Capítulo 3
El secreto de Leticia
Oscuridad, imágenes borrosas, de pronto la figura de un extraño se acerca, trata de moverse pero sus brazos y piernas no le responden; quiere gritar y no puede, la desesperación la invade, todo su cuerpo tiembla, la figura del extraño está cada vez más cerca; la oscuridad regresa y finalmente un grito desesperado sale de ella para despertar de esa pesadilla.
Leticia estaba asustada, no sabía si el grito formaba parte de su sueño o si había sido real, pero la despertó. En la casa, por el contrario, había un silencio profundo y a lo lejos sólo se alcanzaba a escuchar un golpe. Leticia trató de agudizar su oído y escuchó uno tras otro. Se levantó de inmediato para salir de su habitación sin darse cuenta que iba en ropa interior y camisón. Estuvo a punto de avanzar por el pasillo para buscar la ubicación del ruido, cuando una mano fuerte la tomó por el brazo.
—¡Diablos, Javier! Qué susto me has dado – gritó ella poniendo sus manos en el pecho.
—Perdóname, no era mi intención… ¿Tienes alguna prisa?
—¿Por qué?
—¡Mmm! No lo sé, tal vez porque… ¡Se te olvidó ponerte pantalones!
El color rosa de la piel de Leticia se tornó en un rojo cereza resaltando sus ojos celestes que se abrieron como si hubiera visto un fantasma, y de un brinco entró de nuevo a su cuarto cerrando la puerta rápidamente.
—Eres un tonto, ¿sabías? – decía Leticia desde su cuarto.
—No fue a mí a quien se le olvidó vestirse.
—Fue un descuido, viví sola muchos años, ¿lo recuerdas?
—Sí, lo sé, y créeme, yo no tengo problema si quieres andar vestida así todo el día – sonrió y luego hubo una pausa – Moría por verte, Lety.
Las últimas palabras de Javier habían sido sinceras y llenas de sentimiento. Al menos así las sintió Leticia que se encontraba sonriendo y recargada al otro lado de la puerta. Esas palabras la hicieron recordar de cuando eran niños y jugaban una vez debajo del árbol más grande de la mansión. Javier le prometía a Leticia, quien lloraba en ese momento por la falta de su madre, que nunca la dejaría sola. Una promesa que no pudo cumplir.
—Yo también tenía muchas ganas de verlos… A todos – dijo Leticia.
Las palabras de Leticia no eran las que esperaba escuchar Javier, por lo que se retiró de la puerta un poco desilusionado.
—Pediré que te preparen el desayuno.
—Espera, Javier, ¿qué es ese ruido que se escucha allá abajo?
—¿De qué ruido hablas? – dijo extrañado.
—Golpes… Como si alguien estuviera pegándole a algo.
Javier hizo un ceño de enojo y levantó el brazo al aire como si estuviera maldiciendo:
—Mandamos traer a un plomero, había una fuga en la lavandería.
—¿Tan temprano? – contestó Leticia incrédula.
—Sabes cómo es tu padre… Quería que estuviera listo lo más pronto posible. Te esperamos en el comedor en una hora – dijo apurado y se marchó.
Dentro de su despacho, Don Santiago daba instrucciones por teléfono a Javier para que se llevara al Balsero a otro lado, pues aunque habían decidido dejarlo en la casa porque era el lugar más seguro para tener a un “invitado de honor” debido a que la mansión permanecía sola la mayor parte del tiempo, con la llegada de Leticia no podían arriesgarse. De pronto, Don Santiago fue interrumpido cuando alguien tocó a la puerta.
—Adelante – gritó Don Santiago desde su escritorio.
—Disculpe, señor – era el ama de llaves y nana de Leticia.
—¿Qué pasó, Toñita?
—Señor lo busca un joven, dice que usted lo citó el día de hoy.
—Hazlo pasar.
Cuando Damián entró al despacho no era el mismo joven de ropas de segunda y pelo alborotado que había estado en el bar, sino todo un caballero que lucía un traje casi hecho a su medida y su cabello lo había peinado hacia atrás.
—Adelante, muchacho, qué gusto verte – decía Don Santiago estrechándole la mano fuertemente mientras le daba una palmada en la espalda – Siéntate por favor, ¿cómo siguió tu hombro? ¡Ese doctor es muy bueno, ¿eh?!
