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Cuando nos formamos. Educar hoy bien para no tener que desaprender
mañana
1. LA EDUCACIÓN EMOCIONAL
A las nueve, lecciones de control de la ira. A las once, asertividad. A las cuatro, prácticas de discusión y negociación. Martes y jueves, técnica de superación del miedo. Lunes y miércoles, gestión del apego y la dependencia emocional. Los viernes, ejercicios para la superación de la frustración. Si hoy me presentara en el despacho del ministerio de Educación donde se diseñan los programas de enseñanza que siguen los niños de cinco a doce años y propusiera este horario escolar, es probable que me tomaran por loco. Pero tan seguro es el desprecio que me dedicaría hoy la administración educativa ante esta sugerencia, como que los menores en el futuro contarán con asignaturas con estos nombres, o parecidos, en sus programas lectivos.
Aunque ya no estamos donde estábamos, y la escuela de hoy no es la de los reyes godos memorizados de carrerilla y la disciplina del palmetazo que yo conocí, aún nos encontramos lejos de contar con un sistema de enseñanza que sitúe a las emociones en el lugar que deberían ocupar, que no es el de la represión, como nos tocó escuchar a los de mi quinta, ni el del desprecio y el ninguneo, como se dijo después durante muchos años, sino el del centro mismo de la formación de los más jóvenes.
Asombrosamente, chicos y chicas de doce años inician hoy en día la Enseñanza Secundaria Obligatoria sabiendo operar con polinomios sin haber aprendido antes a descifrar las señales que delatan el estado anímico de sus compañeros de pupitre. Aprenden a conjugar los tiempos verbales del subjuntivo sin haber recibido ni una sola indicación sobre cómo gestionar sus propias subjetividades. Resuelven raíces cuadradas sin que nadie les revele antes las raíces de sus emociones.
Sin embargo, lo bien o mal que les va a ir en la vida a estos futuros adultos no va a depender tanto de la maestría que alcanzarán con los números y las letras en estos años de estudio y formación, sino del acierto que tengan para resolver las ecuaciones sentimentales a las que se van a ver abocados. Y así como es cierto que venimos al mundo con los pilares de la emotividad instalados de serie, y un bebé sabe cómo y cuándo ha de sonreír sin que nadie se lo haya enseñado, igual de verdadero y seguro es que el desarrollo de esa capacidad innata para sentir e intuir, así como los secretos para gestionar el río interior de las emociones, debemos aprenderlos mediante el ejemplo, la práctica y la guía educativa.
Algún día, las generaciones futuras se echarán las manos a la cabeza preguntándose cómo pudimos sobrevivir sin que las escuelas enseñaran a los niños el daño que puede hacer un gesto de desprecio, o cómo hay que sofocar un arrebato de rabia, o qué ejercicios deben seguirse para mantener tonificada la autoestima. Nos llamarán primitivos, como nosotros se lo llamamos a nuestros antepasados lejanos, pareciéndonos rarísimo que hubieran podido salir adelante sin la tecnología ni los sistemas de ordenación social de los que hoy disponemos.
Y sin embargo, aún escucho reticencias ante este clamor, a veces planteadas desde la ignorancia, y otras poniendo el acento en la dificultad que supone incorporar estas disciplinas a los sistemas educativos que ya conocemos. Que esto que reclamo sea nuevo no significa que resulte fatigoso o costoso. Más complicado es el volumen de datos científicos y técnicos que cualquier adolescente añade a su conocimiento antes de acabar el bachillerato. Y mírenlos, resolviendo ecuaciones de segundo grado con trece años. Como pequeños sabios, aprenden a manejarse en esos laberintos matemáticos con soltura, pero llegan a la universidad sin que nadie les explique en qué consiste la resiliencia, que es un salvavidas mental con el que podrían convertir cada dificultad que afronten en una oportunidad de éxito.
Es urgente, y ahora que la crisis económica está obligando a las administraciones a reescribir los patrones de todos los servicios públicos sería una ocasión perfecta, que los programas educativos de los colegios incorporen los instrumentos docentes necesarios para que los chicos aprendan al menos cinco destrezas imprescindibles. La primera tiene que ver con el propio desarrollo de la conciencia emocional. Nada de la revolución educativa que estoy proponiendo tendría sentido si los más jóvenes no aprenden antes a identificar qué diablos les pasa por dentro cuando las emociones se ponen en movimiento. Aprender a reconocer la dosis justa de ansiedad que necesitamos para estar alerta en situaciones de riesgo y distinguirla del pánico que nos paraliza la mente y el cuerpo es una de las lecciones que más agradecerán los chicos cuando sean mayores. Y esto, con muy poco esfuerzo y escaso coste económico, se podría enseñar perfectamente en las escuelas.
Unido a este conocimiento, y consecuencia inmediata de él, es el que tiene que ver con la destreza para gestionar dichas emociones. La psicología pone hoy a nuestra disposición un completo menú de técnicas para la mejora del autocontrol personal, la relajación, la concentración y el fortalecimiento de la autoestima que, introducidas en la rutina diaria de los más pequeños, les permitiría crecer, casi sin darse cuenta, sabiendo dominar sus niveles de estrés, sus déficits de atención, o sus carencias de confianza personal. Y esto son técnicas y ejercicios mentales fácilmente practicables en el entorno escolar. Así como hoy la educación física y el deporte forman parte de las agendas colegiales, ¿a qué esperamos para introducir también en esos programas la gimnasia emocional?
Hay otras dos habilidades, también emparejadas, que resulta imprescindible incluirlas en los planes escolares: la conciencia social de la propia persona y el desarrollo de las facultades para relacionarnos con los demás. Entre los profesionales del mundo académico hay debates sobre las distintas dimensiones que tienen las capacidades humanas, pero hay algo en lo que no existe controversia: la inteligencia, o es social, o no es inteligencia útil para las personas. Y esta realidad, dada la magnitud tan grande que están alcanzando los actuales sistemas de comunicación y las redes sociales, que han cambiado la forma que teníamos de relacionarnos, lleva camino de convertirse en la única y verdadera llave maestra de nuestra felicidad. En el futuro, nos irá mejor o peor en la vida dependiendo de lo bien o mal que nos entendamos con los demás, y no tanto por nuestras habilidades personales o por la suerte que hayamos tenido al nacer en una familia o en otra. Una escuela de marcado acento social y mentalidad global llama a nuestra puerta.
Hay una quinta habilidad que debería ser tenida más en cuenta en los colegios e institutos a la hora de diseñar sus programas lectivos, y es la que tiene que ver con la preparación de los menores para la toma de decisiones y el entrenamiento en la resolución de conflictos, algo que contribuirá en último término a un mayor bienestar personal y social. Absurdamente, se dota a los muchachos de multitud de conocimientos técnicos, pero alcanzan la mayoría de edad sin haber recibido nunca instrucciones sobre cómo deben gestionar una situación de emergencia o qué pasos han de seguir para llevar a cabo una negociación con individuos similares a ellos. Sin embargo, por cada lance vital en el que van a necesitar echar mano de la preparación académica que han adquirido, se van a enfrentar a mil situaciones en las que una buena formación en el arte de decidir y la capacidad para alcanzar acuerdos les habría venido de maravilla
Por suerte, hemos avanzado algo en esta frontera y cada vez hay más foros educativos que empiezan a situar la gestión de las emociones en el centro mismo de los programas de enseñanza. Siguiendo el camino abierto por investigadores pioneros como Daniel Goleman, el padre del concepto de la inteligencia emocional, o Linda Lantieri, especialista en la aplicación de estas ideas a la educación, hoy hay diversos proyectos que han visto claro que éste es el camino a seguir, como el Collaborative for Academic, Social and Emocional Learning (CASEL) estadounidense, o los desarrollados en España por la Universidad Camilo José Cela de Madrid, la institución educativa SEK, el catedrático Rafael Bisquerra de la Universidad de Barcelona, coordinador del informe FAROS del Observatorio de Salud de la Infancia y la Adolescencia del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, y algunos profesores que a título personal intentan trabajar con sus alumnos estas aptitudes porque creen que serán fundamentales para su desarrollo como adultos.
Se trata, como recuerda el propio Goleman, de que tengamos presentes esta idea al pensar en nuestros menores: «Es un error creer que la cognición y las emociones son dos campos separados. Pertenecen a la misma área cerebral. De modo que ayudar a los niños a gestionar mejor sus emociones significa que pueden aprender mejor». De nosotros depende.
ENSEÑAR A GESTIONAR LAS EMOCIONES DESDE LA INFANCIA
¿Cómo se puede enseñar a gestionar las emociones y entre qué edades debería incorporarse ese aprendizaje?
