Capítulo Siete

 

Lisa canturreaba mientras cortaba la nueva camisa de Rye. Era gris, aunque con pequeños matices de azul y verde. Ese color le recordaba sus ojos cuando la estaba mirando. Y Rye siempre la estaba observando. Desde el momento en que su caballo negro entraba en el prado, hasta que Diablo se adentraba en el sendero que se dirigía al rancho.

Pero eso era todo lo que hacía. No la besaba. No la abrazaba. No la cogía de la mano, ni le ofrecía enseñarle a utilizar el hacha. Era como si aquellos momentos que habían pasado tratando de cortar leña, no hubieran tenido lugar. Seguía riéndose con ella, burlándose hasta que se ponía colorada, y la miraba con deseo, pero no la tocaba. La única vez que Lisa había sacado el tema de los besos de cumpleaños, y de los que le faltaba por darle, él había sonreído casi sin expresión, y le había dicho que no era su cumpleaños. -

Entonces fue cuando Lisa se dio cuenta de que no sólo no iba a volver a besarla, sino que además tenía mucho cuidado en que no se rozarán ni siquiera de un modo fortuito. Pero iba al prado casi todos los días, aunque sólo fuera para unos cuantos minutos. A pesar de la distancia que había puesto entre ellos, Lisa sabía intuitivamente que había algo más aparte del prado que hacía que cada día recorriera el largo sendero desde el rancho.

«Es sólo que es pobre y orgulloso, eso es todo», se dijo a sí misma, mientras terminaba de cortar la última pieza de la camisa. «No tiene dinero para pedirle a una chica que salga con él, y es demasiado orgulloso para cortejar a una mujer a no ser que tenga dinero en el bolsillo. Pero la fiesta del Jefe Mac es gratis. Entonces, ¿por qué no me ha pedido Rye que vaya con él?», dijo una voz en el fondo de su mente.

«Porque la ropa bonita cuesta dinero, y todo el mundo va bien vestido a una fiesta, esa es la razón. Pero esta camisa no le costará nada, y no puede negarse a que se la regale porque es lo que le debo por la que se rompió cortando leña para mí». 

Satisfecha con su contestación, Lisa siguió canturreando mientras colocaba los objetos sencillos que utilizaría para coser !a camisa. Aguja, hilo, tijeras y la habilidad de sus propios dedos sería todo lo que usaría, porque eso era todo lo que tenía. También era todo lo que necesitaba. Se había dedicado a coser ropa de una clase u otra desde que había tenido la edad suficiente para sostener una aguja sin que se le cayera al suelo. El patrón para la camisa lo había tomado de la vieja de Rye, de la cual había separado las piezas cuidadosamente. Utilizando las viejas había cortado las nuevas. La única alteración que había hecho había sido añadir más de dos centímetros en los hombros, ya que la vieja había resultado ser demasiado estrecha para cuando tenía que trabajar.

El único problema que había tenido habían sido los botones- Había pensado en pedirle a Lassiter que le comprara unos, pero ahora sólo iba al prado una vez a la semana. Además, no creía que fuera justo pedirle que empleara su tiempo libre en comprar unos botones para la camisa de otro hombre. Había intentado tallar los botones en madera, pero le habían parecido demasiado bastos para una tela tan fina corno la que estaba utilizando. Entonces había descubierto la solución al problema prácticamente a sus pies. Todos los años a los ciervos se les caían sus viejas cornamentas, y desarrollaban otras nuevas. La técnica de dar forma a las cornamentas para convertirlas en objetos útiles era muy antigua. Esculpir las cornamentas y los huesos era una de las artes arcaicas que Lisa había aprendido.

Como en la mayoría de las técnicas primitivas lo primero que se requería para terminar un objeto era tiempo, paciencia y más tiempo aún. Eso no era un problema para ella. En el prado había vuelto a caer en el hechizo de los ritmos lentos de las tribus, donde la paciencia no era difícil ya que no había nada por lo que salir corriendo. Había disfrutado viendo cómo los botones iban tomando forma poco a poco. Se había divertido limpiándolos uno a uno escrupulosamente, pensando en el placer que tendrían los dedos de Rye cada vez que los tocaran. Y lo mismo había ocurrido mientras trabajaba en la suavísima textura de la tela; pero la mayor satisfacción la tenía cuando pensaba en lo orgulloso que Rye se sentiría cuando la llevara.: 