—Aún tengo un poco de dolor pero afortunadamente no fue nada grave.
—Entiendo… Primero que nada quiero pedirte una disculpa por todo lo que te hice pasar en estos días, las cosas se salieron un poco de control y pues creo que te debo una… Además me salvaste la vida y eso tiene mucho valor para mí.
—¿Sabrá porque estoy aquí, no? La verdad es que en estos momentos estoy pasando por una situación muy difícil...
—Lo sé y supongo que también tendrás preguntas qué hacerme como, ¿qué hacían dos hombres armados en tu bar? ¿Cómo se arreglaron las cosas? ¿Cómo conseguí tu dirección?
—No es necesario que me de explicaciones, de verdad – respondió Damián tratando de ser comprensivo.
—Si vas a trabajar conmigo tienes qué saber ciertas cosas, pero primero quiero escuchar de tu boca que puedo confiar en ti ciegamente.
—Perdóneme pero creo que hay una confusión, yo entendí que el trabajo era cuidar a una dama.
—Bueno, eso es sólo parte del trabajo, y créeme que es el más importante… Mi hija es todo lo que tengo y no me perdonaría que le pasara algo.
—¿Y me la confía a mí? ¿A un completo desconocido? – respondió Damián pasándose un poco de sarcástico.
—Si algo me ha hecho ser lo que soy es que puedo ver a la gente, y te vi a ti muchacho… Vi como mi vida pasó por tus manos cuando sometiste a ese imbécil, vi cómo confiaste en salvarle la vida a un completo desconocido sin saber si lo merecía o no, y eso me hace creer que harás lo mismo por mi hija y por mí cuando sea necesario, además ¡nadie le pone tanta resistencia a Javier como tú! – dijo sonriendo – Entonces dime, ¿puedo confiar en ti?
Damián sabía que de alguna manera ya no podía echarse para atrás, estaba muy involucrado desde el momento que aceptó irse con él saliendo del bar. Ahora estaba allí sentado luciendo el traje oscuro, y eso era como haber firmado el contrato, además las palabras de aquel señor las sentía de alguna manera alentadoras y convincentes.
—Por supuesto que puede confiar en mí, señor, le doy mi palabra.
—Eso espero, me tomé la libertad de investigar un poco más de ti, espero no te moleste… Sé que estás bien preparado, tomé referencias de tu antiguo trabajo, tengo unos contactos muy importantes en esa organización y entenderás por qué se solucionó todo tan rápido. Por lo pronto ve y que te den el carro Lincoln que llevé a tu bar en esa ocasión… No te preocupes por las manchas de sangre, ya no están… Toma este dinero y cómprate más ropa del mismo estilo que la que traes puesta y de la que gustes… Después vas a esta dirección y les dices que vas de mi parte, ahí te dirán de qué se trata… Cuando termines te regresas acá para presentarte a mi hija, quien por cierto, te advierto, es muy guapa y no quiero distracciones.
—Entendido, señor – dijo Damián recordando su encuentro con Leticia.
—Bien, adelante entonces y bienvenido a mi familia… Sé que no necesitaré tener gente cuidándote y que no harás una estupidez con el carro y este dinero – le dio nuevamente la mano y lo miró a los ojos. Don Santiago no era tonto, sabía lo involucrado que estaba Damián, y para él era mejor tener los problemas cerca para poder manejarlos con facilidad.
“Bienvenido a mi familia”… Familia, una palabra lejana en el vocabulario de Damián. Con una sonrisa dio la media vuelta y salió del despacho.
Camino a casa, Damián había estado muy pensativo analizando en lo que se había metido sin tener claro todavía sus funciones, ¿sólo sería un chofer? ¿Habría algún tipo de peligro en este trabajo? Una y otra pregunta le venía a la mente mientras manejaba el lujoso auto, y tal comodidad le había caído tan bien que se había olvidado de revisar la dirección. Al llegar a su destino se dio cuenta que el barrio era lujoso, eso no le sorprendió, pero en lugar de ir a una tienda llegó a una hermosa residencia donde lo recibió un hombre alto, calvo, de piel negra, y edad avanzada, aunque de acento extranjero.
