Capítulo Cinco

 

Lisa entró por la verja destrozada que daba paso al prado con una  cámara polaroid en la mano. Fue al poste numerado que tenía más cerca, el número cinco, se arrodilló y miró a través del visor. La hierba  que estaba detrás del poste era fina, delicada y parecía frágil, y sin embargo había crecido desde la última vez que la vio, la semana anterior.

Muy bien, número cinco —musitó Lisa—. Sigue así y te pondrás a la cabeza en la lista de las hierbas del doctor Thompson. Tus hijos serán fructíferos y se extenderán por todo el mundo.

Apretó el botón de la cámara y escuchó el sorprendente click del mecanismo de la polaroid al ponerse en funcionamiento. Al instante, salió de la parte de abajo de la máquina una cartulina cuadrada en  blanco. La cogió y para que el sol no la estropeara, se la guardó en el  bolsillo de la camisa donde la foto se revelaría sin problemas. Tras semanas de trabajo en el prado, el desarrollo de las plantas era tan pocos apreciable que tenía que observar con mucha atención cada una de la marcas que iban apareciendo poco a poco en la cartulina. Le asombraba ver cómo se iba creando la imagen. No podía creer lo que veía. En" muchas partes del mundo la cámara y las fotografías instantáneas habrían sido consideradas brujería.

Lisa también compartía la idea de que la fotografía era algo mágico, y eso que el doctor Thompson le había dado un libro en el que se explicaba el proceso fotográfico. Era mucho más fácil que reproducir con lápiz y papel lo que tenía enfrente, como hacía su madre-Lisa continuó fotografiando las plantas que estaban detrás de cada; poste numerado. Eran tantas que tenía que cambiar constantemente de carrete. Si los hombres de McCall no le hubieran llevado más películas habría tenido que bajar a la ciudad cada semana. Y prefería quedarse en el prado, donde el tiempo no se medía con relojes.

Mientras  trabajaba, no dejaba de echar miradas furtivas a la arboleda de álamos que había detrás de la cabaña. Rye siempre tomaba ese camino cuando iba al prado. Desde la primera vez que lo había visitado, había vuelto dos veces a la semana y casi no había hablado con ella. Una vez Lisa había seguido las huellas del caballo de Rye por el sendero que bajaba zigzagueando por la montaña. Ninguno de los hombres de McCall iba al prado por esa ruta. No había otras huellas en el sendero más que las del caballo negro de Rye. Aparentemente, Rye era el único que conocía ese camino, o tal vez el único que se atrevía a cogerlo.

¿Vendrá hoy?

Pensar en ello le puso igual de nerviosa que cuando se iba a dormir. Desde que había conocido a Rye, sus sueños eran mucho más intranquilos. A Lisa le agradaban las visitas que le hacían los hombres de McCall, pero las de Rye eran diferentes. Lo que conseguían hacerla sentir era demasiado intenso y abrumador como para ser descrito con la palabra «agradable».

Lisa recordaba vividamente el momento en-que se habían besado; el roce  lento de los labios de Rye en su boca, el calor de su aliento, el fuego de su cuerpo. Cuando la besó, se quedó tan afectada por las sensaciones que afloraron en su interior que se quedó paralizada, sin poder digerir lo que le había ocurrido. Cuando consiguió asumir lo que le había pasado, Rye ya se había marchado. Se había puesto a cortar madera como si nada hubiera ocurrido. Y Lisa se preguntaba si él se habría sentido la mitad de aturdido que ella.

Seguro que no —musitó Lisa mientras cambiaba el carrete de la cámara y se dirigía hacia otro poste—..Si se hubiera sentido así rne  habría besado otra vez. Además, un beso aquí no significa nada. Sólo hay que ver a íos chicos que van a la clase de las ocho del doctor Thompson. La mitad llega tarde a clase porque se pasan mucho tiempo despidiéndose de sus parejas. El resto está con sus parejas en la clase y... ¡Ostras!, ¡ya he estropeado otra foto!

Enfadada, se metió la foto en el bolsillo de la camisa, sin ni siquiera mirarla. Tenía que dejar de pensar en Rye. Aquélla era la tercera foto que le había salido mal. A ese paso iba a necesitar un cargamento extra de carretes.

A lo mejor me lo trae Rye.

