Capítulo 27
Nos mantenemos juntos
Nos mantenemos juntos contra los enemigos.
Y prevalecemos, gloriosos, victoriosos.
juntos agitamos reinos,
cosechando problemas como los granjeros cosechan nabos.
juntos compartimos risas.
Y cavamos y honramos las tumbas de unos y otros.
Velorna Falaneth, bardo.
De la balada
Amigos, lloro por vosotros,
publicada en el Año de la Víbora
Applethorn tragó, hizo una mueca, y después se estremeció y sofocó un grito.
—Siempre he detestado este sabor. A pesar del alivio… mmm, casi éxtasis… que produce.
Sentado en la penumbra polvorienta de uno de sus lugares secretos en palacio, el alarfón volvió a cerrar el botellín de la poción curativa, lo puso boca abajo en el estante para acordarse más tarde de que estaba vacío, y cerró la tapa de hierro para mantener a las ratas alejadas. Los corchos mordisqueados significaban ratas curadas… y magos condenados.
Uno de los lujos de los escondites era la oportunidad de expresar sus pensamientos en voz alta. Lo hizo así ahora, con bastante amargura.
—No puedo malgastar ya más tiempo buscando a los Caballeros de Myth Drannor. Vangey me inspeccionará pronto. Debo volver a mis tareas. Más tarde no importará que sospeche y venga a por mí… pero aún no. Al menos hasta que su condenación (como suelen decir) sea segura.
Profirió una risita, atravesó el panel corredizo que lo conducía al fondo de un armario en una de las habitaciones que llevaban largo tiempo sin usarse en el ala de la Torreta Norte, aún dañada por el humo de un pequeño incendio acaecido hacía cuatro décadas, y atravesó otros paneles en otros armarios hasta salir varios apartamentos más allá, y se dirigió rápidamente a la escalera que lo conduciría abajo.
Curado y en plena salud de nuevo, el mago de batalla Ghoruld Applethorn volvió a ser el mismo hombre de mirada fría y alerta en cuanto pisó el pasillo trasero y comenzó a lanzar miradas a varios magos de batalla, que contestaron con señas que significaban «por aquí todo tranquilo».
Con lo cual, cuando la esperada voz áspera tocó su mente y le preguntó más o menos lo que había estado preguntando a otros magos, estaba donde debía estar, y del humor que debía estar. Vangerdahast le transmitió el equivalente mental a una sonrisa de apoyo y cortó el contacto.
Applethorn acabó con una apacible sonrisa en los labios.
—¡Semoor, me parece que no vamos a poder matarlo de aburrimiento! —clamó la voz cortante de una mujer (la de Islif) desde una esquina—. ¡Por el amor de Lathander, lanza tu hechizo!
Florin y Pennae intercambiaron miradas de alegría y las palabras brotaron de sus labios al mismo tiempo:
—¡Los Caballeros! ¡Los hemos encontrado! ¡Y nos necesitan!
Después sonrieron y rugieron a la vez:
—¡A la carga!
Y comenzaron a correr, agachándose al doblar la esquina con las armas en ristre.
Islif y Doust se enfrentaban a un guerrero alto protegido por una armadura… ¡No! ¡A una armadura que no tenía guerrero dentro!
Jhessail estaba de espaldas a Islif, y Semoor estaba agachado detrás de Doust, lo que hizo que Florin frunciera el ceño y preguntara:
—¿Qué estan haciendo Jhess y Semoor?
—Es uno de esos horrores teledirigidos, o algo parecido —respondió Pennae—. Pueden teletransportarse de un sitio a otro como los magos. ¡De repente te atacan de frente y un instante más tarde por detrás!
—Oh, vaya —comentó Florin con una sonrisa de «¿y qué más?», y cargó entre Islif y Doust para lanzar la espada justo al vacío que había dentro del yelmo. La armadura silenciosa la esquivó con una facilidad pasmosa, como si hubiera previsto semejante ataque; pero Florin ya esperaba que lo esquivara, y había desenfundado la daga incluso antes de lanzar la espada. Como su espada estaba bloqueada, hizo un medio giro para llevar la daga lo más adelante posible, y la lanzó a la cara abierta y oscura del yelmo.
