Capítulo Nueve
Lisa suspiró, y deshizo con cuidado las finas puntadas que había estado dando durante la última hora. Había estado pensando en Rye -más que en mantener la tensión adecuada del hilo. Por consiguiente, la costura estaba tan tensa que tiraba de la tela. Pacientemente, la alisó con los dedos antes de volver a pasar hilvanes por la costura, para mantener las dos piezas juntas hasta que pudiera unirías con puntadas mucho más pequeñas. Había practicado en pedazos de tela sobre el tipo de puntadas que quería hacer, que eran las que había visto cuando había cogido la vieja camisa de Rye por primera vez. El esmero con que su costura estaba realizada le había fascinado; no había un solo hilo que estuviera fuera de su lugar en toda la camisa. Quería que la nueva camisa fuera exactamente igual, nada debía estar sin rematar por el derecho o por el revés de la prenda.
Y así era como debía ser, a pesar del trabajo que le estaban dando esas costuras. Pero el tiempo extra que tendría que utilizar en la camisa no era un problema para ella. El tiempo no existía en el prado; allí lo único que importaba era la brillante claridad del verano que ondulaba , contó una bandera desde cada pico de las montañas. Si no hubiera sido por las fotografías del crecimiento de la hierba que tomaba cada siete días, no habría tenido la menor idea de que el tiempo estaba pasando. El verano era un largo y dulce interludio, que sólo se veía interrumpido cada vez que Rye aparecía en el prado.
Pensar en el crecimiento de la hierba le recordó a Lisa que debía echar un vistazo al calendario que se había hecho ella misma. Miró al alféizar de la única ventana de la cabaña. Había seis guijarros alineados. Ese día pondría el séptimo, lo que significaba que le tocaba hacer las fotografías. Además, la luz del sol había empezado a deslizarse por el cristal de la ventana, lo cual significaba que ya era más de mediodía. Si no se daba prisa, Rye llegaría en cualquier momento y la encontraria cosiendo la camisa. No quería que eso ocurriera. Deseaba que la camisa nueva fuera una sorpresa total para él.
Pensar en lo contento que se pondría Rye con el regalo, hizo que Lisa sonriera. Se sentiría aliviado y feliz de poder pedirle que fuera con él al baile del jefe McCail, Durante las últimas semanas había habido varias ocasiones en que él había empezado a decirle algo, pero no había acabado, casi como si no estuviera seguro de cómo debía decirlo. Sospechaba que Rye estaba intentando pedirle que le acompañara al baile, o explicarle por qué no podía sentirse cómodo yendo con la ropa de trabajo. La última vez que había empezado a hablarle sólo para detenerse por falta de palabras, Lisa había intentado decirle que no le importaba que su ropa fuera o no raída, que para ella era suficiente estar con él, pero no la había dejado terminar. Había tapado la boca de Lisa con la suya, tras lo cual ella había olvidado todo excepto el deseo que corría por su cuerpo una vez más.
Cada vez que recordaba el modo en que Rye le hacía el amor, le temblaban las manos. La aguja se deslizó de sus dedos. La cogió mejor, respiró profundamente, y decidió que sería mejor que no siguiera trabajando en la camisa de Rye. Seguramente acabaría pinchándose y manchando la tela.
El soplido de un caballo atrajo su atención. Se puso de pie de un salto, y vio que dos caballos se aproximaban por el camino en lugar de uno solo. Aunque uno de los caballos era oscuro, supo que su jinete no era Rye. Cuando iba al prado, siempre estaba solo. Mientras estaba alli sin importar el tiempo que se quedara, nadie se acercaba.
Nunca lo había pensado, y de pronto, Lisa sé-sorprendió, preguntándose por qué Rye era siempre tan solitario, Lassiter normalmente iba con Jim. Algunas veces Blaine y Shorty o algún otro vaquero se acercaban a verla con provisiones o simplemente para saludaría. Los hombres sólo se quedaban el tiempo suficiente para comer y para comprobar que no le faltaba de nada, y después se iban casi como si notaran que en alguna parte, Rye estaba esperando impacientemente que se marcharan.
