Capítulo Doce
Bajo la brillante luna nueva, que iluminaba la noche con su luz plateada, Rye no se arriesgó a coger el sendero que solía tomar como atajo para ir al prado. En su lugar, tomó el camino de la vía del tren, siguiendo las huellas que se habían quedado grabadas en la tierra y que todavía estaban húmedas por la tormenta que había habido al anochecer. Se concentró únicamente en esas huellas, y dejó que el resto de! mundo se perdiera en la nada. No quería pensar en la pelea que había tenido con su padre en el establo, ni en las sombras en los ojos de Lisa, o en la rabia y miedo que había sentido cuando se había vuelto y había visto que ella se había marchado, casi como si nunca hubiera existido, sin dejarle siquiera una nota, una caricia, nada.
«El verano no ha terminado», se dijo firmemente. «No puede irse».
Las nubes arrastradas por el viento tapaban parcialmente la luna, debilitando su brillo brevemente hasta que se disolvían; entonces, sólo la noche y las estrellas permanecían.
Las ramas de los árboles perennes suspiraban y gemían mientras sus copas eran mecidas por los dedos transparentes del viento. La noche parecía inquieta, suspendida entre el frío y el calor, con la brisa que iba y venía, jamás inmóvil, casi como si el aire estuviera buscando respuestas a preguntas sin formular en la oscuridad que yacía bajo el ojo ciego y plateado de la luna.
Pero el prado estaba callado, inmóvil excepto por el sonido inquietante de los álamos mecidos por el viento. El bufido de un caballo llegó a través de la noche. Diablo contestó y trotó rápidamente hacia donde estaba atado entre los álamos.
El sonido de pisadas hizo que Lisa se alzara de un montón de sábanas y mantas. No había dormido más que unos minutos desde que había vuelto al prado. Había esperado que Rye fuera a verla después del baile, pero había tenido miedo de que no lo hiciera. Incluso en ese momento, no confiaba en sus propios oídos. Había deseado oír ruido de
pisadas acercándose al prado con tanta ansiedad que las había escuchado cada vez que se había quedado dormida, y entonces se había despertado con el corazón agitado, y las pisadas retumbando en su mente.
Pero esa vez los sonidos eran reales. Se puso de pie de un salto y abrió la puerta de la cabaña.
—¿Lisa?
Ella corrió hacia él, incapaz de no demostrar su alegría. Rye la cogió entre sus brazos, la abrazó con Fuerza, dejando que su pelo cayera como una cascada sobre sus propios hombros. Las lágrimas de Lisa quemaron su piel, sorprendiéndole.
—Tenía miedo de que no fueras a venir —dijo ella una y otra vez, sonriendo, llorando, y besándole entre una palabra y otra—. Tenía tanto miedo...
—¿Por qué te fuiste? —preguntó, pero su única respuesta fue seguir besándole y apretarse con más fuerza a él—. Pequeña —susurro, perturbado por emociones que no podía describir—. Sea lo que sea, no te preocupes. Estoy aquí... estoy aquí.
La llevó a la cabaña y se tendió con ella sobre las mantas, sin soltarla ni un segundo, olvidando su rabia y sus preguntas en su deseo de reconfortarla. Después de un largo rato, Lisa empezó a tranquilizarse y dejó de llorar.
—Lo siento —dijo Lisa finalmente—. Quería ser como... como las hojas de los álamos. Ellas sonríen con tanta alegría, siempre, no importa lo que ocurra, y de pronto yo... yo no pude, y... lo siento.
Rye la acalló besándola con afecto en los labios y en los ojos llenos de lágrimas, y después la abrazó con más fuerza aún. Poco a poco, Lisa se fue relajando, mientras absorbía la presencia de Rye al igual que él absorbía la suya. Ya tranquila, notó que su cuerpo se amoldaba una vez más a cada músculo del cuerpo masculino. El cerró los ojos y la apretó contra sí, aspirando su aroma, y murmurando palabras cariñosas hasta que su respiración se normalizó.
Sintió los besos que ella le daba en él cuello y sonrió, teniendo la impresión de que le habían quitado un peso muy grande del corazón.
—¿Ya puedes decirme qué es lo que te pasa? —murmuró Rye, frotando su mejilla contra la suave melena de Lisa.
Ella movió la cabeza y le miró fijamente. Sus ojos brillaban acuosos por las lágrimas y con algo de deseo también.
