Capítulo 2
El nuevo empleado de la familia
—¿Estás bien, chico? Llegaremos a un hospital privado… Ahí te podrá atender mi doctor particular, estarás bien, él es muy bueno. Ya antes me ha ayudado con cosas así… ¿Cómo te llamas?
—Damián, señor – decía el joven herido mientras veía por el espejo retrovisor a Javier, quien manejaba a una distancia exageradamente pegada a ellos.
—Fue una suerte que estuvieras allí… Sin ti estaría muerto.
—El bar es mío, además usted también salvó mi vida… Creo que estamos a mano – de pronto un sentimiento de duda y preocupación empezó a llenar a Damián, ¿quiénes eran estos hombres? Había estado en una balacera en el lugar en el que más se sentía a salvo y ahora estaba a bordo de un lujoso Lincoln con un extraño que lo llevaba al hospital.
—Tu bar estará bien, y tú también… Te doy mi palabra – le prometió Don Santiago.
—Señor disculpe si soy un poco incrédulo, pero en este momento mi bar, mi único sustento, debe estar lleno de policías interrogando a mis empleados…
—Cosa que tiene arreglo, ¿está bien? Ahorita lo importante es que te curen esa herida y mañana a primera hora arreglaremos eso. Las palabras no tenían lógica: un muerto en el bar ¿y mañana estaría todo bien? “Dios santo en qué me metí”, pensaba Damián, pero el señor elegante tenía razón, su herida ya había soltado más sangre y empezaba a debilitarlo.
El hospital estaba situado en una zona residencial. Era un edificio pequeño si se comparaba con los demás hospitales que había en la ciudad. Y ahí en un pasillo angosto, donde sólo había tres consultorios y una recepción, los atendió una enfermera de edad avanzada que al ver a Don Santiago finalizando una llamada a su celular, le regaló una sonrisa. La confianza que había entre ambos indicaba el largo tiempo que tenían de conocerse.
—¿Ya viste las noticias? Espero que no tengas nada que ver con eso – dijo la enfermera a Don Santiago mientras miraba el brazo herido de Damián.
En la televisión de la recepción estaban una joven reportera en vivo desde un bar en el centro reportando un tiroteo y un hombre muerto, Damián reconoció de inmediato el lugar.
—¡Qué gusto verte, Mary! ¿Dónde está el doctor? Necesito su ayuda – dijo Don Santiago.
—Me temo que no se encuentra, está atendiendo gente que verdaderamente lo necesita… No te ofendas, muchacho.
Damián sólo alzó el ceño y movió la mano para pasar por alto el sarcasmo de la enfermera Mary.
—Pues márcale, no doy beneficencia a este hospital cada año para que me dejen esperando aquí cuando lo necesito.
Comenzaron a discutir, y Damián sentía que todo el mundo se movía a su alrededor, las voces se escuchaban extrañas y poco a poco empezó a sentir que las piernas se le doblaban. Cuando finalmente sintió el piso en su espalda, cerró sus ojos dejando atrás la imagen borrosa de un rostro blanco y cabello rubio en el que se dibujaba una amplia sonrisa mientras sus labios se movían diciendo algo que no entendía. Damián se desmayó.
Despierta… despierta ¿o piensas quedarte ahí todo el día?...
Cuando Damián abrió los ojos, el lugar donde se encontraba era totalmente diferente, estaba recostado en una cama muy confortable, y era un cuarto amplio y lujoso; cuando miró por la ventana que estaba a su lado pudo ver que la noche había consumido el día, y vaya qué día. La voz que escuchaba al abrir los ojos seguía diciendo…
—Será mejor que te metas a bañar antes de ponerte la ropa que te voy a dar… Sería una lástima que la ensuciaras – dijo Javier.
—¿Dónde estoy? – preguntó Damián confundido.
—El señor Santiago insistió en que te trajéramos aquí, te desmayaste después del… Pequeño rosón que te dieron – el tono de burla era más que obvio – El baño está en aquella puerta, el chofer te estará esperando en la salida.
—¿Qué ése no es tu puesto? – dijo Damián a la defensiva.
—Sólo apúrate, ¿quieres?
—Prefiero bañarme en mi casa.
—¿Y salir de la mansión lleno de sangre y en esas fachas? Es un riesgo que no pienso tomar, además te estarán esperando para interrogarte… Por cierto, hablamos con tu personal, si le podemos llamar así, y comentaron que lo que sucedió fue una discusión entre ebrios… Será mejor que digas lo mismo si no quieres meterte en problemas… Tú estabas buscando trabajo de escolta y en las pruebas te lastimaste el hombro, tu celular se quedó en el bar, así que no será problema justificar lo incomunicado… El chofer te dará algo cuando llegues a tu casa.
Javier dio la media vuelta y salió de la habitación apresuradamente con un gesto nada agradable.
No era de esperarse que hubiera ese roce entre los dos, su primer encuentro no fue el mejor que digamos, ¿cuántas veces te apuntan a la cara con una pistola?
Damián tomó el baño con dificultad, evitando mojar el
vendaje de su hombro. Pensaba en cómo había transcurrido el día,
cómo en las primeras horas había sido un día normal en el bar y
después estaba en una mansión gigantesca memorizando lo que tenía
que decirle a la policía al llegar a su casa.
Al salir de la habitación era difícil adivinar por dónde
estaba la salida, había un pasillo muy largo que corría para ambas
direcciones; de un lado estaba una escalera y una puerta que
quedaba de enfrente, del otro lado había un pasillo que hacía
intercepción, ahí se veía una ligera luz, así que decidió ir por
ahí.
Avanzó lentamente por el pasillo como si fuera un niño en la
oscuridad, no sabía dónde se encontraba o si se estaba dirigiendo a
otros lugares de la casa donde no debía de estar. Se dio cuenta que
en las esquinas de las paredes había unos dispositivos de apenas
unos centímetros, detectores de humo tal vez, “¿Por
qué demonios no me dijo cómo salir, el estirado ése?”,
pensó. Al dar la vuelta hacia la luz que provenía debajo de
una puerta, ésta se abrió de pronto dándole un fuerte golpe en la
cara.