Y Lisa estaba esperando impacientemente que llegara.
—¡Lisa! ¿Estás en la cabaña?
—Ahora mismo salgo, Lassiter —dijo ella, metiendo a toda prisa las piezas de la camisa en su mochila
—¿Quieres que avive el fuego?
—Si no te importa... No he comido todavía- ¿Y vosotros?
—Siempre tenemos hambre para comer tu pan —dijo Jim.
Lisa salió rápidamente de la cabaña, pero se detuvo al verla forma en que los dos hombres la estaban mirando.
—¿O... ocurre algo?—preguntó ella.
Lassiter se quitó el sombrero con una reverencia.
—Lo siento. No queríamos quedarnos mirándote así. Siempre llevas trenzas en lo alto de la cabeza, y ahora te has dejado el pelo suelto. Vaya, estás preciosa. Eva debió parecerse mucho a ti el día de la creación.
Lisa se sonrojó, sorprendida por las palabras de Lassiter.
-—Bueno, gracias.
Sin pensarlo un instante, se hizo un moño que sujetó con piezas de madera que había tallado ella misma.
—No dejes toda esa belleza solo para ti —dijo Lassiter.
—No tengo elección si me voy a poner a cocinar.
—Tienes razón —dijo Lassiter, poniéndose el sombrero y observando tristemente cómo los mechones de pelo se sujetaban unos con otros.
—Sí—dijo Jim—. Llevar el pelo suelto teniéndolo tan largo mientras estás al lado del fuego podría darte muchos problemas. El jefe Mac no nos perdonaría si te ocurriera algo.
Lisa dejó por un momento de sujetarse el pelo.
—¿El jefe Mac?
Lassiter miró a Jim con dureza, después volvió a observar a Lisa.
—El jefe Mac se preocupa mucho por la salud de las personas que trabajan para él Nos dijo que cuidáramos especialmente de ti, ya que estás aquí sola, y eres tan poquita cosa.
—Oh —Lisa parpadeó sorprendida—. No hace falta, pero es muy amable por su parte.
—Si me disculpas —dijo Jim—, te diré que sí hace falta. Todos los vaqueros seguimos al pie de la letra las palabras del jefe Mac, sobre todo ese Rye. Por eso viene a comprobar que estás bien cada día últimamente.
Lisa se sonrojó y miró hacia abajo, perdiéndose la mirada que Lassitter echó á Jim.
—Los otros chicos y yo hemos pensado que tal vez se está enamorando de ti —continuó Jim, ignorando las miradas de Lassiter—. Eso sería un milagro, ya que es un verdadero solitario. Bueno, juraría...
—Creía que habías dicho que tenías hambre —le interrumpió Lassiter.
—...que podemos esperar verte en el baile, ¿no? —terminó Jim, sonriendo.
Lisa intuyó que se estaban burlando de ella, pero no pudo adivinar cuál sería la broma, a menos que fuera la satisfacción de Jim al ver a un «solitario» como Rye pidiéndole a una mujer que fuera con él al baile.
—No contéis con que Rye me lo va a pedir —dijo ella, tratando de sonreír mientras se dirigía al fuego—-. Como has dicho, es un solitario. Además, no todo el mundo tiene dinero para comprar ropa para fiestas.
—¿Qué quieres decir? El jefe Mac tiene suficiente dinero para... ¡ay, Lassiter! ¡Deja de pisarme!
—No —murmuró Lassiter—. Y si signes así tendré que taparte la boca de un puñetazo.
—¿Qué diablos estás mascullando...? —de pronto Jim pareció comprender—. Oh. Bueno, está bien. Pero no entiendo dónde está la broma si no sabemos lo que está ocurriendo.
—De lo único que tienes que preocuparte es del puño de Mac. ¿Te enteras? —Lassiter dirigió una mirada rápida a Lisa. Estaba agachada sobre el fuego, colocando las cenizas. Se acercó más a Jim y le dijo en voz baja—. Escucha, estúpido. Será mejor que no vuelvas a subir hasta que el jefe Mac haya terminado con su broma. Si le estropeas la juerga creo que vas a tener que empezar a buscar trabajo. ¿Qué pensaría Betsy de eso, ahora que vais a tener otro hijo?