Canturreando una canción de trabajo cuyos ritmos eran tan antiguos como las técnicas que utilizaba, Lisa unió las piezas de la camisa para coserlas después. Cuando finalmente hizo una pausa para comer, recordó que había calentado agua para lavarse. Comprobó la temperatura del agua que había en el barreño que Rye había colocado al sol para ella. Estaba templada. Sacó una palangana de agua y se la llevó a la cabaña, donde se lavó. Cuando estuvo limpia, se puso una blusa azul pálido que había comprado en un mercado al otro lado del mundo. Uno de sus dos pares de vaqueros viejos se había terminado de estropear a la altura de las rodillas, así que los había cortado para dejarlos en un par de shorts. En agosto, en el prado hacía mucho calor, así que llevar las piernas desnudas le iba bien.

Cuando Lisa salió de la cabaña, se contuvo cuidadosamente de mirar en dirección al sendero. Si a Rye se le ocurría ir al prado ese día, sería al caer de la tarde. Normalmente se quedaba sólo unos minutos, le preguntaba si necesitaba algo o si se había sentido bien, o si tenía algún corte o torcedura que pudiera necesitar atención. Ella contestaría no, sí y no, por orden, y después hablarían durante un rato sobre el prado y las hierbas, y el paso de las estaciones.

Y se mirarían, y sus ojos estarían llenos de todo lo que no había sido dicho ni realizado aún.

Lisa hizo una mueca de sorpresa al ver su reflejo en el agua que aún quedaba en el barreño. El tiempo que había pasado en el prado había conseguido que su piel tuviera un color más dorado, e incluso que pareciera más sensual que antes. También su boca era diferente. Sus labios estaban de algún modo más llenos, más húmedos. Eran una invitación para que Rye los besara, eso si alguna vez lo volvía a hacer. Lisa sacó una palangana más de agua del barreño, se desató las trenzáis, y metió su melena rubia en el agua. Se quedó fuera para lavarse el pelo, sabiendo por experiencia que si no mojaría toda la cabaña..: Suelto, el pelo le llegaba hasta las caderas, era fino y un poco rizado. Se lo secó con la toalla, y se peinó moldeándolo con las manos. Después, sintiéndose un poco vaga, llevó su saco de dormir hasta el prado. Se sentó con las rodillas juntas, dejando que el pelo le cayera sobre la espalda y las caderas para que se secara. La brisa, el calor del sol, y el murmullo de los insectos provocó que al cabo de un rato se le fueran. cerrando los ojos. .Después de un momento dejó de luchar contra el sueño y sé quedó dormida.

Cuando Rye atravesó la verja y entró en el prado, su corazón se detuvo por un momento porque pensó que lo único que cubría el cuerpo de Lisa, era su propio pelo, Moviéndose al ritmo de la brisa, su pelo parecía de seda. Se quedó inmóvil, sintiéndose como si hubiera traspasado la intimidad de una ninfa que había estado oculta hasta ese momento a los ojos del hombre. 

Entonces la brisa volvió a soplar, echando el pelo de Lisa hacia un lado y revelando su cuerpo. Rye sabía que debía darse la vuelta, correr hacia la cabaña, desatar a Diablo, y cabalgar a toda prisa hacía el rancho. Sabía que si iba hacia allí, y se arrodillaba al lado de Lisa, no podría evitar tocarla.

Y sabía que una vez que la hubiera tocado, no podría detenerse. La deseaba demasiado como para confiar en sí mismo.

«Pues dile quién eres».

«¡No! No quiero que esto acabe tan pronto. Nunca me he divertido tanto con una persona en toda mi vida. Si nos hacemos amantes tendré que decirle quién soy, y entonces todo se vendrá abajo»

«De modo que no la toques».

Pero Rye ya estaba arrodillándose al lado de Lisa; la suavidad de su pelo le quitó todo lo demás de la cabeza. Con cuidado, cogió los mechones de pelo, y empezó a acariciarlos. Parecían tener vida. Se elevaban y retraían entre sus manos casi como si pidieran más caricias. Aquella suavidad hizo que a Rye le recorriera un escalofrío. Alzó el pelo hasta sus labios y escondió su cabeza, aspirando profundamente.

