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Y HACER EL PAVO REAL

Álex coge el metro y apenas atina a insertar la T-10 en la ranura. Como a un joven e inexperto amante, la introducción de la tarjeta se le resiste. Le sudan las manos, y no es capaz de recordar cuándo fue la última vez que le sudaron. Se bebería una botella de agua del tirón. Siente fiebre y parece que le vaya a estallar la cabeza. De pronto, comprende que son los efectos del síndrome de abstinencia: no hace ni cinco minutos que se ha separado de su nueva droga y ya está con el mono.

Al llegar a casa, entra rápidamente en el perfil de Natalia y vuelve a mirar una a una todas las fotos que tiene colgadas. Las hay de todo tipo: en familia, de viaje, de fiesta, de cena, casuales, posando, besando a un chico… La punzada de dolor que siente Álex le estruja la boca del estómago. Son los celos, que llaman a su puerta con nudillos desesperados. Álex se cree morir, y en efecto muere, pero renace a los pocos segundos al fijarse en la etiqueta de la fotografía; Natalia y el chico al que besa en la mejilla comparten apellido: Casas. Es solo su hermano mayor, falsa alarma. Pero el descubrimiento hace que se dé cuenta de una gran verdad: Natalia no es el tipo de chica que pueda estar disponible mucho tiempo. Una chica como ella prácticamente nace con novio. En caso de que la coyuntura actual sea la de single, seguro que hay hostias como panes para reclamar el derecho de noviazgo. Si Álex quiere a Natalia va a tener que empezar a moverse. De repente, un pensamiento cruza su mente: ¿y si Natalia consigue saber quién y cuántas veces visita su perfil? Un sudor frío recorre su espalda.

—Es absolutamente imposible que nadie tenga acceso a esa información. Estate tranquilo —le dice Martín desde su teléfono móvil—. ¿A quién estás acosando?

—¿Te acuerdas de la chica rubia de ojos grises que vino a la fiesta de fin de año?

—Sí, imposible olvidarla, es muy tu tipo.

—Estoy en plan stalker, no dejo de entrar en su Facebook, la he buscado en el Google y tengo miedo de que crea que soy un violador en potencia.

—Es que eres un violador en potencia.

—Sí, pero eso no hace falta que lo sepa ella.

—Igual le mola.

—Sí, claro, igual es lo que le va, un poco de forcejeo y arañazos en la cara… Pero de momento me voy a guardar ese as en la manga, no vaya a ser que me denuncie.

Los dos ríen la broma. Más tranquilo, Álex vuelve a entrar en el perfil de Natalia. No quiere volver a ver todas las fotos, no quiere desgastarlas, aprendérselas de memoria. Sabe que más adelante habrá una tarde de cielo plomizo, mocos en el pecho y malta seco en la que se sentirá aún más solo. Se reserva las fotos para ese momento de absoluta miseria, soledad y desesperación. Entonces las necesitará de verdad.

Cierra la ventana del Facebook y busca porno. Ve un capítulo de Mad Men online y por fin parece que el día haya tenido sentido. Tras ver a Don Draper, Álex se siente más hombre, más seguro de sí mismo. Si pusiera un disco de Sinatra y se fumara un puro no podría sentirse más masculino y heterosexual, menos moñas. Abre la ventana del navegador para volver a entrar en Facebook. Natalia está conectada. Duda unos segundos. No se atreve a abrir el chat. Se le revuelve el estómago. ¿Y si se desconecta y no le da tiempo de hablar? O peor, ¿y si le habla y queda como un pesado baboso? ¿Qué es peor? ¿Cuál de todas las posibles opciones le haría perder más puntos? ¿Y si ella estuviera esperando a que él le hablara? Entonces ¿por qué demonios no le habla ella directamente? Es tan fácil ser una tía y tan difícil ser un tío… Álex llega a una conclusión: si algún día tiene descendencia, quiere que sea niña. Lo tienen más fácil. Si quieren pillar, se ponen bonitas, chasquean los dedos y arreglado. Es demasiado complicado lidiar con las infinitas variables que un hombre tiene que sortear para tener éxito en el amor. Álex se da cuenta de lo estúpido de su pensamiento. Lo último que quiere es tener críos. Ni harto de vino. El País de Nunca Jamás le reclama a diario. Aún hay muchas Wendys a las que enseñar a volar. Además, no sabe ni cuánto cuesta un maldito camión de juguete teledirigido. Pero si hace solo unos días quería acostarse con una abuela, por el amor de Dios… Por otro lado, ¡qué idiota preferiría tener una niña en lugar de un niño con el propósito de que no sufra por amor! Quince años más tarde, lo último que Álex querría es que su hija tuviera éxito en el amor. ¿Dónde, cuándo, cómo y con quién perderá la virginidad su hija? Son preguntas que ningún padre quiere hacerse.

