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Y NATALIA, OTRA VEZ

Hace más de dos años que Natalia y Álex lo dejaron y apenas han hablado desde entonces: saludos cordiales a través del Facebook, alguna felicitación navideña protocolaria y poco más. Lo que hubo entre ellos es como el vestido viejo que se deja en el fondo del armario.

Es Natalia quien llama a Álex muerta de la risa, quizá como mecanismo de defensa:

—No te lo vas a creer, pero acabo de recibir un email con tu nombre y todos tus datos de contacto —dice Natalia, divertida.

—Pues tú tampoco te lo vas a creer, pero acabo de recibir un email clavado al tuyo.

—Hay que llamar a la oficina de defensa del consumidor y decir que estos tipos de Clarice son un fraude.

—Definitivamente. Con esto han llegado demasiado lejos. —Los dos se ríen por teléfono. Se produce un silencio al otro lado de la línea—. ¿Estás ahí?

—Sí, sí.

—¿Cómo está tu madre?

—Genial. ¿Y tu familia?

—Bien. ¿Y tú…? ¿Cómo estás tú?

—Bien, no me quejo. ¿Y a ti, cómo te van las cosas?

—Tampoco me quejo…

Otro silencio incómodo que se alarga demasiado, como una cerveza caliente, como una siesta prolongada, como un día sin besos. Ninguno sabe cómo continuar y ambos están tentados de dar por finiquitada la conversación. Pero, ya que están…

—¿Te apetece tomar una cerveza? —pregunta Álex.

—Sí, me apetece tomar una cerveza —responde Natalia—. Solo que no sé si es buena idea tomármela contigo, Álex.

—Ya. En fin, era una idea.

—Mira, ahora mismo estoy un poco liada. No sabía si ponerme en contacto contigo, llamarte, o pedir un nuevo usuario a Clarice, o incluso darme de baja, directamente. Era un regalo, de mi madre. De momento no ha funcionado y, la verdad, después del ojo clínico que han demostrado con esto se me han quitado las ganas de seguir probando…

—¿Con cuántos has estado? De Clarice, digo.

—No sé… ¿Por qué lo quieres saber?

—Curiosidad, supongo.

—¿Con cuántas has estado tú?

—Con unas cuantas. Muchas. Demasiadas.

—Has estado coleccionándolas, ¿eh?

—Un poco. ¿Y tú?

—No demasiados, Álex, no demasiados. Dos. Tú eres mi tercera cita, hipotéticamente hablando.

—¿Hipotéticamente?

—Me acabas de invitar a tomar una cerveza, ¿no?

—Ajá.

—Pues eso, tercera cita… Bueno, lo que te decía, que ando liada, solo quería saludar. Pagaría por ver la cara que se te debe de haber quedado al ver mi nombre.

—Yo también pagaría por ver la tuya —responde Álex siguiéndole la broma.

—En realidad tiene sentido. No iban tan mal encaminados. Pasamos muy buenos momentos —dice Natalia, sincerándose.

—Sí, lo pasamos bien.

—Ahora solo quedan buenos recuerdos…

—Venga, vayamos a tomar esa cerveza, así nos explicamos cómo nos ha ido todo este tiempo.

—Deja que termine esto y me lo piense. Te digo algo después.

—Ok.

—Bye.

—Ciao.

Álex se queda con una sensación contradictoria. Sabe que las cosas que no pueden ser y son imposibles no vale la pena ni intentarlas, y al mismo tiempo tiene ganas de volver a ver a Natalia. ¿Seguirá oliendo igual? ¿Seguirá siendo igual de guapa? ¿Sentirá algo por ella, más allá del cariño y un buen recuerdo? ¿O el tiempo la habrá dañado como nos daña a todos por fuera y por dentro? La verdad es que pasaron muy buenos momentos y ahora solo quedan buenos recuerdos. Eso ha dicho ella. No ha dicho «Pasamos muy buenos momentos hasta que empezaste a tontear con una niña como si fueras un adolescente y lo echaste todo a perder». No, no lo ha dicho y a eso se aferra. Álex supone que, con el tiempo, y para sobrevivir mentalmente, uno omite partes del relato. Las partes malas. Los malos rollos, los malentendidos, las malas caras y las decepciones. El dolor y la angustia se desvanecen y solo queda lo bueno: los polvos en público, las risas y el amor, las puestas de sol y una BSO romántica, de John Barry, a poder ser.

