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Cuando crecemos. La adolescencia y su crisis

1. TERREMOTOS EN EL CEREBRO DE UN ADOLESCENTE

De todas las etapas que conforman una vida, la de la adolescencia es, probablemente, la que más sentido da al título de este libro. Si hay un momento en el que es urgente preguntarnos acerca de lo que nos pasa por dentro, ése es el período que va de los doce a los veinte años. Nunca vamos a experimentar tantos cambios, ni éstos serán tan brutales, como los que afrontaremos en este tiempo febril de transformaciones fisiológicas, inusitadas descargas hormonales y emergencias vitales. Lo que fuimos nunca va a estar más alejado de lo que seremos como tras este revolucionario proceso que supone la pubertad.

Lo vemos fácilmente por fuera: el niño que se sube a la montaña rusa emocional y física que significan estos años saldrá de aquí físicamente convertido en un adulto, aún desajustado, pero al fin y al cabo adulto. Con ser llamativo el proceso de metamorfosis externas que experimenta un adolescente, su impacto no es comparable a todo lo que va a cambiar por dentro. La ingenuidad y la capacidad para la sorpresa se verán superadas por la responsabilidad, el autocontrol y la evaluación de riesgos. La dependencia de los padres dará paso a la autonomía personal y, quizá, a la rebeldía.

En la segunda década de la vida, los cambios se convierten en el plato único y exclusivo del menú diario. Y esas alteraciones son, por lo general, fuentes generadoras de sufrimiento. Es tiempo de confusiones y carencias de entendimiento, de tormentas emocionales y sensaciones de pérdida. Lo pueden testimoniar los padres con hijos adolescentes y lo reconocemos nosotros mismos si somos capaces de mirar atrás y recordar aquel tiempo con honestidad y sinceridad.

En los últimos quince años la neuropsiquiatría ha confirmado científicamente la naturaleza especialmente volátil de la pubertad, poniendo el foco en la razón fisiológica que se esconde bajo tantos síntomas ya conocidos: resulta que, entre todos los órganos que se ven alterados en esos años, el cerebro es uno de los que más significativamente se transforma. Sabíamos que en este momento se pone en marcha una colección de glándulas asociadas al desarrollo sexual que sumergen los cuerpos de los adolescentes en una sopa de novedosas y excitantes hormonas. Lo que hace veinte años no conocíamos, y hoy sí hemos podido confirmar mediante técnicas de neuroimagen, es que, unido a esas tormentas hormonales, en los cerebros adolescentes se producen transformaciones estructurales que asemejan terremotos.

La comparación no es exagerada, pues el paisaje neuronal que presenta el cerebro al inicio de la pubertad habrá cambiado notablemente cuando se alcance la juventud para reajustarse y optimizar su rendimiento al máximo. Este órgano gris, viscoso y circunvalado que cargamos bajo el cráneo, en el que es difícil encontrar piezas divisibles, ya que su gracia reside en la interrelación que alcanzan en su interior las células que lo forman, no para de crecer desde el mismo momento del nacimiento. Ese mayor volumen responde, principalmente, a la multiplicación de intercomunicaciones que establecen las neuronas entre ellas. Es la fase en la que las terminaciones nerviosas se lanzan como locas a crear sinapsis con nuevas neuronas, etapa que coincide con el rápido aprendizaje que experimentan los niños en este tiempo. A los seis años de edad, ese cableado ha alcanzado ya el 90 por ciento de toda la interconexión que va a desarrollar de adulto, prolongándose la expansión neuronal hasta los doce años. Recientemente se ha constatado que el cerebro adolescente, que antes se consideraba disfuncional y sumamente inmaduro, en realidad es un órgano exquisitamente sensible, perfectamente conectado y poderosamente preparado para adaptarse a las nuevas situaciones, como implica viajar desde la seguridad de la casa familiar al complicado mundo exterior.

La dinámica que primará a continuación, a nivel neuronal, es la contraria a la vivida en la etapa anterior. En los próximos años, el cerebro del adolescente va a disminuir de volumen. Algunos neurólogos describen esta etapa como un proceso de «poda neuronal»: las conexiones sinápticas menos útiles, por ser menos usadas, desaparecen, mientras otras, más ejercitadas y frecuentadas, se fortalecen. El biólogo norteamericano Gerald Edelman, premio Nobel de Medicina, prefiere hablar de «darwinismo neuronal», dada la selección natural que tiene lugar entre las células que conforman el cerebro. En síntesis: nos desprendemos de lo inútil y nos aferramos a lo importante, una ley que rige la dinámica de los seres vivos desde la noche de los tiempos.

El cerebro sufre una fuerte reorganización hasta llegar a los veinticinco años. A medida que entramos en la adolescencia, sufrirá una fuerte remodelación, semejante al recableado de un circuito eléctrico. Los axones, la parte de las neuronas usada para conectarse a otras neuronas, se van a volver más gruesos gracias a una capa de sustancia grasa llamada mielina (la sustancia blanca del cerebro) que permitirá multiplicar la velocidad de la transmisión neuronal varios cientos de veces. Por otra parte, las dendritas, que son las extremidades neuronales que reciben la mayoría de la señales de los axones cercanos, aumentarán sus ramificaciones.

Pero este proceso, y aquí es donde vienen los dolores, no es simultáneo en todas las áreas del cerebro, sino que cada zona evoluciona a un ritmo diferente. Resulta que el sistema límbico, relacionado con las respuestas emocionales y básicas, madura en la pubertad mucho antes de lo que lo hace el neocórtex, encargado de generar pensamientos más elaborados, sofisticados y racionales, que no alcanza su punto de desarrollo máximo hasta los veinticinco años. ¿Explica esto la urgencia con la que los adolescentes viven su existencia en esos difíciles años y su tendencia a sufrir tormentas emocionales?

Sarah-Jayne Blakemore no tiene dudas de que es así. Esta neurocientífica del University College de Londres escaneó el cerebro de chicos y chicas de entre once y diecisiete años mientras respondían a preguntas referidas a situaciones hipotéticas y los comparó con los de voluntarios de veintiuno a treinta y siete años. Observó que en los más jóvenes se activaba especialmente el surco superior temporal, que es una zona implicada en la adopción de decisiones sencillas e instantáneas. Sin embargo, en los mayores se excitaba más la corteza prefrontal, relacionada con el pensamiento racional y analítico. Es decir: los adolescentes, dado el desigual grado de desarrollo de sus cerebros, están más acostumbrados a un régimen de respuestas espontáneas y poco sosegadas y, por el contrario, se encuentran en inferioridad de condiciones a la hora de abordar el análisis de los riesgos que entrañan sus comportamientos.

El adolescente cree saberlo todo, aunque sea un recién llegado a la experiencia de la vida, y por este motivo tiende a padecer conflictos con el entorno y suele sentirse incomprendido. Es normal, es lo que le dicta su cerebro. También expresa una tolerancia muy baja a situaciones que requieren de su paciencia, y esto también tiene un claro reflejo cerebral. Los estudios de neuroimagen revelan que en esta edad se encuentra especialmente excitado un grupo de neuronas que forman el llamado núcleo accumbens, área relacionada con el sentido de la recompensa y el placer. Esta sobreestimulación de las funciones placenteras del cerebro explicaría que los adolescentes vivan con una ventana de tiempo tan corta y manifiesten esa imperiosa necesidad por logar sus objetivos rápido, sin esperar. También da sentido al «aburrimiento» del que con frecuencia se quejan: no lo dicen por desinterés, es que su cambiante estructura neuronal de estos años les reclama estar expuestos a situaciones de alta carga emocional. La mejor manera de acompañarles en este trance es ser conscientes de lo que les está pasando por dentro.

VIVIR EN SILENCIO UN DESORDEN ALIMENTARIO

Hace un tiempo que he dejado de comer para adelgazar. Desde entonces me dan ataques de ansiedad por las noches, en los que apenas puedo respirar. Estoy cursando bachillerato y las notas van de mal en peor, a pesar de que estudio y de que, según los test psicológicos, mi capacidad es superior a la media, cosa que me induce aún más a deprimirme. Mis padres no saben nada de mis trastornos alimentarios, creen que adelgazo porque hago deporte, y nadie conoce mis ataques, ya que nunca lo he dicho, y no me atrevo a pedir ayuda psicológica por miedo a las preguntas. Ideas suicidas me cruzan la mente a diario, lo que me asusta mucho. En realidad, no quiero hacer nada que pueda hacer daño a mi familia. En clase trato de disimularlo, nadie sospecha qué me está pasando; lo arreglo llevándome bien con la gente. No tengo a quién contárselo. Ni siquiera me veo capaz de luchar contra esto, me siento demasiado débil y triste.

Enero de 2012

Responde: Cecilia Salamanca

No debes tener miedo a pedir ayuda psicológica para empezar un tratamiento adecuado a tus necesidades. Lo más importante ahora eres tú misma. Debes aceptar que tienes un problema y saber que puedes superarlo. No debes sentirte avergonzada ni fracasada. Hablarlo con tu familia o con tus amigos puede ser una buena forma de superar lo que parecen los síntomas de un posible desorden alimentario.

