Nota aclaratoria

Los tres escritos que componen este volumen —Tempestades de acero (primera edición, 1920), El bosquecillo 125 (primera edición, 1925) y El estallido de la guerra de 1914 (primera edición, 1934)— representan, junto con un cuarto texto, el titulado Fuego y sangre (primera edición, 1925; no incluido en este volumen por voluntad del autor), la totalidad de la obra de índole narrativa dedicada por Ernst Jünger a la primera guerra mundial.

Para muchos millones de europeos constituyó esa guerra un acontecimiento central en sus vidas. Para la generación de Jünger, cuyos últimos supervivientes aún habitan entre nosotros, fue no sólo un suceso capital, sino el verdadero cimiento de sus existencias. La primera guerra mundial representó el nacimiento, doloroso y ensangrentado, del siglo XX; es, pues, también la base, muchas veces interesadamente sumida en el olvido, de nuestro propio vivir.

Como tantos otros centenares de millares de adolescentes en casi todos los países de Europa, Ernst Jünger se presentó voluntario para acudir al frente el mismo día en que estalló la guerra (véase en El estallido de la guerra de 1914 el vivo relato que hace de esa jornada). Además de las armas, llevó consigo al campo de batalla una libreta de apuntes; en ella se proponía fijar, para su rememoración posterior, aquellos acontecimientos.

Catorce fueron las libretas que consiguió llenar con frases breves, croquis, exclamaciones, relatos detallados, durante los cuatro años de lucha; de ellas ofrece una precisa descripción al comienzo de El bosquecillo 125. Basándose en los mencionados apuntes, Jünger publicó en 1920, a su propia costa, su libro más famoso y divulgado: Tempestades de acero. De los millares de «recuerdos de la guerra» editados en todos los países después del conflicto, muy pocos han resistido el paso del tiempo. Por parte alemana, Tempestades de acero es de hecho el único que ha permanecido, y sin duda permanecerá en el futuro, como el documento literario y artístico de aquel acontecimiento.

Según sus propias declaraciones, Ernst Jünger había leído poco antes de la guerra, con gran entusiasmo, el libro de Stendhal El rojo y el negro; por ello decidió inicialmente dar a su propia obra el título El rojo y el gris, pues éstos, añade, fueron efectivamente los colores de aquella guerra; no hubo en ella, como en las anteriores, uniformes rutilantes. Hoy el autor piensa a veces que debería haber conservado este título. Pero, mientras redactaba su obra, Ernst Jünger leía los antiguos poemas islandeses, y en uno de ellos tropezó con la expresión «tempestades de acero», que dio título definitivo al libro.

Tempestades de acero es la «primera» obra de Jünger, y lo es en los varios sentidos de ese adjetivo; es también, en consecuencia, una obra primeriza. En su larga historia editorial —sesenta y ocho años de continua presencia pública y varias decenas de ediciones en su idioma original, este libro ha sido sometido por su autor a varias revisiones. Es preciso subrayar este hecho, ya que existen seis «versiones» distintas de esta obra.

La primera versión es, claro está, la edición original de 1920. Dos años más tarde, la segunda edición (1922) fue ya revisada por su autor. Lo mismo ocurrió con la quinta edición (1924) y con la décimo cuarta (1934); a ésta la calificó el propio Jünger de «versión definitiva». Sin embargo, sólo un año después, la décimo sexta edición (1935) fue otra vez corregida y revisada. En 1961, por fin, al incluir esta obra en la primera edición de sus Obras completas en diez volúmenes, volvió Ernst Jünger a realizar una detalladísima revisión y mejora de su obra.

La lectura comparada de las seis versiones de este libro deja claro su sentido: hay algo que no ha sido nunca Jünger en su vida, un oportunista. Más bien cabría decir que ha sido siempre un inoportuno o, si se quiere, un intempestivo, en el sentido que a esta palabra daba Nietzsche.

La primera versión del libro (1920) era un híbrido de partes narrativas y partes reflexivas; en estas últimas hacía el autor consideraciones de índole teórica sobre la conducción de la guerra. Muy pronto se dio cuenta Jünger de la escisión que ese método introducía en su obra y por ello procedió a eliminar en las sucesivas versiones tales partes reflexivas, que concentró en un libro célebre: La lucha como vivencia interior (primera edición, 1922). Siempre intempestivo, Jünger dio a la tercera versión de su obra (1924) un giro nacionalista. En un momento en que los alemanes pretendían «reprimir», en sentido freudiano, el concepto de Alemania, el autor de Tempestades de acero agregó a su obra esta frase final: «Aunque la violencia del exterior y la barbarie del interior se amontonen formando oscuras nubes, mientras en la oscuridad brillen y flameen las espadas habrá que decir: Alemania está viva, Alemania no perecerá». Retroactivamente, esta frase (que únicamente figura en esa versión) desteñía sobre todo el texto anterior y lo coloreaba con un matiz muy concreto. Algo similar, en el mismo sentido de la inoportunidad, hizo Jünger en la quinta versión, la de 1935: eliminó del libro su retrato, la reproducción facsimilar de su firma, la dedicatoria y los prólogos que habían figurado en todas las ediciones anteriores; extirpó, además, todos aquellos elementos que pudieran dar pie a su aprovechamiento por los nazis y agregó frases que hacían imposible su obra para éstos. Un verdadero y peligroso desafío.

Las versiones cuarta (1934) y sexta (1961) representan sobre todo un esfuerzo estilístico para corregir la inmadurez literaria de la primera edición; puede decirse que en su versión actual y definitiva no hay ni una sola frase que no haya sido revisada y mejorada.

La traducción que aquí se ofrece está hecha, claro está, sobre la versión que su autor establece como de «última mano» en la segunda edición de sus Obras completas en dieciocho volúmenes (Klett-Cotta, Stuttgart, 1978).

Así como Tempestades de acero abarca en veinte capítulos la totalidad de la primera guerra mundial, el segundo de los libros incluidos en este volumen, y nunca antes traducido al castellano, El bosquecillo 125, está consagrado exclusivamente a un mes del conflicto. Publicada por vez primera en 1925, como antes se dijo, también esta obra fue sometida por el autor a una profundísima revisión en su sexta edición (1935). La versión definitiva, que ha servido para esta traducción, es la incluida por Jünger en la última edición de sus Obras completas.

En un apunte que aparece manuscrito en su Diario el 18 de marzo de 1946, pero que luego no fue incluido en la obra Años de ocupación (perteneciente a los Diarios de la segunda guerra mundial), dice Jünger: «Una página de prosa revisada una y otra vez para hacer mejoras en ella se asemeja a una herida a la que no dejamos cicatrizar». De esta herida sin cicatrizar, que halló su expresión artística en Tempestades de acero, dejó escrito André Gide en su Diario (1 de diciembre de 1942) estas significativas palabras: «Le livre d'Ernst Jünger sur la guerre de 1914, Orages d'aceir, est incontestablement le plus beau livre de guerre que j'ai lu; d'une bonne foi, d'une véracité, d'une honnéteté parfaites».

A. S. P.