—Ya estoy bien —dijo ella, acariciando con la nariz la mejilla de él, aspirando su aroma—. Estás aquí.
—¿Pero qué...?
Rye sintió que Lisa le mordisqueaba !a oreja y olvidó la pregunta que había querido formular. Empezó a acariciarle la espalda queriendo algo más que tranquilizarle. El cambio produjo que sintiera una ola de calor en su oído.
—Te vas a meter en problemas si haces eso —le avisó él con ternura.
—Preferiría meterme dentro de tu camisa —murmuró ella, acariciando el pecho de Rye con sensualidad.
—Lleguemos a un acuerdo —dijo él con voz ronca—. ¿Qué dices de mis pantalones?
Ella sonrió y le mordió la oreja. Cuando se volvió para besarle él la estaba esperando sonriendo. Se burlaba de él, como él se había burlado de ella una vez, pasándole la lengua por los labios hasta que Rye no pudo soportar más. Se movió repentinamente, y trató de capturar la boca de ella para besarla del modo que deseaba. Gimió cuando ella le eludió.
—Ven aquí —dijo Rye con tono firme y ansioso.
Lisa se rió coqueta al tiempo que obedecía. Le besó con una violencia que traspasó los límites de la pasión. El beso se fue haciendo más y más profundo, mientras Lisa iba practicando lo que había aprendido de él.
Y eso era sólo una de las cosas que él le había enseñado.
Lisa tembló al pensar en las formas diferentes en que Rye se había burlado de ella y le había dado placer. Quería excitarle y satisfacerle de esa misma manera, si conseguía que él dejara su cuerpo en libertad. ¿Le gustaría a él que le hiciera el amor con los labios y las manos?
-¿Rye...?
—Bésame otra vez de ese modo —dijo él con voz ronca, buscando la boca de Lisa mientras hablaba—. Sin final, sin principio, nada excepto nosotros dos.
Lisa juntó su boca con la de Rye, y le besó con la misma violencia que él mientras ef tiempo quedaba suspendido entre la estación del fuego y la llegada del hielo. El beso cambiaba a cada segundo, unas veces burlón, otras profundo, pero siempre apasionado y total, hasta que llegó un momento en que ninguno de los dos pudo soportar más.
Pero tan pronto como sus bocas se separaron, él volvió a besarla con una necesidad que rayaba en lo imposible.
—Otra vez —murmuró Rye—, No te detengas, pequeña. Te necesito demasiado. Te busqué por el rancho y no estabas en ninguna parte.
Lisa supo todas las cosas que Rye no había dicho, su rabia y su desconcierto, su ira indescriptible al darse cuenta de que todo había cambiado antes de que él estuviera preparado para que se produjera siquiera un solo cambio,
—No pertenezco a allí abajo —murmuró Lisa, sin dejar de besar a Rye, sin dejarle que dijera nada más-—. Pertenezco a este sitio, a un prado y a un hombre llamado Rye. Sólo un hombre llamado Rye.
El beso profundo y apasionado que Lisa le dio hizo que Rye gimiera de placer, y que deseara más y más. Su cuerpo se excitó y endureció con la misma necesidad con que buscaba la boca de ella, para beber su esencia con una sed que no conocía límites. Ella le desabrochó y le quitó la camisa y él gimió al sentir la piel femenina contra la suya, sin ropas que estorbaran sus caricias.
—Pequeña, acércate más —murmuró Rye, atrayendo a Lisa hacia sí, hasta que sus piernas se separaron, y se quedó medio sentada, y medio tendida encima de él—. Necesito tu boca. Necesito...
Lisa sintió el escalofrío que recorrió el cuerpo de Rye cuando ella eludió su beso, y empezó a mordisquearle un pezón. Escuchar sus gemidos, sentir cómo su piel se sensibilizaba más con cada una de sus caricias la excitaba más de lo que podía soportar. Olvidó todo excepto al hombre que se estaba dejando llevar por su sensualidad, que la observaba con los ojos llenos de deseo y pasión.
Acarició su pecho con las mejillas, mientras con las manos exploraba cada centímetro de sus hombros. Deseaba sentir cómo se erizaba cada poro de su piel, cada músculo, cada pequeña fibra con la que se encontraba. Su excitación era tal, que cuando se encontró con la tela de sus pantalones, no pudo soportarlo, y empezó a desabrocharle el cinturón.
