23
Y EL FIN
—¡Tú eres monguer!
—¿Por qué? ¿Ahora qué he hecho?
—No es lo que has hecho, es lo que no has hecho: retener a esa chica. La has dejado escapar, payaso.
—Esa chica ya no quiere estar conmigo, básicamente porque no le apetece que la vuelva a dejar por otra niña, o por otra chica Clarice, o por…
—Eso de Clarice sí que no tiene perdón. Si lo que necesitabas era pegar un polvo, ya estaba yo aquí, maldita sea —remata Sandra cabreada y dando caladas al cigarrillo como una histérica—. Y encima se te ocurre venir aquí a no follarme. ¿Y nuestro pacto?
—Sandra, no me martirices. Se me caía la casa encima.
Y es verdad, a los pocos minutos de que Natalia saliera por la puerta, Álex le envió un WhatsApp a Sandra, muy claro y muy conciso: «Necesito verte». A lo que Sandra, muy animada, respondió: «Ven. Pero ven ¡ya!».
Álex termina de explicarle toda su historia con Natalia, así como sus experiencias con las chicas Clarice.
—No era sexo… —se justifica.
—¿Ah, no? ¿No era sexo? ¿Y entonces qué era?
—Ya sabes, chicas. Chicas con las que…
—Follar.
—Sí, pero también eran relaciones, posibles medias naranjas…
—¿Desde cuándo Álex Noè cree en el destino? ¿Desde cuándo Álex Noè cree en el romanticismo, la predestinación y las medias naranjas?
—Me parece que desde siempre, Sandra… Creer en las medias naranjas es, no sé, como creer en una especie de ideal. Tener la sensación de que todo ocurre por algún motivo. Buscar un significado oculto en las cosas. Si no es Dios quien mueve los hilos, alguien o algo, el azar, lo que sea, tiene que trazarnos un destino, de principio a fin. Es como en las pelis. Siempre tratamos de articular esa idea a través de los relatos, de las historias, de las canciones, películas y novelas, que todo ocurre con un propósito determinado. Creer en la predestinación, otorgar un significado a los eventos de nuestra vida es una necesidad propiamente humana, ¿sabes, Sandra? Si uno cree en las medias naranjas significa que cree en el destino. Y si cree en el destino puede creer también en un mañana mejor, albergar alguna esperanza. Por eso cuando miramos atrás tratamos de identificar la línea dramática que nos ha llevado hasta el punto en el que nos encontramos. Solo así podemos encontrarle algún sentido a la estúpida arbitrariedad de las cosas, a todas las noches malgastadas, los callejones sin salida, las gilipolleces que hemos sido capaces de hacer, las equivocaciones, los desengaños… No, no pueden pasarnos esas cosas porque sí, todo tiene que formar parte de un plan. Así que buscamos los puntos importantes, los puntos de inflexión que nos han marcado el rumbo y nos han conducido inexorablemente hasta aquí.
—No entiendo una puta palabra de lo que me estás diciendo. Pero tú verás, yo ya estoy demasiado cabreada por que no me folles como para encima tener una charla pseudofilosófica contigo. Siempre has sido rarito, pero al menos antes follabas bien.
—¡Sandra! —exclama Álex un poco jodido.
—¿Qué?
—Necesito una amiga, ¿no lo comprendes? —se queja Álex, y Sandra lo mira con ojitos de pena.
—Claro que sí, ricura. Ven. —Álex se deja abrazar—. Siempre has sido un tonto. Qué manía tienes de complicarte la vida.
—Ya lo sé.
—¿Sabes lo que tienes que hacer?
—No.
—Tratar de ser feliz, Álex, que es algo que se te da muy mal.
—Ya lo sé, Sandra. Ya lo sé.
—Por cierto, estás fatal. ¿Duermes bien?
—No.
—Esta camiseta la tienes desde la universidad. ¿Por qué no te compras ropa? Te quedaría bien una americana.
—Sí, no te jode, y una irlandesa, y una brasileña, y una francesa…
—Eres lo peor —le dice Sandra revolviéndole el pelo—. Venga, ahora vete.
—¿Qué?
—Como te vea mi novio por aquí, que está a punto de llegar, no se va a creer que no hayamos follado.
—¿No se lo puedes explicar?