—Buenas tardes, me mandó…
—Santiago, lo sé… Conozco todos y cada uno de sus autos, lo cual me dice que eres de fiar, no suele prestar ese Lincoln a nadie… Era de su esposa, ¿sabías? Sólo él y su hija Leticia tienen el derecho de manejarlo... Soy Rigo, pero me dicen el Negro ¡creo que sabes por qué! ¡Jaja!
—Me llamo Damián, mucho gusto… No sabía lo del auto, pero estaré a cargo de la seguridad de la señorita Leticia… Por eso es que puedo manejarlo yo.
Con la mirada fija en los ojos de Damián el hombre sólo se limitó a mover la cabeza
—Pasa, chico, aquí tengo lo que necesitas y quiero tomarte la foto lo más rápido posible… Tengo cosas qué hacer.
—¿Foto? – preguntó Damián con un gesto de duda.
—Por supuesto, ¿qué pensabas, que podías andar armado sin una identificación? ¡Pasa, anda!
Tantas cosas habían distraído a Damián que nunca se puso a pensar en que tendría que manejar un arma. Y no era nuevo para él, pues antes de dar clases en la academia de policías había tomado el curso avanzado de seguridad privada y manejado todo tipo de armas en la academia militar, pero de eso ya habían pasado algunos años. El hombre le entregó un maletín negro del que sacó una Beretta 92, arma famosa por haber sustituido a la pistola ACP M1911 calibre .45 como el arma estándar de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos en 1985. Damián la miró fijamente y la tomó con su mano temblorosa, era como si aceptara la otra parte del contrato.
—¿Seguro que sabes lo que haces, muchacho? – preguntó el hombre.
—¿Perdón?
—Perdóname pero no te veo convencido de lo que estás haciendo, sólo te puedo dar un consejo, si no sabes a dónde te metes no dés un paso más.
—El paso lo di desde que estoy aquí, señor… Le agradezco el consejo, pero sé lo que hago. Ahora tomemos esa foto y que comience el show – con un movimiento cargó su pistola y la guardó en su bolsillo, arrancándole una sonrisa a aquel hombre serio.
El desayuno estaba servido en la gran mesa de la residencia Salinas; Lety había olvidado cómo era el glamur de vivir en ella, pues alrededor de su plato había más utensilios que en el mismo departamento en el que vivió en Europa.
—Toñita llévate todo esto, sólo déjame el tenedor, por favor.
—Pero, niña y ¿cómo va a comer el postre?
—¡Ay! Si hubieras visto como comía los frijoles cuando me daba flojera lavar trastes.
—No así déjelo, prefiero no imaginarlo.
—¿Cómo estás, hija? ¿Dormiste bien? – decía Don Santiago que se disponía a sentarse en la cabecera de la mesa.
—Sí, papi, gracias… Extrañé mucho mi cuarto… Papá, ¿puedes sentarte aquí a un lado mío?
—¿A un lado tuyo? ¿Quieres decir a un lado de la mesa? – don Santiago parecía extrañado.
—Sí, por favor – la mirada y la inclinación de la cabeza de Lety como un cachorrito hizo que Don Santiago no pudiera negarse a tal petición.
—Está bien, hija, sólo porque tú me lo pides, pero recuerda que como jefe de familia debo estar en la cabecera y puede que no sea bien visto por otra gente.
—¡Ay, papá! ¿Cuál familia? Si nada más estamos nosotros.
—No te olvides de Javier, hija.
—Bueno y él, pero no está. Hablando de eso… Deberías de buscarte una mujer decente que te cuide y te apapache.
—Nadie ocupará el lugar de tu madre y tú lo sabes, además no tengo tiempo para esas cosas, tengo que ocuparme de mis negocios para que tú puedas vivir bien.
—Está bien, no discutiré contigo… Por cierto, ¿dónde está Javier? Necesito que me lleve con Cecilia, quedé de pasar por ella.
—Javier está en un asunto que le pedí, además él ya no te llevará más, he contratado a una persona para ti que estará al pendiente de lo que necesites… Es buen chico, créeme.
—Bueno, ¿y dónde está? Tengo que irme ya.