Febrero de 2012
Responde: Gabriel González
La gestión de las emociones se puede enseñar y aprender desde la infancia, ya que los niños, aunque no entienden las palabras, sí comprenden los gestos y perciben las sensaciones. A los dos años es un buen momento para comenzar a explicarles qué ocurre cuando uno está enfadado, asustado, sorprendido o alegre. Un buen instrumento son los cuentos y juegos, ya que a través de ellos enseñamos a los pequeños a identificar y aprender de nuestras propias emociones, reflexionando y pensando a la vez.
Con el tiempo podemos ir utilizando la palabra para explicar dichas emociones y cómo manejarlas. Podemos hablar con los menores sobre qué sienten, dónde ubican esa emoción y cómo la notan. Los niños tratan de buscar en su lenguaje palabras para definir su dolor, su angustia y, en general, cualquier emoción. A partir de aquí se les puede preguntar cómo han de hacer para conocer, identificar y solucionar lo que les está pasando. No se trata de que eviten las emociones sino de que las aprendan, las identifiquen y las acepten.
No sólo la familia debe hacer esto, también el colegio ha de ser un gran espacio para ayudar en estos procesos. El diálogo y la comunicación se irán haciendo cada vez más complejos conforme van creciendo los menores, pero la base es la misma: identificar la emoción, aceptarla y comenzar a gestionarla.
CÓMO ENSEÑAR A LOS NIÑOS A SER ASERTIVOS
Tengo una amiga con un niño de cinco años que está preocupada porque en su clase hay un compañero que lo maltrata psicológicamente. La profesora le ha dicho a la madre que su hijo es inmaduro y se comporta como un bebé, porque cuando le riñe se pone a llorar. Lo cierto es que es un niño educado, amable y cariñoso. Sus padres le han dado una educación correcta, pero supongo que en el aula las cosas se complican. ¿Cómo se puede educar en la fortaleza, sabiendo gestionar la mala educación de los demás, sin perder la tuya?
Marzo de 2011
Responde: Sandra Borro
Además de educar a un niño en valores, amabilidad y respeto, también hay que enseñarle a ser asertivo y a solucionar los conflictos que se generan con otros niños de forma pacífica, dialogando o intentando llegar a acuerdos. Sería interesante saber si el niño comparte tiempo de ocio con otros menores de su edad, y si los padres también han observado la misma reacción en el parque o mientras juega con sus amigos.
En caso de ser atacado o molestado, el niño debe aprender a manifestar su propia postura ante la situación y expresar su insatisfacción, su dolor o su desconcierto, y pedir que le dejen de molestar con firmeza y decisión. También debe tener valor para comentar el problema a los adultos y solicitar su ayuda en caso de que no cesen los ataques. Si uno se quiere y se respeta, también es capaz de querer y respetar al otro. Y la única forma de hacerlo es desarrollando una sana autoestima que nos permita estar seguros de nuestra valía única y personal, y nos ayude a hacer valer nuestros derechos sin pisar los del otro.
MI HIJA TIENE ATAQUES DE IRA
A mi hija de ocho años le dan ataques de ira desde muy pequeña. Se pone como fuera de sí, insulta, lo tira todo. Luego, cuando se le pasa la crisis, se pone a llorar y pide perdón. Dice que le entran nervios. Es muy sensible, y normalmente es muy buena. Me gustaría saber a qué especialista la puedo llevar.
Marzo de 2012
Responde: Sandra Borro
La ira es una emoción básica que todos los seres humanos experimentamos ante ciertas situaciones. Se produce cuando la persona se altera por no encontrar la manera de resolver un problema difícil y empieza a comportarse de forma violenta y descontrolada. Es una autodefensa caracterizada por el vigor, la fuerza y la resistencia, por lo que es muy necesario que los niños aprendan a controlar esas emociones desde edades muy tempranas.
Hay que enseñar al niño a relajarse, a contar hasta diez y a expresar su enfado de una manera más saludable, mediante palabras, juegos o dibujos. No puede gritar, ni tirar cosas, pero puede ir a su habitación o pedir ayuda para calmarse. La música, los masajes y los abrazos son una manera de relajar el cuerpo y permitir que el enfado se diluya y puedan fluir las palabras. Tal vez haya alguna situación que la atemorice o la estrese, ya sea en casa o en la escuela, y que no es capaz de expresar. También podría ser que, por miedo a sus ataques de ira, hayáis cedido en muchos terrenos y le hayáis concedido más privilegios de los necesarios. A veces, para no enfrentarse al hijo, los padres, agotados, acaban convirtiéndolo en un pequeño dictador. Si deseas recibir ayuda profesional, consulta a un psicólogo clínico infanto-juvenil, quien podrá valorar individualmente a tu hija y analizará la situación familiar para proponer el abordaje terapéutico más adecuado.
RECURSOS PARA PADRES DE NIÑOS CON TDAH
Mi hijo de ocho años tiene TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad). Lo que más destaca en él es la impulsividad y su falta de atención en aquello que no le aporta una satisfacción inmediata. No solo él necesita pautas de comportamiento sino yo también, pues soy consciente de que no sé manejar bien los ataques de rabia y negativismo que sufre mi hijo por culpa de la impulsividad. Normalmente suelo enfrentarme a él también con enfado. ¿Qué puedo hacer?
Marzo de 2011
Responde: Gabriel González
Es importante y básico reconocer que como padres también se necesitan técnicas y estrategias para afrontar situaciones de diagnóstico de TDAH. Indudablemente, el primer paso es afrontar el diagnóstico, entenderlo y conocer qué supone, tanto para el niño como para la familia. Es básico tener una actitud positiva y buscar apoyos tanto de la red social cercana como de profesionales. Descubre qué tiene de especial tu hijo, encuentra la parte más potencial y las capacidades de que dispone y pónselas sobre la mesa. Tener un déficit de atención por hiperactividad no significa que no sea capaz de hacer cosas. Es posible, incluso, que sea capaz de hacer muchas más que la media.
A partir de ahí se le puede ayudar a satisfacer sus necesidades físicas y emocionales, superar umbrales de frustración bajos, apoyarlo en su autoestima y fortalecer su capacidad de poder resolver sus problemas. Es evidente que en este proceso no sólo tiene que aprender el menor, sino también el adulto. Sobre todo en el manejo de la gestión de las emociones: hay que reconocerlas, estudiarlas y aprender de ellas. Para ello, el mejor ejemplo para tu hijo es que tú puedas gestionar tus propios sentimientos. Esto puede ayudarle a controlar su impulsividad y sus enfados.
2. ¿YTÚ EN QUÉ ERES INTELIGENTE?
En 1905, el psicólogo y pedagogo francés Alfred Binet y su alumno, el psiquiatra Théodore Simon, crearon el primer sistema para medir la inteligencia en base a los resultados obtenidos por un test y en función de los parámetros que se describían en una escala perfectamente tabulada. Aquel hallazgo abrió una nueva frontera en la investigación de la condición humana que ha dado grandes resultados tras décadas de ansiosa búsqueda por conocer, ponderar y calibrar el funcionamiento consciente del cerebro y su capacidad para relacionarse con el entorno y entenderlo. Al camino que Binet inició con aquellos primitivos cuestionarios psicológicos le debemos no pocos descubrimientos acerca del modo como funciona el aprendizaje, especialmente en los menores. No en vano, la revista científica Science declaró a la escala Binet-Simon como uno de los grandes descubrimientos del siglo XX.
Sin embargo, esta frontera de la psicología ha causado, sin pretenderlo el propio Binet ni los especialistas que continuaron su obra, una grave miopía por parte de los investigadores que a lo largo de las siguientes décadas se dedicaron a tasar el potencial que alberga el cerebro, así como entre los pedagogos encargados de diseñar los sistemas educativos que siguieron las posteriores generaciones de escolares. La absoluta primacía que durante tanto tiempo ha disfrutado la variable del coeficiente intelectual (CI) para medir la capacidad intelectiva del ser humano ha supuesto un total desprecio hacia el resto de destrezas mentales, que difícilmente podían verse reflejadas en los dichosos test, pero que igualmente forman parte de nuestro capital personal, como las habilidades artísticas, las empáticas y sociales, las físicas, o las del propio autoconocimiento.
No ha de extrañarnos: esta trampa forma parte de ese sutil y tácito complot que durante centurias ha condenado a un segundo plano a las emociones y la intuición frente a la razón y el pensamiento lógico-deductivo. Hemos tenido que llegar al siglo XXI para que la neurociencia nos convenza de lo equivocados que estábamos al embobarnos de esa manera con lo que nos gritaba la razón, a pesar de hacernos errar continuamente, sin escuchar lo que nos susurraba con tanto acierto la intuición.
