Capítulo Dos

 

Qué bien huele —dijo Lassiter, acercándose a Lisa, que estaba cocinando—. Sabes, eres la única de las alumnas del profesor Thompson a la que no hemos tenido que enseñar cómo se hace un buen café.

En Marruecos, el café no es café hasta que está tan espeso que no se puede casi ni verter —dijo Lisa.

¿Sí? Tendrás que hacérmelo algún día.

Entonces tendrás que traer cantidades de leche en polvo y azúcar,

¿De verdad?

Ella asintió.

Como para que pueda flotar la herradura de un caballo, ¿no?

Lisa no había oído esa frase en su vida. Pero al imaginarse la escena se echó a reír.

De hecho, creo que hasta un caballo podría flotar también.

Riéndose, Lassiter miró a su alrededor y pensó en lo bien que Lisa tenía organizado todo. Cerca de la hoguera había palos para encender el fuego, troncos para quemar y unas cuantas tablas de madera. El suelo había sido barrido hacía poco con uña escoba hecha dé fámitás. Lisa había recogido y colocado en una estantería los objetos que los otros estudiantes habían roto o abandonado. Los objetos eran tan dispares como una cuña o un mazo para romper troncos. El hacha parecía haber sido afilada hacía poco, aunque Lassiter no podía imaginarse lo que Lisa había utilizado para hacerlo.

El hecho le recordó a Lassiter que había querido ver cómo se manejaba Lisa preparando el fuego. Ella cocinaba en una hoguera, mientras que los otros estudiantes lo habían hecho en un hornillo de esos. De hecho sospechaba que no tenía mucho más que la ropa que llevaba puesta y el saco que estaba colgado de un arbusto para que se ventilara. Aunque no tenía dinero, nunca les había negado ni a él, ni a ninguno de los vaqueros un plato de comida. Siempre estaba dispuesta a ofrecer lo que tenía, como si supiera lo que era pasar hambre y no quisiera dejar que nadie se fuera con el estómago vacío. 

-Jim, ¿por qué no traemos unos cuantos troncos hasta aquí? —dijo Lassiter, poniéndose el sombrero—. Hoy no tendremos tiempo de cortarlos todos, pero los dejaremos preparados. Las ramitas y las astillas están bien, pero para hacer un buen fuego se necesita madera en condiciones.

No tenéis que hacerlo —comenzó a decir Lisa—. Yo puedo...

El caminó está bloqueado por muchos troncos —le interrumpió Jim. Cogió' el hacha y se dirigió al caballo—. El jefe se enfadará si un caballo tropieza y se queda cojo.

' —Señorita Lisa, nos haría un gran favor si los quemara todos —dijo Lassiter mientras ponía un pie en el estribo.

Lisa los miró desconcertada, y después dijo:

-—Gracias. La verdad es que no me iría mal tener un poco más de madera —cuando los hombres empezaban a alejarse, Lisa les recordó—: ¡No cojáis nada que esté en el interior del cercado!

Después de todo, esa era la razón por la que estaba allí. Tenía que proteger todo lo que estuviera al otro lado de la cerca de cualquier interferencia del hombre, para que el prado pudiera volver poco a poco a su estado natural.

De acuerdo —dijo Lassiter, moviendo la mano.

Los hombres no tuvieron que recorrer más de trescientos metros para encontrar la clase de madera que querían; troncos de pino como de unos diez centímetros de diámetro. Mientras Jim y Lassiter trabajaban, preparando los troncos para llevarlos a la cabaña, sus voces llenaban el silencio de la montaña.

Lisa escuchaba a los hombres mientras cocinaba, sonriendo cuando decían algo divertido. Cuando la conversación derivó al tema de su jefe, se dio cuenta de que contenía el aliento para no perderse una sola palabra. Sólo sabía dos cosas acerca del dueño del prado McCall: que su padre quería que se casara urgentemente y que tuviera un hijo, y también que los hombres respetaban a su jefe más que a cualquier otra cosa a excepción de Dios.

