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Y LA FELICIDAD

Álex y Natalia pueden sentirse afortunados. Amar y ser correspondido es la primera de las cinco cosas más hermosas que hay en el mundo. Las que completan el top five son, por este orden:

#2 Ver El Imperio contraataca en el cine a los seis años.

#3 Aprobar mates en la última convocatoria.

#4 Ganar la Copa de Europa con un equipo de segunda B en el PC Fútbol (el 4.5, a ser posible).

#5 Tener un superpoder (volar, hacerse invisible, leer la mente, trepar por las paredes…, cualquiera vale).

Eso es seguro. Eso es así.

Y Álex y Natalia, en efecto, se sienten afortunados durante dos años. Dos años en toda una existencia pueden parecer poca cosa. Un beso furtivo de la eternidad. Una gota en el océano. El brillo de una estrella fugaz en el firmamento. La página de un libro. Saturno, el dios del tiempo, acariciando a sus hijos justo antes de zampárselos. Pero hay que tener en cuenta que no todo el mundo llega a conocer las mieles del arrebato amoroso. Hay gente en este mundo que vive y muere sin sentir jamás esa punzada de dolor cuando el otro se aleja en un tren de los años cincuenta y uno se queda en el andén, agitando un gran pañuelo blanco con una triste melodía italiana de fondo. Ni esa punzada de alegría del reencuentro, en la habitación de un hotel con las paredes de papel pintado color cálido y una lluvia nocturna repiqueteando contra la ventana. No se trata de sexo, ni siquiera de amor. La felicidad es otra cosa. Como el agua que tratamos de retener entre las manos. Por mucho que juntemos los dedos para que no se escurra, todos sabemos que es inevitable: al final el agua siempre encuentra la manera de escapar, y solo nuestros dedos mojados nos recuerdan que una vez estuvo allí.

Natalia lo observa fijamente, está esperando su respuesta. Álex se muerde el labio inferior. Va a decir algo, pero se lo piensa dos veces. Ella resopla perdiendo la paciencia.

—Vale. La que quiera, ¿eh? —dice finalmente Álex.

—La que quieras.

—La Natalie Portman de Beautiful Girls, sin ninguna duda.

—¡Pero si era una niña!

—Precisamente.

—Eres un pervertido, tío —suelta reprobatoria Natalia.

—Podría ser peor. Podría haber dicho la Natalie Portman de León, el profesional.

Natalia le echa una mirada a Álex casi, casi compungida por la pena.

—Es una elección pésima.

—Es mi elección, Nat. No tiene que gustarte a ti, tiene que gustarme a mí.

—Pero ¿no ves que no tienes ninguna posibilidad de follártela?

—¿Y qué? A ver, repasemos las reglas del juego. Una famosa que me follaría, ¿no?

—Exacto.

—Y que si se pusiera a tiro, no habría problemas por tu parte. Una canita al aire, un revolcón, una infidelidad consentida; nos permitimos la fantasía. Me dejarías follármela. Nada de malas palabras. Nada de una semana sin hablarme. Un «Felicidades, campeón» a la vuelta del hotel.

—Correcto, «campeón».

—Es que no puedo decir más que la Natalie Portman de Beautiful Girls. Es mi fantasía. Me da igual que no me la pueda follar nunca. En mi cabeza es perfecto: patinamos en la nieve, hablamos de Shakespeare, la llevo a la cabaña y, en lugar de pescar en el hielo, le enseño lo que es un hombre.

—«Le enseño lo que es un hombre.» —Natalia lo imita con vocecita de niño pequeño, cabreada—. Si quieres malgastar tu elección, allá tú.

—A ver, dime, ¿cuál es la tuya?

—Una realista.

—¿Quién? Mario Banderas, Rocco Siffredi o Nacho Vidal, ¿no? Un porn star, ahí sí que lo tendrías fácil. Zorra…

Natalia se ríe y Álex se hace el enfadica. Están tumbados en la cama el uno al lado del otro. Con la vista perdida en el techo. De vez en cuando se miran y la vida podría ser siempre así. Dos cafés con leche recién hechos dan aroma al dormitorio.

—¿Ves? Lo sabía…

—¿El qué? —pregunta Natalia, confundida.

—Que el tamaño sí que importa. Siempre mentís sobre eso…

—No, cariño, no importa. Y lo otro…, no te preocupes, les pasa a todos. It’s not a big deal.

Los dos ríen.

