Capítulo Tres
Mientras Rye observaba los movimientos de Lisa por el campamento, decidió que la última candidata que te había preparado su padre era diferente, y no sólo por su delicada belleza. Podía pensar cualquier cosa de ella, pero lo que no podía decir era que no fuera trabajadora. No sólo había cortado el tronco con un hacha vieja, pesada y demasiado grande para ella, sino que además había malgastado su tiempo en organizar la cabaña, que después de varios veranos en los que había sido utilizada por diferentes estudiantes, había terminado en un caos total. Latas de aluminio gastadas, envases de plástico y botellas de cristal, estaban amontonados junto a la cabaña.
—La próxima vez que venga, traeré una bolsa para llevarme toda esa basura —se ofreció él.
Lisa levantó la mirada de la sartén en la que estaba friendo el beicon.
—¿Basura?
—Las botellas y las latas —dijo él, señalando hacía donde estaban. •
-Ah. _
Lisa frunció el ceño mientras retornaba su atención al beicon. Donde ella había nacido, esa pita habría sido considerada material en bruto más que chatarra. Los cristales rotos habrían sido transformados con paciencia en joyas, o se habrían afilado cuidadosamente hasta conseguir que fueran el filo de un cuchilla. Era una técnica que ella misma había utilizado más de una vez, cuando había vivido en tribus que eran demasiado pobres o demasiado apartadas de sitios civilizados para reemplazar los cuchillos de acero cuando éstos se perdían o rompían. El acero moderno tenía un filo muy bueno, pero era demasiado caro. En cuanto a las botellas de plástico habrían sido utilizadas para llevar el agua, semillas, harina o sal; o incluso habrían servido para hacer flotar las redes de pesca. Las latas de aluminio habrían sido olvidadas hasta que se convirtieran en algo útil o habrían sido tiradas con desgana en cualquier parte.
—Gracias -—dijo Lisa—. Si no te importa, me gustaría quedarme con algunas de esas cosas por ahora. La bolsa estaría muy bien, eso si, si es que tú no lo necesitas. De esa forma podría poner en remojo la ropa en el arroyo y no perderla. La corriente va demasiado rápida.
Rye se quedó asombrado, sin poder terminar de creerse que había oído bien lo de ese montón de chatarra que había al lado de la cabaña y lo de lavar la ropa en el arroyo. Los otros estudiantes que se habían encargado de vigilar el prado, habían ido a la ciudad una vez a la semana por provisiones y a llevar la ropa a la lavandería, y a la vuelta, habían llevado tanto cargamento a la cabaña, que los pobres caballos apenas habían podido con él.
Con la excepción de una sartén y un balde, no parecía que Lisa hubiera llevado nada nuevo a la cabaña. Su ropa estaba limpia, pero se notaba que la tenía desde hacía tiempo. Los vaqueros tenían parches y parecían haber sido cosidos con un esmero prodigioso. Él había supuesto que los parches eran parte de la nueva moda por la cual la ropa parecía vieja incluso antes de salir de la tienda. Ahora estaba empezando a dudar. Tal vez era simplemente que ella prefería llevar ropa vieja y cómoda, como él.
O quizás ella no tenía otra elección.
Lisa no se dio cuenta de la forma en que Rye estaba observando su ropa. Estaba ocupada cortando otra loncha de beicon del trozo que Lassíter había llevado. Estaba utilizando un cuchillo medio roto que había encontrado en. la cabaña. Estaba oxidado, pero ella lo había limpiado con una roca; a pesar de ello, el filo ni siquiera habría sido capaz de cortar un trozo de mantequilla.
Lisa murmuró otra palabra en otro idioma, dejó a un lado el cuchillo y se dirigió a un lado de la cabaña. Eligió un trozo de cristal, examinó su filo y volvió al ruego. Empezó a cortar el beicon, cogiendo el cristal entre el pulgar y el dedo índice. Guando terminó, dejó el improvisado cuchillo encima de una roca llana.
—Menudo cuchillo —dijo Rye, sin preocuparse en ocultar su admiración.
—No durará mucho tiempo —dijo Lisa, poniendo una loncha de beicon en la sartén—, pero mientras sirva, me irá muy bien. Es más cortante que el acero mejor afilado.
—¿Has perdido tu cuchillo? —preguntó él, mirando el tema desde otro ángulo.