Entonces le dijo a la pelirroja que si quería volver a su casa gratis, tendría que bajar a la carretera y ponerse a hacer dedo —terminó Lassiter riéndose—. Se quedó tan helada que no pudo hablar durante unos cuantos minutos. Supongo que pensó que haber pasado unas cuantas noches en la ciudad con el jefe significaba que habría boda segura —dio un hachazo al tronco del que salieron muchas astillas—. Y después fue cuando la pelirroja demostró que no tenía pelos en la lengua —continuó Lassiter—. ¡Dios mío! ¡Menudo lenguaje el suyo! Y eso que tenía una sonrisa de lo más dulce. 

¿Has visto a la que le estaba esperando ahora?—preguntó Jim.

Lassiter puso una cuerda alrededor del tronco, después se montó en el caballo, y la ató a su silla de montar. Dio un pequeño golpe con los talones, y el caballo empezó lentamente a arrastrar el tronco hacia la cabaña.

Bueno, ¿la viste o no? —preguntó Jim otra vez, al tiempo que montaba su caballo.

Sí, sí —Lassiter lanzó un silbido de admiración—. Tenía unos ojos negros enormes que podrían volver loco a cualquiera. Pelo oscuro que le llegaba hasta el pecho... un pecho grande, increíble. ¿Y las caderas? Dios mío, una maravilla. De verdad, Jim. No conozco a ningún hombre en su sano juicio que no quisiera acostarse con ella.

Seguro que tú estás muy cuerdo —dijo Jim——. ¿Y el jefe Mac? 

Bueno, tampoco estaba diciendo que fuera como para casarse con ella —dijo Lassiter—. ¿No te lo dijo tu padre? Un hombre inteligente no se casa con una mujer sólo porque le guste acostarse con ella de vez en cuando. Tómame a mí por ejemplo.

Ya lo hago -—dijo Jim—. Y la verdad es que creo que no hay muchas mujeres que quieran casarse contigo.

Lisa no pudo evitar soltar una carcajada. Guando los hombres la oyeron, se dieron cuenta de que había escuchado toda la conversación, Se acercaron hacia ella, los dos con expresión avergonzada.

Lo siento, señorita Lisa —murmuró Jim—. No era nuestra intención decir ese tipo de cosas delante de una mujer.

No pasa nada —dijo ella con despreocupación—. De verdad. En algunos sitios donde he vivido solíamos sentarnos alrededor del fuego y hablar de las cuatro mujeres y ocho concubinas de Imbrihim sin sentirnos avergonzados.

¿Cuatro? —preguntó Jim. 

¿Ocho? —preguntó Lassiter a su vez..

En total, doce —dijo Lisa sonriendo.

¡Dios mío! —exclamó Lassiter—. Son bastante fuertes por allí, ¿no?

Estúpidos —murmuró Jim—. Eso es lo que son. • —Pues no, lo que son es ricos —dijo Lisa alegremente—. Aquí cuidáis el ganado e Ibrihim cuida camellos, pero las cosas son más o menos iguales por allí... en ambos sitios un hombre fuerte, rico y estúpido puede tener todas las mujeres guapas y estúpidas que su bolsillo le pueda permitir.

Lassiter echó hacia atrás la cabeza y se rió.

Es usted única, señorita Lisa. Pero no vaya a pensar que el jefe es un estúpido, porque no es así.

Eso es verdad —dijo Jim con seriedad—. El jefe no se enreda con todas las mujeres que se tiran a sus brazos. Me apostaría algo a que no ha hecho nada con la que le estaba esperando en el rancho, y a que se la ha quitado de encima sin miramientos. Lo siento, señorita Lisa —añadió con timidez—. Me olvido de con quien estoy. Pero, esa es la verdad..El-jefe es un buen hombre que sería feliz si su padre dejara de querer enredarlo con mujeres. 

No sé lo que habrá pasado con la que le estaba esperando en el rancho —dijo Lassiter sonriendo—. No me sorprendería que le gustara y la dejara que se quedara con él durante un tiempo. Necesita más que nada tener una chica con la que ir al baile, porque si no todas las mozas de por aquí se dedicarán a rondarle como moscas.

Aún faltan seis semanas para el baile —protestó Jim—. Nunca ha estado con una mujer durante tanto tiempo.

