigua Grecia, la medicina ha avanzado mucho en el descubrimiento de los mecanismos interiores del cuerpo, así como en las causas que activan las enfermedades y en cómo tratarlas. Sin embargo, la historia del estudio de la salud se parte en dos en 1953, cuando los biólogos James Watson y Francis Crick desentrañaron la estructura en doble hélice de la molécula del ácido desoxirribonucleico, el famoso ADN, y con aquel hallazgo inauguraron la posibilidad de trastear en los organismos partiendo de sus más íntimos componentes. Dar con las letras con las que escribe la naturaleza a escala molecular equivale a identificar los ladrillos de los que estamos hechos todos los seres vivos e invita a entender la arquitectura biológica que nos da sustento.

Trasladándolo a un lenguaje bélico, hasta ahora habíamos tratado las enfermedades como si para conquistar una isla tuviéramos que arrasarla con napalm, sin reparar en matices, llevándonoslo todo por delante y guiándonos por el mismo protocolo que hubiéramos seguido para tomar una estepa continental. Por seguir con el mismo símil guerrero, lo que la terapia génica permite es actuar directamente sobre los centros de poder que atenazan la isla, sin afectar al resto del ecosistema, y hacerlo de la única forma posible para que esos nudos se vean afectados: hablándoles con su mismo lenguaje, de gen a gen.

No existen dos catarros iguales, pues el mismo virus no daña de forma simétrica a dos personas diferentes, ni dos cánceres de pulmón son nunca semejantes, pues en cada caso desarrolla un patrón particular. Sin embargo, llevamos décadas —a veces siglos— tratando estas afecciones de manera unívoca y uniforme en todos los pacientes, sin atender a la naturaleza de cada uno y con medicamentos que, aparte de atacar la causa de la enfermedad, dañan la salud del organismo vivo, lo que obliga al paciente a pasar por los múltiples efectos secundarios que acarrea la mayoría de estas sustancias.

Terminar con esa limitación es uno de los horizontes a los que aspiran la medicina personalizada y las terapias génicas que se derivan de las investigaciones llevadas a cabo en el campo del ADN. La otra gran frontera médica de la genética tiene que ver con la posibilidad de predecir la tendencia de un organismo a sufrir una dolencia a partir de las mutaciones que anuncia su código genético y con el reto de reconstruir órganos y tejidos sirviéndonos del mensaje cifrado que aparece en los genes. Hemos llegado a tocar con la punta de los dedos la llave maestra de la vida.

Acerca de todos estos sueños y metas llevamos ya varias décadas hablando los científicos y divulgadores con gran entusiasmo. Y si bien no ha llegado aún el día en el que las farmacias sean expendedoras de medicamentos netamente genéticos, y no de productos químicos sintéticos como son ahora, cada día estamos más cerca de esa realidad. En ese sentido, a lo largo de la última década la investigación genética ha dado importantes pasos adelante y alguno que otro hacia atrás. Es inevitable avanzar en el vasto terreno de la genética como si camináramos a tientas, dado lo insospechado que es el terreno que pisamos cuando nos adentramos en la intimidad de las moléculas. En 2001 se comprobó que trabajar con células madre embrionarias no es tan fácil como imaginábamos, pues al carecer de la inhibición por contacto que éstas tienen en el útero y que ordena su crecimiento, se desregulaban y desarrollaban de forma descontrolada, lo que las hacía degenerar en tumores. Sin embargo, la investigación tardó poco en descubrir que el objetivo que se perseguía con las células embrionarias igualmente se podía conseguir con algunas de las células madre adultas, como las de la médula, pero sin el riesgo de que se volvieran locas como ocurría con las primeras. Y a partir de 2002 se empezó a trabajar con este tipo de material para tratar ciertas enfermedades, un campo en el que en España se han llevado a cabo importantes avances, como son los conseguidos por el grupo de terapia celular TerCel, en el que más de ciento sesenta investigadores de toda España, distribuidos en veintisiete grupos de investigación y seis grupos clínicos asociados, desarrollan su actividad, junto a colaboradores internacionales, con el objetivo de trasladar al Sistema Nacional de Salud los avances y descubrimientos generados en esta nueva técnica terapéutica.

En 2006, la comunidad científica volvía a agitarse ante el descubrimiento realizado por el japonés Shinya Yamanaka, quien demostró que alterando una serie de genes se podía hacer retroceder cualquier célula diferenciada de un individuo adulto hasta el estado que tiene en su fase embrionaria. Es decir: reprogramándola. Las células pluripotentes inducidas (llamadas también IPS por sus siglas en inglés), capaces de diferenciarse en células específicas de cualquier tejido, abrían de este modo una nueva frontera en la investigación genética, pues permiten albergar esperanzas de hacer realidad este sueño: «A partir de una de esas células se podría fabricar suficiente tejido para construir un órgano», aventura Damián García Olmo, cirujano y director de la Unidad de Terapia Celular del Hospital Universitario La Paz de Madrid, quien sostiene que el futuro de la investigación pasa por «dialogar con las células» para que acaben haciendo lo que queremos: que curen a otras células enfermas. Queda por ver, sin embargo, si estas células pluripotentes inducidas son verdaderamente equivalentes a las células madre embrionarias y si las diferencias que se han encontrado entre ambas, como son ciertas diferencias epigenéticas y una menor capacidad de diferenciación por parte de las inducidas, pueden afectar a sus aplicaciones en la investigación y en su potencial terapéutico.

A la vuelta de esa esquina nos aguarda la posibilidad de ver convertida en realidad la promesa que me hizo un día Fátima Bosch, directora del Centro de Biotecnología Animal y Terapia Génica de la Universitat Autònoma de Barcelona: «Cuando la terapia génica alcance todo su potencial, algunas enfermedades que hoy son muy graves no lo serán más que un resfriado». Más aún: algunas de esas dolencias no llegarán a desarrollarse, pues la posibilidad de sufrirlas habrá sido detectada en el análisis que se haga del genoma de cada individuo al nacer, permitiendo así que sean tratadas anticipadamente. A comienzos de 2012 se aprobó en Reino Unido la utilización de terapia génica junto a técnicas de reproducción in vitro que combinan los genes de los padres con el ADN de un tercer donante. Este planteamiento, aunque controvertido para algunos por razones éticas, permite evitar que los niños hereden algunas enfermedades raras, como la distrofia muscular y algunos trastornos neurodegenerativos.

Cuidado: en muchas de estas fronteras hablamos de posibilidad, no de certeza, pues una de las conclusiones más reveladoras a las que han llegado los científicos en los últimos años tiene que ver con la profunda influencia que los hábitos vitales ejercen sobre la predisposición genética para que una enfermedad acabe manifestándose. Fueron muchos los investigadores que en un primer momento pensaron que todo estaba en el ADN, como si fuera un libro que contiene escrito el destino de los seres. Luego se pudo comprobar que esto no era así, y que personas con similar diseño genético manifestaban diferente patrón enfermizo. La epigenética ha logrado colocar la pieza que faltaba en el puzle, poniendo de relieve hasta qué punto el tipo de vida que se practique puede hacer que una patología se desencadene, o no. Hoy ya sabemos con absoluta certeza que dos mujeres con la misma mutación genética del cáncer de pecho pueden acabar sufriendo la enfermedad en distintas épocas de su vida, o incluso no llegar a verse afectadas, en función de sus hábitos, su dieta alimenticia y el ecosistema en el que cada una crezca y se desarrolle.

Manel Esteller, director del Programa de Epigenética y Biología del Cáncer del Instituto de Investigación Biomédica del hospital de Bellvitge (Barcelona), le concede al factor epigenético una importancia similar a la predisposición heredada. Es decir: del 50 por ciento. Esto abre insospechadas posibilidades para luchar contra enfermedades que tienen su raíz en los genes, pero que podrían tratarse de forma muy eficaz si se logra que las mutaciones no se manifiesten, o bien a través de medicamentos epigenéticos, como actualmente ya se utilizan para afecciones como ciertos tipos de leucemia y linfoma. Es así, personalizada y dirigida a las causas genéticas de las enfermedades, como es la medicina que nos espera. Nos va la vida en poner todas las energías, el dinero y los esfuerzos para avanzar hacia esta frontera.

DIFERENCIAS ENTRE CÉLULAS MADRE EMBRIONARIAS Y ADULTAS

Estoy embarazada y tengo dudas sobre si debo conservar el cordón umbilical de mi bebé tras el parto. ¿Qué utilidad real tiene ese tipo de células en el tratamiento de posibles enfermedades de mi hijo? ¿Merece la pena el desembolso económico para tal procedimiento o el futuro está en las células madre adultas? ¿Se ha dejado a las células embrionarias de lado para centrar las investigaciones en las otras?

Abril de 2011

Responde: Sandra Borro

Las células madre órgano-específicas son capaces de originar las células de un órgano concreto en el embrión, y también en el adulto. Y según los recientes descubrimientos de Yamanaka, pueden convertirse en células pluripotentes inducidas.

Este tipo de células madre pueden obtenerse de la médula ósea, la piel, la grasa subcutánea y la sangre del cordón umbilical. Las investigaciones señalan que con ellas se podrá tratar el cáncer, la diabetes, heridas en la espina dorsal y daños en los músculos, así como otras enfermedades. Las células madre de cordón umbilical no suscitan conflictos éticos y son muy fáciles de obtener. Otros potenciales usos del cordón son la terapia génica en inmunodeficiencias primarias y enfermedades metabólicas, o como tratamiento regenerativo en tejidos dañados no hematopoyéticos (miocardio, sistema nervioso…). Los estudios preliminares en animales con células de cordón umbilical han abierto un fantástico campo de investigación, así como la posibilidad de usarlas en el tratamiento de las enfermedades neurodegenerativas. Pero dicho esto, la decisión de conservarlas o no es enteramente tuya.