Esa oscuridad hizo que su brazo se entumeciera y lanzara chispas durante los breves instantes que transcurrieron antes de que el guardián armado pareciera explotar, lanzando despedidas las placas de su armadura (y a Florin).
El explorador gritó mientras volaba, apenas consciente de que Islif y Doust también se elevaban y caían junto a él.
Los fuegos de los dioses (o así lo sintió él) lo recorrieron, abrasándole los órganos, la lengua, las yemas de los dedos e incluso los ojos…
Y entonces se estampó contra algo que emitió un grito ahogado, cedió, y se enroscó a su alrededor. Fueron dando botes los dos juntos, rodeados del ruido metálico de las placas de armadura que hacían saltar chispas. Rodaron, se revolcaron y fueron perdiendo impulso hasta que finalmente se detuvieron.
Florin tosió. A continuación pestañeó y se aseguró de que aún podía hacer ambas cosas. Trató de moverse, de levantarse, y se dio cuenta de que Pennae estaba enroscada a él… y que no se movía.
—¿Pennae? —dijo sin aliento mientras un terror súbito le atenazaba la garganta.
—Ahhhhh —gimió, con la boca sobre su hombro derecho. Después se movió débilmente—. Gran héroe —dijo con voz ronca—, ¿crees que podríamos eliminar a nuestro próximo horror teledirigido de otro modo?
—No sé si ahora mismo puedo pensar. ¿Ha sido destruido?
—Si no ves placas de armadura volando para volver a unirse, sí. Esto, sin duda, le producirá a Vangerdahast un enfado enorme.
Florin dejó escapar una risita que acabó convirtiéndose en una carcajada sin que pudiera evitarlo. Estalló en risotadas, tendido de espaldas sobre el frío suelo de piedra, y su risa resonó hasta que oyó a Semoor decir con malicia, desde un lugar cercano:
—Bueno, parece ser que alguien no ha resultado herido. El tener a una mujer enroscada sobre uno es una táctica que debo practicar en nuestra próxima refriega. ¿Islif? ¿Jhessail?
—Sigue soñando —respondió Islif.
Oyeron el ruido metálico de una placa de armadura al golpear sobre la piedra, y después un gemido mientras Islif se giraba y se ponía en pie a duras penas, tambaleándose y tratando de agarrarse a unas manos que no existían.
Jhessail, desde un montón de placas de armadura y Caballeros desparramados, le dedicó una débil sonrisa y usó al sonriente Doust, que estaba tirado en el suelo, para trepar, mano sobre mano, hasta ponerse en cuclillas. Pennae, con las manos sobre sus hombros y su barbilla, y después sobre sus caderas, se apartó de Florin, al parecer con cierta reticencia, y se sentó.
—¿Estáis todos bien? —preguntó Islif.
Semoor le dedicó una sonrisa sarcástica.
—Como le dijo el inmortal al moribundo: «Yo viviré… ¿y tú?».
Un hilillo de sangre le corría por un lado de la cara y le goteaba lentamente de la barbilla. Doust también sangraba por algún sitio, aunque se levantó lentamente para flexionar los brazos y después girarse en busca de su maza. Semoor se unió a Islif y Jhessail, levantándose.
—Sin duda los dioses han velado por nosotros —murmuró Jhessail, haciendo una mueca al ver tres colmillos largos como espadas de metal desgarrador—. Nos podrían haber ensartado como jabalíes para un asado.
El gruñido inmediato del estómago de Semoor fue más bien un rugido.
—Ya tenías que hablar de comida, ¿verdad? —dijo—. Gracias, oh delicadísima maga.
—¿Acaso no proveerá Lathander? —preguntó la chica con expresión inocente, extendiendo las manos como un sacerdote predicando.
Semoor utilizó sus manos para obsequiarla con otro tipo de gesto.
Florin y Pennae se unieron a ellos. Doust cojeaba y se sentó para ajustarse la bota y finalmente declaró que estaba preparado.
—Ileso, o casi —murmuró Semoor, ignorando la sangre que lo cubría—. Realmente es un milagro.
—Sí —coincidió Jhessail, y se volvió hacia Florin para decirle con expresión severa—: ¡No vuelvas a hacer eso jamás! ¡Podríamos haber muerto!
