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Cuando nacemos. Los primeros años de vida

1. LO QUE TRAEMOS DEL VIENTRE MATERNO

Si podemos rebobinar la historia de nuestros rasgos corporales hasta llegar al momento de nuestro nacimiento, ¿por qué nos cuesta tanto hacerlo con los atributos del comportamiento? ¿Es más «de fábrica» una nariz prominente que un talante negociador? ¿Heredamos la tonalidad de nuestros ojos y no la propensión a la tristeza? ¿Cuánta de nuestra tendencia a la ira o a la adicción estaba grabada en nosotros el día que vimos la luz por primera vez, y qué porcentaje debemos a lo que nos ocurrió a partir de ese día: a la familia en la que nacimos, al trato que nos dieron nuestros cuidadores en la infancia, a las personas que tuvimos la suerte o la desgracia de cruzarnos en nuestro camino?

La ciencia lleva décadas iluminando cada vez más rincones de este apasionante y misterioso bosque que comunica la genética con su expresión observable en el carácter de las personas, y no sólo en sus rasgos físicos. Así, desde hace varios años sabíamos que las descargas hormonales de testosterona a las que es sometido un embrión humano en el vientre materno pueden determinar el tamaño del dedo anular en comparación con el índice. La sorpresa nos la hemos llevado al descubrir que aquellos que nacen con esta particularidad genética tienen mayor tendencia al riesgo, lo que les da ciertas facilidades en oficios donde cotiza al alza la agresividad. ¿Casualidad? No: resulta que los bróker de bolsa con el dedo anular más largo que el índice ganan diez veces más dinero, de media, que los que carecen de este rasgo.

¿Quiere esto decir que estamos marcados por el molde que nos configuró en el vientre de nuestras madres? Sí y no. En realidad, la respuesta a esta pregunta es más compleja. Según Dean Hamer, genetista de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, con las manifestaciones del carácter la casuística genética no es tan evidente como con los rasgos físicos, ya que los genes que codifican la conducta actúan liberando sustancias químicas en el cerebro —los famosos neurotransmisores—, y puede ocurrir que el mismo neurotransmisor que hace que una persona sea un empresario emprendedor y animoso, haga que sufra una fuerte tendencia a la adicción a drogas como la cocaína, que promueve la liberación de dopamina, un neurotransmisor asociado a los mecanismos de recompensa del cerebro.

Más sorpresas provenientes del campo de la neurogenética: resulta que el gen que tiene que ver con la ansiedad y los sentimientos negativos es el mismo sobre el que incide el antidepresivo Prozac y, además, tiene un funcionamiento parecido al del medicamento. Según el referido investigador, una parte de la población nace con una dosis interna de Prozac natural que les hace ser más alegres y felices que el resto de la gente. El reverso de esta presunta ventaja del Prozac endógeno —es decir, «de fábrica»—, es que tiene los mismos efectos secundarios que el que venden en las farmacias. Uno de los más destacados es que afecta a la libido y reduce el impulso sexual.

No tengo más remedio que desanimar a aquellos que esperaban que la genética iba a ofrecer un cuadro de llaves completo en el que cada una abriría la puerta que explicaría cada uno de nuestros rasgos. Sí, la genética es un cuadro de llaves, pero resulta que una misma llave abre varias puertas a la vez. La epigenética prefiere ver los genes como interruptores de la luz que se encienden o se apagan en función de que el entorno los estimule o no lo haga. Según esta interpretación, llegamos al mundo con una colección determinada de interruptores y luego la vida se encarga de activar algunos y dejar en el olvido otros. Esto significa que la experiencia puede condicionar nuestro mensaje genético hasta convertirnos en seres exclusivos e inimitables. Somos criaturas situadas en el extremo opuesto a la fabricación en serie. Como suelen afirmar los genetistas, y a mí me gusta recordar siempre que puedo, «en realidad estamos programados para ser únicos».

Ese menú de interruptores genéticos con el que venimos al mundo no es inocente, ni su funcionamiento es eterno. Ni todos los genes van a permitir ser estimulados en cualquier momento, ni la forma como el entorno les va a afectar va a ser siempre la misma. A medida que se desentrañan los mecanismos del código que heredamos, la ciencia va confirmando que ciertas aptitudes sólo van a poder desarrollarse si son estimuladas en un determinado momento de la vida. Esto explica que el lenguaje lo aprendamos en una edad concreta, y no a otra, y que el estallido sexual tenga lugar en un momento particular, y no en cualquiera.

Cuidado, este mecanismo de activación o inhibición genética también sucede en el vientre materno, donde pasan cosas más asombrosas de las que imaginamos. Cada vez hay más evidencias de que las células de los embriones pueden modificar su propio funcionamiento dependiendo de los mensajes bioquímicos que reciben de la madre.

En el vientre materno tiene lugar el milagro del ensamblaje de la vida, pero mientras éste tiene lugar, la propia vida está afectando ya al proceso. Hasta hace poco pensábamos que la capacidad de recordar sólo la teníamos a partir de los dos o tres años. Sin embargo, ahora se han empezado a reunir evidencias que prueban que bebés con escasos días de vida ya son capaces de registrar señales del exterior y recordarlas.

E incluso antes. En el Centro Europeo de Ciencias del Gusto de Dijon (Francia) probaron a emitir un sonido con un determinado ritmo fijo junto al vientre de embarazadas de treinta semanas de gestación. La respuesta inmediata de los fetos fue removerse y acelerar el pulso. Al volver a exponerlos a ese sonido varios minutos más tarde, la reacción fue menos estresada. Es como si hubieran encontrado familiar ese ruido. Sorprendentemente, al repetir este mismo experimento varias semanas más tarde, los fetos seguían aceptando el sonido sin mostrar la sorpresa de la primera vez.

Esta sensibilidad de los embriones, comprobada y testada ahora, nos permite calibrar la tremenda delicadeza de lo que ocurre ahí dentro. Hoy ya sabemos que los niveles de estrés a los que se ve sometida la madre durante el embarazo pueden influir en el devenir del futuro bebé y en la forma como éste se está constituyendo. Hasta ahora no habíamos tenido en cuenta este factor, pero en el momento en que incorporemos tal prevención en el catálogo de atenciones que requiere la gestación, los cambios en la evolución de la especie humana van a ser brutales. Lo que nos sucede antes de nacer tiene tanta o más importancia en nuestro destino que lo que nos ocurre después. Por eso, todos los cuidados para la futura madre siempre son pocos.

NO SOY DEL TODO FELIZ DESDE QUE ESTOY EMBARAZADA

Tengo treinta años y estoy embarazada de cinco meses. Es lo que más deseaba desde que era pequeña, iba a ser la mujer más feliz del mundo. Sin embargo, desde que estoy embarazada mi nivel de felicidad ha bajado. Era una persona muy vital, siempre sonriente. Ahora no sólo tengo miedos e inseguridades, como la mayoría de las madres primerizas, sino que noto que estoy menos feliz, más triste, como si el bebé me estuviera bajando el ánimo. ¿Será que los cambios físicos, las náuseas, la bajada de vitalidad, las hormonas y el cansancio hacen que me baje el ánimo, o son mis altas expectativas de felicidad las que me impiden disfrutar? Gracias.

Abril de 2011

Responde: Sandra Borro

Ser madre por primera vez remueve un mundo de emociones muy intensas y contradictorias que van desde la tristeza a la euforia, de la desesperación al sentimiento de realización personal por ser capaz de crear vida. Estudios científicos indican que durante los tres primeros y los tres últimos meses de gestación, los niveles de depresión y ansiedad entre las embarazadas son más bajos que durante el segundo trimestre, que es cuando comienzan a tener lugar los cambios físicos más evidentes. Esto suele ir acompañado de respuestas de ansiedad y conductas depresivas.

Con el primer embarazo se producen en la mente de los padres cambios profundos que implican un cierto grado de ansiedad. En tu caso, debido a los grandes esfuerzos que realizas por mantener un nivel elevado de felicidad, es posible que hayas intentado controlar tus cambios de humor y no quieras detenerte a pensar en aquellos temas que consciente o inconscientemente te preocupan. Comparte con tu pareja tus emociones, para que él pueda entenderte y apoyarte. La preocupación por el desarrollo de tu embarazo y por el futuro de tu familia pueden hacerte sentir menos feliz, aparentemente, pero la experiencia de ser madre es siempre intensa y apasionante.

¿CÓMO SURGE EL AMOR MATERNAL?

He sido madre hace poco de un niño precioso. El problema es que yo deseaba fervientemente una niña, pues la relación con mi padre siempre ha sido muy negativa y dolorosa, y como consecuencia, me cuesta mucho implicarme con el bebé emocionalmente, porque no quiero que la historia se repita y me haga daño; hasta me cuesta amamantarlo por la unión que ello significa. ¿El amor materno-filial se forja desde el primer día o los lazos se van formando con el paso del tiempo?

Junio de 2011

Responde: Sandra Borro

La investigación científica ha demostrado que, debido a una compleja interacción entre genética, hormonas y factores neuroquímicos, ya presentes durante el embarazo, hay ciertas áreas cerebrales que se activan por el contacto físico de la madre con su bebé. El vínculo que une al bebé con su madre es una conducta instintiva muy ligada a la supervivencia de la especie y proporciona al bebé la seguridad emocional de sentirse cuidado y protegido incondicionalmente.

El hecho de sentirte culpable por no haber deseado tener un hijo varón no debería afectar a la relación que tienes con tu bebé. Lo importante no es lo que deseabas o pensabas antes de tener a tu hijo, sino lo que sientes y vives con él aquí y ahora. No deberías trasladar tus vivencias y miedos a esta nueva relación que se está gestando entre tú y tu bebé. No pongas barreras a tus emociones. Observa sus reacciones, sus gestos y déjate guiar por tu instinto para conocer sus necesidades y actuar en consecuencia. El papel del padre en este proceso también es fundamental para que el niño desarrolle un apego seguro en relación a su familia.