DUDAS ACERCA DE LA MATERNIDAD Y LA HERENCIA GENÉTICA

Tengo treinta y siete años y dudo si ser o no ser madre. Me preocupa el caudal genético que pueda transmitirle a mi futuro bebé. Mi padre es ex alcohólico y tengo una hermana diagnosticada con trastorno límite de la personalidad con conductas adictivas. Mi marido, que está divorciado y es padre de tres niños preciosos, pasó por una etapa de trastorno del ánimo con síntomas bipolares a raíz de su separación de su anterior matrimonio. ¿Cómo pueden influir estos aspectos en un futuro hijo?

Junio de 2010

Responde: Sandra Borro

Si estás preocupada por la posibilidad de que tu hijo pueda sufrir alguna enfermedad hereditaria, puedes consultar con un asesor genético, un servicio que ya ofrecen algunas clínicas privadas. Estos expertos pueden haceros pruebas, tanto a ti como a tu pareja, para comprobar si existe algún problema genético específico.

Por el momento no se puede afirmar que el alcoholismo, el trastorno límite de personalidad o los del estado de ánimo sean hereditarios. Si bien algunas enfermedades mentales tienen componentes biológicos, actualmente no es posible detectarlas a través de las pruebas genéticas que se realizan durante el embarazo. Según las últimas investigaciones científicas, para convertir un bebé en un adulto sano es fundamental la relación entre padres e hijos en los primeros siete años de vida del niño.

¿INFLUYEN MÁS LOS GENES O EL ENTORNO?

Tengo diecinueve años y ahora mismo estoy en ese momento crítico de decidir mis estudios y mi futuro. Elegí estudiar biotecnología porque me enamoré de esta materia. Soy consciente de que el mundo va a cambiar y lo hará exponencialmente. Cuando pienso en cómo será la vida en un futuro, no concibo otra realidad que la que definen los avances científico-tecnológicos. Pese a mi confianza en la ciencia, creo que ésa no es la solución para tantos asuntos como hay pendientes. Acabar con el hambre, con las injusticias, con la guerra o con la violencia no consiste en eliminar los genes adecuados sino en eliminar algo más importante y global: la ignorancia.

Después de pensarlo, no creo que sea la genética el modo de actuación más adecuado, sino la educación. Ahora dudo: ¿magisterio o periodismo? No pretendo que nadie señale con el dedo cuál debe ser mi camino, pero sí quisiera saber si mis planteamientos son correctos o no. ¿Tiene más peso la educación y el ambiente o la genética? ¿Una decisión así debería ser tomada desde la reflexión profunda o de modo intuitivo, irracional y emocional?

Julio de 2011

Responde: Pablo Herreros

Respecto a qué tiene más influencia en las conductas que mostramos, no está nada claro. Sabemos que ciertos rasgos físicos están determinados por genes dominantes. Pero el comportamiento es algo más complejo.

En la primera mitad del siglo XX se puso el acento en el determinismo del ambiente; ahora recae principalmente en los genes. Aun así, el debate sobre qué ejerce más influencia seguirá abierto por largo tiempo. Mi impresión es que, en lo que respecta a la conducta, se está sobrevalorando la importancia de la genética. El ADN marca los límites y las posibilidades, pero es el entorno el que las activa o desactiva. Por ejemplo, nuestros genes determinan que no podemos correr cien metros en menos de ocho segundos, pero el entorno permite desarrollar la capacidad de hacerlo en nueve, como lo prueba Usain Bolt, o en tres veces más, como ocurriría con cualquiera de nosotros.

¿EXISTE EL GEN DE LA FELICIDAD?

¿Es posible que exista un gen de la felicidad o, al menos, una inclinación genética hacia la felicidad? Estoy tomando antidepresivos, voy a terapia, leo libros sobre la autorrealización y sobre cómo conseguir la felicidad, pero, a pesar de este esfuerzo, sigo triste y me siento frustrada por ello. ¿Debería darme por vencida y aceptar que mi genética me impedirá ser feliz? En resumen, mi destino ¿depende de mis genes?

Julio de 2012

Responde: Cecilia Salamanca

Estudios recientes demuestran que son varios los genes implicados en la felicidad que sentimos, pero lo cierto es que no conocemos el tanto por ciento génico que está relacionado con en el estado de ánimo. Lo que está claro es que no estamos totalmente predeterminados genéticamente en lo que se refiere a las emociones. No somos robots programados, también nos influyen el entorno, las experiencias, la inteligencia emocional que tenemos o la calidad de nuestras relaciones sociales. Por eso, podemos entrenarnos para tener una actitud más positiva y disfrutar mejor de muchos momentos.

El psiquiatra Richard J. Davidson observó que las personas que experimentan felicidad y actitudes positivas usan más la parte izquierda de la corteza prefrontal; en cambio los pensamientos negativos se asocian a la parte derecha de la corteza. El mindfulness es una técnica de relajación y atención plena cuya práctica favorece que la parte izquierda del cerebro se active. Te invitamos a que lo pruebes. Recuerda que no hay ningún condicionante genético que te impida encontrar la felicidad.

2. ÚLTIMAS NOTICIAS DEL CEREBRO

En los laboratorios de neurología más avanzados del planeta tiene lugar ahora mismo la aventura más apasionante que pueda plantearse el ser humano. Estamos profundizando a pasos agigantados en el conocimiento del cerebro y en la comprensión de su funcionamiento. Se trata de un viaje en el que apenas acabamos de empezar a recorrer sus primeras estaciones, pero que ya nos ha brindado descubrimientos que permiten aspirar a trascendentales objetivos. La meta de este camino es, nada más y nada menos, que dar con la definición más íntima y definitiva que podamos concebir sobre lo que somos por dentro.

El secreto de la condición humana nos aguarda encerrado en este órgano grisáceo y blando que portamos bajo el cráneo. Llegar hasta él nos va a llevar —nos está llevando ya— por indagaciones que responden a preguntas tan decisivas como dónde habita el alma, para qué sirve la conciencia, cómo funciona la memoria, qué rastro neuronal dejan los pensamientos o si seremos capaces de leer la mente. En el camino, la investigación neurológica resolverá el puzle de algunas de las más complejas e incapacitantes enfermedades mentales, como las relacionadas con la pérdida de memoria, el deterioro neuronal o los desequilibrios emocionales, y se enfrentará al inquietante desafío de poner nuestro cerebro a interactuar directamente con máquinas.

Es rara la semana que las publicaciones especializadas no alumbran algún hallazgo nuevo sobre los mecanismos de la mente, aunque, a estas alturas del viaje, la noticia más relevante que hemos conocido no tiene que ver con sofisticadas técnicas de neurocirugía ni con el descubrimiento de la actividad de ningún área específica del cerebro, sino con la constatación de una condición natural e intrínseca de este órgano: hasta hace poco pensábamos que la forma como se estructura el cerebro era inalterable y quedaba fijada de forma definitiva al alcanzar la edad adulta, pero hoy ya sabemos que este órgano no para de cambiar a lo largo de la vida. La generación de neuronas nuevas, así como de interconexiones entre ellas, no se detiene al superar la juventud. Y lo que es más sorprendente: hemos confirmado que la experiencia es el principal factor que condiciona estos cambios. Sospechábamos que nuestra vida estaba marcada por el cerebro con el que nacemos, pero ahora hemos comprobado que a nuestro cerebro también lo podemos modular a través de nuestras circunstancias vitales.

Saber que la experiencia influye en cómo se articula el cerebro permite abrir una nueva y prometedora frontera en las terapias psiquiátricas. Hoy tenemos la certidumbre de que no hace falta acudir a la cirugía y los tratamientos invasivos para modificar las sinapsis que realizan entre sí las neuronas, sino que basta con el ejercicio mental para lograrlo. Esto inaugura una inédita forma de relacionarnos con este valioso órgano, que en el futuro será sin duda más dinámica y flexible. Como recuerda el neuropsicólogo Richard Davidson: «El cerebro está siempre cambiando, tanto si nos gusta como si no. De lo que se trata es de desarrollar condiciones más positivas para que los cambios resulten más beneficiosos».

Los descubrimientos de la neuropsiquiatría tienen consecuencias cruciales a la hora de definir cómo nos vemos a nosotros mismos. Somos seres conscientes que nos ponemos delante del espejo a hacernos preguntas, pero ahora hemos comprobado hasta qué punto gran parte de la máquina que controla ese proceso funciona de manera imperceptible, sin que nos demos cuenta. Considerado hasta hace poco como la «energía oscura» de la actividad mental, una suerte de indescifrable caja negra del cerebro, el inconsciente nos está revelando cada vez más y mejor su potencial, así como la influencia que tiene en nuestro comportamiento habitual, que es mayor del que sospechábamos.

Después de constatar hasta qué punto cada acción que ejecutamos conscientemente está precedida en el tiempo por una importante actividad neurológica que acontece sin que reparemos en ella, pero condicionándola, John Dylan Haynes, neurocientífico del Bernstein Center for Computational Neuroscience de Berlín, concluyó que en el cerebro ocurren muchas más cosas de las que nosotros somos conscientes de que ocurren. En un experimento, en el que un grupo de voluntarios tenía que elegir entre varias opciones en un menú de preguntas, el equipo de Haynes pudo registrar la actividad inconsciente de sus cerebros en los instantes previos a cada decisión, llegando a predecir cuál iba a ser ésta a partir de sus patrones de intensidad neuronal.

