Capítulo Once
Cuando Lisa se despertó la mañana del baile, se encontró con un día en que la tierra brillaba como un diamante, y el cielo destellaba como un zafiro. El aire era tan frío y puro que resplandecía casi como si estuviera pulido. Lisa se quedó inmóvil en la puerta de la cabaña, tratando de absorber la belleza del prado hasta que no pudo evitar sentir un escalofrío.
Sólo en una ocasión pensó en Rye, que era el jefe Mac, que no era Rye.
«No. No pienses en ello. No hay nada que puedas hacer para cambiar lo que ha ocurrido. Tengo que ser como los álamos. Les encantaría tener la suave fiebre del verano para siempre, pero no están irritados porque éste esté a punto de acabar. Ellos acumulan su belleza más perfecta para el final, para los momentos más amargos de su aventura veraniega. Y eso haré yo. De alguna manera».
Los vaqueros que Lisa se puso estaban tiesos por el frío, y llenos de parches de tantos colores como la mañana misma. Terminó de vestirse con una camiseta, una blusa, una sudadera, calcetines y zapatos, prácticamente todo lo que tenía en el armario.
Afuera, la luz del sol era tan brillante que las llamas del fuego de campamento resultaban casi invisibles a no ser por la sutil distorsión que hacían al alzarse hacia el cielo. El café olía divinamente, y le supo aún mejor ya que calentó su cuerpo helado. El contraste entre el frío y el calor, el hielo y el fuego, aumentó su sensibilidad.
Cuando los últimos restos de hielo se hubieron desvanecido, y todas las plantas estuvieron secas, Lisa saltó la verja del prado con la cámara en la mano. Sería la última vez que registraría el crecimiento de las plantas, ya que la helada había llevado el final de su crecimiento a su punto culminante.
El prado no había sido cogido por sorpresa. Había estado preparado para esa mañana brillante desde hacía meses, cuando los primeros brotes se habían desplegado por debajo de la nieve derretida en primavera. El verano había alcanzado su madurez. Las hierbas ondulaban al paso de la brisa, y sus capullos estaban llenos de las semillas que crecerían el próximo verano. Por encima de la hierba, los álamos temblaban y ardían; sus hojas eran de un amarillo tan dorado y vivido que Lisa no podía mirarlas sin tener que cerrar un poco los ojos.
Deambuló por el prado en silencio. Sus manos eran ligeras, rápidas y seguras a medida que cortaba los capullos con las semillas, cogiendo sólo lo que el doctor Thompson necesitaba de cada planta y dejando el resto para el prado y sus criaturas. Cuando volvió a la cabaña, clasificó las bolsas numeradas y las puso a un lado. Después puso el carrete de las fotografías que había tomado en otra bolsa, y terminó metiendo el cuaderno de notas también.
El ángulo de la luz del sol, y su estómago avisaron a Lisa de que ya era más de mediodía. Tomó una comida fría mientras calentaba agua para lavarse el pelo. Mucho antes de que empezara a salir humo del cubo, oyó ruido de pisadas. Su corazón latió con fuerza, pero cuando se dio la vuelta, vio que era Lassiter.
¿Qué esperaba? Rye, el jefe Mac, dijo que mandaría a Lassiler,jr eso era lo que había hecho.
—Hola —dijo Lisa, sonriendo sin demasiada alegría—. ¿Has comido ya?
—Me temo que sí —dijo Lassiter con pesar—. El jefe Mac no quería que perdiera el tiempo por aquí cuando viniera a recogerte para llevarte al rancho. Justo cuando estaba a punto de salir, su padre llamó. El jefe tiene que conducir hasta !a ciudad para recogerle. Te diré la verdad, señorita Lisa, cuando el jefe Mac vuelva esta tarde, estará de un humor tal que podrá asustar a un oso enfurecido.
—Ya. Bueno, ponte una taza de café de todos modos mientras cojo algunas cosas de la cabaña. No le diré al jefe Mac que nos tomamos unos cuantos minutos de descanso si tú no se lo dices. .
Lassiter desmontó del caballo, y caminó hacia Lisa. La miró fijamente.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, gracias. Y no, no me he hecho ningún corte ni me he torcido nada, ni tampoco necesito provisiones o carretes —añadió, obligándose a sonreír mientras le hablaba.
