Capítulo I
Sabía que lo más duro que me iba a suceder en la vida era la pérdida de mi padre, pero no imaginaba que mediada la treintena pudiera llegarme un mazazo que me dejaría casi tan destrozado como entonces. El asesinato de Jim Worth, su pérdida irremediable, me tuvo varios días en un estado de ansiedad constante que ni me permitía dormir ni me dejaba respirar. Solo llorar, igual que un chiquillo, abrazado a Liz, mitigaba algo ese pedazo de lava incandescente que se había instalado en lo más profundo de mis entrañas.
Acudía a mi despacho de Quántico y trataba de disimular, de dirigir a mi equipo con eficacia y de cumplir con mi obligación como responsable de una división del FBI a la que cada semana llegaban cientos de peticiones de todos los rincones del país. Sin embargo al regresar a casa, después de soportar el denso tráfico de Washington, y pese a que me aguardaba la mirada incomparable de mi hijo, la coraza se desvanecía y regresaba a un estado que era una mezcla de estupor, rabia, nostalgia y sufrimiento. Un cóctel explosivo que si no canalizaba podía terminar muy mal.
Quizá fue eso lo que intuyó Peter Wharton, mi superior en el FBI, o a lo mejor fue mi compañera Liz la que actúo como catalizador, es algo que ni me incumbe ni ya tiene importancia, cuando me llamó a su despacho la segunda semana de octubre de 2019, 20 días justos tras la muerte de mi buen amigo.
—Seguro que me arrepiento dentro de un mes, o dentro de un año, pero mi conciencia no me deja en paz, Ethan.
—¿Qué es lo que sucede? —pregunté, desconcertado, imaginando que deseaba implicarme en alguna compleja investigación que se había atascado. Era algo frecuente y también lo era la manera de abordar la cuestión.
—Es por ese detective de Kansas… Jim Worth.
—¿Se sabe algo? —inquirí, alterado y mostrando que no estaba para bromas con un asunto que me afectaba tanto.
Wharton se pasó la mano por el flequillo y se lo echó hacia atrás. Después se levantó de la silla, rodeó su mesa y se sentó en el borde de la misma, para estar más cerca de mí.
—No, nada en absoluto. Y es evidente que eso no es bueno ni para ti ni para el FBI.
—¿Para el FBI?
—Bueno, quizá estemos ante un asesino en serie. Y de momento aunque tratas de hacerlo lo mejor que puedes estás confundido, disperso, sin los reflejos y la capacidad de liderazgo que necesitamos.
—Se me pasará. Es cuestión de tiempo —musité, cabizbajo.
Peter me posó su mano sobre el hombro derecho y realizó un chasquido con la lengua.
—Te conozco bien, y albergo serias dudas al respecto.
—No tengo ganas de que me concedas unas vacaciones. No acudí al funeral del Jim, lo sabes. Venir a trabajar, aunque me cueste, es de momento la mejor terapia que he encontrado. No pienso largarme a casa unos días y pasarme las horas mirando el techo con los brazos cruzados. Eso sí que me haría daño… más daño.
—¿Quién está hablando de vacaciones?
Abrí mucho los ojos y contemplé el rostro sereno y agradable de Wharton, que me devolvía una expresión de agradecimiento por solo el cielo sabe qué.
—Entonces…
—El Departamento de Policía de Topeka tiene un nuevo jefe desde hace solo un par de meses. He hablado con él y se ha mostrado encantado de que el FBI eche una mano para encontrar al miserable que acabó con la vida de uno de sus mejores detectives.
—Peter —musité, titubeante.
—Le he hablado de ti. Ya tenía referencias tuyas, algo que por otro lado no es de extrañar. Y las tiene tanto de tus pocas virtudes como de tus incontables defectos. En el fondo es una gran ventaja, o así lo veo yo.
—¿Me estás pidiendo que viaje a Kansas?
—Sí, Ethan, eso es lo que estoy haciendo. Has estado allí cuatro veces y yo solo te envié la primera. Ahora no deseo darte una orden, quiero que lo medites con calma y que me respondas en unos días. Aceptaré lo que digas, pero te prometo que anhelo de corazón que la contestación sea afirmativa.