—No pensé que salieras tan temprano, apenas y acabas de dar una probada a tu desayuno… Tuve que mandarlo por unas cosas que necesitaba para su trabajo, ¿por qué no lo esperas un poco más?
—No porque ya quedé con Cecilia a cierta hora, mejor que me alcance allá, te marco ahorita para que me des su número y decirle donde estoy. Le pediré al chofer de la servidumbre que me lleve.
Sin decir más se levantó y le dio un fuerte abrazo y beso a su padre, y se retiró de la mesa apresuradamente.
—¡No terminaste tu desayuno!
—No tengo hambre – gritó Lety a lo lejos dejando solo a su papá, quien miraba a su alrededor extrañado del lugar en el que estaba. De inmediato tomó su plato y se movió sonriendo a la silla de la cabecera.
Pasaban de las once del día cuando Damián salió de la última tienda cargado de mil bolsas que apenas y podía caminar; de pronto su nuevo radio móvil sonó.
—¿Diga?
—¡Hola! Necesito que pase por mí en 30 minutos a Ciudad Universitaria, trate de no tardar, no me gusta esperar.
—¡Claro, señorita! – era la primer orden de su nueva jefa así que se apuró en caminar para llegar al auto.
Por su parte no muy lejos de allí, Leticia estaba sentada en la cafetería del campus, y sin quererlo llamaba la atención de cada hombre que pasaba por el lugar; pacientemente esperaba a que Cecilia tramitara algunos papeles para su doctorado.
—¡Ese tipo casi te come con la mirada! – le decía Cecilia mientras se acercaba a la mesa con dos cafés en la mano.
—Ay, amiga, ¡si vieras los que me comían de a de veras en Europa!
—¡Qué barbará! Ya terminé lo que tenía que hacer ¿ahora qué hacemos?
—Deja que llegue mi nuevo chofer por nosotras, ya no tarda… Por cierto, espero que sea el que me topé en el cuarto de la casa hace como dos o tres noches.
—¡¿En el cuarto?! ¿Qué hacía en tu cuarto? – preguntó Cecilia asustada.
—¡No! en mi cuarto no, en otro que está junto al pasillo... Estaba como que herido o no sé, yo iba entrando a ese pasillo, cuando de pronto ¡zas! Que me topo con él y del susto le doy un tremendo golpe en donde estaba lastimado – rieron las dos.
—¿Y de qué estaba herido?
—No lo sé pero nada más de ver el gesto que hizo me imagino que sí era algo fuerte.
—¡Bonita cosa! Te dan a un tipo todo herido para cuidarte, ¡suerte amiga!
—Algo ha de tener… Mi papá no dejaría que otra persona que no fuera Javier se acercara a mí y menos andar todo el día conmigo… Si acaso es él, espero que no sea un tipo de esos amargados que no te dejan ni moverte.
—Pues vas a tener mucho tiempo para saber cómo es… Oye, ¿y Javier?, ¿Qué hay de él? A él siempre se le notó que te quería mucho, ¿nunca pensaste en darle una oportunidad?
—¡Ay, no! ¿Cómo crees, Cecilia?, él es como mi hermano, desde muy chico ha estado en mi casa cuando lo llevó un empleado de papá y siempre lo he visto como eso, un hermano… ¿Si te acuerdas de ese señor?
—Huy no, estábamos muy chiquitas no me pidas milagros. Sabes, yo también vi un chico una vez, fue una situación muy rara, con decirte que me salió gratis el desayuno, y también se me hizo muy interesante y eso que no lo vi muy bien porque el lugar estaba un poco oscuro.
—Oye, ¿pues dónde andabas? ¡Jaja!
—¡Jaja! La verdad se portó muy bien conmigo a pesar de no conocernos… Aunque admito que al principio no fue nada placentero, pero después tuvo toda la atención hacia mí como lo hace Beto.
—¿A poco todavía anda tras tus huesos el pobre Beto? – preguntó Leticia incrédula.
—Es mi amigo y no seas mala, es bien buena onda conmigo.
—¡Hay pues claro que sí! Está que se muere por ti. Vente, vamos caminando, no tarda en llegar este muchachón. ¡Espero que sea él!
