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Llevaba un vestido de crespón de China negro, un cuello en peau d'ange blanco, cubría con un sombrerito de paja "jade" adornado con cintas negras las virutas de hierro enmohecido de sus cabellos. En la mano derecha sostenía un bolso; en la izquierda, a "Whisky II".
Federico retrocedió al verla en el centro de su despacho, embebida en un no sé qué de flor desmayada, de flor muerta, de flor exangüe. -¡ Natalia! Natalia…
Todo resucitó en el interior de él. Seis años de su existencia, echados en el corazón. Olvidóse de pronto que, en realidad, era la desilusión lo que le separó un día de aquella mujer. -¡ Natalia!
Y avanzó hacia ella, temblando de nuevas ilusiones sin usar.
Pero lo que dijera a Perico Espasa era cierto. A las primeras palabras comprendió lo inútil que es querer echarle parches al pasado.
Natalia ya no tenía nada de aquella otra Natalia.
Le preguntó por el niño; manifestó vivísimos deseos de verle, y enseguida se engolfó en un relato pueril de cosas de su vida, de sus éxitos, de sus viajes, de… de…
Federico apenas oyó los dos párrafos del comienzo; la miraba con los ojos abiertos y fijos, con unos ojos de cristal en los que se reflejaba el ventanal frontero y las ramas de unos árboles que la brisa balanceaba en la calle: su alma, su espíritu, su pensamiento se hallaban ausentes. ¿ Qué voz desconocida era aquella que hablaba junto a él y que sonaba bajo su cráneo como un grito emitido en las montañas? ¿Qué cosas grotescas y estúpidas las que decía esa voz? ¿Qué mundo diferente al suyo el que se descubría tras aquellas cosas? ¡ Ay! ¡La Natalia de la noche en que se conocieron! ¡La Natalia de sus cuatro años de felicidad!… ¡La Natalia que hablaba como él y se expresaba como él!… ¡La Natalia contagiada de sus gestos, de sus tecnicismos, hasta de sus muletillas!..