¿AUTISMO HEREDITARIO?

Tengo treinta y dos años y muchas ganas de quedarme embarazada, pero mi hermano es autista y siento pánico a que mi hijo pueda serlo también. Me resulta muy doloroso pensar en ello, ya que mi temor es tan grande como mi deseo de ser madre. He leído mucho sobre el tema, pero parece que no hay acuerdo acerca de si el autismo es o no hereditario. Les agradecería que me ayudaran a aclararlo para librarme de esta angustia. Muchas gracias.

Marzo de 2011

Responde: Pablo Herreros

Según investigaciones recientes, la probabilidad de que los hijos de una madre con parientes autistas nazcan autistas es mayor que en el resto de la población. En un trabajo publicado en 2011 por investigadores del laboratorio de Cold Spring Harbor (Estados Unidos) se demostró que una de las alteraciones genéticas más comunes en pacientes con autismo son las delecciones (pérdidas de ADN) en un conjunto de 27 genes en el cromosoma 16. En particular, los niños con autismo sólo poseen una copia de estos genes, en vez de dos, como el resto. El autismo tiene, pues, una base genética. Sin embargo, otro estudio, también de 2011, llevado a cabo en la Universidad de California con individuos gemelos, probó que aunque el componente genético era el factor determinante del autismo en el 40 por ciento de los casos, en más de la mitad de estos pacientes los factores ambientales explicaban la patología. En los casos en los que los genes son la causa del autismo, en cualquier caso, cabe recordar que las mutaciones no siempre se heredan, sino que también pueden producirse de forma espontánea en vida del portador. En cualquier caso, y en atención a estos descubrimientos, no es descabellado realizar un estudio del ADN cuando en una familia se ha dado uno o varios casos de autismo, como es tu caso.

¿LA DEPRESIÓN VIENE EN LOS GENES?

Somos tres hermanos y los dos mayores, aunque en diferentes etapas de su vida, han caído en sendas depresiones, las dos bastante graves. Inevitablemente, cuando miro al frente me acongoja pensar en lo que me puede esperar. ¿Es posible que en nuestra familia seamos genéticamente propensos a la depresión?

Enero de 2011

Responde: Paula García-Borreguero

Efectivamente, los estudios con gemelos sugieren que los trastornos del estado de ánimo son familiares y parecen reflejar una pequeña vulnerabilidad genética subyacente. Pero es necesario que se den ciertos factores psicológicos, como el estrés, la sensación de falta de control y estilos de pensamiento negativos, para propiciar su aparición.

Es decir: no por tener una determinada carga genética vas a desarrollar el trastorno necesariamente, sino que depende de la combinación de más factores. La explicación más aceptada afirma que la depresión se desarrolla en aquellas personas que tienen la combinación de varios genes unido a determinados factores ambientales. Los familiares de individuos afectados tendrían una susceptibilidad mayor para padecer la enfermedad, pero esto no es determinante.

En cualquier caso, siempre resulta positivo, tanto para ti, dados tus antecedentes familiares, como para todas las personas, potenciar los propios recursos personales. Cuidar los hábitos de vida, fomentar una buena red de apoyo, aprender a tomar decisiones y solucionar problemas, fomentar habilidades de comunicación y asertividad, potenciar el sentido del humor, encontrar actividades placenteras y hacer un adecuado uso del tiempo libre son, entre otros, pequeños recursos que podemos desarrollar para tener mayor capacidad de afrontar las dificultades que la vida nos va presentando.

2. NUESTRA VIDA SE DECIDE DE 0 A 5 AÑOS

Si diéramos un paseo por los laboratorios de Investigación y Desarrollo de las empresas tecnológicas más punteras del planeta podríamos hacernos una idea aproximada de lo que ocurre en el cerebro de un niño desde que nace hasta que cumple cinco o siete años. En esa excursión científica veríamos cómo los investigadores se dedican a hacer pruebas con los materiales con los que trabajan y a tomar nota de los resultados que obtienen en estos experimentos, de los cuales extraen a continuación un catálogo de conclusiones que les sirven de base para volver a hacer nuevos intentos. Cada fallo les previene de la conveniencia de abandonar una vía. Por el contrario, cada acierto no sólo se convierte en la base sobre la que asentar el siguiente experimento, sino que además refuerza la confianza de todo el equipo en el convencimiento de estar avanzando por el buen camino.

Algo parecido le pasa a un bebé cuando se enfrenta al reto de negociar con la vida desde los instantes que siguen a su nacimiento. En los próximos días, meses y años, su cerebro se va a comportar como el área de I+D de una empresa tecnológica. De los logros que alcance en este período iniciático de su vida, así como de los comportamientos que estos triunfos reafirmen en él, va a depender el tipo de persona que será de adulto. Estamos en el decisivo momento en el que se teje la trama neuronal que da armazón al cerebro, y según sea el tipo de conexiones que se activen de forma más intensa y constante, así serán los rasgos del carácter que resultarán reforzados, conformándose de este modo su personalidad.

A fuerza de verse reforzados en sus comportamientos, niños de corta edad con tendencia a la comunicación, al análisis o a la ensoñación, por citar unos cuantos rasgos de la personalidad, lograrán desarrollar esas cualidades de su carácter, mientras otros, por falta de estímulo, verán mermado el potencial que quizá podrían haber desarrollado si hubiesen sido excitados de forma adecuada. Y ese interruptor, o se enciende ahora o ya no se encenderá nunca. Hay un momento en la vida para aprender a hablar, y no otros. De forma parecida sucede con el sentido de la vista. Si el bebé no recibe estimulación luminosa durante los seis primeros meses de vida, las conexiones neuronales que conectan el ojo con el córtex visual degenerarán, con lo que perderá su capacidad para ver.

El cerebro humano es el órgano más plástico y moldeable que portamos. Ninguna otra parte de nuestro cuerpo puede verse alterada tanto como él a causa de los inputs que le llegan del exterior. No podemos influir en el diseño del menú de aptitudes con el que nacemos, pero sí podemos hacer que unas se desarrollen y otras no. Por eso es tan decisiva la atención que debemos dedicar a la educación y el cuidado de los niños en estos primeros años de vida. Es ahora cuando se está tendiendo el cableado neuronal que intercomunicará todo su cerebro.

El neuropsicólogo Richard Davidson[1], director de los laboratorios de Neurociencia Afectiva de la Universidad de Wisconsin (Estados Unidos.), comprobó la enorme variabilidad que tiene el cerebro humano en estos cinco primeros años de vida y cómo aquélla influye a la hora de condicionar el carácter de la persona. Su investigación le permitió confirmar que cualquier intervención que quisiéramos llevar a cabo para influir en la personalidad es infinitamente más eficaz si se hace en este preciso período que si se intenta después de superar los cinco o siete años, pues las habilidades y los procesos mentales que se desarrollen en ese momento pondrán las bases sobre las que posteriormente se forjarán las demás. Es en este momento cuando se ponen las bases de las seis dimensiones que, según Davidson, constituyen el perfil emocional de todas las personas: la capacidad para recuperarnos de la adversidad; la actitud para hacer que dure una emoción positiva; la pericia a la hora de interpretar las señales sociales que emiten los otros; la autoconciencia de uno mismo; la sensibilidad referida al contexto; y la capacidad para enfocarnos en nuestra concentración.

En estos primeros años de vida se engarzan los patrones emocionales de las personas, y de cómo éstos queden conformados va a depender cómo amamos, cómo nos vemos y también si el mundo atrae nuestra curiosidad o nos hace sentir miedo. La humana es la especie que cuenta con la fase de aprendizaje más prolongada entre los mamíferos. No es casual: nuestro cerebro también es el más complejo. A diferencia de los adultos, los niños de uno y dos años no tienen clara la sensación de habitar un yo separado del mundo que perciben. Ellos, simplemente, ponen toda su atención en lo que ven y oyen y se sienten atraídos por los estímulos que reciben. Precisamente, entre los que más despiertan su curiosidad están los estímulos emocionales. Alison Gopnik, profesora de psicología de la Universidad de California y experta en aprendizaje infantil, cree que esto es así porque su propia supervivencia depende en gran medida de toda la información que les va a llegar, y la que ellos pueden emitir, a través de las emociones. Los neurocientíficos han demostrado, mediante estudios de resonancia magnética funcional, que el cerebro de los bebés de tres meses de edad puede reconocer el tono emocional de los sonidos.

Estamos fabricados para detectar e inferir la situación emocional del prójimo. Sobre esta facultad se asienta el sistema de organización que nos hemos dado para convivir y sobrevivir. Este don, que puede parecernos trivial, reside en la capacidad del cerebro humano para comprender los estados mentales de los demás y atribuirles pensamientos, intenciones o deseos, lo que nos permite predecir y explicar sus acciones. Se sabe que nuestro cerebro expresa esta habilidad en torno a los cuatro años. Nos encontramos en el maravilloso momento en que este nuevo ser ha de aprender a amar. No es un asunto menor, pues su vida está en manos de personas que han de sentir cariño hacia él para animarse a invertir la gran energía que conlleva la tarea de cuidarlo. Este proceso comienza en el mismo momento del nacimiento. En ese instante se pone en marcha el mercadeo emocional entre una madre y su bebé, que irá ganando complejidad y riqueza de elementos según pasen los meses, y que acabará dotando al pequeño de todos los instrumentos afectivos necesarios para seguir negociando con el exterior el resto de su vida.

Aprenderá que su llanto tiene un gran poder de influjo sobre sus padres, pero en algunas ocasiones también comprobará que esta señal de alarma puede provocar un efecto contrario al deseado: descubrir que llorar causa disgusto en papá y mamá le llevará a tratar de controlar las lágrimas. Asombrosamente, hoy sabemos que con sólo un año de vida ya hay niños capaces de reprimir sus emociones.