—¡Ay! – el grito de Damián asustó a la figura femenina que le propinó un tremendo golpe en el hombro herido, haciéndolo gritar nuevamente – ¡Ohu, Dios mío!
—¡¿Quién es usted?! – preguntó la mujer asustada.
Damián tenía ahora dos dolores severos.
—Perdone pero no encuentro la salida – le respondió con un rictus de dolor.
—Pero no me ha contestado, ¿qué hace usted aquí? ¿Quién es? – gritó ella sin recibir respuesta.
—El señor Santiago me trajo, créame no es mi intención estar aquí… El tal Javier me dejó esta ropa pero no me dijo por dónde salir – el dolor provocado por la puerta era muy fuerte, por lo que se sobaba su cabeza mientras hablaba.
—¿Se golpeó en la cabeza y lo trajeron aquí? – preguntó ella.
—¡¿Qué?! La cabeza… – suspiró – Sí, exactamente… ¿Puede decirme por dónde está la salida, por favor? El chofer de la casa me está esperando...
—Usted debe ser un empleado de mucha confianza para mi papá como para dejarlo vagar solo por toda la casa... Creo que lo veré muy seguido aquí... – dijo Leticia ya más tranquila.
—Espero que no – susurró Damián.
—¿Perdón?
—Nada… Que gracias, dije – Leticia lo miró y el miedo que sentía se convirtió en curiosidad. Ambos empezaron a caminar y Damián volteaba a verla; por instantes sentía una mirada, pensando que era la de ella, pero no quería voltear y parecer alguien con malas intenciones. “Qué mirada tan fuerte… Siento que me observa a cada momento”, pensaba. Cuando finalmente llegaron a la salida, Damián le dio las gracias disculpándose por el bochornoso momento.
Finalmente subió al auto que lo esperaba y salió de la casa. Dentro, el chofer le entregó una tarjeta que decía:
El problema se solucionó. Espera mi
llamada…
Tengo una propuesta para ti.
S.S.S.
Una extraña sensación pasó por la mente de Damián, ¿qué otra cosa extraña le esperaba?, ¿por qué esa joven tan bella mencionó la palabra empleado? La joven… “qué hermosa era”, pensó. Sin más, guardó la tarjeta y recargó su cabeza hacia atrás, aún podía sentir los efectos de los tranquilizantes que le aplicaron en el hospital.
Mientras tanto, en una de las habitaciones de la mansión sonaba un teléfono celular.
—¿Me equivoqué, acaso? – Don Santiago preguntaba a Javier.
—No, Don Santiago, pero insisto que no es prueba suficiente para tantear a un hombre… Tal vez sabía que estábamos observándolo.
—El salvó mi vida, Javier y creo que ésa es la prueba más valiosa… Mañana temprano te espero en mi despacho, haremos un viaje.
—¿Y a dónde vamos?
—A Chiapas – y colgó la llamada.
Javier se quedó observando los diferentes monitores que había en el cuarto de seguridad de la mansión, en los cuales repetía una y otra vez aquella grabación con la escena en la que se encuentran Leticia y Damián, al que sin duda veía como un intruso.
Damián llegó a su hogar, un departamento amplio en un
edificio de ocho pisos situado sobre la avenida. Tenía un balcón
que daba una vista esplendida de la ciudad, sobre todo por las
noches, pero en esa ocasión una lluvia torrencial se dejó caer
justo cuando entraba. Al final del día no podía dejar de sentir un
alivio enorme en su pecho luego de todo lo que había pasado.
Dentro, el departamento contaba con una sala, dos cuartos y el
baño, no podía quejarse, era justo el tamaño perfecto para alguien
que estaba acostumbrado a vivir solo.
Damián entró y se tiró en la cama mientras escuchaba los
truenos y la lluvia que caía por las ventanas. De pronto, algo
llamó su atención, una luz que parpadeaba una y otra vez y se dio
cuenta que era su celular, el cual tenía 11 llamadas perdidas todas
de la misma persona, Yesenia, y junto al aparato había también una
nota:
Te estuve marcando sin darme cuenta que habías dejado el celular aquí… Me tomé la libertad de llevártelo… Tuve que convencer al portero del edificio para que me dejara entrar… Necesito hablar contigo, marcarme por favor en cuanto veas esta nota… Necesito saber qué está pasando. Yesenia.
Cuando se disponía a realizar la llamada, el sonido de alguien que tocaba a la puerta hizo que Damián se levantara y dejara el celular al lado de su cama.
—¿Quién es? – preguntó Damián sin abrir la puerta.
—Somos del Ministerio Público, señor… Buscamos al señor Damián Romero, propietario del bar la Esperanza.
—Maldito apretado, ¿cómo supo? – se dijo a sí mismo.
Al abrir la puerta, dos tipos empapados estaban parados frente a él, portaban unas gabardinas largas encima de sus trajes de segunda, y tenían el brazo levantado mostrando su placa de identificación policial. Uno de ellos era alto, muy moreno casi de piel negra, tenía la nariz amplia y la cara un poco maltratada debido al acné que le habían provocado los famosos cambios hormonales en su pubertad. El otro agente era más corpulento, pero también más joven, parecía estar “recién salido a la calle”, y con atención miraba el interior del departamento como buscando algo que pudiera incriminar al sospechoso y tal vez convertirse en el héroe de la noche.
—Yo soy Damián Romero, ¿en qué puedo servirles?
—Somos los agentes Rodríguez – señalando al más joven – y su servidor Claudio Gómez. ¿Me imagino que está enterado del desafortunado suceso que tuvo lugar en su bar? – preguntó el de más experiencia. Su mirada era estudiosa como esperando que titubeara en algún momento.
—Por supuesto que estoy enterado, desafortunadamente no tuve mi celular conmigo durante del día y fue hasta hace unos minutos que me enteré de lo sucedido, pero me imagino que mi personal los apoyó en todo momento… Yo mañana mismo estaré dándole seguimiento.
—Su representante legal lo está haciendo… – dijo el más joven de los policías seguido de una mirada de decepción de su compañero. Damián titubeó en un instante pero reaccionó.
—¡Excelente!, entonces no me queda más que ponerme a sus órdenes para lo que necesiten… Y si no tienen algo más que preguntar me disculpo pero necesito descansar, tuve un día muy pesado.