Álex: hola! como estas?

Natalia: eh, hola! bien, y tu?

Álex: bien, oye, queria agradecerte que me invitaras a dar la charla, bueno, y a comer tambien, jejeje

He escrito «jejeje», piensa Álex, me va a tomar por subnormal. Y acertará.

Natalia: jejeje

Bueno, al menos ya somos dos tontos, se alegra Álex. Podremos tener descendencia monguer. ¿¡Otra vez los niños!? Pero ¿qué mierda me está pasando?

Natalia: no, gracias a ti por venir

Álex: encantado, bueno, cuando quieras…

Natalia: oye, he quedado para cenar con unos amigos, hablamos, vale?

Álex: claro, claro

Natalia: un beso!

Álex: muaaaaaaaaa

Álex se quiere morir.

Las siguientes dos semanas las pasa enfrascado en remontar una película de muy bajo presupuesto. El productor no consiguió reunir toda la financiación, pero decidieron rodarla de todas maneras. Devolver la subvención no era una opción, así que el director hizo lo que hacen todos los directores: prometer que iba a amoldarse a un plan de rodaje austero. Todos lo dicen y todos mienten. ¿Recuerdas la fábula del escorpión y la rana? Puedes apostar todo tu dinero, amigo productor. En resumen: han palmado pasta pero el proyecto vale la pena. Hay grandes esperanzas de que la película funcione en el circuito de festivales. No dará dinero, o al menos no mucho dinero, pero conseguirá cierta notoriedad y la gente se sentirá orgullosa de haber trabajado en ella. Álex está contento con el material: hay una actriz de casi sesenta años que está tremendamente bien. Cada vez que aparece en plano se come literalmente todo lo que encuentra a su paso. Parece un papel escrito para ella —nadie diría que es la cuarta opción— y se nota que es consciente de que, a pesar de que poca gente verá la película, le permitirá recuperar el respeto de la industria y, sobre todo, después de un largo deambular por culebrones catalanes, el suyo propio. Por primera vez en mucho tiempo, Álex tiene dificultades para decidir qué toma es la mejor. Es un placer trabajar así. Por eso, consigue olvidarse un poco de Natalia.

Cada noche, cuando llega a casa, pasea a Chewie y cena un sándwich de salmón ahumado, conecta su Mac Book Pro a la televisión de pantalla plana de 42 pulgadas y se traga un capítulo tras otro de Mad Men, Californication y Boardwalk Empire. Y así, con la sobredosis de narratividad, se hace pequeño en el sofá viendo a los más grandes. Antes de acostarse se conecta siempre al Facebook. Entra en el muro de Natalia y examina sus últimas actividades. Esa noche hay algunos comentarios en las fotos de sus amigas y una actualización de estado: «Derrotada, necesito un masaje en los pies». Álex arde en deseos de bajar a los chinos, comprar aceite e inscribirse como voluntario en su muro. En ese justo momento, el indicador de amigos conectados al chat muestra un cuadrado verde a la derecha de Natalia. Álex se pone nervioso. No sabe qué hacer. No quiere parecer pesado, y la última vez que chatearon, ella fue tajante: se iba a cenar. Punto final. ¿Realmente se iba a cenar? ¿O simplemente quería desconectar el chat? ¿No era amiga de hablar con casi desconocidos? Bien pudo ser una excusa para que dejara de molestarla. De todos modos, ahora es a ella a quien le toca iniciar conversación.

