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E IR AL IKEA
Todo el mundo sabe que ir al Ikea un sábado por la tarde es como ir a Mordor para lanzar el Anillo Único a los fuegos del Monte del Destino. Eso es seguro. Eso es así. Si se añade que no lo acompañan ni Aragorn, ni Legolas, ni Gimli, ni Gandalf, ni ninguno de los hobbits de la Comunidad del Anillo que partieron de Rivendel (el hogar de Ellrond), Álex, ciertamente, preferiría ser violado por una manada de orcos salidos durante tres días y tres noches.
Pero hay que decir en su defensa que él no es como todos los protagonistas de todas las historias barcelonesas de treintañeros con síndrome de Peter Pan. El cliché de Ikea, con ellas encantadas de jugar a las casitas y ellos atrapados en la paradoja del miedo al compromiso, termina justo aquí. No más lugares comunes. Además, Natalia es diferente. Natalia también odia Ikea. Y no está para nada encantada de tener que elegir el sofá, la cama y los muebles para el nuevo piso que han encontrado en el Eixample izquierdo: Gran Via con Muntaner.
Álex compartió piso de estudiante de finales de los noventa a principios de la primera década del siglo XXI. Vivió en pisos alquilados con muebles antiguos, durmió en camas de colchones con muelles, fregó vajillas con restos fósiles… Experiencias, en definitiva, que hicieron que Álex fuera consciente de que llamar «hogar» a un hogar es algo necesario a la par que difícil. Ikea ha provocado que todas las casas habitadas por jóvenes modernos barceloneses se parezcan entre sí, correcto. Pero también ha conseguido, por un módico precio, que Álex pueda disfrutar del calor de un hogar en un piso de alquiler junto a Natalia.
Ella, por su parte, necesitaba un empujón para dejar su piso compartido. Ya tiene treinta años, pero en Barcelona los altos costes del alquiler, más agua, gas, luz e internet, más los gastos de cada día, hacen que compartir piso sea un imperativo. Natalia había estado buscando algo para ella sola, sin éxito, porque el mercado de alquiler, aun con la bajada de precios, está realmente complicado. Por eso, en cuanto Álex le ofreció irse a vivir con él, decidieron buscar un piso en el que empezar de cero. Lo encontraron en poco tiempo. Presentaron las nóminas de ella y la declaración de la renta de él —que es autónomo—, y tuvieron que pagar el mes de comisión para la agencia, los dos meses de fianza, el alta de los servicios y el alquiler del mes corriente a toca teja. Casi seis mil euros a dividir entre dos. Una ganga. Eso sí, todavía no se han dicho «Te quiero».
Ikea era el siguiente paso lógico.
Pero no, para Álex y Natalia no ha lugar el tópico Ikea. En la enorme nave de L’Hospitalet, Álex y Natalia toman decisiones lo más rápido que pueden. Sin discusiones y a paso acelerado. Al final de la tarde ya están en casa, y antes de que caiga la noche, han paseado a Chewie por el nuevo barrio, han montado la cama y se disponen a estrenarla. Así que el día en Ikea no ha estado tan mal. Y han cenado salmón ahumado y albóndigas.