¿Se decide ahora también la bondad o la perversidad de las personas? Gopnik ha llevado a cabo estudios con niños de entre uno y tres años que demuestran lo temprano que se anclan en el ser humano los valores morales. Con sólo dieciocho meses, un bebé es capaz de sentirse impelido a reconfortar a otro que se encuentra con problemas, y con dos años y medio sabe distinguir la diferente relevancia ética que tiene una travesura en comparación con un acto de violencia. En contra de la clásica idea del «pequeño salvaje» que primaba en décadas pasadas, hoy sabemos que esto no es así.

Parece, pues, que llegamos al mundo con una especie de moral innata incorporada a nosotros. Pero es en estos primeros meses y años de vida cuando esos rudimentos de comportamiento han de fortalecerse. Es ahora cuando han de echar raíces el altruismo, la solidaridad, la compasión y el afecto hacia los demás, que podrá desarrollar cuando sea mayor. Animo a los padres a no perderse ni un instante de este sorprendente proceso, que no se va a repetir jamás, y a estar atentos para facilitar su sano desarrollo. No es difícil, sólo consiste en darles amor para que lo busquen en los demás.

¿LOS BEBÉS PIENSAN?

Soy madre de un bebé de diez meses, precioso y espabilado. Le miro y me parece que su cabecita va a mil por hora. Pero, en realidad, ¿qué tipo de información está siendo capaz de percibir y procesar mi pequeño? ¿En qué grado de desarrollo se encuentra ahora mismo su inteligencia? ¿Es capaz de articular pensamientos, aunque sean básicos y simples.

Junio de 2011

Responde: Sandra Borro

Según Piaget, durante el primer año de vida los bebés se encuentran en la primera etapa del desarrollo cognitivo, en el estadio denominado sensoriomotor, en el que no hay función simbólica. Por tanto, no presenta ni pensamientos ni actividad vinculada a representaciones que permitan evocar las personas o los objetos ausentes.

Aun así, no es del todo exacto que los bebés no piensen: todo depende del tipo de pensamiento que queramos asignarle y de que los estímulos hayan sido lo suficientemente repetitivos como para generar un aprendizaje o un recuerdo. La inteligencia aparece mucho antes que el lenguaje, es decir, antes que el pensamiento interior. Pero se trata de una inteligencia exclusivamente práctica, que se aplica a la manipulación de los objetos y que utiliza, en el lugar de las palabras y los conceptos, percepciones y movimientos organizados en esquemas de acción.

MI HIJO SÓLO JUEGA CON PRINCESAS

Tengo un hijo de cinco años que sólo juega con princesas —no con todas las muñecas, sólo con princesas—, y únicamente se fija en juguetes de niña. En carnaval me pidió disfrazarse de princesa, porque dice que las cosas de niños son muy feas, y en casa juega con sus amigos a príncipes, pero él siempre hace de princesa. Eso sí, de momento nunca me ha pedido ir vestido de niña por la calle. En varias ocasiones, al burlarse de él su primo por ello, ha dejado claro que él es un niño, pero que le gusta jugar con princesas. ¿Debería consultar con un experto para evaluar si él se siente niña en un cuerpo de niño? ¿A qué edad se define un ser humano sexualmente? No tengo ningún problema en que sea gay o transexual, pero me gustaría estar informada y saber cómo actuar para minimizarle sufrimiento en un futuro.

Enero de 2012

Responde: Cecilia Salamanca

La identidad sexual se define entre los dos y los tres años de vida y la conservación de ésta se alcanza entre los cinco y los siete años. El trastorno de identidad sexual en los niños se manifiesta, entre otros, por estos rasgos: deseos repetidos de ser del otro sexo; en los niños, preferencia por simular vestimenta femenina, y en las niñas, insistencia en llevar puesta ropa masculina; preferencias persistentes por el papel del otro sexo o fantasías referentes a pertenecer al otro sexo; deseo intenso de participar en los juegos propios del otro sexo; preferencia marcada por compañeros del otro sexo.

Un especialista en psicología infantil podrá analizar las pautas de juego de tu hijo y decirte si existe un trastorno y cómo actuar ante ello o si simplemente se trata de una etapa normal del juego del niño influenciada por factores externos. De todas formas, la actitud que has adoptado, permitiendo que el niño se exprese de la forma que elija jugando, es la adecuada. Intenta jugar más con él y enséñale otro tipo de pasatiempos, como juegos de expresión, de mesa, instrumentos musicales, libros, historias ilustradas o juegos de motricidad fina (conjuntos de construcción o puzles, plastilina o mecanos) para que desarrolle también su imaginación en otros campos.

CÓMO EVOLUCIONA EL LENGUAJE EN EL NIÑO

Nuestro hijo de cinco años recibe apoyo logopédico desde antes de cumplir los tres, ya que para entonces todavía no emitía ningún tipo de palabra. Tras haber superado pruebas de oído, garganta, resonancia magnética espectroscópica y complejas analíticas, el neurólogo diagnosticó trastorno de hiperactividad con retraso del lenguaje, el equipo de psicólogos diagnosticó un trastorno con posibles componentes de autismo e hiperactividad y el equipo de logopedas se inclinó primero hacia la disfasia y más tarde por un retraso de madurez. En este tiempo su evolución ha sido positiva: ha desarrollado un lenguaje amplio, posee buena memoria, su comportamiento es correcto y es sociable y cariñoso. en el colegio se sitúa por debajo de la media del grupo. En este curso debe aprender a leer y escribir, pero nuestro hijo rechaza el método de lectura del centro, por lo que su tutor y su profesor de apoyo han cedido a la petición de nuestro logopeda privado para trabajar con su método, que le ha proporcionado siempre buenos resultados. El niño se ha iniciado en la lectura, pero el retraso es evidente. ¿Qué opinión tienen acerca del tema?

Marzo de 2012

Responde: Sandra Borro

Los diagnósticos psicológicos y psiquiátricos, y más aún en niños pequeños, en realidad son orientaciones, y se realizan en función de una serie de síntomas que pueden evolucionar o modificarse con el tiempo. Es decir, no hay diagnósticos definitivos y varios especialistas pueden tener diferentes opiniones sobre un mismo paciente. Lo importante en vuestro caso es la valoración que hacéis como padres de la evolución de vuestro hijo, y la confianza depositada en el logopeda que os atiende desde hace años. Si el niño avanza y se muestra relajado y feliz, no hay razón por la que preocuparse.

Para facilitar la comprensión del lenguaje, las frases que utilice el adulto deben ser más sencillas y breves, el habla más lenta o pausada y con más repeticiones. A pesar de lo milagrosas que puedan parecer algunas terapias, la mejor estimulación es la que pueden dar los padres a sus hijos durante la infancia. Jugar con el niño, cantarle canciones, hablarle, prestarle atención cuando intenta comunicarse y contarle cuentos infantiles son la manera más sencilla y más útil de aumentar su vocabulario y sus capacidades cognitivas.

LA PLASTICIDAD NEURONAL EN LOS NIÑOS

En el colegio de mi hijo, de cuatro años y medio, nos propusieron participar en un estudio sobre las posibilidades de futuro del niño en el que usaban dos caramelos a modo de cebo. Varias de las madres, entre ellas yo, aceptamos. La prueba consistía en que los niños debían resistir la tentación de comerse los dos caramelos que les ponían durante un tiempo determinado. Si lo conseguían, les daban otros dos caramelos de premio. A mi hijo no le gustan en exceso las golosinas, pero el día del estudio se comió los dos caramelos sin esperar. Según me cuenta él, se los comió porque tenía hambre y con dos le bastaba, no quería más. La verdad es que estoy preocupada. Leí posteriormente que los niños que en esta prueba se comen los dos caramelos podrían tener ciertos problemas en su adolescencia. Me gustaría saber si debo actuar de alguna manera en especial, ya que a esta edad creo que todavía estoy a tiempo de intentar que en su adolescencia sea un niño feliz y ejemplar.

Septiembre de 2010

Responde: Gabriel González

El experimento al que haces referencia fue desarrollado por Walter Mischel en los años setenta y pretende demostrar que la falta de voluntad en los niños puede tener como consecuencia una vida adulta desastrosa. Su comportamiento es un indicio de por dónde pueden ir los tiros cuando sean mayores.

Sin embargo, entre una cosa y otra no hay necesariamente un nexo de causalidad. El neurocientífico Richard J. Davidson afirma que nuestro cerebro es un órgano construido para modificarse en respuesta a las experiencias. En definitiva, estamos programados para cambiar. Y a esas edades nuestro cerebro se puede moldear y adaptar al mundo de tal manera que podamos aprender a obtener una voluntad más fuerte y capacitarnos para ser más felices.

Es importante enseñar a tu hijo que lo importante no son los problemas sino cómo se resuelvan y la actitud que tengamos. Para ello, hemos de aprender a conocernos, gestionar nuestras emociones y desarrollar unas habilidades sociales y toma de decisiones que nos hagan seguros y fortalezcan nuestra voluntad. Y con cuatro años y medio ya podemos ayudarle a que así sea, a que sean felices y a que aprendan las cualidades necesarias para alcanzar dicha felicidad.

3. LA AUTOESTIMA DEBE TRANSMITIRSE DESDE LA CUNA

Antes de que usted haya terminado de leer este capítulo, habrán venido al mundo dos mil nuevos bebés en todo el planeta. Cada uno trae consigo, inscrito en su ADN, el manual genético que le han transmitido sus padres en el momento mismo de la gestación, a partir del cual llevan nueve meses ensamblándose en el vientre de sus madres. Aunque antes nunca habíamos reparado en ello, hoy sabemos que entre las páginas de ese libro de instrucciones que va a garantizar su supervivencia también viaja parte de la información que el homo sapiens ha ido acumulando a lo largo de la evolución. Entre ella, y de forma muy decisiva para el futuro desarrollo como persona de ese bebé, se encuentran los rudimentos que hacen referencia a la dimensión emocional y social del ser humano.