—¿Estuvieron fuertes las pruebas para ingresar a la Policía Federal? – preguntó el policía más viejo.
Era obvio que aquel policía no creía mucho la historia que le habían contado, como también era obvio que quería hacer caer en contradicciones a Damián.
—¿Policía Federal? Está usted confundido… Seguridad privada es lo mío – dijo Damián con una sonrisa de amabilidad, mientras movía la cabeza hacia abajo en forma de despedida y cerraba la puerta. Los policías se retiraron del lugar no muy convencidos.
—Tuviste que abrir la boca, estoy seguro que sabe más de lo que nos dice, o peor aún, no sabe nada de lo que nos contaron – comentó el de mayor experiencia.
—Las historias coinciden, creo que estás exagerando las cosas un poco – dijo a la defensiva el joven policía.
—Coinciden y además le facilitaste todo… Aun así hay que seguirlo por unos días sólo para estar seguros.
A la mañana siguiente el sol comenzaba a salir librando una batalla con las nubes que se dispersaban después de aquella tormenta que azotó durante la noche. El Altima color plata se estacionaba en la puerta de aquel viejo panteón que apenas abría sus puertas, y la sonrisa del cuidador, un señor de edad avanzada que apenas podía moverse, se dejó ver al observar que Cecilia descendía del auto.
—Señorita Cecilia, pensé que no vendría el día de hoy, después de la tormenta de anoche la ciudad es un caos – comentó el viejo.
—Jamás faltaría a visitar a mis padres, Don Gaspar… Sobre todo a mi madre, espero que esté en condiciones de poder visitarla.
—Por supuesto, señorita, vengo de allá y apenas terminé de darle su “manita de gato”.
—Gracias… Usted siempre ha sido muy generoso conmigo.
—Lo hago con gusto y usted lo sabe… Su padre fue un gran hombre conmigo y con todos lo que le rodeaban… Me gustaría que usted también lo viera de esa manera, señorita.
—Créame que lo he intentado, Don Gaspar, pero de inmediato me viene a la mente su comportamiento y mi sentimiento cambia.
—Algún día, señorita, sabrá que el amor es un sentimiento muy fuerte que hace que las personas hagan cosas inexplicables.
Cecilia le dirigió una mirada de duda al anciano, y luego caminó por el viejo andén de concreto el cual estaba levantado debido a las raíces de los viejos árboles. Unos metros después cortó camino hacia la derecha, y ya no había árboles, sino cientos de tumbas manchadas por el lodo que en ese momento le impedía caminar por tierra firme. En el lugar había tres tumbas que no corrieron con la misma suerte que las otras; estaban relucientes, limpias y con flores que aún presumían su belleza. Dos de las criptas eran sencillas mas no feas, pero la otra era un altar grande, imponente, el cual tenía a la virgen de Guadalupe colocada en una caja de vidrio y con la frase: “AQUÍ DESCANSA CLARA LETICIA DE SALINAS, ESPOSA Y MADRE EJEMPLAR”. Era la tumba de la madre de Leticia, al lado estaba la de Sofía Díaz, madre de Cecilia, y un poco más retirada la de su padre.
—Hola mamá – decía Cecilia mirando la tumba – ¿Sabes?, ayer llegó Leticia de Europa, luce hermosa, no voy a mentirte que sentí celos al verla, yo sé que era muy niña cuando disfrutaba de todo lo que teníamos, pero no puedo evitar pensar en cómo hubiera sido todo si la vida me hubiera dado la otra cara de la moneda… Si pudiera ir y venir a cualquier lado que quisiera… Si mi padre viviera y fuera un hombre ejemplar, trabajador y responsable que en un tiempo fue… No puedo dejar de pensar en... – hizo una pausa – Si tú vivieras. Te extraño, mami, y te necesito – las lágrimas brotaban de sus ojos al momento que se inclinaba para dejar las flores amarillas que llevaba en la mano. Suspiró profundo y enjugó sus lágrimas al momento de levantarse. De igual manera, dejó otras flores en la tumba de su padre, a la cual miró fijamente como pensando algo para sí misma.
—Convenceré a Lety que venga conmigo a dejar flores a su madre, así podremos platicar las cuatro juntas.
Una sonrisa pintó su rostro y se llevó una mano a la boca para depositar un beso en la tumba de su madre, después dio media vuelta y se alejó. De regreso a la salida del panteón nuevamente se encontró con el viejo velador del cual se despidió. Don Gaspar la miró hasta que el auto desapareció.
—Es hermosa y muy inteligente – dijo en voz alta Don Gaspar – No se merece lo que está pasando.
—Es lo mejor para ella y tú lo sabes, sigamos como hasta ahora – dijo una voz proveniente de la choza de Don Gaspar, y acto seguido cerró la puerta.
Para Damián haber despertado aquella mañana ya era demasiado bueno, el dolor del brazo era ahora más fuerte y se había quedado dormido con la misma ropa que le había dado Javier. Sentado en la orilla de la cama, tenía en sus manos la tarjeta que le había dado el chofer al subir a la limosina. ¿Qué hacer ahora? ¿Tomar un baño e ir al bar como si nada hubiera pasado? ¿Quién sería el representante legal que mencionaron los policías anoche? Dejó la tarjeta en el buró y vio la nota de Yesenia que le hizo recordar que no le había llamado como se lo había pedido; de inmediato marcó su teléfono.
—¿Hola? – contestó Yesenia.
—Yesi soy yo, Damián
—¿Dónde estás?¿Estás bien?¿Por qué no me habías hablado?¿Qué fue todo eso que pasó ayer? – la joven mesera explotó alterada en un mar de preguntas.
—Yesenia, tranquila, estoy bien… Estoy en mi departamento… Necesito un favor, ¿puedes venir por mí? Mi carro se quedó allá en el bar y no tengo en qué moverme.
—Está bien, espérame ahí… Paso en una hora.
Ya de camino en el auto, Damián le contaba todo a Yesenia quien no dejaba de hacerle preguntas.
—¿Y de dónde los conociste? – preguntaba Yesenia.
—Ya te dije que no los conocía, todo fue una coincidencia que llegaran allí… Mejor cuéntame tú ¿cómo les fue con la policía?