Un rato después, Natalia le envía un WhatsApp:

Joder. Sigue siendo igual de divertida. Incluso en una situación así, es capaz de bromear. ¿Por qué la jodí con ella? Sin solución de continuidad, las preguntas se amontonan en la cabeza de Álex y la única respuesta está en las braguitas de una chica llamada Alicia. Aquella tentación.

En dieciocho minutos suena el timbre. En dos minutos, Álex ha bajado las escaleras. Y en medio minuto está contemplando a Natalia. Lleva el pelo rubio corto, a lo chico, un peinado que nunca antes le había visto. Le queda espléndido. Es un poco atrevido. Un corte de esos que si tienes orejas doctor Spock te hacen más vulcaniano de lo aceptable por los cánones de belleza. Un corte de esos que si eres guapa y tienes una belleza cada vez más serena, más adulta, pueden enamorar al más pintado. Y Natalia está magnífica. Y Álex es un ser débil. Ahora mismo, si le pinchan no le encuentran sangre. Una jeringuilla cargada de adrenalina y MDMA directa al corazón no le habría causado una impresión tan fuerte como la de ver a Natalia después de tanto tiempo, subida a horcajadas encima de su moto, quitándose el casco a cámara lenta.

¿Y Natalia? ¿Qué siente Natalia al ver a Álex saliendo del portal de la que fue su casa? ¿Qué le pasa por dentro a Natalia? Míralo, es Álex. ¡Álex! Un poco distinto, sí. Un poco más mayor, también. Un poco más delgado y ojeroso, sí, sí, no se discute, todo eso es verdad. Pero no importa cuánto tiempo haya pasado. No importa que el río no sea nunca el mismo río, una persona nunca la misma persona, un beso nunca el mismo beso… A pesar de esa certeza acerca del cambio y la mutabilidad, para ella sigue siendo el mismo Álex, la imagen mental que ella tiene de Álex.

Camina dubitativo hacia ella con una sonrisa que más bien parece una mueca. Está destrozado por dentro, se nota, y podría parecer que el tiempo lo ha vuelto inofensivo, pero a Natalia, como al alcohólico, le basta un sorbo de vino, whisky o cualquier licor para que el recuerdo del alcohol en la sangre se reactive. Los circuitos internos sentimentales de Natalia responden rápidamente y despliegan un dispositivo de alerta ante ese peligro conocido, el peligro llamado Álex.

Natalia baja de la moto. Se acercan el uno al otro y se miran a los ojos, a la cara, con una trémula sonrisa que apenas puede ocultar los nervios, los sentimientos contradictorios de alegría y de una tristeza palpable y contenida. Natalia y Álex tratan de articular palabra pero pronto queda claro que solo pueden hacer una cosa: abrazarse.

El viaje en moto por la ciudad es un teaser, un primer acto, una presentación de personajes, una secuencia de arranque. Natalia vuelve a hacer volar a Álex y la sensación de reencuentro les cosquillea en la piel. Hace bueno y es un placer que te lleven de aquí para allá con el viento dándote en la cara. Natalia se siente bien con las manos de Álex rodeándole la cintura. Le reconforta pensar que tiene las espaldas cubiertas. Hace un recorrido bastante largo. Álex no quiere que se detenga. Quiere seguir a lomos de su Honda Shadow de 750 cc un rato más. No quiere tener la oportunidad de estropear el reencuentro con algún chiste desafortunado, como en su primera cita. Los dos tienen miedo de sentarse frente a frente en esa partida de ajedrez inconclusa que tienen por delante. ¿A quién le toca hacer el primer movimiento? ¿Y si lo dejamos en tablas? ¿Me puedo comer a la reina? Finalmente Natalia aparca la moto en la Rambla del Raval y se sientan en una terracita. Piden cervezas y se miran a los ojos.

—Bueno, ¿qué? —pregunta Natalia con una sonrisa.

Y Álex no puede más que responder con una sonrisa seguida de una carcajada nerviosa.

—¿Qué de qué?

—¿Qué tal todo, Álex?