—Venga. Tu elección. La de verdad. Tu fantasía.

—Vincent Gallo —contesta Natalia sin apenas pensarlo.

—¿Vincent Gallo?

—Vincent Gallo, definitivamente —dice suspirando.

—Pero ¿qué tiene ese tío que no tenga yo?

—Uf, tantas cosas, mi amor.

Natalia trata de darle un beso de compensación, pero Álex se escabulle.

—No me toques, perra.

—Venga, no te enfades. Tu elección es mucho peor que la mía.

—Pero mi elección es mítica. Si miras la filmografía de Vincent Gallo en el IMDB resulta patética, no ha hecho una sola peli buena en su vida. ¡Ni una!

—Pero tiene un polvazo taaaaaaaaaaaan brutal.

—¿Eso es todo lo que te importa?

—Hemos dicho un polvo con un famoso. No espero menos que que sea un polvo brutal, salvaje y ¡violento! ¡Que me arranque las bragas con la boca!

—Eres una putilla.

—Oh, yeah.

—Me decepcionas, Nat, me decepcionas tanto…

—Además, su filmografía no es tan mala. Sale en Buffalo 66, El funeral, Tetro…

—¿Tetro? ¡La peor película de Coppola! Solo por eso ya habría que descalificarlo de este maldito juego.

—No te enfades, cariño. Como compensación te dejo que te folles a las dos Natalie Portman, la de Beautiful Girls y la de León, el profesional.

—Eso sería un trío con dos menores. Tú lo que quieres es que acabe con el culo roto en la Modelo.

—Bueno, al menos así harías ese trío que tantas ganas tienes de hacer.

—¿Por qué crees que tengo ganas de hacer un trío?

—Porque se te cae la baba con Rebeca, la vecinita…

—¿Te gustaría…?

—No —responde rotunda Natalia.

—Pero si no sabes lo que…

—Sí, lo sé, y la respuesta es no. Esas cosas se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Porque lo sé —ríe Natalia.

—Ay, perrilla. ¿Qué es lo que no has hecho tú?

—Yo lo he hecho casi todo. Menos follarme a Vincent Gallo.

—Odio a ese tío. A mí aún me quedan tantas cosas por hacer…

—¿Qué cosas?

—Tríos. Sexo en grupo. Hacerlo con una oriental…

—¿No has hecho nada de eso?

—No. ¿Tú sí?

—Lo siento, cariño. ¿Qué puedo hacer para compensarte?

Álex le coge la cabeza y hace el gesto de acercársela a sus partes. Los dos se ríen. Se abrazan y pegan un fantástico polvo matutino. Álex y Natalia disfrutan de los polvos por la mañana, siempre y cuando ella se haya tomado ya su café y se le haya pasado el mal humor con el que se levanta. Álex ha aprendido que en esos momentos es mejor dejarla sola, así que normalmente aprovecha para calzarse las bambas, ponerse su vetusto batín marrón y pasear a Chewie durante siete minutos. La imagen de él con su batín, su camiseta de Superman, sus pantalones de pijama y sus Converse All-Star está a medio camino entre lo patético y lo tierno. Los vecinos ya se han acostumbrado a la estampa, a pesar de que la primera vez estuvieron a punto de llamar al frenopático. Una vez aireados, Chewie y él vuelven a casa para perrear junto a Natalia en la cama.

¿Todo se basa en el sexo? Puedes apostar a que sí, diría Natalia. Ella es de la opinión clara y directa de que una pareja solo funciona si funciona primero en la cama. Álex es más flexible al respecto. Pero si no se entendieran tan bien, si sus cuerpos no se acoplaran con tanta frecuencia y calidad, tal vez, y solo tal vez, no habrían durado tanto. Es posible que después de aquel primer polvo en la antigua casa de Álex (el inolvidable polvo de la camiseta de la HBO) no hubiera habido una segunda cita, ni una tercera, ni una cuarta… O puede que ella le hubiera dado una oportunidad más, pero solo una. Natalia siempre dice que, para ella, el primer polvo no cuenta: se ha encontrado alguna vez con sementales, auténticas bestias salvajes en el arte del folleteo, monstruos con pollas de un tamaño inabarcable, que en la primera relación se mostraron cohibidos, intimidados, retraídos y un poco precoces. Álex lo comprende, es lo normal cuando un tío se topa con una mujer de su nivel o, como diría él, una auténtica chica All-Star. El miedo puede apoderarse de tu cabeza y, de ahí, hilo directo a la entrepierna. Natalia no lo sabe, pero lo cierto es que las primeras veces de Álex no suelen ser tan buenas como lo fue la primera vez con ella.