Entonces Lisa se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Miró a Rye, preguntándole en silencio si quería que siguiera. La pasión que notó en sus ojos, hizo que algo estallara dentro de ella, llenándola de calor.
—¿Qué quieres? —preguntó con una voz tan profunda y suave que era casi como un beso.
—Desnudarte.
—¿Y después? -—preguntó él, sonriendo.
—Darte placer —murmuró ella, mordiéndose un labio sin darse cuenta—. ¿Quieres?
Lisa sintió la respuesta de Rye en la forma en que su cuerpo se endureció.
—Siempre he creído que algún día moriría bajo las suaves caricias de tus labios —murmuró él.
Lisa pronunció su nombre en voz baja y ronca, haciéndole una promesa y ofreciéndole un gemido de placer al mismo tiempo. Quiso besarla una vez más, pero ella se escabulló, dejando que él acariciara su pelo. Le quitó una bota, después la otra, para seguir con los calcetines, hasta que sus pies quedaron desnudos. Entonces metió los dedos por debajo de la tela del pantalón, hasta que sintió que el vello de sus piernas se erizaba al contacta. El poder de sus músculos la sorprendió y excitó al mismo tiempo.
Entonces, sacó las manos de debajo de la tela del pantalón, y empezó a acariciarle los muslos, hasta que llegó hasta su sexo que parecía bastante duro, pero que no llegó a acariciar. Él gimió, entre protestando, y suplicando, ya que necesitaba sentir esas caricias también.
La segunda vez Lisa no dudó un segundo en poner su mano sobre el sexo de él. Levantó la mano, alcanzó la hilera de botones, y entonces se detuvo, tratando de controlar el temblor de sus manos.
—No tienes que hacerlo —dijo Rye suavemente—. Sigues siendo tan inocente en tantas cosas... Lo entiendo.
—¿De verdad? —preguntó Lisa—. Te deseo, Rye. Quiero todo de ti. Lo quiero esta noche. Lo quiero... ahora.
Rye contuvo el aliento mientras sentía cómo Lisa iba abriendo los botones. Se movió por debajo de sus caricias, y después sintió un escalofrío cuando ella le tocó. Cuando Lisa se dio cuenta del placer que le proporcionaban sus caricias, su cuerpo tembló con la misma clase de fiebre que hacía que el cuerpo de el se excitara cada vez que le tocaba. Sus últimas dudas desaparecieron al sentir que su propio cuerpo ardía de deseo por. él.
—Haces que me sienta como un regalo en la mañana de Navidad —dijo Rye gimiendo de placer.
—Eres un regalo —murmuró Lisa, sin dejar de acariciarle—. Eres maravilloso... pero llevas demasiada ropa aún —añadió, sonriendo y quitándole los pantalones al mismo tiempo.
-Termina el trabajo —dijo Rye, riéndose y demostrando una necesidad que estaba consiguiendo sacarle totalmente de sí.
No dudó un instante en desnudarle totalmente esa vez, pero a pesar de todo, no estaba dispuesta a entregarse todavía. Rye tampoco tenía prisa, quería sentir las caricias de Lisa.
Entonces Lisa desapareció en la oscuridad por unos instantes. Cuando reapareció, iluminada por la luz de la luna, estaba tan desnuda como Rye. Cuando vio sus pezones erectos, y el resto de su cuerpo, Rye contuvo el aliento y soltó un suspiro de placer.
—¿Dónde estábamos? —bromeó ella, sin dejar de mirar el cuerpo tendido de Rye—. Sí, ahora me acuerdo —dijo. Se puso de rodillas, dejando que su melena cayera sobre el cuerpo de él—. Era verano, y el prado era una alfombra dorada que temblaba cuando nosotros lo hacíamos, moldeando nuestros cuerpos. No había pasado, ni futuro, ni tú, ni yo, sólo la luz del sol y... esto —cogió un mechón de su cabello, y se inclinó sobre él, para quemar su piel con sus caricias, al tiempo que su lengua repasaba cada centímetro de carne que su pelo tocaba—, ¿Te acuerdas?
Rye quiso responder, pero no pudo. El placer que sentía era tan fuerte que no le dejaba emitir más que gemidos, que a su vez excitaban aún más a Lisa. Con fuerza apretó sus muslos, sintiendo la profundidad y el poder de sus músculos, el calor de su piel y la intensa intimidad de poder explorar todo su cuerpo, oír su respuesta, sentirla, saborearla.