Pero es que nunca ha tenido una mujer tan despampanante como ésa —dijo Lassiter con convicción—•. Es la clase de chica por la que un hombre puede volverse totalmente loco, eso no lo dudes.

Lisa se sonrojó, y estuvo a. punto de tirar la sartén al pensaren las últimas palabras de Lassiter. No pudo evitar preguntarse lo que se sentiría al hacer que un hombre experimentara esa clase de pasión.

Lisa cogió un trozo de pan tristemente, sabiendo que el único fuego que podía encender una rubia pálida, delgada y sin experiencia, era el de preparar el almuerzo.

Diablo corría a sus anchas a lo largo del campo. Bufó y se frenó cuando Rye tiró de las bridas. Había dos caminos para dirigirse al prado. Uno seguía una vieja vía de tren que había sido construida hacia un siglo, cuando el prado era parte de una granja. El otro era el camino que se utilizaba cuando el prado servía para pasto del ganado. Rye se dio cuenta por las huellas que sus hombres habían recorrido la vieja vía con una frecuencia anormal en las últimas semanas. Dos pares de huellas frescas le mostraron que el caballo bayo de Lassiter y el de Jim acababan de bajar el camino del prado y se habían dirigido hacia el este para vigilar el ganado. 

El segundo camino no había sido utilizado desde la última tormenta. La ruta era estrecha, escarpada, y el sendero era casi invisible. Rye la había descubierto hacía seis años, y la había utilizado desde entonces cuando estaba tan impaciente por llegar al prado, que no deseaba dar toda la vuelta. Muchos caballos se habrían detenido bruscamente al llegar al sendero. Sin embargo, Diablo le tomó con la confianza de un animal que había nacido y se había criado en lugares escarpados.

Después de pasar por un tramo que era especialmente desigual, el camino se desviaba hacia una pendiente que estaba rodeada de álamos y árboles de hoja perenne. La cabaña estaba detrás de la arboleda, en el límite del prado. Al acercarse, oyó el ruido de una sierra y una serie de sonidos que le parecieron que producía una persona cortando leña. Rye se quedó escuchando y después movió la cabeza, sin poder identificar los sonidos. Entre éstos había demasiado tiempo de separación y eran demasiado irregulares como para que realmente pudiera haber alguien cortando leña.

El caballo no hizo ningún ruido mientras Rye lo guiaba hacia la cabaña en el interior del prado. Lo que vio como a unos cien metros hizo que detuviera el caballo, y moviera la cabeza con incredulidad. Los extraños sonidos eran exactamente lo "que se había imaginado, pero el leñador que estaba de cara a la madera era un estudiante de pelo rubio que no era mucho más alto que el hacha. A pesar de que el chico se ponía de puntillas, y daba hachazos con todas sus fuerzas, le faltaba la altura y los músculos para coger el hacha del modo adecuado.

Pero el chico estaba realizando el trabajo de todos modos. Había una pila de leños cortados a un lado del tronco que estaba partiendo. Al otro lado, había una pila mucho más grande de leños sin tocar.

Rye se acercó aún más con el caballo. Había cortado suficiente madera como para saber que aquello era demasiado para el chico. Tardaría todo el verano y parte del invierno en acabar con toda aquella pila de troncos.

Entonces el chico se volvió al oír bufar a Diablo... y Rye se sintió casi como si le hubieran dado una patada.

El «chico» era una mujer joven con el tipo de cuerpo, de piernas largas y curvas insinuantes, que podía hacer que la respiración de un hombre se agitara considerablemente. Lo que había pensado que era el pelo corto de un muchacho eran una serie de trenzas colocadas en lo alto de la cabeza. Su cara era dulce y delicada, y los ojos de la chica eran de un color violeta que hizo que Rye se quedara boquiabierto. Ella le miró con una mezcla de curiosidad, sensualidad e inocencia.

De pronto el deseo que había sentido se vio reemplazado por rabia. ¿Inocencia? ¡De eso nada! Ella no era más que otra mujer de vida fácil buscando su dinero... y encima ésa tenía el descaro de hacerlo en su refugio preferido.

Rye arreó a Diablo para que se acercara aún más. La chica no se sentía intimidada por el caballo. Guando estuvieron a pocos metros de ella, Rye se detuvo, y la miró de arriba abajo, intentando cerciorarse de que realmente era una cazafortunas, pero con una belleza delicada. 

