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Y SUBIR DE NIVEL
Durante los meses siguientes Natalia y Álex continúan viéndose tanto o más que al principio. Ambos están en una época con más trabajo del habitual, y aun así no dejan de sacar tiempo de donde no lo hay para encontrarse. No se lo dicen el uno al otro, pero los dos se preguntan qué están haciendo y hacia dónde va la relación. De forma natural, Natalia ha ido supeditando su agenda a verse con Álex, y Álex hace lo mismo con la suya. No cierran ningún plan con otra gente, por chulo que sea, o por mucho que les apetezca, antes de confirmar si se van a ver o no. Y lo hacen sin agobios, con calma, pero intentando que el otro no se dé cuenta, un poco a escondidas. Como si estuvieran en una especie de competición en la que ninguno quiere ser el primero en ceder, en reconocer que se está colgando, pero en la que, llegado el caso, tampoco les molestaría demasiado perder.
De momento disfrutan, sencillamente. Y no solo en la cama: ya no se limitan a hacer un hand to hand, sino que, poco a poco, han empezado a incluir en su rutina de encuentros sexuales cafés a media tarde, comidas, cenas, copas e incluso algunos eventos sociales. Se presentan juntos en los sitios y ya está. Nadie pregunta y ellos nada tienen que responder. Los amigos de Natalia saben que hay un Álex, y los amigos de Álex saben que hay una Natalia. Todo el mundo sabe que están saliendo. O al menos saben que se acuestan. Pero las etiquetas, en estos tiempos y en esta ciudad, ya no se llevan.
¿Y qué son? «Amigos», responderían uno y otro, amigos que follan. ¿Hay algún matiz diferenciador entre «follamigos» y «amigos que follan»? Natalia piensa que ninguno, que son exactamente lo mismo. Álex, por el contrario, opina que los amigos que follan son ante todo amigos, por lo que existe entre ellos un cariño especial. Un cariño que proviene de la amistad primigenia. ¿No lo hay entre los follamigos? Sí, también hay cariño entre los follamigos, no lo niega. Lo que pasa es que, entre follamigos, el objetivo primordial es la descarga de tensión sexual, el goce y el disfrute carnal por encima de cualquier otra consideración. Y Álex siente que Natalia y él comparten algo más que sus cuerpos. ¿Es esto incompatible con la visión de Natalia? No de momento; se trata de un vago matiz, casi sin importancia. Además, Natalia aún no se ha parado a pensar realmente qué es lo que siente por Álex.
Los dos son fruto de su tiempo, de su espacio, de la vida que les ha tocado vivir. Ya no son unos niños (en estos momentos Álex tiene treinta y uno y Natalia veintinueve), y la realidad les ha deparado alguna hostia sentimental que otra. Saben que estas cosas pueden herirlos. Por eso se lo toman con paciencia. No saben cuál será el número de polvos que les ha sido asignado, pero tienen muy presente que es un número finito, y que quizás esté más cercano al millar que al millón. Y eso les asusta. A ambos. Porque querer, como vivir, duele.
Natalia está feliz con la relación especial y privilegiada que tiene con Álex. Por primera vez en mucho tiempo no tiene la necesidad de ver a David. No solo no tiene la necesidad, sino que casi ha dejado de pensar en él. Y lo que es más importante: progresivamente, las visitas a David han ido espaciándose y los encuentros con Álex, aumentando. Se ha producido un sorpasso, como en uno de esos gráficos políticos sobre la intención de voto, con un partido cayendo en picado mientras el partido contrario amplía la distancia. Ahora, por lo que respecta al índice de popularidad en la cama de Natalia, hay un claro vencedor: Álex, y por mayoría absoluta.
Es cierto que Natalia ha seguido viéndose con David, pero cada vez le es más difícil soportar la sensación de culpabilidad y frustración. Con Álex esto no le pasa, y Natalia es una chica bastante pragmática. ¿Se ve con David? ¿Se acuesta con él? ¿Hay una débil llama encendida? Sí, pero menos. ¿Lo sabe Álex? Lo intuye al principio, pero a medida que va pasando el tiempo le queda más o menos claro que David está desapareciendo de la vida de Natalia, convirtiéndose en un doloroso recuerdo, una pequeña cicatriz en el corazón de la chica.
¿Y Sandra? Álex, como todos los hombres, es débil en relación con la carne. Y un hombre solo necesita que se den las circunstancias necesarias para caer en todo tipo de tentaciones. Esto es lo que piensa Álex. O al menos lo que piensa de sí mismo. Y conocedor como es de que la tentación que representa Sandra es muy grande, decide no afrontarla. Al poco de empezar lo que sea que haya empezado con Natalia, Álex decide llamar a Sandra para quedar. Hablan de todo un poco y Álex le presenta la nueva situación. No es la primera vez que uno de los dos encuentra a otra persona y decide suspender su follamistad por tiempo indefinido. Sandra se alegra por él, de veras. Pero también se entristece por ella, de veras. Pegan un último polvo de despedida y Sandra le hace ver lo mucho que le va a echar de menos. Se pone sentimental. Se abrazan. Ella tiene un nudo en la garganta y a él se le hace un nudo en la boca del estómago.
