PRIMAVERA.PRESENTE

Killington, Vermont

Dile a Michael que piense en mí la próxima vez que tome té verde. Dile que utilice mi taza de porcelana. Siempre la apreció mucho. Estoy pensando en el lugar en que tú y él estuvisteis a punto de morir. Ni aun en verano hay allí una sola garza...

Michael y Eliane entrando en el viejo albergue de piedra y madera. Aunque era primavera, el recuerdo de aquella invernal tormenta de nieve de hacía tantos años resplandecía vividamente en la mente de Michael.

El lugar era el mismo, pero a Michael le parecía mucho más pequeño, mucho menos impresionante que como él lo recordaba. Miró el mostrador de recepción. Ni aun la cabeza de alce parecía tan grande. Vio que estaba cubierta de polvo.

—¿Está igual que como lo recuerdas? —preguntó ella.

—Sí y no —respondió—. Es como una vieja película que te ha encantado de niño. La vuelves a ver de adulto, y es la misma, naturalmente. Pero no es exactamente igual. La película no ha cambiado; has cambiado tú.

Le pasó el brazo por la cintura.

—Eliane —dijo con voz suave—. No sé cómo pudiste sobrevivir a aquello. Las presiones debieron de ser monstruosas en muchos momentos.

—Quizá no hubiera sobrevivido —respondió ella— de no haber sido por Audrey. Toda mi vida he estado rodeada de hombres, o, en el caso de mi madre, de alguien más fuerte que la mayoría de los hombres. Fui adiestrada para sobrevivir y salir victoriosa en un mundo masculino. Y durante todo el tiempo deseé tener, sin llegar a conocer jamás, otra personalidad femenina con la que pudiera hablar. Que comprendería lo que se esperaba que yo hiciese, que no me reprocharía por no estar a la altura, que simpatizaría conmigo sin importarle mis debilidades. Con los hombres nunca se me permitían debilidades. Mi abuelo, mi padre, incluso mi marido, antes de morir, esperaban que yo actuase de una determinada manera.

Apoyó la cabeza sobre su hombro.

—Cuando me disponía a matarme, estaba casi por completo fuera de mí. Ni siquiera reconocí a Joji. Pero luego vino Audrey y se sentó a mi lado. Sentí su... femineidad. Sentía su simpatía. Y lentamente me hizo volver en mí.

—Gracias a Dios que ella estaba allí. En muchos aspectos sois muy parecidas ella y tú. Almas gemelas. Comprendo que reaccionarais inmediatamente la una a la otra.

—Michael —dijo ella, suavemente—, siento mucho lo que tuve que hacerte..., mentirte una y otra vez.

Él le acarició la mejilla.

—Eso ya ha pasado.

—Lo sé. Pero no puedo olvidarlo.

—No lo intentes —dijo él—. Limítate a comprenderlo.

Eliane levantó la vista hacia él y sonrió.

Él se inclinó y la besó con fuerza en los labios.

Detrás del mostrador había una muchacha delgada. Estaba distribuyendo correspondencia en los casilleros de los huéspedes. Les dirigió una sonrisa.

—Tenga —dijo, entregando un folleto a Michael—. Vamos a cerrar durante el verano para hacer obras de renovación. Cuando vuelva el año próximo, todo esto será muy diferente. Vamos a tener una piscina cubierta, sauna, sala de conferencias, un auténtico restaurante de calidad. Hasta una boutique de «Bogner». ¿No es formidable?

Michael no lo consideraba así, pero no quería desilusionarla. Él quería que aquel lugar permaneciera tal como era, pequeño, mohoso, necesitado de una buena limpieza. Era un lugar de su juventud, un lugar importante. Resultaba inquietante pensar que por esas mismas fechas del año próximo ya sólo existiría en su mente.

Apoyó los codos en la losa de piedra del mostrador y miró a su alrededor. Finalmente, dijo:

—¿Tiene un paquete para mí? Me llamo Michael Doss.

La muchacha dejó lo que estaba haciendo y dijo:

—Voy a ver.

Desapareció detrás de una puerta y regresó momentos después con un pequeño paquete. Lo depositó sobre el mostrador y arrancó una etiqueta amarilla.

—Aquí dice —le informó— que tengo que ver algún documento de identidad. Luego, tendrá que firmar el recibo.

Examinó el pasaporte de Michael y apuntó su número. Luego, rasgó en dos la hoja amarilla y dijo:

—Firme aquí.

Michael cogió el paquete y salió con Eliane al exterior. Caminaron por el sendero de grava hasta llegar al lugar en que Philip y Audrey esperaban junto al coche alquilado. Abrió el paquete.

—Es tu taza de porcelana —dijo Michael.

Philip asintió.

—La que me dio Michiko hace años. Siempre ha sido especial para mí.

Dile a Michael que piense en mí la próxima vez que tome té verde.

Michael estaba haciéndola girar entre sus manos.

—La envié aquí para ti —dijo Philip—. Era mi única red de seguridad. Después de enviar a Masashi la cinta magnetofónica de Shiina y Karsk, no podía estar seguro de lo que iba a suceder.

Dile que utilice mi taza de porcelana.