Los temores y las obsesiones, así como la falta de concentración y la apatía, desaparecerán en cuando empieces a superar el estado de ánimo deprimido. Deberías intentar darle la importancia justa a tu imagen corporal y centrarte en los problemas que te ha ocasionado tu obsesión por bajar de peso. Adopta un estilo de alimentación saludable; puedes hacer dieta, pero ponte metas realistas. El deporte puede ayudarte a eliminar la ansiedad, pero hazlo de forma moderada. Las terapias cognitivo-conductuales, combinadas con terapias de remediación cognoscitiva, son recomendables para este tipo de trastorno.

DEPRESIÓN A LOS QUINCE AÑOS

Mi hijo de quince años está deprimido. Dejó de ir a clase, aunque estaba en el penúltimo año para terminar Secundaria. Según la psicóloga y el psiquiatra, está mejor, pero lo único que quiere es que lo deje en paz, que pueda irse con sus amigos todo el día y sin tener responsabilidades en la casa. Esto me apena muchísimo. Dice que no quiere sentir nada. La psicóloga sólo habla con él y no me dice nada a mí, y yo no veo cambios en mi hijo, salvo que ahora ya no se hace heridas en los brazos. Ya me he cansado de tratar de entenderle, de cederle su espacio y tener miedo a que se haga daño. Me deprime mucho intentar hablar con él y que me rechace. Mis padres siempre me han dicho que no sirvo como madre y he tenido que luchar por mantener a mi hijo conmigo, pero ahora ya no sé qué hacer.

Noviembre de 2010

Responde: Gabriel González

El mejor instrumento de que dispone la familia de un adolescente es la confianza y la comunicación. Se ha de crear un entorno que facilite la apertura del adolescente, fomentando la comunicación emocional entre padre e hijo. No a través de un proceso interrogatorio, como suele suceder, sino construyendo un espacio al que el adolescente pueda acudir en el momento que él decida, y donde los padres puedan estar dispuestos a presentar la ayuda oportuna.

En este proceso es importante que te puedas cuidar a ti también. Si te encuentras cansada, puedes buscar algún especialista que te ayude. Para una madre no es fácil encontrarse en una situación similar, pero piensa que ambos tenéis capacidad para solventar las dificultades. Una madre va a hacer todo lo que pueda para ayudar a su hijo, en cualquier fase de su vida, pero lo que has usado en otros momentos puede que ahora no funcione. Tendrás que darte cuenta tú misma. Pídele ayuda a tu hijo para que él te oriente. También tú puedes decirle que es necesario que se cumplan determinadas condiciones para que vuestra convivencia sea mejor.

MIS AMIGOS NO ENTIENDEN QUE TENGA UNA NUEVA VIDA

Tengo diecinueve años y me siento cansada, aburrida y envejecida mental y físicamente. Hace un año que he dejado atrás mi adicción a la bebida y a otras drogas, y mis amigos creen que es porque, por primera vez, tengo una relación con un chico, que además me lleva nueve años. Se han vuelto posesivos y celosos, hablan mal de nosotros a mis espaldas, e intentan que salga con ellos y vuelva a ser como antes, aun sabiendo que tengo el estómago y la mente muy dañados.

Todo se remonta a mi infancia. De pequeña sufrí maltrato físico y psicológico por parte de mis padres. De pequeña no tuve amigos, en la escuela me ponían motes y se metían conmigo. Yo odiaba a los compañeros de clase, a los profesores, al sistema y al mundo entero por no entender mi dolor. A los trece años ya había probado la bebida, el tabaco y drogas más fuertes para evadirme, hasta que se convirtió en un hábito. De esta manera me abrí al mundo y gané muchos amigos, y tuve experiencias que no cambiaría por nada.

Ahora estoy tratando de zanjar este trauma, pero no sé concentrarme, no consigo recordar cosas recientes, tengo muchos miedos absurdos y sufro ansiedad. Incluso el médico me ha dicho que puedo tener principio de epilepsia. Valoro mucho la amistad, pero no sé si mis amigos realmente se preocupan por mí o si sólo quieren divertirse conmigo. Siento que tengo que elegir entre mi pareja o mis amigos, y no sé qué hacer.

Noviembre de 2012

Responde: Sandra Borro

Por lo general, las influencias sociales tienen mayor impacto en los adolescentes psicológicamente vulnerables, aquellos que presentan déficits en habilidades sociales o académicas, así como problemas de baja autoestima, ansiedad o estrés. Tú ya has elegido dejar el alcohol y las drogas y mantener una relación de pareja que te aporta estabilidad emocional para sostener el cambio en tus hábitos de vida y ocio. Ahora estás sufriendo las consecuencias del abuso de sustancias tóxicas en tu cuerpo, pero si recibes la ayuda adecuada podrás superarlas y llevar una vida más tranquila y saludable.

Si tus amigos siguen consumiendo drogas, es muy difícil que puedan apoyar tu decisión de dejar de consumir y no entiendan tu necesidad de cambio, ya que para ellos resulta aún muy divertido y no valoran los riesgos que corren. Para evitar posibles recaídas, es importante que dediques tu tiempo y tu energía a nuevos proyectos o actividades lúdicas que puedan despertar tu interés, a aprender cosas nuevas, a mejorar tu formación académica, a hacer deporte o a participar en actividades culturales y sociales de tu comunidad.

2. EN PLENA CONFUSIÓN, TOCA REAFIRMARNOS COMO PERSONAS

Ignoramos cuántas tensiones ha de vencer un gusano en la intimidad de su crisálida hasta convertirse en mariposa, pero estamos muy al tanto del sufrimiento que las personas solemos padecer en la edad crucial de la adolescencia. La comparación no es ociosa, pues en ambos casos hablamos de etapas de metamorfosis. Al niño que apenas acababa de hacerse con el manejo de las reglas que regían su mundo, de repente le cambian las cartas del juego y se ve participando en una partida donde no sabe cómo situarse. Ya no es el infante que vivía salvaguardado por el manto protector de los padres, pero aún le faltan años, experiencia y arquitectura mental para ser el adulto que podrá valerse por sí mismo. A pesar de esto, de pronto se precipita sobre él un aluvión de presiones inéditas que le harán sentirse perdido. Las recibe del entorno académico, de los amigos, de la familia y de su propio cuerpo, que inaugura desconocidas reacciones físicas y recibe la visita de inauditas tormentas emocionales. ¿Quién no se ha sentido confundido o incomprendido a los quince años?

Estamos ante un tiempo de cambios, físicos y psicológicos, que inevitablemente obligan a afrontar crisis. Es una condición necesaria del crecimiento. No existe una terapia que solvente las marejadas que asolan al púber ante la revolución sexual que experimenta en estos años, ni una farmacopea que alivie los impulsos rebeldes que suelen presentarse en esta edad. Pero sí que hay una serie de indicaciones para acompañar mejor al adolescente en este difícil tránsito. La primera y principal consiste en tener presente que nos encontramos en un terreno especialmente movedizo y complejo, donde no habrá más remedio que convivir con el conflicto. No hay que sorprenderse, pues, de que nos topemos con todo tipo de emboscadas emocionales y trastornos relacionados con la afectividad y la propia autoaceptación.

La neurocientífica B.J. Casey, de la Universidad de Cornell, en Nueva York, ha llevado a cabo algunos estudios que sugieren que los chicos y chicas no son imprudentes porque subestimen el riesgo, sino porque sobrestiman la recompensa o, al menos, la encuentran más placentera que los adultos. Los centros de recompensa del cerebro adolescente son mucho más activos que las mismas áreas del cerebro adulto.

Otro estudio, realizado por la doctora Bita Moghaddam, de la Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos) y publicado a principios de 2012, demostró que el cerebro del adolescente, cuando éste se implica en tareas que permiten anticipar recompensas, presenta una sobreactivacion en áreas asociadas a la toma de decisiones y la motivación. Sin embargo, estas áreas no se excitan en el cerebro de los adultos de igual forma ante el mismo tipo de estímulos. Muchos investigadores, como Laurence Steinberg, experto en comportamiento adolescente de la Universidad de Temple (Estados Unidos), creen que esta sobrevaloración de la recompensa ha sido seleccionada evolutivamente, ya que el éxito en la vida adulta, en numerosas ocasiones, tiene mucho que ver con el arrojo para moverse fuera de la casa familiar hacia situaciones menos seguras, que requieren tomar riesgos

Es inevitable que todo esto genere desequilibrios y sufrimiento. Según la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (SEPEAP), uno de cada cinco adolescentes de países desarrollados afronta algún episodio de ansiedad entre los doce y los veinte años. Aunque hablamos de una reacción explicable por las nuevas situaciones de estrés que se afrontan en esta edad, no deja de ser llamativo este dato, ni el menú de manifestaciones que esa dolencia suele presentar.

En la pubertad, la ansiedad acostumbra a aparecer revestida de distintas formas de fobia —escolar, social, dirigida hacia el propio cuerpo—, así como asociada a patrones de separación familiar, trastornos obsesivos-compulsivos e incluso de estrés postraumático. Es hora de explorar el mundo más allá del ámbito seguro de la familia, y este paso, con frecuencia, provoca desubicación y dudas de identidad. Los estudios confirman que la ansiedad ante la separación es más habitual en familias sobreprotectoras. Son situaciones que pueden acabar limitando la propia actividad cotidiana del joven, causándole falta de concentración, tristeza, apatía o pánico.