—No pasa nada —dice Álex.
—Sí pasa, Álex, sí pasa. ¿Y si esta es la definitiva? Nos hacemos mayores, ya no somos críos. Cada vez se va a poner más difícil. Tú vas a querer tener hijos, yo voy a querer tener hijos…
—Yo no quiero ser padre, Sandra. No seas melodramática. Quizá solo sea una suspensión temporal…
—¿Y si no lo es? ¿Y si te enamoras? ¿Y si ya no te vuelvo a ver así, en mi cama?
—Entonces será que soy feliz, ¿no? ¿No te alegrarás por mí?
—Claro que me alegraré, idiota. —Lo dice en serio—. Es solo que me jode que nos hagamos mayores.
—Ya, eso es una putada. Pero es ley de vida.
—«Es ley de vida» —repite imitándolo como si fuera un niño pequeño—. Pero prométeme una cosa.
—Dime.
—Si lo dejáis…, vendrás a verme, enseguida. No pensarás que es un paso atrás, ni me verás como un segundo plato, ni nada por el estilo. Vendrás como siempre. A mi cama. ¿Me lo prometes?
—Prometido. Fíjate si soy afortunado: lo peor que me puede pasar es volver a hacerte el amor.
—Nada de hacerme el amor. Vuelves a follarme.
Sandra lo dice de manera dictatorial y Álex no tiene más remedio que acatar sus órdenes con un gesto de absoluta obediencia.
—Vuelvo a follarte. Palabra.
Sandra sonríe más tranquila. Álex se despide de su amante esperando no tener que cumplir su promesa. Pero, nunca se sabe, no las tiene todas consigo, Dios proveerá.
Mientras baja las escaleras de casa de Sandra, va dándole vueltas a las palabras de su exfollamiga: «Vas a querer tener hijos». Tanto da que se conozcan desde hace ya casi trece años, que hayan cerrado decenas de discotecas, que hayan tenido centenares de orgasmos simultáneos. Álex piensa en lo poco que lo conoce Sandra. «¿Yo con hijos? ¡Qué idea más absurda!»
Y sin embargo, cuando Álex se despierta al lado del cuerpo de Natalia, minutos antes de que suene el despertador, se queda embelesado observándola mientras duerme. Y esto no se hace con una amiga. Con una amiga, uno se levanta, vacía la vejiga y después, tal vez, prepara el desayuno. Pero no. Se queda atontado con la cadencia de su respiración sosegada y en calma. El pelo ensortijado y los ojos cerrados. Está preciosa a la escasa luz que traspasa los pequeños agujeros de la persiana. Si tuviera que escoger un momento para la eternidad, podría ser este.
A estas alturas ya llevan seis meses viéndose, durmiendo juntos, saliendo por ahí. Los eventos sociales se han multiplicado en los últimos tiempos. En el grupo de amigos de Natalia ya cuentan con él para las cenas. En el grupo de amigos de Álex dan por hecho que no acudirá solo a las citas. Natalia se da cuenta de que la relación está yendo más en serio de lo que imaginaba en un principio el día que se sorprende a sí misma abriendo un WhatsApp de David con tedio y pereza: el dolor ha dado paso a la indiferencia. El texto es breve y quiere ser gracioso, pero no le arranca ni una mueca de disgusto: «¿Estás viva?». En estos momentos, a Natalia le daría igual estar más muerta que viva para David. Lo suyo está más que acabado, y, la verdad sea dicha, sabe que es porque ha nacido algo entre Álex y ella. Por eso, cuando se despierta al lado de Álex y observa su espalda, se abraza a él tratando de absorber su calor. Sus cuerpos ya se conocen a la perfección, y aunque sus mentes no conocen aún todos los recovecos y secretos, han encontrado una zona de amplia comodidad el uno con el otro. Es hora de que sus corazones hablen. Y los dos lo saben.
—¿Te apetece ir a Londres? —dispara un día Natalia.
—¿A Londres? ¿Cuándo?
—Podríamos ir para las vacaciones de Semana Santa. Yo no tendré clases, y si ya has acabado la peli…
—No la habré acabado, pero puedo coger unos días.
—No, si no puedes da igual.
—No, no. Sí que puedo. ¿Te apetece ir a Londres?
—Me apetece hacer un viaje. —Se lo piensa y rectifica—. Me apetece hacer un viaje contigo. Los dos juntos.
—A mí también. Pero ¿tiene que ser a Londres?
—No, puede ser a donde tú quieras.
—Es que no me gusta mucho volar. Me apetece conducir. Hacer un viaje por carretera, así Chewie también podría venir.
—Escuchando musiquita… Podríamos turnarnos, dormir en pensiones. No en plan cutre, en plan barato, improvisar.