Hoy ya sabemos que esta otra forma de conocimiento interior, impredecible y difícil de medir, es tan válida como aquella otra que tanto apreciábamos, tasábamos y orgullosamente comparábamos con los famosos test de inteligencia. Es más: en las situaciones en las que no disponemos de toda la información necesaria para decidir, la intuición ofrece un margen mayor de acierto que la razón. De igual modo, hoy también sabemos que las capacidades intelectuales del ser humano son muchas más que las que reflejan las cifras y porcentajes del CI. ¿Dónde queda anotada la habilidad de un compositor para crear una sobrecogedora sinfonía, o la de un pianista para interpretarla hasta lograr estremecer a una audiencia? ¿Qué índice mide la facilidad de una persona comunicativa y empática que es capaz de liderar y movilizar a un grupo humano en una dirección? ¿Qué escala sirve para ponderar la destreza de un acróbata, un mago o un bailarín que nos deja boquiabiertos con su actuación encima de un escenario?
Como dice el experto en educación y desarrollo de la creatividad Ken Robinson, no sin cierta ironía y retranca, «el test de inteligencia solamente mide la capacidad para hacer test de inteligencia». Si únicamente tuviéramos las habilidades que se tabulan en esos cuestionarios, la mayor parte de la cultura jamás habría existido. Ni el arte, ni la creatividad, ni la capacidad para emocionar a los otros aparecen reflejados en estos parámetros numéricos. Sin embargo, hemos vivido sometidos a la dictadura del CI durante todo un siglo. Actualmente ya se mide el EI (del inglés Emotional Intelligence), es decir la habilidad de una persona para entender sus propias emociones y las de los demás. Investigadores de la Universidad de Virginia-Commonwealth (Estados Unidos) han publicado recientemente un estudio donde se demostraba que el EI es un buen predictor del rendimiento en el trabajo. Esto es: las personas con un EI elevado son mejores trabajadores.
Una de las consecuencias más lamentables de esa cojera mental con la que hemos vivido tantas décadas ha sido la desequilibrada valoración que les hemos dado a las distintas asignaturas en los programas académicos. Sin que nadie nos explicara nunca por qué, los escolares y bachilleres crecimos durante generaciones alrededor de calendarios docentes que primaban materias como las matemáticas, la lengua o la historia y despreciaban la formación artística, las habilidades corporales, o las disciplinas escénicas, arrinconándolas en los horarios a los tramos de menor interés y considerándolas injustamente las marías. Y ya no hablemos de la educación emocional, de la que nunca jamás tuvimos noticia.
Se nos decía que así se preparaba mejor a los jóvenes para valerse en la vida. ¿En serio? En el mundo que hoy habitamos esta afirmación no se sostiene. Incluso en el pasado tampoco tenía sentido. ¿Me puede convencer alguien de que las ingentes horas que dedicamos los de mi generación, la siguiente y la siguiente al estudio de la trigonometría o el análisis sintáctico han hecho de nosotros mejores personas, más felices y con más recursos para defendernos en el mundo que si hubiéramos reservado parte de ese tiempo a entrenarnos en la cooperación y el trabajo en equipo, la práctica de una disciplina musical o el ejercicio de un arte plástico? Permítanme que disienta.
Erróneamente, nos hemos creído aquello de que las ciencias nos adentraban en el universo de las certezas, mientras las artes nos hacían perder el tiempo en el territorio de los sentimientos, útiles para el entretenimiento, se nos dijo, pero no para la economía ni para labrarnos un futuro seguro. Nos tragamos aquello de «estudia algo serio y trabaja duro con las matemáticas», sin pensar en si acabaríamos siendo todos matemáticos, o si valíamos para ello. Con similar desdén, nos hartamos de escuchar que estudiar artes, música o disciplinas escénicas no servía para nada. ¿Y de qué le vale saber tanto de números al muchacho más preparado en álgebra del instituto, si luego no es capaz de entenderse con los que van a ser sus compañeros en el trabajo porque nunca nadie le enseñó a ser asertivo, negociador, ni empático?
Como gráficamente compara Howard Gardner, profesor de Cognición y Educación de la Universidad de Harvard, sostener que sólo existe una única forma de inteligencia equivale a decir que sólo tenemos un ordenador en el cráneo, el del pensamiento lógico-deductivo, pero carecemos de los otros procesadores mentales que nos permiten bailar, cantar, pintar, seducir, dialogar… Con gran acierto, él reivindica la existencia de «inteligencias múltiples», pues no es lo mismo ser habilidoso con la música que tener un gran sentido de orientación espacial, o una gran destreza comunicativa, o una óptima expresión corporal. Y todas estas son formas de inteligencia no menos útiles en la vida, ni menos válidas, que la que tradicionalmente hemos asumido por única. Tampoco menos susceptibles que ésta de ser incorporadas a los planes académicos como materias de estudio.
De todas esas inteligencias, sin duda, la que más urge que subamos de rango en los programas escolares es la que tiene que ver con la dimensión social de las personas. Es vital que nuestros menores adquieran en el colegio las destrezas necesarias para manejarse en el trabajo en equipo, antes de que la vida los obligue a improvisar modelos de colaboración en el entorno laboral que van a habitar en pocos años. De igual modo, en un mundo tan social como el que hemos construido, es imprescindible que los jóvenes aprendan los secretos de la gestión de equipos y descubran cómo desarrollar sus habilidades empáticas.
En el pasado las personas hacían muchas cosas a solas, pero ahora todo consiste en trabajar en grupos de manera coordinada. Esto hace que cobre tanto valor saber cómo hacernos una idea de la situación, colaborar afectivamente con los otros, construir confianza, combatir las reacciones propias y las ajenas y potenciar el espíritu colaborador. Estos factores sociales y emocionales entran en la categoría de la comprensión de uno mismo. Y no dejan de ser un tipo de inteligencia: la inteligencia interpersonal.
CÓMO MOTIVAR A UN NIÑO QUE ACABA DE EMPEZAR LA ESO
Tengo un hijo con problemas de aprendizaje en el sistema tradicional de enseñanza. Acaba de empezar la ESO y, a pesar del esfuerzo realizado, los resultados han sido malos. ¿Qué podemos hacer los padres para incentivar a estos niños antes de que el sistema los aplaste y los deseche como inservibles?
Febrero de 2012
Responde: Sandra Borro
En la mayoría de las escuelas, los niños se ven enfrentados a un sistema educativo que no tiene en cuenta las diferencias individuales. Si a esto le sumamos lo difícil que resulta para mucha gente cambiar de opinión y dejar atrás los viejos modelos educativos, es cierto que tu hijo y muchos otros jóvenes tienen un grave problema.
El papel de los padres es comprender a los hijos y ofrecerles herramientas adecuadas para que aprendan a enfrentarse a las dificultades que se les presentan cada día. Desde la familia se pueden ampliar los temas explicados en clase a través de libros, documentales o visitas a museos y lugares de interés cultural. Sería fantástico que los niños aprendieran y disfrutaran a la vez, y que los profesores mostraran entusiasmo y tuvieran a su alcance todos los medios necesarios para hacer que la clase fuese dinámica e interesante, pero siempre habrá alguna asignatura que no les gustará tanto, y en la que el niño tendrá que esforzarse para recordar informaciones que, a priori, no le interesan en absoluto. Es el precio que, de momento, deben pagar nuestros futuros universitarios, al menos hasta que la próxima reforma educativa tenga en cuenta los avances de la ciencia en este ámbito.
FALTA DE CONCENTRACIÓN EN LOS ESTUDIOS
Tengo una hija de ocho años que está cursando tercero de primaria, y que desde hace unos meses se distrae en clase y no logra concentrarse. También le pasa en otros momentos, como a la hora de realizar los deberes. Estoy con ella en todo momento cuando eso ocurre, pero no logro que se concentre, y por culpa de ello comete muchos errores simples. No ha ocurrido nada importante en nuestra familia, ni ha habido cambios que le hayan afectado, por lo tanto no sé qué está pasando. Cuando se le explica algo lo entiende enseguida, pero al rato se olvida o no lo recuerda.
Junio de 2011
Responde: Gabriel González
Los niños de ocho años suelen ser muy activos y estar llenos de entusiasmo. Algunas características de esta etapa pueden ayudarnos a encontrar formas de actuar con ellos para establecer hábitos que les ayuden a centrarse y estimularlos. Así, su sensibilidad ante los halagos y el reconocimiento nos permite, tanto a los educadores como a los padres, reforzarles aquellas actividades que les hagan dotarse de hábitos saludables. Por ejemplo, es bueno hacer que el niño sienta que es importante que se centre a la hora de realizar una actividad, que aprenda las consecuencias de sus actos, y que encuentre soluciones a sus problemas.
En cualquier caso, hemos de descartar de entrada cualquier otro problema, como pueda ser un trastorno de déficit de atención. Para ello es importante acudir a un especialista. Con todo, se pueden tener actitudes que les ayuden a desarrollar sus capacidades. Es útil dejar de lado los hábitos perjudiciales y reemplazarlos por conductas que facilitan cumplir con las obligaciones y metas. Para eso no se necesita ser un experto, simplemente estar atento y facilitarle las herramientas necesarias para que el niño desarrolle esas capacidades. En eso los padres son quienes mejor lo hacen, pues encuentran estrategias para facilitarles dichos procesos. A estas edades es normal que sean chicos que picoteen de un sitio y de otro, por lo que hemos de ayudarles a desarrollar hábitos organizacionales, de concentración y de motivación que les permitan crecer adecuadamente.