—No lo sé. ¿Qué tal todo tú, Nat?

—No tengo la más remota idea.

—¿Sabes…?

—Ahí viene una teoría…

—Sí, nena —dice Álex en plan cowboy de treinta centavos de dólar—. Los padres nos engañaron, Nat… Los míos me tuvieron con veinticinco años. Yo ya tengo treinta y seis, diez más que ellos cuando nací, y aún no entiendo de qué va esto. Sin embargo, cuando era peque tenía la sensación de que preguntara lo que preguntara siempre tenían una respuesta para todo. O hemos ido a peor, nosotros, nuestra generación, o los muy bastardos disimulaban muy bien.

—¿Sabes…?

—No me jodas que tú también tienes una teoría.

—Sí, todo lo malo se pega…

—Bien por ello.

Brindan con sus cervezas.

—Nuestros padres se preocuparon por que no nos faltara de nada —continúa Natalia—. No les culpo, ¿eh? Mejor eso que lo contrario. Piensa que ellos estaban a una generación del hambre y de la guerra. Y supongo que eso debe de marcar. A la hora de educarnos, quiero decir. Pero creo que nos ha tocado crecer con la sensación de que para que la vida valga la pena hemos de tenerlo todo.

—Bravo, Nat.

—Te robé algunos trucos.

—Bueno, tú ya venías aprendida —bromea Álex.

—Así que aquí estamos. Con treinta y tantos, perdidos, sin rumbo, a tientas en la oscuridad de la vida. ¿Qué ha sido de ti todo este tiempo, Álex? ¿Te has perdido buscando fuera lo que no encontrabas dentro?

—Joder, Nat. ¡Anestésiame primero, por Dios!

Ríen juntos. Hablan así, pomposamente, para protegerse de sus sentimientos. Los dos lo saben, y a los dos les va bien así. La broma de Álex relaja el ambiente. Una ligera brisa les revuelve el pelo, y la gente que pasa por la Rambla le da vida a la escena. No parece que el momento tenga la trascendencia que en realidad tiene, aunque ambos son conscientes de ello. Tal vez por eso evitan mirarse a los ojos más de tres segundos seguidos. Tres segundos es lo máximo que pueden soportar sin sentir que el otro desnuda su alma.

—Perdona, escondo el escalpelo. Aunque no prometo no utilizarlo luego. Venga, cuéntame.

Álex hace un resumen de su vida, obra y milagros. De todo lo que ha ocurrido durante estos dos años y pico largos en los que Natalia y él han estado sin verse. Le explica lo mal que lo pasó cuando murió Chewie, lo mucho que se odió a sí mismo por el episodio de las cervezas (aunque omite el detalle de que la culpó durante un tiempo por la pérdida de su mejor amigo); le cuenta lo de su ataque de ansiedad y el diagnóstico de duelo que le dieron en urgencias. Álex trata de ser sincero, de hacer un repaso calmado de lo que ha sido su vida. Natalia nota que está siendo honesto, o todo lo honesto que alguien puede ser mientras hace un examen de conciencia en voz alta. Le pregunta cómo llegó a Clarice y Álex responde con un solo nombre: Martín. Martín y Chiara, claro. A toro pasado, a Natalia le resulta obvio que solamente podían haberse conocido a través de los servicios de Clarice. Y acto seguido los dos se preguntan en silencio por qué les funcionó a Martín y a Chiara y a ellos, en cambio, les ha ido tan mal. Después, Álex le cuenta el desengaño que se llevó con Keiko. Natalia no siente celos, tan solo pena por la tristeza con la que lo cuenta Álex. Está claro que había depositado muchas esperanzas en esa historia. No cuajó, simplemente, pero aún se le nota apenado y dolido, se queda vacío después de contárselo. Es la primera vez que lo expresa en voz alta y la desilusión se cuela como una cucaracha por el desagüe. Es el momento de coger el relevo, se dice Natalia. Sabiendo como sabe que Álex es por naturaleza agresivamente celoso, evita dar detalles morbosos de los chicos con los que ha estado. A él, no obstante, le queda claro que ha vuelto a pasar por la cama de David, esa figura cuasi mitológica que en su imaginación se aparece como un titán descomunal de tres metros de altura y el pene de hierro forjado. David emite sonidos guturales que son como la llamada de la selva para Natalia. David desabrocha los sujetadores con los ojos y es capaz de practicar coitos tántricos durante días. David es una bestia sexual que se alimenta de los fluidos del organismo de Natalia para mantenerse despierto durante todo ese tiempo.