—No. Es que el que encontré estaba demasiado oxidado. Debía estar aquí desde hace mucho tiempo.
—Esto... Mañana iré a la ciudad. ¿Quieres que te traiga un cuchillo nuevo?
Lisa le miró y le sonrió, dándole gracias en silencio.
—Eso es muy amable por tu parte, pero he encontrado suficiente cristal por aquí.
Volvió su atención al beícon, perdiéndose la expresión de asombro de Rye.
—Cristal -dijo él en tono inexpresivo.
Ella asintió.
—Y hay bastantes astas por aquí para que sirvan de mango.
—Bastantes astas.
Algo en el tono de Rye captó la atención de Lisa. Le miró, vio su expresión, y se rió suavemente, dándose cuenta de lo raro que le debía haber parecido lo que había dicho.
—Se utiliza la punta de un asta para afilar el cristal cuando el filo se estropea —le explicó ella—. El cristal corta en forma curva en lugar de hacerlo en forma lineal. Así que lo que se tiene que hacer es poner el-filo del asta en el filo del cristal, apretar, y entonces sale una hojuela en forma curva. Haces eso por todo el filo del cristal, y también al otro lado si te apetece. El cuchillo que consigues es bastante original, pero también muy puntiagudo. Durante un tiempo.
Hubo un silencio que Rye utilizó para asimilar lo que le había dicho. Después trató de compaginarlo con la frágil belleza de Lisa.
—¿Eres tú uno de esos locos estudiantes de antropología que están por aquí tratando de vivir como los hombres de la Edad de Piedra?
Lisa se rió, lo cual provocó que a Rye le recorriera una sensación extraña.
—Casi —admitió ella, sonriendo—. Mis padres son antropólogos que estudian la vida cotidiana de las culturas más primitivas que hay en la tierra. Cazadores agrupados, nómadas... cualquier cosa que se te ocurra, ya la hemos vivido. Mi madre empezó a interesarse en hierbas raras, así que se puso a recoger semillas y plantas allá a donde íbamos y las mandó a los bancos de semillas de la universidad. La gente que estaba trabajando en el desarrollo de los grandes rendimientos, y en los cultivos para resistir las enfermedades de los países del Tercer Mundo utilizaría las plantas para sus experimentos. Por eso es por lo que estoy aquí.
—¿Tú te dedicas a resistir las enfermedades y a fomentar grandes rendimientos? —preguntó Rye con sequedad. Todavía estaba afectado por una risa femenina que le había hecho contener el aliento.
—No, soy una recolectora de semillas con experiencia que está acostumbrada a acampar al aire libre.
—En una palabra, justo lo que se necesita este verano en el prado McCall.
Ella asintió, mientras miraba el prado limpio y fértil y los álamos que lo rodeaban.
—Éste es el sitio más bonito que conozco —dijo ella, cerrando los ojos para saborear el aire del prado. Respiró profundamente—. Es dulce, puro, perfecto —murmuró—. ¿Tienes al lguna idea de lo raro que es algo así?
Rye pensó en la sensual apreciación de Lisa. Empezó a pensar que se había equivocado con ella. Ella era tal y como había descrito al ; prado: dulce, pura, perfecta y muy, muy rara. No era una mujer más esperando una vida tranquila como esposa de un hombre rico. No podía serlo. Todas las mujeres que habían ido a cazarle al rancho se habían sentido aterrorizadas por la falta de comodidades en la casa. Ésta era sencilla, con suelos de madera, y cocina antigua. Tampoco les había gustado que él estuviera totalmente convencido de que los trabajos de la casa serían hechos por su mujer, en lugar de por unos cuantos' criados. Y en eso también se incluían los establos. Cualquier mujer que quisiera cabalgar podía también limpiar los establos, las sillas de montar, las bridas, y en general, ganarse el derecho a montar a caballo.
Todas las mujeres le habían dicho a Rye que se fuera al infierno, y se habían ido sin mirar atrás, que era exactamente lo que Rye había esperado. Pero no creía que Lisa hiciera eso. No tenía unas uñas cuidadas de las que preocuparse. Las suyas eran lo bastante cortas como para que no le molestaran cuando hacía cosas, y estaban limpísimas, al igual que su pelo rubio platino. También se notaba que el trabajo no era algo que le molestara hacer. Aún podía verla poniéndose de puntillas para dar un hachazo al tronco con la fuerza suficiente para hacer una leve incisión. Había pasado mucho tiempo trabajando con ese tronco, lo bastante como para que tuviera marcas rojas en sus pequeñas manos.