Las dos amigas caminaron y salieron de la cafetería mientras atraían varias miradas del sexo opuesto.
Del otro lado, Damián esperaba dentro del auto cerca del portón principal de la escuela, y veía que cientos de estudiantes pasaban apurados para llegar a tiempo a su salón de clases. “Qué tiempos aquellos”, pensaba él… Aún recordaba cuando hacía no más de 10 años cursaba la carrera de criminología en Ciudad Universitaria, nunca fue el mejor de la clase pero al menos aprendió bien. Cuando se disponía a llamar a Leticia levantó la vista y la vio caminar entre varios estudiantes, no podía estar confundido, su cabello dorado resaltaba de todas las demás personas que pasaban a su alrededor. “En serio qué bella es”, pensó, pero también recordó lo que le había dicho Don Santiago: “Te advierto que es muy guapa y no quiero distracciones”. De inmediato salió del coche y se concentró en su trabajo, pero cuanto más se acercaba, algo sin duda lo sorprendió, ¿de verdad era ella? La chica del bar venía platicando y sonriendo al lado de Leticia. “¡No, no, es mucha casualidad! No puede ser la misma”, pensaba, “Y en una ciudad tan grande… Concéntrate, Damián, concéntrate”.
—Buenas tardes, señorita Leticia, soy Damián Romero… Estaré trabajando para usted a partir de hoy, espero poder llenar sus expectativas…
—Ya nos conocíamos, ¿no lo recuerdas? – interrumpió Leticia – ¿O el golpe en la cabeza te hizo mal?
—Por supuesto que lo recuerdo, cómo olvidar ese encuentro – dijo Damián tocándose la cabeza.
Leticia sonrió y volteó con Cecilia cerrándole el ojo de forma pícara, ésta sólo bajó la mirada y subió al auto. Damián no le quitaba la vista a la compañera de su nueva jefa, pero no la pudo ver como él hubiera querido porque los tres usaban gafas de sol así que sólo se limitó a abrir y cerrar la puerta del coche para que subieran.
—Por favor llévanos a las plazas comerciales más nice de la ciudad en orden de distancias, no quiero pasar mucho tiempo en el coche.
—Como usted diga, señorita – contestó Damián por el retrovisor.
—¡Qué bonita música! ¿Quién es? – preguntó Cecilia seguido de un largo silencio.
—Te está hablando mi amiga, ¿quién toca? – decía Leticia.
—Perdóneme no sabía que se dirigía a mí… Es un pianista griego muy famoso, la canción se llama Reflejos de Pasiones.
—Es muy bonita – siguió Cecilia.
—Sí… La escucho para estar tranquilo, la verdad me ayuda mucho a pensar y reflexionar.
—A mí la verdad se me hace muy aburrida – interrumpía Leticia que miraba hacia afuera con cierta indiferencia – Cámbiale, por favor.
—¡Ay no! ¡Está bonita, Lety! – decía Cecilia.
—¡Ay, Cecilia! Ahorita buscamos el disco, te lo compras y lo escuchas todo el día en tu casa… Ahorita quiero estar más prendida, hace mucho que no salíamos juntas.
—¡Está bien!... Pero no vayas a estar poniendo gorro que ya te quieres ir si no lo encuentro… – las dos discutían felizmente entre risas y reclamos en forma de broma, era como si hubieran estado guardando esta energía para el momento en que estuvieran juntas de nuevo. Para Damián era una cosa de locos lo que pasaba en ese momento en su vida; hace unos días la suerte parecía haberle dado la espalda y ahora se encontraba en auto lujoso, con un traje de miles de pesos, un arma y dos hermosas mujeres en el asiento trasero… Vaya que era una cosa de locos.
El día pasó rápido entre centros comerciales, cafés y visitas con antiguas amistades, que en realidad eran pocas y rápidas, sólo la última fue la más prolongada, la de Beto, el chico de la escuela amigo de Cecilia. De inmediato, Damián detectó ese “cariño” que ambos se tenían y veía a Beto con cierto recelo, ¿por qué él no tuvo una vida así de tranquila? Beto vivía con sus padres, estudiaba y hacía prácticas profesionales en una empresa importante ejerciendo su carrera y mejor aún, tenía la amistad de dos de las mujeres más hermosas que Damian había visto en su vida.