Lassiter sonrió a su vez, aunque su pregunta no se había referido al examen que el jefe Mac realizaba siempre a cualquier vaquero-que hubiera visto a Lisa. Lassiter la observó fijamente mientras ella removía las cenizas del fuego con una habilidad que denotaba su gran experiencia. Notó que en ella había algo diferente, pero no pudo decir qué era exactamente.
—Ya veo que has tenido una helada la noche pasada —dijo finalmente, mirando las hojas amarillas de los álamos.
—Sí—dijo Lisa.
—Así y todo, hará calor durante unos cuantos días más.
—¿Tú crees? ¿Cómo lo sabes?
—El viento ha cambiado de dirección. Ahora viene del sur. Creo que vamos a tener un verano indio.
—¿Qué es eso? —preguntó Lisa.
—Una especie de corto período entre la primera helada y el principio del verdadero frío. Tiene todas las ventajas del verano, y ninguno de sus inconvenientes.
Lisa dirigió su mirada a los álamos.
—Un verano falso —murmuró—, pero con toda su dulzura. Los álamos lo saben.
Corrió rápidamente hacia la cabaña, y salió un momento después con una mochila. Su pelo estaba escondido por una bufanda que se había colocado alrededor del cuello. Lassiter había desatado y había puesto las bridas a Nosy mientras tanto. Al darle las riendas, miró a Lisa y se dio cuenta de lo que había estado echando en falta. No se había reído ni una sola vez.
—No quería herirte —dijo Lassiter con calma.
Lisa se volvió hacia él, desconcertada, ya que estaba pensando en los álamos, cuyas hojas ardían como miles de velas encendidas teniendo como fondo la intensidad del cielo azul.
—El jefe Mac —explicó Lassiter—. Bueno, ya sé que tiene muy mal carácter, y que no se da por vencido ante casi ninguna cosa, pero no tiene una mente estrecha ni enrevesada. No quería que esta broma te hiriera.-
Lisa sonrió con mucho cuidado.
—Estoy segura de que es así. Si no me he reído cuando debía, no te preocupes. Es sólo que no termino de entender muy bien vuestro sentido del humor.
—Estás enamorada de él ¿no? —dijo Lassiter en voz baja.
Ella le miró sin ningún tipo de expresión.
—¿Del jefe Mac?
Lassiter asintió.
—No —dijo efla, guiando al caballo hacia las vías del tren—. Estaba «enamorada» de un vaquero llamado Rye.
Durante un momento Lassiter se quedó con la boca abierta, mirando a Lisa, que se alejaba con el caballo. Después, montó rápidamente y la siguió fuera del prado. Durante todo el camino tuvo cuidado de hablar únicamente sobre el pequeño de Jim, el hoyo que Shorty había hecho para la barbacoa, y la vaca que Rye había estado curando el día anterior. Aunque Lisa seguía sin sonreír demasiado, era más ella misma cuando llegaron al final del camino, y si a veces su sonrisa no estaba de acuerdo con la tristeza de sus ojos, él no vio necesidad de sacarlo a colación.
Cuando Lisa y Lassiter llegaron al rancho, vieron que había coches caros aparcados por todas partes, cuyas carrocerías brillaban por debajo del polvo que habían cogido en el camino. También había caballos extraños en el establo. Un gran toldo salía por encima del tejado del corral, que se había puesto para proteger las mesas de las tormentas del atardecer que a veces azotaban esas tierras. La gente gritaba, saludándose unos a otros, mientras llevaban platos a la cocina del rancho. Toda la gente parecía conocerse entre sí.
Lisa tuvo una sensación conocida, una combinación de tristeza e incomodidad por ser la única que no pertenecía a ninguno-de los clanes que se habían reunido allí. Sería bien recibida, eso sí. ¿Pero miembro de la tribu? Eso nunca.
-—Bueno, ya veo que los hijos de Leighton han venido por el High Pass, el camino que solían utilizar antes de que la autopista fuera construida —dijo Lassiter,
Lisa miró hacia el establo, donde tres caballos extraños tomaban heno de un pequeño montón.
—¿High Pass?