Pero a todo se acostumbra uno, especialmente a lo bueno; y Álex es buena prueba de ello. Hace un tiempo no habría podido follar con una chica como Natalia más que en sueños, ahora es algo normal y corriente. La excepción se ha convertido en la norma, y lo que se transforma en rutina, por glorioso que sea, pierde cierto halo de misticismo. En estos dos años, Álex se ha habituado a follar con Natalia casi a diario, aunque de vez en cuando también hacen el amor. Les gustan ambas cosas. Son compatibles. Y además, Álex sigue manteniendo su vieja costumbre de hacerse pajas. Eso sí, los Kleenex han abandonado su posición al lado del portátil y han sido relegados al botiquín. Éste es uno de los síntomas típicos de la vida en pareja. En cualquier caso, Álex navega casi a diario por páginas porno, y es muy fan de orgasmatrix.com y del listado infinito de tags de xvideos.com (CFNM, CAUGHT, OUTDOOR, PUBLIC y todas las amateurs son imprescindibles). Le recuerda a la época en que compraba revistas porno. Edad Legal era una de sus preferidas: no salían modelos, ni porn stars operadas; las chicas podían pasar perfectamente por tu primita, la vecina del cuarto primera o una compañera de clase. Siente cierta nostalgia por aquellos tiempos en que para conseguir películas porno uno tenía que hacer una gincana tremenda: o decidía enfrentarse al miedo escénico de alquilarla en el videoclub (donde quedaba registrada en un cartoncito con su número de socio, por lo que se arriesgaba a que su madre lo pillara) o renunciaba a algún objeto de valor y se ponía a mercadear con aquel compañero de clase que tenía el Canal Plus y grababa a escondidas la peli de los viernes por la noche. Su parte en el intercambio consistía normalmente en el libro con las reglas de algún juego de rol, el cedé del PC Fútbol o un buen puñado de cómics de Batman, Wolverine o Lobo (que en aquel entonces lo petaba con su humor sádico). Las nuevas generaciones están a un clic del porno. Tienen acceso ilimitado al tesoro. ¿Cómo van a saber valorarlo? ¿Cómo van a entender que lo bueno cuesta ganárselo, que para hacerse con el vellocino de oro hay que superar un viaje lleno de peligros y aventuras? Todo ese esfuerzo, todo ese sacrificio, se ha perdido como lágrimas en la lluvia.

—¡Un novio no se hace pajas! —le suelta Natalia un día, al descubrirlo en pleno onanismo.

—Cariño, no es lo que parece —responde Álex con la mano en la polla y una chica rodeada de doce hombres sin piedad en la pantalla de su Mac Book Pro.

Se miran el uno al otro y no pueden más que reírse de la situación.

—¿No es lo que parece? —le pregunta Natalia con ironía.

—Es lo primero que me ha venido a la cabeza…

—¿Qué tienes que decir en tu defensa? ¿Cómo piensas explicarme esto?

Álex se pone de pie. Natalia no puede quitar ojo a su potente erección.

—Me llamo Álex Noè. Y soy un pajillero.

Natalia sonríe. Álex sonríe. Ella se acerca y lo abraza, apretándose contra la dureza de Álex, a la altura de su cintura.

—No me importa que mires porno. Yo también lo hago de vez en cuando.

—¿Sí?

—Claro. ¿Cómo crees que descubrí lo del otro día?

—¿Lo del guardia de la prisión?

—Ajá. Me estaba documentando, nene. Es solo que no me gusta que desperdicies una buena erección. Eso es todo. Mira todo el porno que quieras, pero dame lo mío.

—Tengo la novia más guay del mundo.

—Lo sé. Ahora fóllame con todo, cowboy.

Durante estos dos años han practicado sexo en los siguientes lugares (se incluye penetración, sexo oral y masturbación):

– En todas las habitaciones de la casa: dormitorio, salón, cuarto de invitados, cocina, galería, lavabo y balcón.

– En la playa de la Barceloneta.

– En el jacuzzi del gimnasio (un señor de sesenta años les sonreía a cada embestida).

– En tres cajeros del BBVA y en siete de Caixa Catalunya (en una ocasión fueron descubiertos, ya que antes habían sacado dinero, y les llegó una carta reprobatoria. Ellos amenazaron con desdomiciliar la nómina de Natalia y recibieron una sandwichera de regalo con el logo de la caja de ahorros).