Sería un error englobar todas las dolencias asociadas a la adolescencia en el mismo saco, pues son distintas las que se manifiestan en los primeros años de la pubertad de las que aparecen cerca de la juventud, y tampoco son simétricos los patrones que suelen presentar los chicos y las chicas. Esto nos llevaría a recomendar distintas formas de abordar los problemas propios de esta edad en función de la edad y el sexo del menor.

Un estudio de la Universidad de Sevilla realizado con adolescentes revela que, a medida que pasan los años, se genera un proceso de desidealización de la imagen que éstos tienen de los padres, ya que se sienten cada vez más capaces para afrontar las dificultades de la vida sin recurrir a la ayuda y el amparo de éstos. Paralelamente a ese aumento de autonomía emocional, y proporcional a él, suele tener lugar un progresivo empeoramiento en las relaciones con los progenitores. Es el momento de la reafirmación de la persona, lo que a veces pasa por la negación de la autoridad que hay delante. Esta investigación constató que los jóvenes con mayor nivel de autonomía emocional son los que presentan mayor conflictividad. Cuanto mayores son los hijos, más necesario es hablar y negociar con ellos, ya que buscan relaciones más simétricas, y menos útil es darles órdenes.

En opinión del neurocientífico Jay Giedd, del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, los cambios físicos y neuronales que experimentan los adolescentes en esta época tienen mucho que ver con la diferente tarea a la que se enfrentan ahora: tras el período del intenso aprendizaje infantil, la adolescencia es el momento de buscar la identidad.

Los estudios efectuados sobre poblaciones adolescentes resaltan que en esta edad se siente la tristeza con mayor intensidad. Las rupturas con los lazos familiares coinciden con la búsqueda a toda costa de la propia personalidad, en medio de una fuerte reactivación de la vida afectiva, e incluso romántica. Mientras las chicas manifiestan sentirse más tristes que los chicos, éstos suelen mostrar su incomodidad de forma más agresiva y violenta.

En una investigación realizada en la Universidad de Harvard (Estados Unidos), la neuropsicóloga Deborah Yurgelun-Todd demostró que los adolescentes tienden a confundir las señales del miedo, el enfado y la tristeza en los rostros de las personas. Están perdidos, y su pertinaz queja de «tú no me entiendes», es el mayor síntoma de esa carencia de brújula.

¿Qué actitud han de adoptar los padres en esa tesitura? Si durante la infancia tocaba estar muy pendientes de la vulnerabilidad de los pequeños, no porque ahora gocen de mayor autonomía hay que bajar la guardia. Estar pendientes y conocerlos bien es, quizá, la mejor recomendación que pueda darse. Especialmente de cara a un hecho relevante: justo cuando están más confundidos, los chicos han de tomar decisiones académicas que van a determinar sus futuras vidas laborales, como es la elección de una carrera universitaria, o al menos de un sector profesional.

Un día le pregunté a Ken Robinson, experto en desarrollo de la creatividad, qué consejo podía dar a los padres que se sienten inquietos cuando sus hijos les preguntan qué camino coger, si ciencia o arte, si cine o danza, y su respuesta fue: «Que no miren al mundo que rodea a sus hijos, sino directamente a ellos, para ver qué les inspira, qué capta su atención, qué materias les entusiasman, cuáles provocan su rechazo. Hay que descubrir lo que mueve su pasión».

Por desgracia, padres e hijos adolescentes acostumbran a vivir de espaldas. Ni los jóvenes entienden las recomendaciones de los mayores, ni éstos comprenden, por ejemplo, las razones que llevan a chicos y chicas de entre trece y quince años a aguardar durante horas a sus ídolos a la puerta de un hotel. Las diferencias generacionales parecen haberse ahondado y hoy los jóvenes forman un grupo social distinto al de sus progenitores: tienen más en común entre ellos que con los miembros de sus propias familias. Son como una tribu aparte.

Este factor grupal es muy importante, y va en aumento. James Fowler, experto en redes sociales de la Universidad de California, revela un dato significativo: las chicas adolescentes cuyos amigos no son amigos entre sí son mucho más proclives a pensar en el suicidio. Es sólo un síntoma, pero es indicador de la influencia que la red social tiene en la vida de los muchachos. Y no se trata de cualquier síntoma: en Estados Unidos, el suicidio es la tercera causa más frecuente de muerte entre los jóvenes de entre quince y veinticuatro años, sólo superada por los accidentes y el homicidio, según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de este país. ¿Cuántos de esos suicidios podrían haberse evitado si esos adolescentes hubieran sido escuchados a tiempo?

LA CRUELDAD DE LA REPRESIÓN SOCIAL

Soy un chico de diecisiete años que siempre ha sido feliz con las cosas más sencillas de la vida. Nunca me ha gustado hacer lo que hacen los demás. Por ejemplo, no he querido nunca llevar ropa de marca y siempre he sido un chico educado, pacífico, que ayuda y respeta a los demás, incluso a los que se meten conmigo. Pero no he podido ser feliz. Si no llevas ropa de marca, o no eres maleducado y violento, se meten contigo. Siempre tienes que estar haciendo cosas malas para que te respeten. Y aquí está el problema: si hago lo que quieren, no seré feliz, porque, por mucho que lo intente, yo soy así. Pero si no hago lo que hacen todos, tampoco seré feliz, porque me humillarán y maltratarán. No sé qué hacer. Muchas veces tengo ganas de dejar de existir, porque la gente es muy cruel, y no quiero estar toda la vida así.

Octubre de 2011

Responde: Gabriel González

Durante la adolescencia se producen situaciones muy conflictivas de las que tenemos que ir aprendiendo. Una de ellas es la presión de grupo, muy influyente en el análisis de cualquier estudio sobre consumo de sustancias en adolescentes. Los jóvenes tienden a repetir determinados comportamientos para ser aceptados. Como bien dices, no siempre tiene que ser así, para lo cual es preciso desarrollar estrategias de asertividad, comunicación y firmeza de carácter.

Lo mejor para salir de la presión de grupo, y no sólo en el tema de las drogas, es desarrollar estrategias que te permitan poder expresarte tal cual eres, sin necesidad de hacerte daño a ti mismo ni a los demás. Se trata de aprender a comunicarte, a ser asertivo y potenciar todas tus capacidades para no centrarte en tus deficiencias, o en lo que ellos piensan que son tus deficiencias, sino a mostrarles todo lo que eres capaz de hacer sin necesidad de expresarte como el resto del grupo. Has de procurar desarrollar una personalidad firme, cediendo en temas poco importantes, pero teniendo el valor de oponerte a situaciones peligrosas. Tenemos que ser capaces de decir que no a lo que no nos conviene.

NO ENCAJO CON LA GENTE DE MI EDAD

Me siento solo. Soy un adolescente de dieciséis años, y hace poco acudí a un psicólogo por problemas en el instituto: falta de atención y rechazo hacia los compañeros. Me realizaron un test de autoestima y otro de inteligencia, y me dijeron que intentara relajarme en momentos que pudiesen resultar agobiantes. No me siento bien con la gente de mi edad, suelo salir con gente más mayor para encontrarme a gusto; el problema es que ellos a veces sólo saben mirar mi edad, no la persona que tienen delante. ¿Qué puedo hacer?

Mayo de 2011

Responde: Noelia Sancho

La adolescencia es una época que puede ser complicada a nivel físico y psicológico. A nivel social, es una etapa donde la importancia de los iguales crece (los compañeros de clase, los amigos, el grupo) y sentirnos aceptados es vital. Un buen entrenamiento en habilidades sociales y asertividad puede ayudarte a manejar las relaciones sociales con gente de todo tipo, y a resaltar lo mejor de ti.

Deberías preguntarte si prefieres ir con chicos mayores porque eres más afín a ellos en gustos y opiniones o porque sientes ansiedad cuando te acercas a gente de tu edad. Si es por esto último, has de enfrentarte a tus miedos. No saques conclusiones precipitadas de la gente, probablemente haya personas de tu edad que, si les das tiempo y las conoces más, tal vez tengan más que ver contigo de lo que crees. Si te sientes cortado, quizá esto también les pase a los otros al principio. Pregúntate qué ganas y qué pierdes con tu comportamiento. Tal vez así descubras algunas claves sobre cómo cambiarlo.

EL RECURSO AL AISLAMIENTO

¿Por qué a todo el mundo le parece tan mal que quiera alejarme de una vida social o familiar, encerrarme en mi dormitorio sin hacer nada productivo para mí mismo ni para los demás? Tengo diecisiete años y siempre que salgo de mi habitación discuto con algún miembro de mi familia, lo que hace que me aísle. He de añadir también que entran en juego otros factores, como el divorcio de mis padres.

Mayo de 2011

Responde: Gabriel González

Si te das cuenta, tu situación genera un círculo del que es difícil salir, ya que te aíslas para no tener discusiones con la familia y eso hace que tengas más ganas de encerrarte y aislarte. Tu propia actitud está provocando esos conflictos. Puedes hacer algo para solucionar esto. Mantén una actitud proactiva: observa qué te ocurre, analiza y acepta lo qué está sucediendo a tu alrededor y, a partir de ahí, sé consciente de cómo reaccionas ante determinadas situaciones, por si puedes tener una actitud diferente, al menos para que no genere mayores conflictos. Así te darás cuenta de qué cosas puedes hacer para que la situación sea diferente.