—El sendero por el que me preguntaste poco antes de que cruzáramos el primer arroyo, y después del atajo que el jefe Mac suele utilizar. El sendero va por las montañas hasta la casa de los Leighton. Desde allí, sólo hay dos o tres kilómetros hasta la ciudad —Lassíter volvió a mirar los coches aparcados, y maldijo entre dientes—. No veo el coche del jefe Mac. Eso significa qué su padre ha perdido el avión. Menuda faena —continuó, suspirando—. El jefe va a llegar mordiéndose las uñas como mínimo. Venga, te enseñaré dónde vas a dormir, y así no tendré que soportar su bronca si no lo hago.
—¿Dormir?
—El jefe Mac; dijo que dejara tus cosas en su habitación —dijo Lassiter despreocupadamente, mirando a todas partes con tal de no ver lo sonrojada que se había puesto Lisa—. Es la más grande justo aliado de la sala de estaré Su hermana y su amiga; y su padre y sus amigos ocuparán el resto de las habitaciones —continuó Lassiter a toda prisa—, así que no hay mucho donde elegir.
—No hay problema —dijo Lisa—. No me quedaré esta noche, así que sólo necesitaré la habitación para asearme y cambiarme de ropa.
—Pero el jefe Mac dijo...
—¿Dejo a Nosy en el establo o en el pasto? —le interrumpió Lisa con firmeza, pero sin mala educación.
La idea de que Rye, no, no Rye, sino el jefe Mac hubiera asumido que ella se iba a meter en su cama sin ningún problema, enfureció a Lisa. Por primera vez desde que había descubierto quién era Rye, se sentía no sólo triste y engañada, sino también insultada. Podía aceptar que el verano terminara sin verdadera rabia, ya que vivir en tribus diferentes le había enseñado que el paso de las estaciones era algo tan inevitable como el paso de la luz a la oscuridad, para después volver a la luz.
Pero lo que no podía aceptar era convertirse en la última mujer del jefe Mac.
—Dejaré a Nosy en el establo —-dijo Lassiter, observando a Lisa, en cuya expresión notaba que había pasado de sentirse humillada a enfadada—. Le vendrá bien tomar un poco de avena después de haber estado comiendo hierba durante las últimas semanas.
—Gracias —dijo ella—. ¿Dejarás la silla en la puerta del establo?
—Me dijo que la pusiera en otra parte. También me dijo que no la ibas a necesitar más, ni al caballo tampoco —Lassiter se aclaró la garganta, y añadió con incomodidad—. Está bastante claro que el jefe Mac espera que te quedes aquí.
—¿En su habitación? —preguntó Lisa, levantando una ceja—. ¿Con él? No lo veo muy probable, ¿no te parece? Le conocí ayer. Debe haberme confundido con alguna de sus otras mujeres.
Lassiter abrió la boca, la volvió a cerrar, y después sonrió con desgana.
—No me dijo nada sobre dónde pensaba dormir él. Sólo dónde había pensado que durmieras tú. Ninguna mujer ha pasado la noche aquí. NÍ siquiera una vez.
—Dios mío. La verdad es que no me gustaría que cambiara sus
costumbres por mí. Sobre todo, después de conocerle de tan poco tiempo.
Poco a poco, la sonrisa de Lassiter se fue convirtiendo en una gran carcajada. Miró a Lisa con admiración.
—Supongo que ahora quieres devolvérselas todas juntas, ¿no?
—¿Que quiero qué?
—Piénsalo un poco —dijo él suscintamente.
La idea no se le había ocurrido a Lisa en esos términos. Pero en cuanto lo pensó, se sintió más que tentada. Entonces pensó en los álamos que se quemaban lentamente, cada hoja proclamando el final del verano y el del calor. No tenía más oportunidad para vengarse de Rye en su propio juego, que las hojas de permanecer verdes durante el invierno.
Lisa desmontó del caballo, cogió su bolso y entró en la casa mientras Lassiter se llevaba a Nosy. Hasta para ella, que tenía tan poco ojo crítico, los muebles del rancho eran espartanos, a excepción de la oficina. No había nada de segunda clase o usado en lo que se refería al ordenador, así como no había nada barato en lo concerniente al ganado, a los caballos, o al salario de los hombres que trabajaban para el jefe Mac.