Lisa notó la mirada de aprobación de Rye al verla, y al instante sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Pero no era un escalofrío normal, era algo que no había sentido nunca: la alegría se mezclaba con el miedo, y al mismo tiempo tenía la impresión de haber despegado los pies de la tierra, sintiéndose más viva que nunca. Y por encima de todo tenía una certeza que se acentuaba a cada minuto que pasaba mirando a ese extraño que había puesto su vida cabeza abajo sin decir una palabra: había nacido para ser la mujer de ese hombre.

Lisa le miraba sin titubeos, sin miedo. Le observó sin perderse el más mínimo detalle: botas llenas de polvo, pantorrillas y muslos musculosos, caderas estrechas, hombros anchos, boca sensual y por último unos ojos casi transparentes. Estaba demasiado asombrada como para preocuparse de la fascinación que sentía por él, y era demasiado inocente como para comprender el deseo y la sensualidad que por primera vez fluían por su cuerpo.

Rye se dio cuenta de que la chica se había sonrojado, y sintió que la deseaba. Con desgana, admitió que el gusto de su padre había mejorado. Esa candidata no era, sin lugar a dudas, una pechugona de caderas anchas. La chica tenía una elegancia innata que le recordaba la gracia de una gacela. También tenía una sensualidad nada evidente que le provocaba todo tipo de sensaciones.

Eres diferente, pequeña —dijo Rye finalmente—. Si estás dispuesta a recibir un brazalete de diamantes en lugar de un anillo, podríamos pasar un buen rato juntos.

A Lisa le pareció que esas palabras llegaban desde muy lejos. Parpadeó con asombro, y respiró profundamente.

¿Perdona? —preguntó—. No lo entiendo.

Ya, ya —dijo él, ignorando el escalofrío que había sentido al oír por primera vez su voz. Ella era joven, casi una niña, pero sus ojos le observaban con madurez y curiosidad—. Soy un hombre al que no le importa pagar por lo que desea, y tú eres una chica a la que no le importa que le paguen. Con tal de que esto quede claro, nos lo pasaremos muy bien. Podríamos quemar todo lo que se pusiera por delante.

Lisa ni siquiera oyó las últimas palabras. Su mente había dejado de funcionar en cuanto oyó que la describía como «una chica a la que no le importa que la paguen». Las prostitutas eran prostitutas en todo el mundo; que le hubiera descrito así el hombre que había vuelto boca abajo todo su mundo hizo que se pusiera furiosa. Él sólo había visto un trozo de mercancía que deseaba, y estaba iniciando comprarla,

Entonces empezó a observarle de otro modo. Notó que el cuello de su camisa estaba desgastado, que le faltaba un botón a la altura del pecho, y que sus botas estaban rotas. ¿Ése era el príncipe azul que la insultaba pidiéndole que alquilara su cuerpo durante un rato?

Lisa hizo algo que no había hecho desde que tenía ocho años. Perdió los estribos. Totalmente.

¿A quién, estás, tratando de engañar? —-preguntó con rabia—. No podrías comprar ni un .alfiler,.así que no digamos. Un brazalete de diamantes. 

La mirada de sorpresa de Rye hizo que Lisa se sintiera avergonzada de sí misma por haberle atacado basándose en algo que no le importaba en absoluto: el dinero. Se sintió más avergonzada aún cuando se dio cuenta de que por el modo en que le había observado, no resultaba extraño que el tipo hubiera dado por sentado que ella se sentía halagada más que enfadada por su proposición.

Lisa cerró los ojos, respiró profundamente, y recordó algo que sabía- no variaba de una cultura a otra en todo el mundo: los hombres, sobre todo los pobres, eran muy orgullosos y solían ser muy bruscos cuando sus estómagos estaban vacíos.

Si tienes hambre, ahí tienes pan y beicon —dijo Lisa con calma, ofreciéndole toda la comida que tenía—. Y pasteles —añadió. 

Rye parecía divertido.

Oh, es cierto que tengo hambre —dijo—, así que pongámosle un precio.

¡Pero si es gratis! —dijo Lisa, sorprendida de que quisiera pagar por una simple comida. 