—¿Tú me creerías?
—No.
—Pues eso, Álex. Lárgate y arréglalo.
Álex vuelve a casa cabizbajo. No sabe muy bien de qué le ha servido la visita a Sandra, pero al menos ya no se siente tan solo. Sabe que siempre podrá contar con su no comprensión, que es mejor que no poder contar con nada.
Cuando llega a casa hace zapping, juega un rato a la Play, ve una season finale y se acuesta. No deja de dar vueltas y vueltas en la cama hasta que le dan las tantas. Le cuesta dormir y empieza a pensar en todo lo que le ha pasado en los últimos años: conocer a Natalia en la fiesta de fin de año de Martín, besarla por primera vez, su gran polvo en el Atlántico, cagarla con Alicia, la muerte de Iván, la muerte de Chewie, el cáncer de la madre de Nat, la zorra de Keiko y el empacho de chicas Clarice…
Poco a poco, confundido y apenado, Álex se duerme.
—Hola, Álex.
—Hola, Natalie.
—Aquí me llamo Marty.
—Lo sé, por un abuelo al que no conociste.
—Exacto —le responde la Natalie Portman de trece años de Beautiful Girls—. Lo sabes todo de mí. Yo en cambio no sé nada de ti…
—Te puedo hacer un breve resumen de mi vida, Natalie.
—No hace falta. Todos sois iguales. No te preocupes, no necesito los antecedentes. Sé lo que necesitas.
—Claro. Eres Natalie. Verte patinar sobre hielo es lo más maravilloso del mundo.
Natalie Portman sonríe.
—Dime, Álex, ¿qué hago aquí?
—Eres la beautiful girl, la chica más bonita, la más angelical.
—Sí, la fantasía perfecta.
—Una chica All-Star. ¿Qué digo? Una MVP.
—¿Cómo?
—Nada, son cosas mías. Tengo frío. ¿Por qué hace frío?
—Mira a tu alrededor, estamos en la nieve…
Natalie Portman da un par de vueltas patinando sobre el hielo. Álex sonríe al mirarla. Es un día soleado y gélido. El aliento se le escapa en forma de vaho. Natalie vuelve a colocarse enfrente de él. Tras ella, a lo lejos, se divisa una cabaña de madera sobre la nieve.
—Es como en la peli.
—Eso es, como en la peli. Menos una cosa, mira.
A los pies de Álex está Chewie, bebiendo un poquito de cerveza de un cuenco para perros. Álex se emociona y está a punto de llorar al reencontrarse con su viejo amigo. Chewie alza la cabeza y se le acerca. Se abrazan y juguetean juntos en la nieve. Álex le lanza una pelotita de goma. Chewie va a buscarla y se la devuelve. Una vez y otra, y otra, y otra…
—¿Ves aquello de allí? —le pregunta Natalie.
—¿La cabaña?
—Sí.
—¿Quieres que vayamos?
—¿Es eso legal?
—Estamos en tu sueño, Álex. Aquí todo es legal, aquí todo vale.
—Sí, quiero ir. Contigo. Siempre he querido.
—Deseo concedido. Con una sola condición.
—Dime, lo que sea.
—Que me olvidarás, Álex, que seguirás con tu vida, que harás de ella algo que valga la pena. Yo lo hice, ¿recuerdas? Crecí y me convertí en una estrella de cine. Tenía razón Timothy Hutton: hiciera lo que hiciera, seguro que sería maravilloso. Valía la pena esperarme.
—Sí, eres maravillosa, Natalie.
—Pero no soy real. Soy un sueño. Una niña de trece años con mucha intuición, muy bien dirigida por Ted Demme y con un texto realmente bueno. Soy una fantasía capturada en celuloide. Tienes que olvidarte de mí. Tienes que vivir tu propia vida y dejar de proyectarme en todas las chicas que veas. Tienes que dejar de esperarme. Porque no voy a volver a aparecer en tu vida, Álex. Deja de esperarme, ese es el trato.
—No sé si voy a ser capaz de hacer eso, Natalie.
—Sí que podrás, Álex, yo confío en ti.
—¿Por qué?