Hablamos de milésimas de segundo, pero es ése el ámbito en el que actúa el inconsciente. Nos adentramos en una jungla en la que aún tenemos más dudas que certezas, aunque este hallazgo permite cuestionar aspectos de nuestra naturaleza más íntima y natural, como el libre albedrío. ¿Somos nosotros los que tomamos las decisiones o es nuestro cerebro el que elige, condicionado por el procesamiento de información que realiza el inconsciente sin que nos demos cuenta?

Haynes prefiere no dar una respuesta concluyente a esta pregunta, ni tampoco a otra cuestión que se deriva de los métodos empleados para monitorizar la actividad cerebral. Las actuales técnicas de neuroimagen permiten identificar los distintos patrones neuronales que se asocian a cada función y tarea de nuestra mente. Se puede afirmar que cada pensamiento deja en el encefalograma una traza diferente, lo que significa que, tal vez, algún día podremos leer la mente aprendiendo a descifrar ese patrón. Este investigador reconoce que ese horizonte es real, aunque para llegar a él habrá que utilizar técnicas de cálculo matemático muy sofisticadas. Nada que el avance científico no pueda lograr a la vuelta de unos años.

Precisamente, la conciencia constituye uno de los ámbitos que más curiosidad despierta en las investigaciones del cerebro. Hay muchas expectativas puestas en localizar el área, o las áreas, donde reside el alma. Los últimos descubrimientos llevados a cabo en este terreno descartan esa posibilidad. El secreto del cerebro, según me explicaba Joaquim Fuster, profesor de psiquiatría de la Universidad de California, no está en las neuronas, sino en la relación que éstas mantienen entre ellas, de modo que ningún recuerdo, percepción o pensamiento anidan en ninguna célula en particular, sino en el módulo de conexiones que se establece entre ellas. «La conciencia está en la red, no se puede reducir a ninguna de sus partes», destaca Fuster, quien me ponía este gráfico ejemplo para comprender cómo funciona el cerebro: aspirar a leer el pensamiento mirando la actividad de cada neurona en particular, independientemente del resto, es como pretender entender el significado de un texto analizando la composición química de la tinta. La clave está en la relación de las neuronas, no en las propias neuronas individuales.

La visión clásica acerca de los circuitos nerviosos sugería que las fibras carecen de orden en su recorrido, formando ovillos de fibras entrelazadas. Recientemente, dos grupos de investigación en Estados Unidos han desarrollado un nuevo escáner de imagen de resonancia magnética de difusión que permite visualizar la distribución de las fibras en todas las zonas del tejido cerebral y han mostrado que éstas presentan una estructura de red, simple y organizada, que se asemeja más a una ciudad bien planificada, o a un tablero de ajedrez, que a un ovillo enmarañado.

La conectómica es una nueva disciplina de la neurociencia que busca la comprensión estructural y funcional del cerebro a partir del estudio de las rutas que siguen las conexiones nerviosas. Algunos científicos, como Sebastian Seung, un joven profesor de neurociencia computacional del prestigioso MIT, defienden que la conciencia, la personalidad o el carácter de una persona están más condicionados por sus conexiones neuronales que por los genes. A diferencia del genoma, el conectoma no es rígido, sino que cambia y evoluciona día a día para adaptarnos al entorno, y de paso configurar nuestra identidad. El Gobierno de Estados Unidos está financiando actualmente el Proyecto Conectoma Humano, que pretende mapear las conexiones que subyacen bajo la función cerebral. Entre otros objetivos, este proyecto pretende desarrollar la tecnología necesaria para visualizar el flujo de actividad cerebral con la mayor resolución posible, de modo que se pueda diferenciar un circuito sano de otro anormal y así tratar desórdenes neurológicos y psiquiátricos con mayor eficacia.

Junto al de su fantástica plasticidad, quizá el otro gran hallazgo realizado en los últimos años en el ámbito de la neurología sea la constatación de que el cerebro no está programado para conocer la verdad, sino sólo para garantizarnos la supervivencia. Más aún: ninguna neurona tiene ni la más remota idea de quiénes somos, ni le interesa lo más mínimo nuestra felicidad. Está en nuestra mano mostrárselo.

LA ESTRECHA RELACIÓN ENTRE CEREBRO Y CONDUCTA

A un familiar han tenido que extirparle ciento cincuenta gramos del hemisferio derecho del cerebro y su vida cotidiana se está viendo afectada. Tiene muy deterioradas sus capacidades para analizar, medir las consecuencias de sus decisiones y recordar. Sus cambios de carácter están dañando seriamente al entorno familiar. En alguno de los muchos libros de Punset he leído que existían terapias y técnicas que, apoyadas en la plasticidad cerebral, podrían paliar estas carencias. ¿Dónde podría dirigirme para contar con más información?

Mayo de 2012

Responde: Noelia Sancho

Cuando se habla de neurociencia, suele hablarse de su origen, a partir del caso de Phineas Gage. En 1848, una barra atravesó el cráneo de Phineas en oblicuo, de punta a punta, lo que provocó cambios en su forma de ser, su carácter y su personalidad. Cuando hablas de plasticidad cerebral te refieres a la capacidad que tiene el cerebro de cambiar sus funciones, o incluso asumir las que ha perdido en un accidente. El hemisferio derecho trabaja en combinación con otras áreas, y una lesión aquí puede influir en la atención, la memoria, el sentido de orientación, la resolución de problemas, el razonamiento y la comunicación social.

En el caso de la persona que comentas, los pasos a seguir serían informar al equipo neurológico que le están tratando, así como contactar con profesionales de neuropsicología. Seguramente, con la combinación de ambos equipos podréis encontrar la manera de que vuelva a aprender algunas de las habilidades deterioradas y que los familiares entiendan mejor el problema al que se están enfrentando.

¿HASTA QUÉ PUNTO EL CEREBRO ES PLÁSTICO?

Creo en la plasticidad cerebral, y la practico al límite, pero no acabo de conseguir los resultados deseados. Tengo treinta y dos años y estoy muy orgullosa de mi crecimiento personal. No obstante, padezco un nerviosismo latente, no atribuible a ninguna enfermedad, que se me acrecienta cuando hablo en público o me siento escuchada. También me cuesta mucho mantener mi mente a raya. Probablemente, el origen de todo ello está en mi infancia, por tener un padre que no me escuchaba y una madre muy ocupada para quien yo era demasiado complicada de gestionar. He practicado risoterapia, yoga, reiki y meditación, y todas estas técnicas me funcionan maravillosamente bien, pero mi nerviosismo sigue ahí. Me pregunto qué más puedo hacer para moldear y cambiar esta condición de mi cerebro. ¿Qué técnicas puedo probar? ¿Qué rutinas o comportamientos debo cambiar para conseguir más resultados?

Octubre de 2011

Responde: Pablo Herreros

Hay varios mecanismos a través de los cuales la plasticidad neuronal puede darse, siendo la generación de axones el más común. El axón es la parte fibrosa de las células nerviosas, y es el encargado de conducir los impulsos a través del cuerpo. A los axones les suelen crecer nuevas terminaciones, que hacen conectar con otras células nerviosas. Este mecanismo sirve tanto para crear nuevas conexiones como para reparar las existentes. Además de los factores genéticos, el entorno en el que una persona vive y las acciones en las que se ve envuelto a lo largo de su vida constituyen los factores fundamentales en la plasticidad cerebral.

Respecto a qué ejercicios pueden favorecerla, dependerá de qué área queremos desarrollar. En cualquier caso, no debemos pensar en el cerebro como un agente externo que funciona de manera independiente. Las conexiones las vamos generando nosotros a través de pensamientos, ideas y maneras de procesar la información o afrontar una situación concreta. Por esto es tan importante el modo en que nos tratamos a nosotros mismos y cómo definimos lo que sucede a nuestro alrededor.

¿PODEMOS PENSAR DOS COSAS A LA VEZ?

Desde siempre me ha apasionado todo lo que tiene que ver con el cerebro y su potencial intelectual y creativo. Tengo mucha curiosidad en los descubrimientos que la neurología está llevando a cabo acerca del funcionamiento de este órgano, especialmente en lo referente a los pensamientos y la actividad cerebral que pone en marcha la experiencia consciente. Hay una duda que me inquieta especialmente: ¿pueden tenerse al mismo tiempo dos pensamientos, justo en el mismo instante?

Junio de 2011

Responde: Nika Vázquez

Aunque los neurocientíficos han descubierto que los hemisferios de nuestro cerebro, derecho e izquierdo, funcionan como dos cerebros independientes a la hora de procesar qué vemos en el mundo que nos rodea, no existen estudios que demuestren que podamos tener dos pensamientos simultáneos.

Una de las explicaciones es la linealidad del tiempo en cuanto a la acción. Si bien podemos tener muchas ideas en la cabeza y saltar de una a otra, incluso enlazándolas, no podemos pensar en varias a la vez, o al menos no podemos ser conscientes de ello. Eso no significa que ante un mismo acontecimiento podamos tener pensamientos ambiguos y contrapuestos. Dependiendo de la interpretación que hagamos de la situación, pensaremos y sentiremos de un modo u otro. La plasticidad neuronal nos permite cambiar de opinión tantas veces como creamos necesario, en función de nuestras necesidades e interpretaciones.

CÓMO AYUDAR A UN ACCIDENTADO CEREBROVASCULAR

Mi consulta tiene que ver con los accidentes cerebrovasculares. Mi padre, de ochenta y seis años, estudiante de alemán, catedrático de psicología, catedrático de filosofía y animal curioso, ha sufrido un derrame cerebral hemorrágico basal en el hemisferio izquierdo con la consecuente pérdida de fluidez verbal, afasia, hemiplejía, etcétera. Me gustaría saber más sobre esta enfermedad, pues él se da perfecta cuenta de lo que ocurre y sufre, aunque en silencio. ¿Cómo podría ayudarle?