Lisa se despertó con languidez. Guando abrió los ojos vio que él estaba a su lado, y que su pelo estaba encima de su cuerpo. Notó más que sintió que su larga melena estaba entre sus dedos, casi como si cada .mechón le llevara hacia él, y a él hacia ella.-                      

Entonces Rye abrió los ojos, y Lisa no pudo respirar. La pasión ardía en ellos, mezclada con una necesidad y emoción que le llegó hasta dentro. Le miró fijamente y vio la verdad que había intuido la primera vez que él había entrado a caballo en el prado y la había encontrado cortando madera. Ella no tenía defensas contra esa verdad elemental, no tenía defensas contra él.

No quería despertarte —dijo él con voz ronca.

No me importa.

Debería. Eres demasiado inocente. No deberías dejar que esté cerca de ti. Confías demasiado en mí.

No puedo evitarlo —dijo ella en voz baja, pero sin titubeos—. He nacido para ser tu mujer. Lo supe en el mismo instante en que me di la vuelta y te vi sentado como un guerrero en un caballo tan negro como la noche, 

Rye no podía soportar la honestidad y certeza que había en los maravillosos ojos de Lisa. Cerró los ojos, y un escalofrío recorrió su  cuerpo.

No—dijo él bruscamente—. No me conoces.

-Sé que eres duro y lo bastante fuerte para herirme, pero no lo harás. Siempre has sido muy atento conmigo, más amable y protector que la mayoría de los hombres lo son con sus propias mujeres y hermanas. Estoy segura contigo. Lo sé, como también sé que eres inteligente, temperamental, divertido y muy orgulloso.

Si un hombre no es orgulloso, duro, y no está dispuesto a luchar, el mundo se le echaría encima.

Sí, eso lo sé también —dijo Lisa—. He visto que eso ocurría en todas las culturas, aunque fueran primitivas y sin civilizar —observó cómo Rye se acariciaba la mejilla con su melena—. ¿Te he dicho que eres muy guapo y que tienes unos dientes blanquísimos?

Rye se echó a reír sin poder evitarlo. Nunca había conocido a nadie como Lisa... irónica, honesta, y con una capacidad de divertirse que se notaba en todo lo que decía o hacía.

Eres única, Lisa.

Ella sonrió tristemente. Había sido única en todos los sitios a los que había ido con sus padres. Siempre observando, nunca formando parte de ese algo llamado humanidad. Había pensado que sería diferente en América, pero no había sido así. Había habido un momento cuando Rye había estado cerca de ella, en que no -se había sentido distinta. Y cuando la había besado, había notado las corrientes de deseo fluir por su sangre, haciéndola sentirse más viva que nunca.

Lisa trazó tanteando la curva del labio inferior de Rye con su dedo índice. Él se apartó rápidamente ante la caricia potente, sin confiar en si podría controlarse. Ella no pudo disimular que se había sentido, herida por su rechazo.

Lo siento —dijo—. Cuando me desperté y te vi, y tenías la cara escondida entre mi pelo... —se interrumpió. Le miró, sonriendo a modo  de disculpa—. Supongo que soy tan novata con los hombres que entiendo una cosa por otra. Pensé que querías...

Lisa volvió a interrumpirse. Tragó saliva, y miró a Rye, tratando de leer su expresión, pero no había nada en ella. Sólo sus ojos estaban vivos, brillando de deseo, ese que estaba tratando de controlar. Ella no sabía eso; sólo sabía que él se había apartado cuando le había acariciado. Él cerró los ojos, y ella, al ver lo rígida que parecía su expresión, creyó que estaba forzándose a ser amable con ella, de modo que no dijo nada. 

Lisa se volvió de espaldas, pero se dio cuenta de que seguía unida a él por su pelo que aún estaba entre sus dedos. Tiró levemente una vez, tratando de liberarse sin llamar su atención. Poco a poco se fue dando cuenta de que él la estaba atrayendo hacia sí.

Tenemos que hablar, pequeña, pero no ahora. Por una vez en mi vida, voy a saber lo que es ser deseado como un hombre. Un hombre cuyo nombre es Rye.

No lo entiendo —murmuró Lisa mientras Rye se inclinaba hacia ella.

Lo sé. Pero esto sí lo entiendes, ¿no?