—Después de que te fuiste recibimos una llamada de una persona que nos dijo que diéramos la versión que te conté por órdenes tuyas, y que luego llegaría una persona que nos ayudaría con la policía y cuando llegó, él se encargó de todo.
—¿Y así de fácil?, ¿Un muerto en mi bar, una llamada y todo solucionado?
—¿Se te hace extraño? ¿Y cómo crees que estábamos Don Pedro y yo que no sabíamos ni qué hacer…? Cuando llegaron los oficiales nos agarraron por separado y nos empezaron a preguntar cosas… Yo estaba muy nerviosa y no pude decir nada, ¡imagínate! nos habían dejado solos con el maldito viejo tirado allí en el bar… Pero a los quince minutos llegó el señor ése dando órdenes a todo el mundo como si ya supiera de lo que se trataba todo.
—Eres un maldito genio estirado – susurró Damián.
—¿Cómo dices?
—Nada… Llega a la farmacia para comprar estas pastillas, por favor… Me duele mucho el brazo.
—En seguida – accedió Yesenia.
Mientras la joven surtía el medicamento, Damián llegó al bar, y cuando vio lo desolado que estaba sintió un abismo en el pecho; tanto que había batallado para llevar los pocos clientes que tenía y ahora no había nadie. ¿Quién quería estar en un bar donde el dueño estuvo ligado a un tiroteo?
—¿Estás bien, hijo? – preguntó el cantinero del bar cuando vio llegar a Damián.
—Sí, Don Pedro, gracias… Abra las ventanas y dele vida a este lugar, que se vea que podemos servir comida también.
—Tienes suerte de que no esté cerrado… No sé con quién te juntas ni quiénes eran esas personas, pero debes tener cuidado hijo, a tus padres no les hubiera gustado que anduvieras en malos pasos.
Damián no dijo nada, sólo bajo la cabeza y suspiró; de haber sabido que salvarle la vida a aquel viejo le traería tantas recriminaciones y preguntas lo hubiera dejado a la suerte. Tomó su guitarra e intentó tocar algo, pero no pudo, el dolor del brazo era fuerte, y esperaba a Yesi con impaciencia. En ese momento, la campana de la puerta avisó que alguien entraba al local, “bendito alivio, al fin llegó el medicamento”, pensó, pero fue tal su sorpresa al ver que la persona que entraba no era Yesenia, sino una joven de buen vestir que llevaba unos libros o documentos en el brazo. “Dios mío, ¿periodista acaso? ¿Alguien del gobierno?”, pensaba Damián, y su carácter cambió de pasivo y tranquilo a ponerse de mal humor en cuestión de segundos.
—Disculpe, necesito… – dijo la joven sin poder terminar la frase completa.
—Mire no tengo nada qué decir, ya mi representante legal hizo todo lo que tenía qué hacer, así que pregúntele por favor directamente a él – reclamó Damián.
—¿Perdón? No sé de qué me habla, yo sólo venía a comprar un desayuno pero veo que vine en mal momento… Con permiso.
Damián sentía que la tierra se lo comía, “¡Qué tonto!”, pensó. Había confundido a la que sería su primer cliente del día y que no iba a embriagarse… Una oportunidad para darle otro giro al lugar después de lo ocurrido la noche anterior.
—No, no, no, perdóneme, no fue mi intensión hablarle así – corrió Damián a alcanzarla – Le pido por favor me disculpe, señorita, tuve un día muy pesado ayer y… bueno, pensé que era otra persona.
—No se preocupe puedo ir a otro lado – le dijo ella con tranquilidad.
—¡No! – gritó Damián asustando a la joven – perdón, digo no es necesario, aquí puede encontrar lo que necesite –para su suerte Yesenia iba entrando al lugar y miró la escena con curiosidad.
—Yesi, dale por favor a la señorita el desayuno que tenemos el día de hoy y un jugo… ¿Un jugo está bien, verdad? ¿O prefiere un café? – decía apurado a lo que ella sólo movía la cabeza de arriba abajo, o de un lado a otro.
—Ya le dije que no es necesario, puedo ir a otro lado, y por el incidente no es nada.
—Debo insistir, usted no tiene la culpa de mis cosas… Por favor.
La voz de Damián sonaba más tranquila y finalmente pudieron verse a los ojos.
—Soy Damián Romero, propietario del lugar – le dijo extendiendo su mano.
—Mucho gusto, Cecilia Montesinos, visitante del lugar.
Cuando la sonrisa de Cecilia se dibujó en su rostro, Damián sintió al fin el alivio que necesitaba, aunque el dolor regresara nuevamente a su brazo al perder la adrenalina que el bochornoso momento le había causado. Damián se tomó el hombro e hizo un gesto de dolor al soltar la mano de la joven quien le miraba el hombro.
—¿Tuvo algún accidente? – preguntó ella.
—Sí, al cargar la bocina me lo lastimé, pero no es nada – lo decía con la esperanza de que Cecilia no hubiera visto las noticias esa mañana, lo cual era muy probable con el simple hecho de estar allí. De momento, Yesenia interrumpió la plática dejando caer el plato desechable y el jugo sobre la mesa.
—Aquí tiene, son 55 pesos – su tono de voz no era muy amigable.
—Sí claro, aquí tiene...
—Por supuesto que no, esto va por cuenta de la casa – interrumpió Damián – después del trato sería injusto cobrarle.
—No, ¿cómo cree?, ya acordamos que fue un mal entendido.
—Vuelva cuando guste, aquí estaremos para atenderle – ahora la interrupción era de Yesenia quien tomó el dinero de las manos de Cecilia con rapidez.
—Bueno, pues muchas gracias… Tomaré en cuenta tu invitación… ¿Yesenia, verdad? – preguntó Cecilia quien de inmediato notó la incomodidad de la joven.
—En verdad espero volverla a ver… ¡Aquí! – vaciló Damián – Fue un placer, en verdad.
La mano de Damián tomó la de Cecilia para despedirse y su mirada estaba fija en sus ojos color miel, parecía que estaba hipnotizado pues su celular sonaba y él parecía no escuchar nada.
—Tu teléfono está sonando – le dijo Yesi – ¿Vas a contestar o vas a seguir tratando de arrancarle el brazo a la señorita?