Podía ver esas marcas mientras colocaba el pan con el beicon en un plato.
—Después de cenar, cortaré un poco de madera para tí —dijo Rye con brusquedad. Pensar en Lisa tratando de cortar la suficiente madera sólo para cocinar era algo que le inquietaba de un modo que no podía entender.
Lisa se detuvo cuando estaba a punto de darle el plato. No quería que Rye se sintiera obligado a pagarle por la comida que le ofrecía.
--Gracias —dijo ella—. No se me da muy bien eso de manejar el hacha. En los sitios en los que he vivido no había trozos de madera tan grandes como para que hubiera que cortarlos para preparar un fuego.
Rye dio un mordisco al bocadillo y cerró los ojos para saborearlo bien. El pan era tierno, aromático, exótico, nunca había probado nada igual. La comida siempre sabía mejor en el campo, al aire libre, pero aquello era fuera de lo normal.
—Es el mejor pan que he comido en mi vida —dijo él—. ¿Qué le has puesto?
—Un tipo de cebolla que crece cerca del arroyo —dijo Lisa, mientras sementaba en el suelo con las piernas cruzadas—. Por allí había también algo que olía muchísimo a salvia, y otra planta que se parecía mucho al perejil. Vi que los ciervos habían estado pastando en las plantas, así que supe que no eran venenosas. Las probé y me pareció que estaban muy ricas. Puse un poco de, cada una para dar sabor.. El, pan podrá ser la base de la vida, pero la variedad es lo que le da sabor.
Rye sonrió alegremente, pero después de pensar un poco más en lo que ella le había dicho sobre que había probado las hierbas, frunció el ceño.
—Creo que sería mejor que tuvieras cuidado con las plantas.
—Jamás entro en la parte del prado —dijo ella, sintiéndose ofendida.
—No quería decir eso. Es sólo que algunas de esas plantas podrían ponerte enferma.
—Si fuera así, los ciervos no las comerían —dijo Lisa—^. No te preocupes. Antes de venir aquí, estuve en la biblioteca de la universidad. Sé exactamente cómo son las plantas narcóticas.
—¿Narcóticas?
—Sí. Las que producen alucinaciones y que se altere tu estado de ánimo.
—¿Hay plantas así en mi prado? —preguntó él con incredulidad.
Lisa sonrió ante lo de que fuera su prado. Sabía exactamente cómo se sentía. Después de haber pasado dos semanas en el prado, tenía la impresión de que estaba en casa.
—Hay una planta que crece como a unos treinta pasos de aquí que puede curar los síntomas de asma, volverte loco o ponerte enfermo, dependiendo de la dosis que tomes —dijo ella con convicción—. Se llama datura, y crece en todo el mundo. La reconocí en cuanto la vi —Rye miró de pronto el pan que estaba comiéndose—. No te preocupes —dijo Lisa rápidamente—. No se me ocurriría tocar la datura. Es demasiado fuerte. Las únicas hierbas que utilizo son para dar sabor, o para cosas sencillas como un dolor de cabeza o de estómago, o para frotarme con ellas las manos después de un día de duro trabajo.
—¿Hay cosas que sirven para eso por aquí? —preguntó Rye, mirando el prado y la foresta con un nuevo interés.
Lisa asintió con la cabeza, porque su boca estaba demasiado llena para hablar. Había otras culturas que no se preocupaban porque una persona masticara y hablara al mismo tiempo, pero los americanos sí. Sus padres habían sido muy insistentes en ese punto. Eructar tampoco estaba bien. Pero por otra parte, comer con la mano izquierda en América no era considerado un signo de posesión demoníaca. Eso era un alivio para Lisa, ya que era zurda.
—Casi todas las drogas modernas provienen de las investigaciones que se hicieron sobre lo que se llama la mediana ¡radiaóool —continuó-Lisa—. En las naciones no industrializadas, la gente todavía depende de los curanderos y de los remedios caseros para curar las enfermedades. Para dolores normales van bastante bien, comparadas con las occidentales, y además, no cuestan apenas nada. Por supuesto, cuando tienen la oportunidad, todas las tribus, sin importar lo primitivas que sean, vacunan a sus hijos y las familias tienen que viajar cientos de kilómetros en muy malas condiciones para llevar a un niño enfermo o con una lesión importante a un hospital.