Con gran complacencia vemos a un recién nacido buscando instintivamente el pecho de su madre para saciar el hambre y en ese gesto sabemos reconocer las señales de nuestra naturaleza mamífera. Sin embargo, ¿cómo es posible que dentro de unos días le veamos sonreír y no identifiquemos las marcas de nuestra condición de animales empáticos y sociales? ¿Quién ha enseñado a ese bebé qué músculos hay que mover para dibujar una sonrisa y cuál es el momento idóneo para expresarla? Si esa información llegó con él, igual que el instinto de buscar el seno materno, ¿por qué una facultad la consideramos «marca de la casa» y la otra no?

En esta grieta anida una de las más críticas dolencias que arrastramos como especie: la del descuido secular que hemos mantenido desde siempre hacia el factor emocional que nos constituye como personas. Por ignorancia o despreocupación, damos la espalda a una realidad que hoy ya reconocemos incuestionable: tan importante para la felicidad y la garantía de vida de ese nuevo ser es que gane volumen su musculatura y alcancen el estado óptimo sus órganos, como que se despliegue todo el potencial afectivo y empático con el que ha llegado al mundo. ¿Por qué nos inquieta que el sentido de la vista del neonato se desarrolle bien para procesar la luz y no que aprenda a mirar al interior de las personas y a sentir deseo y curiosidad por estar con ellas?

Otro dato que ya conocemos es que en estos años iniciáticos es cuando ha de despuntar el deseo por descubrir lo que ocurre ahí afuera. De esta curiosidad, y de su adecuado desarrollo, dependerá que el recién llegado quiera investigar el mundo y aprender. Es ahora cuando va a echar raíces su necesidad de relacionarse y cuando se van a desplegar las aptitudes intelectuales, físicas y emocionales que definen su condición humana.

El tercer hallazgo que ya hemos confirmado, y quizá el más importante, dadas sus consecuencias prácticas, es que podemos influir en este proceso desde afuera a través de un instrumento enormemente sutil, pero poderosísimo: el afecto. La capacidad que tengan los padres, familiares, cuidadores y personas del entorno más cercano para transmitirle cariño al nuevo ser va a ser decisiva para que brote en él el deseo de profundizar en el conocimiento de los demás y crezca su interés por el resto del mundo.

La interacción entre los niños y su entorno social es de vital importancia para la creación de sinapsis (las conexiones de unas neuronas con otras), y aquí es donde la experiencia juega un papel primordial en el cableado del cerebro de un niño. Es el momento en el que el pequeño aprende a hablar, pero no sólo a través del lenguaje, sino también mediante las emociones. Y no es cierto que sólo haya que enseñarle las palabras; también, y muy principalmente, hay que enseñarle afectividad.

Es fácil: sólo hay que darle amor. La autoestima que esta nueva persona va a necesitar para sentirse segura en el mundo va a depender del amor que reciba en estos primeros años de vida. Confiará en sí mismo si las personas que él más valora le hacen ver que confían en él. El cariño puede acelerar el crecimiento del cerebro. Numerosas investigaciones con animales han probado que el cuidado materno tiene una influencia decisiva en el desarrollo del encéfalo. Así, la forma de lamer de las mamás ratas provoca cambios en la actividad de ciertos genes, lo que se traduce en generación de más neuronas y en un mayor desarrollo del hipocampo (la estructura cerebral implicada en aspectos como la memoria, el aprendizaje o la gestión de las emociones).

Un estudio llevado a cabo en el departamento de Psiquiatría de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington, en Saint Louis (Estados Unidos), dirigido por la doctora Joan Luby, reveló recientemente que en los humanos también existe una relación entre el cuidado paterno y un aumento en el volumen del hipocampo, lo que confirma hasta qué punto es decisiva la influencia que la atención y el cariño ejercen en el cerebro del niño.

Por desgracia, caminamos por la vida con una mochila tan llena de erróneos tics emocionales que con frecuencia confundimos lo habitual con lo correcto. Richard Wiseman, psicólogo de la Universidad de Hertfordshire (Reino Unido) me retó a reconocer en mí mismo una equivocación en la que seguramente hemos caído alguna vez todos los padres: «¿Cuál debería ser nuestra reacción cuando nuestro hijo pequeño aparece con un sobresaliente?», me preguntó. Pensaremos que lo normal es felicitarle. Sin embargo, Wiseman advierte del perjuicio que entraña esa reacción, pues con ella le transmitimos el mensaje de que nuestra alabanza va a depender de su resultado académico, y esto va a generar en él ansiedad por sacar otro sobresaliente.

En lugar de esa respuesta, el psicólogo recomienda que nuestras palabras vayan dirigidas a elogiar su esfuerzo, reconociendo lo duro que ha trabajado y haciéndole ver que somos conscientes de que ha hecho todo lo que estaba en sus manos para hacer un buen examen. Esta otra perspectiva cambia el foco de la caricia emocional que le estamos dando, ya que él sí puede controlar sus ganas de trabajar, pero no el resultado que éstas obtienen.

Lamentablemente, nuestras infancias están infinitamente más llenas de lecciones fonéticas y gramaticales que emocionales. Nos enseñaron que la «pe» con la «a» se pronuncia «pa», pero nadie nos ayudó a controlar una ventisca de ira interior, ni a adivinar cómo se siente el compañero de pupitre descifrando las señales empáticas que nos transmite con el lenguaje no verbal. Nadie nos mostró en el colegio el impacto que puede tener el desprecio, ni los instrumentos para medrar en el mercadeo emocional que supone compartir el espacio con los otros. Incomprensiblemente, nos enseñaron a resolver problemas de álgebra, pero no a disolver conflictos.

Resulta apremiante enseñar a los niños a tener conciencia de sí mismos, que aprendan a controlar las emociones y sepan relacionarse armónicamente con los demás. Por fortuna, los educadores tienen esto cada vez más presente. Por ejemplo, en mis tiempos no existía el «rincón de la paz», esa zona cada día más frecuente en las aulas de primera infancia donde los niños acuden cuando se sienten alterados, no para ser castigados, sino para calmarse y, una vez relajados, volver al grupo.

A veces ese efecto balsámico para la gestión de las emociones de los menores se consigue mediante sutiles trucos como los cuentos. El psicólogo Mark Greenberg, de la Penn State University (Estados Unidos) recomienda el de la tortuga: víctima de múltiples conflictos con sus amigos, sus padres y por su propio nerviosismo, la tortuga decide meterse dentro de su caparazón, y ahí encuentra la calma. Siguiendo la metáfora, al niño que sufre una tormenta emocional se le pide que imite a la tortuga, cruce sus brazos, respire profundamente y sienta que está dentro de su caparazón. De este modo se le está enseñando a utilizar su propio cuerpo para gestionar su emotividad.

Cometeríamos un error si pensáramos que esta tarea es exclusiva del colegio. En absoluto: la ejercitación de la autoestima y la gimnasia emocional empiezan desde la propia cuna. En este campo hay múltiples opiniones y criterios, pero los expertos han reconocido una serie de pautas de aprendizaje que redundan en un mayor fortalecimiento emotivo del pequeño. Así, frente a los que sugieren que hay que dejar a los bebés llorar, cada vez hay más voces que recomiendan lo contrario. Y cuentan con una razón de peso: los bebés no pueden gestionar un estado de nerviosismo, son incapaces de deshacerse del cortisol, la hormona que segregamos en situaciones de estrés. Tampoco es bueno utilizar el castigo como guía educativa. Este método, que sí es eficaz con adolescentes, más conscientes y responsables de sí mismos, no funciona con los más pequeños. Con ellos es más útil ignorar los comportamientos erróneos y premiar los buenos que reprimir sus errores abiertamente. Los niños, sobre todo los más pequeños, reaccionan mejor ante las recompensas que ante las reprimendas.

¿ES BUENO DEJAR LLORAR AL BEBÉ HASTA QUE SE DUERMA?

Tengo un bebé de cuatro meses que sólo se duerme si lo llevamos en brazos mientras caminamos a paso ligero. Últimamente estamos planteándonos aplicar el conocido método del doctor Estivill, que consiste en dejarlo llorar en la cuna y entrar cada ciertos minutos para decirle que le queremos mucho, pero que tiene que aprender a dormir solo. Por la experiencia de algunos amigos que han aplicado este método, sabemos que suele funcionar. Al final, el niño aprende que, aunque llore durante una hora, no lo vamos a tomar en brazos y se acaba durmiendo. Por otro lado está el método «anti Estivill», que consiste en todo lo contrario: darle al niño lo que necesite para que concilie el sueño. Mi pregunta es: ¿a nivel neurológico y del desarrollo del cerebro del bebé es adecuado que pase por el trauma de llorar desconsoladamente?

Agosto de 2011

Responde: Noelia Sancho

Tu duda es compartida por muchos padres que se ven ante el mismo dilema. Es importante entender que cada niño es único y, por tanto, hay que adecuarse a él. Como dices, el método Estivill requiere firmeza para aplicarlo, ya que si, en mitad del proceso, desistimos y vamos a coger al niño, le estamos diciendo que si insiste al final iremos a por él, y así aprenderá que necesita llorar media hora más para que le hagan caso. El psicoterapeuta Sue Gerhardt afirma que el cuidado de los niños no es una ciencia exacta, depende de lo que cada niño pueda tolerar. Lo importante es que el bebé no se estrese demasiado. Si no lo hace, sea cual sea la manera en la que sus padres le cuiden, le irá bien.

En lo que coinciden todos los expertos es en señalar que lo importante es que el niño adquiera un buen hábito, de la forma que sea. No es cuestión de dejarle llorar, pero tampoco de tomarlo al primer sollozo. Es mejor quedarse a su lado en la cuna, hablarle, tocarle, calmarle para que se sienta atendido, e ir avanzando en los hábitos según la edad que tenga. Un bebé necesita el contacto físico, a un niño tal vez le baste con oír la voz de su madre desde la puerta. Pero siempre, siempre, el niño debe percibir el amor de los padres.