Diciembre de 2010

Responde: Nika Vázquez

Según la OMS, un accidente cerebrovascular (ACV) es una afectación del funcionamiento cerebral que dura más de dos horas, y que a veces produce la muerte. Los factores que pueden causar la aparición de un ACV son la hipertensión arterial, la diabetes, la obesidad, las discrasias sanguíneas, el tabaquismo y la insuficiencia coronaria. Asimismo, el temperamento iracundo, la edad avanzada y los hábitos de conducta poco saludables pueden provocar dicha enfermedad.

La complicación psiquiátrica más frecuente en los casos de ACV son los cuadros depresivos, que se suelen dar en el 50 por ciento de los pacientes durante el período agudo postictus y en un 30 por ciento en los períodos de recuperación, cuando el paciente ya ha salido del hospital y está en tratamiento ambulatorio. El papel de los familiares y la gente más cercana es básico después del ACV. Aunque sea difícil estar al lado del paciente y muchas veces la comunicación sea complicada, la incomunicación es muy perjudicial. La falsa creencia de que el simple acompañamiento al paciente no sirve para nada puede alejarnos de ellos justo cuando más necesitan nuestra presencia y cariño.

3. LA ENFERMEDAD MENTAL NOS ESTÁ ESPERANDO

Según la Organización Mundial de la Salud, en 2020 la depresión será la segunda causa de discapacidad en todo el planeta, sólo por detrás de las enfermedades cardiovasculares. Ese año, cada veinte segundos habrá una muerte por suicidio en el mundo, superando incluso a las víctimas de la carretera, y un gran porcentaje de esos fallecimientos estará directamente relacionado con cuadros depresivos. Sin ir tan lejos en el tiempo, se estima que hoy en España sufre depresión o ansiedad entre el 12 y el 15 por ciento de la población. Añadamos a esta lista que en nuestro país hay ahora mismo unos ochocientos mil enfermos de Alzheimer, cada uno de los cuales está al cargo de al menos dos personas, por lo que esta dolencia complica la vida de como mínimo dos millones y medio de ciudadanos.

Estos datos son sólo algunos de los muchos indicadores que podríamos enumerar para calibrar hasta qué punto las enfermedades mentales están presentes en nuestras vidas y van a condicionar la existencia del ser humano en las décadas venideras. Sutilmente, como una fina lluvia, sin que reparáramos en ello, los dolores del alma se han ido colando en el corazón de las preocupaciones de la gente. Y parece que va a más. Nunca se han consumido tantos ansiolíticos como ahora, ni los centros de salud mental estuvieron jamás tan solicitados como en la actualidad.

La mayor longevidad de la que hoy disfrutamos, unido a las arduas exigencias que conlleva la vida urbana contemporánea, han disparado las posibilidades de sufrir a consecuencia de disfunciones del cerebro. Desgraciadamente, corren buenos tiempos para los profesionales que se dediquen a oficios relacionados con la depresión, la ansiedad, la neurosis, la esquizofrenia, el trastorno bipolar o la demencia mental.

Bajo este catálogo de enfermedades se esconden causas biogenéticas y otras adquiridas a lo largo de la vida. Sobre estas últimas hemos hablado en capítulos anteriores, poniendo de manifiesto hasta qué punto es urgente que las instituciones sanitarias y educativas dejen ya de mirar hacia otro lado y adopten una actitud preventiva sobre los problemas del espíritu. Debemos tener presente que la mayoría de estas dolencias tiene el ancla puesta en la infancia y en los déficits de educación emocional y social que han padecido y siguen padeciendo las sucesivas generaciones de menores. Mucho de ese pesar podría haberse evitado con poco esfuerzo y dinero: sólo había que vigilar los ecosistemas en los que crecen los niños.

Pero quisiera lanzar una mirada también hacia la ventana que la ciencia tiene abierta sobre las motivaciones físicas que igualmente están implicadas en los trastornos mentales, y de las que se derivan esperanzadoras vías de curación. El cerebro es el órgano más complejo que portamos en nuestro interior. No permite tratarlo como haríamos con un pulmón o el intestino, ante los que podemos actuar directamente sobre el foco del dolor, pues no existe una zona cerebral dedicada exclusivamente a dar cobijo a la neurosis o la ansiedad, sino que en él todas sus partes están mucho más interrelacionadas. Sin embargo, sí que hemos podido avanzar en la revelación de los elementos bioquímicos que hay implicados en los desajustes. En hallazgos como los bajos niveles de serotonina que suelen acompañar a los cuadros depresivos está basada la farmacopea de la que disponemos para los tratamientos psiquiátricos.

Hoy la ciencia se dispone a dar un paso más para adentrarse en las motivaciones genéticas y moleculares de las afecciones mentales. Hacia esta frontera avanzan las investigaciones que giran alrededor de la dimensión electromagnética de la actividad neuronal. Las células cerebrales se comunican entre sí a través de las sinapsis mediante neurotransmisores, cuya circulación produce un potencial eléctrico que se transmite de neurona a neurona. El objetivo de ciertas técnicas, como la estimulación cerebral profunda, es actuar sobre ese lenguaje bioeléctrico, modulando la señal que viaja por las conexiones. La posibilidad de incidir con electrodos en circuitos neuronales concretos, e incuso sobre células determinadas, abre un insospechado campo de investigación a la neurología. Además, este tipo de terapia, apoyada en las actuales técnicas de neurocirugía, permite operar en las regiones más profundas del cerebro. «Ninguna neurona está a salvo de un neurocirujano», advierte Andrés Lozano, neurólogo del Neuroscience Western Research Institute de Toronto (Canadá) y uno de los mayores expertos mundiales en este tipo de tratamientos.

Igual que cuando el ser humano se lanzó a descubrir inhóspitos mares y lejanos territorios, así se ha adentrado la neurología a cartografiar el cerebro humano y localizar qué áreas y circuitos están implicados en las diferentes tareas, perfilándose de este modo la posibilidad de actuar sobre estas zonas mediante la excitación eléctrica ejercida por neuroestimuladores. Y, además, sin que el paciente lo perciba, ya que el cerebro, que todo lo ve y todo lo registra, no siente.

La doctora Helen Mayberg, de la Emory University (Estados Unidos) es pionera en la aplicación de técnicas de neuroimagen para el estudio de la actividad cerebral de pacientes que sufren graves estados de depresión y descubrió que estas personas muestran patrones anormales de hiperactividad en una pequeña región alojada profundamente en el cerebro, denominada área 25 de Brodmann, o área subgenual. Mayberg y sus colaboradores comprobaron que esa sobreexcitación descendía cuando a los enfermos se les administran antidepresivos, lo que les hizo pensar que la depresión crónica se podría tratar disminuyendo la actividad de esa zona. Para confirmar su hipótesis, Mayberg y el doctor Lozano llevaron a cabo un tratamiento experimental en pacientes que sufrían trastornos depresivos con un largo historial de fracaso farmacológico, a los que probaron a «apagar» el área 25 mediante Estimulación Cerebral Profunda. La terapia fue un éxito, ya que logró una notable mejora en la mayoría de los casos, y a veces hasta la remisión de la enfermedad.

Aunque está considerada como la última opción para aquellos pacientes que no han respondido a otros tratamientos menos invasivos, casi cien mil personas han recibido ya terapias de Estimulación Cerebral Profunda. La mayoría son enfermos de párkinson, con quienes se están logrando resultados muy positivos en términos de reducción de los síntomas y mejoras de calidad de vida. Vivir con microchips y electrodos instalados en el cerebro dejará de ser una rareza en el futuro y se convertirá en moneda corriente según se vayan acumulando los descubrimientos en neurología.

Éstos no se detienen en los límites de la estimulación eléctrica, sino que ahora se abren también a otros tratamientos, como los que se sirven de la luz para actuar sobre la mente. La optogenética, que investigan equipos científicos como el que dirige Gero Miesenböck, neurofisiólogo de la Universidad de Oxford (Reino Unido), aspira a trasplantar proteínas fotosensibles en el cerebro que, al ser excitadas externamente mediante la luz, generan reacciones en las neuronas, lo que permite interferir en este órgano de una forma mucho menos invasiva que con la electroestimulación. Mediante control remoto óptico, ya se ha conseguido generar en moscas sensaciones de recompensa o necesidad que acabaron alterando sus comportamientos.

Incluso en un terreno tan delicado y difícil de abordar como el de las enfermedades mentales, y a pesar de los negros presagios que apuntábamos anteriormente, permítanme que me mantenga optimista de cara al futuro, a la luz de los múltiples frentes que la ciencia tiene abiertos para luchar contra las debilidades de este frágil pero maravilloso órgano. Las enfermedades mentales no son como la viruela. No es realista aspirar a una fecha en la que estos trastornos hayan quedado erradicados, pero sí podemos tener esperanzas en que iremos ganando muchas batallas. La distinta forma como la ciencia está confrontando estos problemas actualmente da prueba de esos avances. Un botón de muestra: hasta hoy, la esquizofrenia era considerada una enfermedad. Hoy los especialistas prefieren referirse a ella como un síndrome. «Esto quiere decir que hablamos de un conjunto de síntomas que aparecen en un grupo de personas. Y a ese conjunto de síntomas se puede llegar de diversas formas», recuerda María Ron, neurocientífica de la Universidad de Londres. La guerra contra las dolencias del cerebro será larga, pero la estrategia está clara y perfectamente planteada. Nos aguarda un futuro de dificultades, pero también de satisfactorias curaciones.

¿CÓMO AYUDAR A UNA HERMANA CON TRASTORNO DELIRANTE?