En cuanto a sus historias con los chicos Clarice, el primero fue Charles, un inglés de su edad con un complejo de Edipo como un buque de guerra. Al final, la cosa quedó en una buena experiencia que le sirvió para mejorar el idioma. Álex ignoraba que Natalia había pasado siete meses en Manchester. Se da cuenta de que realmente le ha perdido la pista. De que ha pasado el tiempo, de que estos casi tres años han dado para mucho. Y a pesar de ello, y a causa de la calidez de su proximidad, tiene la sensación de que hace solo unas horas que se despidieron. Después de Charles, viene un Luis. Pero Álex desconecta unos segundos. Se pierde la parte en que se conocieron, se cayeron bien y se quisieron, y despierta cuando Natalia le dice que tuvieron un aborto natural. ¿Un aborto natural? Sí, a los dos meses. Natalia le explica que lo pasó mal. Y que Luis no estuvo a su lado tanto como a ella le habría gustado. A partir de este punto la relación empezó a deteriorarse y Natalia perdió progresivamente el interés en él. Terminó dejándolo y a los pocos días recibió el email con su nombre…

—Bueno, ¡antes hay otra historia! —recuerda de pronto Natalia.

—¿Otra historia? ¿Qué historia? ¿También de Clarice?

—No… Pero no sé si contártela. No te va a gustar.

—¡No, no, no! Odio cuando haces eso. Ahora ya me lo tienes que contar.

—Prométeme que no te enfadarás. Además ya te lo advertí.

—No me digas que has follado con Martín…

—¿Estás loco? No. No es eso. —Natalia hace una pausa dramática—. ¿Recuerdas cuando…? Bueno, ya no estábamos juntos, además. En fin, que he cumplido con mi parte en todo.

—¡¿Quieres decirlo de una vez?!

—Me he follado a Vincent Gallo.

—¡¡¡¿¿¿Qué???!!!

—Me he follado a Vincent Gallo.

—Pero ¿cómo…?

—Por su página web. —Natalia saca su smartphone, abre la página web de Vincent Gallo y le muestra una pestañita donde dice, en inglés: «¿Quieres follar con Vincent Gallo?»—. Bueno, pues eso. Que si quieres follar con él le puedes enviar una foto. Y si pasa por tu ciudad y le apetece pegar un polvo se pone en contacto contigo.

—Y el muy cabrón te llamó y te folló…

—Toda la noche.

—Mira que eres puta.

—Oh, yeah, baby —dice Natalia, divertida—. Te lo dije. Tenías que escoger bien. Yo escogí una fantasía a mi alcance. Tú nunca podrás follarte a la Natalie Portman de Beautiful Girls. Ni en sueños.

—¡Mierda!

—Venga, déjalo, cuéntame. ¿Qué pasó después de Keiko?

Natalia arquea una ceja cuando Álex le explica cómo se libró, por los pelos, del furor uterino de la loca de Olga. En algunas cosas sigue siendo el mismo idiota de siempre, piensa Natalia. El mismo idiota adorable. Tras Olga, los episodios de Blanca, Francesca, Rocío (Álex le cuenta lo del trío como si fuera una gran hazaña por la que debería enorgullecerse de él, como si hubiera ganado el Oscar al mejor montaje) y las «Spice Girls» se confunden en un amasijo de relaciones puntuales, atropelladas, efímeras y casi intrascendentes. Sin resuello, Álex se da cuenta de que Natalia se ha perdido entre la pija, la deportista y la inocente de las reglas asesinas, así que piden una segunda cerveza.