—¿Eh? ¡Ah, ok!… Sí, ¿diga?
—¿Qué tal, cómo estás? – la voz era desconocida.
—Perdón, ¿quién habla? – preguntó Damián.
—Después de toda la ayuda que te dimos y te olvidas de uno… ¡Qué descortés de tu parte!
La voz era de Javier, por unos momentos todo lo que Damián había pasado se le había ido de la mente, y nuevamente regresó el estrés rutinario.
—No reconocí tu voz, ¿en qué puedo ayudarte?
—Queríamos saber si tuviste algún problema con la policía.
—Ayer tuve la visita de dos de ellos en mi departamento, pero nada se salió de control… Sólo dí tu versión de los hechos y asunto arreglado.
—Muy bien, van a estar insistiendo hasta que tengan al culpable, pero no te preocupes ya estamos en busca de él, pero el motivo de la llamada es otro ¿recibiste el mensaje de Don Santiago?
—Si te refieres a su tarjeta de presentación, sí la recibí, pero la verdad no sé de qué se trata… Además no estoy interesado.
—¿Pero cómo? Si ni siquiera te he dicho nada.
—Después de lo de ayer cualquier cosa que venga de ustedes no puede resultar bueno.
—¡Qué pesimista! Pero mira, te daré una pista… Tu búsqueda de trabajo de seguridad privada ha terminado, además qué tan difícil puede ser cuidar a una joven rica…
Por la mente de Damián de inmediato apareció la imagen de aquella hermosa mujer con la que se había topado la noche anterior en la mansión.
—Mira, en este momento vamos a un viaje de dos días, piénsalo y me das la respuesta, y cuando lleguemos créeme que tus problemas se habrán terminado… Le dará mucho gusto a Don Santiago que aceptes… Espera mi llamada.
La llamada se terminó sin despedirse y sin esperar a que Damián dijera algo.
“¿A qué se habrá referido con “tus problemas se habrán terminado”?”, pensaba Damián. Era tentador, después de esa noche sería difícil que el lugar volviera a tener clientela, además Javier tenía razón, cuidar a una niña rica y hermosa, ¿qué tan difícil podía ser?
—Yesi, ¿donde está la clienta que estaba aquí hace unos momentos?
—Se acaba de ir, me dijo que iba al doctor para ver por qué el brazo le dolía tanto – respondió.
El sarcasmo de Yesi no le hizo ni la más mínima gracia a Damián… Cecilia Montesinos, al pensar nuevamente en ella sintió lo mismo que la noche pasada con la chica de la mansión, la diferencia era que a esa chica estaba en él verla de nuevo o no, pero a Cecilia tal vez nunca la volvería a ver otra vez.
Ciudad Universitaria…
Cecilia pensaba aún en aquella escena del bar, “¡Qué personaje!, espero al menos que esté rico el sándwich”; cuando se disponía a darle su primer mordida, un grito y piquete en las costillas le hizo gritar y casi tirar su desayuno.
—¡Jajaja, tremendo susto que te acabo de dar! – dijo un joven estudiante que se retorcía de la risa.
—¡Beto! Maldito, ¿me quieres matar de un susto? Casi me tiras mi comida – decía Cecilia.
—¡Perdón sólo quería hacerte una broma – aún con la carcajada encima – ¿Y en qué pensabas?
—¡En nada… Cosas… Ten, toma un pedazo… Te conozco y sé que no has de haber desayunado.
—En realidad me conoces bien… – tomó la mitad del sándwich y lo comió de inmediato – Oye está delicioso, ¿dónde lo compraste?
—En un restaurant bar que está en la avenida Revolución, “la Esperanza” creo que se llama.
—Creo que escuché algo en la mañana de lo que pasó en ese bar… No recuerdo bien… ¿Oye, segura que no tienes nada?, te noto muy pensativa – insistió Beto.
—En serio estoy bien… No creo que sea ese bar, sería mucha coincidencia, además no vi nada raro… ¿Sabes? conocí a una persona que me dejó…
—¿Rara? – interrumpió él.
—¡Tonto! No, sólo pensativa… Pero olvídalo… Oye… Y cuéntame, ¿con quién vas a ir al baile de fin de doctorado?
—En realidad no tengo aún pareja… De hecho… – dudó y su cara se sonrojó – Pues esperaba… Digo, tú sabes si no tienes con quien ir… Pues no sé, tal vez tú y yo…
—¡¿Me estás invitando al baile?! – dijo Cecilia sorprendida.
—Te estoy comentando nada más… Digo, me imagino que…
—Claro que acepto, Beto
—¡¿En serio?!
—Claro, me encantaría ir contigo… Eres mi mejor amigo y además no tenemos pareja… ¿Por qué no ir juntos, no crees?
—Sí, tienes razón… Mejores amigos – el rostro pálido del joven espigado dejaba ver muy en el fondo que esas palabras lo habían decepcionado, pero se esforzó por sonreír.
—Bueno, al final de cuentas faltan todavía unos meses.
—Cinco meses para ser exactos – dijo él con seguridad.
—¿Llevas la cuenta? – preguntó Cecilia un poco asombrada.
—No, pero la empezaré a llevar desde ahora… Esperaré el mes de Marzo como nadie.
—Estás bien loquito… Bueno, nos vemos más tarde. Voy a la biblioteca.
—Ok, a ver si luego me llevas a ése restaurant donde compraste el sándwich, así platicamos más tiempo, ¿te parece?
—Claro, yo te digo… Mi amiga Lety está aquí en la ciudad y quiero salir con ella, puedes venir con nosotras… Estará bien tener un hombre para que nos cuide – sonrió y se dio la vuelta para marcharse.
Acala, Chiapas.
Acala es un municipio de Chiapas muy pequeño de apenas 295.6 km2 y representa el 2.3 % del territorio de la región Centro y el 0.3% de la superficie estatal; no es muy conocido en el país, más bien pasaría como inadvertido para la mayoría de la gente.
Sin embargo, era el lugar ideal para alguien que no quiere ser visto por un buen tiempo, a excepción claro, que fuera buscado por Javier.