Lisa dejó escapar un pequeño gemido al sentir los labios de Rye sobre los suyos una vez más. El beso se hizo más insistente, y ella abrió los labios, esperando que la lengua de él entrara en su boca. Pero Rye se negó a esa pequeña consumación mientras movía sus labios con seducción contra los de ella.

Más —murmuró la chica—. Por favor.

Lisa sintió más que oyó la carcajada de Rye. Abrió los ojos, y se encontró con que él la estaba mirando fijamente.

¿No he debido decir eso? —preguntó ella.

Di lo que te apetezca—dijo él, con voz ronca—Me encanta oírte, sentir que te aprietas contra mí para sentir mis besos con intensidad, saber que me deseas. Eso es lo que me fascina más. Que me deseas y saber que soy yo, sólo yo, el que te hace temblar.

Lisa metió sus dedos entre el pelo de Rye, y le empujó hacia ella. Con la misma sensualidad que él le había enseñado hacía unas semanas, trazó la línea de sus labios con la lengua antes de empezar a mordisquearlos. Cuando sintió el escalofrío que recorrió el cuerpo masculino, sonrió y se separó despacio.

Temblar forma parte del deseo, ¿no es así? —preguntó ella suavemente.

Rye cerró los ojos y contó en silencio los latidos de su corazón. La idea de hacer el amor con una mujer tan honestamente sensual y sensualmente honesta como Lisa, hacía que le faltara poco para perder totalmente el control. 

Pero ella era tan inocente que tenía miedo de asustarla antes de haber llegado a excitarla totalmente.

¿Querrás...? —ella se tapó la boca con la mano.

¿Quieres que te bese? —preguntó él, mirándola fijamente.

Sí—dijo ella, suspirando.

¿Cómo quieres que te bese? ¿Así? —los labios de Rye rozaron los de Lisa—. ¿O así? —volvió a hacer lo mismo, pero persistió un poco más—. ¿O así? —dibujó sus labios con la lengua y entró dentro de ellos hasta que Lisa gimió suavemente, y se ofreció para que el beso se hiciera más profundo—. ¿Es esto lo que quieres? —susurró él. 

Lisa sintió finalmente que la lengua húmeda de Rye entraba por entero dentro de su boca, y sintió que su cuerpo se endurecía. Él la exploraba con sensualidad, haciendo que se deshiciera con él, moviéndose a su mismo ritmo. Lo que había empezado como un simple beso se convirtió en la consumación que tanto había esperado. Le abrazó con más fuerza, olvidando lo que le había dicho de que no debía confiar en él, sabiendo únicamente que estaba entre sus brazos, y que era incluso mejor que como lo había soñado. Cuando Rye dio por terminado el beso, ella gimió y le abrazó por el cuello, pidiendo más. 

Shh —dijo Rye, mordiendo suavemente la lengua de Lisa—. No  voy a ninguna parte si no es contigo- Vas a estar conmigo todo el tiempo, aunque muera en el intento... todo el tiempo. Recambió de sitio lentamente, colocándose mejor en el. saco de dormir, mientras le besaba el pelo. Sin dejar de mirarla, se apretó juntó a ella y le acarició la mejilla. Lisa le cogió la mano, y la besó antes morderla sin muchas contemplaciones. Él gimió de placer. Sus ojos tomaron un color diferente mientras miraba la boca y el pecho de que se discernía bajo la blusa.

Continuó acariciándole la garganta, y después, lentamente, los dedos se deslizaron por debajo del cuello de la blusa. Ella no llevaba sujetador, de modo que pronto alcanzó su pecho para acariciarle: pezones. Ella gimió sorprendida y al mismo tiempo de placer, y puso su mano sobre la de él como queriendo evitar que volviera a acariciarla de un modo tan íntimo otra vez. 

¿Me estás diciendo que no quieres que te haga esto? —

Rye, moldeando la forma de su pecho, y acariciando su pezón de un modo muy sensual. 

Lisa experimentó todo tipo de sensaciones en su cuerpo que le impedían hablar. Gimió suavemente, y se arqueó ante las caricias de Rye.

Eso es —murmuró él, sin dejar de acariciarla, escuchando sus suaves gemidos, sintiendo los ecos de su placer en su propio cuerpo que cada vez estaba más excitado—. Dime qué es lo que quieres, pequeña. Te lo daré. Todo lo que quieras, todo lo que jamás has imaginado.