—¿Ése es tu nuevo chofer? – preguntó Beto que miraba a Damián desde lejos y con curiosidad – Deberías de tener guardaespaldas en estos tiempos.
—También es guardaespaldas – le respondió Leticia.
—¿En serio? ¡Ja! No te ofendas pero he visto hombres que dan más miedo en la cantina de la colonia.
—¡Ay, Betito! Las apariencias pueden engañar… Me imagino que ha de ser bueno para que me lo hayan asignado, además ¿para qué quiero un viejo todo feo, gordo y mal humorado? Éste está cuerísimo y hace que me vea más nice. ¿O no, Cecilia?
—Está guapo y ahora que lo veo sin gafas su mirada es interesante – Cecilia lo veía con curiosidad y familiaridad que por unos segundos ambos se quedaron mirando fijamente a distancia, cosa que hizo incomodar desde luego a Beto.
—¡Cecilia no se anda fijando en eso, Lety! Ella es una niña buena y seria ¿verdad, Cecilia? – el brazo de Beto pasó por la espalda de Cecilia jalándola hacia donde estaban ellos y dándole la espalda a Damián que sólo se limitó a ponerse las gafas nuevamente y voltearse a otro lado.
—¡O sea me estás diciendo que yo no soy seria y que soy mala! – los tres se echaron a reír – Mejor te bañas y te pones guapo que en estos días pasamos por ti para irnos a tomar algo, ¿ok?
—Está bien… – los tres se despidieron.
En el camino a casa de Cecilia el silencio se apoderaba del auto, incluso Leticia cerraba los ojos cada vez que podía. Había sido un día ajetreado y en la cajuela del carro apenas cabían las bolsas de las tiendas que habían visitado. La noche empezaba a caer sobre la ciudad y los lentes oscuros ya no eran necesarios; Damián bostezaba y se movía constantemente tratando de disimular mientras revisaba el retrovisor en repetidas ocasiones esperando no ser sorprendido; Cecilia lo observaba desde su espalda y sonreía en silencio mirando fijamente el retrovisor esperando a que la mirada de Damián apareciera y se encontrara con la suya, y justo ésta apareció cuando un semáforo se puso en rojo.
—¡No me digas que el banco de un bar es más cómodo que en el que estás!
Los ojos de Damián se abrieron más, ¡no podía creerlo!, estaba confirmado que era ella, la chica de aquel encuentro extraño de apenas unos días. Al querer voltear para decirle unas palabras la bocina de un auto le avisó que el semáforo había cambiado y al mismo tiempo llamó la atención de Lety que había despertado.
—¡Ay, Dios! Qué pena, amiga, yo dormida… Perdóname pero es que aún no me acostumbro al cambio de horario – dijo Leticia.
—No te preocupes, de todas maneras ya llegamos, me la pasé genial contigo.
—¡Qué bueno! Luego vamos a un barecito tranquilo y después nos lanzamos a un antro cuando me acostumbre y ¡no me quede dormida!
—Sí, claro… De hecho venía comentando con tu guardaespaldas si conocía alguno cerca y pues ¡no crees que me dice que él es dueño de uno!
—¿En serio? ¡Mira qué bien! Pues entonces vamos ahí.
—La verdad no creo que sea lo que ustedes esperan, señorita… Ahorita no está en su mejor momento – dijo Damián apurado.
—¡No importa! Lo que queremos es algo tranquilo y pues qué mejor que sea de alguien conocido… No se diga más, nos ponemos de acuerdo ¿o nos vas a cerrar las puertas de tu bar?
—No por supuesto que no, son bienvenidas cuando gusten – decía Damián clavando la mirada en Cecilia mientras le abría la puerta para que saliera.
—Lety quería pedirte algo… – dijo Cecilia antes de bajar.
—Claro, dime.
—Quiero que me acompañes al panteón a dejar unas flores a la tumba de mis padres.
La sonrisa de Lety desaparecía de su cara lentamente y un brillo resaltaba en sus ojos azules que se empezaban a cristalizar.
—Cecilia lo que me pides… Lo que me pides es abrir una puerta que cerré hace años… Perdón pero no puedo hacerlo.