PASAR DE BUEN A MAL ESTUDIANTE AL LLEGAR A LA UNIVERSIDAD
En el colegio y en el instituto sacaba muy buenas notas, pero cuando empecé a estudiar una ingeniería superior mi rendimiento cayó en picado. De hecho, no aprobé ninguna asignatura. Volví a intentarlo más tarde en otra escuela superior pero, al cabo de tres años de ir de más a menos, lo dejé y me puse a trabajar. Más adelante empecé una ingeniería técnica y volví a fracasar. Llevo veinte años trabajando donde empecé, con una categoría profesional de FP1 y realizando una tarea que desprecio. ¿Por qué sacando tan buenas notas en primaria y secundaria fracasé tan estrepitosamente en la universidad? ¿Por qué compañeros de instituto con más dificultades que yo tienen hoy trabajos mejores? ¿Realmente todo dependía de mi esfuerzo, o debo de tener un defecto que pasó desapercibido hasta que llegué a la universidad?
Septiembre de 2011
Responde: Paula García-Borreguero
Son varios los factores que pueden haber influido en esa situación. De entrada, ser buen estudiante en la etapa escolar no garantiza continuar siéndolo en la universidad. Entre otras causas, porque aumenta el nivel de exigencia, especialmente en las ingenierías. Sería interesante analizar cuáles eran tus hábitos y tu forma de estudio durante la etapa universitaria. En términos generales, es importante tener en cuenta factores externos, como el espacio, el silencio, la iluminación, el mobiliario, los descansos. Pero también internos, como los pensamientos durante el tiempo de estudio, para así evitar pensar en los problemas y conflictos personales, la dificultad de la materia o la gestión de los fracasos.
CÓMO ACERTAR EN LA ELECCIÓN DE COLEGIO INFANTIL
Soy madre soltera de un niño de cinco años. Quisiera saber si hay estudios acerca de la importancia de la educación frente al ambiente familiar y el factor calidad de vida. Busco algo que me ayude a elegir colegio. Si el niño no sale ingeniero, en mi entorno me lo echarán en cara toda la vida. ¿Cómo enfrentarme a esta decisión? ¿A qué debo dar prioridad, que sea bueno para mi hijo y para mí?
Agosto de 2011
Responde: Noelia Sancho
Es importante que entiendas que ésta no es una decisión de por vida. Si una vez comenzado el colegio tanto el niño como tú acusáis consecuencias negativas, se puede realizar un cambio más adelante. Si con cinco años estás pensando en cuando tenga veinticinco, vas a preocuparte siempre.
Sólo tú, que conoces a tu hijo, puedes decidir qué será lo mejor. El estilo educativo recibido en casa es muy importante en esa primera infancia. Que el niño tenga la posibilidad de jugar en el parque con otros niños no está reñido con que haga más amigos en el colegio, aunque esté lejos. Pero sí es cierto que la socialización en los menores ayuda en el desarrollo intelectual global. En cualquier caso, tiene muchos años por delante para madurar y decidir. A lo mejor no es ingeniero, porque prefiere dedicarse a otra cosa. Lo importante es que tomes la decisión pensando en qué es lo que le hará más feliz al niño, no a la gente de alrededor.
3. CAMBIEMOS LAS ESCUELAS PARA CAMBIAR EL MUNDO
Si asumimos que la única manera que hay de cambiar el mundo es interviniendo sobre las generaciones que habitarán y gobernarán el planeta en el futuro, comprenderemos fácilmente que para operar esa transformación hay que llevar a cabo previamente otra: la que se centra en los agentes encargados de formar a esos nuevos terrícolas. Dicho breve y directamente: cambiar el rumbo que llevamos pasa por modificar la mentalidad y el modo de funcionar de los profesores y los actuales sistemas de enseñanza. Sin esto, nunca llegaremos a lo otro.
La urgencia por poner patas arriba los planes educativos que siguen hoy nuestros menores en los colegios e institutos, así como la necesidad de agitar a las personas que tienen encomendada la tarea de impartir dichos programas formativos, es un clamor que trasciende los entornos docentes y cala profundamente en toda la sociedad. La de la educación es una pupa que nos duele a todos, y su gravedad va más allá de las quejas que con frecuencia se escuchan a su alrededor: abandono escolar, falta de entusiasmo por parte de profesores y estudiantes, pérdida de valores, ineficacia para responder a las necesidades profesionales de la vida contemporánea. Las consecuencias de estos síntomas son mayores de cara al mañana que referidas al presente. Cada error didáctico que cometemos con los chicos que hoy tienen entre cinco y quince años lo acabaremos pagando dentro de dos décadas. Cada renuncia que hagamos en ese terreno ahora, se convertirá en una hipoteca firmada contra nuestro porvenir futuro como comunidad.
Estoy hablando de un problema que se sitúa muy por debajo de los aciertos o errores del programador académico de turno, y que no tiene que ver ni con la LOGSE, ni con las distintas y sucesivas leyes educativas aprobadas en nuestro país durante los últimos treinta años. Me refiero a la enorme brecha que se ha abierto entre la realidad que habitan los chavales hoy en día y ese otro mundo que profesores y maestros les muestran en las aulas. A veces esa distancia acaba desembocando en alarmantes contradicciones.
Si echamos la vista atrás, comprobaremos que todo ha cambiado a nuestro alrededor en el último medio siglo: las costumbres, los sistemas de trabajo, las formas de ocio, el modo de comunicarnos… Nada es igual a como era hace cincuenta o treinta años. Sin embargo, las escuelas, los programas educativos, los calendarios escolares y los propios libros de texto son los mismos que en el pasado, o están inspirados en parecidos paradigmas pedagógicos. La escuela, desde la guardería a la universidad, continúa orientada hacia la formación de individuos productivos y útiles para la economía, dotados de cultura y bien armados personalmente, o eso se pretende. Pero resulta que ni la economía, ni la cultura ni la propia experiencia personal del ser humano es hoy la misma que en la generación anterior. ¿Cómo es posible que sigamos consintiendo por más tiempo que las fábricas de habitantes del futuro continúen funcionando con la vista puesta en patrones anquilosados que sólo miran al pasado?
Actualmente, la información viaja en nuestros bolsillos a bordo de teléfonos móviles del tamaño de la palma de la mano y las distancias han desaparecido gracias a la ubicuidad de internet y las redes sociales. Sin embargo, cuando decimos «escuela», hoy seguimos pensando en un profesor subido a un entarimado junto a una pizarra hablándole a un plantel de chicos y chicas alineados en pupitres. Igual que hace cien años. Cualquier dato que ese maestro les revele podrán encontrarlo fácilmente en sus terminales digitales en cuestión de segundos, pero la fórmula del docente que suelta su lección a sus alumnos sin reparar en cómo son éstos, cómo sienten, ni cómo reciben esa información que él les está dando, continúa siendo la que prima en la mayoría de centros educativos.
Hay que mejorar muchos aspectos de nuestras escuelas y modelos de enseñanza, pero lo más urgente es llevar a cabo un cambio radical en la formación de los profesores que suponga replantear su oficio. De entrada, hay que resolver un agujero por donde estamos perdiendo un gran capital humano en los escenarios educativos: es vital que los profesores aprendan a gestionar el caudal emocional de los alumnos, lo que implica saber cómo palpitan, qué carencias afectivas tienen, cuáles son sus potencialidades, de qué manera pueden atraer sus atenciones, cómo estimular la capacidad que tienen para la concentración.
En 2011 se publicó en la revista Science un análisis que comparaba la capacidad para aprender de alumnos preuniversitarios que usaban métodos interactivos frente a los que seguían sistemas tradicionales, quedando demostrado que aquellos que se entrenaban en discusiones por grupos u debates en clase obtenían mejores calificaciones y aseguraban estar más motivados para el estudio de la materia.
Como señala Robert Roeser, psicólogo de la Universidad de Portland (Estados Unidos) y experto mundial en educación, no se trata tanto de atender a los conocimientos académicos que se transfiere a los niños y adolescentes, sino de vigilar cómo éstos se convierten en jóvenes y adultos a lo largo de distintas fases evolutivas. Y esto implica crear entornos positivos para que se dé ese correcto desarrollo del menor, estar muy pendientes de sus necesidades y dotarles de modelos de comportamiento responsable y de gestión de sus emociones. Los buenos profesores no analizan el contenido y se lo imponen al niño, sino que analizan al niño y lo atraen hacia el contenido para así ayudarlo a entenderlo.