No dudó un momento sobre cuál era la habitación de Rye. Era la única que tenía una cama lo bastante grande para él. A un lado de la habitación había un cuarto de baño con una bañera enorme. Lisa cerró la puerta de la habitación con cerrojo después de entrar. Sacó de su bolsa el trozo de tela color violeta, lo estiró, y lo colgó en una percha del cuarto de baño. Se dio una ducha que duró largo rato, disfrutando de cada gota de agua caliente que caía sobre su piel, sintiéndose como una reina en el baño de un palacio. Cuando salió de la ducha, el vapor había quitado casi todas las arrugas de la tela. El resto lo hizo la pequeña plancha que encontró en el armario de Rye.
Después de intentarlo varias veces, consiguió poner en marcha un secador que había en el cuarto de baño. No podía imaginarse a Rye utilizándolo, al igual que no podía imaginárselo utilizando el champú y el gel de.esencias que había visto en la bañera. Ella había estado a punto de no usarlo también, ya que los frascos estaban sin abrir.
Tal vez llevaba mujeres allí más a menudo de lo que Lassiter creía.
Con tristeza, Lisa se secó el pelo hasta que éste le cayó sobre los hombros con naturalidad. Se hizo en los ojos la misma línea que las mujeres orientales se hacían desde el principio de los tiempos. El rímmel
hizo que sus largas pestañas fueran tan negras como sus pupilas. Se pintó los labios con un ungüento que llevaba en un frasco poco más grande que su dedo pulgar. El perfume que utilizó era una mezcla de pétalos de rosa y almizcle, y era tan antiguo en el mundo de los cosméticos como el kohl que se había puesto en los ojos."
Se cogió el pelo en una especie de moño que aseguró con dos palillos de ébano. Los palillos estaban decorados por pequeños trozos de concha, al igual que lo estaban los brazaletes que se puso en la muñeca izquierda. Unas babuchas de color negro pasaron de la bolsa a sus pies. Después, cogió el trozo de rica tela color violeta y empezó a enrollárselo en el cuerpo como si fuera un sari. El último metro de la tela formó una especie de capucha sobre su pelo, que hacía que sus ojos brillaran de un modo increíble.
—¿Lisa? ¿Estás ahí dentro? Abre, Tengo que ducharme, y Cindy se ha apropiado del otro cuarto de baño. y
Lisa saltó al oír de pronto la voz de Rye. Su corazón se aceleró.
•No puede ser Rye. Es demasiado pronto».
Dirigió la mirada a la ventana y se dio cuenta de que el atardecer había llegado a su fin. Empezó a caminar hacia la puerta de la habitación, pero se detuvo cuando su mano tocó el picaporte. No estaba preparada para enfrentarse con Rye.
—¿Lisa? Sé que estás ahí dentro. ¡Abre la maldita puerta!
Antes de que ella pudiera hablar, oyó a Lassiter gritar.
—¿Jefe Mac? -Jefe Mac! ¿Estás en casa? Blaine dice que la vaca está mordiendo sus puntos de sutura. ¿Quieres que llame al doctor o prefieres curarla tú mismo otra vez?
Lo que Rye dijo en respuesta convenció a Lisa de que Lassiter había tenido razón; en ese momento Rye estaba del peor humor posible. Oyó sus pasos de impaciencia desde la habitación a la puerta principal. Cuando se cercioró de que había salido de la casa, miró a hurtadillas, no vio a nadie, y corriendo salió de la habitación. Cuando dobló la esquina de la sala de estar, estuvo a punto de tropezar con una mujer alta y delgada que tenía el pelo del color de la canela, el porte de una reina o de una modelo... y un brazalete de diamantes muy caro en su elegante muñeca,
—Dios mío —dijo la mujer, mirando a Lisa—. ¿Desde cuándo tiene Ryan un harem?
—¿Ryan?
—McCalI, el dueño de este rancho y de unos cuantos millones entre otras cosas.
—Ah. Otro nombre. Maravilloso. Buena pregunta eso del harem -—dijo Lisa, dando a la palabra la pronunciación oriental correcta—. Juraría que él tiene la respuesta. ¿Por qué no se lo preguntas la próxima vez que te compre un brazalete de diamantes?
—¿Perdón?
—Por fin te encuentro, Susan —dijo otra mujer—. Pensé que te había perdido por ese diablo de pelo plateado y lengua afilada.
Lisa se volvió y vio a una mujer alta, joven, y con un cuerpo muy bonito que se acercaba desde el porche. Su piel era muy fina, sus ojos de color negro, y llevaba puesto un vestido rojo de seda que se notaba que era de muy buena calidad.