Tras un largo periplo por psicólogos y psiquiatras, a mi hermana le diagnosticaron un trastorno de ideas delirantes. El problema más reciente relacionado con esto es que acusa a mi padre de abusos. Ella vive sola con él después de la muerte de mi madre. Ahora no sabemos qué hacer para que estén los dos mejor, ni cómo enfrentarnos a ella y a sus acusaciones, porque no quiere dormir en casa y económicamente no es independiente, ni creo que lo sea nunca. ¿Cómo actuamos ante esta nueva situación?

Mayo de 2011

Responde: Sandra Borro

El trastorno delirante suele presentar ideas sobre situaciones que pueden ocurrir en la vida real y que generalmente son monotemáticas y están muy bien sistematizadas. Por definición, los delirios son irrefutables y resistentes a la argumentación lógica. Si no, serían sospechas, dudas razonables o ideas sobrevaloradas. Esto significa que, por mucho que lo intentes, hasta que la medicación y la terapia no hagan efecto, tu hermana seguirá creyendo que tu padre ha abusado de ella.

Se recomienda no hablar sobre el tema, no discutir con quien lo padece ni dudar de sus palabras. Necesita sentir que alguien la escucha y la comprende sin juzgarla ni tildarla de enferma mental. Sin negar lo que para ella es una convicción, puedes intentar convencerla de que tu padre ha cambiado y ya no volverá a hacerle daño. Por un instante, ponte en su lugar: no eres consciente de que deliras y nadie de tu familia te cree, y te dicen que estás loca. Hazle sentir que entiendes su dolor y su desesperación y apóyala para que lleve a cabo las terapias que haya propuesto su psiquiatra con el fin de aliviar su sufrimiento.

PROBLEMAS PSICOLÓGICOS DERIVADOS DEL PÁRKINSON

Tengo sesenta y tres años y desde los treinta padezco la enfermedad de Parkinson. Se me desencadenó después de mi tercer parto. Tengo tres hijas y dos nietos. Hace casi veinte años me divorcié de mi marido. Fue duro, pero logré remontar. Ahora estoy llena de miedos, sobre todo a la incapacidad y a la soledad, y no puedo hacer uso de las habilidades aprendidas. Me gusta la vida y quiero salir adelante de nuevo. ¿Qué puedo hacer?

Marzo de 2011

Responde: Nika Vázquez

La enfermedad de Parkinson es un trastorno que afecta a las células nerviosas en una parte del cerebro que controla los movimientos musculares. En concreto, las neuronas que producen una sustancia química llamada dopamina mueren o no funcionan adecuadamente. Los síntomas suelen incluir: temblor en las manos, los brazos, las piernas, la mandíbula y la cara; rigidez en los brazos, las piernas y el tronco; lentitud de los movimientos; problemas de equilibrio y coordinación. La medicación puede causar problemas físicos y alteraciones psicológicas como alucinaciones, insomnio, ansiedad o depresión.

Buscar ayuda psicológica es importante para adaptarse de un modo más saludable al proceso que implica esta enfermedad. Es conveniente potenciar y entrenar las estrategias de afrontamiento de cara a la nueva etapa. De este modo mejorará tu autoimagen y tu calidad de vida.

EL TRASTORNO BIPOLAR Y SU TRATAMIENTO

Todo empezó en 2004 con mi primer brote depresivo y psicótico, que derivó en un ingreso de un mes de duración en un centro psiquiátrico. Curiosamente, en 2006 abandoné por mi cuenta la medicación y aprobé dos oposiciones, tras las que renuncié a la plaza por mis evidentes síntomas. En octubre de ese mismo año me puse en manos de un prestigioso psiquiatra que me ha devuelto la vida. Desde marzo de 2007 estoy estable y sin recaídas, con trabajo y dilatada vida social. Dejé los antidepresivos hace un año, con el permiso del médico, y pronto me bajaré la medicación de la psicosis a la dosis mínima. Mi pregunta es si debo medicarme de por vida para prevenir o puedo suprimir del todo los psicofármacos tras años sin síntomas. No quiero ser esclava de la medicación, pero tampoco volver al infierno de antes.

Junio de 2010

Responde: Sandra Borro

El trastorno afectivo bipolar (TAB) es una de las enfermedades mentales más comunes, severas y persistentes. Antiguamente se conocía como psicosis maníaco-depresiva y se caracteriza por la presencia de episodios con niveles anormalmente elevados de energía, cognición y trastornos del estado de ánimo. En general se debe a un desequilibrio electroquímico en los neurotransmisores cerebrales, por lo que es imprescindible la terapia farmacológica personalizada.

En tu caso, llevas más de tres años en tratamiento con un psiquiatra que ha conseguido estabilizar tu estado anímico a través de la medicación, y es muy razonable que quiera estar seguro antes de retirarte el anti-psicótico. También puedes pedirle que te recomiende algún terapeuta de confianza que te enseñe técnicas para controlar el estrés y estrategias básicas de solución de problemas. A pesar de ser considerado un trastorno crónico, disponer de una atención integral que aborde los aspectos biológicos, psicológicos y sociales de la enfermedad puede conseguir la remisión total de las crisis. Es muy importante la regularidad de hábitos, en particular del ciclo sueño-vigilia.

REFORZAR LA MOTIVACIÓN TRAS SUFRIR BROTES PSICÓTICOS

Tuve un brote psicótico en el año 2004 y a partir de entonces voy al psiquiatra y tomo medicación. En estos años he tenido nuevas crisis. No me siento feliz. No tengo trabajo y mi problema de salud me obligó a dejar mi carrera universitaria. Además, no me animo a contarle a mi médico algunas cosas personales que me han pasado, y que también me han afectado mucho emocionalmente. ¿Qué podría hacer?

Marzo de 2012

Responde: Nika Vázquez

El comportamiento anómalo, habitual en la psicosis, puede explicarse en gran medida por las variaciones de dopamina que se dan en el cerebro. Hay terapias, como la de aceptación y compromiso (ACT, por sus siglas en inglés), que trabajan con una filosofía profundamente normalizadora y permiten que los síntomas psicóticos sean vistos como situaciones extremas de ciertas experiencias comunes a las personas. Desde la ACT, las diferencias entre las ideas de la gente y las que presentan los pacientes psicóticos son cuantitativas más que cualitativas. Sobre todo, tienen que ver con la relación que se mantiene con ellas. Un enfoque normalizador permite restar el estigma que persigue a esta enfermedad.

4. VIGILA TU CUERPO SU QUIERES CUIDAR TU MENTE

La historia de nuestra cultura está plagada de mitos erróneos que han resistido en la creencia colectiva con el poder de las verdades absolutas, a pesar de estar basados en principios que contradicen la naturaleza humana.

Durante siglos, y de forma muy especial al amparo de distintas corrientes culturales de nuestro pasado, manifestar déficits físicos fue considerado un síntoma de distinción espiritual. Por el contrario, disfrutar de salud y lozanía suponía una muestra de vulgaridad. No hay que ir muy lejos para comprobar esta absurda miopía: los literatos del siglo XIX se destacaron por una particular adoración al malestar físico. No en vano, fue en esos años cuando vivió Stendhal, el escritor que dio nombre a un síndrome que se distingue por los trastornos psicosomáticos que padecen ciertas personas especialmente sensibles cuando se encuentran en presencia de obras de arte particularmente bellas. Acabáramos: la enfermedad convertida en señal de superioridad intelectual; el mundo al revés. Incluso en mi juventud, el existencialismo y otros movimientos literarios de la época pretendieron convencernos de que ser creativos y auténticos obligaba a sufrir y tener una percepción negativa de la experiencia vital.

Aún en nuestros días perdura en muchos ámbitos de la sociedad cierto tic mental que identifica al buen estudiante, dotado con buena inteligencia y memoria, con una imagen física poco agraciada. Y en contra del prototipo del empollón listísimo, pero demacrado, se continúa identificando a un chico fornido y musculoso, o una joven bella y bien formada, con una dotación intelectual menor. Hoy la ciencia ha demostrado hasta qué punto estos dogmas contradecían a la realidad. La salud del cuerpo no sólo no está reñida con el desarrollo de la mente, sino que es la mejor garantía para disfrutar de un cerebro perfectamente engrasado.

Los habitantes de la cuna de Occidente tomaron por sabida e indiscutible la necesidad de atender al cuerpo para cuidar la mente. Sin embargo, desde las antiguas Grecia y Roma hasta nuestros días nos hemos confundido tanto con ciertas creencias nocivas que hemos necesitado disponer de sofisticadísimas máquinas de observación del organismo para darnos cuenta de que sin salud física no hay vida, pero tampoco pensamiento. A los de mi generación nos tocó frotarnos los ojos la primera vez que vimos a personas ataviadas con ropa deportiva corriendo por el parque sin más motivo que la pura práctica del ejercicio. Hasta entonces, y desde que salimos de las cuevas, el ser humano sólo había corrido para huir de una amenaza. Ahora, por primera vez, lo hacía para escapar de la amenaza que portaba en su interior en forma de sedentarismo, colesterol, atrofia muscular y previsible cardiopatía.

A la actual generación, y a la siguiente, les tocará entender que mientras practican sus deportes favoritos no sólo están poniendo a salvo el corazón, los pulmones y el sistema circulatorio, sino que también están dándole vida al cerebro, en forma de mayor riego sanguíneo, y de este modo están fortaleciendo las conexiones neuronales y generando nuevas sinapsis. Hoy sabemos que cada vez que nuestros músculos se ejercitan envían al cerebro un tipo particular de proteína, llamada IGF-1, que a su vez es responsable de la producción de otra sustancia, la BDNF (de Brain-Derived Neurotropic Factor), que actúa como neurotransmisor para comunicar las células y estimula la formación de nuevas conexiones entre las neuronas. Esto significa que disponer de buenos niveles de este elemento garantiza que las neuronas se conectan entre sí adecuadamente.