—Porque después de la cabaña ya habrá sido real, y las cosas reales pierden su magia. Dejan de ser ideales, dejan de ser fantasías, dejan de pertenecer al mundo fantástico, al mundo de las películas y los relatos…
—Entiendo —dice Álex, derrotado—, pero ¿cómo sabré si están a tu altura? ¿Cómo sabré que vale la pena?
—Todas las chicas que valen la pena, Álex, todas ellas, todas esas chicas besan con los ojos cerrados.
Álex suspira.
—¿Vamos a la cabaña? —pregunta Natalie Portman.
—Sí, vamos.
Natalie y Álex se cogen de la mano. Caminan hacia la cabaña en medio de la nieve. Se meten dentro y cierran la puerta. Un sol radiante embadurna de destellos y brillos el paisaje.
A las 9.03 de la mañana siguiente Álex despierta distinto y transformado para siempre. Durante las siguientes semanas se debate entre dos opciones radicalmente opuestas:
a) Llamar a Natalia, pedirle una cita y reconquistarla para siempre.
b) Pedir el nombre de la siguiente chica en su lista de potenciales medias naranjas de Clarice.
El conflicto lo paraliza. Pasan los días y finalmente no hace ni una cosa ni la otra. La primera le parece más imposible cada día que pasa. No tiene forma de saber si Natalia ha decidido volver a Clarice buscando una nueva potencial media naranja. Podría llamar a Eva Maier y pedirle esta información, pero sabe a ciencia cierta que no se la facilitará. Por otra parte, se siente exhausto después de tantas citas con chicas Clarice. Sin embargo, sabe que es algo circunstancial: cuando pase el suficiente tiempo sentirá de nuevo la curiosidad de conocer a la siguiente. Sabe que esa fantasía necesaria, la de pensar que alguien en algún lugar del mundo lo está esperando, es lo único que lo llena de esperanza.
Dos meses más tarde, Álex acude a la boda de Martín y Chiara. Y lo hace solo, como un loser cualquiera. Su mejor amigo se casa antes que él: Álex ha sido derrotado en una batalla que no solo no tenía la más mínima opción de perder, sino que pensaba, directamente, que jamás llegaría a librarse. De todos modos, Álex no es muy de bodas. No es muy de nada que tenga que ver con compromisos. Siempre ha sido muy Peter Pan, como ya ha quedado, a estas alturas, bastante claro. Álex no es ni de bodas, ni de navidades, ni de cumpleaños. Por supuesto, no puede sentirse más que emocionado al ver a su amigo feliz y pegando un buen atraco en el banquete (Martín le comenta fumando un puro que por cada comensal espera sacarse unos ciento cincuenta euros limpios); y Chiara está preciosa, es la ladrona más bonita que jamás se haya vestido de blanco. Pero a pesar de la satisfacción que emana Martín, del reencuentro con viejos amigos de clase, de la alegría de los familiares y de que la boda está preparada con muy buen gusto; a pesar de que los familiares de Chiara (unos sesenta) se han desplazado desde Italia; a pesar de que todo el mundo está exultante, pletórico, Álex —para joderla un poco— no está cómodo en la boda. ¿Cuál es el motivo? Uno y solo uno: Natalia. ¡Martín ha invitado a Natalia! El muy torpe ha metido la pata hasta el fondo.
—Tío, tenía que intentarlo —le dice su amigo después del banquete y con la tercera copa en la mano—. Estáis hechos el uno para el otro. No sería tu mejor amigo si no lo hubiera intentado. Las mujeres se ablandan en las bodas. Lo he hecho por ti.
—Sí, Martín. Ha sido muy generoso por tu parte. Pero… ¿no has reparado en nada? Un pequeño detalle, algo sin importancia.
—¿En qué?
—¿En qué? En que ha venido acompañada, por ejemplo… ¡Que ha venido con un tío, Martín! ¡Que esta boda la está ablandando, pero a favor de otro, subnormal!
—Bueno, ¿y qué coño querías que hiciera? Me preguntó si podía venir con un acompañante y le dije que sí. Que nos casamos por la pasta, como todo el mundo, y otro cubierto son ciento cincuenta eurazos más. ¿Qué quieres que te diga? No se puede estar en todo, tío. Anda, tómate una copa y no me amargues la boda. ¡Que uno no se casa todos los días!
—Genial.
Álex se queda ahí plantado, con cara de tonto y un gin tonic en la mano. Una niña pequeña lo mira pasmada. Se le acerca y le tira de la manga de la americana.