—Y ahora que Masashi ha destruido el documento Katei, la necesitamos.

—Pero no es más que una taza —dijo Audrey—. No hay nada en ella, ¿no?

—No —respondió Philip—. Como puedes ver, está vacía.

—Entonces, ¿cómo...?

Ni aun en verano hay allí una sola garza.

—¡La garza! —exclamó Michael, mirando el dibujo de la superficie exterior de la taza—. ¡Está en la garza!

—En efecto —dijo Philip, sintiéndose más orgulloso que nunca de sus hijos—. Una microfotografía en el ojo de la garza contiene el texto completo del documento Katei. Necesitamos entregarle esto a Hadley lo antes posible. Todavía le queda mucho trabajo por hacer. El documento es la única forma en que podemos identificar a todos los miembros del Jibán. Kozo Shiina era sola mente la cabeza. Pero, como la Hidra, el Jibán continuará sobreviviendo, subvirtiendo la política y la economía del Japón hasta que sea totalmente destruido.

Michael subió al coche.

—Debo ir al aeropuerto —dijo—. El reactor que envía el abuelo aterrizará dentro de un par de minutos.

—Te acompaño —dijo Eliane—. Me gustaría conocer a Sam Hadley.

Philip se dirigió al lado del conductor y se inclinó.

—Michael —dijo—, hay muchas cosas que quiero decirte, demasiadas para un día o, incluso, para una semana.

Michael miró el arrugado rostro de su padre. Tardaría tiempo en acomodar sus pensamientos. Había creído que nunca volvería a ver aquel rostro. Pero, al mismo tiempo, el perdón llevaba largo tiempo forjándose. Su padre había utilizado a Michael y Au-drey como piezas de un proyecto destinado, esencialmente, a atrapar a Lillian. Ahora ella se había ido. Le resultaba imposible a Michael imaginarla en Rusia. Se encontró a sí mismo rogando tener paciencia y comprensión en un mundo que parecía haberse vuelto completamente loco.

—Quiero... —Philip tuvo que detenerse, ahogado por la emoción—. Algún día quiero ver tus cuadros. Sé la pasión que sientes por ellos. —Apartó la vista unos momentos—. Michael, comprendería que me reprochases lo que te hice, la forma en que moldeé tu vida. Comprendería que no quisieras que yo formase parte de ella ahora.

—¡Basta! Estás siendo condenadamente razonable. ¡No quiero oír eso!

—Pero hay más —continuó Philip—. Quiero que sepas que hay más. La forma que ha tomado tu vida tenía una finalidad. Como también la muerte de Joñas tenía una finalidad en el esquema general de las cosas. Es una pena, pero ambas eran necesarias.

—Sí, lo sé. El evangelio según san Philip —replicó Michael, pisando el acelerador.

—Está furioso —dijo Audrey—. Es como si te odiara.

Philip se quedó mirando cómo se alejaba el coche y, luego, se volvió hacia su hija.

—Será mejor que entremos —dijo—. Tendré que volver a Tokio dentro de un par de días.

—¿Tan pronto? —preguntó Audrey.

—Quiero volver. —Philip le dio un beso en la mejilla—. Me necesitan allí.

—¿Míchiko?

—Sí —dijo él—. Entre otros. Joji va a necesitar mi ayuda. Aho ra es oyabun del Taki-gumi. Hasta que todos los ministros del Jibán sean encerrados, pueden hacer mucho daño todavía. Y, aun después de ello, el Taki-gumi debe permanecer como una especie de perro guardián, para impedir que los profundos lazos que el Jibán ha establecido por todo el Japón mantengan viva su filosofía. En cierto modo, hemos vuelto a lo que había en Japón justo después de la guerra. Michiko y yo necesitamos ayudar a Joji como en otro tiempo ayudamos a su padre.

—Pero Michiko está casada —dijo Audrey—. ¿Qué será de vosotros dos?

—No lo sé —respondió Philip—. Pero nunca hemos tenido ninguna garantía..., ¿quién la tiene cuando se trata de seres humanos? Ella y Nobuo nunca se amaron. El suyo fue un matrimonio de poder, concertado por sus padres para fusionar los negocios de ambas familias. Pero Nobuo sufriría una gran pérdida de prestigio si Michiko le abandonara. Ella nunca podría hacer tal cosa, y yo no se lo pediría. Nos arreglaremos lo mejor que podamos.

Llevaron sus maletas al albergue. Mirándola, Philip no sabía qué hacer.

—Siento que las cosas hayan acabado así —dijo—. Ojalá pudieran ser de otra manera. Pero yo soy lo que soy. No he sido un buen marido. Supongo que no he sido mucho mejor como padre.

—No digas eso —replicó Audrey. Tenía de nuevo a su padre, y nada le haría renunciar a él—. No digas nunca eso.

—Sabes que es verdad —dijo él—. Y hasta que lo aceptes, la ira y el dolor que sientes te harán siempre estar resentida contra mí.

—No quiero estar enfadada contigo.