—Dios mío —dijo Lisa, repitiendo las palabras de Susan inconscientemente—. ¿Tiene un harem de verdad?
—¿Lassiter? -—dijo la mujer de ojos negros—. ¿Por qué? Sí, me temo que sí. Pero le perdonamos. Después de todo, él es único y hay tantas mujeres necesitadas...
—No estoy hablando de Lassiter sino de Rye. Ryan. El jefe Mac. Edward Ryan McCall III —dijo Lisa.
—Se te ha olvidado «hermano de Gindy» —añadió la rubia con frialdad.
-—¿Quién?
—Cindy —dijo Susan sonriendo—, preséntate a esta pequeña doncella antes de que te clave uno de esos palillos de ébano tan elegantes. Por cierto, ¿dónde los compraste?
—En Sudán, pero no eran objetos de mercado, ni arte local —dijo Lisa, ausentemente, sin dejar de mirar a la morena alta. Al lado de ella y de Susan, Lisa se sentía muy poquita cosa.
«Debí haberme quedado en el prado. Aquí abajo no soy nadie. No realmente. No como estas mujeres. Dios mío, pero son guapísimas. Ellas son de aquí. Son reales. Yo no. No aquí, con toda esta gente que se conoce entre sí y Rye/Jefe Mac/Ryan/ Edward Ryan McCall III».
—Y el maquillaje de los ojos es de Egipto, de hace como unos tres mil años. El vestido es una variación de un sari —dijo Susan, señalando con los dedos cada cosa—, y los zapatos son turcos. Los ojos son totalmente de este mundo. El color es medio escandinavo pero con un cierto matiz gales, y tiene un cuerpo muy bonito, aunque no es muy alta, eso sí. Unos tacones solucionarían el problema. ¿Por qué no te pones unos?
—Susan ha sido modelo, y ahora tiene una boutique. No quería ser grosera —explicó la otra mujer.
—¿Yo? ¿Grosera?—dijo Susan, levantando las cejas—. El conjunto es extraño, pero queda imponente. ¿Es grosero decir que estaría aun mejor con unos tacones? Te ofrecería los míos, pero tendría que partirlos por la mitad. ¿Tu pelo es realmente rubio platino, o has utilizado algún tinte especial?
—¿Tinte? —preguntó Lisa, confundida.
Susan gimió.
—Es de verdad. Rápido, métela en un armario porque si no ninguno de los hombres me mirará a mí.
Lisa parpadeó, estaba demasiado sorprendida de que la guapa modelo la envidiara como para decir algo.
—Vamos a empezar desde el principio —dijo la morena, sonriendo—. Soy Cindy McCall, la hermana de Ryan —se rió al ver la expresión de Lisa, que revelaba sus pensamientos—. Esa mirada de alivio es más encantadora que todos los gestos sofisticados juntos —dijo Cindy—. No es que te culpe. Competir con Susan por Ryan ya es bastante problema para cualquiera, sin meter una morena grandota por medio. Por desgracia, me temo que las dos no vais a conseguir nada con mi hermano. Ryan ya ha encontrado a alguien y la verdad es que tengo mucha curiosidad. Pero hay otros hombres solteros por ahí, mucha comida, e incluso veo una botella de vino encima de la mesa. En resumen, hay más razones para sonreír que para lamentar.
Lisa cerró los ojos, y se ahogó un gemido de incredulidad mientras las palabras de Cindy hacían eco en su mente. «Ryan ya ha encontrado a alguien».
-—No te cree —dijo Susan—. ¿Crees que tiene un nombre o la habrá dejado Tinkerbelle por el camino mientras iba a cazar un caimán?
—Creo que era un cocodrilo —dijo Cindy.
Susan se encogió de hombros.
-—Con cualquiera de los dos se hacen unos zapatos estupendos. Ah, ya ha vuelto en sí. Si estamos muy quietas, tal vez nos diga su nombre.
Lisa sonrió tristemente.
—Soy Lisa Johansen.
—Vaya, estaba en lo cierto en lo de la ascendencia escandinava—dijo Susan con triunfalismo.
Lassiter apareció de pronto por detrás de Susan. Se inclinó levemente, le dijo algo al oído que sólo ella pudo oír tras lo cual brillaron sus ojos, y su mano se deslizó para coger la de él,
—Tráela antes del amanecer —dijo Cíndy, observando cómo Lassiter y Susan se marchaban.