—¿Tú quién eres?
—Yo soy Álex. Soy el mejor amigo del novio.
—Ah. Yo soy Teresa.
—Encantado, Teresa. ¿Cuánto añitos tienes?
—Cinco. —Lo dice abriendo la palma de la mano—. ¿Por qué estás triste y te lo pasas mal? ¿Es porque estás solo todo el rato y no tienes amigos?
—Sí, Teresa. Lo paso mal por eso, y porque… te voy a contar un secreto: odio las bodas.
—¿Por eso no tienes novia y estás solo?
—Por eso mismo, y también porque soy un poco gilipollas.
—Hala, has dicho la palabra…
—Gilipollas, sí, he dicho gilipollas. Porque eso es lo que soy.
—Ya… Sí que tienes cara de ser un poco gilipollas. Me voy a jugar con mis primas. ¡Adiós, triste gilipollas!
—¡Adiós!
Si hasta las niñas se dan cuenta, piensa Álex. Echa un vistazo a la mesa de Natalia. Está preciosa. Con el pelo corto, que le queda de bandera, y un vestido negro que le hace el cuello de cisne. Está guapa, delgada pero con curvas, elegante, sofisticada; en fin, perfecta. E igual de guapo está su acompañante, un chico más o menos de su edad, moreno, alto y fuerte, al que el traje le queda como un guante. Álex se mira a sí mismo y está a punto de pedirse unas copas, porque con americana lo único que ha conseguido es parecer un camarero más. El tipo guapo tiene unas espaldas de metro y medio de ancho. En un combate cuerpo a cuerpo, sin armas de por medio, Álex perdería diez de cada diez peleas. Con un sable de luz, sin embargo, las cosas se igualarían, pero, claro, en este planeta va a ser difícil hacerse con uno.
Natalia y Álex han estado evitándose toda la tarde. Y así seguirán las cosas hasta que Álex se tome la cuarta copa. Es entonces cuando se acerca a Martín. La orquesta está tocando «Roadhouse Blues» de The Doors, y la letra de Jim Morrison hace que la valentía se le suba a la cabeza.
—Martín, ahora es cuando le damos la vuelta a todo, ahora tengo un plan, pero me tienes que ayudar.
—¿A qué?
—El tío con el que está Natalia.
—¿El chico guapo? ¿Qué?
—Lleva ya tres copas. En cualquier momento irá al lavabo. Cuando lo haga, necesito que lo retengas.
—¿Cómo que lo retenga?
—Pues eso, que lo secuestres un poco. Sin violencia. Algo sutil. Que hables con él, que le preguntes qué tal lo está pasando, que me hagas ganar tiempo para hablar con Natalia.
—Claro. Cuenta conmigo.
—¿Sí?
—¿Para qué están los amigos si no es para secuestrar a los rivales de sus colegas? ¿Ves como ha sido buena idea invitarla? Oye, ¿has visto a Chiara? ¿A que está rica mi mujer, eh?
—Está tremenda.
—Esta noche me la follo a cuatro patas; a veinte uñas, me la casco. Te lo juro.
—Claro que sí, ese es el espíritu.
Álex y Martín se abrazan, bailan y beben sin quitarle ojo al tipo guapo. Debe de tener la vejiga del tamaño de un melón, porque pasa el tiempo, va engullendo alcohol y no se levanta. Son Álex y Martín los que, finalmente, tienen que ir al lavabo primero. Van juntos, como buenos amigos. Y es ahí, en los urinarios, donde llega su oportunidad. El acompañante de Natalia entra por la puerta. Álex y Martín se miran; una mirada sincronizada, al estilo de los mejores espías de la historia del cine, con la que se dicen todo lo que necesitan decirse. Álex sale disparado del lavabo mientras Martín, tras lavarse las manos, se acerca al chico guapo:
—Perdona, pero ¿tu nombre es…?
—Kike.
—Kike ¿qué más?
—Kike Cañadas.
—Pues a mí ni tu nombre ni tu cara me suenan de nada.