La miró fijamente, se esforzó por no reírse, y al poco se rindió y estalló en carcajadas. Uno a uno, el resto de los Caballeros se unieron a él.
—Pero… ¿por qué —le preguntó a Jhessail cuando la risa comenzó a apagarse— no lo destrozaste con uno o dos conjuros de batalla?
—Lo intenté —contestó—. Sólo una vez. Me envió los pequeños proyectiles de vuelta y eso dolió.
—¿Dolió? ¡Me sorprende que aún sigas con vida!
—Si no hubiera guardado mi poción de sanación en la bota, no lo habría contado. Ya me la he bebido. Por eso te pedí que no lo volvieras a hacer.
—¿Estáis todos bien? —preguntó Islif—. Quiero decir, ¿en serio?
Le lanzó al callado Doust una mirada cargada de dureza. A continuación interrogó a Florin con los ojos. Ambos asintieron, y hubo balbuceos de afirmación alrededor de Islif.
—Bien —dijo—. Entonces, es hora de volver al tema de advertir y proteger a nuestro rey y reina, y al formidable canalla que da la casualidad que es al mismo tiempo el mago de la corte de Cormyr y mago real del reino (y que también detenta gran número de cargos menores).
—Vaya discurso —contestó Semoor—. Islif la cortesana… hmm…
—Semoor el cadáver destrozado —respondió la otra secamente.
El Ungido de Lathander dio un paso atrás rápidamente y se puso fuera de su alcance ocultándose detrás de Jhessail y diciendo alegremente:
—¡Como siempre, vuestras órdenes son una inspiración para nosotros, lady Lurelake! ¡Guiadnos! ¡Si podéis encontrar una manera de salir de estos sótanos antes de que acabemos reducidos a esqueletos, os obedeceré sin rechistar!
—¡Entonces vamos! —ordenó Islif, con voz tan alta y firme como la de un lionar veterano de los Dragones Púrpura, y se puso en marcha a paso ligero. Cuando dejó atrás por fin los restos del horror teledirigido, comenzó realmente a darse prisa.
Corriendo tras ella con los otros Caballeros, Semoor se quejó a los Reinos que pudieran estar escuchando.
—No sé por qué pero me imaginaba que otra vez íbamos a tener que correr.
Lord Maniol Corona de Plata se paró para recobrar el aliento. Llevaba un buen rato corriendo por todo el palacio, deteniéndose a cada rato al toparse con algún guardia desconfiado. El último había insistido en correr junto a él, hasta que doblaron una esquina y se encontraron con tres Dragones fornidos que estaban de pie junto a una pared viviente. Cada uno de ellos le sacaba al menos dos cabezas al lord. Se lo quedaron mirando con expresión severa, con los brazos cruzados, sin dar muestras de tener la menor intención de dejarle pasar.
Había una puerta abierta en la pared del pasillo junto a uno de los tres guardias, y de ella salió un cuarto Dragón que lo superaba ampliamente en altura y lucía una insignia de coronel en el pecho. Le dedicó al lord una sonrisa de torcido y le preguntó animadamente:
—Así pues, mi señor Corona de Plata, ¿qué os hace ir con tanta prisa en este hermoso día?
—Yo… —Maniol Corona de Plata respiró entrecortadamente, furioso una vez más por no ser capaz de parecer grandioso y autoritario. Respiró con dificultad hasta que consiguió decir—: ¡Traigo un mensaje del mago real, de suma importancia para el reino!
—¿Otro más? —El Dragón Púrpura puso los ojos en blanco y le dijo al techo del pasillo con voz cansada—: Las grandes juergas de estado juntan a todos los locos.
—¡Hablo en serio! —exclamó Corona de Plata.
—Sí, sí, por supuesto que habláis en serio. Por ello os vamos a introducir en esta pequeña y útil habitación de aquí para que podáis despojaros de vuestras calzas y vuestro elegante jubón, y…
—¿Cómo?
—¿Es que no lo sabéis? Es la última moda en la Corte. ¿No estáis al corriente, señor? Sí, para susurrarle cosas importantes al viejo… a Vangey, debéis quitaros la ropa. Órdenes del rey, por supuesto.
