5
Y CENAR CON MARTÍN Y CHIARA
Martín ha invitado a Álex a cenar. Antes de que lo cerraran les encantaba ir al Vips que había en Rambla Catalunya. Era un lugar fantástico, muy a la americana, donde siempre pedían cerveza, nachos con queso, y se ponían morados de hamburguesas, patatas fritas y aros de cebolla. Esta vez han quedado en un japonés de Ronda Sant Antoni. No es caro, se come bien, pero… es un japonés. Ha caído en esa zona común de los restaurantes anteriormente modernos y ahora totalmente mainstream. No es que les importe demasiado, pero son conscientes de que ya no quedan lugares con esa mística especial que envuelve los grandes momentos y las grandes cenas. Creen que es porque ya no existen lugares así. En realidad tiene que ver con la edad: a medida que se van cumpliendo años, la capacidad de asombro e impacto emocional se reduce.
Es jueves, y Álex está en un periodo de inactividad entre dos trabajos. La próxima semana empieza el montaje de un spot, así que, hasta entonces, tiene tiempo libre para quedar, charlar, cenar y lo que se tercie. Si se animan igual terminan yendo por el centro a tomar unos gin tonics. ¿Quién sabe? Con un poco de suerte igual logra quitarse de la cabeza a Natalia. De hecho tiene muchas ganas de hablar con Martín para explicarle la situación. Álex es de la opinión de que las preocupaciones, cuando son expresadas y compartidas en voz alta, dejan de ser tan densas, tan pesadas. Necesita soltar lastre, y por eso se impacienta ante el retraso de Martín. Cosa rara, pues no acostumbra a llegar tarde. Más bien es puntual hasta la obsesión, al contrario que él. Para su sorpresa, cuando por fin llega, no lo hace solo. Le acompaña una chica de unos treinta años. Luego sabrá que en realidad es más mayor. Cuatro años, para ser exactos, pero se conserva muy bien. Es una chica pequeñita, morena, de ojos vivarachos, muy mona, con curvas generosas, pero no gorda. Tiene tetas. A Martín siempre le han gustado las chicas con tetas: «Existen dos clases de tíos. Los tíos de culos y los tíos de tetas. Yo soy un tío de tetas. Sin ninguna duda. ¡Tetas!». Martín dixit.
—Chiara, Álex. Álex, Chiara —los presenta Martín, que parece que ha hecho esto toda su santa vida. Como si cada semana cenara con una chica distinta.
—Encantado.
—Encantada —responde Chiara con un acento italiano delicioso.
Se dan dos besos. Martín observa el rostro de Álex, con cierta curiosidad. Se regocija en su triunfo. «Ésta no te la esperabas, eh, granuja», se dice a sí mismo. Álex respondería que no, que no se la esperaba en absoluto. Martín con una chica, quién iba a prever tal suceso.
Se sientan y empiezan a cenar. Chiara dispara una pregunta tras otra como una ametralladora. O es cotilla de saque, o la chica viene con la lección aprendida: Álex es el mejor amigo de Martín, por lo que más vale que se ponga al día y actualice los datos que Martín le ha proporcionado. Hablan de cine, de libros, de comida, de viajes, mientras beben vino y cerveza japonesa y prueban el sashimi de atún y de salmón. Chiara es más de preguntar que de responder, pero demuestra sentido del humor, capacidad de asombro y una particularidad bastante inusual en las chicas en general: cuando mira a Martín, no ve lo que los demás ven. No. Cuando mira a Martín, los ojos de Chiara desprenden unas lucecitas pequeñas como luciérnagas del tamaño de un átomo. Chiara está enamorada. A Álex le queda claro desde el primer segundo. O está enamorada o es la mejor actriz de comedia romántica que ha visto desde Julia Roberts en Pretty Woman. Martín se la busca y no se la encuentra; se pierden en los ojos del otro y parece que hagan el amor con la mirada. Álex, perro viejo, solitario, un poco amargado y obsesivo con el tema de las relaciones de pareja, podría ciertamente sentir envidia. Tanto de la sana como de la insana. Pero sabe que Martín se lo merece y brinda por ellos, literalmente.
—Bueno —alza su copa de vino—, por vosotros, ¿no?