—Bueno, está bien —dijo Jim con frustración. Pero cuando se sigue con una broma durante tanto tiempo deja de tener gracia.
—Eso es problema del jefe Mac. El tuyo es mantener la boca cerrada.
Gruñendo en voz baja, Jim siguió a Lassiter hacia el fuego.
Había un montón de papeles esparcidos por el despacho de Rye. Cada uno tenía un pequeño cuadrado amarillo pegado a la esquina superior. Allí estaban escritas las instrucciones de lo que se debía hacer. Echó un vistazo a uno de los cuadrados, descubrió que ni él mismo podía descifrar la nota que había escrito con prisa, y maldijo en voz baja. Cogió un bloc de cuadrados amarillos y empezó a escribir.
La pluma se había quedado sin tinta. Enfadado, la tiró a la papelera de metal con suficiente fuerza como para romperla.
—Voy a contratar un contable —murmuró—. Debí haberlo hecho hace años.
Pero no lo había hecho. Se había empeñado en llevar todos los asuntos de negocios del rancho él solo. De esa forma nadie podría decir que Edward Ryan McCall III no había hecho su propia fortuna. Por desgracia, había tardado bastante tiempo en levantar el rancho del estado de ruina total en que lo había encontrado. Antes no le importaba que el rancho no le dejara tiempo para su vida privada. Las mujeres con las que había estado no le habían distraído de su trabajo más del tiempo necesario para satisfacer una simple necesidad física. Estar con su familia tampoco le había entusiasmado, de hecho, escuchar los largos discursos de su padre sobre la necesidad de que la dinastía McCall tuviera continuación había sido una de las razones por. las que cada vez visitaba menos a su familia.
Observó los papeles y se preguntó por qué no podía coger el teléfono y pedir un contable que le ayudara a solucionar el lío que tenía. ¿Para qué preocuparse de entrevistas, de comprobar referencias y de otro tipo de cosas que le habían impedido contratar a un contable al principio? Sólo tenía que elegir un nombre, coger el teléfono y salir de la oficina unos minutos más tarde con el trabajo hecho. Diablo debía estar mirando por encima de la verja en ese momento, esperando impacientemente que su jinete apareciera.
Pero Rye no aparecería. Si no metía en el ordenador al menos algo del papeleo que había delante de él, las cuentas del rancho estarían tan confusas que no podría ordenarles cuando se lo propusiera. Entonces tendría que pasarse día tras día sin otra cosa que hacer más que trabajo del rancho.
Rye frunció el ceño, y pensó otra vez en el final del verano. Nunca pensaba en posibles finales cuando estaba en el prado con Lisa. Allí, el tiempo no existía. Ella siempre había estado allí, y siempre estaría, sin pasado, sin futuro, sólo existía ese verano donde el tiempo no corría. Igual que Lisa. Había algo eterno en ella qué la hacía al mismo tiempo fascinante e interesante. Tal vez fuera la capacidad que tenía para divertirse. O tal vez era simplemente que era capaz de vivir totalmente el momento, de darle toda su atención a Rye siempre que estaba con él. El tiempo tal y como lo entendía él, no existía para ella. No había ayer, ni mañana, sólo el interminable y precioso presente.
Pero el verano terminaría. Rye lo sabía, aunque cuando estaba con Lisa no quería creérselo. Cuando no estaba en el prado, todo parecía diferente, y le remordía la conciencia por no haberle dicho quién era él. Pero cuando estaba con ella, se olvidaba de todo. Con Lisa había encontrado una paz que trascendía los límites normales del tiempo y del espacio.