Quiero... —Lisa no podía hablar, mientras Rye continuara provocando ese tipo de sensaciones por todo su cuerpo—. Yo... 

Lisa se dio por vencida en su intento por hablar. Apretó la mano de Rye contra su pecho, pidiendo en silencio que le diera más. Sonriendo, él apartó su mano de la de ella, y terminó la caricia que había conseguido que toda la piel de Lisa ardiera de pasión.

-¿Rye?

¿Sí? —preguntó él.

Desabrochó el primer botón de la blusa, después el segundo, después el tercero. Cuando empezó a quitarle la prenda, Lisa gimió sorprendida. Sus manos agarraron la prenda medio quitada y se tapó con ella.

¿No quieres que te acaricie? —preguntó Rye suavemente.

Yo... yo nunca... No lo sé.

Tu cuerpo sí lo sabe. Mira.

Lisa miró su pecho. Los pezones estaban erectos, sobresaliendo por debajo de la blusa, suplicando que fueran acariciados otra vez. Mientras ella observaba, los dedos de Rye dibujaron el círculo de un pecho, después del otro, haciendo que los pezones sé endurecieran más aún, y provocando sensaciones por todo el cuerpo de ella.

Te gustará todavía más sin la prenda —murmuró Rye, sonriendo mientras escuchaba los gemidos que él mismo estaba provocando en Lisa—. Déjame verte, pequeña. No te tocaré a no ser que tú quieras que lo haga. ¿De acuerdo?

Lisa asintió lentamente con la cabeza; temía que su voz no le respondiera si intentaba hablar.

Sin dejar de mirar a Lisa a los ojos, Rye le quitó poco a poco la blusa. Después sus caricias se hicieron más intensas. Vio que ella tenía los ojos medio cerrados, sintió cómo se estremecía mientras a su pecho le llegaba el primer rayo de sol. 

Sí —-susurró Lisa, moviéndose lánguidamente—. Sí. La luz del sol es tan maravillosa que casi me hace daño, pero no me hace sentir ni la mitad de bien que cuando tú me acaricias.

Rye gimió ante la inesperada ola de pasión que sintió dentro de sí. Ella era todavía más bella de lo que había esperado, lo era tanto que parecía imposible. Su pecho era suave, lleno de vida, su piel pálida, y  su pezón parecía invitarle a que su lengua lo probara.

Lisa se dio cuenta de que el cuerpo de Rye se había endurecido, y también vio su expresión mientras observaba su pecho desnudo.

-¿Rye?

El pulso de Rye se aceleró cuando Lisa pronunció su nombre con un tono de deseo que acompasaba perfectamente con el que él mismo sentía. Su cuerpo estaba tan lleno de ansiedad que apenas podía pronunciar palabra.

Me estás quemando por entero —dijo él con voz ronca—, y apenas te he tocado. Eres tan inocente... Pero yo no lo soy. Te deseo tanto que me duele todo el cuerpo. Deseo desnudarte, oírte gritar mi nombre cuando te acaricie donde ningún otro te ha tocado. Quiero besarte por todo el cuerpo, que mi pecho se junte con el tuyo, trazar la línea de tu vientre con mi lengua, saborear la piel suave que hay entré  tus muslos, acariciarte de todas las formas en que un hombre puede acariciar a una mujer. Pero eres tan malditamente inocente, que te asustaría con sólo besar tu pecho. 

Lisa intentó decir algo, pero no pudo. Las palabras de Rye habían sido como caricias que le habían robado el aliento.

--¿Entiendes lo que te estoy diciendo? —preguntó él bruscamente—. No estoy hablando de darte unos cuantos besos más y después irme a mi casa. Estoy tratando de decirte que quiero estar tendido desnudo a tu lado, y acariciarte de formas que no puedes ni imaginar, y cuando no puedas soportarlo más, empezaré desde el principio otra vez hasta que estés tan fuera de tí que ni siquiera sepas tu propio nombre.

Lisa abrió más los ojos, y dejó escapar un suspiro.

Y entonces será cuando te tomaré, y tú rne tomarás a mí, durante un momento no existirás ni tú ni yo, sólo nosotros disfrutando del placer por el que la gente llega a matar o a morir —hizo una pausa—. ¿Lo entiendes? Si sigo acariciándote del modo en que tu cuerpo me está pidiendo que lo haga, no saldrás de este prado