Con desgana, se dirigió al poste siguiente cuando de pronto vio que Rye se acercaba por el prado hacia ella. Le reconoció al instante, a pesar de que estaba lo bastante lejos como para no apreciarlo muy bien. Era el. Estaba segura. No había otro hombre en el mundo que andará con tanta gracia y soltura. No había otro hombre en el ;mundo que tuviera unos hombros como ésos, amplios pero proporcionados con el resto del cuerpo. Y no había otro hombre en el mundo que la mirara como él lo hacía, con una mezcla de curiosidad y deseo. Y cautela, desconfianza. 

Se comportaba con recelo desde la segunda vez que había ido a verla, y desde entonces su actitud no había cambiado. Lisa se había dado cuenta enseguida y se preguntaba a qué se debía. La primera vez  que se vieron no había actuado así.

¿Cómo debía actuar? ¿Debía debería mano?, se preguntaba mientras él se acercaba a ella. Después se preguntó por qué estaba dentro del prado. Ninguno de los vaqueros se adentraba en él.

Buenos días, Rye —dijo Lisa con voz temblorosa al darse cuenta del modo en que la estaba mirando.

Buenos días.

Inconscientemente, Lisa se quedó inmóvil y empezó a memorizar -las facciones de Rye. Le encantaba el mechón de pelo que caía sobre su frente. De color castaño, igual que las cejas y las pestañas pobladas que eran casi llamativas en contraste con sus marcadas facciones. Tenía los ojos claros, de un gris cristalino, salpicados por motilas azules y rodeados por un borde negro. No se había afeitado desde hacía días. La barba oscurecía su cara, acentuando aún más la palidez de sus ojos. boca era grande, el labio superior estaba perfectamente delineado y el inferior carnoso-y lleno de deseo.

¿Te gusta mi nariz? —dijo Rye con ironía.

Lisa se puso colorada. La había cogido in fraganti.

No mucho, la verdad —respondió Lisa, tratando de reponerse—. Creo que la tienes un poco torcida.

La primera vez que monté a un potro me dio tal revolcón que me rompió la nariz, dos costillas y el orgullo.

¿Y qué hiciste?

Armarme de valor cuando volví a montarlo. Para ser un chico de ciudad, no lo hice tan mal después de eso.

Lisa le miró impresionada.

¿Eres de ciudad?

Rye empezó a maldecir, después recordó que muchos vaqueros modernos se habían criado en calles pavimentadas.

Viví en una ciudad hasta los quince años, hasta que murió mi madre. Después mi padre se volvió a casar y nos mudamos al rancho.

Lisa estuvo a punto de preguntarle dónde estaba su padre, pero lo pensó mejor. Antes de que pudiera recordar si era de buena educación preguntar a un hombre sobre su familia, Rye le dijo algo sobre el prado. El cambio de tema fue tan evidente que Lisa se preguntó si hablar de la familia era un tabú entre los vaqueros. Pero, si eso era verdad ¿por qué hablaba Jim tanto de su familia?

El sol reflejado en los ojos grises de Rye distrajo a Lisa, haciéndole olvidar la pregunta que había querido formular. Estaba acostumbrada a gente cuyos ojos variaban del marrón oscuro al negro azabache. La luminosidad de los ojos de Rye la fascinaba. No sólo tenía pintitas de azul, sino de verde también cuando la luz le daba de una determinada forma.

-—-¿lo crees?

De pronto Lisa se dio cuenta de que se había quedado mirándole fijamente otra vez.

Lo siento, no he oído lo que decías.

El «viejo Jaclt» ha debido despistarte—dijo él con burla, aunque sabía que él era el causante de su despiste y no el pájaro chillón.

¿Quién es el viejo Jack?

El pájaro que suele posarse en el pino que hay detrás de la cabaña, siempre a la espera de que le des un trozo de pan.

--Por eso le llamas cariñosamente «el viejoJadc»?

Excepto cuando me roba la comida.

Hubo un momento de silencio antes de que Lisa soltara una carcajada. Esos dulces sonidos se adentraron en Rye, de la misma forma que el calor del sol y la caricia suave del viento. Y sintió deseos de estrecharla contra él. Sería tan sencillo...

Lisa se dio cuenta de cómo estaba mirando su boca y se estremeció. Sentía picores por todo el cuerpo, ¿por qué la miraría así?, ¿qué querría?, pensó recordando el breve momento de intimidad que habían comparado.

--—¿Rye?-

Dime —contestó él con voz ronca.

¿Sería una grosería preguntarte en qué estás pensando?