Esa era la razón por la que se le hacía un nudo en la garganta que no le permitía hablar cuando quería decirle su nombre completo. La relación que había entre ellos se había convertido en algo cada vez más valioso. Si le decía quién era él, perdería algo que no tenía precio. Lisa le miraría y vería a Edward Ryan McCall III, en lugar de a un vaquero llamado Rye. Desde el momento en que supiera quién era, el tiempo volvería a transcurrir a su ritmo habitual. Eso pasaría dentro de poco, al final de verano, cuando ella se fuera y el prado se quedara vacío una vez más.
Y él también.
«Por eso es por lo que no se lo diré. De cualquier forma, la voy a perder. Cada día que pasa sin que ella lo sepa son veinticuatro horas que le robo al tiempo. El verano terminará, pero no lo hará un segundo antes de lo normal.»
El teléfono sonó en ese momento, interrumpiendo los pensamientos de Rye. Mientras cogía el auricular miró el reloj, y se dio cuenta de que había pasado la última media hora mirando los papeles que había. encima de su escritorio, pero pensando en un prado y en una mujer que, no conocían el tiempo. El deseo de estar con Lisa le sorprendió de pronto, causándole un dolor intenso.
..Que se vayan al diablo las cuentas del rancho. Necesito estar con ella. Nos queda muy poco tiempo».
El teléfono sonó por cuarta vez.
—¿Sí? —dijo Rye con impaciencia.
—Cielos, qué forma de contestar. Da miedo saber que tu humor es todavía peor.
—-Hola; Sis —dijo él, sonriendo. -Cindy era el único miembro de la familia cuya llamada siempre era bien recibida—. ¿Cómo es tu último ligue?
—Divertido, hermano. Muy divertido.
—¿Qué pasa? ¿Tan deprisa va?
—No te. lo puedes imaginar. Ni siquiera habíamos pedido la cena al camarero y ya estaba tratando de llevar la conversación a nuestra familia. Yo estaba utilizando el nombre de soltera de mama. Ahí estaba, Cenicienta Ryan, y...
—¿Cenicienta? —le interrumpió Rye, riéndose.
—Claro. Un nombre tan raro tenía que parecerle real, ¿no crees?
—Si tú lo dices...
—Tendría que haber clavado a ese tipo con un alfiler en el tablero con los otros insectos de mi colección —-dijo ella tristemente—. Cada vez son más listos, pero menos sinceros.
Rye gruñó. Sabía que se refería a los cazadores de fortunas.
—Vente a vivir conmigo, Cenicienta. Los desenmascaré por ti. Puedo oler a un cazador de fortunas a diez millas.
—Desearía que papá pudiera hacerlo también.
—¿Ya está otra vez con las mismas?
—Sí.
—No me lo digas. Déjame adivinar —dijo Ryan—. Es alta, morena, 90-60-90, y su mayor talento consiste en comprarse ropa con esas medidas.
—¿Cuándo la has conocido? —preguntó Cindy.
—No lo he hecho.
Hubo un silencio, tras el cual se oyó una sonora carcajada.
—Sí, supongo que es muy fácil de predecir, ¿no?
—No me' sorprende. Mamá era alta, morena y guapa. Todavía sigue buscando a alguien como ella.
—Sí, es cierto —dijo Cindy.
Rye sonrió para sí mismo. Cindy era exactamente igual que su madre: alta, morena, con buen tipo, y muy inteligente.
—Hablando de eso...—continuó Cindy.
—¿De qué?
—Buena pregunta. Cuando sepas la respuesta, llámame.
Riéndose, Rye echó hacia atrás la silla, y puso sus botas de vaquero sobre el escritorio. De pronto pensó que Cindy y Lisa se divertirían mucho juntas; Pero esa idea hizo que la sonrisa desapareciera de su cara, porque se dio cuenta de que Cindy nunca tendría la oportunidad de conocer a Lisa.
—...mi compañera de habitación en la universidad. Te acuerdas de ella, ¿no? ¿Susan Parker?
—¿Qué? —preguntó Rye.
—Ryan, querido hermano, monstruo de mi infancia, despierta de una vez. Vamos. Vas a hacer un rodeo o algo así dentro de una semana. Un baile. ¿No es así?
