IV

La joven les aguardaba mordiéndose las uñas en una de las salas de interrogatorio con las que contaba el departamento de la policía local. Cuando vio entrar a los agentes dio un pequeño respingo en su asiento.

—Tranquila. Estás en las mejores manos, y nos alegra que te hayas acercado hasta aquí.

El jefe de la policía local había decido que sólo fuesen a interrogar a la estudiante tres personas: el detective Gordon Stevens, que a fin de cuentas estaba a cargo del caso, el investigador Ron Davies y la agente Karen Phillips, que llevaría la voz cantante. Todos pensaron que con una mujer se sentiría algo más cómoda, aunque quizá sólo se tratase de viejos prejuicios algo machistas.

—Lo siento, es que estoy un poco asustada. Yo conocía a Sarah. No éramos amigas, pero la conocía…

La joven se puso a sollozar, y Karen le tendió amablemente un pañuelo de papel.

—Comprendo. Es algo que todos vamos a tardar algún tiempo en asimilar. ¿Cómo te llamas?

—Maddie —respondió la estudiante, en un susurro.

—Genial, Maddie. Nos han dicho que has venido a contarnos algo. Cualquier cosa que vieras o escuchases es de suma importancia, y por eso deseo en nombre de todos darte las gracias —dijo Karen, que se dirigía a la joven con un tono de voz suave y agradable.

—Yo sufro de asma, saben…

—Entiendo.

El detective y el investigador se miraron extrañados, pero dejaron seguir haciendo a la agente, pues estaba manejando la delicada situación con maestría. La chica estaba realmente conmocionada, y un testigo en esa situación es muy susceptible ante cualquier comentario o gesto que admita múltiples interpretaciones.

—La madrugada del sábado, a las dos y media, me desperté con un ataque de asma. Casi a tientas pude coger el inhalador y recuperarme. Siempre lo tengo encima de la mesilla por si surge alguna urgencia.

—Eso es tremendamente sensato, Maddie. Estoy convencida de que eres una estudiante muy responsable.

Por primera vez la joven esbozó una leve sonrisa. Era un buen síntoma. Ya se encontraba cómoda.

—Eso creo. Muchas gracias.

—Entonces —dijo Karen, que no deseaba perder el hilo principal de la conversación— te despertaste y recuperaste el aliento. Eran aproximadamente las dos y media de la madrugada del sábado…

—Sí, eso es. Lo recuerdo bien porque miré la hora en el radio-despertador. Siempre que sufro un ataque de asma por la noche suelo mirar la hora.

—Y, ¿qué sucedió después?

—Yo me alojo en los apartamentos Hillside.

—En Jennings Drive, a las afueras del campus —confirmó Karen, sin querer recordar que justo en la arboleda situada frente a aquellos apartamentos habían hallado el cadáver de Sarah Brown.

—Exacto. El caso es que para sentirme mejor me acerqué a la ventana y la abrí.

—¿Viste algo?

—No, la verdad, no vi nada sospechoso. Todo estaba tranquilo. El aire era muy frío, pero necesitaba respirar. No vi nada, pero sí escuché algo parecido a un petardo. Al menos eso pensé en un primer momento. Pero luego, cuando me enteré de lo que había pasado…

La estudiante volvió a sollozar, aunque trataba de reprimir sus emociones.

—Tranquila. Te enteraste de lo ocurrido y, ¿qué pensaste?

—Pues pensé que en realidad no había sido un petardo. Que nadie lanza petardos a esas horas, y menos en este campus. Comprendí que tenía que tratarse del disparo, ¿comprenden? Yo escuché el disparo con el que mataron a Sarah, ¡es horrible!

Después de tranquilizarla, la agente Karen Phillips se llevó a la joven a otra sala para que rellenase un formulario y firmase su declaración. Entretanto, Gordon Stevens y Ron Davies se quedaron comentando sus impresiones acerca de lo que acababan de escuchar.

—¿Qué crees Gordon?

—No sé qué decirte. Si lo que nos acaba de contar esta estudiante es cierto, si lo que escuchó fue el disparo que mató a Sarah Brown, ya podemos comenzar a trazar una línea temporal.

—Ya, te sigo. Desapareció el jueves, por la mañana. Y no acabaron con su vida hasta el sábado de madrugada.

—Efectivamente, Ron. Y en tal caso, ¿quién diablos y por qué motivo la tuvo retenida durante cerca de 40 horas? Y, lo que es igual de importante, ¿dónde diantres la mantuvo escondida todo ese tiempo?