—Pequeña —murmuró él—, no sé durante cuánto tiempo podré soportar esto antes de.:.
La última palabra estalló en el aire con un gran gemido de placer. Las frías y secas caricias del pelo de Lisa sobre su vientre eran un violento contraste con el húmedo calor de su boca. Intentó hablar otra vez, pero no pudo, ya que no le había quedado voz, no recordaba las palabras, ya que nada existía, nada excepto el éxtasis que ella le estaba ofreciendo. Se dejó llevar totalmente por lo que ella le hacía hasta que supo que debía entrar dentro de ella pronto porque si no moriría. Alargó la mano hacia ella, pero una dulce sensación de placer le obligó a detenerse.
-—Ven aquí —susurró Rye—. Ven aquí, pequeña. Déjame hacerte el amor.
Lisa le oyó, y sintió la necesidad de Rye en cada fibra de su cuerpo. Con una desgana que estuvo a punto de hacer que él perdiera totalmente e! control de sí mismo, su boca se separó de él. Entonces Rye le acarició los pezones, y ella gimió suavemente. No había sabido hasta ese instante lo mucho que había necesitado sus caricias.
—Acércate más —dijo Rye, sin dejar de acariciar el pecho de Lisa, urdiéndola a que se deslizara hacia su cara—. Sí, eso es, más cerca. Ven a mí. Más cerca. Acércate, pequeña. Te deseo —dijo él, mordiendo suavemente su muslo por dentro, disfrutando con el estremecimiento de placer que recorrió a Lisa cuando él empezó a acariciar su sexo—. Sí, eso es lo que quiero —dijo con voz ronca—. Me encanta tu calor... la fiebre aterciopelada... Más cerca, pequeña. Acércate, acércate... sí.
Lisa se estremeció y se mordió un labio para contrarrestar las sensaciones que recorrían su cuerpo. Gimió suavemente, aunque no se dio cuenta de ello. El éxtasis le estaba devorando con tanta intensidad que no podía decir cuándo había comenzado o si alguna vez acabaría. Sin darse cuenta, sus ojos se llenaron de lágrimas, y empezó a pronunciar su nombre mientras él recompensaba sus caricias sensuales con otras mil veces más excitantes, compartiendo su placer tal y como ella lo había compartido con él, hasta que Lisa no pudo soportarlo más y le rogó que entrara en ella.
Con suavidad, Rye la levantó y empezó a bajaría hasta que ella pudo sentir que su sexo la buscaba. Con la primera caricia de su sexo contra el de ella, sintió que una ola de placer ascendía desde lo más profundo de su ser. Entonces, Rye la penetró, y ella gímíó y empezó a mover sus caderas encima de él, muy despacio, dejándose llevar por el éxtasis que traspasaba toda su piel. El intentó ir más despacio, pero los movimientos de Lisa eran demasiado excitantes. La abrazó por la cintura mientras su sexo entraba totalmente en ella, hundiéndose en la pasión, entregándose por completo una y otra vez hasta que el último resto de éxtasis se diluyó. Pero siguió moviéndose con ella, dentro de ella, saboreando la sensación increíble de su cuerpo encima de su pecho.
Después de un largo rato, Lisa levantó la cabeza. Él protestó, y la obligó a apoyarse sobre su pecho otra vez. Ella empezó a besarle en los brazos, para después quitarle las gotas de sudor con los labios. Volvió la cabeza, y empezó a mordisquearle un pezón, tras lo cual sintió que él se endurecía dentro de ella. La sensación era indescriptible, era como si sus nervios estuvieran siendo traspasados por una especie de electricidad.
Rye sonrió cuando se dio cuenta de que ella estaba más tranquila, tanto que parecía que estuviera tratando de hundirse dentro de él tan profundamente como él lo estaba dentro de ella.
—Mírame, pequeña.
Lisa le miró. El movimiento tensó su cuerpo tal y como Rye había esperado que_ lo hiciera. Sonrió cuando notó que su cuerpo también se tensaba. Lisa le besó en los labios, sintió los latidos de su corazón en el pecho, y vio el brillo intenso de sus ojos.
—Esta vez, iremos más despacio —dijo Rye con voz ronca-—-, tan despacio que creerás que estás punto de morir.