—Leticia, debes superar eso como yo lo hice, tienes que visitar a tu madre.
—¡Mi madre está muerta, Cecilia! Lo que tú vez es sólo un pedazo de piedra con unos nombres grabados en ella.
—No hables así. Yo sé que es difícil… Yo más que nadie sé que es difícil, Lety. ¡Me quedé sola! Pero ese pedazo de piedra no tienes ni idea cómo me llena ese hueco que tengo y que sé que tú también tienes; yo no estuve rodeada de lujos y amigos, entiéndeme, además… ¡Es tu madre! Tienes que tenerle un poco de respeto por la vida que te dio.
—¿Rodeada de amigos? ¡Ja! Mis años allá fueron los más solos de mi vida, Cecilia y si a eso le agregas a que cada pendejo que se te acerca se quiere acostar contigo como si fueras una cualquiera, y tus “amigas” no son más que un montón de víboras que se pasan criticando a la extranjera huarachuda que llegó, ¿a eso le llamas compañía? – la voz de Lety se hizo alta y temblorosa, y más lágrimas salieron de sus ojos.
—No quise molestarte… – dijo Cecilia apenada – No tengo idea de qué hayas pasado allá, Lety, pero soy tu amiga y puedes confiarme cualquier cosa y lo sabes, nos hará bien a las dos.
—Sólo bájate del auto que ya me quiero ir a acostar, mañana te marco para ponernos de acuerdo.
Al decir esas palabras el llanto de Lety era más que obvio y Cecilia entendió que era el momento de dejar la conversación. Salió del auto y sin decir nada tomó sus cosas para entrar a su casa. Dentro del coche, Damián no pudo evitar ver que Leticia lloraba.
—¿Se encuentra bien, señorita? ¿Necesita algo?
—Sólo llévame a casa, por favor.
—Está bien.
Ambos se marcharon, mientras Lety veía con mirada arrepentida el departamento de Cecilia.
Cuatro días habían pasado y Cecilia se encontraba de cuclillas frente a las tumba de sus padres. Depositaba unas flores y quitaba las que había dejado unos días antes; las lápidas estaban limpias como siempre gracias a don Gaspar quien había hecho su trabajo nuevamente.
—¿Cómo está señora, Clara? – Cecilia hablaba hacia la tumba – Quise traer a su hija pero no la pude convencer. Ella la quiere mucho y aún la extraña, pero algo le pasa que la hace actuar a veces como loca. Tal vez sea la soledad por la que ha pasado… Que siendo sincera no sé cómo no nos volvió locas ¡y no es reclamo para ninguna de las dos! – dijo girando la cabeza hacia la tumba de su madre.
—En realidad hablas con ellas… – una voz triste y cortada la interrumpía.
—¿Lety? – la sonrisa de Cecilia iluminaba su rostro al momento que se levantaba para darle un abrazo a su amiga.
—Perdóname por lo de la última vez… Me porté muy grosera contigo.
—No digas nada, no es necesario que des explicaciones…Creo entenderte.
—No, no tienes idea de lo que me pasa… Vaya que son bonitas las tumbas… Algo ostentosa la de mi madre, pero qué quieres ¡se casó con Don Santiago Salinas! – ni la sonrisa de Leticia ni el maquillaje podían opacar los ojos llorosos que tenía en ese momento; había estado llorando toda la noche, y eso lo sabía Cecilia que sólo la miraba y la tomaba de la mano.
—¿Quieres intentarlo? – preguntó Cecilia.
—¿Intentar qué?
—Hablar con tu madre…
—No, necesito hablar contigo… Necesito sacar esto que tengo dentro de mí que no me deja en paz.
—Ven, vamos a sentarnos – Cecilia la tomó del brazo y se acomodaron en la lápida de la tumba de su madre, mientras Leticia suspiraba y miraba hacia el suelo.