—Pero lo estás, Aydee —dijo Philip—. Tienes que estarlo; es humano. Quiero que sepas que no tiene nada de particular. Puedes estar enfadada..., como lo está Michael. Sé lo que hay debajo de la ira y el dolor. Cuando hayan desaparecido, yo estaré todavía aquí.

Audrey se detuvo.

—Papá, ¿crees que es posible que mamá vuelva?

Philip meneó la cabeza.

—Sinceramente, no.

Audrey estaba llorando.

—Oh, Dios. Yo pensaba que ella volvería a casa. Que nos echaría demasiado de menos, que haría cualquier cosa por estar de nuevo con nosotros. —Le miró—. Y ahora se ha ido..., para siempre. Como si estuviese muerta.

—Lo sé, Aydee. Lo sé.

—No puedo creerlo —dijo ella, como hablando consigo mis ma—. Todavía no, por lo menos. Tengo que pensar que va a volver. Papá, tengo que mantenerla viva en mi mente. No puedo expulsarla así. Ella no está muerta, no realmente.

—Tienes que hacer lo que sea mejor para ti, Aydee.

—Tú la odias por lo que ha hecho, ¿verdad?

Philip tardó en responder. Quería decirle la verdad. Al cabo de un rato, dijo:

—No, no la odio. Antes, sí. Supongo que no habría podido hacer lo que hice a menos que la odiara. Pero eso ha pasado ya. Siento pena por ella. Eso es todo.

—Ella nos quería, ¿no? —dijo Audrey.

—Lillian os quería a ti y a Michael tanto como podía querer a alguien.

—La echo de menos, papá.

Mirando los ojos de su hija, Philip encontró en aquel momento las palabras.

—Bueno, Aydee, no tienes muchas cosas que te retengan aquí. ¿Qué tal si te vienes a Tokio dentro de un par de días?

Ella le miró.

—¿Estás seguro? Quiero decir que estarás muy ocupado.

—No demasiado ocupado para pasar tiempo contigo. —Sonrió—. Hay tantas cosas que ver allí, tantos sitios a los que podría llevarte... —Encontró estimulante la idea—. Además —añadió—, no tendrás que hacer sola el viaje. Michael y Eliane vendrán con tu abuelo.

—¿Sí? —dijo Audrey.

Philip asintió con la cabeza.

—Hadley se está haciendo fuerte. Siempre ha sido un hombre duro y resistente. Pero esta noticia acerca de tu madre le ha llegado muy hondo. Sólo quien le conozca desde hace tanto tiempo como yo podría darse cuenta. Está destrozado. Me dijo que quiere abandonar la tarea de recogida de información. No parece muy propio de tu abuelo. Se ocupará del documento Katei y, luego, dimitirá. El presidente quiere que yo ocupe el puesto de Joñas, que dirija una agencia completamente nueva. Tu madre y Karsk han causado mucho daño. «Estamos malheridos —dijo el Presidente—, pero aún no estamos muertos.”

No quería decirle a ella —ni a nadie— la verdadera razón por la que el Presidente le necesitaba: todo el mundo en la comunidad del espionaje americano se sentía aterrado por Lillian, por sus conocimientos y sus capacidades. Se consideraba que sólo él podía neutralizar la enorme capacidad ofensiva que ella podía dar a la KGB. Suponiendo, naturalmente, que los soviéticos la escucharan o confiaran en ella ahora que Karsk estaba muerto. Phi lip se preguntó si Lillian adquiriría después de todo una medida de la igualdad que ambicionaba.

—¿Vas a aceptar el nombramiento?

Philip volvió la vista hacia las nevadas cumbres de las montañas. Notó que Audrey se estremecía levemente. Por primera vez, se daba cuenta de lo mucho que una decisión suya podía afectar a su familia.

—No sé todavía lo que haré —dijo—. Por el momento, he convencido a Sam para que se reúna con nosotros en Japón. «Es bueno saber que todavía tengo familia», me dijo. Y tú sabes que siempre fuiste su favorita, Aydee. —Le dio un apretón—. Además, a Eliane le gustaría conocerte. Y apuesto a que dentro de una semana os habréis hecho amigas inseparables.

—Espero que no, por el bien de Michael —respondió Audrey mientras sonreía interiormente ya que la idea le agradaba mucho—. De cualquier manera, ya echo mucho de menos a Tori.

Asintió con la cabeza.

—Iré. Tenemos que cuidar del abuelo. —«Tenemos que cuidarnos los unos a los otros ahora», pensó—. Claro que iré.

Apoyó la cabeza en el hombro de su padre. Suspiró.

«Es agradable estar así», pensó.

A su lado, sintiendo el calor de su cuerpo, Philip estaba seguro de que no tardaría en sentir también su amor. «Tiempo —pensó—. Todo lo que necesitamos es tiempo. ¿No es eso lo que dijo Michael? Haré cualquier cosa por mantenernos todos juntos.”

Empezó a soñar en el Japón, en tomar té verde, en ver los cerezos en flor, en estar con su familia. Lo único que sentía era que Joñas ya no estaría allí, salvo en espíritu.

Apretó a su hija contra sí. «Ésa es la verdadera diferencia entre nosotros, Lillian —pensó—. He tardado mucho, pero por fin he aprendido lo que es realmente la vida.”