LA SOCIALIZACIÓN DE LOS BEBÉS

Soy madre de un niño de dieciocho meses. A los seis empezó a expresar miedo a los extraños, si lo saludaban se ponía a llorar y buscaba mis brazos. A partir del año ya no lloraba tanto, pero igualmente se asustaba, no sólo de los adultos, también de los otros bebés y niños. Todos los días vamos al parque y no consiente que ningún niño se le acerque. Si los adultos le tocan, se pone muy nervioso. Ahora está empeorando, llora todavía más que antes y tira cualquier cosa que tenga en la mano. Me parte el corazón, porque veo que lo está pasando muy mal. En casa es un niño fantástico, risueño, alegre, obediente, cariñoso, pero en cuanto estamos con otras personas, se pone muy serio, arisco y nervioso. Su entorno familiar es muy reducido: su padre, que trabaja en casa, su abuela, que viene a verlo por las tardes, y yo, que lo cuido todo el tiempo. No va aún a la guardería, porque nos parece muy pequeño para hacerlo. Les agradezco cualquier consejo que puedan darnos.

Enero de 2012

Responde: Sandra Borro

Entre el sexto y el octavo mes, el bebé ya es capaz de reconocer a su madre o a su cuidador como a una persona diferente a sí mismo, por lo que teme perderla o que ésta pueda abandonarle. Al distinguir claramente a sus figuras de apego, si un extraño se le acerca dará muestras de recelo y angustia y lo rechazará. Este patrón de conducta fue denominado por el doctor René Spitz como «angustia del octavo mes» y es normal en el desarrollo evolutivo del niño. Durante esta fase, que puede durar varios meses, el bebé percibe a todas las personas a las que no ve habitualmente como una fuente de amenaza.

A los dieciocho meses vuestro hijo ya debería haber desarrollado una mayor tolerancia a los extraños, pero aún estáis a tiempo de ayudarle a superar sus miedos. No se le puede forzar a acercarse a los desconocidos, pero sí podéis, antes de ir al parque, o cuando alguien se acerque para hablar con vosotros, cogerle la mano o abrazarle, hablarle y explicarle quiénes son y que no tiene nada que temer. Si cada día vais al mismo parque podéis establecer un programa progresivo de habituación. Cuando consigáis que esté tranquilo, podéis invitarle a tocar algún objeto que despierte su interés y que sea él quien empiece a interesarse por los otros niños, de una forma relajada y natural, sin forzar.

CÓMO PUEDO AYUDAR A FORTALECER A MI HIJA DE SIETE AÑOS

Me preocupa un poco mi hija mayor. Tiene siete años y es muy tímida, desde muy pequeña le costó abrirse y siempre ha temido enfrentarse a nuevas situaciones. Todo lo nuevo le asusta y lo rechaza, por norma. Sin embargo, cuando se habla con ella y se le destaca lo positivo, accede a realizarlo con buena disposición.

Los problemas están apareciendo en el colegio. Consiguió hacer amigas, pero su inseguridad hace que otras niñas, que son bastante más abiertas y resueltas, la manejen a su antojo. Una de ellas la está mareando bastante: unas veces le dice que van a dejar de ser amigas; otras, que no le habla hasta que le pida perdón, y cuando mi hija le pide ayuda le dice «búscate la vida». Llega fatal a casa y se siente impotente, porque no entiende nada.

A mi hija no le gustan los enfrentamientos, es una niña tranquila y muy buena. Yo le digo que tiene que hacer lo que quiera sin que nadie decida por ella, pero no sé cómo ayudarla a enfrentarse a situaciones de este tipo en las que lo pasa mal y, la verdad, yo también. Creo que tiene que superarlo ella sola, porque estas personas se las va a encontrar a lo largo de toda su vida. Intento reforzar su autoestima para que no dependa emocionalmente tanto de los demás, pero con la edad que tiene creo que es normal que quiera pertenecer a un grupo.

Octubre de 2010

Responde: Gabriel González

En esa edad, y en las posteriores, no sólo querrá pertenecer a un grupo, sino que probablemente pase por diferentes hasta encontrar su sitio. Eso genera exclusiones y desprecios, pero también implica nuevos desafíos. Le has transmitido una buena actitud, ya que presenta una adecuada disposición cuando le haces reflexionar. Estás haciendo que ella aprenda a pensar sobre sus decisiones. También ayuda el potenciar sus habilidades sociales y su gestión de las emociones.

A los siete años la personalidad y el estilo de vida de un niño aún se está formando y es el momento de reforzar su autoestima y de ayudarle a desenvolverse en un mundo siempre cambiante que no sólo representa un desafío, sino que puede ser intimidatorio y a veces egoísta y doloroso. Tu hija tiene que aprender a pasarlo un poco mal, a distinguir cuándo se siente capaz y cuándo no tanto, tiene que ver y conocer cuáles son las situaciones que le generan mayor angustia y descubrir cómo puede enfrentarse a ellas. Y eso lo ha de ir descubriendo ella. Si nosotros les mostramos angustia cuando lo pasan mal y nos preocupamos más que ellos, lo que buscarán será no enfrentarse a esas situaciones, o que otros las resuelvan. Conforme sea más mayor, hay que dejar que vaya aprendiendo por sí misma. Mientras tanto, siempre debes mostrarle que estás ahí, que sepa dónde puede encontrarte cuando la situación sea muy difícil.

¿QUÉ DEBO HACER PARA EDUCAR EMOCIONALMENTE A NUESTRO HIJO?

Tengo un bebé de cinco meses. Soy madre primeriza y cuento con el apoyo de un fantástico padre, también primerizo. Somos felices. Queremos transmitirle a nuestro bebé el amor a la vida y ayudarle a ser una buena persona, permitirle desarrollarse y descubrir el mundo, dotarle de las mejores herramientas para afrontar todo lo que la vida le depare y poder disfrutar de una vida buena. Queremos darle una buena educación. Y es la parte emocional la que nos preocupa. ¿Cómo enseñarle optimismo, cómo enseñarle a gestionar de forma satisfactoria sus emociones, cómo fomentar su autoestima, cómo enseñarle a ser feliz? No podremos ser unos padres perfectos, pero si estamos informados lo podremos hacer mejor.

Octubre de 2010

Responde: Gabriel González

Antes de que los niños sean capaces de hablar, las expresiones emocionales son el lenguaje que manejan para relacionarse. Compartir emociones positivas con ellos fomentará la sensación de seguridad, y si estas interacciones están acompañadas por suficiente trasfondo emocional, serán más fácilmente recordadas. Es fundamental el equilibrio entre los límites y el cariño. A los niños, desde pequeños, hay que mostrarles a través de nuestras actitudes qué está bien y qué está mal. Todo ello aderezado con mucho amor y cariño. Además, hemos de mostrarle esas normas desde muy pequeños para que puedan ser responsables y autónomos lo antes posible.

Dichos límites se irán reduciendo a lo largo del tiempo de tal forma que cuando lleguen a la adolescencia los tengan interiorizados. Al alcanzar las edades más problemáticas, los menores deben estar seguros de que sus padres les quieren y los aman, y que en ellos puedan encontrar siempre un espacio de comunicación y una relación fluida. Normalmente suele ocurrir al contrario: de pequeños les damos mucho amor y poco conocimiento de los límites y cuando son adolescentes pretendemos que nos respeten y cumplan con las normas sin ofrecerles todo nuestro amor incondicional. La mejor educación es vuestra disposición y disponibilidad, y hacerlo desde la felicidad y el cariño.

4. ¿POR QUÉ HACEN FALTA DOS PARA CRIAR A UN BEBÉ?

Parafraseando a Albert Einstein, podemos afirmar sin riesgo a equivocarnos que la naturaleza no se dedica a jugar a los dados. Nada de lo que sucede ahí afuera de forma natural es casual o gratuito. Cada manifestación tiene su razón de ser, cada accidente encierra su porqué. Y esto, que es fácil de medir en el entorno de la física de partículas, funciona con similar eficacia en el terreno de la biología y en el comportamiento de los seres vivos. No porta el caracol su casita en espiral por capricho, sino porque cada sección de esa espiral representa una cámara que el animal cerró a medida que iba creciendo; ni es azaroso que las pipas de una flor de girasol se distribuyan siguiendo la perfecta pauta geométrica que marca el número áureo, lo que le permite aprovechar mejor los rayos del sol. De igual modo, no es forzada, ni responde a dogmas impuestos por la cultura la mayoritaria inclinación que manifiesta el ser humano hacia la monogamia, o al menos hacia el mantenimiento de relaciones monógamas sucesivas en el tiempo, a pesar de ser esta opción bastante infrecuente entre los mamíferos, y ya no digamos en todo el reino animal.

Antropólogos, primatólogos, paleontólogos, genetistas y biólogos evolucionistas han convenido en afirmar que detrás de este instinto fiel del homo sapiens se esconden poderosas razones de tipo evolutivo y morfológico. Dicho resumidamente: nacemos a medio hacer y son necesarios dos adultos para garantizar la supervivencia del bebé. El grado de fragilidad y vulnerabilidad con el que un recién nacido ve la luz por primera vez no se parece al que manifiesta ninguna otra especie animal. Nosotros, ni rompemos el cascarón y salimos piando detrás de la mamá gallina, ni somos capaces de ponernos en pie como hace cualquier cuadrúpedo nada más abandonar el vientre materno. Un bebé humano requiere de infinitas más atenciones que ningún otro animal, y esto es así no por casualidad, sino debido a la elevada complejidad y el mayor tamaño que tiene el cerebro humano respecto al del resto de mamíferos. Precisamente, por ser criaturas más evolucionadas, nuestra fase de entrenamiento y formación es necesariamente más lenta y prolongada en el tiempo.