Mientras tanto, utiliza ese aislamiento para conocerte, ver tus necesidades y comprobar la capacidad de cambio que tienes a tu alrededor. Ten en cuenta que hay cosas en las que no puedes influir, como por ejemplo la separación de tus padres. Por otra parte, puedes presentar una actitud más positiva hacia el diálogo y la comunicación, lo cual es posible que te proporcione mayor capacidad de adaptación a lo que te está sucediendo.

¿TENGO LA OBLIGACIÓN DE OBEDECER A MIS PADRES?

Soy un joven de quince años. Aunque no estoy metido en muchos problemas, mis padres siempre me están echando broncas y dando órdenes. ¿Qué obligación tengo de obedecerles? ¿Soy moral y físicamente libre cuando les obedezco? ¿Tengo que hacer lo que ellos me digan? Y si les desobedezco, ¿estaría incumpliendo alguna regla?

Abril de 2011

Responde: Montserrat Soler

La adolescencia es un momento crucial para la maduración de la personalidad. En este proceso se produce un cambio de la dependencia del núcleo familiar por la necesidad de autoafirmación a través de las relaciones interpersonales y sociales. Se trata de una fase del desarrollo humano que se complica para el adolescente y sus progenitores. Los vínculos afectivos y el patrón de comunicación que se establece es más distante y simétrico que en la etapa precedente. Ésa es la fase en la que te encuentras, una fase en la que la necesidad de autoafirmación puede llevarte, como ya ha hecho, a cuestionar las figuras de autoridad y sus estilos educativos.

Somos seres sociales y la individualidad depende de la interacción social. Las normas y los límites forman parte del proceso educativo. ¿Te has preguntado por las obligaciones de tus padres hacia ti? ¿Qué pasaría si hubieras recibido una educación confusa y basada en el libre albedrío? Tus preguntas respeto a las obligaciones que tienes como hijo quizá pueden alejarte de tu responsabilidad como individuo.

3. NATIVOS DIGITALES CON PROBLEMAS ANALÓGICOS

Una mirada al último siglo de civilización occidental, en términos de relevos de población, permite observar un fenómeno trascendental para la evolución humana, cuya magnitud no nos hemos parado aún a valorar en su justa medida: se ha disparado, de manera progresiva y acelerada, la innovación y el cambio de hábitos y costumbres entre las sucesivas generaciones. Si ya a los de mi edad nos tocó lidiar en un mundo manifiestamente diferente al que habitaron nuestros padres, durante los últimos cincuenta años esa renovación de patrones vitales se ido solapando con mayor rapidez e intensidad, de modo que, según pasan las décadas, el salto de mentalidad entre padres e hijos es cada vez mayor, aunque tiene lugar en menos tiempo.

Inmersos en este proceso, en la última década y media se ha producido un acontecimiento inaudito. Hablamos de uno de esos hitos que a lo largo de la evolución han dado lugar a cruciales singularidades: la irrupción de los entornos digitales en la vida cotidiana de las personas, desarrollada muy bruscamente en muy poco tiempo, está provocando una brecha generacional entre los que estábamos aquí cuando el boom tecnológico ocurrió, y no hemos tenido más remedio que ponernos rápidamente las pilas para adaptarnos a él, y los que han nacido en este nuevo ecosistema.

La discontinuidad que hay entre los emigrados y los nativos digitales, es decir, entre los nacidos antes y después de la década de los años 90 del siglo pasado, es, quizá, el hecho más importante acontecido en la especie humana, en términos antropológicos, desde que la agricultura convirtió a nuestros ancestros nómadas en seres sedentarios. Ahora la tecnología va a transformar al hombre analógico en el homo digitalis.

Vivimos en un pliegue de nuestra evolución como especie, en la raya que separa un antes y un después. Para comprenderlo sólo necesitamos echar un vistazo al archivo de experiencias y registros documentados que un joven de hoy ha adquirido cuando llega a la edad adulta y compararla con la que tenía su generación anterior. Yo crecí en los años 50. En aquella época, cualquier licenciado universitario de mi quinta había pasado unas 25.000 horas leyendo y apenas unas cuantas delante de un televisor. Con suerte, puede que hubiera mantenido un puñado de conversaciones a distancia a través del teléfono, y pare usted de contar. Hoy, un norteamericano medio sale de la universidad tras dedicar a la lectura la quinta parte del tiempo que le presté yo, pero habrá estado viendo vídeos en múltiples pantallas al menos durante otras 10.000 horas, habrá puesto una dedicación similar a hablar por el móvil y sus ratos delante del televisor serán incontables.

Gracias a las modernas técnicas de neuroimagen, hoy sabemos algo trascendental sobre el órgano más importante que portamos en nuestro interior, y que antes ignorábamos: la experiencia influye en la estructura del cerebro. No es que lo que nos ocurre afecte a nuestra forma de pensar; es que, directamente, cambia la manera como se entrelazan las neuronas entre sí. Es decir: el software modula el ensamblaje del hardware de nuestro cerebro. Siendo esto cierto, y teniendo en cuenta cómo han cambiado las fuentes que enriquecen nuestra percepción en los últimos cincuenta años, podemos calcular lo diferentes que son actualmente los adolescentes de lo que pudimos serlo medio siglo atrás.

Por eso, cuando aún hoy oigo hablar de resquemores y desconfianzas por las horas que los chicos y las chicas pasan con los videojuegos y la videoconsola, o navegando y chateando a través de internet, he de recordar que esas dudas son contrarias al avance y el desarrollo de la evolución. No hay marcha atrás, queridos habitantes de este tercer milenio: los entornos digitales han venido para quedarse, y los que han nacido y crecido rodeados de ellos lo saben bien. La naturalidad con que se adaptan a este nuevo mundo de botones, pantallas y escenarios virtuales es el síntoma más revelador de los cambios que están teniendo lugar en sus cerebros. Con frecuencia les oímos quejarse por esto, pero no son ellos los que se equivocan, sino nosotros con nuestras sospechas anticuadas. Son nativos digitales, pero tienen un problema analógico: están sometidos a patrones de comportamiento y sistemas educativos que no tienen nada que ver con lo que ellos han descubierto, les interesa y ya demandan.

¿Alguien puede dudar aún del cambio de paradigma a los que nos enfrentamos? Los que crecimos leyendo novelas de principio a fin estamos abocados a habitar dentro de una percepción lineal de los acontecimientos. En cambio, un adolescente que aprende a jugar a la videoconsola mientras ve la tele, navega por internet y escribe mensajes en el móvil, inevitablemente ha incorporado a su capacidad de percepción la posibilidad de manejarse en varios escenarios a la vez. Sus aptitudes cognitivas son paralelas. Este salto provoca cambios cerebrales que se constatarán en próximas generaciones, pero que ya hoy pueden detectarse. Como confirma el especialista en aprendizaje y nuevas tecnologías Marc Prensky, padre de la expresión «nativos digitales», hay múltiples estudios que revelan que las personas que han crecido jugando con videoconsolas son mejores cirujanos —especialmente en aquellas técnicas, como la laparoscopia, que precisan del manejo de varias herramientas a la vez y han de conciliar con precisión sentidos diferentes, como el tacto y la visión—, son músicos más habilidosos y están mejor preparados para diseñar estructuras arquitectónicas como montañas rusas o construcciones virtuales. También son hombres de negocios más sagaces y resolutivos, ya que su manejo con los videojuegos les ha habituado a asumir riesgos y a hacerlo con agilidad.

Hoy ya sabemos que, igual que el hipocampo de los taxistas de Londres está más desarrollado que la media debido al hábito que han adquirido de memorizar el trazado de las calles de esta gran ciudad, la estructura cerebral de alguien que ha crecido rodeado de videoconsolas y juegos digitales es diferente a la de otro que sólo se haya dedicado a leer. Frente a la forma secuencial de concebir la realidad que tiene éste, el nativo digital goza de una mayor visión periférica y está más habituado a desarrollar varias tareas en paralelo.

No hay por qué alarmarse: en contra de lo que algunos piensan, estar pendientes de más ventanas a la vez no supone merma alguna de atención o concentración. Prensky nos recuerda que la capacidad de la mente humana para adaptarse a nuevos escenarios es asombrosa, y una de las consecuencias de vivir en entornos que implican la ejecución de varias tareas al mismo tiempo es que el cerebro aprende a dividir su atención y ordenar prioridades.

Los aficionados a los videojuegos saben que han de distinguir rápidamente lo esencial de lo importante, pero ese criterio se incorpora a sus reflejos mentales con la naturalidad de un parpadeo. Sin darse cuenta desarrollan lo que los especialistas llaman «conciencia situacional», una capacidad para optar instantáneamente por lo prioritario y prescindir de lo secundario que, unida a la atención visual selectiva que también despliegan al habituarse al manejo en entornos gráficos, les permite ejercitarse, casi sin reparar en ello, en la esencia más pura del aprendizaje: aprender probando.