Ella empezó a decir algo, pero no pudo terminar, ya que él estaba moviéndose otra vez, y ya nada le parecía real. Se agarró a él, siguiéndole, deteniendo el final del verano con cada caricia, cada gemido cada ola de placer. Cada vez que sus cuerpos se juntaban, cada caricia dada y recibida, cada sensación compartida, era como las hojas brillantes de los álamos brillando con el cielo otoñal de fondo. La luna llena y el mediodía se hicieron borrosos hasta que el tiempo quedó suspendido. Los principios y finales habían quedado olvidados, dejando únicamente a un hombre y a una mujer unidos, de los cuales ninguno quería saber dónde terminaba uno y empezaba el otro.
Lisa se despertó en cuanto el sol asomó por detrás de las cimas de las montañas. Memorizó la expresión de paz que tenía Rye antes de levantarse y se vistió sin despertarle. Terminó de llenar la mochila con las pocas cosas que le quedaban, la cerró y salió al exterior de la cabañaa. Se dirigió a Nosy, le desató, y le urgió a salir del prado para entrar en el mundo que estaba detrás.
El canto del gallo despertó a Rye un rato después. Con los ojos cerrados, buscó a Lisa, pero se encontró con que no había nadie a su lado. Se dirigió a la puerta, la abrió y miró a su alrededor. La tierra seguía escarchada, el hielo brillaba con cada cambio del viento. Lisa no estaba por ninguna parte, no se veía humo, ni las llamas del fuego que debía calentar el desayuno. Se quedó mirando durante largo rato, sintiendo que algo en el prado había cambiado, decidiendo finalmente que sólo era la escarcha la que le daba ese aspecto diferente.
—¿Lisa?
No hubo respuesta.
—¡Lisa!
Su voz hizo eco, pero sólo obtuvo silencio en respuesta.
Rye sintió un escalofrío, lo cual le hizo darse cuenta de que estaba desnudo. Volvió al interior de la cabaña y se vistió con la misma rapidez con que se había desnudado la noche anterior, diciéndose a sí mismo todo el tiempo que no ocurría nada, que Lisa debía estar examinando las plantas, y que no le había oído llamarle, eso era todo.
—Maldita sea —-murmuró mientras se ponía las botas—-. Estoy más que harto de darme la vuelta y descubrir que ella se ha ido. En cuanto la encuentre, le voy a poner una cuerda. El prado no necesita ni la mitad de atención que yo.
El recuerdo de la noche que habían pasado traspasó a Rye con una intensidad tal que su cuerpo volvió a excitarse. Nunca había conocido a una mujer tan dulce y al mismo tiempo tan desenfrenada, deseándole sólo a él, sin pedirle absolutamente nada a cambio.
Y eso era lo que él le había dado. Nada. A pesar de lo que había pasado, había corrido hacia él en la oscuridad, deseándole. Sólo a él. A un hombre llamado Rye.
Rye se quedó helado en el momento en que cogió su chaqueta del suelo.-La incomodidad que había tratado de ignorar desde el momento en que se había despertado y se había dado cuenta de que Lisa no estaba a su lado, le invadió de nuevo. Ya no podía seguir evadiéndose de las preguntas que se había hecho a sí mismo.
«Ella deseaba a un hombre llamado Rye. Pero yo no soy sólo Rye. Soy el jefe Mac también, y Edward Ryan McCall III».
Se preguntó si había sido por eso por lo que Lisa había llorado la noche anterior... ¿había esperado algo de él? Pero ella no le había pedido nada. Ni siquiera una vez. Y cuando sus lágrimas se habían secado, le había hecho el amor casi como si él le hubiera puesto un puñado de diamantes en las manos.
Con quietud, Rye se dirigió a la puerta de la cabaña, y miró fuera buscando algún signo de que Lisa pudiera estar allí. Sólo parecían vivos los álamos, cuyas hojas amarillas brillaban como miles de sonrisas. Volvió a mirar a su alrededor, y después se metió otra vez en la cabaña, tratando de hacer desaparecer el temor que estaba sintiendo tan claramente como el frío.
—Puedo hacer un poco de café —murmuró—. Sea lo que sea lo que esté haciendo, no tardará mucho. Hace frío ahí fuera, y ella ni siquiera tiene una chaqueta decente. Diablos, podía haber tenido el buen juicio de coger la mía.
Rye sabía que Lisa no habría cogido nunca su chaqueta. Estaba demasiado acostumbrada a vivir sin las cosas que la mayoría de las personas tenían por indispensables. De pronto, la idea de regalarle una le hizo dejar de dar vueltas y sonreír. El regalo sería inesperado y lo apreciaría. Le compraría una chaqueta que hiciera juego con sus ojos.