—¿Tienes algún día en particular en mente? —preguntó Lassiter.
Cindy se rió y movió la cabeza. Lisa la miró fijamente, pero no vio ningún signo de celos o dolor en su expresión.
—¿No te importa? —preguntó Lisa.
—¿Li y Susan? —Cindy se encogió de hombros—. Ya son mayorcitos. Esperaba conseguir que Ryan se fijara en ella, pero ya no puede ser dado que él está con otra persona.
—¿Dónde está... ella ahora?—preguntó Lisa con nerviosismo.
—¿Quién?
—La mujer de Rye, digo de Ryan.
Cindy sonrió con extrañeza.
—¿Conoces algún sitio que esté fuera del tiempo por aquí?
-¿Qué?
—Me dijo que su nombre era Mujer, y que vive en un lugar fuera del tiempo. Por eso es por lo que no puedo conocerla. Hay demasiados relojes en el rancho.
Lágrimas de amargura se agolparon en los ojos de Lisa cuando se dio cuenta de que ella era la persona que Rye había descrito a su hermana... y éí sabía, también, que Lisa no existía allí abajo. Ella sólo existía en el prado, que no conocía el tiempo, donde un pobre vaquero llamado Rye iba a vería cuando podía.
—Pero quiero verles juntos —continuó Cindy tristemente—. Aunque sólo sea por un segundo, quiero ver lo que es ser deseado por uno mismo, no por tu cuenta bancaria.
Lisa se dio cuenta del anhelo que había en la voz de Cindy, y al mismo tiempo recordó algo que le había dicho Rye. «Por una vez, por una vez en mi vida, voy a saber lo que es ser deseado como hombre. Como un hombre llamado Rye».
Lisa no había entendido lo que había querido decir en ese momento. Pero ahora sí. Lo entendía, y le dolía más de lo que habría creído posible. No por ella misma, sino por Rye. Le amaba tal y como siempre había deseado ser amado, y nunca la creería, ya que no era un vaquero llamado Rye. Él era Edward Ryan McCall III, heredero de montones de dinero pero de poco amor.
—Olí, mira qué niño tan precioso —dijo Cindy.
Lísa vio que Jim entraba henchido de orgullo, con un niño en los brazos.
—Aquí estás. Betty me dijo que tenía que enseñarte el nuevo diente de Buddy.
El pequeño movió los puños, y miró fijamente a Lisa. Ella sonrió con deleite. Después de un segundo, Buddy le devolvió la sonrisa. El nuevo diente brilló. Buddy parecía feliz.
—Y le está saliendo otro —dijo Jim, con tono entre orgulloso y resignado—. Eso de que a los niños les salgan los dientes es casi tan duro como toparse con una serpiente ciega.
Cindy parpadeó.
—¿Perdona? ^
—Una serpiente de cascabel que acaba de mudar de piel no puede ver —explicó Jim-—. Pica a cualquier cosa que se mueva. El resto del tiempo las serpientes son bastante tranquilas.
—Si tú lo dices —dijo Gindy sin creérselo del todo.
Buddy se puso a lloriquear. Jim le movió con nerviosismo; se notaba que se le daba mejor estar sobre una silla de montar que tener a su propio hijo en brazos. Buddy lo notaba perfectamente. Sus gemidos fueron haciéndose más fuertes, hasta que pareció que se sentía realmente infeliz. Jim parecía desconcertado.
—¿Puedo? —preguntó Lisa, sonriendo, y ofreciendo sus brazos.
Aliviado, Jim le pasó al niño.
—Es tan pequeño que siempre tengo miedo de que se vaya a romper o algo así.
Lisa sonrió con dulzura. Sin dudarlo, empezó a mecer a Buddy entre sus brazos mientras le hablaba en voz baja y suave. Los ojos del niño brillaron al ver la tela brillante que Lisa llevaba encima de la cabeza. Sus pequeños dedos se dirigieron a ella, y la empujaron. La prenda se deslizó y cayó sobre los hombros de Lisa. La atención del niño se desvió de la prenda a los palillos de ébano que sostenían su pelo. Con sus pequeñas manos, intentó tocar los adornos, pero descubrió que sus brazos eran demasiado cortos. Su cara se enrojeció y después se entristeció de frustración.
