Capítulo VI

Era tarde, habíamos dedicado la jornada a repasar aspectos como los lugares en los que habían sido localizados los cuerpos, los informes del detective de Manhattan o del ayudante de la oficina del sheriff del condado de Pottawatomie o un listado de sospechosos que ambos pensábamos que no llevaba a ninguna parte. Poco más. Incluso la charla con el nuevo jefe de policía, Connelly, había sido un modo hábil de aplazar lo que ya no podía dilatarse más en el tiempo: abordar las imágenes cruentas de los cadáveres y de las autopsias. Un asesino deja mucho de sí mismo en la manera de matar y, en este caso, de mutilar. Todos sus traumas, creencias, fantasías, educación, cociente intelectual, fantasmas y un largo etcétera quedan ahí reflejados, por más que él intente ocultarlos o enmascararlos —algo que logran en contadas ocasiones, y solo los muy inteligentes o formados; pero incluso con ello están aportando mucha información—.

Yo ya tenía el corazón curtido de ver cientos de fotografías espantosas, aunque cuando las víctimas eran niños me seguían aterrando, y por tanto no debía de haber admitido el sutil detalle de Henderson de dejarme respirar antes de ir al meollo del asunto. Y es que ella era muy consciente de que yo no estaba viendo a una víctima más, pese a que delante de mis ojos tuviera la imagen de un pobre agente de policía al que no me unía ningún vínculo; detrás de aquel rostro estaba el rostro de mi amigo Jim Worth, y lo mismo que le habían hecho a aquel desgraciado se lo habían hecho al veterano detective con el que tantas horas inolvidables había pasado en los últimos cuatro años. Sobraban las palabras, como Olivia había deslizado al poner sobre la mesa la instantánea.

—No es un demente —musité, nervioso—. Sabe bien lo que hace, no está chiflado. Es un puto psicópata, un psicópata con mayúsculas.

—¿Prefieres dejarlo para mañana? —preguntó la investigadora, que aunque no me conocía demasiado sabía que soltar tacos o emplear un tono duro no era mi estilo.

—Olivia, empecemos de una maldita vez. Tengo que enfrentarme a la realidad. Y además, cada segundo que perdemos es un segundo que ese salvaje anda por ahí suelto.

—Pues adelante…

La investigadora combinó diferentes fotografías e informes de las autopsias para detallar cómo procedía el asesino. Al principio, y dado que fueron dos forenses distintos los que estudiaron los cadáveres, no se percataron de un detalle importante, que con la autopsia de Worth salió a la luz; pudo confirmarse en las víctimas anteriores y explicaba muchas cosas que los agentes no terminaban de comprender. El asesino paralizaba primero a su objetivo empleando una pistola Taser modelo X26, es decir: un arma no letal que provoca, mediante electrochoque, la parálisis temporal de los músculos del cuerpo. Apenas deja un rastro visible y a menos que uno esté buscando las diminutas heridas que deja en el cuerpo o la casi imperceptible erosión que presentan en ocasiones músculos u otros tejidos, como la endodermis, pasará inadvertido en un examen forense rutinario o realizado por un médico poco acostumbrado a esta clase de ataques. Mi amigo Jim era un hombre fuerte y de gran envergadura, por lo que el desalmado que lo abatió apretó durante más de cinco segundos el gatillo de su pistola, hasta descargarla por completo. No era sencillo dejar fuera de combate a un tipo duro como él, y al menos su resistencia había servido para obtener una pista crucial.

—¿Cuántas personas están al tanto de este detalle tan relevante? —inquirí, pues podía volverse en nuestra contra o ser un aspecto con el que jugar en el futuro.

—Casi nadie, Ethan.

—¿Y la prensa?

Henderson cruzó los brazos sobre su pecho y volvió a ladear la cabeza, un gesto al que ya me estaba acostumbrando.

—De momento bajo control. Ni siquiera hablan de un asesino en serie, aunque están con la mosca detrás de la oreja. Si tú mantienes a la CBS y similares alejados de aquí… tendremos pocos problemas.

Yo era para la prensa como la miel para los osos. No tenía muy claro cómo —bueno, quizá sí, o a lo mejor es ahora cuando lo veo todo mejor y comprendo que mi primer éxito en Detroit había tenido una gran repercusión; que en mi segunda investigación, en Kansas, Clarice había sido clave para resolver el caso y que un par de entrevistas en la CBS en prime time me habían catapultado a la fama dentro y fuera del FBI—, pero lo cierto es que los atraía igual que un imán y aunque pensaba que molestaban y que podían dar al traste con todos nuestros esfuerzos… en el fondo me dejaba seducir por ellos. La parte más egoísta de mi ser, la más ególatra, precisaba de los medios de comunicación para alimentarse.

—Intentaré hacerlo bien. Lo prometo.

—No lo intentes, solo hazlo.

La frase parecía sacada de un anuncio de una conocida marca de zapatillas de la época. Sin embargo la investigadora estaba demasiado seria como para bromear con el asunto. Asentí.

—Continuemos… Empiezo a estar cansado y es hora de que los dos nos vayamos a dormir un rato.