Sonriendo, Rye se dirigió al campamento. A mitad de camino se detuvo, sintiendo que el desasosiego cristalizaba como el hielo en su sangre.
No había ningún fuego, ni cafetera, ni utensilios por ninguna parte. Parecía como si Lisa no hubiera hecho nunca un campamento allí, como si nunca se hubiera calentado las manos al fuego, como si nunca hubiera dado de comer a los vaqueros con pan recién hecho y café fuerte.
Rye se dio la vuelta y dirigió la mirada hacia el prado, dándose cuenta demasiado tarde de lo que le había estado preocupando. No había huellas en la escarcha, ninguna señal de que Lisa hubiera traspasado la verja para examinar las plantas. Abrió la boca, tratando de gritar el nombre de Lisa, pero no consiguió hablar, sólo gemir de desaliento y pesar.
Ella se había ido.
Rye corrió a la cabaña, diciéndose a sí mismo que estaba equivocado, que ella no podía haberse ido. Abrió el armario, y no vio ni una sola prenda de vestir. No había nada de Lisa. Ni su mochila, ni la cámara, ni un solo carrete. Ningún paquete tampoco. Nada excepto una bolsa de papel marrón que había sido colocada y olvidada en el rincón más alejado del estante más alto.
Se quedó mirando la bolsa durante un momento, recordando la última vez que la había visto, recordando el dolor en los ojos de Lisa cuando había descubierto su verdadera identidad; y entonces le había quitado la bolsa de las manos, diciéndole que había sido para un hombre llamado Rye, no para el jefe Mac, que no necesitaba un regalo suyo.
Rye sacó la bolsa del armario lentamente. La abrió, metió la mano dentro y tocó una tela tan fina que al principio pensó que era seda. Rompió la bolsa, dejando que su contenido cayera sobre sus manos.
Una prenda de un gris luminoso acarició su piel. Pequeños destellos de azul, y de verde brillaron con cada movimiento de sus dedos. Caminó despacio hacia el exterior de la cabaña y salió. Era una camisa de hombre, que se movía entre sus manos, casi como si estuviera viva, dado que su color gris cambiaba de color según le diera la luz. El tejido de la tela era tan fino que estuvo a punto de aceptar lo que su sentido del tacto le había sugerido en primer lugar; pero no, lo que tenía en sus manos era lino de primera calidad.
Acarició la tela suavemente, casi como si fuera humo que pudiera desaparecer con sólo soplar. La superficie de un botón se deslizó por su dedo. Su textura satinada captó su atención, así como los pequeños diseños que había dibujados. Poco a poco se fue dando cuenta de que estaba mirando marfil o algo parecido que había sido cortado y tallado con muchísimo esmero. También el cuello estaba realizado con mucha destreza; no tenía frunces en los bordes, y las puntadas eran tan pequeñas que apenas se veían.
—¿Dónde diablos ha comprado esto? —murmuró—. ¿Y cómo demonios pudo comprarlo?
Miró en la parte interior del cuello para ver la etiqueta. No tenía, y aún así la hechura era superior a cualquier otra que hubiera visto en su vida. Abrió la camisa y buscó las costuras laterales, donde la mayoría de los diseñadores ponían la etiqueta. De nuevo, no vio nada excepto la destreza con que la camisa había sido realizada. Las costuras estaban terminadas de tal modo que ningún hilo sobresalía por encima de los demás.
Con incredulidad, volvió a pasar los dedos por las costuras, diciéndose a sí mismo que no podía ser verdad, que ella no le había podido hacer esa camisa con los pocos utensilios que llevaba en su mochila. No podía haber tallado esos botones de una cornamenta, y haberlos pulido con sus propias manos hasta que al tacto parecieran marfil. No podía haber pasado hora tras hora sentada con las piernas cruzadas en el interior de la cabaña, dando pequeñas puntadas, alisando la tela, dando más puntadas, y después más hasta que anochecía, y tenía que dejar la camisa a un lado hasta que el sol volviera a aparecer por la mañana,
Y después había descubierto quién era él, y había salido corriendo sin siquiera hablarle del regalo que ella misma había hecho con tanto esmero. Rye cerró los ojos por un momento, incapaz de soportar el dolor de la verdad que tenía entre sus manos; todas las preguntas estaban contestadas.