—He venido con…
—Espera, espera. Yo tengo memoria fotográfica. Sé todos los nombres de todas las personas que he invitado a mi boda y el tuyo no me suena de nada. ¿Sabes lo que creo? —le dice Martín, haciéndose el borracho y tocándole el pecho con el dedo índice—. Que eres el típico gorrón que se cuela en las bodas de los demás para ligar con las chavalas y beber de gorra. Ahora mismo vamos a hablar con seguridad para que te pongan de patitas en la calle.
—No, no, he venido con Natalia. Natalia Casas…
—Eso ya lo veremos…
Álex se acerca hasta la mesa de Natalia con cuatro gin tonics en la cabeza y prisa en las piernas. Justo cuando se cruzan sus miradas, Teresita, la niña de antes, se le planta enfrente con sus cuatro primas, a cuál más repipi.
—Hola, triste.
—Hola, niña. Tengo un poco de prisa…
—Diles a mis primas lo que me has dicho antes.
—¿El qué?
—La palabra que empieza por g…
—Gilipollas. Hola, soy un gilipollas. ¿Me dejas ir ya?
—¡No! Di más palabrotas. —Teresa se agarra a la pierna de Álex y las otras niñas, divertidas, la siguen—. ¡Di más palabrotas, triste!
—¡Largaos a la puta mierda, hijas de puta, u os voy a reventar a hostias una por una hasta que sangréis como cerdas, cabronas! ¡Estoy loco de cojones, así que no me toquéis los huevos si no queréis que os parta vuestras caras de pequeñas zorras!
Las niñas se quedan petrificadas, con la boca abierta y los ojos como platos. Luego se miran entre ellas y empiezan a llorar y a llamar a sus padres mientras Teresita, satisfecha, libera a Álex con una sonrisa y le guiña el ojo.
—¡Suerte, triste gilipollas!
Álex consigue por fin llegar hasta Natalia.
—Natalia.
—¿Qué?
—Vámonos de aquí.
—¿Qué?
—Acompáñame un momento.
—¿Adónde?
—Necesito hablar contigo.
—Ya, Álex, pero creo que ya está todo hablado. Además, he venido acompañada.
—Me da igual. Como si has venido con James Bond. Ven.
Álex la coge del brazo y tira de ella, obligándola a levantarse.
—¡Álex, que me haces daño!
Saca a Natalia de allí justo en el momento en el que, por el otro lado de la sala, aparecen Martín, el chico guapo y un tipo de seguridad con un sujetapapeles. Martín le pide mil disculpas y el chico guapo no puede más que decirle que no pasa nada, que es completamente normal y que siente el malentendido tanto como él. Martín alcanza a ver a Natalia y Álex camino de la puerta y alarga un poco más la conversación diciéndole al chico que lo disculpe, que tiene un beber un poco violento y que siempre se pone así cuando se pasa con las copas. El chico guapo le dice que no se preocupe y va hacia su mesa, donde no hay ni rastro de Natalia.
Ya es de noche. La luna llena ilumina el claro del bosque al que llegan Álex y Natalia caminando entre los árboles. A lo lejos se oyen los acordes de la banda de música que ameniza la velada.
—¿De qué quieres que hablemos?
—¿De qué va a ser? De nosotros.
—Ya no hay un nosotros, Álex. Se acabó.
—No. No se acabó. Los dos sentimos lo mismo. No me digas que no lo sentiste en nuestro último fin de semana.
—Eres incapaz de comprometerte con algo, Álex.
—No he ido a Clarice, Natalia. En estos dos meses no he ido a Clarice. No necesito buscar más. Te quiero a ti.
—Tú me quieres a mí ahora, porque me has visto con otro.
—Eso no es verdad —asegura rotundamente Álex.
—Sí que lo es.
—¿Dónde lo has conocido? ¿Es de Clarice? Era el siguiente, ¿no?
—¿Y a ti qué te importa?
—Me importa mucho, ¡porque te quiero!
Los dos se quedan callados. Mirándose a los ojos. Álex trata de besarla, pero ella se zafa. La coge de la mano, no dejará que se le escape esta vez. La atrae hacia sí. Natalia se deja hacer. La abraza.
—Y tú también me quieres —remata Álex.
—No puedo vivir contigo otra vez.
—Pues no vivamos juntos.
—No quiero perder otro paraíso.
—Pues no construyamos otro.