Tras mojar sus labios con la segunda de la tarde, deciden que ya han hecho suficiente repaso de sus vidas sentimentales. Saben lo necesario y, de hecho, prefieren no saber más. Deciden pasar página. Move on. What’s next? Y lo siguiente es hablar de todo un poco y de nada en particular. Martín y Chiara se casan. ¿Qué dices? Sí, como lo oyes. El muy hijodeputa quiere amasar dinero con una boda-atraco. ¡Bien por ellos! Pues sí, brindemos por ellos. Prométeme que pase lo que pase tú y yo nunca nos casaremos. ¿Entre nosotros, quieres decir, o con terceras personas? En general. Nada de pasar por la vicaría. No podrías soportar verme vestida de novia junto a otro tipo. No. No podría soportarlo. Ésa es la verdad. Pues casémonos. Venga, casémonos. ¿Dónde están Las Vegas cuando se las necesita? Lejos. Todo lo bueno está demasiado lejos. Bueno, tú estás aquí. Álex. ¿Qué? Para. ¿Que pare? ¿Qué tengo que parar? Ya lo sabes, deja de mirarme así…

—Lo siento. No puedo evitarlo. La culpa es tuya —dice Álex.

—¿Mía? ¿Por qué?

—Por cómo me miras tú.

—Yo no te miro de ninguna manera…

—Bueno, vamos a dejarlo estar.

—¿Te apetece cenar?

—Claro. ¿Dónde?

—¿En el Barraval, como en nuestra primera cita? —propone Natalia.

—Segunda.

—¿Segunda?

—Sí, la primera es la que salió mal, ¿recuerdas?

—¿No cenamos en la primera cita?

—No, fuimos al cine. Lo que no recuerdo es lo que vimos.

—Algo que te gustaría a ti. Siempre elegías tú.

—Mentira. Yo proponía y tú decidías.

—Menos mal que no te hiciste historiador. Serías capaz de convertir a Hitler en un dulce ancianito amante de los animales.

—Hitler amaba a los animales. Eso es un hecho.

—Tienes razón. El tito Adolf siempre fue muy cariñoso con el reino animal —dice Natalia con una sonrisa.

Ésa es Natalia, mi Natalia, piensa Álex, una chica con la que se puede bromear sobre el Holocausto. ¿Qué más y mejor se puede pedir? ¿Cómo pude dejarla escapar? Merezco todo el gas de Auschwitz. Merezco todo lo malo que me ha pasado. Soy un inútil.

Álex y Natalia cenan juntos en el Barraval. Siguen bebiendo, recordando y tonteando. Saben que se están metiendo en terreno pantanoso, pero ninguno de los dos está dispuesto a poner la marcha atrás. Ahora que han vencido la barrera de la displicencia, ahora que han caído los sistemas de alarma que habían ido colocando estratégicamente en sus vidas para no volver a verse, ¿qué sentido tiene no disfrutar de una velada juntos? ¿Qué sentido tiene no reírse de la gran broma cósmica que es la trágica existencia humana? El dolor de vivir, con vino sabe mejor. Se entregan al placer de la conversación intrascendente regada con el néctar del placer dionisíaco. Tras cenar, sin apenas proponérselo, con una inercia casi biológica, se van a tomar unas copas. Hace muchísimo tiempo que no salen juntos, pero no han olvidado cómo se hace. Se dejan caer por los garitos a los que solían ir, saludan a varios camareros, hacen el tonto, ríen, se divierten, lo pasan en grande. Y antes de que cierre el último local, cuando ya no pueden más de hacerse fotos estúpidas con el móvil poniendo cara de anormales, Álex y Natalia se abrazan fuerte y se besan y se dejan llevar… porque el mañana importa una mierda.

Esa noche, borrachos, vuelven en moto a casa de Álex. La que fue su casa, de los dos, y ahora es solo la casa de Álex. Se acuestan en la cama sin decirse prácticamente nada, porque no hay nada que decir, o porque lo poco que hay que decir no merece ser dicho. Es el momento de hacer, y Álex y Natalia hacen el amor como solían hacerlo cuando la llama estaba viva. No habían agotado su número de polvos, no de momento.