– En los cines Verdi, Icaria Yelmo y Floridablanca (la versión original es muy afrodisíaca).

– En el despacho de Natalia en la Universidad de Barcelona.

– En la sala de montaje de las siguientes productoras: Rodar y Rodar, Prodigius, Escándalo Films, El Terrat, Filmax y Mediapro (en esta última, una secretaria de producción los pilló en pleno orgasmo; a Álex nunca lo volvieron a llamar, Jaume Roures será excomunista, pero no es muy partidario del folleteo en horas de trabajo).

– En los lavabos de las discotecas Fellini, Apolo 1 y Apolo 2, Sidecar, Los Tarantos y Karma.

– En casa de la madre de Álex (ella no estaba, fueron a regarle las plantas y se liaron).

– En casa de la madre de Natalia (tampoco estaba, fueron a darle de comer al gato).

– En casa del padre de Natalia (sí estaba, pero no se enteró: dormía la siesta con el Tour de Francia puesto en la tele).

– En el trastero de la casa de Martín (fue en una fiesta, pero ellos no se acuerdan porque iban morados de M).

– En el metro, Líneas 1 y 2 (paja y mamada, respectivamente).

– En varios parques de la ciudad, entre ellos el Parc Güell, donde unos guiris los grabaron con la aplicación Súper 8 del iPhone (les sorprendería descubrir que el vídeo está colgado en la red; solo hay que introducir en Google la búsqueda «couple fucking parcguell amazing»).

Pero no todo es sexo. Durante estos dos años, Álex y Natalia han hecho muchas otras cosas. Su rutina semanal viene determinada por sus respectivos trabajos. Álex ha notado el bajón en la industria audiovisual. Cada vez se hacen menos películas y tvmovies. Cada vez la gente va menos al cine. Cada vez se descargan más contenidos de manera alegal; él el primero. Se puede culpar al usuario de todos los males pero, de la misma manera, se puede acusar a los distribuidores de no poner el producto al alcance del consumidor con la mayor accesibilidad posible. Si no hay oferta legal, es imposible que haya oferta ilegal, por definición. Álex, no obstante, tira de ahorros y se las apaña para estar poco tiempo inactivo entre proyecto y proyecto. Ya tiene un caché. Por su parte, Natalia ha conseguido terminar su tesis sobre el cine quinqui de los ochenta, y su posición como profesora adjunta ha pasado a ser la de profesora titular. Su capacidad de trabajo y voluntad pedagógica le han reportado una estabilidad laboral muy preciada en estos tiempos. Además, le encanta dar clases: le pagan por hablar precisamente de aquello que más le gusta. Es la profesora con la que todos los alumnos sueñan; la profesora que todas las alumnas querrían ser. Se siente realizada aunque trabaje hasta las tantas, y cuando llega a casa se siente feliz de pasear a Chewie y de compartir su vida con Álex.

Los días especiales son los fines de semana. Su Matrix ha cambiado totalmente: ahora siempre están juntos. Solo se separan muy de vez en cuando, si uno de los dos necesita algo de espacio. Entonces Natalia se encierra en el cuarto de invitados, donde tiene habilitado un pequeño despacho, le hace una visita a su madre, o a su padre, o sale de compras con sus amigas. Álex, por su parte, tiene varias posibilidades: PlayStation, cine o pasear a Chewie. Ésas son las cosas que más lo alivian del pequeño estrés de compartir la vida en pareja. Y sigue viéndose con Martín, por supuesto, pero hay que recordar que ahora lleva un apéndice: Chiara. Y sí, es muy maja y es muy comprensible, lo que ocurre es que se ha hecho amiga de Natalia, así que Álex y Martín solo pueden tener la típica conversación neurótica entre heterosexuales cuando están los dos solos, sin mujeres de por medio.