—¿Y si aparece otra chica? ¿Otra fantasía? ¿Otra Alicia? ¿Otra Natalie Portman? ¿Otra beautiful girl? ¿Otra chica All-Star? Querrás saber el nombre de la siguiente de tu lista. ¿Cómo vas a poder vivir así?
—Pero en eso consiste todo, ¿no? En vivir con la incertidumbre de no saber si eres mi media naranja, sabiendo que la posibilidad de conocer a la siguiente de la lista está ahí.
—Sí…
—Si algo he aprendido es a vivir con la tentación de otras chicas. Siempre habrá otras chicas. Siempre habrá otras medias naranjas. Siempre habrá la promesa de probar con la siguiente. Siempre habrá un posible mañana mejor al lado de otra chica, que me atraerá por el simple hecho de que no la tengo. Pero me da igual. Hay que apostar por algo. Yo apuesto por ti, Natalia. Porque al fin y al cabo, si me equivoco, ¿qué pasa? ¿Acaso todo tiene que ser perfecto? No, creo que no. Disfrutemos mientras dure…
Natalia coge de las manos a Álex y lo mira en silencio. Álex le devuelve la mirada con ojos de cordero degollado. Y entonces se besan. Álex no necesita mirarla para saber que Natalia le besa con los ojos cerrados. Se abrazan. Y Natalia le dice al oído:
—Álex, tengo que contarte algo…
—¿Qué?
—Estoy embarazada.
Álex se aparta instintivamente de ella. No acaba de entender ni de asimilar la información que acaba de recibir. Le pregunta con la mirada: ¿Es mío o de él? Es tuyo, le contesta Natalia. El fin de semana. El último fin de semana. Había dejado de tomar la pastilla. Ya no salía con nadie, ¿recuerdas? Estoy de dos meses. Álex la mira, y de repente se da cuenta de la gran verdad:
Va. A. Ser. Padre.
El limbo en el que vivía, el limbo de no ser ya un crío ni ser aún padre, ese limbo en el que uno no sabe cuánto cuesta un camión de juguete teledirigido lo acaba de expulsar de una patada en el culo en este preciso instante.
—¿Si es niña la podremos llamar Natalia? —acierta a preguntarle Álex.
Natalia sonríe y asiente con la cabeza.
—Esperemos que lo sea, porque no quiero tener un niño que se llame Michael Jordan Noè Casas.
Álex y Natalia sonríen y se besan, mientras de fondo suenan los compases del «God Save the Queen» de los Sex Pistols.
—No tenemos que construir un nuevo paraíso que podamos perder —dice Álex—. Tratemos de ser felices y ya está. Será fácil.
—¿Por qué?
—Porque cumplimos los tres requisitos indispensables para que una pareja funcione: tenemos una buena historia que contar, follamos muy bien, y contigo…, contigo me río, Nat.
—Lo sé. Yo también me río contigo.
—Además, sé que nos quedan muchos polvos todavía. Por lo menos un millón.
—Un millón estaría bien.
Natalia lo besa de nuevo. Los dos ríen y lloran al mismo tiempo.
—Vámonos de aquí, vámonos a donde nadie pueda encontrarnos.
En cinco minutos, han cruzado el bosque hasta alcanzar el parking. Una vez allí, ella se sube a la moto, le pasa un casco a Álex y se pone el suyo. Natalia hace rugir el motor de su Honda Shadow de 750 cc. Álex se agarra a su cintura y poco después la moto se pierde por las carreteras secundarias bajo la luz de la luna llena.
Mientras, Martín y Chiara bailan en la boda, y el chico guapo se queda con un palmo de narices, porque esta vez la chica guapa es para Álex. ¿Por qué? Porque «todos tenemos una chica en el mundo que nos está esperando», y Álex por fin la ha encontrado.
Álex y Natalia volverán a ser Álex y Natalia. Irán de vacaciones a Benicàssim, practicarán sexo en lugares públicos, jugarán a ser zombis monguers, se reirán juntos en un sinfín de bromas, verán millares de películas, cerrarán muchos bares de copas y serán padres de una niña preciosa a la que llamarán Natalia. Con el tiempo, todos la llamarán Nat. Los primeros años serán muy felices. Y el resto de sus días…
Bueno, que sean felices el resto de sus días dependerá de ellos. Eso es seguro. Eso es así. Y además esa es otra historia.