VII
Karen, Ron y Gordon se tomaron su tiempo antes de entrar en la sala de interrogatorios, donde les aguardaba Jeff Simpson, el empleado de mantenimiento de los apartamentos Prime Falls, lugar en el que había estado residiendo hasta el día de su desaparición la víctima, Sarah Brown.
Deseaban conocer un poco más a fondo a aquel hombre, antes de abordarlo. Era un sospechoso con muchas papeletas, y el jefe de la policía había hecho bien en autorizar su detención inmediata. Pero ahora que ya lo tenían allí no podían permitirse ningún desliz, o lo pagarían caro en el futuro.
Tras revisar el expediente varias veces, decidieron que Gordon llevase la voz cantante en esta ocasión, pues tenía experiencia con esta clase de individuos. También optaron por que entrase solo en la sala, mientras Karen y Ron observaban el interrogatorio a través de un cristal.
Stevens trató de sacar su mejor sonrisa, tragándose todos los sapos que su garganta admitía, y le tendió afablemente la mano al empleado de mantenimiento.
—Hola Jeff, mi nombre es Gordon, y soy detective de la oficina del sheriff del condado de Black Hawk.
Simpson, un hombre fornido, de color, de aspecto huraño y ojos un tanto hundidos, sudaba a mares. Gotas de sudor le rodaban desde la frente hasta el mentón, y la camisa azul que llevaba estaba húmeda en la zona del pecho y de las axilas.
—Yo no debería estar aquí. Están cometiendo un grave error. Lo que pasa es que soy negro, y pobre, y quieren endilgarle a un desgraciado la muerte de esa joven para ponerse rápido una medalla —masculló el detenido, mientras dirigía su mirada hacia todos los rincones de la sala.
—Las cosas no funcionan así, Jeff. Y creo que lo sabes bien. Ya has tenido problemas en el pasado con la justicia.
—Bobadas de adolescente. Si se hubiera criado en el barrio en el que yo crecí, en Detroit, no me imagino qué cosas hubiera hecho usted en mi lugar.
—Bueno, es cierto que tu expediente parecía limpio una vez te mudaste al estado de Iowa. Sí, cualquiera diría que te habías esmerado en iniciar una nueva vida. Pero Jeff, está el intento de violación y secuestro de hace unos pocos meses. ¿Has olvidado lo que pasó en Davenport tan rápido? —inquirió Gordon, como lo hubiera hecho un mentor o un buen amigo. Sabía que era la manera correcta de actuar, que aquello funcionaba, pero le costaba reprimir las náuseas en la mayoría de las ocasiones.
Simpson lanzó un largo bufido, casi un gruñido. Después trató de tranquilizarse, y comenzó a hablar muy despacio.
—Aquello fue un disparate. Ya le he pedido a mi abogado que lo retiren de mi expediente. Pero como es de oficio tiene mil cosas de las que ocuparse, y de momento ahí sigue esa mierda, como una losa. Yo no hice nada. Absolutamente nada. Estaba en el lugar equivocado, y una testigo me confundió, nada más. He pedido que se realicen pruebas de ADN, o lo que sea. He pasado el detector de mentiras, y el juez me ha dejado en libertad sin cargos, ¡pero ahí sigue esa maldita mancha en mi expediente!
El detective se sintió confundido. Aquel tipo parecía sincero, y realmente enojado con el sistema. Podía ser un actor de narices, pues era cierto que había pasado la prueba del polígrafo, pero no era la impresión que, a menos de tres palmos de distancia, le estaba causando.
—En tal caso, Jeff, ¿por qué estás tan nervioso?
—Joder, tío, ¡joder! Estoy cagado de miedo. Hace unos meses tuve que mudarme de ciudad por culpa de algo que no había hecho. Pese a todo, consigo un empleo decente aquí, en Cedar Falls, ¡nada menos que en la universidad! No gano un gran sueldo, pero puedo pagar mi alquiler y permitirme algún capricho. Parecía que la vida me sonreía y ahora pasa esto, ¡y me lo queréis colgar sin ninguna prueba! Pase lo que pase, ya estoy jodido, estoy bien jodido.
Simpson no pudo evitar comenzar a sollozar. Normalmente Gordon no sentía lástima de ningún detenido, de ningún sospecho, mucho menos de uno por asesinato. Pero esta vez era diferente, y por alguna razón estaba conmovido.
—Está bien, Jeff. Dime qué diablos estuviste haciendo el pasado jueves, desde la mañana hasta bien entrada la tarde.
—¿El jueves?
—Sí, el 6 de marzo —respondió Stevens, sabiendo que aquella fecha ya no podría olvidarla jamás en la vida.
El empleado de mantenimiento se quedó pensando algunos segundos. Parecía realmente estar echando atrás en el tiempo, tratando de ubicarse a sí mismo la semana anterior.
—¡Ya lo recuerdo! Me pasé todo el día en el McLeod Center. Hubo una fuga de agua y tuvimos que emplearnos a fondo.
—¿Tuvimos? —preguntó Gordon, notando que le temblaban las piernas. Parecía que nadie se había preocupado de saber dónde se encontraba el sospechoso a la hora en la que la víctima había sido secuestrada.
—Sí, estaba con Leonard, otro empleado de mantenimiento. Y también había un fontanero que mandó el seguro, pero no recuerdo su nombre.
—Jeff, ¿estás seguro de que lo que me estás contando es absolutamente cierto?
—Se lo puedo jurar encima de una Biblia, si así lo desea. Además, sólo tiene que preguntárselo a ellos. También me vieron por allí varios grupos de estudiantes, pues querían saber cuándo iban a estar operativas las duchas de nuevo. Allí juegan al baloncesto, y no les hacía gracia la idea de tener que salir sudados de allí en pleno invierno. No son tan duros como imaginan…
Stevens golpeó la mesa suavemente con los papeles que llevaba en la mano. Se sentía frustrado, indignado y, también, agotado.
—Tengo que comprobar tu coartada. Si es cierto lo que me dices, yo mismo me ocuparé de que salgas de aquí pitando y de que no tengas ningún problema con tu empleo.
Simpson se quedó boquiabierto. No comprendía nada, pero parecía que todo se iba a solucionar como por arte de magia. Aquel tipo duro y de gesto serio que tenía delante parecía que al final le iba a salvar el culo. De súbito sintió que una corriente caliente de indignación se adueñaba de sus entrañas.
—En realidad le estoy agradecido, sabe, le estoy infinitamente agradecido. Pero ¿por qué rayos no empezaron sus colegas haciéndome esa misma pregunta antes de detenerme?
Eso mismo pensaba Gordon, mientras abandonaba la sala y se iba en busca de Karen y Ron. Se encontraron en mitad de un pasillo y el detective no pudo reprimir su indignación.
—Mierda, ¿cómo diablos se les ha podido escapar algo tan obvio?
—Tranquilo, aún tenemos que verificar que ese hombre nos está contando la verdad —replicó Philips, en un tono suave pero firme.
—Karen, te garantizo al 100% que ese tipo me acaba de contar la verdad. No tengo la menor duda —sentenció Stevens, intentando sin éxito aplacar su rabia.