Conocer una materia no significa que se sepa impartirla. Tampoco obtener un diez en matemáticas implica ser un chico más maduro que otro que ha suspendido. Y aquí de lo que se trata es de facilitar la llegada a la edad adulta de generaciones de hombres y mujeres más sanos por dentro y por fuera, evitando caer en los errores educativos que se cometieron en el pasado. Hay docentes que aún se ríen de mí cuando les cuento que a mis nietas suelo preguntarles qué han desaprendido en el colegio cada mañana. No es un chiste lo que hago con ellas, sino una advertencia muy seria. Que este concepto —el de la necesidad de desaprender— no haya sido entendido aún por la comunidad educativa, da buena muestra de lo lejos que nos encontramos de disponer de un sistema de enseñanza adecuado.
El profesor Howard Gardner pronostica que en el futuro los docentes se parecerán más a «guías personales» de los menores y menos a surtidores de lecciones académicas, que es lo que la mayoría son ahora. Es decir: serán más maestros —ese concepto tan devaluado, pero tan valioso— y menos profesores. Estoy de acuerdo con este experto en enseñanza; caminamos indefectiblemente hacia ahí, nos lleva el viento de la evolución y el avance tecnológico.
Pero cuidado: para llegar hasta ese escenario habrá que cambiar previamente, de arriba abajo, la forma de enseñar que se sigue en los centros escolares, que hoy sigue siendo horizontal, sin matices, homogénea y para todos igual, sin reparar en quién ni en cómo recibe esa enseñanza. Es necesario que avancemos hacia un sistema de formación personalizada, flexible y ágil, que atienda a las particularidades de cada menor y no convierta la educación en una producción en serie. Si todos somos diferentes, y tenemos variadas carencias y potencialidades, es absurdo que en los colegios se siga enseñando a todos de igual forma.
Esto hace décadas habría sonado a utopía, pero hoy la tecnología permite hacerlo realidad. Las posibilidades que ofrece internet y las redes sociales para compartir espacios virtuales va a acabar derribando los muros de las aulas, tarde o temprano, para situar de una vez por todas al alumno en el centro de la labor docente y liberarlo del papel de mero receptor de lecciones que ahora mismo representa. Y esta revolución ya ha empezado. En Estados Unidos ya hay empresas de software educativo y comunidades académicas que hacen realidad esta otra visión del aprendizaje. ¿Y esto no conducirá a escuelas más despersonalizadas, al no estar supeditadas al contacto físico?, preguntan algunos. El asesor en sistemas educativos Curtis W. Johnson, autor del concepto de la «innovación disruptiva» de las aulas, desconfía de esos temores y asegura que ese otro modelo permitirá un trato más cercano y estrecho entre el profesor y los distintos alumnos, así como entre ellos mismos, que el que existe en nuestros colegios e institutos actuales.
Se trata de «personalizar la experiencia del aprendizaje», recuerda Johnson. En esa escuela de la que hablo se habrá destruido también, al fin, otro mito que ha condenado al fracaso a multitud de cerebros durante incontables generaciones: la obsesión con el resultado, la fijación con el examen, la dictadura de la calificación académica. Algún día, profesores, programadores educativos y alumnos entenderán que lo que importa en el aprendizaje no es la meta, sino el camino. Hago mía esta reflexión de Richard Gerver: «Nos hemos olvidado de que lo bueno de la educación está en la experiencia, en el momento, en la alegría de descubrir algo, en la satisfacción de tener una pregunta y poder buscar una respuesta, no necesariamente en la respuesta».
NO ME GUSTA LA MAESTRA DE MI HIJA
Tengo una hija de tres años a la que hemos enseñado a no pegar, a compartir y a saludar cuando llega al colegio. Pero allí deja que le peguen, la han mordido en brazos y manos, y su maestra dice que tiene que aprender a defenderse. Por lo que he visto, la educadora nunca les da los buenos días a los niños y cuando hay peleas les chilla. En las tutorías nunca me dice nada bueno de mi hija. En cuanto a escribir letras y hacer trabajos de clase, sí que está aprendiendo, pero veo que no fomentan otros aspectos que considero importantes. Noto a la maestra nerviosa y saturada del trabajo que implica atender a veinticinco niños. ¿Qué puedo hacer?
Marzo de 2011
Responde: Sandra Borro
Es necesario devolver la pasión por la enseñanza a los profesores y el placer del aprendizaje a los alumnos. Lamentablemente, el sistema educativo actual es tan ordenado y reglamentado, y está tan centrado en los resultados, que los profesores pierden la pasión por capacitar, guiar y enseñar. Esto provoca que la pasión no se les transmita a los niños, ni revierta en su experiencia de aprendizaje.
Todo lo que pasa en la escuela es importante, y lo que puedan transmitirle a tu hija sus maestros, también lo es. Tienes que buscar un centro educativo que coincida con los valores y la educación que quieres brindarle a tu hija. Los niños necesitan percibir que hay coherencia entre lo que viven en casa y lo que se les enseña en el colegio para que puedan desarrollar todo su potencial creativo.
¿LOS DEBERES ESCOLARES EN CASA SON BUENOS?
Cada vez se habla más de la ineficacia de las tareas escolares que se hacen en casa. En mi opinión, saturan a los niños después de una larga jornada escolar y hacen que no tengan tiempo para jugar ni dedicarse a alguna disciplina extraescolar como la música o el deporte, que son tanto o más enriquecedoras. Si queremos que los niños hagan los deberes, jueguen, descansen y cenen y se vayan a dormir a una hora adecuada, nos faltan horas en el día. ¿Es realmente necesario para el desarrollo intelectual y la educación de nuestros niños que estudien también fuera del colegio? ¿Puede ser una causa del fracaso escolar?
Junio de 2012
Responde: Noelia Sancho
En principio, hacer deberes en casa no es negativo, siempre que sea en una medida justa. Las tareas deberían ayudar al niño a crear hábitos de estudio fuera de la clase, a trabajar de manera independiente del profesor o los padres y a valorar el binomio esfuerzo-resultado. Pero es también igualmente importante que el menor tenga tiempo para jugar, practicar deporte, descansar y desconectar. Y a todo hay que concederle la misma importancia; igual que insistimos al niño para que se siente a estudiar, también debemos aconsejarle que haga descansos, baje al parque o se relacione con la familia. Esto siempre hay que adecuarlo a la edad del niño, sin provocarle demasiado cansancio y estrés, pues podría llegar a conducirle a sufrir fracaso escolar. En ocasiones las actividades extraescolares le ocupan toda la tarde al niño.
Parte de este debate se relaciona con que si el modelo educativo en sí necesitaría un cambio. Diferentes opiniones de expertos y estudios revelan que mientras la sociedad avanza y la revolución tecnológica cambia nuestras vidas, la escuela continúa siguiendo un modelo magistral y memorístico que quizá ya no es tan útil.
4. LOS SECRETOS DE LA CREATIVIDAD
Si una empresa de cazatalentos recibiera el encargo de localizar urgentemente los currículos de un grupo de universitarios distinguidos por tener un alto potencial creativo, estoy convencido de que buscaría antes en las facultades de Bellas Artes que en las escuelas de Ingeniería o de Ciencias Exactas. Con total seguridad, esa decisión les privaría de contar en su selección de candidatos con una buena lista de cerebros científicos también especialmente geniales, pero tendrían que asumir esa pérdida como un mal menor. Es la consecuencia de que hayamos dado por buena durante siglos la ecuación mental que separa absurdamente los contenidos académicos de los emocionales y a la ciencia de la creatividad.
Hoy la creatividad sigue siendo considerada un territorio propiedad de los artistas y es vista erróneamente como una destreza prescindible y secundaria, como ocurre con todo lo relacionado con el entretenimiento, los sentimientos, la intuición y las magnitudes que se resisten a la medición numérica. Hoy disponemos de investigaciones suficientes para confirmar lo equivocado que estaba ese planteamiento. Al fin sabemos que la creatividad no tiene que ver con la materia sobre la que se aplica, sino con la actitud de quien hace las preguntas; que no tiene por qué ser más fértil, en términos de creatividad, el lienzo de un pintor que el laboratorio de un bioquímico o el plan de desarrollo empresarial de un emprendedor; que no hay razones para considerar más creativo a Picasso que a Steve Jobs, ni a Steven Spielberg que al último premio Nobel de Física.
Ahora sólo falta que demos el paso de normalizar esta capacidad humana y dejemos de verla como una facultad exclusiva de genios de la pintura, la poesía o las artes escénicas, y la percibamos como un potencial que portamos todos, y que todos podemos aplicar a diario en nuestra cotidianidad para resolver problemas, trabajar mejor, obtener mayores rendimientos de nuestros esfuerzos y disfrutar de condiciones de vida más óptimas.
