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Todo va despertando en un radio de varios kilómetros.
Emergen la estatua del Sagrado Corazón con sus simbólicos grupos laterales, la Basílica, la Ermita, las tribunas y las plataformas metálicas, del resplandor gris de un amanecer gaseoso.
Las cornetas lloran aquí y allá. Relinchan caballos. Nace un rumor reciente. Los megáfonos comienzan también a distribuir órdenes: -¡¡PREVENIDOS!! ¡¡TODO EL MUNDO A SUS
Sí. Ya son las cuatro.
Perico Espasa, Federico, el taquígrafo, el fotógrafo y el ayudante han trepado a la torre, de seis metros de altura, donde los operadores de cine ultiman ya sus instalaciones, y contemplan desde allí arriba los campos.
El novelista murmura: -¡ Es fantástico!
Y el periodista deja escapar un ¡ah! admirativo.
En la lejanía se extienden llanuras inmensas, limitadas, al Norte por los contornos brumosos de Madrid e iluminadas por el Este con la claridad amarillenta que precede al sol, y estas llanuras, hasta donde alcanza la vista, con un campamento infinito por el que se bulle un hormiguero de seres humanos. -¿Cuánta gente habrá ahí?… -exclama estupefacto Perico Espasa.
Giran: en el horizonte circular todo aparece igualmente abarrotado de tiendas de campaña, barracas, barracones, carros, tartanas, autos, camiones, cocinas, muebles, mantas esparcidas…
- No sé. Es imposible calcular. Quizá tres millones de personas… Tal vez cuatro… Y si cupieran más, más habría…
La carretera, en los dos ramales que van hacia el Norte y hacia el Sur, es invisible bajo los automóviles que no han podido seguir adelante. Estas masas de coches colocados de "tres en fondo" se pierden, se esfuman, hasta desaparecer en el azul de la atmósfera: allá, muy lejos, en lo remoto. -¡Qué fantástico! ¡Qué fantástico!
La actividad de las muchedumbres ha llegado en pocos minutos a su desarrollo máximo, en todas partes humean miles y miles de fuegos: son las cuatro: el Papa va a llegar de cinco a seis; horas después aparecerá Dios y cada cual se apresura a hacer su desayuno, dar fin a aquel último trabajo, para no dedicarse ya más que a ver, a ver con toda el alma puesta en los ojos.
Sobre el Cerro, en la gran explanada, hay también actividad, siquiera sea una actividad más inútil. Gentleman de chaquet y damas elegantísimas (extraídas de una portada de "Vogue" o del "Good Tater"), ancianos de levita y señoras vestidas con severos hábitos o de riguroso luto (arrancadas de un cuadro de Pantoja), se presentan, se saludan; brujulean nerviosamente de aquí para allá, entre Cardenales, Arzobispos, Obispos, Generales, Coroneles, Caballeros de Montesa, de Alcántara, de Calatrava, de Santiago, Diputados, directores generales, altos representantes de la Prensa, Ministros, Embajadores, Príncipes de la sangre y Grandes de España. Y se pregunta, se habla, se comenta, se lanzan admiraciones, vaticinios, conjeturas.