No, pero cuando te lo diga es muy posible que te desmayes.

Ella tragó saliva.

¿Y yo puedo preguntarte qué estás pensando? —dijo Rye.

¡Oh! —dijo ella apenada—. No pensaba en nada en concreto. Sólo estaba... —trató de apartar la mirada de la sonrisa irónica de él. No pudo—. No estaba pensando en nada, me estaba preguntando...

¿Qué te estabas preguntando?

Se llenó de valor y lo soltó.

¿Me quieres explicar por qué tu boca parece tan dura cuando luego resulta tan dulce?

Las pulsaciones de Rye se aceleraron. Por eso precisamente se había alejado de ella en cuanto se habían besado. Y por eso mismo no podía estar lejos de ella.

Así que mis labios son dulces.

Sí, mucho —dijo Lisa en un hilo de voz.

Antes de terminar de hablar, ya tenía los labios de Rye sobre los suyos.

¿Estás segura?—murmuró Rye.

Mmmm.

¿Qué significa eso, que sí o que no?

Lisa se había quedado inmóvil, como temiendo que cualquier movimiento rompiera el encantamiento.

Sí.

Rye tuvo que apretarse las manos para no atraerla hacia él. Había algo que le impedía abrazarla y ese algo era que sabía que en su cuerpo Se iba a producir- un cambio, y que empezaría a sudar en cuanto estuvieran en contacto. No había duda de que a ella le había gustado el beso, puesto que no le había rechazado. Él era duro, apasionado, dispuesto a todo y ella estaba allí, mirándole con sus ojos de gata.

Pues ya que está todo aclarado, ¿cómo va el prado? —preguntó Rye, tratando de mantener un tono de voz absolutamente normal.

El cambio de conversación dejó a Lisa aturdida. Se preguntó por qué había dejado de besarla. Tal vez había hecho algo que no le había' gustado, pero cuando intentó preguntárselo no pudo hacerlo. Él estaba mirando el prado como si nada hubiera ocurrido. Es más, como si ella estuviera allí.-

¿El prado? —preguntó, la confusión se reflejaba en su voz.

Sí. Ya sabes. Hierba y árboles. El prado.

Lisa se dio cuenta de que se estaba acercando a Rye, con el aliento entrecortado, estremeciéndose como la hoja de un álamo cuando es mecida por la brisa. Y los ojos de él tenían un brillo burlón. Por primera vez se preguntó si no estaría tomándole el pelo. Esa era la clase de bromas que los vaqueros solían gastar a los novatos, y en el tema de besar ella era una absoluta novata.

Se estaba burlando de ella, admitió con tristeza. ¿Cuál era el refrán que habían utilizado los vaqueros? Algo que tenía que ver con pescar... el anzuelo y el sedal. Eso era. Había caído en el atractivo anzuelo de Rye y se lo había tragado sin pensárselo dos veces.

Sí, ahora lo veía claro, se estaba burlando de ella. Por desgracia, no tenía ganas de reírse, sólo se sentía confusa. Entonces se acordó de la pregunta que Rye le había hecho sobre el prado y se agarró a ella como pudo.                                                                   .

Algunas hierbas —dijo Lisa rápidamente—, están creciendo muy deprisa. La número cinco es la que más. Ayer las comparé con respecto a las del año pasado. Las plantas tienen más tallos y son mucho más altos. Creo que se debe a que este año ha helado más tarde. Tal vez, la número cinco se desarrolle mejor en un clima frío y húmedo. Si así fuera, el doctor Thompson estaría encantado. Está convencido de que se dedica demasiado tiempo en las especies desérticas. La número cinco podría ser justo lo que él está buscando.

En circunstancias normales, Rye habría mostrado más interés en las especies que se desarrollaban en el prado y en lo útiles que podrían ser para la humanidad, pero en ese momento sólo podía pensar en una cosa, lo deprisa que le latía e!-.corazón.

El jefe debe ser un hombre muy generoso —continuó Lisa.

Le gustaba tanto su trabajo que olvidó rápidamente el mal rato que había pasado porque creyó que Rye se estaba burlando de ella; como Lassiter con sus continuas advertencias acerca de la maligna influencia de la luna.

El prado será un pasto muy rico para su ganado. Pero debe olvidarse de conseguir algún beneficio para su rancho.

Tal vez sólo le guste la tranquilidad y la paz que se respira aquí.

Lisa sonrió.