La camisa seguía entre sus manos, dándole la prueba de lo que no había podido ver gracias a su ceguera. Había estado tratando de protegerse con tanto afán, que la había herido increíblemente, y él tampoco se había dado cuenta de ello. Hasta ese momento.
Rye sé quedó mirando la camisa hasta que ésta se mojó con las lágrimas que se deslizaron por sus mejillas. Se quitó la chaqueta y la camisa que llevaba despacio, y se puso el regalo que Lisa había hecho para un vaquero pobre llamado Rye.
Le quedaba perfectamente, tal y como ella se acoplaba a el.
Lisa guió el caballo hacia el sendero que provenía de la vía de tren. El camino llevaba hasta la High Pass y hasta el rancho cercano de los Leighton. Nosy redujo el paso inmediatamente. Lisa le alentó a continuar más deprisa, y acabó espoleándole. El caballo aceleró la marcha de mala gana. Pero en cuanto ella se relajó, el caballo volvió a su paso de tortuga. Quería volver al rancho, y no pretendía ponérselo fácil si Lisa quería ir en otra dirección. Se detenía en cuanto encontraba una sombra, y sus orejas estaban echadas hacia atrás de un modo que indicaba lo enfadado que estaba.
— Mira — dijo Lisa, cuando el animal se detuvo otra vez — . Sé que éste no es el camino para ir al rancho, pero es el sendero que quiero tomar,
— ¿Estás segura de eso?
Lisa levantó la cabeza. Miró con incredulidad el sendero que había enfrente de ella. Rye estaba montado en Diablo, observándola. El caballo respiraba acalorado y su cota brillaba de sudor. En la brida y en la silla de montar había trozos de hojas perennes y de álamos.
— ¿Cómo has...? — preguntó Lisa.
— El atajo — dijo Rye sucintamente.
— No deberías haber venido — dijo ella, tratando de no echarse a llorar—. Quería que me recordaras sonriendo...
— Tenía que venir. Te dejaste algo muy importante en la cabaña.
Le observó sin poder hacer nada mientras él se desabrochaba la chaqueta. Guando vio la camisa, se puso pálida. ..
—No... no lo entiendes —dijo Lisa tristemente, dejando que las lágrimas se desligaran por sus mejillas—. La... hice para un vaquero llamado Rye. Pero él no existe fuera del prado y del verano, Y yo tampoco,
--Estás equivocada. Soy muy, muy real, y tú también. Ven aquí, amor mío.
-—No creo... —dijo Lisa, casi temblando.
—Déjame a mí —dijo Rye con voz ronca—-. Acércate, pequeña. Acércate.
Ella cerró los ojos con un gemido de angustia, incapaz de soportar estar viéndole sin poder tocarle. Estaba muy cerca físicamente, pero muy lejos de su alcance a otro nivel.
Sin avisar, Rye guió a Diablo hacia delante, se inclinó, y cogió a Lisa en brazos. Hundió su cara en su pelo sin hacer ningún intento por ocultar la emoción que le envolvía cuando los brazos de ella pasaron por detrás de su cuello para abrazarle con la misma ternura con que él la estaba abrazando.
—Prado o rancho, verano o invierno —dijo él—. Rye o jefe Mac o Edward McGalt III, no importa. Todos ellos te aman. Te amo. Te amo tanto que no sé por dónde empezar para demostrártelo.
Rye besó a Lisa despacio, queriendo decirle lo mucho que la amaba, que la necesitaba, pero no tenía palabras, sólo el calor de su cuerpo y la ternura de sus besos. Sintió las lágrimas de ella sobre sus labios y oyó que le expresaba su amor con pequeños susurros. La abrazó con fuerza, sabiendo que nunca más se despertaría solo en el prado.
Se casaron en el prado, rodeados de las sonrisas brillantes de los álamos. Él se puso el regalo de Lisa aquel día, y en el aniversario de su boda durante los años que siguieron. Las estaciones fueron y vinieron por el prado, los ciclos de renovación y cambio, el crecimiento y la recolección, el ritmo elemental de la época de las tribus Sobre la alfombra dorada del prado se oyeron las risas de sus hijos, y las de los hijos de sus hijos, y cada uno de ellos descubrió en la plenitud de sus vidas lo que los álamos siempre habían sabido.
La fiebre aterciopelada conocida como amor no está dirigida ni por las estaciones, ni por el espacio, ni por el tiempo.