—Podríamos alquilar un coche.
—Yo tengo coche —dice Natalia.
—¿Ah, sí? No sabía que tuvieras coche.
—Bueno, no es mío-mío, es de toda la familia.
—Yo le puedo pedir el suyo a Martín —dice Álex.
—Sí, lo hablamos. A ver cuál es la mejor opción. Me gusta la idea. ¿Salimos de España?
—Podríamos ir a Italia. O a algún lugar de Francia.
—Guay.
Y Álex se da cuenta de que van a hacer su primer viaje juntos. Cree que es el paso definitivo para formalizar el concepto pareja. Y para Natalia también lo es. Si las relaciones sentimentales son como los acuerdos laborales, está claro que acaban de dar por finalizado su primer contrato temporal. ¿Y ahora qué? Ésa es una buena pregunta. Parece obvio que ninguno tiene intención de volver a hacerse autónomo. Y un contrato por obra y servicio no tiene mucho sentido en el punto en el que están. Así que, quizá, solo quizá, estén a punto de firmar la renovación con posibilidad de indefinido. Aunque en esto de las relaciones sentimentales, de un día para otro se puede presentar un ERE. Un ERE al amor. En definitiva, seis meses de juegos, bromas, sexo, caricias, copas y fiestas dan para cogerse mucho cariño. Más allá de la formalidad contractual.
Finalmente viajan a Portugal. Los tres. Y ese primer viaje será el mejor recuerdo que tendrán de su relación en un futuro, aunque aún no lo saben. Siete días de vacaciones. Se toman su tiempo: dos días para ir y dos días para volver. Pasan el viaje escuchando música, haciéndose bromas, turnándose al volante. A la ida, pasado Madrid, ella le hace una mamada mientras surcan la autopista a ciento cuarenta y cinco kilómetros por hora. A la vuelta, él la masturba mientras ella conduce. El orgasmo de Natalia es tan intenso que están a punto de colisionar contra un camión de productos congelados. (En un universo paralelo, Álex sobrevive al accidente y tiene que explicar a los padres de Natalia cómo murió: «Su hija ha muerto porque la llevé al séptimo cielo con mis dedos».)
En Lisboa pasan el tiempo en la pensión, hacen turismo, comen y cenan bien. Chewie disfruta de la compañía de Natalia, y los dos se han cogido cariño. A veces, Álex piensa en ellos tres como en una familia feliz. En Portugal descubren que a los dos les gusta practicar el sexo en lugares públicos, y este descubrimiento les proporciona una nueva excitación que relanza su ya de por sí satisfactoria vida sexual. Un atardecer se ven sorprendidos por unos curiosos mientras hacen el amor en el mar. Lejos de parar y buscar un lugar más discreto, Natalia arquea la espalda a cada embestida de Álex. Cuando llega al orgasmo su gemido es tan fuerte que los curiosos no pueden más que aplaudir. Álex se corre al poco tiempo y se gana una sonora ovación. Luego se marchan a nado, buscando un poco de intimidad poscoitum con sonrisas y arrumacos en el Atlántico. Álex se pregunta por qué nadie actualiza nunca su estado del Facebook con la palabra: «¡¡¡POLVAZO!!!».
Durante el viaje de vuelta a Barcelona, los dos tienen la necesidad de decirse «Te quiero» por primera vez. Pero aún no están preparados y silencian su deseo. En la entrada de la ciudad, atrapados en un interminable atasco, empiezan a sentirse mal. Están tristes. Ninguno dice nada, ni espera que el otro lo haga. Cuando Natalia deja a Álex en su casa se despiden con un beso funcional. Un pico que les sabe a sucedáneo de todo lo que han vivido.
Álex se sienta en el sofá y decide no deshacer todavía la maleta. Chewie lo mira como preguntándole qué coño ha hecho mal, culpándolo de que Natalia ya no esté con ellos. Álex no sabe qué responderle. Se tumba y se fuma un cigarrillo que no le sabe a nada. No tiene ganas de ver ningún capítulo, ni de jugar a la Play. Abre un libro de Hornby pero se pierde en sus pensamientos, recordando lo bien que ha estado todo.
Natalia coge un taxi después de devolverle el coche a su madre, y cuando llega a casa no le apetece hablar con sus compañeras de piso. A las preguntas sobre el viaje, responde con un escueto «Bien, nos lo hemos pasado bien. Voy a ducharme».
Son las seis de la tarde de un domingo, y al día siguiente tienen que trabajar. La tristeza dominical se apodera de ambos y solo desaparece cuando Natalia llama al timbre de Álex, que la recibe con la toalla anudada a la cintura.
—¿Puedo quedarme a dormir? —pregunta Natalia.
—Claro, pasa.
Natalia se abraza a Álex y, en ese preciso instante, los dos saben que ha llegado el momento de subir de nivel: «¿Quieres que vivamos juntos?».