Para llegar ahí habrá que empezar por incluirla en los programas educativos de los colegios e institutos, ya que, igual que se ejercita la musculatura y el pensamiento lógico-deductivo, hoy conocemos con certeza que la creatividad también se puede enseñar, practicar y mejorar. ¿Imaginan cómo serían unas clases de gimnasia creativa situadas en el calendario escolar entre la hora de matemáticas y la de educación física?
Esta idea la vemos menos extraña cuando nos detenemos a analizar la naturaleza de la creatividad. A veces los antropólogos y zoólogos tienen dificultades para situar los límites que separan la inteligencia humana de la que también poseen otros animales desarrollados, pero hay algo en lo que coinciden: somos los únicos seres vivos dotados con una potente imaginación, la cual nos permite revisitar el pasado, anticipar el futuro y predecir el punto de vista de la persona que tenemos delante.
La creatividad consiste en poner la imaginación a trabajar para generar ideas nuevas que aportan valor. Y resulta que no todos tenemos la misma destreza para llevar a cabo ese proceso mental. Hay quien posee una facilidad especial para asociar y cruzar conceptos y percepciones totalmente distintos y distantes, y de esta combinación logran extraer originales conclusiones, como si brotaran por generación espontánea; y quien, por el contrario, se le da mejor concentrarse en una materia y logra así abstraerse del entorno para ser más analítico y concienzudo con el objeto de su estudio.
Esta variabilidad tiene que ver con una funcionalidad de nuestro cerebro, que está dotado de unos circuitos neuronales muy especiales, llamados inhibidores latentes. Son los responsables de que una persona pueda aislarse de todo lo que ocurre a su alrededor para fijarse con detenimiento en un objeto. Cuando alguien viaja en el metro rodeado de ruidos e impactos visuales, y a pesar de ese bombardeo consigue ir leyendo su libro como si estuviera solo en una habitación silenciosa, son sus inhibidores latentes los que le permiten experimentar esa sensación de abstracción. Contar con ellos es una ventaja, pero también entraña un inconveniente, pues las personas que pueden concentrarse mejor en el objeto de su análisis son más torpes, por lo general, para procesar, entender e incorporar a su pensamiento todo lo que sucede más allá. Y esto les hace ser menos creativos.
Por lo general, los artistas son más creativos que los científicos porque no les funcionan tan bien como a éstos los inhibidores latentes. En vez de concentrarse de manera absorta en el objeto de su investigación, lo que les permitiría acabar sabiendo cada vez más de menos cosas, los artistas mantienen la mente abierta al enjambre de mensajes, sugerencias, ideas y todo tipo de referencias que les llegan del exterior, unas veces coherentes, otras enloquecidas. Y a partir de ellas logran extraer nuevas ideas y conclusiones.
Hay personas más creativas que otras, como las hay más analíticas y detallistas. Y no se trata de que todos nos convirtamos en magos de la improvisación de la noche a la mañana, ni en genios de la creatividad, pero sí deberíamos disponer de un sistema educativo que nos permitiera tener bien tonificada esta facultad. Sobre todo porque estoy convencido de que vivir es un proceso creativo, y sólo si puedes crear tu vida, puedes recrearla. Únicamente si estás abierto a escuchar y percibir otras opiniones y pistas, estarás en disposición de cambiar de opinión.
Coincido plenamente con Ken Robinson, experto mundial en investigación y desarrollo de la creatividad, cuando sostiene que decir que alguien no es creativo es como afirmar que no sabe leer cuando es analfabeto. En realidad, esa persona no ha sido aleccionada en esta destreza, nadie le ha enseñado las claves de su funcionamiento. ¿Es mejor persona cuando cuenta con estos conocimientos? No necesariamente, pero al menos es más dueña de su vida y ha podido dar rienda suelta a de las capacidades con las que vino al mundo. Luego podrá aplicarla para convertirse en un creador genial, si ése es el rumbo que ha de tomar su biografía, pero por lo pronto le servirá para ser un trabajador más eficaz, un empresario más sagaz, o un ciudadano más astuto y resolutivo a la hora de solventar los problemas que ha de afrontar en su vida.
Se puede enseñar a la gente a ser más creativa. Y hay pautas y recomendaciones que son fáciles de entender y seguir. Una, principal y básica, tiene que ver con la materia en la que trabajamos: siempre vamos a ser más creativos si nos dedicamos a una tarea o a un oficio que nos estimula y nos atrae, pues la pasión es un elemento que tiene la cualidad del combustible a la hora de hacer disparar la creatividad.
No hay creatividad que valga cuando no estamos entusiasmados con lo que hacemos.
Ser creativo implica incorporar una actitud de curiosidad y juego a la experiencia de la vida. No hay que limitarla al trabajo, se puede extender a cualquier ámbito de nuestra existencia. Basta con recordar cómo descubríamos cuando éramos niños pequeños. No dista mucho de cómo lo hacen los investigadores más excelsos del planeta, o los creadores más sofisticados, o los laboratorios de I+D más avanzados: mediante el primitivo, natural e instintivo sistema de la prueba y el error.
La creatividad es eso: probar, jugar, apostar, experimentar y fallar. Sueño con el día en el que los niños y adolescentes reciban en la escuela lecciones para equivocarse. Se les enseña matemáticas, lengua, historia y filosofía. ¿Cómo es posible que a estas alturas no hayamos reparado en la necesidad de enseñarles que han de probar y errar para descubrir por ellos mismos? Abramos la mente.
CÓMO REENCONTRAR LA INSPIRACIÓN
Soy músico y compositor y mi problema es que cuando surge una idea para componer una canción y empiezo a desarrollarla, pierdo la motivación y la ilusión con mucha facilidad. El momento fundamental es cuando empiezo a plasmar la idea y a darle forma en el ordenador y surgen las dudas sobre cómo hacer las cosas. Entonces mi cabeza comienza a perder su contenido hasta que se vacía totalmente y abandono la tarea. Y es muy frustrante, porque tengo el ordenador lleno de temas inacabados. En el pasado he tenido problemas de depresiones y he estado en tratamiento farmacológico por ello, supongo que esto influirá en mí, aunque no lo sé.
Febrero de 2012
Responde: Gabriel González
A la hora de poner en marcha proyectos personales, a veces tenemos la sensación de que van perdiendo gas. Esto puede deberse a que existe algo en nosotros que nos da miedo, como enfrentarnos a los cambios o al reto de iniciar algo, y, antes de que puedan fracasar por circunstancias externas, somos nosotros quienes boicoteamos lo que con tanta ilusión iniciamos.
Es importante que analices qué ocurre a tu alrededor que te hace comenzar un tema y dejarlo a medias. Revisa a qué puedes tenerle miedo, qué sensaciones y emociones te rodean en esos momentos. Puede ser el temor a no hacerlo bien, a que no quedes satisfecho con el resultado, o a que te critiquen. Pueden existir diversas razones por las que te impides a ti mismo terminarlo, o simplemente se te desinfla la inspiración.
Revisa también la razón que te mueve a crear, qué emociones se movilizan cuando compones. A partir de aquí estarás en condiciones de buscar qué te puede volver a motivar y qué has de hacer para encontrar nuevamente la inspiración. Pasa revista a tus pasiones para que éstas te hagan retomar de nuevo lo que te estimula y te motiva.
BUSCO EL MODO DE EXPRESARME ARTÍSTICAMENTE
Me encuentro en medio de un problema emocional. Me he aventurado a estudiar algunas áreas artísticas, pero no sé qué me gusta realmente. Desde niño mi madre me discriminó por mi gusto por las caricaturas y el anime japonés. Con el tiempo desarrollé el gusto por la fotografía y la escritura, pero mis primos y mi propia madre me tacharon de loco por ser aficionado a estas cosas. Todo eso me fue provocando inseguridades que no he logrado superar y han hecho que se limite mi creatividad y mi confianza hacia las demás personas.
Abril de 2012
Responde: Rosa Català
La aventura de estudiar la rama artística se corresponde con tus capacidades. Desde la infancia te gusta el dibujo y más tarde te llegó el interés por la imagen y la escritura. Todas estas disciplinas están relacionadas con la creatividad. Aunque durante décadas no le hemos prestado atención a todo esto, la educación de nuestros tiempos empieza a reconocer, al fin, la necesidad de incorporar el valor de las aptitudes artísticas para desarrollar de forma óptima el abanico de posibilidades y potencialidades que atesora cada alumno. Tener en cuenta los puntos fuertes de la personalidad individual, las cualidades y las destrezas con las que se está dotado es un buen paradigma para conseguir mejoras en todos los campos, ya sean científicos, tecnológicos, artísticos o sociales.
Las corrientes psicológicas más actuales incorporan una mirada muy positiva hacia la función creativa y la consideran imprescindible para conseguir avances en nuestra sociedad. Seguir el camino trazado por aquello que nos apasiona es el mejor estímulo para mejorar la calidad de vida, tanto la propia como la de nuestro entorno.