Rye saboreó con deleite el pan mientras hacia preguntas y escuchaba lo que Lisa le explicaba sobre la habilidad que tenían en medicina, agricultura, o astronomía algunas culturas exóticas y tribus diversas. Antes de que hubiera terminado de comer, ya había empezado a dudar sobre su definición de lo primitivo. Lisa se había criado en tribus que sólo podían describirse como salvajes, primitivas y de la Edad de Piedra, pero había una especie de sofisticación en ella que no tenía nada que ver con ropas caras, títulos universitarios o los otros sellos distintivos de la civilización moderna. Lisa aceptaba la diversidad humana con tolerancia, humor, apreciación e inteligencia. Era la persona más cosmopolita y al mismo tiempo más inocente que había conocido en toda su vida. -
Cuanto más tiempo pasaba sentado con ella, más convencido se sentía Rye de que los parches que había en su ropa no eran producto de la moda, sino de la necesidad. Tampoco estaba reuniendo la basura para utilizarla después para parecer una persona excéntrica o estar a la moda ecologista; era verdad que cada cosa que guardaba tenía un uso específico. Se sentaba con agilidad en el suelo no porque hubiera hecho ballet o yoga, sino porque había crecido en culturas donde no tenían sillas.
—Asombroso —murmuró para sí mismo,
—Supongo que sí —dijo ella, sonriendo—. Nunca fui a coger la leche fermentada de la yegua. El olor es indescriptible. Supongo que cuando nos fuimos con los beduinos, ya era lo bastante mayor como para no-ser tan flexible con mis gustos.
Rye se dio cuenta de que ella había pensado que su comentario se refería a lo que le había dicho sobre la pasión que tienen los beduinos por fermentar la leche de la yegua, y no sobre la certeza que iba teniendo cada vez más de que Lisa era diferente de cualquier otra mujer que hubiera conocido:
—Yo prefiero el bourbon —dijo Rye, tratando de imaginarse sin conseguirlo cómo sabría la leche de yegua fermentada.
—Pues yo el aire de montaña —dijo Lisa—. Y el agua de montaña también.
La forma en que lo dijo hizo que Rye se diera cuenta de que lo decía de verdad- Se había criado en una parte muy seca y calurosa de Texas, así que podía entender su pasión por la altitud y el agua fresca.
—Creo que ya es hora de que me gane mi cena —dijo él, poniéndose de pie.
—No tienes que hacerlo.
—¿Y sí te digo que la verdad es que me gusta cortar madera?
—¿Y si te digo que la verdad es que no te creo? —dijo ella, mirándose las manos, que aún estaban rojas.
—Soy mucho más fuerte que tú. Además, hay algo que me gusta cuando corto madera: puedes ver exactamente lo que has hecho. Acabas harto de firmar papeles y de sentarte en las mesas de los consejos de administración.
—Tendré que tomarte la palabra por eso —dijo ella, mirándole con curiosidad.
De pronto Rye se dio cuenta de que el vaquero que él pretendía ser no podía saber mucho de consejos de administración. Agachó la cabeza y examinó el hacha cuidadosamente, maldiciendo en silencio su olvido. Estaba casi seguro de que Lisa no tenía la menor idea de quién era él; de saberlo, podía considerarse una magnífica actriz. Por alguna razón dudaba que lo fuera. Pero algo era seguro: inocente o actriz, no deseaba que supiera que era un hombre rico. No quería que su mirada de simpatía hacia él se convirtiera en una de interés dada la pobreza de la chica.
—Las dos hojas de este hacha tienen pinta de haber sido usadas para cortar piedra —murmuró Rye.
Se dirigió hacia donde estaba atado Diablo, y buscó en las alforjas que siempre llevaba. Un momento después volvió al campamento con una piedra para afilar el hacha. Lisa le observó, admirando sus largos dedos, que le parecieron un poco extraños, y la habilidad con que trabajaba.
Rye la miró un instante y ae fijó en el modo en que observaba sus manos. Pensó en cómo sería acariciar su cuerpo en lugar de un frío acero, y que ella le estuviera mirando a él. El deseo que había estado sintiendo todo el tiempo, se hizo más fuerte, y los latidos de su corazón se aceleraron. .Volvió a concentrar su atención en el hacha, queriendo evitar que ella se diera cuenta de lo que estaba provocando en él.