De este modo, cuando se practica ejercicio se estimula la producción de las proteínas que fomentan la plasticidad del cerebro, por lo que su presencia está directamente implicada en el aprendizaje y el buen funcionamiento de la memoria. De hecho, se ha podido comprobar que el hipocampo, que es un área especialmente relacionada con la gestión de los recuerdos y la adaptabilidad a los nuevos escenarios, aumenta de volumen con el ejercicio físico.

Por otro lado, también se ha demostrado que las sustancias que se segregan durante la práctica del deporte fomentan la generación de nuevas neuronas. No es casual que los atletas cuenten en su tejido nervioso con mayor presencia de astrocitos, que son unas células con forma de estrella a cuyo cargo corre el mantenimiento de las neuronas, ni que tras una sesión de ejercicio nos sintamos más relajados y veamos más claro lo que antes nos parecía complicado o incluso imposible: en ese rato de esfuerzo físico hemos liberado las proteínas necesarias para que nuestro cerebro genere más dopamina, serotonina y norepinefrina, lo que nos permite estar más calmados y controlar la impulsividad y la ansiedad.

Los estudios demuestran que tres meses realizando treinta minutos de ejercicio durante tres días a la semana son suficientes para elevar de manera significativa en nuestro cerebro la presencia de IGF-1 y de BDNF. John J. Ratey, profesor de psiquiatría de la Harvard Medical School (Estados Unidos), cree que caminar media hora durante cuatro o cinco días a la semana permite empezar a notar mejoras. Las investigaciones recuerdan que no todas las disciplinas tienen el mismo poder tonificador sobre el cerebro: son los deportes aeróbicos, como el atletismo, la natación o el ciclismo, los que generan más proteínas saludables, en mucha mayor medida que el levantamiento de pesas o el entrenamiento muscular.

Me adelanto a la pregunta que muchos lectores estarán planteándose: si esos elementos que se generan cuando corremos por el parque o nadamos en la piscina son tan buenos, ¿por qué no se fabrican fármacos con su fórmula química y los tomamos mientras estamos trabajando o viendo una película en el sofá de casa? La respuesta la da Fernando Gómez-Pinilla, neurocientífico del Neurotrophic Research Laboratory de la Universidad de California y uno de los mayores expertos mundiales en los efectos del ejercicio sobre el bienestar mental, y lo hace apelando a lo implicada que evolutivamente ha estado la actividad física en el diseño del ser humano: «Nuestro cerebro se formó a través del ejercicio, nuestros genes están ansiosos de deporte», advierte este especialista. Nunca un fármaco podrá sustituir el efecto saludable que tiene una sesión de deporte.

Pensemos por un instante en la actividad corporal que cotidianamente mantuvieron nuestros antepasados, desde los que se dedicaban a la caza hasta los de la generación inmediatamente anterior a la nuestra, que careció de nuestros actuales sistemas de transporte locomotor, y miremos a continuación el régimen de esfuerzos físicos que normalmente seguimos en nuestras cómodas ciudades de hoy día. De la comparación se derivan conclusiones que apuntan a la explicación de muchas de las enfermedades típicamente contemporáneas que ahora padecemos con tanta asiduidad. Hoy ya se sabe que haciendo ejercicio se reduce el riesgo de sufrir alzhéimer, así como otras enfermedades degenerativas y emocionales, como la depresión y los trastornos bipolares. Es como para salir corriendo ahora mismo.

La conveniencia de cuidar el cuerpo para salvar la mente tiene su otra piedra de toque en la vigilancia de la dieta. A medida que avanza la investigación sobre la forma como las células sintetizan los distintos componentes químicos que forman parte de los alimentos, empezamos a entender por qué unos son más saludables que otros. Así, hoy se han comprobado los efectos beneficiosos que tienen para el organismo ciertas sustancias, como los ácidos grasos del tipo omega-3, abundantes en el pescado y muy especialmente en el salmón. La razón es el DHA, un componente habitual del omega-3, que es considerado por los neurólogos y nutricionistas como una especie de ladrillo del cerebro, lo que explica que su consumo se relacione con la prevención de afecciones como la dislexia, la demencia, la depresión o la esquizofrenia.

Los resultados de un estudio llevado a cabo por investigadores españoles revelan que los consumidores habituales de comida rápida tienen entre un 40 y un 50 por ciento más de probabilidades de sufrir depresión. Se cree que puede deberse a que ciertos nutrientes ausentes en este tipo de dietas, como las vitaminas del grupo B y los ácidos grasos omega3, tienen un efecto preventivo sobre el desarrollo de patologías depresivas. Por el contrario, las ácidos grasos trans, habituales en la llamada «comida basura», aumentan los riesgos de padecer depresión, aparte de enfermedades cardiovasculares. La hipótesis a la que apuntan éste y otros estudios es que ambas dolencias están determinadas de manera similar por la dieta, por lo que podrían compartir mecanismos similares en sus orígenes.

HACER EJERCICIO AYUDA A REDUCIR LA ANSIEDAD Y LA DEPRESIÓN

No he realizado ejercicio físico en los últimos tres años debido a una dolencia en las rodillas. Aún hoy, la actividad más sencilla me ocasiona dolor. El médico me ha aconsejado nadar, pero no dispongo de una piscina cerca de casa, al menos no tanto como para convertir la natación en una rutina diaria en mi vida. Siento que mi cuerpo y mi mente necesitan ejercicio, sé lo importante que es y noto que no hacerlo me produce estrés. También me genera depresión, al pensar que mi corazón y el resto de mi organismo pueden estar envejeciendo prematuramente por esta causa. ¿Cómo puedo afrontar esta situación?

Marzo de 2012

Responde: Paula García-Borreguero

Aunque el ejercicio cardiorrespiratorio o aeróbico es el que tiene efectos más curativos, también podrías realizar entrenamientos de resistencia muscular o prácticas anaeróbicas isométricas, como levantamientos de pesas, pruebas de flexibilidad y estiramientos, o el yoga, que de hecho están indicados para pacientes en los que la actividad física puede ser inapropiada. Hay evidencias de que las actividades físicas, cuando son complementadas con yoga, proporcionan mejoras en la salud y la calidad de vida.

No obstante, realizar ejercicio puede ser beneficioso, pero no exclusivo, en la mejora de los trastornos emocionales. En la mayoría de las ocasiones, suele ser necesario trabajar también otros aspectos, como modificar la situación estresante, aumentar la capacidad para afrontar las situaciones y llevar a cabo otros cambios de hábitos y comportamientos.

HACER EJERCICIO AYUDA A REDUCIR LA ANSIEDAD Y LA DEPRESIÓN

No he realizado ejercicio físico en los últimos tres años debido a una dolencia en las rodillas. Aún hoy, la actividad más sencilla me ocasiona dolor. El médico me ha aconsejado nadar, pero no dispongo de una piscina cerca de casa, al menos no tanto como para convertir la natación en una rutina diaria en mi vida. Siento que mi cuerpo y mi mente necesitan ejercicio, sé lo importante que es y noto que no hacerlo me produce estrés. También me genera depresión, al pensar que mi corazón y el resto de mi organismo pueden estar envejeciendo prematuramente por esta causa. ¿Cómo puedo afrontar esta situación?

Marzo de 2012

Responde: Paula García-Borreguero

Aunque el ejercicio cardiorrespiratorio o aeróbico es el que tiene efectos más curativos, también podrías realizar entrenamientos de resistencia muscular o prácticas anaeróbicas isométricas, como levantamientos de pesas, pruebas de flexibilidad y estiramientos, o el yoga, que de hecho están indicados para pacientes en los que la actividad física puede ser inapropiada. Hay evidencias de que las actividades físicas, cuando son complementadas con yoga, proporcionan mejoras en la salud y la calidad de vida.

No obstante, realizar ejercicio puede ser beneficioso, pero no exclusivo, en la mejora de los trastornos emocionales. En la mayoría de las ocasiones, suele ser necesario trabajar también otros aspectos, como modificar la situación estresante, aumentar la capacidad para afrontar las situaciones y llevar a cabo otros cambios de hábitos y comportamientos.

COMBATIR LA ANSIEDAD A TRAVÉS DEL CUERPO

Tengo treinta años y, desde muy joven, padezco trastornos de ansiedad de intensidad entre fuerte y moderada. Hace diez años comencé a tomar antidepresivos y ansiolíticos. También he probado diversas terapias. Empecé por la cognitivo-conductual, pero luego me di cuenta de que practicar actividades físicas que evitaran la concentración de mi mente me servían para frenar la ansiedad, así que me enfoqué hacia tratamientos como la teatroterapia, la risoterapia y la Gestalt. Sigo con ansiedad, pero esas terapias aportan optimismo a mi vida y me ayudan a parar la espiral obsesiva de pensamientos negativos en la que vivimos las personas que sufrimos estos trastornos.

Es vital detener el círculo emoción-pensamiento-conducta del que tanto habla la terapia cognitivo-conductual. Pero intentarlo desde la cabeza, en las condiciones en las que uno se encuentra en esos momentos, es lo peor, según mi experiencia. A los que lleven mucho tiempo con este problema y estén desesperados de tanto sufrir como yo, les recomiendo que prueben a pararlo desde el cuerpo. Mi consulta es si la ciencia está llegando a las mismas conclusiones que yo, o no se estudian los casos de éxito de estas terapias.