En un taller de reparación de canoas se encontraba un hombre muy delgado de ojos grandes color marrón, su boca parecía la de un pescado enorme que enseñaba sus dientes aun sin reírse, tenía el cabello pelirrojo y despeinado, y siempre traía una camisa blanca con la mitad de los botones desabrochados, además se la pasaba dando gritos por todos lados.
—¿Qué esperas para moverte? ¡Tenemos que entregar este pedido hoy! ¡Vamos muévete, muévete, muévete! – apuraba el hombre pelirrojo a uno de sus empleados.
—¡Señor… Señor Francisco! – gritaba una señora gorda desde la puerta del lugar.
—¿Qué son esos gritos? ¿Qué es lo que quieres? – respondía a lo lejos el hombre.
—Lo buscan, señor…
—¿A mí? Diablos el maldito cliente llegó antes… ¿Ahora qué le diré?
El hombre balbuceaba y movía los brazos en el aire como repelando con alguien.
—¿Dónde está ese maldito cliente? – le preguntó a la mujer.
—No creo que sea un cliente suyo sinceramente, señor – dijo la enorme señora con un acento sureño muy marcado – Entraron a su oficina.
—¿Entraron?
La cara pálida del hombre perdió el poco color que le quedaba y dirigió su mano derecha a la parte de atrás de su pantalón; con la otra le hizo una seña a la señora para que se fuera y saliera en silencio, pero como apenas podía levantarse, se retiró tirando todo lo que estaba a su paso haciendo más ruido que una banda de guerra. El hombre caminó lentamente a su oficina que tenía la puerta entre abierta, y al llegar la empujó muy despacio; vio que su sillón estaba ocupado por otra persona, sólo que no podía ver quién era porque estaba de espaldas.
—Disculpe, ¿puedo ayudarlo?... Creo que no debería estar en ese lugar – dijo el pelirrojo.
Una voz gruesa y pasiva salió del sillón en ese momento.
—Hay cosas que no deberíamos hacer, señor Francisco, y sin embargo, algo muy adentro de nosotros nos incita a hacerlo… Como por ejemplo estar apuntándome con su arma cuando tengo a mi mejor hombre apuntándole a su cabeza en este momento.
La respiración de Francisco Méndez se aceleró al sentir el frío cañón de la pistola de Javier en su nuca.
—¿Qué es lo que quieren? Llévense todo el dinero pero déjenme en paz… – su voz se interrumpió cuando el sillón se dio la media vuelta y vio el rostro de Don Santiago mirándolo directamente a los ojos.
—¿Usted? ¿Pero cómo…?
—El dinero, Francisco, no sólo sirve para comprar cosas materiales, sino amistades, información, lealtad y creo que es algo que tengo más que tú, así que no fue difícil, la verdad.
—¿Y qué puedo hacer por usted? – titubeó el balsero que sentía cómo su boca se secaba en cuestión de segundos – Si necesita que le haga un envío no tiene porque ser con una pistola en la cabeza, podemos sentarnos y negociar.
—Por supuesto que negociaremos, digamos que esto es... Mera precaución… Sólo que no lo haremos aquí, lo haremos en otro lugar. ¿Por qué no le das la pistola a mi muchacho? No creo que sea necesario que la tengas... – Don Santiago se levantó y caminó hacia él – A menos que creas que puedas usarla – le susurró al oído.
Al hombre no le quedaba más remedio que obedecer y entregó el arma a Javier quien le seguía apuntando. Al salir de la oficina, una docena de hombres de trajes oscuros apuntaban a los pocos trabajadores del taller que permanecían hincados y con la cabeza tapada por su propia camisa; cerca de la puerta un cuerpo enorme yacía en el piso con un celular abierto en la mano y con el número de la policía local incompleto, era la mujer gorda. Los ojos de Francisco temblaban y se cristalizaban al ver el tremendo cuerpo ensangrentado por una bala disparada de un silenciador. Pensaba que tal vez sería su destino también. Lo subieron al auto, le colocaron una bolsa en la cabeza y arrancaron.
Después de varios minutos de recorrido llegaron a una especie de almacén que estaba en medio de la selva, el calor era insoportable y podían verse iguanas, serpientes, además de otros animales nativos de la región. El lugar era amplio sin mueble alguno, y sólo había una silla en medio donde sentaron a Francisco, quien no decía nada y sólo se dedicaba a hacer lo que le ordenaban.
—Por lo que vi, me reconociste… – dijo Don Santiago – Lo cual me parece muy bien, ya que por las circunstancias de las cosas no nos presentamos y además me dice que ya estás enterado del porqué me molesté en venir hasta aquí a buscarte.
—Créame, señor que no sé de qué me habla… En realidad pensé que me iba a contratar para una vuelta, por eso es que no me he resistido en nada.
—¿Y qué podrías hacer contra nosotros? – le preguntó Javier acercando su cara lentamente a la de él.
—Mira, Paco ¿puedo llamarte Paco, verdad? – asintió Francisco con la cabeza a la pregunta que le hizo Don Santiago – Hemos tenido muchos problemas últimamente con el negocio, cosa que no pasaba en mucho tiempo. ¿Y sabes por qué había dejado de pasar? – ahora el movimiento era de negación con la mirada viendo los ojos de Don Santiago – Porque eliminé el problema, y créeme que me dolió mucho hacerlo… Digamos que era un activo muy querido en mi compañía, pero negocios son negocios. ¿Cómo quieres que mantenga a mi familia si hay algo interviniendo en mis negocios? ¡Es imposible! Y tú sabes que la familia siempre es primero.
El hombre no podía dejar de ver a Don Santiago quien se movía de un lado a otro mientras le explicaba la situación; lo único que lo distrajo fue Javier quien tenía una pinza de corte en su mano y en la otra un pedazo de madera que cortaba poco a poco tirando los pedazos sobre sus piernas, sugiriendo el deseo de cortarle algo más.
—Mire, Don Santiago yo siento mucho lo que pasa en sus negocios y me da pena que haya tenido que venir desde tan lejos, pero yo la verdad no sé de qué me habla…
—Amárralo – le dijo Javier a otro hombre.
—Pero créanme, les estoy diciendo la verdad… Yo estoy fuera de todo desde hace mucho tiempo… Ustedes vieron a lo que me dedico ahora – decía Francisco nervioso.