No puedo estar más de acuerdo con Richard Gerver, asesor en sistemas educativos, cuando afirma que los niños de hoy son la generación más sofisticada que nunca ha existido. No son más sabios, pero su exposición a estímulos de todo tipo los hacen, sin duda, más ricos en experiencias, conocimientos e información. Y esto, qué duda cabe, necesariamente les va a cambiar la perspectiva que tienen del mundo frente a la que poseía la generación anterior.

Corrijamos: se la ha cambiado ya. Los adolescentes de hoy han aprendido a escuchar a la intuición sin remordimientos, frente a la fe ciega en la razón de sus mayores; confían más en las redes sociales virtuales, contra el resquemor de los adultos ante todo lo que no sea presencial; defienden su derecho a focalizarse en lo que les apasiona, en lugar de andar perdiendo el tiempo con lecciones que no les van a servir de nada en sus vidas; prefieren un amigo a un fármaco, porque saben que en él encontrarán mayor bienestar y consuelo. Esta formidable transformación cristalizará del todo el día que los sistemas educativos, aparte de enseñarles a gestionar sus propias emociones, logren estar a la altura de lo que este nuevo patrón de intereses está demandando.

CÓMO AFECTAN LOS VIDEOJUEGOS AL CEREBRO

Me encantan los videojuegos, paso entre dos y cuatro horas al día con juegos gratuitos online, y mi problema es que, cuando no estoy jugando, siento que los patrones de movimiento y acción de los personajes de los juegos siguen repitiéndose en mi mente, incluso cuando duermo. Esto me causa un problema de concentración y atención, y hasta mis sueños se tornan extraños. Lo he hablado con mis compañeros y hemos llegado a la conclusión de que el cerebro, cuando jugamos mucho, repite los patrones del juego, imposibilitándonos a veces para estar al cien por cien para el estudio o cualquier otra actividad. Necesito saber si existe algún modo de controlar mi mente y que esto no me suceda. Obviamente, podría dejar los videojuegos, y es lo que hago cuando necesito rendir bien, pero ¿no hay otra vía? ¿Es sólo cosa de mi cabeza, o le pasa a todo el mundo?

Junio de 2011

Responde: Nika Vázquez

Experiencias diversas comportan estructuras cerebrales diferentes, y se supone que la estructura de los jugadores es diferente a la de los que no juegan, pero aún no se conocen los cambios que hay ni en qué afectan. Cuando leemos un libro, nuestro cerebro pone en marcha mecanismos como la lógica, la continuidad de acción y la memoria. Con los videojuegos, las habilidades que se practican son la interacción, la resolución de problemas y la creatividad.

Respecto a la atención, los científicos afirman que no por focalizarla en los videojuegos perdemos la concentración en lo demás. Si algo nos han enseñado los videojuegos es que su práctica rebasa ampliamente el campo de lo virtual. La recompensa individual supera de largo aquellas competencias inherentes al propio videojuego para irrumpir en zonas totalmente nuevas, como la memoria, la flexibilidad cognitiva o la atención. En cualquier caso, si al abandonar la frecuencia de juego desapareciera esa actividad cerebral, sería bueno buscar otros entretenimientos, para que la mente no sólo se entrene en esas habilidades, sino que pueda descansar y aprender otras nuevas. Una buena red social y entretenimientos fuera de casa son alternativas que pueden resultar enriquecedoras.

EL USO QUE LOS HIJOS DAN A INTERNET

Intentamos educar en valores a nuestros hijos para que sean buenas personas y buenos estudiantes. Para ello, procuramos utilizar el ejemplo y el diálogo. Sin embargo, hay riesgos que ponen en peligro los valores inculcados. Entre ellos, internet, que es la octava maravilla, pero también un arma de doble filo. Las redes sociales tienen un peligro: pueden crear mundos paralelos y destruir tu entorno real. ¿Qué pueden hacer los padres para evitar que sus hijos caigan en el lado oscuro de internet? ¿Qué pueden hacer sobre todo si esta circunstancia ya se ha producido?

Diciembre de 2009

Responde: Gabriel González

En el proceso de adicción a cualquier sustancia o producto, lo más importante es la prevención, la información y, como bien dices, educar en valores a partir del cariño y los límites. En edades tempranas, un proceso de adicción a internet se puede frenar restringiendo el acceso a la red. Sin embargo, cuando se llega a determinadas edades hay que encomendarse a que la educación recibida por nuestros hijos a través de valores saludables haga su trabajo. Es cuestión de confianza. Los preadolescentes muestran mayor adicción a internet y al móvil, lo que puede tener repercusiones intrapersonales. Es imprescindible comentar y discutir con ellos cualquier información problemática que pueda aparecer en internet, para lo que hay que estar a su lado durante la navegación haciendo un ejercicio crítico, no moralizante, de lo que pueden encontrarse.

Un modelo efectivo para el consumo de internet es facilitar alternativas de relación —ejercicio, actividades en grupo, en familia—, como parece que ya hacéis. Se aprenden habilidades sociales y aumenta su autoestima, al tiempo que permite que el menor no necesite ocultarse en un mundo aparte para relacionarse. Si ya se ha caído en el «lado oscuro», lo importante es mantenerse como una persona de referencia, a quien pueden acudir los jóvenes en cualquier momento, sin juzgarlos. Después, es cuestión de buscar apoyo y ayuda en profesionales especializados.

POCA FUERZA DE VOLUNTAD CONTRA LA RED

Tengo treinta y nueve años, soy una persona con estudios universitarios, y siento que hay varias áreas de mi vida que se han quedado detenidas. Vivo con mis padres, no tengo pareja y paso mucho tiempo navegando en internet. Estoy escribiendo mi tesis, o debería estar haciéndolo, pero, en lugar de eso, paso las horas leyendo noticias, entrando a Twitter, viendo vídeos o siguiendo diversos blogs. Tengo un trabajo de pocas horas que me deja gran parte del día libre. Cuando en casa me preguntan cómo voy, digo que avanzando, pero muy lento. No les digo la verdad. Cada día, al ponerme ante el ordenador, me digo a mí mismo que miraré sólo un par de cosas y me pondré con la tesis, pero no, paso horas y horas saltando de una página a otra. Y la tesis esperando. ¿Por qué tenemos la necesidad de enseñar nuestra vida a través de las redes sociales? Me siento preso de mí mismo. ¿Qué puedo hacer?

Abril de 2011

Responde: Pablo Herreros

El éxito de las redes sociales se debe, entre otros factores, a la necesidad que tenemos los primates de relacionarnos. Preferimos pasar tiempo con otros miembros de la comunidad antes que comer. Hoy en día, la satisfacción de este requerimiento se ve dificultada por la disminución de tiempo y espacios sociales en los que interaccionar. Por lo tanto, son muchas las ventajas que ofrecen estas tecnologías a la hora de ampliar nuestra red personal o laboral.

Por otra parte, está la demanda de reconocimiento que todos los humanos poseemos, y que trasladamos a cualquier ámbito de nuestras vidas. En general, buscamos tener el copyright de las cosas por razones de prestigio. Esto no quiere decir que la gente no disfrute creando por crear. Lo que ocurre es que, desde el punto de vista evolutivo, el prestigio es importante porque aumenta nuestras posibilidades de supervivencia en el grupo: los que poseen fama de ser eficaces u originales suelen ser los elegidos para ocupar un puesto vacante y son más deseados por el sexo opuesto.

4. LA DIFERENCIACIÓN SEXUAL

Uno de los territorios de la experiencia que más inquietud y quebraderos de cabeza genera en los adolescentes es el que tiene por principio y fin la sexualidad en toda su dimensión. Y no es casual. En estos críticos años asistimos a la tercera gran etapa de diferenciación sexual entre hombres y mujeres que tiene lugar en la vida. De las dos anteriores es imposible que tengamos memoria. La primera ocurrió en la octava semana de nuestra vida fetal. En ese germinal momento de gestación, los diminutos testículos de los futuros bebés varones empiezan a generar grandes cantidades de testosterona que inundan los circuitos cerebrales del feto hasta transformar lo que hasta ese instante había sido un embrión femenino —la forma biológica por defecto que se da en la naturaleza— en otro masculino.

Los neurólogos llaman «pubertad infantil» al segundo cruce de caminos sexual que afrontamos en nuestra vida: durante los primeros seis meses, los bebés varones vuelven a segregar mucha cantidad de testosterona, mientras las futuras niñas empiezan a liberar estrógenos, algo que estarán haciendo hasta los dos años. No es desatinada la etiqueta que dan los científicos a esta etapa, pues lo que sucede en ella tiene mucho que ver con la revolución sexual que va a tener lugar entre los nueve y los quince años de vida. Así como aquella lluvia de testosterona fetal había logrado doblar el tamaño de la zona del impulso sexual en el cerebro de los futuros bebés varones, en la pubertad adolescente se produce una serie de descargas hormonales que van a terminar por alejar definitivamente a chicos y chicas a través de sus diferentes expresiones sexuales, curiosamente, mientras hacen atractivos a unos a los ojos de las otras, y viceversa.

Las consecuencias las conocemos de sobra. Paulatinamente, los chicos empiezan a notar que les cambia la voz, les sale vello donde antes había una piel diáfana, sus facciones se masculinizan, su musculatura se desarrolla y se lanzan, sin saber cómo ni por qué, a tener fantasías sexuales y pulsiones genitales que hasta ese momento desconocían. Las adolescentes experimentan parejas metamorfosis, aunque en sentido femenino, y nace en ellas un repentino interés por el acicalamiento y la coquetería para aparecer atractivas a ojos de los varones.