«Esto debe ser un toma y daca. Ahora tú, ahora yo. No puedo estar tirando yo siempre del carro. Es tu turno, Natalia: si quieres algo, tienes que ganártelo. No soy un chico fácil. Tengo mis cosas, como todo el mundo. No sé mentir, se me nota mucho si finjo que algo está bien cuando no lo está. No me gusta mucho viajar: tengo pánico a volar y no soporto cambiar de lugar con frecuencia. Necesito mi orden, mi espacio, mi tiempo, mi soledad… Soy rarito, lo sé. Pero también soy una persona generosa, soy divertido cuando quiero, podría hacerte reír, tengo buen despertar, podría llevarte el desayuno a la cama, podría darte mucho amor, cariño y comprensión. Tengo un perro llamado Chewie, podría ser tuyo también. Nos veo a los tres paseando por la playa como en un anuncio de perfumes, seguros de vida o ropa interior de mujer. Podríamos ver toda mi colección de DVD, cada noche dos. Prometo aprender a cocinar comida tailandesa. Si no te gusta mi casa, nos mudamos. Si no te gusta mi pelo, me lo corto. Si no te gusta mi forma de vestir, puedes cambiar mi fondo de armario. Dime lo que necesitas y seré tuyo.»

Natalia se acaba de desconectar.

Su puta madre. ¿Dónde está nuestro toma y daca? Álex se acuesta, maldiciendo el puto Facebook. Ese espejismo: tan cerca, tan lejos.

La siguiente vez que coinciden conectados, Álex emprende una táctica de despliegue de su cola de pavo real. Seguro que la otra noche no me vio, piensa. Así que esta vez quiere asegurarse de ser visto. Abre su cuenta Premium del Spotify y empieza a reproducir la banda sonora de Memorias de África. Si todo se desarrolla de la forma correcta, ahora mismo su indicador de actividad de Facebook debería mostrar que Álex está escuchando «Flying over Africa». Todos sus amigos podrán ver que es un moñas, pero ella se enternecerá, pensará «Qué chico tan sensible», el nivel de adorabilidad de Álex se disparará y, con un poco de suerte, Natalia subirá a la avioneta que sobrevuela el bello paisaje africano. Con ese poco de suerte, cerrará los ojos y oirá el batir de las alas de los pelícanos mientras Robert Redford hace volar de amor a Meryl Streep. Álex se lanza a una carrera por llamar la atención de Natalia, colocando un par de «Me gusta» aquí y allá, escribiendo en el muro de algún amigo, comentando el estado de algún compañero de trabajo, volviéndose sociable, ingenioso, seductoramente activo en la red social. Clava la mirada en la ventana de chat y en el cuadrado verde, pero no hay respuesta alguna.

Al poco rato, Natalia se vuelve a desconectar. Álex no sabe que Natalia apenas ha reparado en su desmesurada actividad. Ha abierto el Facebook pero lo ha tenido minimizado todo el tiempo. Está demasiado concentrada en un excel en el que debe cuadrar todas las clases del segundo cuatrimestre.

—Estoy obsesionado, tío.

—Ahora mismo no me va muy bien hablar, realmente —dice Martín a través del teléfono—. ¿Te importa que te llame más tarde?

—Claro que me importa, estoy en medio de una crisis, necesito a mi mejor amigo aquí y ahora. Vamos a tomarnos unas cañas.

—No puedo, tío. Lo siento. Hoy no puede ser.

—Pero ¿qué tienes que hacer?

—Es algo importante, ya te contaré —se excusa Martín.

—¿Has quedado con una chica? Has quedado con una chica. ¿Quién es? ¿La conozco? ¿Es la violinista aquella?

—No, no he quedado con ninguna chica. Todavía…

—¿Cómo que «todavía»? —pregunta inquisitorial Álex.

—Ya te contaré. Tengo que irme, que llego tarde.

—Pero, hombre, no puedes hacerme esto, ¿cuántas veces he estado yo ahí cuando…?

Martín cuelga el teléfono y Álex se pregunta en qué andará metido su mejor amigo. No en chicas, desde luego. Al menos, no «todavía». ¿Qué habrá querido decir con eso? Álex se da cuenta de que su estrategia de pavo real moviendo la colita de colores no está dando resultado. Y, no obstante, está con el pavo subido como un adolescente cualquiera. Si se pasara el día jugando al PC Fútbol, tomara leche con Cola Cao y tuviera la cara plagada de acné, la regresión ya sería absoluta.