Marzo de 2012

Responde: Cecilia Salamanca

Cuando sufrimos ansiedad llegamos a un estado de alerta elevado y nos activamos en tres niveles: cuerpo, mente y conducta. La forma de combatirla también debe abarcar los tres niveles. Cada uno responde a la ansiedad de forma diferente. Hacerlo desde el cuerpo en los momentos en los que ésta es muy elevada resulta muy efectivo. A veces, para hacer que descienda el nivel de alerta, necesitamos un desgaste fisiológico, es decir, quemar la energía que nos sobra hasta llegar a un nivel más bajo para poder actuar cognitivamente. La combinación de técnicas que trabajen el cuerpo y los pensamientos pueden hacer que la ansiedad disminuya considerablemente e incluso que desaparezca. Otro método para eliminar la ansiedad a través del cuerpo son las técnicas de respiración y relajación, ya que actúan no sólo a nivel fisiológico, sino también a nivel cognitivo y conductual.

RELACIÓN ENTRE ALIMENTOS Y EMOCIONES

Desde que tengo uso de razón, siempre me ha preocupado el peso y todo lo relacionado con lo físico. De hecho, tuve principio de anorexia con catorce años. Sin embargo, ahora me levanto y me acuesto pensando en comida basura. He pasado de controlarme a no moverme del sofá y comer en exceso. He visitado especialistas, pero no noto mejoría. ¿Es reversible mi actitud? ¿A qué se debe esta obsesión con la comida?

Enero de 2011

Responde: Sandra Borro

Con los antecedentes que comentas, en primer lugar deberías acudir a un médico que valore tu estado de salud o te derive a los profesionales que considere oportunos para realizar un diagnóstico. Antes de seguir cualquier dieta o recomendación has de saber si tu problema es físico o psicológico y en qué medida tu mente está influyendo en tus dificultades con la alimentación.

A veces las dietas intentan controlar algo que nosotros no podemos gestionar por dentro. Es como sentir que no somos quienes queremos ser. Por ello, sólo cuando uno comienza a quererse realmente puede afrontar una dieta saludable. De lo contrario, se puede llegar a pensar que se está intentando conseguir algo que va más allá de los kilos, y esta disociación lleva en ocasiones a trastornos serios de la alimentación, que no son más que un síntoma de que el placer de vivir no anda bien.

En el libro de Josep Comellas Mímate puedes encontrar información acerca de la alimentación coherente para disfrutar comiendo y sentirse con vitalidad. Además, el autor ayuda a descubrir el ejercicio físico más indicado para cada persona y enseña técnicas para controlar el estrés.

ACTIVIDAD FÍSICA Y REDES SOCIALES CONTRA LA DEPRESIÓN

Llevo con una depresión desde 2005. Siempre he sido una persona con una voluntad excepcional para conseguir todas las metas que me he propuesto. El primer año de la enfermedad me di cuenta de lo ciega que había estado respecto a mi vida. Cuando ya estaba casi recuperada volvieron los problemas. No di con buenos profesionales y volví a la depresión, el insomnio, las ganas de suicidio, la fobia… Así durante cuatro años. Al final localicé un psiquiatra que me ayudó a eliminar los síntomas y mejoró la depresión, pero no conseguí vencerla. Hice meditación, yoga y ejercicio. Leí libros para descubrir lo que me pasaba, y descubrí los síntomas de la depresión que no te explican los médicos. Por ejemplo, todo cambia mucho cuando sabes que las ganas de suicidarte te las provoca la enfermedad. Desde que tengo la depresión, también sufro pánico cuando los hombres se me aproximan con interés por conocerme. Primero me ilusiono, y después hasta les falto al respeto, algo que jamás había hecho antes. Todo ello me acaba produciendo ansiedad, o termino suspirando e idealizando a esa persona.

Julio de 2010

Responde: Nika Vázquez

El deporte, la meditación, el yoga y otras actividades físicas tienen un beneficio directo sobre el organismo, ya que estimulan la segregación de endorfinas, sustancias conocidas también como «las hormonas de la felicidad», pues generan bienestar físico y emocional de un modo natural. Por eso es importante realizar este tipo de actividades diariamente, y más cuando pasamos por momentos emocionalmente inestables.

Cuando la autoestima se ve mermada a raíz de una enfermedad mental como la depresión, es habitual que nuestra seguridad ante las relaciones sociales y emocionales tambalee. Pero es justo en esos momentos cuando el entorno social puede ayudarnos a que nos encontremos mejor. Múltiples estudios confirman que las personas que tienen la percepción de disponer de una buena red social se sienten más felices y padecen menos enfermedades. A veces nuestro cuerpo nos pide quedarnos en casa encerrados sin tener contacto con nadie, pero eso sólo alivia a corto plazo. A medio y largo plazo, lo mejor que podemos hacer para cuidarnos es esforzarnos en salir a la calle y relacionarnos con las personas de nuestro entorno.

5. ES HORA DE VIGILAR LA SALUD, NO DE CURAR ENFERMEDADES

Este libro tiene por principio y fin el sufrimiento humano. Llevamos un buen número de páginas hablando de enfermedades, malestares y disfunciones varias, y las consultas que aquí aparecen, recopiladas entre las más de dos mil que hemos recibido durante los últimos tres años en el gabinete del Apoyo Psicológico Online de la Fundación Punset, son un vademécum bastante fiable de los dolores del cuerpo y el espíritu que ensombrecen la vida de la gente. Créanme: no exagero si afirmo que buena parte de esas afecciones, tanto las físicas como las mentales, podrían haberse evitado si esas personas hubieran crecido, desde el mismo instante de su nacimiento, e incluso antes, desde el vientre de sus madres, vigiladas por un criterio preventivo de la salud que hubiera anticipado la aparición de los síntomas y hubiese atendido a las raíces genéticas y emocionales de sus dolencias.

Sin embargo, hasta ahora nos hemos dedicado a vivir como si nuestros cuerpos estuvieran perfectamente ensamblados, los tejidos que los sustentan fueran eternos y a nosotros nunca pudiera pasarnos nada. Nos permitimos el lujo de cumplir años ignorando las bombas que portamos en nuestro interior en forma de mutaciones genéticas que aguardan el momento en que nuestros hábitos de vida y alimentación los hagan activar graves enfermedades. Nos atrevemos a tener hijos ignorando hasta qué punto ciertos déficits afectivos en sus primeros años de vida tendrán decisivas consecuencias en la edad adulta. Crecemos tapándonos los ojos ante realidades como la que me recordaba un día José María Ordovás, profesor de nutrigenómica en la Universidad de Tufts (Estados Unidos): «La salud es el subproducto de las interacciones que se dan entre la genética, la nutrición y el comportamiento». La genética con la que llegamos a este mundo no podemos cambiarla, al menos de momento. Pero ¿qué hacemos descuidando tan alegremente los otros dos pilares sobre los que descansa nuestra supervivencia?

Como marionetas de un tétrico guiñol, pasamos olímpicamente de todo esto y nos dedicamos a desatender las bases del bienestar para tener que salir luego corriendo a curar las enfermedades cuando éstas nos asolan, en vez de vigilar previamente la salud. No me cabe la menor duda de que la verdadera revolución que nos espera en los próximos años en el campo de la medicina, que es como decir en la vida de las personas, no va a tener que ver con el descubrimiento de ninguna técnica de intervención complicada ni con el hallazgo de ningún compuesto químico milagroso, sino con la concienciación, por parte de ciudadanos y administraciones públicas, de que la prevención es la manera más sana, eficaz y económica que hay para asegurar mayores cotas de calidad de vida en las personas.

Nos falta dar el paso de mentalizarnos, porque la tecnología ya la tenemos disponible. Nuestra capacidad para entender a cada ser a escala anatómica, biológica y genética es un privilegio con el que no contaban nuestros antepasados, y que debemos aprovechar cuanto antes. Hoy es posible predecir las posibilidades que tiene una persona de sufrir trastornos como el alzhéimer, el cáncer o el colesterol escudriñando el plan que esconden sus genes en forma de mutaciones. Sabemos que ese potencial enfermizo va a depender del entorno para que acabe traduciéndose en patologías reales o quede latente indefinidamente, por lo que está al alcance de nuestra mano evitar que muchas enfermedades se manifiesten, adoptando una forma de vida que evite su trágico desencadenamiento.

¿Entonces a qué esperamos para darle la vuelta a la medicina y empezar a mirar a la salud antes que a las afecciones? Se trata de un asunto social, pero también de una decisión política, y quizá aquí radique el problema: las ventajas de las terapias preventivas no se perciben inmediatamente, sino en el medio y largo plazo, por lo que los responsables sanitarios de las administraciones suelen estar poco interesados en invertir en algo que producirá beneficios cuando ellos ya no estén al mando. Sin embargo, esas mismas autoridades manifiestan muy poca urgencia a la hora de traducir los hallazgos científicos en medicinas curativas. Según me confesaba Eric Topol, director del Instituto Scripps de Ciencia Traslacional de California en La Jolla (Estados Unidos), suelen pasar diecisiete años de media entre el momento en el que los laboratorios realizan un hallazgo y el día en que éste llega a las farmacias. ¿Y qué pasa con los enfermos que padecen esa dolencia durante todos esos años? En la institución que dirige Topol, dedicada a concienciar a las instituciones de la necesidad de acortar ese macabro paréntesis, hablan del «valle de la muerte» cuando se refieren a esos pacientes.

Las generaciones futuras se llevarán las manos a la cabeza al recordar la ingente cantidad de dinero que en nuestra época dedicamos a curar enfermedades y lo poco que invertimos en prevención o dietética. Básicamente, nuestro sistema sanitario se dedica a atiborrar de fármacos a la población sin reparar en las diferentes reacciones que éstos tienen, dependiendo del paciente, y asumiendo como un mal menor sus efectos secundarios, que en ocasiones causan más molestias que el propio trastorno que se pretendía curar.