De todas maneras, Álex y Natalia pasan casi todo el tiempo compartiendo sus vidas. Los dos son bastante old school a la hora de leer el periódico. Les gusta el tacto del papel y les gusta compartirlo las mañanas de domingo. Adoran las salidas en moto. No hacen grandes excursiones, pero Natalia conduce de manera brillante y a Álex le encanta la sensación de que lo hagan volar sobre dos ruedas. Salen de viaje: visitan Londres, Praga y París. Natalia lo haría más a menudo, pero Álex es muy de su casa y no ha superado su miedo a volar. Además, aborrece los museos desde que de pequeñito sus padres lo fulminaran a exposiciones, cuando él lo que quería era que lo llevasen al cine. Natalia, por su parte, lo único que odia de los viajes es no tener tiempo de tomar un bocado entre comidas. No soporta pasar hambre. De niña estuvo en unas colonias en las que la obligaron a salir de caminata a la hora de la siesta; dos horas andando por el maldito bosque con el sonido ensordecedor de las chicharras: el trauma de su vida. Llegó sudada, reventada por el calor y, sobre todo, hambrienta. Cuando vio la merienda que le tenían preparada (un trozo de pan con membrillo industrial), llamó inmediatamente a casa y exigió a sus padres que se la llevaran de allí. Y eso hicieron. Recuerda aquello como lo más parecido a un campo de concentración que haya vivido nunca.

Visto lo visto, podría decirse que la vida de Álex y Natalia es, estadísticamente hablando, como la de casi todos los treintañeros barceloneses de profesión liberal: van al cine, a conciertos y exposiciones, toman cañas, salen de copas y a cenar, y, de vez en cuando, se dan algún que otro caprichito. Todo muy normal. Pero durante estos dos años han llenado esa «normalidad» de bromas y juegos privados, de historias de pareja que los hacen sentirse a salvo de la fría y gris estadística de cualquier estudio sociológico. Porque en ningún estudio se dice que Álex y Natalia salgan de fiesta en plan hand to hand; ni que les encante hacer el monguer; ni que cuando estén en un espacio público, de repente y sin venir a cuento, de manera casi macabra, les dé por fingir un andar entre disminuido y zombi. Ninguna tesis doctoral menciona que una pareja de su edad se hable de manera ininteligible y que la gente se los quede mirando sin saber si es una broma o si en verdad son disminuidos zombis.

Otro de sus particulares juegos consiste en simular caídas en las escaleras mecánicas de los centros comerciales. Se le ocurrió a Natalia, aunque en su descargo hay que decir que fue en un arranque de solidaridad. La cosa fue así: en las escaleras mecánicas de El Corte Inglés de Plaça Catalunya, Álex se pisa su propio cordón y tropieza. Se pega una toña bastante importante. Natalia no puede dejar de reír. Álex la mira con reprobación, dándole a entender que realmente se ha hecho daño, y ella, acto seguido, finge tropezarse para caer por las escaleras hasta él. Abrazados en el suelo, se parten de risa al tiempo que un guardia jurado con poco sentido del humor les hace ver que están montando un numerito e interrumpiendo el paso de los clientes. El éxito de este primer show los animó a repetirlo en incontables ocasiones…

Un amigo de un amigo les consigue el alquiler de una villa en Benicàssim a un precio de risa: mil doscientos euros por tres semanas en pleno mes de agosto. Es un chalecito adosado con piscina propia en tercera línea de mar. Esos dos agostos que pasan comiendo arroz, vagueando, paseando al perro y tomando el sol sin preocupaciones son de lo mejorcito de su relación. Se bañan en la playa de noche y ven un amanecer tras otro, en un loop sin solución de continuidad, de modo que el recuerdo de los días y las noches se confunde, e incluso el recuerdo del primer verano se confunde con el del segundo. Ahora mismo no sabrían decir en cuál de ellos se aficionan al whisky. Lo que sí recuerdan es que fue en un mítico local llamado El Jinete Pálido, en homenaje a la película de Clint Eastwood, en el que prueban hasta dieciséis variedades distintas. Con ellos Chewie vive los momentos más felices de su existencia. Le dejan beber cervecita, y el perro se lo pasa en grande nadando en la playa y en la piscina como un loco poseído. Se ha acostumbrado tanto a la pareja que si le preguntaran quién es su amo respondería con tres palabras: «guau-guau-guau» (Natalia-y-Álex).

El último día de las vacaciones del segundo agosto, Álex y Natalia están tumbados en sendas colchonetas en la piscina. Comparten una cervecita a la hora del aperitivo. (Es de las pocas cosas que Natalia odia de Álex: cada vez que ella pregunta «¿Nos tomamos una cerveza?», él le dice que prefiere compartirla. E, invariablemente, acaban compartiendo primero una lata y después otra. De hecho, si hicieran un cálculo, verían que él se bebe la primera cerveza entera y un tercio de la segunda; pero es una de esas cosas irritantes que no importan demasiado y que luego se echan de menos con una sonrisa.) Álex lleva media hora dándole vueltas a la respuesta, para variar. Y, también para variar, Natalia resopla de impaciencia.