Al final, detrás de esta historia sólo hay un prosaico asunto de huecos y espacios, casi como si habláramos del maletero de un coche. A medida que nuestra tendencia a mantenernos de pie se iba imponiendo a lo largo de la evolución, la pelvis se estrechaba cada vez más, condición indispensable para sostener erguido el tronco sobre las dos extremidades inferiores. La nueva estructura ósea pélvica de las hembras homínidas suponía una mayor dificultad a la hora de parir, pues el canal de salida de la cría era cada vez más estrecho. Esto sucedía mientras el cerebro de los neonatos era cada vez mayor, proceso que se disparó hace al menos dos millones y medio de años. ¿Cómo hacer pasar un cráneo más voluminoso por un hueco menor? La evolución resolvió este problema tirando por el camino de en medio: los bebés empezaron a nacer cada vez más prematuramente, de modo que sus cráneos pudieran salir del vientre materno antes de que aumentaran de tamaño. No olvidemos que la masa encefálica de un recién nacido duplica su tamaño en los primeros meses de vida.

Necesariamente, este estado precario de los neonatos exigía una mayor inversión de energía por parte de sus cuidadores, una tarea demasiado grande para dejarla en manos de uno solo de los progenitores. De la presencia conjunta de la madre y el padre de la criatura dependía su supervivencia. Al fin último —la propagación de los genes propios— le traía a cuenta que empezáramos a vivir en pareja.

Esto es lo que opinan Judith Lipton, psiquiatra del Swedish Medical Center de Washington, y David Barash, psicólogo de la Universidad de Washington. Tras estudiar cómo se organizan las parejas estables en el reino animal para documentar su libro El mito de la monogamia, observaron que la variedad sexual es algo que atrae a machos y a hembras, pero dedujeron que, probablemente, este deseo ha evolucionado durante millones de años de selección natural cuando se comprobó que encontrar pareja estable era beneficioso para ambos y, sobre todo, para la futura crianza.

De lo que se trata es de multiplicar todo lo que se pueda el propio mensaje genético, pero también de hacerlo con las más óptimas garantías de supervivencia y eligiendo siempre aquellos cruces genéticos que mejor van a poder adaptarse al entorno. Con ser poco frecuente entre los mamíferos, la monogamia no es exclusiva de los humanos. Pero si nos fijamos en el resto de especies que también la practican, siempre encontramos fuertes razones de peso, en términos de supervivencia genética, para elegir la vida en pareja estable frente al cambio compulsivo de compañía.

En el caso de los humanos, los beneficios de la monogamia para la crianza trascienden los de la pura supervivencia. En estos primeros meses y años de vida es cuando el recién llegado construye su plantilla afectiva, sobre la que se elevará todo el edificio de emotividad con el que habrá de manejarse de adulto, y tener presentes en esos momentos las referencias de las figuras materna y paterna influye notablemente en su correcta adopción de patrones de comportamiento. Mark Van Vugt, psicólogo social evolucionista de la Universidad VU de Amsterdam (Holanda), destaca que la primera relación líder-seguidor que experimentamos en la vida es la que establecemos con nuestra madre, a la que seguimos de manera instintiva desde el momento del nacimiento, pero inmediatamente después aparece el padre, la otra gran referencia a imitar y seguir.

Van Vugt ha observado que los niños que crecen sin una figura paterna cercana suelen manifestar problemas a la hora de adaptarse a las normas sociales y tienden a ser malos seguidores, ya que carecen de una referencia de autoridad clara. El reverso de este déficit es que, con frecuencia, los hijos de familias sin padre suelen ser buenos líderes, como es el caso de Barack Obama, Bill Clinton y Abraham Lincoln. Los estudios demuestran que las niñas que crecen sin la presencia paterna alcanzan la pubertad de forma prematura y acostumbran a mostrar mayores dificultades de integración que la media. Al llegar a los doce o trece años, la perspectiva que tienen sobre los varones es muy diferente a la que poseen las que vivieron su infancia con papá a su lado.

Más drástico es el caso de los niños que son separados de sus padres biológicos al nacer y pasan sus primeros años de vida en orfanatos. Un estudio reciente realizado por investigadores de la Universidad de Yale (Estados Unidos) puso de manifiesto que los niños que crecen en centros institucionales presentan una serie de cambios en la regulación genética de sistemas vitales como la respuesta inmune y en mecanismos importantes para el desarrollo y la función del cerebro. Todo esto los hace más vulnerables a contraer problemas físicos y mentales

Hoy sabemos que la estructura del hogar donde crecemos los primeros años afecta enormemente al diseño de nuestra arquitectura emocional: que no es lo mismo ser hijo único que tener hermanos, ni es igual ser el mayor o el último en nacer entre ellos, ni da lo mismo quién está en casa cuando llegan del cole. Contar con mamá y papá al alcance de la vista nos condiciona para el resto de nuestras vidas. Todo esto influye en lo que nos pasa por dentro.

BEBÉS CON ANSIEDAD POR SEPARACIÓN

Tengo un niño de dieciséis meses que muy recientemente ha comenzado a ir a la guardería. Está todavía en proceso de adaptación y está siendo terrible. El niño llora desde que entra hasta que sale, se duerme de cansancio, está afónico, triste, no come. No conseguimos arrancarle una sonrisa hasta que no pasa un rato desde que le sacamos del aula. Yo no puedo más, creo que mi niño está sufriendo. He pedido reducción de jornada para tenerle en la guardería sólo cuatro horitas, y creo que terminaré sacándole del todo para cuidarle todo el tiempo. ¿Qué síntomas son normales en el proceso de adaptación? Las educadoras dicen que su proceso es normal, que le dé más tiempo. Pero ¿cuánto tiempo?

Enero de 2011

Responde: Gabriel González

Todos los síntomas que describes son normales si no sobrepasan un límite de tiempo de al menos un mes. A partir de los ocho o los diez meses, los bebés reconocen a sus padres y suelen manifestar ansiedad ante los extraños. Por eso es recomendable que exista un período de adaptación, en el que es fundamental que los padres se sientan cómodos y a gusto. Tu bebé percibe muy bien lo que sientes, así que muestra tu afinidad y entusiasmo por la persona que has escogido para cuidarlo. Si tú te muestras nerviosa o triste ante la separación, él reproducirá esa ansiedad.

Las actitudes respecto a los bebés y las separaciones son culturales. Los países occidentales tienden a enfatizar la autonomía desde una edad muy temprana, pero en muchas otras culturas los bebés casi nunca se separan de su madre en su primer año de vida. El niño tendrá que ir descubriendo que la separación es precisa para su autonomía y precisará de un proceso de acomodación, en el que entenderá que no es necesaria esa ansiedad. Por tanto, lo que vaya aprendiendo ahora le ayudará a enfrentarse a situaciones similares más adelante. Esta ansiedad pasará, y hay maneras de hacerla menos difícil. Mientras tanto, disfruta con la seguridad de que, para tu hijo, tú eres lo más importante del mundo.

ME VUELCO DEMASIADO EN MI HIJO

¿Es posible que me esté volcando demasiado en mi hijo y me esté olvidando de mí? A veces lo creo, pero también pienso que podré dedicarme más tiempo en el futuro a medio plazo, cuando él ya tenga algo más de autonomía, pues ahora, con sólo tres años, me necesita al ciento cincuenta por cien, y mi pareja, más que ayudar, me lo pone más difícil. No sé muy bien cómo enfocar el presente para que haya un pequeño hueco para mí. Gracias.

Abril de 2011

Responde: Gabriel González

El proceso de autonomía de los niños se aprende, y cuanto antes comience, más facilitará la independencia del menor hacia los padres. Evidentemente, un niño de casi tres años requiere nuestra atención y presencia, pero eso no significa que no pueda comenzar a ser independiente. Se trata de ir dándole cada vez más espacio para él, pero manteniendo la supervisión. De eso se trata la educación de los hijos, de enseñarles a ser autónomos e independientes y que aprendan a solucionarse sus problemas por sí mismos.

Es posible que la idea de que te necesita al ciento cincuenta por cien sea sólo tuya. Él, seguramente, no tiene la misma sensación. En esa percepción puede haber por tu parte algo de miedo a que ya no te necesite, por lo que tendrás que revisarlo. Con tres años tu hijo hace cosas solo, aprende a desenvolverse a su manera, se muestra curioso e interesado por su entorno. Todo esto le va alejando más de ti. Disfruta de esa sensación, sé capaz de vivirla pensando en que está haciéndose un hombrecito. De esta forma podrás tener tiempo para ti, igual que él necesitará su tiempo para seguir descubriendo cosas. Además, tendrás que buscar espacios donde descansar, ya que desborda energía y no podrás seguirlo a ese nivel mucho tiempo.

AYUDAR A MI HIJO A VIVIR SIN PADRE

Tengo un hijo de seis añitos. Hace un año, su padre cogió la maleta y nos abandonó sin apenas dar explicaciones. Al principio llamaba por teléfono, y a veces el niño quería ponerse, pero otras veces no. Vino en octubre, estuvo tres días en su vida y se marchó de nuevo. Ahora hace dos meses que ni lo llama. Mi pregunta es: ¿cómo puedo ayudar a mi hijo a sobrellevar este sentimiento de abandono? ¿Cómo puedo hacerle saber que él no es culpable? ¿Es mejor que su padre desaparezca totalmente de su vida? ¿Qué figura paterna le puedo dar?

Marzo de 2012

Responde: Rosa Català

Ante la ausencia de la figura paterna, la tendencia maternal es a asumir todas las responsabilidades de la crianza. Y ésta es una tarea con sobrecarga. Si bien es cierto que los niños pueden experimentar sentimientos de tristeza y nostalgia por la ausencia del padre, los cuidados, la presencia y el buen ejercicio de la función materna conseguirán darle la vuelta a la situación. Para ello no es necesario que siempre nos mostremos fuertes, inquebrantables. Es muy valioso que en el proceso de aprendizaje aparezca la conexión con nuestro lado sensible. Se trata de no desconectar de nuestras emociones genuinas por perseguir un ideal culturalmente prefijado.

Es clave dar la oportunidad de ejercitar nuestras capacidades emocionales. Una buena autoestima creada desde los afectos nos da la seguridad necesaria para crecer en libertad y con responsabilidad. En edad temprana como la de tu hijo es el momento más adecuado para cultivar estas enseñanzas.