Con frecuencia, padres y tutores se inquietan al sopesar el influjo que los medios de comunicación y el imaginario cultural juvenil puedan estar ejerciendo para potenciar la emergencia de esta curiosidad sexual. Les recomiendo que se relajen y dejen a la naturaleza actuar, pues este furor no es aprendido, ni está condicionado externamente, sino que acontece de forma natural y de modo parecido en todas las regiones y culturas del planeta. Responde a un impulso interior. Ni ellos se ven atraídos por ellas porque lo vean en las películas, ni a ellas les da por coquetear porque lo recomiende la amiga más espabilada de la pandilla.

Si viajamos al reverso neurológico de este fenómeno encontraremos un cúmulo de transformaciones que, en muy poco tiempo y con gran ímpetu, van a hacer morfológicamente diferentes los cerebros masculinos y femeninos. Si ya el día de nuestro nacimiento llegamos al mundo con una estructura neuronal distinta entre bebés varones y hembras, esos matices se van a profundizar en este tiempo de metamorfosis.

En el caso de los chicos, la testosterona es el principal combustible que anima el proceso del cambio. Entre los nueve y los quince años, los testículos de los varones aceleran la generación de esta hormona hasta aumentar en un 250 por ciento su caudal en sangre. Louann Brizendine, neuropsiquiatra de la Universidad de California y experta en la influencia que tienen los factores sexuales en el cerebro humano, describe esta transformación de manera muy gráfica: «Es como si el niño de nueve años tuviera una jarra de cerveza de testosterona, pero a los quince acabara portando tres o cuatro litros», compara. En el caso de las chicas, también la testosterona, pero sobre todo el estrógeno, es lo que causa los cambios.

Al final de ese viaje, el cerebro femenino y el masculino van a contar con fisiologías marcadamente diferentes. En los chicos, el área preóptica medial, que es una zona del hipotálamo relacionada con el impulso sexual, llega a crecer 2,5 veces más que en las chicas. En esta parte del cerebro se encuentra también el área premamilar, llamada área de defensa del cerebro, que contiene circuitos neuronales vinculados con la alerta ante amenazas territoriales, y que está más desarrollada en los machos. La amígdala, que detecta el miedo y actúa como un sistema de alarma contra amenazas y peligros, es también más grande en los varones.

Por el contrario, el cerebro de las chicas cuenta con otras regiones más activas y desarrolladas, y una de ellas es la zona de unión temporoparietal, asociada a la empatía y el procesamiento de las emociones. De igual modo, en ellas hay una mayor presencia de neuronas espejo, necesarias para interpretar la carga empática de las personas con las que tratamos. Según Brizendine, mientras las zonas del cerebro destinadas a la actividad sexual y la agresividad son mayores en los varones, las mujeres disponen de un sistema neuronal mejor preparado para procesar la empatía emocional. Pero hay más diferencias: las actuales técnicas de neuroimagen utilizadas para espiar el cerebro mientras trabaja han permitido constatar que unas y otros hacemos funcionar este maravilloso órgano de forma distinta cuando nos enfrentamos a una tarea. Así, según confirma Simon Baron-Cohen, catedrático de psicopatología de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), las mujeres tienden a utilizar ambos hemisferios a la vez y muestran señales de actividad bilateral mientras hablan o escuchan. En cambio, los hombres usan preferentemente un solo hemisferio cuando realizan esas actividades. Precisamente, el izquierdo, que es el hemisferio relacionado con el pensamiento lógico y las matemáticas. No ha de extrañarnos pues, que en las universidades la diferencia entre sexos sea tan grande en función de las distintas disciplinas académicas. El propio Baron-Cohen ha calculado que, de media, en las universidades hay trece chicos por cada chica en las carreras matemáticas, pero esta desproporción es imposible que sea cultural, pues se da de forma parecida en países muy distantes entre sí. Los varones parecen estar mejor preparados para todo lo que tiene que ver con la mecánica y la ingeniería intuitiva y las mujeres con las lenguas. Helena Cronin, experta en darwinismo y evolución humana de la London School of Economics, encuentra diferencias de actitud asociadas a esta variabilidad de vocación intelectual: «A los hombres les gustan las cosas y a las mujeres las personas», describe.

El cerebro tiene sexo y hoy sabemos que gran parte de esa diferenciación sexual se desarrolla en la adolescencia, una época en la que tiene lugar un gran aumento de sinapsis entre las dendritas de las neuronas, al tiempo que desaparecen conexiones establecidas en la infancia que habían dejado de ser utilizadas. Este proceso, aparte de ser diferente entre hembras y varones por sus particulares morfologías, no dura el mismo tiempo en ambos casos: mientras la maduración neuronal de las chicas tiene lugar en poco tiempo, los varones van más lentos y están evolucionando durante bien entrada la juventud, sin llegar a alcanzar su plenitud hasta los 22 o los 25 años. Hablamos de una adolescencia muy larga, en la que suceden muchos más acontecimientos de los que vemos por fuera.

MI HIJA ESTÁ DOMINADA POR SU NOVIO

Tengo una hija de catorce años en plena revolución hormonal. Por lo general es una niña muy sensata, pero últimamente sale con un chico de diecisiete años que no me gusta: bebe, toma drogas, es mentiroso… Me han comentado que se medica, ya que sufre de trastorno bipolar. Siempre que está con él, ella llega cambiada, como si no fuera dueña de sus actos. Incluso nos amenaza. No sé cómo actuar, veo que estoy perdiendo a mi hija y necesito que me aconsejéis. He hablado con ella sobre el tema de manera tranquila, y entonces sí me da la razón, pero en cuanto lo ve se transforma. ¿Cómo actúo ante esta situación?

Septiembre de 2010

Responde: Gabriel González

Has dado un paso muy grande al crear un espacio de confianza en el que tu hija pueda acudir cuando te necesite. Es importante esperar, ya que si ves la actitud de tu hija inapropiada, querrás controlarla y estar muy pendiente de ella. Esto provocará mayor desconfianza por su parte, lo que la llevará a seguir mostrando actitudes que no te gustan, y en ti crecerá el deseo de controlarla más.

Por otra parte, si te sientes angustiada, pídele consejo a tu hija sobre cómo puedes actuar, teniendo claro que hay cosas que como padres no podéis permitir, pues sólo tiene catorce años. A partir de aquí, has de ofrecerte para que acuda a ti si en algún momento necesita ayuda. Lo importante es que tenga la sensación de que, si se mete en cualquier lío, podrá acercarse a vosotros con confianza, y no para escuchar un reproche, ya que entonces dejará de acudir a vosotros y buscará consuelo en otros.

PREFIERO LAS RELACIONES CON HOMBRES MAYORES QUE YO

Tengo veinte años y sólo me gusta salir con hombres que me llevan diez años o más. Hace poco tuve un romance con uno de cuarenta, que fue breve, pues lo terminé al sentir que yo a él no le importaba en realidad. Mi problema es que sólo me gustan los hombres mayores. Me atrae su físico y la manera como hablan y sienten. Sólo con ellos me siento feliz en el sexo y en la vida. Mi madre y mis amigos me critican, ya que aún soy muy joven, pero no lo puedo evitar, aunque soy consciente de que esto no es bueno a la hora de buscar una pareja. ¿Tengo un problema? ¿Cómo puedo tratarlo?

Noviembre de 2011

Responde: Rosa Català

La elección de un proyecto de vida propio sólo tiene posibilidad de éxito si se hace con libertad y responsabilidad. Para conseguirlo, es necesario hacer un verdadero trabajo de artesanía con uno mismo, analizar nuestro itinerario y razones con serenidad, y no dejarnos llevar por las comparaciones u opiniones ajenas. Intentar ser como los demás es un camino estéril. Ser congruentes exige coraje y algunas veces ir a contracorriente, pero nos permite vivir una vida basada en criterios personales, arraigar en nuestro fondo interno, que al fin y al cabo es el que nos sitúa en la perspectiva justa ante la realidad.

Las creencias y normas con las que vivimos pueden ser potenciadoras o limitantes. Para un funcionamiento óptimo de las relaciones amorosas es básico tener construida una buena autoestima. Ser generosos con nosotros mismos nos predispone a amar y ser amados. Si eliges como pareja a personas con más edad, piensa que es porque te compensa, y esto en principio no representa ningún conflicto. Al contrario, está más cerca de una existencia con un sentido claro en objetivos.

MI MADRE NO ACEPTA LA ORIENTACIÓN SEXUAL DE MI HERMANA

Tengo una hermana que sabe que es homosexual desde los quince años. Yo he vivido junto a ella todas sus dudas. Ahora, a los dieciocho, ha comenzado una relación estable con una chica y se lo ha contado a nuestros padres. Como ambas esperábamos, no se lo han tomado bien. Hemos pasado una temporada muy mala, de broncas constantes. Ahora, siete meses después, mi padre parece llevarlo con algo más de naturalidad, pero mi madre sigue sin aceptarlo. Asegura que no es feliz por culpa de mi hermana, que tener una hija lesbiana es una de las peores desgracias que le podían ocurrir, y que nunca podrá aceptarlo. Yo ya no sé qué hacer. Suponía que mis padres necesitarían un periodo de adaptación para asumirlo, porque la suya es otra generación y ambos vienen de familias bastante tradicionales. Pero la situación empieza a ser insostenible: mi madre se niega a hablar del tema y mi hermana tiene cada vez más ganas de irse de casa.