Martín y Chiara se miran y se sonríen azorados.
—Venga, por nosotros —conviene Chiara.
—Claro que sí —añade Martín.
Brindan y beben de sus copas.
—Bueno, ¿y cómo os conocisteis?
Martín y Chiara se miran sin saber cómo empezar. «Cuéntalo tú…» «No, mejor tú…» «No, cuéntalo tú…»
—¿Te acuerdas de Mateo? —dice finalmente Martín.
—¿El italiano? ¿El ex de Silvia?
—Sí, bueno, pues en realidad él…
—Bueno, en realidad vine de viaje a Barcelona hará dos semanas —añade Chiara—, para hacer…
—Turismo —termina la frase Martín.
Los dos se miran, tratando de improvisar, de darle algo de sentido a lo que están diciendo, sin conseguirlo.
—Y Mateo…
—¿Nos presentó?
—Eso es.
—¿De qué conocías a Mateo, Chiara? —pregunta Álex.
—Es amigo de unos…
—Amigos —responden al unísono.
Se miran. En silencio. Y Álex asiente. Menudo par de mentirosos. Pero ¿qué sarta de mentiras es esta? Estos dos se han conocido por internet y punto. En el Meetic, en el Match.com, en el Badoo o en el Adult Friend Finder. Y ahora les da vergüenza reconocerlo. Ni que fuera tan raro. ¿Cuántas parejas se han conocido así? Si ahora lo más difícil del mundo es que dos personas se conozcan en la vida real. Empezar un noviazgo en alguna de las innumerables redes sociales es ya casi un paso necesario: debes saber cómo es tu pareja en el mundo virtual antes de formalizar las cosas. Nadie quiere enamorarse de una chica lista e ingeniosa en la vida real y que luego, en internet, resulte ser una sosa vulgar que no sabe distinguir el verbo «haber» de la expresión «a ver» y utiliza emoticonos de caritas sonrientes para rematar cualquier comentario. O aún peor, descubrir que la chica en cuestión aún tiene ¡Messenger! Las redes sociales, con más o menos disimulo, no tienen otro propósito que el de conocer gente. Y cuando decimos «conocer gente», nos referimos por supuesto a conocer gente del sexo contrario, o, ya sin eufemismos, a ligar. Álex está a punto de soltar toda esta retahíla, pero decide que si no quieren contarlo ya lo harán más adelante.
—Y nació el amor —culmina Álex, tratando de cerrar el círculo—. ¿De dónde eres? —le pregunta a Chiara.
—De Catania.
—Un chico de Barcelona y una chica de Catania, lo que es la vida.
—Lo que es el destino —apunta Martín.
—¿El destino? —pregunta un tanto irónico Álex.
—El destino, Álex. El destino. Claro que sí. Mira, lo único que sé es que todos tenemos una chica en el mundo que nos está esperando. Y yo por fin la he encontrado.
Chiara y Martín se miran acaramelados. Se besan como si estuvieran solos y no hubiera un mañana. Álex no se siente incómodo para nada. Incluso piensa que tal vez su amigo tenga razón. Que tal vez todos tengamos a alguien en otro lugar, a miles de kilómetros, que nos espera. Alguien que se siente tan perdido como nosotros. Incompleto. Solitario. Incomprendido. Incapaz de afrontar los grandes retos de la vida y, a la vez, sin el aliento necesario para llevar a cabo las pequeñas cosas. Álex se alegra sinceramente por su amigo. Insiste en invitarlos a la cena y se pelean por la cuenta. Termina pagando Martín, con la promesa de que a la próxima le tocará pagar a Álex. Los tres salen a dar un paseo y aunque la noche invita a gin tonics, es obvio que tanto Chiara como Martín tienen ganas de marcharse a casa. Están en ese momento de la relación en el que todo es amor y sexo, caricias, cariño e ilusión. Álex no piensa privarlos de disfrutar de ello y se descuelga con la excusa de que al día siguiente tiene que levantarse temprano. Que ya aprovecharán para ir al cine o tomar unas cañas el fin de semana.
Álex no volverá a ver a su amigo hasta pasados dos meses, cuando Martín lo despertará con una terrible noticia.