¿No es maravilloso? —dijo Lisa mirando alrededor Alguien. me dijo que al jefe le gustaba mucho venir por aquí. Pero todavía no le he visto.

¿Estás decepcionada porque no haya venido? 

Una mueca burlona se dibujó en el rostro de Rye.

No. Me da pena que ese pobre hombre no tenga tiempo de disfrutar de su rincón favorito.

Oh, está muy ocupado. Tan ocupado que me ha encargado que sea yo quien supervise cómo va todo por aquí. No tiene tiempo para subir y ver cómo van las" cosas.

Mientras hablaba Rye miraba fijamente a Lisa, tratando de encontrar alguna señal que le indicara que estaba decepcionada porque la trampa que había preparado para Edward McCall III no iba a funcionar.

Oh —dijo Lisa—, ¿qué cosas suele hacer el jefe aquí? ¿Quieres que te ayude? El doctor Thompson no me dijo que hubiera que hacer algo más que observar el crecimiento de las hierbas, tomar fotografías y etiquetarlas.

Rye no consiguió descubrir nada. Lisa le miraba, pero sin la ilusión que habían reflejado sus ojos unos minutos antes.

Es de la clase de hombres a los que les gusta tener todo bajo control —dijo Rye—. Pasa mucho tiempo en el riachuelo, supongo que le debe gustar observar los reflejos del sol en el agua.

Lo entiendo perfectamente. No hay nada más maravilloso que el agua pura y cristalina, ni siquiera el primer rayo del sol.

Rye notó un tono de incertidumbre en Lisa y la miró con curiosidad.

Pareces una texana. " —¿En serio?                                

Sí. Yo me crié allí. Les encanta el agua.Tienen tan poca...

Lisa sonrió y se encaminó hacia el siguiente poste.

Eso me recuerda lo que tos pastores de zonas áridas dicen. Nunca tienen suficiente agua para sus rebaños.

Tras un instante de duda, Rye siguió a Lisa dentro del prado. Sus vaqueros usados parecían suaves flexibles y se ajustaban a su cuerpo a la perfección.

Todo el mundo debería llevar vaqueros —dijo Rye.    

 -¿Qué?

Rye se dio cuenta" de qué sé le había escapado lo que estaba pensando.

Tus vaqueros están muy usados.

Me los dio una de las alumnas del doctor Thompson. Iba a tirarlos, pero yo les puse unos parches y me los quedé. Le gustaron tanto que fue a comprarse otros, los metió en lejía y les cosió unos cuantos parches —se rió, sacudiendo la cabeza—. Todavía no comprendo por qué no se quedó con éstos.

Rye sonrió.

La moda no tiene por qué ser algo lógico. Se supone que de lo que se trata es de estar atractiva.

Lisa se acordó de los tatuajes azules, los pendientes en la. nariz y los lápices de Kohl que utilizaban las mujeres en varias partes del mundo. 

Debe dar mucho resultado. Fíjate en la cantidad de niños que hay en el mundo.

Rye iba a contestarle, pero se quedó callado al ver cómo Lisa se agachaba graciosamente. Hizo la fotografía rápidamente y se puso de nuevo de pie con tanta agilidad que se preguntó lo bien que estarían los cuerpos de ambos enzarzados haciendo el amor. Tenía una fuerza femenina y flexible, que debía acoplarse perfectamente a la fuerza de un hombre. Sería como el prado, generosa, elegante, fragante, y con un calor que le envolvería empapando sus sentidos.

Rye se dio cuenta de que debería pensar en otra cosa para no excitarse.

¿Qué vas a hacer cuando acabe el verano? —preguntó Rye.

Lisa se quedó callada durante un momento, después, se echó a reír.

¿Te estás riendo de mí? —preguntó Rye.

-Bueno creo que también de mi-—-le aseguró Lisa con seriedad—. Creo que no he entendido tu pregunta. Verás, yo sigo las coordenadas del tiempo que tienen las tribus. No existe ni el pasado ni el futuro, sólo el presente. De acuerdo con esa concepción del tiempo, siempre he vivido en el prado y siempre viviré en él. El verano no se acabará nunca. Es muy difícil cambiar de golpe la forma de concebir el mundo. Especialmente desde aquí —añadió, mirando la hierba que se mecía al viento—. Aquí las estaciones son las únicas medidas del tiempo que interesan. 

Rye sonrió, pues entendía perfectamente a qué se refería,

Y los días son sólo minutos indicados por el sol.