Dos semanas más tarde, cuando termina de montar la película de bajo presupuesto, Álex se va a la Fnac a comprar algún libro y un par de DVD. Es un ritual que trata de llevar a cabo cada vez que termina un trabajo. Le recuerda que le pagan por lo que hace. Y que el dinero está para gastarlo. Porque a veces, abducido por el placer del montaje, llega a olvidar que eso es un trabajo. Gracias a las horas y horas que pasa encerrado frente al Final Cut, puede gastarse unos euros en algo tan valioso como su coleccionismo compulsivo. Nunca antes se lo había planteado, pero Álex necesita leer algo, o ver un capítulo de alguna de sus series preferidas, o sentarse en la butaca de un cine todos los días de su vida. Sin su dosis, se siente vacío. Álex es de esa clase de gente que es capaz de ir sola al cine: sentarse, esperar a que se apaguen las luces (ese es el mejor momento del mundo) y olvidarse de todo durante una hora y media. Y sin ninguna necesidad de comentar después la película.

En la sección de DVD de la Fnac, empieza a buscar y a rebuscar. Los grandes clásicos ya descansan en su colección, películas de los setenta, ochenta y noventa, básicamente. Películas de las que marcan una generación, más todas esas que uno descubre en la facultad de cine. A veces se pregunta qué será de su colección cuando él ya no esté. Quizá los formatos tecnológicos estén tan avanzados que sus nietos la verán como una simple pila de trastos, metros cuadrados de objetos inservibles, una antigualla de otra época. Nadie se peleará por quedarse con aquello que tanto amaba su abuelo. Álex recuerda con tristeza las enciclopedias del suyo. Tenía hasta cinco distintas. El padre de su padre las coleccionaba. No se le ocurre una metáfora más clara de la obsolescencia, del paso del tiempo. Ni su padre ni sus tíos se pelearon lo más mínimo por aquellas reliquias. Álex ignora que su padre se encargó de llevarlas a la biblioteca más cercana. Polvo eres y en objeto público te convertirás.

Álex continúa echando un vistazo en la sección de aventuras. ¡Qué pocas pelis buenas hay en esta sección! Y aun así, las buenas son las mejores. Álex se encuentra ante la encrucijada de rebajar un peldaño el nivel de exigencia en las adquisiciones o ir directamente a la sección de novedades.

Es allí donde se topa con Natalia. Barcelona tiene estas cosas, parece una ciudad grande hasta que las casualidades demuestran que no lo es tanto. Natalia está hablando con un chico. Es alto, guapo, viste muy moderno con un elegante chaleco beige. Álex no lo sabe, pero se llama David. En su brazo descansa un chaquetón largo, y tiene el flequillo largo y revuelto. Álex ha visto a Natalia, pero es posible que ella no lo haya visto a él. O puede que esté fingiendo. Álex empieza a examinar las carátulas de los DVD, aparentando que lee las sinopsis. De vez en cuando lanza una mirada furtiva hacia Natalia y su acompañante. Pero no, no parece que hayan advertido su presencia. De hecho, Álex se da cuenta de que parecen hablar entre dientes. Natalia está muy sofocada. El chico trata de decirle algo al oído y ella lo rehúye. Están teniendo una discusión de lo más calmada. Hay mucha gente cerca y ninguno de los dos quiere montar un numerito, pero es obvio que están acalorados. En un momento dado, ella le dice algo señalándolo con el dedo índice. Se lo clava en el pecho. Sube un poco el tono de voz y Álex alcanza a oír un par de frases ahogadas: «Siempre la misma mierda. Siempre». David aprieta la mandíbula. Aprieta los puños. Realmente aprieta todo su ser. En esas circunstancias, a Álex ya no le apetece ser visto. Está más que claro que es una pelea de enamorados. Cuando las parejas terminan, cuando el amor se acaba, todo pasa a tomar un cariz de indiferencia. Está claro que «la misma mierda de siempre» a Natalia ahora le duele mucho y que tiene sentimientos enfrentados, contradictorios e impulsivos hacia el chico del chaleco beige. Álex devuelve al estante el DVD que tenía entre las manos, perfectamente alineado. Se marcha tratando de pasar desapercibido. En casos así, el pavo real debe esconder su flamante cola de colores. Adiós, Natalia, adiós, se dice a sí mismo.

Álex se marcha en cero coma. Dos minutos y veinte segundos más tarde, Natalia, desconsolada, no puede esconder las primeras lágrimas. Se echa a llorar y, por más que David trata de abrazarla, ella se escabulle una y otra vez antes de irse sola de la Fnac. Álex no lo sabe, pero Natalia acaba de dejar atrás tres años y siete meses de relación.