INICIAR UNA FAMILIA MONOPARENTAL

Tengo treinta y seis años, me separé de mi marido hace cuatro y no tengo hijos. He tenido alguna relación durante este tiempo. Sé vivir mi soledad, que doto de sentido sabiéndome acompañada por mi familia, amistades, un buen entorno profesional y el arte. No deja de rondarme la idea de tener hijos, pero siempre me vence la visión conservadora de que un bebé debe ser fruto del amor de una pareja. Tengo vida social, pero en el fondo no busco novio, ya que tampoco deseo un marido sólo para ser madre. Siento una gran contradicción ante el hecho de ser madre soltera: creo que quizá el bebé puede sentir que le falta alguien, al tiempo que me entristece enormemente decidir no tenerlo.

Febrero de 2012

Responde: Noelia Sancho

La ausencia de uno los progenitores no va a asociada a ningún tipo de problema en el niño, y más aún si te sientes arropada por tu familia. Si un niño se cría con unos buenos modelos en los que se pueda fijar, y se siente querido y seguro, ya tiene los ingredientes básicos para ser feliz.

Tener un hijo es una decisión importante que, estando o no en pareja, trae consigo algunos miedos y temores. Sería positivo que analizaras cuáles de esos miedos son debidos a la maternidad y cuáles a la soltería. Es cierto que en pareja, en principio, se reparten más responsabilidades y tareas y, por tanto, tendrás que ser práctica analizando con qué recursos cuentas para afrontar esta nueva etapa. Es importante que la madre o el padre tengan recursos sociales en los que apoyarse para evitar situaciones de estrés. Si es un bebé deseado, es el mejor comienzo.

5. LA CATÁSTROFE DEL MALTRATO INFANTIL

Una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) revelaba en 2011 un dato escalofriante: se calcula que en España hay 517.000 niños que son víctimas habituales de violencia a causa del maltrato que sus padres ejercen contra sus madres. Este estudio calculaba que el 10,9 por ciento de las mujeres habían sufrido agresiones de este tipo alguna vez en su vida. Teniendo en cuenta el espacio en el que tienen lugar estos episodios —el hogar, donde suele haber menores—, el informe estimaba que unos 800.000 niños estarían presenciando actualmente, y con cierta regularidad, la aplicación de patrones violentos.

Atacamos la violencia, sí, y hemos logrado reducirla a cotas que nunca antes conoció nuestra civilización, pero la mayor parte de ese avance se ha logrado actuando desde la represión y la imposición de normas; es decir: actuando sobre los adultos. Pero nos queda aún pendiente hacer desaparecer el maltrato ejercido sobre los menores por la doble catástrofe que éste supone. En primer lugar para el propio niño, cuyos cimientos emocionales de autoestima y dignidad personal quedan tocados para siempre. Pero también pensando egoístamente en toda la sociedad, por lo que ese daño infantil tiene de semilla de más violencia, cuando aquella víctima vulnerable se convierta en adulto y esté en condiciones de hacer con otros lo que le hicieron a él.

Teniendo todo esto por cierto, y formando este convencimiento parte del código que nos hemos dado para la convivencia, cuesta creer que aún debamos sobresaltarnos de vez en cuando con noticias de bebés y niños de corta edad que llegan a los servicios de urgencias de los hospitales con señales de violencia sobre sus cuerpos o testimonios de menores que afirman sufrir abusos sexuales y de otro tipo. Esos son los casos sabidos, pero ¿cuántos nos quedarán sin conocer?

¿Alguien puede explicarme cómo no ponemos remedio ya, y con urgencia, a esta auténtica sangría emocional? ¿Cómo podemos mirar hacia otro lado ante estas larvas de violencia y dolor que estamos incrustando en nuestra sociedad de cara al futuro?

No es difícil deducir las consecuencias desastrosas que los malos tratos y los abusos puede tener para una persona. Toda la autoestima que el cariño podía hacer crecer en él se convierte en miedo y desconfianza hacia los otros cuando los golpes, los gritos y el desprecio han estado presentes en los días en los que se estaban poniendo los pilares del andamiaje emocional. Son señales que quedan para siempre. Nos lo dice la intuición, y ahora también nos lo demuestra la ciencia. Tras estudiar los perfiles psicológicos y biográficos de los principales psicópatas y condenados por extrema violencia, Jonathan Pincus, neurólogo de la Universidad de Georgetown (Estados Unidos), observó que había tres factores que solían estar presentes en todos ellos: o habían nacido con problemas mentales, o habían sufrido a lo largo de sus vidas algún tipo de lesión cerebral, o alguien había ejercido abusos sobre ellos cuando eran niños.

Esto no significa que todos los que padecen maltrato en la infancia vayan a convertirse en psicópatas cuando lleguen a adultos, pero si esta condición se da junto a alguna de las otras dos, las probabilidades de que esta persona sea violenta en la mayoría de edad son muy elevadas. Obviamente, es difícil actuar sobre las lesiones cerebrales fortuitas o las deficiencias neuronales de nacimiento, pero sí podemos hacerlo sobre el maltrato. ¿Cuántos psicópatas podría haberse evitado nuestra memoria colectiva si la infancia hubiera sido respetada por todos como la frágil etapa que es?

No hay otra, estamos hechos así: cada uno de los impulsos afectivos que sentimos de adultos guarda un molde emocional primigenio en el delicado cofre de la infancia. Hoy la neurociencia ha demostrado que los circuitos cerebrales que se activan cuando una persona mayor sufre desamparo a causa del desamor son los mismos que se ponen en marcha en un niño cuando padece ansiedad debido a la separación de la madre. Con la violencia podríamos establecer el mismo paralelismo. De aquellos mimbres emocionales estamos construidos; somos el resultado de lo que fuimos durante nuestra infancia y del trato que entonces recibimos.

El Instituto de Psiquiatría del King’s College de Londres publicó en 2011 un informe revelador que relacionaba los abusos a menores con las enfermedades mentales de los adultos. Tras analizar los perfiles de 23.000 personas, observaron que aquellos que habían sufrido maltrato infantil tenían el doble de posibilidades de desarrollar cuadros de depresión persistentes al alcanzar la edad adulta y, además, estas depresiones eran el doble de resistentes a los tratamientos, tanto farmacológicos como terapéuticos.

El equipo responsable de este estudio, capitaneado por el doctor Andrea Danese, destaca que los traumas infantiles producen cambios en la estructura del cerebro, el sistema inmunológico y el funcionamiento de algunas glándulas hormonales, unas alteraciones que dejan ver su rostro más siniestro años más tarde. Este mismo informe advierte de que uno de cada veinte menores de Reino Unido es víctima de abusos y vejaciones. No ha de extrañarnos que la Organización Mundial de la Salud (OMS) prevea que la depresión será en 2020 la segunda mayor causa de dolencia sanitaria en nuestros hospitales.

La recomendación de los autores del estudio del King’s College es fácilmente predecible: hay que vigilar el trauma infantil para cuidar la salud de la población del mañana. Por desgracia, nuestra medicina actual sigue siendo más reparadora que preventiva. Tristemente, aún continuamos prefiriendo acudir a curar la herida cuando ya supura que cuidar el cuerpo para que la pupa no llegue a generarse. En el caso del maltrato infantil, esa estrategia es doblemente inútil. Aquí no sólo curar es más ineficaz que prevenir; es que, además, la cura es prácticamente imposible. Como confirma Jonathan Pincus, la rehabilitación en casos de traumas infantiles es enormemente difícil y evitar los efectos de esta violencia ejercida sobre los menores es una tarea titánica. Es como querer borrar una marca grabada a fuego en la piel. En cambio, evitar que esa violencia se vuelque sobre los pequeños sí es fácil y barato.

La genética y el ambiente en el que crecemos determinan la sensibilidad de las regiones cerebrales que procesan las emociones. Son muchos los investigadores que creen que esta sensibilidad puede influir en el riesgo de padecer problemas mentales tras sufrir un trauma. El doctor Eamon McCrory, del University College de Londres, ha podido documentar el impacto que deja el abuso y la violencia doméstica a nivel cerebral sobre los niños. Tras exponer a chicos de doce años de edad al visionado de fotos de rostros de hombres y mujeres con expresiones de tristeza o enfado, observó, mediante técnicas de imágenes por resonancia magnética funcional, que los cerebros de los niños que sufrieron violencia doméstica presentaban mayor actividad en la amígdala y la ínsula anterior al observar caras enojadas, precisamente dos regiones cerebrales asociadas a trastornos de ansiedad. McCrory opina que, aunque estos cambios podrían representar una respuesta adaptativa a corto plazo, también suponen un factor de riesgo que aumenta su vulnerabilidad ante cuadros de depresión o ansiedad. Aún sorprende más saber que los traumas infantiles pueden, literalmente, modificar nuestro material genético e influir sobre ciertos genes que controlan la respuesta al estrés, como ha demostrado el investigador Patrick McGowan, de la Universidad McGill (Canadá).

«La letra, con sangre entra.» Cuánto daño habrá causado a tantas generaciones de niños, entre ellas la mía, el modelo didáctico que se deriva de esta forma de pensar. Hoy los estudios de neuropsiquiatría demuestran que estos patrones educativos sólo fomentan las conductas violentas y generan desadaptación al alcanzar la adolescencia y la juventud. Se sabe que los hijos de padres estrictos tienen más probabilidades de presentar actitudes conflictivas y de involucrarse en conductas de riesgo que los que no recibieron ese trato rígido de chicos. El autoritarismo sólo genera pérdida de autoestima en los menores. ¿A qué esperamos, entonces, para cambiar la forma de mirar, cuidar y educar a nuestros pequeños? El día que esta demanda esté realmente presente en nuestras vidas, desde los programas educativos a la intimidad de todos los hogares, la revolución que se va a producir en el ser humano va a ser asombrosa, una de las más maravillosas a las que podemos acceder. Firmaría por vivir para poder verla con mis propios ojos.