—Sabemos que eres un buen hombre, Paco y por eso nos vas a decir todo – la voz de Don Santiago era cada vez más seria.
—¿Pero qué quiere que le diga si yo no…? – en ese momento la mano de Javier tomó la suya y colocó las pinzas en el dedo meñique del hombre – ¡No, no, no! Espera, ¿qué vas a hacer?
Tenemos un problema muy grave, Paco… Un amigo tuyo me dijo que podías decirme algunas cosas que quiero saber acerca de por qué mis negocios han estado empeorando… Desafortunadamente le fue imposible venir a visitarte.
De un sobre que tenía en su bolso sacó la foto de la Rana que yacía muerto en el bar… La foto había sido tomada por el hombre que se había hecho pasar por el representante legal del lugar. Los ojos de Francisco se abrieron aún más y sin poder evitarlo entre dientes exclamó “Maldito”. En ese momento sintió el poderoso filo de las pinzas de Javier que le traspasaban su dedo separándolo de la mano izquierda; su grito de dolor fue fuerte pero ahogado por una bolsa de plástico, mientras seguía gimiendo y llorando del dolor.
—¡Shsss! Tranquilo… Sólo fue una pequeña parte de tu cuerpo… Si te callas y me dices lo que necesitamos saber, prometo dejarte las demás partes – decía Javier con voz dulce y tono sarcástico. Después, con un gesto ordenó quitar la bolsa de la cara del hombre quien se retorcía de dolor.
—No sé mucho… Sólo sé que mató y descuartizó a unos de sus hombres… Sólo se dice eso, no se sabe nada más – la voz de Francisco se opacaba por el llanto.
—¿Y cómo diablos sabía ese hombre todos mis movimientos? ¿Eh? Lo sé, Paco, tú ayudabas a ese maldito pasándole información, ¿no es así? Y por lo pronto sabes quién es, así que te has convertido en la persona más importante para mí en este momento – dijo Don Santiago.
—¡Yo nunca vi a nadie! ¡Se los juro! – gritaba el Balsero.
En ese momento, Javier tomó nuevamente la mano de Francisco y le colocó otra vez la pinza en uno de sus dedos haciéndolo reaccionar.
—Vas a decirnos a quién le pasabas información o no detendré a mi muchacho quien está muy ansioso de cortarte en pedacitos – dijo Don Santiago.
Francisco suspiró y dudó unos segundos, pero al sentir la presión de las pinzas en su dedo comenzó a hablar.
—Jamás lo vi… – dijo aceptando con resignación y miedo a la vez – Él me contactó por medio de un chico muy joven… Traía consigo información acerca de mí y de mi paso por su organización. Me dijo que si no los apoyaba darían esa información a la policía y que además matarían a mi mujer... – el hombre comenzó a llorar – Yo amo a mi mujer, Don Santiago… Usted perdió a su mujer, y sabe cómo es eso... Al día siguiente, mientras caminaba por la calle a plena luz del día, un disparo de pintura se reventó directo en la cabeza de mi mujer… Fue un mensaje… En ese momento recibí la primer llamada y después de ahí sólo lo hacíamos por una computadora que el chico me dejó.
—¿El chico cómo era? – preguntó Don Santiago.
—Tenía gorra y lentes oscuros… No pude verle la cara, más bien parecía un mensajero cualquiera.
—¿Y cómo es posible que un solo hombre haya podido matar a varios? – preguntó incrédulo Don Santiago.
—Tiene tácticas muy avanzadas, él no los enfrenta… Se dice que a uno de sus choferes lo interceptó mientras iba en el carro y desde su auto le disparó... Fue un buen tiro y sólo gastó una bala... A otros les ha puesto bombas caseras, y no es cualquier matón. Aun y si usted tuviera comprado medio México, la policía no lo identificaría, no deja huella en ninguno de sus trabajos.
—Da la impresión de que lo admiras – reclamó Javier.
—¿Pertenece a algún cártel nuevo? – preguntó Don Santiago.
—No lo creo, él sólo pedía información de los pedidos grandes o...
—Que fueran claves en algo – completó Javier la frase aprovechando la falta de fuerza para hablar de Francisco – Por la forma en que dice que trabaja me huele más a una dependencia del ejército.
—Saquen ustedes sus conclusiones, yo ya les dije todo lo que sabía... El tipo es muy peligroso, incluso en este momento pudiera estar observándonos con un rifle en la mano – dijo el Balsero.
Esas palabras hicieron sentir incómodo a Don Santiago quien de inmediato levantó la mirada y volteó a su alrededor.
—No, no lo creo. Además no nos has dicho todo – decía Javier que ya había tomado el mando de la situación.
—¿Minimizas todo lo que les he dicho? Creo que no me entendiste bien, chico – el Balsero tomaba una actitud de experiencia sobre Javier que era unos 20 años menor que él – ¿Qué te hace estar tan seguro?
—¡Qué sigues vivo! – dijo Javier mirándolo a los ojos fríamente.
—El tiene razón – interrumpió Don Santiago.
—No va a creer usted eso… Son puras mentiras de este maldito que quiere salvar su pellejo… Déjeme unos minutos con él y yo le saco toda la verdad.
—¡Ésa es la verdad! – gritó Francisco – ¡No ves que me acabas de arrancar un dedo, maldito psicópata!
—Cállate, maldito infeliz – Javier apuntó su arma en la cabeza y presionándola en su frente cortó el cartucho.
—¡Javier! Tranquilízate, lo necesito vivo.
—Pero…
—Entiende… – Don Santiago jaló a Javier del brazo y lo alejó de ahí mientras éste le decía que tenía razón y que se había dejado llevar – No tenemos por qué estar aquí, Javier somos un blanco fácil. Ordena que lo suban y lo lleven con nosotros… Además cambiaremos nuestro auto, no podemos arriesgarnos.
—Como ordene, señor – Don Santiago se alejó y salió apresurado del lugar junto con otro escolta dejando solos a Francisco y Javier
—Más vale que digas todo lo que sepas o iré dejando partes tuyas por todo México – sin decir más levantó su mano y le dio un golpe muy fuerte en la cabeza haciendo que su día se oscureciera.