CÓMO COMBATIR EL BLOQUEO ARTÍSTICO
Me gustaría que me dieran algunas herramientas para salir del bloqueo artístico y emocional que estoy atravesando. Soy joven y, a través de lo artístico, quiero sanar, si no mi cuerpo —tengo cáncer desde hace tres años—, al menos sí mi espíritu. Soy profesora de Declamación y Arte escénica, y siempre he dibujado, pero llevo algunos años totalmente desencantada con ese mundo que alguna vez me cautivó. Es probable que todo empezara tras el suicidio de mi novio, de sólo veinte años. Me dejó destrozada.
Septiembre de 2010
Responde: Pablo Herreros
El psicólogo húngaro Mihaly Csikszentmihalyi, profesor de la Universidad de Claremont, en California, escribió en 1990 un apasionante libro llamado Flujo: La psicología de la experiencia óptima, que te recomiendo, y en el que presenta varias investigaciones y reflexiones sobre la sensación de fluidez que la gente experimenta cuando está realizando una actividad creativa que le apasiona. Csikszentmihalyi cree que el estado de flujo se da cuando las personas encuentran placer por la calidad de la experiencia que sienten en ese momento, y por esta razón continúan dedicándole muchas horas a la semana sin aparente recompensa, incluso cuando la actividad implica esfuerzos dolorosos, ya que también aporta novedad y descubrimiento a quien la desempeña.
5. ES HORA DE APRENDER A APRENDER
Una de las capacidades humanas más fascinantes que existen, y que más preguntas llenas de asombro y curiosidad puede provocarnos, es la del aprendizaje. Comprender el mágico mecanismo por el cual un bebé de pocos meses se da cuenta de que el baño tibio de la tarde significa que en breve tomará la cena para dormirse, o explicar cómo un adolescente interioriza las aplicaciones prácticas de un concepto abstracto de física enseñado en el instituto, supone adentrarnos en una aventura del conocimiento del cerebro de trascendentales consecuencias. De los resultados que vamos a encontrar en este viaje se derivan conclusiones que revelan decisivas claves acerca de cómo somos por dentro, y que tienen un reflejo inmediato en el campo de la educación.
Es en este terreno donde, precisamente, nos llevamos las primeras sorpresas. Los mayores expertos mundiales en materia de aprendizaje y desarrollo cognitivo que he consultado coinciden en denunciar lo alejados que están, a veces opuestos diametralmente, los métodos de enseñanza que habitualmente se siguen en la mayoría de los centros formativos de los mecanismos naturales del aprendizaje.
Parten, me dicen todos, de un error de base: hemos organizado el sistema educativo con los ladrillos de la comunicación oral, fiándolo todo a la transmisión de datos teóricos, con un desprecio absoluto hacia la práctica y sin prestar atención al estado en que se encuentra el receptor de dichos mensajes. Sin embargo, lo que subrayan todos los expertos en esta materia es que como más y mejor aprendemos es a través del ejercicio y el entrenamiento, no escuchando una lección. Hay otro aspecto reseñable: el factor que más fuertemente nos permite atar nuestros recuerdos es el emocional, en el cual nunca nadie repara a la hora de enseñar una asignatura en el colegio o el instituto.
Pero para comprender el terreno que pisamos, echemos previamente un vistazo al funcionamiento de esa maravillosa facultad humana que es el aprendizaje. Cuando se pone en marcha un proceso mental, ya sea el simple registro de una percepción del exterior o la elaboración de un pensamiento abstracto, las experiencias adquiridas anteriormente constituyen el único referente del que puede ayudarse el cerebro para tomar nota del nuevo acontecimiento, interpretarlo, memorizarlo y aprender de él. Curioso, pero cierto: incluso cuando hablamos de innovación y de proyecciones hacia el futuro, en un primer momento sólo contamos con el pasado como único punto de apoyo.
Es así como funciona la mente: le gusta trabajar sobre seguro y necesita ir realizando continuamente comparaciones entre lo conocido y lo nuevo antes de dar luz verde al estímulo recién llegado. De forma instantánea, cada vez que una señal exterior llama nuestra atención, se pone en marcha un proceso desenfrenado de búsqueda de archivos en nuestra memoria. Sólo de esta manera podremos darle su rango correspondiente a ese mensaje, lo situaremos en su contexto adecuado y le encontraremos un sentido.
En ese instante, que a veces se extiende por unas milésimas de segundo, la mente elige entre dos opciones posibles: descarta ese nuevo estímulo y lo ignora, o su curiosidad e interés se ven despertados. Pero para que esto último ocurra tiene que desatarse previamente una emoción. Es ese chispazo, más que el recuerdo del pasado que sirve de referencia, el que pone en marcha el mecanismo del aprendizaje.
Hasta hace poco ignorábamos la mecánica interna del proceso cognitivo. No sabíamos cómo una parte de la memoria a corto plazo se transforma en memoria a largo plazo, dándole así durabilidad a los recuerdos e incorporándolos a la experiencia. Hoy sabemos que, a escala neuronal, hay un grupo de proteínas implicadas en este proceso, pero a nivel cognitivo son las emociones las encargadas de colocar la alfombra roja para que circulen por ella las percepciones camino de convertirse en memoria. Les reto a que hagan un ejercicio: recuerden por un instante un día de su infancia escolar en el que aprendieron algo especialmente significativo: una lección que les llamó la atención, un dato curioso, un profesor que les cautivó en aquella aula. Apuesto a que, si hurgan en ese recuerdo, encontrarán una emoción fuertemente adherida a él.
Si hubiera que dar un par de recomendaciones a los profesores encargados de ejercitar y poner a prueba la facultad que poseen los menores para aprender, la primera sería, sin duda, que dotaran de empaque emocional a sus lecciones académicas. Es la manera más segura que hay para que esos conocimientos aniden en la memoria de los estudiantes y sean interiorizados por ellos. Como advierte Daniel Schacter, profesor de psicología de la Universidad de Harvard y especialista en memoria y neuropsicología, no es casual que en el proceso de fijación de la memoria esté presente el hipocampo, como lo está al imaginar el futuro. Es decir, cuando recordamos y cuando imaginamos pasamos por las mismas aduanas cerebrales de la emotividad.
Tengamos presente que mil horas de teoría, dictado de apuntes y llamadas al estudio y el esfuerzo memorístico del alumno no valen nada al lado de un minuto de experiencia y práctica. Que nos quede claro: no aprendemos viendo ni oyendo, sino haciendo.
A aquellos lectores que estén ahora mismo en fase de formación académica, o a los que hayan terminado sus estudios en los últimos meses, les invito a que piensen en su asignatura favorita del curso pasado, traten de recordar lo que les preguntaron en el último examen que afrontaron y, si logran hacerlo, digan con sinceridad si hoy serían capaces de superar aquella prueba. Estoy seguro de que la inmensa mayoría dirá que no. Increíblemente, nuestros jóvenes están dedicando una apabullante cantidad de horas, en la etapa de sus vidas en la que son más esponjas, a escuchar lecciones dictadas en clase y a memorizarlas de carrerilla la noche previa al examen, para olvidarlas a continuación al día siguiente. ¿Y así aspiramos a tener un modelo educativo que realmente forme a las personas? ¿Así esperamos que nuestros hijos y nietos aprendan en la escuela?
Tras analizar los sistemas que se siguen en la mayoría de los centros académicos del planeta, Roger Schank, uno de los principales expertos mundiales en teoría del aprendizaje, aparte de un visionario de la inteligencia artificial, se sintió animado a iniciar una cruzada contra el modelo de enseñanza tradicional, basado en la memorización y repetición como loros de lecciones. Schank defiende que sólo aprendemos realmente aquello que experimentamos, no lo que un profesor nos cuenta o recita en una clase. Pensemos por un instante en cómo aprende a comer un niño de dos años: lo hace viendo comer a sus padres y practicando él en la mesa, al principio manchándose de comida, pero después con mayor tino. Tampoco se enseña a hablar a un crío dictándole temarios de gramática o vocabulario, sino hablándole y haciéndole hablar. Que no nos quede duda: el aprendizaje es social. Los niños aprenden copiando las acciones que ven hacer a otros. Es más, experimentos científicos han demostrado que aprenden mejor y son más capaces de reconstruir una acción cuando ésta es realizada por una persona que por una máquina.
A nadie se le ocurriría exigirles a los futuros conductores de coches que tuvieran conocimientos sobre la física de la automoción para darles un carnet. De igual modo, pocos se animarían a subirse a un avión gobernado por el mayor experto en aeronáutica si éste no se ha ejercitado antes durante un montón de horas en técnicas de simulación de vuelo. ¿Entonces por qué seguimos fiando toda la educación a ese tostón en el que hoy consiste la mayoría de las clases para alumnos y profesores? No sirve de excusa decir que ciertas asignaturas exigen ser transmitidas mediante lecciones teóricas, porque hasta la Historia se puede enseñar de forma práctica.