Al día siguiente las cosas son distintas. La resaca no es demasiado fuerte. Los dos las han tenido peores. No tienen ganas de despertarse, ni de desayunar, ni de levantarse de la cama. Lo único que quieren es seguir retozando juntos. Están sobrios y serenos, y se miran a los ojos acurrucados bajo las sábanas. Se besan de nuevo y hacen el amor una vez más. Esta vez el sexo es saboreado poco a poco. Con calma. Los dos saben que es el polvo que antecede a la tormenta de las palabras. Los dos saben que cuando termine van a tener que hablar, y saben también que lo que digan puede ser doloroso y marcar sus vidas para siempre. Así que se entregan al placer, acariciándose y abrazándose como en una lenta y agónica despedida. Cuando llegan al clímax, a Natalia se le escapan unas lágrimas y Álex lleva la cabeza de ella hasta su pecho y lo único que quiere decir es «Lo siento, Nat, lo siento». Pero calla. Calla como un cobarde.

—Hoy y mañana, Álex. Hoy y mañana. Y ya está. Un último fin de semana.

—Un último fin de semana…

—Sí. Y después no nos volvemos a ver en otros dos años. Las heridas no han cicatrizado.

—No. Todavía duele.

—Mucho, Álex.

—Lo sé.

Ahora es Álex quien esconde su rostro entre los pechos de Natalia, que le acaricia los cabellos como si fuera un niño pequeño en los brazos de su madre. Y por un momento, Álex se siente así, absolutamente protegido de cualquier daño exterior, seguro de que hay una mujer que siempre velará por él.

—El lunes pedimos un nuevo nombre en Clarice y seguimos con nuestras vidas.

—¿Por qué, Natalia?

—Porque tuvimos un paraíso y lo perdimos. Y estoy harta de perder paraísos. Para mí fue el tercero. Primero el divorcio de mis padres, hacerme mayor, la pérdida de la inocencia. Después David. Y finalmente tú, Álex, el nuestro. El que construimos en esta casa.

—Yo pensaba que sería para siempre —dice Álex casi como un quejido.

—En esta vida no hay nada para siempre. «Para siempre me parece mucho tiempo.»

—¿Por qué lo jodí todo?

—Lo jodimos los dos, Álex. Pero ahora da igual.

—Me gustaría volver a verte, Nat. Como hoy.

—Álex: tú siempre te vas a sentir atraído y fascinado por lo desconocido. Por todas las otras chicas. Por todas las Wendys, por todas las Alicias, por todas las chicas Clarice.

—No…

—Sí, Álex, no te quieras engañar. Siempre vas a estar pensando en la siguiente de la lista. Siempre te vas a plantear: ¿y si es mejor que la que tengo? Te conozco, Álex, te volviste loquito por aquella chica. Has estado coleccionando perfiles de Clarice. Has tenido hasta una banda de pop, las «Spice Girls». ¿Por qué ibas a querer quedarte conmigo?

—Porque eres una All-Star.

—¿No era Michael Jordan?

—También.

—Álex: el lunes pedimos el siguiente nombre de la lista de Clarice y pasamos página.

—No quiero —dice Álex como si fuera un crío delante de un plato de lentejas.

El fin de semana pasa volando. Están todo el día en la cama. Hacen el amor. Hablan de lo suyo. Le dan mil vueltas. Álex trata de encontrar una rendija por la que colar su idea de volver a intentarlo, de volver a estar juntos. Pero Natalia es más lista que él, siempre lo ha sido, y sabe que lo mejor para ambos es cerrar esa puerta definitivamente.

Los domingos siempre son días tristes. Los dos son hijos de padres separados y saben lo traumáticos que son esos días. La separación del padre o de la madre para ir a quedarse en casa del otro. Tensión dramática en el ambiente. Todo el mundo lo pasa mal y todo el mundo trata de ocultarlo. Porque a medida que se van cumpliendo años, los padres enseñan a los niños a no llorar, a no expresar sus sentimientos de frustración, a no mostrar cuánto odian las despedidas. Es la única manera de no sentirse todavía más culpables de lo que ya se sienten por tener que cargar con un matrimonio fracasado y por no haber sabido proteger a ese niño, que debería vivir en un castillo inexpugnable en el que no entrara jamás ningún sentimiento negativo. Álex y Natalia reviven esas separaciones clavadas en lo más recóndito de su ser cuando, el domingo por la noche, Natalia se marcha definitivamente de casa de Álex. Se abrazan, lloran, se besan y no hay nada que puedan hacer el uno por el otro más que estar ahí abrazados el mayor tiempo posible. Finalmente, Natalia se marcha llorando.

Y Álex, más solo que nunca, se quiere morir.