—Sí —dijo él, sonriendo.
—Iré a tu rancho dentro de una semana —continuó Cindy hablando despacio y con mucha claridad, como si su hermano fuera incapaz de comprender lo que le estaba diciendo—. Voy a ir con una mujer que se llama Susan Parker. Estuvimos juntas en la universidad. Compartíamos una habitación. Después de terminar la carrera, hizo un montón de dinero sonriendo para fotógrafos mientras llevaba la ropa más de moda que te puedas imaginar. ¿Me sigues?
—Guapa y rica, ¿no es eso?
—Sí.
—Pues no. Puedes venir siempre que quieras, Cenicienta, pero deja a tu chica perfecta para mí en su casa, ¿de acuerdo?
—¿Me estás diciendo que no quieres que mis amigas vayan a tu rancho?
Rye abrió la boca para decir algo fuerte, pero se reprimió.
—Cindy, eres mi hermana favorita y...
—También soy la única—dijo ella.
—¿Me vas a escuchar?
—Bueno, ya que me lo preguntas con tanta amabilidad, me encantará...
—Gynthia Edwinna Ryan McCall, si no dejas...
—Cállate—dijo Cindy, interrumpiéndole.
Rye suspiró.
—Cindy. Por favor. No hagas de casamentera, ¿de acuerdo?
Hubo un silencio.
—Lo dices de verdad, ¿no?
—Sí.
—¿Has encontrado a alguien por fin?
Rye volvió a sentir un dolor extraño.
—¿Ryan?
—Ven al baile si te apetece. Tráete a ésa como se llame si te hace feliz. Incluso seré educado con ella, te lo prometo.
—¿Como es ella?
—Demonios, Cindy, es amiga tuya, no mía. ¿Cómo podría saberlo?
—No. Susan No. La que has encontrado. ¡
Rye cerró los ojos y recordó a Lisa dormida en el prado, con el sol haciendo brillar su pelo.
—Su nombre es Mujer... y no existe —dijo Rye suavemente—. No, de verdad. Ella vive fuera del tiempo.
Hubo una larga pausa antes de que Cindy dijera:
—No lo entiendo. No sé si sentirme feliz por ti. Pareces... triste.
—No es así. Durante un tiempo he sabido lo que es ser amado por uno mismo. Ella cree que sólo soy un vaquero con los pantalones llenos de parches, y no le importa lo más mínimo. Me trata como si hubiera llenado sus manos de diamantes, y no le he dado absolutamente nada.
—Excepto a ti mismo.
Rye cerró los ojos.
—Eso nunca ha sido suficiente para las otras mujeres.
—Ni para los hombres —dijo Cindy en voz baja, mientras recordaba lo que había sufrido al darse cuenta de que había sido su dinero y no ella lo que había atraído a los hombres que había querido—. Me alegro por ti, Ryan. No puedo esperar para conocerla.
—Lo siento, Sis, pero eso no podrá ser.
—¿No irá al baile? Oh, claro que no. No sabe quién eres.
Él sonrió a pesar del dolor que estaba sintiendo.
—No podrá venir ni aunque yo pudiera pedirle que lo hiciera. No tiene dinero para comprarse un cuchillo decente, así que mucho menos para algo- tan inutil como un vestido para una fiesta. Que lleve unos pantalones llenos de parches o de seda no me importa en absoluto, pero . me cortaría las manos antes de hacer que se sintiera fuera de lugar.
—Entonces cómprale un vestido. Dile que ganaste el dinero jugando a las cartas.
—Me diría que me comprara una camisa nueva... y lo haría de verdad.
—Dios mío. ¿Está haciendo votos para convertirse en santa?
Rye pensó en el placer que Lisa le proporcionaba, en lo que sentía cuando le besaba y acariciaba todo su cuerpo.
~¿Santa? De ninguna manera. Es sólo que es demasiado práctica para gastar el dinero en un vestido para una ocasión cuando el hombre que quiere es demasiado pobre para comprarse una camisa nueva de trabajo para él.
—Quiero conocerla.