Se trata de cambiar el enfoque: en vez de pensar en las lecciones que hay que dar en el programa, fijémonos en los aprendizajes que el alumno ha de incorporar a su vida antes de que acabe el curso y en cómo lograrlo más eficazmente. Hay un proverbio chino que me gusta repetir: «Dime algo y lo olvidaré, enséñame algo y lo recordaré, pero hazme partícipe de algo y lo aprenderé».
LA RELACIÓN ENTRE EL APRENDIZAJE Y LA FELICIDAD
Tengo treinta y dos años. Me diagnosticaron depresión severa a los veinticinco. Estuve bajo tratamiento psicológico y medicación durante cuatro años y mi estado mejoró mucho. A raíz de aquello me di cuenta de que la depresión no era sólo un estado de ánimo, sino que también tenía una parte fisiológica, ya que a los pocos días de tomar la medicación noté una gran mejoría física, aunque los problemas mentales siguieran. Esto me despertó la curiosidad por aprender más sobre nuestra mente. Empecé a leer algunos libros y artículos de neurociencia y ahora es un mundo que me fascina. Lo más sorprendente es que he descubierto que leer sobre neurociencia y aprendizaje me ayuda a mejorar mi estado de ánimo en momentos en los que mi depresión ataca. Siento casi una mejoría fisiológica, como la que sentía al tomar la medicación. Me pregunto qué ocurre en nuestra mente cuando aprendemos algo y desarrollamos una actividad intelectual. ¿Nuestro cerebro segrega alguna sustancia cuando aprendemos y pensamos, como las endorfinas que liberamos al hacer ejercicio?
Octubre de 2010
Responde: Nika Vázquez
La actividad intelectual y el aprendizaje de nuevos conceptos, así como la ejercitación de la memoria, hacen que nuestro cerebro esté en continuo cambio y desarrollo: es lo que conocemos como la plasticidad neuronal. Al aprender nuevos conceptos, tenemos que hacer un ejercicio para modificar o desaprender lo aprendido y añadir nuevas ideas. Esto hace que la red neuronal sea cada vez más amplia y facilita su regeneración. De este modo logramos que el cerebro no se oxide y esté en continuo movimiento, lo que provoca bienestar mental, social y emocional.
Los estudios aún no se han puesto de acuerdo sobre la correlación entre aprendizaje y segregación de hormonas, pero en cualquier caso es básico realizar las actividades que sintamos que nos ayudan a encontrarnos mejor. Buscar el camino hacia la felicidad es, al fin y al cabo, el objetivo vital que todos anhelamos.
TRASTORNOS DEL APRENDIZAJE Y CREATIVIDAD EN LOS NIÑOS
Tengo dos hijos de doce y dieciséis años que presentan graves problemas en matemáticas y lectoescritura. La escuela quiere mandarlos a hacer unas pruebas y también piden que los llevemos a un logopeda. No sé si someter a mis hijos a todo eso, ya que por otra parte no veo que tengan grandes dificultades para aprender. No sé qué hacer, pues tengo miedo a que les metan cosas en la cabeza que puedan arruinar su futuro como artistas, pues dibujan muy bien y son muy creativos. Y es probable que no los entiendan por ser diferentes. A veces tengo la sensación de que quieren que todos los niños vayan por el mismo camino.
Junio de 2012
Responde: Sandra Borro
Los trastornos específicos del desarrollo del aprendizaje escolar (TEA) son mucho más frecuentes en niños que en niñas y suelen pasar desapercibidos en un primer momento ya que los menores no presentan problemas en otras áreas y su rendimiento en estas materias incluso puede ser superior a la media. La escuela puede haber sugerido que se someta a tus hijos a unas pruebas para ayudarles en sus dificultades, pero son los padres los que en definitiva siempre tienen la última palabra.
Un logopeda es un experto en el desarrollo de la comunicación humana que puede realizar una terapia de estimulación del lenguaje oral y escrito, además de proponer ayudas y métodos para facilitar el aprendizaje escolar. El profesional que atienda a tus hijos nunca intentará influir o interferir en el desarrollo de sus capacidades. Su objetivo será ayudarle a superar sus dificultades escolares de la manera más relajada posible.
MIEDO AL TALENTO MATEMÁTICO
Tengo veinte años y siempre se me ha dado bien todo lo relacionado con las ciencias y matemáticas, y mal lo que tiene que ver con las relaciones entre personas. Esto me genera dos problemas. El primero es que nunca he tenido amigos, ni me ha gustado estar rodeado de gente, ya que suelo ser muy inseguro y tengo la sensación de que molesto. Y el segundo es que, con el paso del tiempo, las disciplinas que se me dan bien han seguido dándoseme mejor. Se fue generando dentro de mi mente como un subconsciente que, en determinadas situaciones, parece que hiciese las cosas por mí: cuando veo un problema matemático, la respuesta surge en mi mente de manera casi instantánea. Por ejemplo, resuelvo un sistema de cuatro ecuaciones y cuatro incógnitas en cuestión de segundos. La poca gente que lo sabe dice que tengo un don, o que soy un genio, pero a mí me da un cierto miedo. Quiero saber si a alguien más le pasa esto, o es demasiado raro y debería acudir a un especialista.
Febrero de 2011
Responde: Nika Vázquez
Por lo que comentas, es muy probable que tengas un talento matemático. Las personas con este tipo de talento se caracterizan por disponer de elevados recursos de manipulación de datos numéricos. Quienes poseen un buen razonamiento matemático disfrutan especialmente con la magia de los números y sus combinaciones, son capaces de encontrar y establecer relaciones entre objetos que otros no suelen encontrar. La eficacia de estas personas suele ser algo irregular, resulta muy elevada en aquellas áreas en las que predomina la información cuantitativa, mientras que suele ser discreta cuando predomina la actividad verbal.
Los posibles problemas de este talento pueden darse en la motivación, pues son alumnos a los que su gran preferencia por las tareas matemáticas les lleva a despreciar y rechazar las otras disciplinas escolares. Así pues, la intervención para el talento matemático debería centrarse en la ampliación de tareas y contenidos en materias de tipo cuantitativo en la misma línea que los talentos académicos. Hay que restaurar la motivación y el nivel de rendimiento y el entrenamiento de habilidades comunicativas y de interacción social. Para ello puedes acudir a un profesional que te ayude a desarrollar esas habilidades y a perder el miedo a tu talento, para, de ese modo, desarrollarlo libremente, del modo que tú quieras.
INTELIGENCIA, SUPERDOTACIÓN Y EMOCIONES DE MIS HIJOS
Tengo dos hijos. El primero, de nueve años, es capaz de hacer una multiplicación de dos cifras y dar el resultado haciendo él solo el cálculo de memoria, cosa que en el colegio le corrigen, diciéndole que tiene que pasar por hacer la multiplicación y la suma después, que no puede escribir sólo el resultado. Es decir, no sabe hacer una multiplicación convencionalmente. En el colegio no presenta ningún problema, pero noto que no le prestan mucha atención. Es más, nunca le ponen un diez, aunque el examen esté sin fallos, cosa que prefiero, porque así no es el cerebrín de clase. Quisiera saber si esto es normal o debería ver a algún especialista.
En cambio, mi segunda hija, de cinco años, no habla bien, no construye correctamente los tiempos verbales, ni usa bien las vocales, ni nada. Noto que no tiene memoria, estudia con mi otro hijo inglés, valenciano y chino, pero no sabe nada. Lleva ya tres años y debería saber decir algo en algún idioma, pero sólo repite lo que se le dice, no retiene. ¿Qué puedo hacer?
Mayo de 2011
Responde: Sandra Borro
Los niños superdotados tienen formas diferentes de resolver los problemas y aprenden de otra manera. Las formas de aprendizaje repetitivas, memorísticas, pueden ser útiles para los alumnos estándar, pero resultan muy perjudiciales para el superdotado, que aprende descubriendo por sí mismo, investigando a grandes saltos intuitivos, sintiéndose en el dominio de su proceso de aprendizaje. Ante un alumno superdotado, el profesor no es el transmisor de conocimientos, sino el tutor que le facilita los medios de investigación, para que pueda realizar sus descubrimientos, y el que vela por su estímulo emocional constante, que permite la motivación. Para confirmar si tu hijo es superdotado o talentoso debe someterse a un examen psicológico completo, realizado por un profesional acreditado, que deberá asesoraros en este tema tanto a los padres como a sus educadores.
En cuanto a tu otra hija, intenta no hacer comparaciones con su hermano que puedan hacerla sentir inferior y no pretendas que aprenda otros idiomas si aún no habla correctamente su lengua materna. Un logopeda o psicólogo infantil podrá darte algunas pautas o trabajar con la niña aquellos aspectos de su desarrollo que requieran estimulación.