—Mucho mejor —dijo él finalmente, pasando su dedo por el filo—, pero necesitaría mucho más trabajo si quisiera afeitarme con ella.
Rye se acercó a uno de los troncos que Lassiter había llevado al campo, levantó el hacha y la clavó en la madera.
Cuando Lisa terminó de limpiar todo, encontró un lugar que estaba resguardado por la sombra de los pinos pero al que le llegaba el sol al mismo tiempo. Se sentó y observó a Rye, fascinada por su masculinidad y porte. El sonido del hacha contra la madera era limpio, cortante, rítmico. Continuó sin pausa hasta que se agachó para empezar a cortar otro tronco. Después el ritmo volvió a surgir. La pila de madera cortada creció con mucha rapidez a medida que caía la tarde.
De pronto, la camisa de Rye se rompió ante ¡os continuos movimientos de su dueño.
Lisa se puso de pie, y corrió hacia él.
—¡Tu camisa! —dijo, consternada.
La parte de la espalda de la camisa de Rye se había roto de arriba abajo. Debajo, su piel brillaba y sus músculos seguían moviéndose ya que no se detuvo a ver qué había pasado. Lisa contuvo el aliento sin poder moverse. Tenía su piel al alcance de la mano. Mirarle provocaba una serie de sensaciones por todo su cuerpo que no podía entender, pero lo que sabía era que eso era algo parecido a la fiebre que siempre había esperado sentir.
—No hay problema —dijo Rye, mirando a Lisa, mientras volvía a levantar el hacha.
—Pero no te habrías roto la camisa si no hubieras estado cortando madera para mí —dijo ella, mordiéndose un labio.
—Habría ocurrido de todos modos. Esta camisa es casi tan vieja como yo. Debería haberla tirado hace mucho tiempo. Pero la verdad es que me gustaba mucho.
—¿Tirarla? ¿Lo dices en serio?
Él sonrió. Lo decía de tal modo que parecía que tirar una camisa de trabajo era algo inconcebible.
—Oh, no, no lo hagas —dijo Lisa, moviendo la cabeza negativamente-1—. Déjala aquí. Yo te la coseré.
—¿La coserás? —preguntó con incredulidad, mirando los puños gastados. La camisa no merecía tanto esfuerzo ni que se perdiera el tiempo en ella.
—Por supuesto —dijo ella—. No hace falta que te compres una camisa nueva para reemplazar a ésta. De verdad.
Rye dejó el hacha al lado de los leños, y se volvió hacia Lisa. Parecía tan triste como su tono de voz había dejado entrever cuando le había dicho que era culpa suya que la camisa se hubiera roto.
—Por favor —dijo ella, poniéndole una mano en el brazo.
—No pasa nada, encanto —dijo él, acariciándole la mejilla—. No te culpo.
Lisa no pudo controlar el estremecimiento que le recorrió ante la caricia de Rye. Cuando él se dio cuenta de su reacción, sintió que el deseo se apoderaba de él. Miró la mano que le tenía sujeto el brazo, y sus pupilas dilatadas, y supo que ella también le deseaba.
En ese momento, Rye se dio cuenta de que nunca había deseado tanto a una mujer como a ella.
—Lisa... —susurró, pero no tenía palabras para expresarle la pasión que sentía y que amenazaba con hacerle perder el control.
Rye le puso la mano debajo de la barbilla, y acercó su boca a la de ella. Tuvo que hacer un esfuerzo tremendo para no hacer más que posar sus labios sobre los de Lisa. La muchacha se puso rígida y después tembló ante su beso.
Rye se obligó a soltarla, cuando lo único que deseaba era desnudarla, sentir cómo ella le devolvía las caricias...
Entonces la miró a los ojos. En ellos había sorpresa, curiosidad, y tal vez el deseo que sentía. No lo sabía. Ella no había respondido a su beso ofreciéndole su boca, o abrazándole. Tal vez había notado el deseo en la mirada de él, y tenía .miedo. Era casi una niña, y estaba sola en un lugar aislado con un hombre que la deseaba con una fuerza tal que le resultaba difícil controlarse.
Darse cuenta de su necesidad casi salvaje, y del desamparo de Lisa, fue algo que asombró a Rye.
—No pasa nada, pequeña —dijo él con voz ronca—. No voy a hacerte daño.