Lord Maniol Corona de Plata abrió entonces la boca para decir algo, pero no le salió una sola palabra. Pestañeó un par de veces mientras unas manos firmes lo conducían a una habitación iluminada por tres braseros, con una mesa desnuda y media docena de Dragones Púrpura fornidos que lo recibieron con sonrisas.
—No os preocupéis, la mesa se calienta una vez estás sobre ella —lo tranquilizó con una jovialidad paternalista un Dragón de grandes mandíbulas que se inclinó sobre él.
Lord Maniol Corona de Plata se estremeció y masculló:
—Las cosas que hay que hacer por amor a Cormyr.
Y cerró los ojos.
—Avisadme cuando haya acabado —gruñó con los dientes apretados a los soldados que lo rodeaban y que no veía.
—Bueno —resopló Islif, mientras torcían otra esquina y seguían corriendo—, al menos estamos viendo pasillos en los que no habíamos estado antes.
—¡El progreso! —añadió Semoor alegremente—. ¡Algo que todas las iglesias apoyan!
—Cierto —coincidió Pennae—. ¡Pero para ellos significa avanzar un poco más por el camino para conseguir sus propios propósitos!
Semoor sonrió.
—¡Por supuesto! ¿No es eso lo que quiere decir precisamente la palabra?
—Puede que llegue el día en que tengamos tiempo de sentarnos a discutir esos asuntos —respondió Pennae—. Incluso puede que haya aprendido a tener la suficiente paciencia para discutirlos contigo, para entonces. Sin embargo…
—Sin embargo —dijo Florin con firmeza—, estamos pasando por delante de muchas puertas cerradas, y estoy empezando a oír voces detrás de algunas. ¿Deberíamos abrir alguna y mirar? Da la impresión de que estamos avanzando a cie…
En ese preciso momento se abrió una puerta, justo por delante de los Caballeros, y un alto caballero de barba, vestido de cuero, miró hacia afuera. Vio a los aventureros que corrían hacia él, los miró con expresión de odio y gritó tan alto como pudo:
—¡Alarma! ¡Ladrones!
Se abrieron varias puertas de golpe, en varios puntos del pasillo. De ellas salieron Dragones Púrpura, por delante y por detrás de los Caballeros de Myth Drannor, que se detuvieron al instante.
El silbido de muchas espadas desenvainadas a la vez rompió el súbito silencio que siguió al ruido provocado por sus botas.
Corona de Plata permaneció con los ojos cerrados mientras lo desarmaban, lo desnudaban, y lo registraban concienzudamente. Tras un rato lo ayudaron a vestirse de nuevo, formulándole mientras varias preguntas, al tiempo que sus voces se hacían cada vez más respetuosas.
Al final, el constal dijo con voz grave:
—Lord Corona de Plata, me sentiré muy honrado de escoltaros hasta el mago real del reino.
—Bien —dijo Maniol Corona de Plata, sin esforzarse por ocultar un suspiro de alivio—. Entonces vamos. No puedo evitar pensar que la urgencia del asunto aumenta a cada momento que pasa.
Pronto se encontró caminando por los pasillos con una escolta. El constal les iba preguntando a los guardias a los que se acercaban dónde estaba Vangerdahast.
El lionar del sexto puesto de guardia por el que pasaron frunció el entrecejo y dijo:
—Pasó por aquí no hara mucho. Ahora estará asistiendo a la recepción de la emisaria de Luna Plateada, en el Gran Salón de Anglond.
El constal asintió, se volvió, abrió una puerta, y empezó a correr.
—¡Deteneos! —dijo Florin a los Dragones Púrpura, que estaban formando un círculo alrededor de los Caballeros—. ¡No deseamos hacer ningún derramamiento de sangre! ¡Sólo buscamos las Cámaras de la Sima del Dragón!
Al parecer había dicho algo que no debía.
El círculo de Dragones Púrpura formado alrededor de los Caballeros se ensanchó cuando los guardias dieron un paso atras rápidamente, preparando las espadas.
Los ornrions que había entre ellos y el solitario alto caballero chasquearon los dedos sobre los anillos que llevaban y sisearon con la boca pegada a ellos:
—¡Ayuda de los magos de batalla! ¡Ayuda de los magos de batalla! ¡Pasillo de la Armería! ¡Pasillo de la Armería!