Octubre de 2011

Responde: Gabriel González

Comunicar una orientación homosexual no resulta fácil, y menos a unos padres que, en principio, no van a entender dicho proceso siendo tan tradicionales como dices. Sin embargo, todo es cuestión de adaptación, y poco a poco irán aceptándolo. Ese proceso requiere su tiempo y unas estrategias que posibiliten dichos pasos. El modelo de Kübler-Ross sobre el duelo permite conocer las etapas por las que se pasa para llegar a la aceptación de una muerte. Esto mismo podemos aplicar a la aceptación de una noticia así. Lo que podemos hacer es entender que van a sucederse dichas fases y que podemos agilizarlas.

Un primer paso para conseguirlo es ofrecer información sobre la orientación sexual. A continuación, actuar con total naturalidad. Se trata de mostrar que ésa es la orientación sexual y no el conjunto de características de tu hermana. Tiene otras capacidades que la hacen especial y única. Eso es lo que debéis hacer entender a tu madre. Dentro de esas características personales, tu hermana ha aprendido unos valores y unos comportamientos que provienen de lo que os han enseñado vuestros padres. Se trata de no ponerse a la defensiva y asumir que todo lo que sois proviene de vuestros progenitores, gracias a los cuales sois unas personas luchadoras, responsables y capaces.

¿ES MI AMIGA O ME GUSTA?

Acabo de cumplir veinte años y nunca he tenido novio, pero siempre he sabido que soy heterosexual. Al menos lo sabía hasta hace poco. Hace unos meses empecé a estudiar en un colegio sólo de chicas e hice una buena amistad con una compañera. El problema es que empecé a obsesionarme con ella. Me molestaba que hablara con el resto de chicas y quería que me prestara más atención a mí. No podía quitármela de la cabeza. Incluso perdí el apetito. Era como si estuviera enamorada de ella, pero en ningún momento pensé eso, sólo quería tener una amiga en una clase en la que no conocía a nadie.

Al tiempo, nuestra relación se afianzó, nos hicimos más amigas y ella me confesó que era lesbiana, y que tenía novia. Ahora estoy más relajada, porque siento que me quiere mucho como amiga y ya no temo perderla. Pero a veces creo que me gusta realmente, que podría tener una relación amorosa con ella, y que si no tuviera novia lo intentaría. ¿Soy lesbiana entonces? No me atrae ninguna otra chica, me gustan los hombres. ¿Será que sólo pienso esas cosas porque ella es lesbiana?

Octubre de 2011

Responde: Noelia Sancho

Por lo que cuentas, parece que sentiste emociones hacia tu amiga que no sabías identificar, y que pueden deberse más a tu necesidad de caer bien que al enamoramiento. Piensa que enamorarse implica una ilusión por alguien que se parece a la que se tiene por un proyecto muy deseado, pues desencadena emociones y mecanismos químicos parecidos. Es un estado en el que sólo piensas en tu objetivo, te obsesionas y dejas otras cosas de lado. Se desencadenan también procesos químicos fisiológicos, ya que el amor es un estado físico en el que baja la serotonina, y suben la feniltilamina, la dopamina y la endorfina, lo que nos lleva a realizar acciones inusuales.

Dices que sientes que en realidad te atraen los hombres, por lo que tu orientación parece clara. No obstante, muéstrate abierta a que esas sensaciones de atracción evolucionen y cambien, no por este episodio, sino para que evites prejuzgarte. Disfruta de tu relación actual de amistad y deja fluir tu orientación y gustos sexuales, para poder disfrutar más de ellos en vez de preocuparte.

5. JUVENTUD Y VIOLENCIA

Uno de los síntomas del profundo abismo que se ha abierto entre los adolescentes de hoy y la generación de sus padres es el que muestra el crudo rostro de la violencia juvenil. Hablamos de la violencia a la que, en ocasiones puntuales o mediante comportamientos rutinarios, acuden los menores para expresar su incomodidad con el mundo en el que les ha tocado vivir, así como su ausencia total de identidad con los referentes que se les muestra como guía a seguir e imitar. Las imágenes de adolescentes arrasando a fuego y estaca barrios enteros de ciudades como Londres, en verano de 2011, o de distintas urbes de Francia en 2005, no sólo causan alarma social entre la población; también trasladan a la ciudadanía la desalentadora sensación de que algo debemos estar haciendo mal para que en culturas desarrolladas y acomodadas como éstas se den brotes con tamaños niveles de agresividad juvenil.

A esta sombría percepción se añaden las noticias que hablan de casos de acoso escolar protagonizados por los propios púberes y bachilleres en los centros educativos contra otros chicos, el tristemente famoso bullying. Nos conmueven los informes de los expertos en comportamiento juvenil que alertan sobre la preocupante reiteración de patrones de abuso, en términos de género, que parece estar dándose en las nuevas generaciones. Oímos hablar de maridos que agreden a sus esposas y rápidamente lo achacamos al machismo estructural que ha contaminado la cultura en la que esos individuos crecieron, pero ¿qué pensar cuando seguimos encontrando esa violencia ejercidas por chicos contra chicas que apenas tienen dieciocho años? ¿Cómo es posible que a estas alturas de desarrollo cultural y avance social pueda permanecer inoculada en los más jóvenes esa pulsión hacia la agresividad?

Cuando esas noticias irrumpen en la agenda mediática, rápidamente salen voces a la palestra señalando como culpables a agentes externos como la televisión, los videojuegos o los mensajes violentos que a veces portan las canciones que consumen estos jóvenes. Sin embargo, los que más y mejor han observado el comportamiento de los menores y han hurgado en las razones que les mueven a manifestar actitudes violentas prefieren mirar hacia razones más profundas y menos sintomáticas. Admitamos que un adolescente no se pone a acosar a otro en el instituto —ni le da por pegar a su novia, ni se le ocurre quemar un contenedor de basura de la calle— porque haya visto una película de alto contenido violento, ni porque haya jugado muchas horas a un videojuego de disparos y muertos, ni porque sea fan de un grupo de hip-hop que frecuente letras explícitamente crudas. En los casos en los que se da ese tipo de situaciones agresivas, el menor suele traer inoculada la violencia de casa.

Es lo que sostiene, con mucho sentido, Steven Kirsch, profesor de psicología del desarrollo de la Universidad de Geneseo (Estados Unidos). Tras investigar la interrelación que hay entre los jóvenes y su consumo de ocio audiovisual, este experto llegó a la conclusión de que los posibles estímulos hacia la agresividad que pueden entrañar ciertos videojuegos, películas, libros o canciones, sólo acaban teniendo efectos incitadores en aquellos menores que previamente tenían una predisposición a la violencia debido a la naturaleza particular de sus caracteres o por haber crecido en entornos familiares o sociales donde el acoso, los golpes, las coacciones y los gritos formaban parte del ambiente afectivo que respiraron, y donde la violencia se aceptaba como instrumento útil para gestionar las relaciones personales.

No nos confundamos: lo que importa no es qué tipo de música escucha el muchacho, sino los motivos por los que ese chico conflictivo en particular, no la juventud en general, es fan de ese grupo o esa canción que presume de actitudes violentas, pues se observa que los contenidos agresivos atraen particularmente a los chicos agresivos y despiertan en ellos esas reacciones, pero no todos los menores de edad consumidores de películas o vídeos de alto voltaje se comportan de manera bruta. Un estudio demostró que los aficionados a la ópera ven con mejores ojos el suicidio, en promedio, que el resto de la población. ¿A alguien se le ocurriría estigmatizar a Verdi y mantener a los más jóvenes alejados de este género por temor a que acabaran cortándose las venas?

Nadie se extrañará si afirmo que la violencia tiene hoy mucha más cobertura mediática que en el pasado. Si hace treinta años una pandilla de adolescentes agredía a un chico a la salida del colegio, los detalles de aquella lamentable escena difícilmente podían propagarse lejos del lugar donde ésta había tenido lugar. Hoy, ese mismo acoso no tarda en circular de móvil en móvil entre los participantes en la paliza y sus amigos, tras ser grabado en directo, o acabaría colgado en Youtube, donde con seguridad recibiría múltiples visitas. Esta observación no es una justificación de los niveles inasumibles de violencia con los que conviven nuestros jóvenes, pero permite ponernos en el mapa real de esta dolencia social. De hecho, los estudios revelan que el pico de agresividad juvenil en Occidente se produjo en la década de los años 80 del siglo pasado, y desde entonces no ha parado de bajar.

No nos consuela, pero es bueno saberlo. De igual modo, tener claro que la agresividad no la aprenden los chavales en un concierto heavy, sino mucho antes y de forma más inconsciente, ayuda a identificar la raíz de este problema, que los expertos sitúan alrededor de la familia del menor y entre la red social donde crece. Un padre maltratador o abusador es la mayor garantía de que el hijo acudirá a los puños para expresarse tan pronto como el desarrollo de su musculatura se lo permita. Igualmente, haber sufrido palizas por parte de hermanos mayores también inocula el virus de la agresividad en los más jóvenes.