ENTENDER EL PASADO PARA RECONOCER EL PRESENTE

Tengo treinta y un años y dos hijos. Cuando nació el primero se abrió la caja de Pandora: empezaron a venir a mí los malos recuerdos de mi infancia y adolescencia, que debo a mi padre, y aún hoy estoy intentando superarlo. La convivencia con él ha sido siempre muy difícil. He sufrido violencia verbal por su parte hasta hace dos años, cuando se moderó para no poner en peligro su relación con sus nietos y por mi madre, que estaba enferma. Cuando era muy pequeña encontraba en ella un refugio, pero esa sensación desapareció cuando decidió que no quería problemas. La verdad es que me sentí desprotegida.

Actualmente me irrita que venga a mi casa, me incomoda, aunque es un buen abuelo y está dispuesto siempre a ayudarme. Quisiera mejorar mi relación con él, y sé que el cambio ha de empezar por mí. Ya he descartado que él pueda cambiar algún día. El pasado está ahí para siempre, supongo que la vida le habrá dado motivos para tener ese carácter. Pero quiero aprender a ver lo bueno que hay en él y a superar el rencor del pasado.

Febrero de 2011

Responde: Gabriel González

Es difícil comprender por qué alguien que te ha de amar y cuidar se comporta como si no lo hiciera: sin respetar tus emociones, tus deseos y tus necesidades. Se trata, en general, de un déficit de nutrición emocional. No hay un elemento concreto o específico que lo explique. Es lo que el maltratador ha aprendido, no sabe hacerlo de otra forma y es una manera de mantener el control emocional.

Un patrón cronificado de maltrato destruye el sentido y la seguridad en uno mismo, afectando a las interrelaciones de esa persona cuando es adulta. Sin embargo, tú has aprendido a ser saludable en tus relaciones; incluso se podría decir que esa actitud paterna te ha hecho fuerte, capaz y autónoma. Podemos discutir si el trato recibido ha sido justo o no pero, evidentemente, te ha servido para ser lo que eres hoy en día.

Como bien dices, puede que algo a lo largo de la vida de tu padre le haya convertido en lo que es. Lo importante es poder entender que lo ha hecho lo mejor que ha podido y sabido; es posible que no haya sido capaz de desarrollar otras estrategias porque no las ha aprendido. En estos momentos puedes enseñarle a ser diferente, y en ello te pueden ayudar tus hijos: dile lo bien que lo hace con ellos, alaba cómo los atiende. Para sobreponerse al maltrato es importante crear un ambiente de confianza y generar actitudes de acercamiento y empatía.

ME SIENTO CULPABLE DE TODO LO QUE ME HICIERON

Soy una mujer joven de treinta y cuatro años. De niña sufrí abusos sexuales por parte de un hombre con el que mi madre me dejaba cuando iba a comprar y a los quince años sufrí una violación múltiple por parte de desconocidos. Jamás le conté a nadie nada sobre ninguno de los acontecimientos, los guardé dentro de mí y seguí mi vida como si no hubiera sucedido nada. Pero ahora me doy cuenta de las secuelas que dejaron en mí: anorexia y bulimia en mi primera juventud, total falta de autoestima, intento de suicidio e imprudencias constantes que me ponían en situaciones muy peligrosas.

Hace un año, denuncié a mi última pareja, con quien estuve cuatro años, a causa de una paliza que me propinó meses después de dejarlo. Después me vine abajo: sufrí ataques de pánico y agorafobia, y tengo pesadillas. Desde entonces me encuentro perdida, como si me faltara una brújula que me ayudara a encontrarme. No tengo trabajo ni dinero ni medios para buscar una vivienda para mi hija adolescente y para mí. Me siento fracasada por tener que volver a vivir a casa de mis padres, e idiota por haber sufrido esos abusos teniendo el carácter tan fuerte que tengo.

Estudié una profesión que no me gusta, y a nivel personal no encuentro la manera de realizarme. Sé que soy una mujer valiosa, inteligente y atractiva, pero algo en mí me machaca y me dice que no valgo nada, que mi cuerpo está sucio, y que soy una idiota. También siento que algo malo hay en mí, un fallo, una tara, para que los hombres hayan abusado de mí desde niña. Me siento culpable de todo lo que me hicieron. Necesito rehacer mi vida, volver a ser independiente como hasta hace unos años, pero no encuentro dónde agarrarme. Quisiera encontrar el lugar y el respeto que merezco en la vida, como persona y como mujer.

Octubre de 2011

Responde: Sandra Borro

A pesar de tratarse de hechos traumáticos diferentes, todos los que describes tienen en común tu ingenuidad y tu falta de recursos para prevenir y afrontar la situación. Son golpes demasiado duros recibidos en la etapa de la vida que debería ser la más feliz. De todos modos, supiste salir adelante, por lo que deducimos que eres una mujer fuerte y luchadora. Tu capacidad de resiliencia —es decir, de sobreponerte a hechos traumáticos— es muy alta. No eres culpable ni idiota, pero debes aprender a distinguir las señales de peligro, a protegerte, y a alejarte de las personas y circunstancias que pueden hacerte daño. Seguramente, te resultará difícil volver a confiar en alguien, y necesitarás tiempo y ayuda terapéutica para volver a sentirte la mujer independiente que siempre has sido. Cuentas con el apoyo de tu familia, deja que cuiden un tiempo de ti hasta que recuperes tus fuerzas y se curen tus heridas. Aprovecha este tiempo para mejorar tu autoestima y para formarte en alguna tarea que pueda interesarte y te permita sostenerte económicamente. Tienes una hija a la que también tendrás que ayudar a cuidarse por sí misma, y por la que vale la pena seguir luchando. No podemos asegurarte que nada malo vaya a ocurrirte nunca más, pero de lo que sí estamos convencidos es de que en el presente siempre hay momentos felices para aprovechar, sobre todo si aprendes a disfrutar del viaje.

RELACIÓN DE PAREJA TRAS UN ABUSO INFANTIL

Muy a mi pesar, y sin darme cuenta hasta después de hacerlo, desprecio y humillo a mi pareja casi a diario. Me asalta la sensación de que no me quiere y que me engaña, que prefiere estar siempre con cualquiera antes que conmigo, aunque luego me doy cuenta de que no es así. Perdí a mis padres muy pequeña y a los dieciocho años sufrí abusos sexuales y maltrato por parte de uno de mis hermanos. Necesito controlar siempre la situación, porque, si no, me siento deprimida y abandonada. Me gustaría saber por qué me comporto así con la persona que más quiero y más se preocupa por mí.

Marzo de 2012

Responde: Gabriel González

En una situación como la que describes, no resulta fácil establecer relaciones saludables con una pareja. Existen miedos e inseguridades que hacen que la relación no sea todo lo efectiva que deseamos. Tu descripción de desprecio y de humillación a tu pareja no es casual; es posible que necesites expresar tus sentimientos de abandono y de miedo. Para ello, de manera paradójica, presionas a tu pareja para sentir que no te va a abandonar. Cuando se es víctima de abuso por parte de una persona cercana, se pierde la confianza en las personas. Esto, unido a una actitud negativa y de ansiedad, puede generar en ti patrones que te hagan relacionarte con tu pareja de esa forma. Inconscientemente, hace que sientas que si te deja será por culpa tuya, no porque él quiera hacerlo.

Analiza tus sentimientos, lo que te ocurre, cuándo comenzó ese miedo a sentirte abandonada y por qué. No será nada fácil, pues ante un trauma solemos olvidar determinadas situaciones. Pero es importante situarnos en el contexto y en lo que ha ocurrido para darnos cuenta de qué efecto ha producido en nosotros. A partir de ahí, has de observar los patrones que has generado en tus relaciones y decidir si quieres cambiar esta actitud y enfrentarte a tus miedos. Es básico que puedas revisar tus emociones y cómo te condicionan ante las relaciones. A la vez, trata de ser lo más sincera posible con tu pareja y pedirle ayuda.

RECUPERARSE DEL MALTRATO INFANTIL

Por lo que he leído, la carencia de atención y afecto a un niño repercute de manera significativa en el desarrollo emocional de la persona cuando llega a la edad adulta. Yo me crié en una familia desintegrada y, lejos de obtener cariño por parte de mis padres, recibí maltrato físico y psicológico. La consecuencia es que ahora soy una persona muy insegura, incapaz de relacionarme en la sociedad. Suelo fracasar en cualquier cosa que me proponga por el simple hecho de que no logro hacer amistad con la gente de mi entorno, y eso me sucede a pesar de que soy muy inteligente, de tener talento para realizar algunas actividades y de ser muy dedicada y constante en lo que hago. La pregunta entonces es la siguiente: ¿puede corregirse este trastorno de alguna manera?

Noviembre de 2009

Responde: Nika Vázquez

Las experiencias que a lo largo de la vida vamos acumulando nos afectan y, en algún sentido, moldean y modifican nuestra personalidad. Estudios recientes afirman que las experiencias que tenemos durante nuestro desarrollo infantil, y especialmente entre los tres y los seis años, forjan nuestra personalidad de un modo significativo. Sin embargo, somos seres multicausales, y el desarrollo de nuestra personalidad no está marcado exclusivamente por los eventos que nos sucedan durante esa etapa. No podemos olvidar la carga genética que heredamos de nuestros padres, la importancia que tiene el desarrollo del feto dentro del útero de la madre, así como la capacidad de resiliencia que cada uno desarrolla a lo largo de su vida.

Resulta imposible eliminar o cambiar el pasado, pero la posibilidad de cambio siempre está ahí, la plasticidad del cerebro lo permite. Ahora sabemos que somos capaces de cambiar de modo de pensar, de sentir y de interpretar las vivencias para adaptarnos mejor a ellas y superarlas de un modo adaptativo. Para ello es esencial darnos cuenta de esa posibilidad y esforzarnos cada día en ser felices.