Henderson siguió con los detalles. Desde el principio sabían que las víctimas morían asfixiadas, pero de nuevo no fue hasta realizar la autopsia a Jim cuando descubrieron que el asesino empleaba una bolsa de plástico que llenaba de helio, un gas noble que provoca la pérdida de conocimiento en segundos y la muerte en pocos minutos, y que fijaba con firmeza al cuello. Ya tenían una secuencia de los hechos: los dejaba fuera de combate con una descarga eléctrica y de inmediato los asfixiaba. Había que tener mucha sangre fría, preparación y cierto nivel intelectual para maniobrar de ese modo, frente a personas formadas para defenderse de una agresión, y no cometer decenas de errores o incluso perder el control absoluto de la situación.

—Tiene que ser uno de los nuestros. O lo ha sido en alguna fase de su vida y ahora está retirado o lo expulsaron. Esto no puede hacerlo cualquiera, lo sabes, Ethan —dijo la investigadora, casi con ira.

—O un agente de seguridad, como la segunda víctima, frustrado y que siente un odio visceral hacia la policía. Quizá ha intentado entrar varias veces en algún departamento o en la oficina del sheriff de su condado, por ejemplo, y siempre ha sido rechazado. Es más que plausible —especulé.

—Sí, tienes toda la razón. Y eso supone tener que rebuscar en muchas bases de datos y apenas contamos con recursos, ni materiales ni humanos.

—Bueno… para eso me habéis hecho venir desde Washington. Kansas, su comida y sus inmensos campos de maíz ya me los conozco de memoria.

—¿Podremos contar con más personal de Quántico?

—Por las vías formales ni lo sueñes. Al menos de momento —respondí, llevándome un dedo a los labios.

—¿Por qué?

—No sé cómo decirlo sin que suene fatal… Porque aún son pocas víctimas. Y además estamos hablando de un agente, un vigilante y un detective de una ciudad pequeña; es decir, no es un drama nacional. A fin de cuentas el riesgo formaba parte de su trabajo.

—¡Qué disparates estás soltando! —exclamó Henderson, agitando los brazos con violencia.

—Estoy explicándote cómo diablos funcionan las cosas allí, no estoy expresando mi opinión. Mierda, han asesinado a Jim, una de las personas que más he querido en la vida; si por mí fuera estaría medio FBI ocupando este edificio y todos los hoteles de la ciudad —repliqué, sereno.

—Vale… De acuerdo. En tal caso dime qué es lo que tienes planeado.

—Usar las vías informales. Las mismas que tanto detestas. Puedo tirar de Mark, de Liz y de algunos miembros de mi unidad. Solo a tiempo parcial, y les deberé por enésima vez un favor.

—¿No puedes intentarlo con tu superior?

Me dejé caer en una silla y meneé la cabeza, un tanto hastiado de los desesperados intentos de la investigadora. De nuevo me sorprendía descubrir que el que mantenía el pulso firme era yo, cuando siempre había sido al contrario en todos los lugares y circunstancias.

—A menos que estés dispuesta a soportar a la CBS, la CNN, la Fox y demás chusma metiendo las narices por aquí… ni lo sueñes.

—¡Son tres de los nuestros, por todos los cielos!

—Esto es duro, y ojalá que no suceda. Si el asesino sigue actuando, si alcanza o supera las cinco víctimas, no hará falta que yo mueva los hilos. Tendremos en 24 horas no solo a la prensa asediándonos día sí y día también, vendrán desde Kansas City y desde Washington un regimiento de agentes especiales. Habrá pasado a convertirse en algo muy serio. Entretanto, nos tenemos que apañar con lo que contamos. Y demos gracias a todos los que nos van a echar una mano, Olivia. No están obligados a hacerlo.

La investigadora se quedó un rato reflexionando, como si fuera un ordenador que estuviera procesando una enorme cantidad de datos.

—Está bien. En el fondo es mejor así. Ya sabes que soy de la opinión de que casi todos los federales sois una panda de engreídos.

—Esto ya lo habíamos zanjado —protesté.

—Sí, y al final es tarde de verdad. ¿Vamos a por lo de los ojos, los índices amputados y los cerdos o lo dejamos mejor para mañana?

Como en el verano de 2018 la joven investigadora me sorprendía con su frialdad. Era mucho más dura que yo, era capaz de tomar una distancia de los hechos más horrendos que a mí, todavía hoy, me cuesta digerir. Por eso ella tenía un empleo que le permitía estar casi siempre en primera línea, como había buscado mi antiguo colega Tom al mudarse a San Francisco para incorporarse como detective al Departamento de Policía, y yo estaba en la retaguardia, la mayor parte del tiempo encerrado en un despacho desde el que estudiaba expedientes mientras el sol resplandecía, el Potomac discurría tranquilo y el silencio reinaba en las instalaciones de Quántico.

—Mañana, Olivia. Estaré más fresco y más preparado para que me lo cuentes todo y para… fijarme en los detalles —murmuré, con la imagen del cadáver de Worth ocupando todo el espacio de mi mente.