A medida que iba anocheciendo, los dos magos que estaban en el Salón de los Pasos Perdidos empezaban a albergar la esperanza de que su turno transcurriera sin dificultades, cuando de los colgantes que llevaban bajo sus espléndidos uniformes salió de repente una voz:
—¡Ayuda de los magos de batalla! ¡Ayuda de los magos de batalla! ¡Pasillo de la Armería! ¡Pasillo de la Armería!
—Oh, diantres —Tathanter dijo la palabra con sentimiento, mientras continuaba la llamada—. ¿Qué pasará ahora?
Malvert ya había cogido una varita de la funda de plata labrada que llevaba pegada a la pierna. Tathanter sacó la suya.
Avanzando entre invitados curiosos, corrieron hacia un panel que había en una esquina cubierta por tapices, lo abrieron apresuradamente y pasaron al otro lado.
—Dios mío —le comentó a su marido la joven esposa de un tendero, vestida espectacularmente con una funda de tejido brillante que la cubría desde la garganta hasta los tobillos (un par de cortes dejaban a la vista sus caderas)—. ¡Es como en los cuentos, magos corriendo por todas partes, haciendo cosas urgentes y secretas! ¿No es apasionante?
Su marido la miró con el ceño fruncido.
—No, si cambias «apasionante» por «aterrador» estaré de acuerdo contigo.
—¿Aterrador? ¡Pero no para ti, por supuesto! ¡Pasaste algunos años con los Dragones!
—Por eso mismo —respondió el esposo.
Lord Maniol Corona de Plata llegó al Gran Salón de Anglond tambaleándose y resollando. Sudoroso y casi incapaz de emitir palabra, se agarró a un sirviente, el cual consiguió mantenerse imperturbable, y se mantuvo apoyado en él mientras los guardias que lo escoltaban abrían la magnífica puerta que se alzaba ante ellos.
Corona de Plata se apresuró a entrar, limpiándose el sudor de la frente, y miró a su alrededor. Había olvidado lo tremendamente grande que era aquel salón. Estaba repleto de invitados que no cesaban de mirar de un lado a otro y maravillarse ante aquel esplendor.
Maniol Corona de Plata dio unos pasos en una dirección, y unos pocos en otra, y después se detuvo, desconcertado.
Siempre pensaba en Vangerdahast como en una figura imponente que se cernía sobre él, con sus ropajes oscuros y su aspecto temible, que destacaba en la Corte incluso cuando Azoun estaba en el trono. Sin embargo parecía que el mago real del reino era alto sólo en su mente. Allí, con todas las botas de suela gruesa y los tacones altos que llevaban los invitados deseosos de causar sensación, había mucha gente más alta que Vangerdahast. Había mucha, muchísima gente, tanta que algunos, para moverse, tenían que avanzar empujando con el hombro a los demás mientras pedían disculpas.
En pocas palabras, Vangey podría estar en cualquier lugar. Y el Gran Salón de Anglond era lo suficientemente grande como para que ese lugar fueran muchos.
Lord Corona de Plata suspiró y echó la cabeza hacia atrás para mirar lentamente a lo alto de la habitación. No miraba aquel magnífico techo pintado, con sus dragones dorados en relieve, sino las hileras e hileras de balcones que había debajo del mismo y que rodeaban el salón en anillos contínuos y en cuatro alturas.
Sí, el mago podía estar en un montón de lugares. Corona de Plata se encogió de hombros, bajó de nuevo la vista al salón, y comenzó a buscar a Vangerdahast.
—Ya llegan los magos —anunció el Alto Caballero, con un tono de voz tan alto que causó sobresalto, dado el tenso silencio en el que estaban sumidos—. Mantened el círculo de espadas. Estrechadlo. Dos pasos, nada más.
Lentamente y con cuidado, los Dragones Púrpura estrecharon el cerco a los Caballeros con las espadas en alto.
—¿Nos mantenemos en círculo, incluso si comienzan a lanzar hechizos? —preguntó un ornrion.
El Alto Caballero se encogió de hombros.
—Matadlos a todos si es necesario. Los magos de batalla podrán interrogar a sus cadáveres.