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Y, sin embargo, no era eso todo… Había que sumar por otra parte:
en las apreturas inverosímiles de la estación de Atocha a la llegada del tren-tranvía de Getafe.
en las calles de Madrid; es decir: el resultado de los agujeros que los cañones de tiro rápido se vieron precisados a abrir en las masas humanas que cubrían la "carrera", las cuales -lo mismo que en el Cerro-, en su deseo loco e imposible de acercarse a Dios, tuvieron que ser barridas en varios sitios del trayecto para evitar que hicieran trizas al "Pantocrator".
Y todavía no era eso todo…
Todavía era necesario agregar a la suma fúnebre:
durante el Desfile Divino por haberse desplomado aleros de tejados, cornisas de edificios y ramas de árboles, en las que se agolpaban racimos de espectadores de tal modo
numerosos que nada pudo soportar su peso.
Y aun no se completaba así la lista…
Aun tenían que agregarse:
entre los cuales había:
Y todavía en estas listas no se enumeraban:
los que se tiraron de los balcones y azoteas al paso de Dios; los que conseguían, a costa de sobrehumanos esfuerzos, ponerse en primera fila para -al llegar ante ellos el Cortejo- dispararse un tiro en la cabeza, tomarse unos gramos de estricnina o hincarse un cuchillo en el corazón; en una palabra: los que, ansiosos de ofrecer algo al Altísimo, y no teniendo qué ofrecerle, le ofrecían la existencia.
RESUMIENDO: Desde las 11 y 3 minutos de la mañana en que apareció el Señor en Getafe hasta las 8 de la noche en que quedó instalado en la santa iglesia-catedral de San Isidro, murieron aquel día 10 de mayo.
Y, entre heridos, enfermos, contusos e idiotizados, llegaron a los