A veces no hay que llegar a esos extremos para hablar de violencia. Con frecuencia identificamos este problema con los comportamientos de los varones, a quienes la testosterona les pone al alcance de la mano la tentación de manifestar la agresividad de forma física, pero Steven Kirsch alerta también sobre la violencia que las chicas adolescentes pueden llegar a desarrollar en forma de desprecio y acoso moral a otras menores. Son acosos que, si bien no causan moratones ni fracturas en los huesos, su impacto en la autoestima de las víctimas puede llegar a ser aún más grave que una paliza a tortazos.

Entre el encogimiento de hombros y el diagnóstico apresurado y lleno de tópicos, el tema de la violencia juvenil demanda análisis profundos, grandes dosis de sensibilidad y mucha observación detenida por parte de los responsables públicos y las personas dedicada a tratar con los menores. Hay mucho dolor social en juego, a parte del personal, cuando el destino de un adolescente se debate entre aprender a reconocer sus impulsos y a controlarlos o a entregarse de forma suicida a la delincuencia.

Hasta hace poco se sabía que entrar en la adolescencia demasiado pronto tenía consecuencias negativas sobre la conducta. Sin embargo, no se había analizado el efecto que tiene sobre el comportamiento de los jóvenes el hecho de cruzar la adolescencia demasiado rápido. Esto ha sido estudiado recientemente por investigadores de las universidades Penn State, Duke y Davis, en Estados Unidos. Los autores del estudio concluyeron que los chicos que pasaban más rápido que la media por la pubertad sufrían con más frecuencia episodios de ansiedad y depresión y eran más proclives a expresarse usando malos comportamientos. Se cree que cuando los cambios que sufre una persona en esta etapa se comprimen en menos tiempo, no se produce una correcta adaptación a esos cambios y el joven no está emocionalmente listo para aclimatarse a ellos. Desterremos, pues, algunas ideas equivocadas, como la de que la violencia es prima de la pobreza. La antropóloga de la Universidad de California, Teresa Caldeira, experta en desarrollo urbano, investigó la criminalidad que se ha dado en Brasil en los últimos treinta años y, tras comparar la evolución de los delitos y la renta per cápita de la nación, pudo constatar que éstos no eran parejos. Al contrario, en el incremento de los índices de violencia que se dieron en ciertos momentos, como a mediados de la década de los 80, intervinieron factores externos y nuevos, como la masiva presencia de droga, especialmente crack, que hubo en esos años.

Prestamos poca ayuda a los jóvenes susceptibles de generar comportamientos agresivos si no focalizamos correctamente las causas que les llevan a elegir ese camino. Pero menos apoyo les damos cuando rápidamente corremos a estigmatizarlos y considerarlos titulares de un problema ajeno a nosotros. Gran y cruel mentira: todos los estudios coinciden en señalar que nadie nace así del vientre de su madre. Por el contrario, usted, yo y cualquiera podemos acabar actuando de forma agresiva si nos someten a ciertos condicionantes y a altos niveles de presión. La violencia también forma parte de la condición humana, también nos ocurre por dentro.

REBELDÍA ADOLESCENTE PARA EVITAR UN DIVORCIO

Mi hermana tiene un carácter fuerte, a veces histérico, y baja tolerancia a la frustración, mientras que su marido es permisivo, sin carácter, pasivo. Entre los dos no hay una buena convivencia, e incluso han llegado a pensar en la separación. Tienen dos hijos de nueve y quince años; la mayor tiene pareja y va mal en los estudios. Se escapa de casa, recurre al padre cuando quiere algo, porque sabe que es permisivo, y no respeta a la madre. Cada vez que tiene algún enfrentamiento con ella, recurre a la familia del novio y se vuelve más rebelde. Hemos intentado hablar con ella, pero no escucha y vuelve a reincidir en sus actos y desobedecer. Todo esto ocurre en una familia desestructurada, sin comunicación ni valores. Me planteo si no sería mejor el divorcio, a pesar de la situación de mi sobrina adolescente. ¿Cómo afectaría un proceso así a cada uno de ellos? ¿El respeto que ahora mismo no existe entre la madre y la hija podría fomentarse de nuevo?

Octubre de 2011

Responde: Gabriel González

Puede que lo que esté haciendo tu sobrina sea llamar la atención para que los padres no se centren en sus problemas y no se rompa la pareja. Esto tiene sentido en el momento en el que comenzó a presentar comportamientos disfuncionales y los padres se centraron en ella, lo que permitió, en un principio, que el problema fuera la adolescente y no la relación de pareja.

Sería preciso trabajar el juego de relaciones que se está produciendo entre todos. Lo más importante es establecer los procesos para que, ocurra lo que ocurra, se puedan crear otras relaciones que permitan que no se hagan daño los unos a los otros. Cada caso es diferente y habría que analizar de qué manera afrontarlo en este caso concreto, pero un divorcio no tiene por qué ser traumático, se produzca este en la infancia o en la adolescencia. La vulnerabilidad de los hijos de los divorciados depende de características como la inteligencia, la independencia, el autocontrol y la autoestima. Entre los ocho y los catorce años, los hijos de padres separados pueden mostrar algunos problemas de adaptación personal y escolar, aunque normalmente lo acaban asumiendo.

MALTRATADA POR SU PROPIO HIJO

Mi hijo ha estado desde los doce años hasta los veinte sin querer verme. Hace dos años lo acogí de nuevo en casa, pues no podía estar con su padre, que lo maltrataba, y ahora él me maltrata psicológicamente a mí. Cuando recuperé a mi hijo me sentí feliz, pero ahora vivo la continuación del maltrato que recibí de su padre cuando decidí separarme. No sé qué hacer. Mi hijo abusa de mi debilidad, no me respeta, me está machacando, y estoy cada vez peor. Tras ocho años con su padre, ahora le imita. ¿Es posible desaprender los comportamientos aprendidos?

Enero de 2011

Responde: Gabriel González

Antes, tu hijo ha de observar en ti otro tipo de estrategias que no sean las desarrolladas hasta el momento. Tiene que ver que tú no vas a permitir determinadas cosas, y eso es una cuestión de actitud, no de decir las cosas. Tu hijo tiene que sentir que tu actitud hacia él es diferente. No se trata de síndrome de Estocolmo, se trata de amor de madre. Puedes hacer que tu amor inicie un proceso de cambio en tu hijo. Lo importante es que él entienda que no vas a permitirle todo, que vea que cuando actúa como deseas tendrá tu apoyo, pero no cuando te maltrate. Cuando se comporta bien, es importante hacerle ver que así es como te gusta la relación con él.

Si esto no fuera posible, puedes utilizar las mismas estrategias que con su padre. Con él tuviste que separarte para cortar el patrón de maltrato que se había generado. A tu hijo le puedes plantear algo así: «Tú sabes que te quiero, y que deseo que estés conmigo, pues sentirte cerca me hace feliz. Sin embargo, si esto no fuera posible, lo que nos queda es separarnos, y eso no es lo que me gustaría. Para no llegar a ese punto, no sé muy bien cómo hacerlo, me gustaría que me ayudaras». Si le muestras que necesitas ayuda para no llegar a una situación indeseada, es posible que comience a darte señales para que, con su apoyo, cambie esta situación. Pero ese cambio ha de comenzar por ti.

REVIVIENDO EL BULLYING ADOLESCENTE

Tengo veintiocho años y de adolescente sufrí acoso en el colegio. Me destrozaron psicológicamente. La cuestión es que han pasado casi quince años y hace unas semanas empecé a salir con un grupo de amigos algo más jóvenes que yo. Todo iba perfectamente, hasta que cogí confianza y les confesé mi homosexualidad. Desde entonces, uno de ellos no para de molestarme. Sé que lo hace de buen rollo, pero fue como volver a aquella época, que creí plenamente superada. Pensé que ya no me afectaría, pero he vuelto a sentir lo mismo que entonces. Sigo sin aprender a defenderme ni responder a agresiones e insultos. ¿Qué puedo hacer?

Febrero de 2012

Responde: Esperanza López

Estudios recientes aseguran que los adolescentes ven normal el maltrato en el entorno escolar, y que lo viven incluso con una actitud de resignación, pues lo perciben como algo que siempre ha estado y estará, lo que justifica la respuesta pasiva de los espectadores del acoso. Otros análisis relacionan la violencia en la adolescencia con el sentimiento de soledad, el deseo de reputación social y la insatisfacción con la vida.

En tu caso, parece que has vuelto a revivir esas mismas sensaciones al relacionarte de nuevo con adolescentes que, en pandilla, valoran a los diferentes con prejuicios. Merece la pena que te esfuerces por ampliar tu círculo de amistades a personas más parecidas a ti en edad, gustos e inquietudes. Busca actividades sociales que te hagan conocer a gente nueva. Mientras tanto, no consientas que tu orientación sexual sea motivo de burla o escarnio para nadie. Pídele explícitamente a ese chico que no siga bromeando con ese tema porque te molesta. Si eso no le hace cambiar de conducta, es la prueba de que no puedes esperar de él una verdadera amistad.