—¡Veeenga! —le grita desesperada.

—Natalia.

—No, no le vamos a poner mi nombre a la niña.

—No es por ti. Es por Natalie Portman.

—Mira que eres pesado. Qué cansino con la Natalie Portman. Natalia no es una opción. Nos confundiríamos.

—Pues Tonica.

—¿Tónica?

—No, Tonica, sin acento.

—Pero ¿qué nombre es ese?

—Pues Tonica, de Antonia, el nombre de mi abuela. La mujer que más me ha querido. Muy por encima de ti.

—¿Te la chupaba tu abuela?

—¡¡¡Aaah!!! ¿Cómo puedes tener la mente tan sucia?

—Mira, lo siento mucho, Álex, pero no vamos a llamar Tonica a la niña.

—Eso lo dices ahora, pero cuando done mi semen para una causa benéfica como esta, lo haré con ciertas cláusulas.

—¿Te digo mi nombre para la niña?

—Sí, si quieres perder el tiempo… Se va a llamar Tonica o Natalia, te pongas como te pongas.

—Mia.

—¿Mia? ¿Por qué Mia? ¿Tienes miedo de que no sea tuya?

Natalia le salpica agua en la cara por el chiste malo y Álex lanza un gruñido a modo de queja.

—Mia, no sé —continúa Natalia—. Me gusta ese nombre.

—Es un nombre muy posesivo y muy loser. ¿Y si es un niño?

—Tú primero.

—Yo lo tengo muy claro, y aquí voy a ser inflexible.

—A ver si lo adivino: Han Solo.

—Ésa es mi segunda opción. Pero no: Michael Jordan Noè Casas.

—Eres tan previsible. —Natalia se da cuenta de que Chewie está lamiendo cerveza de la mano de Álex—. ¡Deja de darle cerveza al perro! Se va a emborrachar y luego nos dará el viaje de vuelta.

—Es que le gusta la cerveza, y él también está de vacaciones.

—Haz lo que quieras. Te digo el mío.

—Venga.

—Vincent. Ya sabes por quién.

A Álex le sienta como un tiro. Natalia lo mira, completamente seria. Él le aguanta la mirada. Natalia resiste hasta que ya no puede más y la risa se le escapa por la nariz. Álex, riendo también, se lanza sobre la colchoneta de Natalia y caen juntos al agua.

—¡Mira que eres perra!

—Lo sé, lo sé… —se ríe Natalia.

—Te quiero.

—Yo también te quiero.

Se besan intensamente mientras ella se abraza con las piernas a la cintura de Álex, y Chewie, aprovechando que nadie le hace caso, vuelca la lata de cerveza para lamerla del suelo.

Después de comer la última paella del verano Natalia le pela un melocotón a Álex. Es alérgico a la piel. Álex la observa mientras pela la fruta y siente que ese es el mayor gesto de amor verdadero que va a encontrar en su vida.

Esa misma tarde hacen las maletas y vuelven a Barcelona. A una hora de la ciudad empiezan las primeras retenciones, una larga caravana que parece interminable. Después de media hora sin avanzar y de lanzar resoplidos, a Natalia se le ocurre una idea: coge un cojín y un par de toallas y se las pone debajo de la camiseta. Las coloca bien hasta que parece que esté embarazada de nueve meses. Álex no se lo puede creer. Durante los siguientes diez minutos circulan por el arcén a cuarenta kilómetros por hora, agitando un pañuelo blanco por la ventanilla, dándole al claxon, gritando como locos y tratando de contener la risa:

—¡Mi mujer está de parto!

—¡Estoy embarazada! ¡Déjennos pasar!

Cuando llegan a Barcelona se han ahorrado dos horas y veintisiete minutos de caravana y les duele la tripa de tanto reír. Pero nada más cruzar la puerta, todos, incluido Chewie, se sienten deprimidos. Álex y Natalia desempaquetan las cosas, deshacen las maletas y guardan todo en su sitio. Una fina lluvia cae sobre la ciudad. La nevera está vacía, así que cenan unos sándwiches que han comprado por el camino en un área de servicio.

De vuelta de las vacaciones, el primer día de septiembre, el día más triste del mes más triste del año, Álex y Natalia no saben que están al principio del fin de su relación.