Antes de que se echara a llorar, Lisa se quitó los dos palillos, sabiendo que si dejaba uno en su sitio, ese sería el que Buddy querría.
El niño cogió los palillos, pero se sorprendió al verse envuelto en la melena de Lisa, que caía sobre él. Largos mechones se deslizaron despacio, y después con más rapidez, hasta que el peinado estuvo totalmente deshecho, y su pelo cayó como una cortina de seda hasta sus caderas.
—Oh, señorita Lisa, le ha arruinado el peinado. Lo siento muchísimo —dijo Jim apenado.
—No pasa nada —dijo ella—. Buddy es como los niños de todas partes. Le gustan las cosas que son suaves y brillantes.
Clavó los palillos en la tela del vestido, se recogió un mechón de pelo y empezó a acariciar las mejillas del niño hasta que éste se echó a reír alegremente, enseñando tanto su nuevo diente como el otro que estaba tratando de salir.
—Duele, ¿eh' pequeño? -—murmuró ella.
Gentilmente Lisa puso su dedo en el sitio exacto. AI instante Buddy empezó a mordisquearlo y una expresión de alivio alumbró su cara. Riéndose suavemente, y sin dejar de mecerle, le canturreó una nana africana, tan perdida en otro mundo como el pequeño debía sentirse en sus brazos.
Cindy no dejaba de observaría, aturdida por la imagen del pequeño envuelto entre los mechones de pelo. Los movimientos suaves de su cuerpo mientras fe mecía difundían ondas de luz por todo su pelo, pero a pesar de que éste le pareciera extraordinario, no lo era tanto como la comunicación indescriptible y elemental que había entre ella y el niño.
«Su nombre es Mujer y vive en un sitio fuera del tiempo».
Cindy no se dio cuenta de que había expresado sus pensamientos en voz alta hasta que oyó la voz de Rye por detrás de ella.
—Sí.
Lisa levantó la cabeza lentamente. Rye la miró a los ojos, pero en lugar de ver las ansias de dinero que tanto temía, sólo encontró oscuridad y misterio. Lisa se negaba a dejarle ver lo esencial que se escondía bajo las sombras de todo lo que no había sido aún dicho.
—¿Dónde se ha ido mi. hijo? —bramó una voz masculina desde fuera de la habitación.
—Está conmigo, papá —dijo Cindy.
—¡Bueno, tráelo para acá! Betty Sue y Lynette no han venido desde Florida sólo para hablar con un anciano.
Rye se puso rígido, y se volvió para dirigir a su padre la clase de mirada que habría detenido en seco a cualquier otro hombre. Pero se encontró con la sonrisa decidida de su padre, que puso sus manos en los hombros de las chicas y las empujó hacia su hijo.
—Ahí está, chicas, mi hijo mayor y mi heredero, la única persona en la superficie de la tierra que es todavía más testarudo que yo. La primera chica que me dé un nieto tendrá más diamantes de los que podría coger con las dos manos.
Una carcajada resonó por la habitación.
—Le supliqué que no hiciera esto —murmuró Cindy.
Rye gruñó con enfado.
—Preséntale a Lisa —dijo Gindy rápidamente—. Tal vez coja la indirecta.
—La única forma en que podría coger la indirecta sería dándole un buen puñetazo en la nariz. ¿Sabes una cosa? Estoy deseando dárselo.
—¡Ryan, no puedes hacerlo! '
—Que te lo has creído que no puedo. ^
—Es tu padre. Sería peor, no serviría para nada. Está tan desesperado por tener un nieto, que ha estado llevando chicas a mi casa últimamente para que las conociera antes que tú.
—Así que 'es por eso por lo que has querido saber el nombre de ella en cuanto has llegado.
—Esto... yo...
Rye siseó una palabrota cuando su padre se acercó aún más a él, con las dos rubias de la mano.
Cindy cerró los ojos, rezó una oración en silencio, y dijo rápidamente:
—Hola, papá. Me gustaría que conocieras a alguien muy especial. Se llama Lisa Johansen y ella... ella... -—la voz de Cindy se desvaneció cuando se dio la vuelta, buscando a Lisa.
Nadie estaba detrás de Cindy excepto Jim y su hijo, que dormía plácidamente en sus brazos.