Hoy forma parte de la cultura popular la recomendación de que las mujeres se hagan mamografías periódicas a partir de los cuarenta años. Igualmente, hemos incorporado al acerbo de la calle conceptos de la medicina preventiva como los chequeos y los análisis rutinarios. Muchos adultos saben que, superada cierta edad, han de realizarse una colonoscopia de forma regular, igual que los varones han asumido que deben observar su próstata al llegar a la madurez. Todas estas decisiones suponen un gran avance en la vigilancia del bienestar y sirven para evitar múltiples sufrimientos y muertes. Ahora el gran paso consiste en llevar esa actitud previsora hasta sus últimas consecuencias y monitorizar el estado de salud de cada individuo de forma regular y desde múltiples frentes.

La tecnología lo hace posible. Hoy se puede incorporar al organismo un completo menú de sensores capaces de reportar sus resultados, minuto a minuto y mediante sistemas inalámbricos, tanto al propio paciente como a su médico. El ahorro que se consigue al librar al sistema de salud de atender a un enfermo mediante este tipo de protocolos es mayor que el gasto que supondrá su tratamiento cuando la dolencia haya entrado en una fase crítica.

Los ejemplos en los que la ciencia pone al alcance de nuestra mano una actitud preventiva de la salud se multiplican. George Church, profesor de genética de la Harvard Medical School, fundó en 2005 el Personal Genome Project (PGP), que pretende secuenciar completamente el genoma de cien mil voluntarios y obtener información sobre el historial completo de cada uno de ellos. El objetivo es aprender de sus casos para así poder aconsejar a toda la población sobre qué medidas podrían tomar para prevenir las enfermedades. Por otra parte, la extensión y popularización de las redes sociales puede ser también una herramienta para la personalización de los tratamientos y fomentar las políticas de prevención. Un ejemplo es Patient Opinion, el sitio web donde los pacientes del sistema de salud británico pueden acudir para compartir sus experiencias e historias e interaccionar con el personal de los servicios sanitarios.

Por mucho que las autoridades escondan la cabeza ante esta realidad, el empuje de la evolución demográfica nos va a obligar a adoptar un enfoque más anticipador y menos paliativo de las enfermedades. Cada vez vivimos más años, pero nuestros sistemas sanitarios no van a poder hacerse cargo de una población tan grande de individuos que se pasa gran parte de su vida arrastrando afecciones que podrían haber evitado fácilmente. De igual modo, la preocupación por los efectos nocivos para la salud que tienen muchos de los alimentos que cotidianamente consumimos en nuestras sociedades industrializadas va a forzar un cambio en el modo como nos relacionamos con la comida.

En realidad, esa revolución ya ha empezado. El visionario psicólogo Daniel Goleman, padre del concepto de inteligencia emocional, está promoviendo una campaña para incrementar la concienciación de la gente sobre la realidad química de los productos con los que convivimos. No sólo lo que comemos, sino también las cremas con las que nos tratamos la piel, los detergentes con los que lavamos la ropa o el gel con el que nos lavamos. Él lo llama «inteligencia ecológica». Está convencido de que, a medida que empecemos a estar pendientes de la toxicidad que encierran los artículos de consumo que nos rodean y nos mentalicemos acerca de sus consecuencias en nuestro organismo, aprenderemos a vigilar lo que comemos y tocamos y ganaremos en salud, tanto física como mental. Esa conciencia ecológica colectiva ahora mismo puede parecer utópica, pero tengamos perspectiva: también sonó revolucionaria en su día la idea de la inteligencia emocional que Goleman promovió hace dos décadas, y hoy forma parte de nuestro lenguaje habitual.

CÓMO CREAR HÁBITOS DE VIDA SALUDABLES

Para estar en paz conmigo misma necesito llevar a cabo una serie de actividades que me hacen sentir bien: comer sano, ir al gimnasio, estudiar… Mi problema radica en que no soy capaz de convertir dichas actividades en hábitos, no soy nada constante, un día lo hago y tres no. No sé cómo puedo crear buenos hábitos, siento que soy poco disciplinada y eso me hace estar muy baja de ánimos. Y todo se convierte en un círculo vicioso: como mi ánimo está por los suelos, no hago lo que tengo que hacer, y como no lo hago, los ánimos no mejoran. ¿Cómo puedo mantenerme firme en mi decisión de cuidarme?

Enero de 2012

Responde: Nika Vázquez

Resulta muy complicado realizar actividades que no nos apetecen. Es posible que racionalmente sepamos que son buenas o saludables para nosotros, pero a veces no estamos preparados emocionalmente para llevarlas a cabo. Y la motivación es el motor que nos impulsa a comprometernos en la práctica deliberada. De hecho, es el elemento indispensable para perseguir nuestros objetivos.

En diferentes estudios sobre psicología de la motivación, Bluma Zeigarnik señala que existen cuatro técnicas esenciales que te ayudan a conseguir tus objetivos, quizá puedan ayudarte: prepara un plan adecuado; cuéntaselo a tus amigos y familiares; concéntrate en las ventajas, y recompénsate con cada paso conseguido.

¿CÓMO PREVENIR QUE SE DESENCADENE UNA ENFERMEDAD?

Hace cuatro meses mi hermano mellizo sufrió una embolia pulmonar, en ambos pulmones. Me tuve que hacer las pruebas para ver si yo también sufría trombofilia, y efectivamente la padezco. Los médicos dicen que no me preocupe, que no tiene por qué pasar nada, que lleve una vida normal, pero que al mínimo dolor me dirija al hospital. Desde entonces vivo inseguro y cada sensación que tengo activa en mí la duda

Enero de 2012

Responde: Paula García-Borreguero

Es normal, por lo menos al principio, estar intranquilo, como dices. Con la indicación de que «al mínimo dolor, te dirijas al hospital», no han hecho sino ponerte en estado de alerta. Sería recomendable que acudieras al médico especialista y te dieran pautas más concretas acerca de cuáles son los síntomas que puedan aparecer y qué has de hacer para prevenirlos. De esta forma, ganarás en sensación de control y te ayudará a dejar de malinterpretar cada síntoma físico que notes, como toses, cansancio o dolores. El objetivo es que aumentes tus recursos frente a la ansiedad y la sobrestimación del riesgo de desarrollar la enfermedad. Con el tiempo irás a aprendiendo a convivir con esta alerta y volverás a sentirte tranquilo.

AYUDAR A CONVIVIR CON EL MIEDO A LA ENFERMEDAD

A una amiga de mi madre le diagnosticaron hace años hipocondría. Según mis informaciones, estos pacientes creen estar enfermos continuamente. Pero hay más: esta persona no sólo piensa que sufre enfermedades reales, sino que dice tener agujeros debajo de los pechos que le llegan a las costillas, asegura que se le deshace el cerebro y lo expulsa por la nariz y cree que sangra por el ano. Yo creo que esto no es sólo hipocondría, sino que lleva aparejado otro tipo de trastorno. Entiendo que una cosa es ser preventivos ante las enfermedades y otra vivir con este tipo de obsesiones. No sé cómo se debe actuar ante una persona así. Gracias.

Abril de 2012

Responde: Esperanza López

La hipocondría es tan antigua como la humanidad. Galeno ya la explicaba en sus manuales de medicina. Si lo pensamos bien, todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos sentido miedo a tener una enfermedad grave. La diferencia entre un miedo razonable y la hipocondría es que esta última es un trastorno en la percepción y la interpretación de las señales del cuerpo como si fueran signos de una enfermedad, lo que produce una atención constante a esas señales y miedo a estar enfermo, que sólo disminuye temporalmente tras la consulta médica. Ocasiona grandes perjuicios, pues además del sufrimiento emocional, acarrea la constante repetición de pruebas diagnósticas, la ingesta exagerada de medicinas que pueden ser contraproducentes y un deterioro en el funcionamiento social, tanto familiar como laboral. El tratamiento pasa por explicar que se puede estar sano teniendo señales físicas alteradas, y que un dolor o un catarro no implican falta de salud. Es necesario que acepten e interpreten esas señales corporales como naturales y no malignas.

CÓMO TRATAR PREVENTIVAMENTE LOS ANTECEDENTES DE ALCOHOLISMO EN UNA FAMILIA

Mi madre y mi hermana son alcohólicas, y dos de mis hermanos drogodependientes. Yo por el momento sólo tengo problemas con la comida. Quisiera saber las consecuencias que puede tener en los hijos el hecho de tener una madre con antecedentes de alcoholismo en la familia. Por otro lado, cuando bebo, algo que no suelo hacer con frecuencia, a veces al día siguiente no recuerdo absolutamente nada de buena parte de lo vivido. Justo como le pasa a mi madre. ¿Es esto una especie también de alcoholismo? ¿Cómo puedo prevenirlo?

Abril de 2012

Responde: Cecilia Salamanca

En un estudio realizado en el Hospital Clínic de Barcelona se analizó el riesgo que tienen los hijos de padres alcohólicos de sufrir adicciones. Se demostró que está relacionado con tres factores de la historia familiar: las consecuencias del etanol en las células y el feto, la transmisión genética de la vulnerabilidad para desarrollar la adicción y la influencia de crecer en un ambiente de padres con alcoholismo.

Por otra parte, hay evidencias de relación entre los trastornos de conducta alimentaria y los problemas derivados del consumo de alcohol, ya que son trastornos que tienen que ver con la falta de control de los impulsos. Existen también estudios que demuestran la predisposición a padecer un trastorno de conducta alimentaria cuando hay antecedentes familiares de depresión y alcoholismo.

A pesar de todo, cada uno de nosotros tenemos la opción y el poder de decidir cómo enfrentarnos a la vida y a las dificultades que puedan aparecer. Tener información sobre estos hechos es la mejor forma de prevenir un posible problema. Siempre puedes acudir a un psicólogo especializado si por ti misma no puedes encontrar la solución.