—Lo siento. El verano va a terminar demasiado pronto. Te quiero, Sis, pero no lo suficiente como para acortar el tiempo que voy a pasar con ella ni siquiera una hora sólo para satisfacer tu curiosidad.
Cindy murmuró algo que Rye prefirió no oír. Después suspiró.
—¿Qué aspecto tiene?
—Lassiter me dijo hace unas horas que Eva debió tener un aspecto así el día de la creación.
Lo que Rye no añadió fue que había estado a punto de pegarle un puñetazo por haberse atrevido a mirar a Lisa.
—¿Lassiter dijo eso? Vaya. Entonces sí que debe ser una chica explosiva.
—Lo dijo con más respeto que lujuria.
—Ya, ya. Claro. Si crees eso, será mejor que empieces a pensar qué te está ocurriendo, hermano. Lassiter siempre está pensando en el sexo, ya lo sabes.
—No he dicho que sólo lo dijera con respeto. Pero es que esa chica tiene un halo de inocencia tal que hasta Lassiter se ha dado cuenta.
Cindy se rió.
—Eso sí que me lo creo. Sólo una inocente de verdad no sabría quién eres tú. ¿Dónde ha vivido toda su vida... en el desierto?
—Entre otros sitios.
—¿A qué se dedica?
—A viajar por el mundo.
—No lo entiendo. Entonces, ¿cómo es que no te reconoció?
—Cindy, no voy...
—No sigas —le interrumpió ella—. No vas a decirme qué aspecto tiene, ni su nombre, ni dónde vive.
—Pero si ya te lo he dicho. Vive en un sitio fuera del tiempo.
—¿Entonces, dónde la conociste?
—Allí.
—En un lugar fuera del tiempo —Cindy dudó por un momento, y después preguntó—. ¿Qué tal se está en ese sitio fuera del tiempo?
—No hay palabras...
Durante un momento Cindy cerró los ojos, asombrada ante la amargura que había notado en la voz de su hermano.
—Dios mío, Ryan. Deberías sentirte feliz, pero pareces tan... hundido.
—El invierno está a punto de llegar, hermanita. Se supone que vamos a tener una helada asesina en el campo antes de que termine la semana. El verano va a ser demasiado corto este año.
—Y tú echarás de menos tus visitas al prado, ¿no es eso? —preguntó Cindy, sabiendo que su hermano se encontraba especialmente bien allí.
—Sí. Echaré de menos mis visitas al prado —Rye observó por la ventana la cima que se elevaba por encima del prado McCall—. Eso me recuerda algo. Tengo que ir a recoger un montón de rollos de película antes de que anochezca.
—Puedo entender una indirecta, sobre todo cuando es tan clara. Te veré el próximo fin de semana.
—Estoy deseándolo —-dijo Rye.
Pero estaba mirando la montaña cuando dijo las últimas palabras.
Colgó el teléfono, cogió la bolsa de las películas de encima de una estantería, y se dirigió hacia et establo a grandes zancadas. Tenía la extraña sensación de que de pronto el tiempo estaba corriendo muy de prisa, haciendo desaparecer su inesperada felicidad de ese verano. La sensación era tan fuerte que casi sentía miedo.
Ha ocurrido alga. Ella está herida o se ha enterado de quién soy realmente. Algo va mal. Algo,
Rye tuvo la intuición de que algún tipo de peligro le acechaba mientras recorría la vía de tren. Urgió a Diablo a que fuera más de prísa con impaciencia. Cuando llegó a la cabaña, .vio que no había, nadie, esperándole al lado del fuego. Guió a Diablo hacia el prado donde la verja estaba medio abierta.
Por el rabillo del ojo Rye notó que alguien se movía. Lisa estaba corriendo hacia él, con una expresión de alegría en su cara. Desmontó del caballo, y tomó a Lisa entre sus brazos. Sus manos se dirigieron al pelo de ella, para quitarle las horquillas. Después, enterró su cara entre los mechones, aspirando su aroma, diciéndose a sí mismo que el verano no terminaría nunca.