Eso es lo que dicen todas, y al final todas acaban pidiendo por lo menos un anillo de diamantes.

Lisa se dio cuenta con retraso de que la palabra «hambre» podía tener más de un significado. Se sintió furiosa de nuevo, algo que la sorprendió. Normalmente, era el tipo de persona que se reía en lugar de ponerse a maldecir cuando las cosas iban mal, pero ;la rabia que corría por su sangre no hacía que su sentido del humor floreciera precisamente. La sonrisa sexy y tranquila del tipo hizo que se enfadara aún más. 

¿Eres tan grosero con todo el mundo?

Sólo con las monadas que me lo piden continuamente a base de esperarme en mis sitios preferidos.

Estoy aquí porque éste es mi trabajo. ¿Qué estás haciendo tú en el prado McGafl, aparte de perder el tiempo de tu jefe Mac?

Una vez más, Rye no pudo disimular su asombro.

¿El jefe Mac?

Sí, el jefe Mac. El hombre que te paga para que cuides su ganado. ¿Estás seguro de que no sabes de quién estoy hablando?

Rye consiguió a duras penas disimular la carcajada cuando se dio cuenta de que habían mandado a la chica a atrapar a un hombre al que no había visto en su vida. Estaba a punto de desvelar la verdadera identidad del jefe Mac para darle un chasco, cuando se dio cuenta de lo divertida que era la situación. Podía enseñar a esa monada, que al parecer no tenía mucha experiencia, las reglas del juego que ella misma había elegido jugar.

Me rindo —murmuró él, sonriendo y levantando las manos como si ella le estuviera apuntando con una pistola—. Me comportaré bien si no me denuncias a... esto, al jefe Mac—Rye la miró y preguntó inocentemente—. ¿Le conoces mucho?

Lisa se sintió incómoda al notar que de pronto se comportaba como un chico encantador.

No le he visto en mi vida —admitió—. Estoy aquí sólo para este verano, para vigilar que nada va mal en el experimento del doctor Thompson —añadió, señalando con la mano la cerca que se extendía al final del prado.

Rye dudó seriamente de que ella estuviera allí solamente para ver crecer la hierba, pero lo único que dijo fue:

Bueno, pues vigila al jefe. Es terrible cuando se trata de mujeres.

Lisa se encogió de hombros.

No me ha molestado nunca. Ni tampoco ninguno de sus hombres. Todos han sido muy educados. Con una excepción —añadió con frialdad, mirándole fijamente.

Lo siento —dijo Rye irónicamente, y se quitó el sombrero a modo de disculpa—. Seré muy cortés a partir de ahora. Conozco lo bastante al jefe como para no querer enfrentarme con él. ¿Sigue en pie eso del pan con beicon? Y pasteles.

Lisa se quedó durante un momento inmóvil? observando a Rye mientras todo tipo de sensaciones corrían por su cuerpo. Pensar que él podía estar hambriento, que podía necesitar algo que ella podía darle, hacía que se sintiera débil. 

Por supuesto —dijo—. Lo siento si he sido un poco grosera. Me llamo Lisa Johansen.

Rye dudó, sin desear que el juego finalizara tan pronto.

-Yo soy Rye —dijo, dándole su nombre acortado,

Rye... —murmuró Lisa.

El nombre la intrigaba al igual que el tipo. Se preguntó si ese era su nombre o su apellido, o un nombre que había elegido para sí mismo. Sin embargo no le preguntó. Estaba acostumbrada a la gente primitiva; para ellos, los nombres eran mágicos, sagrados y muy íntimos. Repitió el nombre una vez más, contenta sólo porque era de él, y él se lo había ofrecido.

Rye... El beicon y el pan estarán preparados dentro de unos minutos. Si quieres lavarte las manos, a un lado de la cabaña hay una palangana con agua calentándose con el sol.

Rye observó a Lisa mientras se movía por el campamento, y no supo si sentirse furioso o divertido porque ella supiera tan poco sobre su presa que ni siquiera hubiera reconocido su apodo.

Pequeña, tienes mucho que aprender —murmuró—. Y resulta que acabas de conocer al hombre que puede enseñarte.