Lisa se dio la vuelta y le miró sorprendida.

Entiendes de qué estoy hablando.

Siento lo mismo que tú en el prado. Por eso vengo en cuanto puedo.

Lo que Rye acababa de decir confirmaba la sospecha de Lisa. Era el prado lo que le motivaba a subir la montaña y no ella. Lisa suspiró.

¿Llevas mucho tiempo trabajando para McCall?

¿Tiempo tribal o real?

Lisa sonrió.

Tiempo real. Tengo que amoldarme a esta cultura de la misma manera que a las otras. Y dime... ¿llevas mucho tiempo a las órdenes de McCall?

Tanto tiempo como él. Más de diez años.

Hay bastante distancia hasta Texas, ¿ves mucho a tu familia?

Demasiado —musitó Rye entre dientes. Luego suspiró—. No, eso no está bien. Quiero a mi padre, pero lo paso muy mal siempre que estoy con él.

Tú y tu jefe tenéis mucho en común.

¿Qué? —se sorprendió Rye.

A ambos os gusta el prado y ambos tenéis problemas con vuestros padres. Por lo menos eso es lo que Lassiter dice. Parece ser que su padre quiere un heredero para el imperio McCall y el jefe no tiene demasiada prisa por dárselo.

Yo también lo he oído —-le aseguró Rye con seriedad.

Me pregunto por qué. La mayoría de los hombres están impacientes por tener hijos.

A lo mejor todavía no ha encontrado a la mujer que le quiera tanto como quiere su dinero.

¿Sí? ¿Es él tan cruel?

¿Qué? —preguntó Rye asombrado.

Una mujer podría rehusar a casarse con un hombre que fuera pobre o vago, y no pudiera dar de comer a su familia —le explicó Lisa tranquilamente—, pero la única vez que he visto a una mujer rechazando a un hombre rico fue porque él era tan cruel que no podía confiar su vida a una persona así y mucho menos podría confiar la de los hijos que le diera.

Ese no es el problema del jefe —dijo Rye avergonzado—. Quiere una mujer que le quiera aunque no tenga ni dos centavos en el bolsillo.

Lisa notó la tirantez que había en la voz de Rye, y supo que hablaba por sí mismo también. Era pobre y muy orgulloso. No parecía tener mucho dinero y debía sentirse muy herido por no poder cortejar a una mujer.

A lo mejor —dijo Lisa—, el jefe Mac ha estado buscando la mujer equivocada. Mi padre nunca tuvo dinero ni lo tendrá. A mi madre nunca le preocupó. Compartían tantas cosas que el dinero era lo que menos importaba.

Y supongo que serías feliz viviendo toda tu vida en una tienda de campaña, y comiendo de una olla compartida por un montón de gente.

El sarcasmo con que Rye dijo las últimas palabras asustó a Lisa. Era muy duro con el tema de las mujeres y el dinero.

Sí, podría ser feliz.

¿Entonces, por qué viniste aquí? —preguntó Rye.

Estaba... confusa. Quería conocer mi propio país.

Y como ya lo has visto, te volverás a ir, siguiendo a tu marido de un descampado a otro.

Lisa parpadeó asombrada, preguntándose si se había perdido algo de la conversación previa.

¿Mi marido? ¿Un descampado?

Rye maldijo en silencio la ira que había conseguido hacerle hablar. El jefe podría saber de la vida amorosa futura de una encargada del doctor Thompson, pero un vaquero llamado Rye no.

Ya que el jefe no aparecerá por este prado este verano, volverás a la escuela para el otoño, ¿no? —le preguntó Rye.

Lisa se preguntó qué tendría que ver que el jefe Mac no fuera a aparecer por el prado con que ella volviese a la escuela o no en otoño, pero Rye parecía tan furioso que le contestó confundida.

Sí, supongo que sí.

Claro, no hay que ser un genio para darse cuenta de que conocerás a un antropólogo en la universidad con el que te casarás y con el que irás dando tumbos por el mundo estudiando a los nativos de cualquier lugar —Rye miró la cámara fotográfica—. ¿Has terminado ya?

Esto... no, me queda un poco.

Cuando hayas acabado, ven a la cabaña. Te enseñaré a utilizar un hacha para que tú y tu culto marido no os muráis de frío en medio de cualquier maldito bosque.

Lisa se quedó sin habla mientras observaba cómo Rye se marchaba a grandes zancadas del prado sin volverse a mirarla.