Habían pasado dos días de aquella tarde loca en el bar la Esperanza, dos días llenos de llamadas y visitas relacionadas con el incidente. Damián posaba pensativo en una de las sillas de la barra, y en ocasiones mirando la puerta con la esperanza de que entraran algunos clientes y dejaran algunos pesos; la situación siempre había estado apretada, pero ahora se volvía exagerada; en tan sólo dos días los pocos clientes que visitaban el lugar lo habían abandonado, hasta Yesenia había pedido el día para atender un “compromiso familiar” urgente. Damián sabía perfectamente que ella estaba buscando trabajo en otros lados y no la culpaba, todos tenían que salir adelante por su propia cuenta. Pero algo más lo tenía al pendiente de la puerta, esperaba ver de nuevo aquella joven que lo cautivó con su belleza en tan solo unos segundos; en ocasiones se preguntaba si la soledad lo estaba volviendo sensible, pues en poco tiempo ya dos mujeres lo habían impresionado mucho. En el bar sólo estaba Don Pedro, el barman del lugar, su fiel amigo y al que además lo consideraba como un padre.
—¡Deja de pensar tanto, muchacho y ponte a actuar! – Don Pedro interrumpía los pensamientos de Damián – ¿Sabes cuantas veces vi a tu padre así como estas tú en este momento? Necesitas hacer algo o este lugar se irá a la quiebra y nosotros dos juntos con él. ¿Por qué no lo vendes?
—¡Nunca!
—¡Entonces haz algo! Te has pasado viendo la tarjeta de ese señor que por poco y nos mete en problemas muy grandes… Ojalá nunca hubiera cruzado por esa puerta… Mira como está este lugar, nunca lo había visto tan solo en mis casi 40 años aquí.
La mirada de Damián era fija hacia aquel hombre grande y gordo de cabello largo y blanco; su cara era ancha y apenas se dejaba ver tras una barba abundante llena de canas. Cada vez que hablaba, sus cachetes temblaban como una gelatina y cada palabra que decía retumbaba en la cabeza de Damián.
—¡Tengo qué actuar! – dijo el joven.
—Eso precisamente digo yo… – confirmaba Don Pedro.
—Páseme el teléfono, Don Pedro
—¿Y a quién vas a llamar?
Con la mirada atónita, Don Pedro observó como Damián tomaba decididamente la tarjeta que le había dado Don Santiago.
—¿No estarás pensando pedirle ayuda a ese señor?
—¿Y qué otra cosa quiere que haga? La situación está muy difícil como para rechazar un trabajo y usted lo sabe.
—Sí pero hay miles de trabajos, ¿por qué tendrías que aceptar ése que no sabes ni qué es?
—No hay miles de trabajos, Don Pedro, créame… Cada día me levanto con la ilusión de conseguir algo, ahorrar e invertirlo aquí para que sea el lugar que mi padre alguna vez tuvo, pero ¡siempre regreso aquí a esta barra con las manos vacías! –Damián le dio un golpe fuerte a la barra que hizo que el hombre se asustara – Perdóneme, pero debe entenderme… Necesito sacar dinero de alguna parte para poder levantar esto… Será sólo temporal.
—Yo te quiero mucho, hijo – dijo el señor con un tono apenado – Y lo único que deseo es que estés bien y no te pase nada malo… La decisión que tomes tendrá mi apoyo y de alguna manera mi consentimiento, aunque sea sólo un viejo cantinero.
—No diga eso, usted ha sido mi tutor desde hace muchos años y me importa mucho lo que piensa y diga… Por eso quiero saber que usted me apoya en esta decisión… Sólo será temporal, lo juro.
—Adelante, hijo, si tú piensas que es lo mejor toma la decisión y hazlo, pero recuerda que nuestras resoluciones son siempre la base de nuestras acciones, y si una de ellas falla cae todo encima de nosotros.
Damián sonrió y sintió un alivio en su interior al ver el apoyo del viejo cantinero… Era lo que necesitaba, una palmadita en la espalada, alguna palabra de motivación, algo que lo hiciera sentir que no estaba solo y que podía contar con esa persona.
—Mi padre tuvo mucha suerte de tenerlo a su lado, como la he tenido yo.
Después tomó el teléfono y marcó al número de la tarjeta. No tardó más de cinco segundos cuando le contestaron y la voz que escuchó al otro lado no era muy joven.
—¿Diga?
—¡Qué tal! Habla Damián Romero y quisiera hablar con…
—¡Qué tal, muchacho! ¿Cómo estás? – contestó Don Santiago interrumpiéndolo. Había marcado a su número directo – Pensé que no me hablarías nunca.
—Estuve pensando mucho su oferta… Y creo no pierdo nada con hacer una prueba.
—Preséntate mañana en mi casa, no creo que tengas problemas para llegar, ¿verdad?
—No, por supuesto que no, estaré ahí mañana temprano.
Sin decir más, ambos colgaron sus teléfonos.
El día pasó como uno más sin nada nuevo qué contar, Damián llegó a su habitación con el ánimo por los suelos y justo antes de entrar fue interceptado por el portero del edificio.
—¿Cómo está, joven? Dejaron este paquete para usted, me pidieron que se lo entregara personalmente.
—¿Un paquete?
Hacía años que no recibía nada más que las cuentas por pagar y una que otra tarjeta de San Valentín de parte de Yesenia.
—Es algo grande, ¿no cree? Yo creo que ha de ser algún tipo de cobija o algo así, el invierno se acerca. Se ve que tiene a alguien que se preocupa por usted – dijo el portero del edificio con un tono curioso.
—Gracias, sí es grande… Lo abriré adentro, buenas noches, señor – Damián entró cerrando la puerta en las narices del portero y dejándolo con la duda.
Dentro, Damián dejó el paquete sobre la cama buscando alguna nota que le explicara de qué se trataba, y al abrirlo, un emporio Armani relucía dentro de la caja con una tarjeta dorada que decía:
“Tu horario de trabajo es indefinido, pero
trata de llegar lo más temprano que puedas. Bienvenido, el trabajo
es tuyo”.
S.S.S.
Damián sintió un escalofrió y le invadió una sensación extraña. Al ver las tres “S” en la firma del recado no podía dejar de pensar si en realidad sus problemas habían terminado, o si apenas estaban por comenzar.