—Lety si no te sientes lista…
—Fue en el tiempo que estuve en Europa… Había terminado el curso final de la escuela, ya sabes todos felices organizando la fiesta… Te había contado que estuve saliendo con un chico de allá, yo sabía que acabando mis estudios tendría que regresar a México, y decidí terminar con él antes de la graduación, ya sabes, para evitar hacerlo en ese momento “tan especial” para ambos… Para esto el chavo es de aquí de México, perdóname si te eché mentiras, la verdad ni me acuerdo si te dije de dónde era… Se llama Emanuel, y se fue a estudiar allá gracias a una beca que ganó aquí. El día de mi graduación él estuvo totalmente apartado de mí, ni siquiera me volteaba a ver, pensé que había superado eso; ya en la fiesta me la pasé con una chica que según yo era mi mejor amiga, de hecho todo el curso estuvimos juntas, íbamos para todos lados, platicábamos cosas, todo lo que dos amigas hacen… También estaba un chico muy buena onda que se juntaba con nosotras, como Beto, y la fiesta estaba increíble, por un momento todo se me olvidó… Bailaba, cantaba, brincaba, ¡tú sabes, una fiesta! Yo no había tomado mucho, pero en ese momento se me antojó ir a tomar algo y mi “amiga” me ofreció una bebida… Pero hubo algo que me distrajo y cuando volteé y le di un trago… – Leticia suspiró y levantó la cabeza al cielo mientras apretaba las manos fuertemente en la lápida de su madre – Lo único que recuerdo es la cara de ese imbécil que decía ser mi amigo, después no vi nada, todo era oscuro y en seguida algo me impedía levantarme, algo pesado… Cuando pude reaccionar abrí los ojos y… – el llanto de Leticia era más fuerte y hacía que su voz se cortara – ¡Me violaron, Cecilia! ¡El imbécil de Emanuel estaba encima de mí! ¡Me violaron, y mis pinches amigos fueron los que me pusieron en bandeja de plata para él! Quise gritar y no podía, estaba sedada y después no sé si me desmayé, pero al despertar estaba desnuda en la habitación, aturdida y sin nadie que me ayudara… Me sentía una imbécil, me sentía poca cosa, ¡me sentía el ser más sucio de todo el mundo!
—¡Dios mío, Leticia! ¿Y qué hicieron las autoridades? Me imagino que ya está en la cárcel.
—No, Cecy, ni siquiera fui a denunciarlo.
—¿Pero por qué? ¡Lety eso es un delito muy grave que no puede quedarse así!
—¿Y qué querías que hiciera? ¿Que fuera a la policía y le dijera intoxicada que en mi fiesta de graduación había tenido sexo a la fuerza? ¿Sábes cuantas personas tienen sexo en su fiesta de graduación? No, Cecilia las cosas no son así de fácil… Lo único que hice fue retirarme y tragarme el coraje, por supuesto que le reclamé a mis dos amigos, pero en todo momento negaron las cosas y al imbécil ese jamás lo volví a ver a pesar de que lo estuve buscando. Estuve confundida y varios recuerdos se me venían a la mente… Estaba tan cegada y furiosa que al día siguiente decidí tomarme una pastilla para evitar un embarazo, pero después tomé otra y batallé mucho para que mi regla fuera normal y me enfermé… El doctor me dijo que pude haberme lastimado.
Mientras platicaban, a lo lejos Damián las observaba. Su mirada era fija y triste como si hubiera podido escucharlas; “No cabe duda que el dinero no lo es todo”, pensaba, “Al destino no le importan las clases sociales, las razas ni las creencias religiosas, siempre tiene algo preparado para ti”.
Cecilia abrazaba a Leticia fuertemente.
—Llora, desahógate, no tienes por qué aguantarte – le decía Cecilia al oído.
—Me la pasé llorando sola después de ese día, y después me dije que ya no sería débil nunca… Nadie se aprovecharía de mí jamás... Nunca se lo conté a nadie, prométeme que no lo contarás tú.
—Tienes qué hacer algo contra ese maldito, no puedes dejarlo así.
—¿Hacer qué? En ocasiones pensaba en decírselo a mi padre, pero me daba mucha vergüenza y no sabía cómo iba a reaccionar.
—Es tu padre, ¿cómo quieres que reaccione? – Cecilia parecía desesperada.
—No lo conoces bien, tal vez ni yo lo conozca… Peligro y me corra de la casa.
—Pero tu papá es un hombre muy bueno, hasta se hizo cargo de mí por un tiempo, ¿qué no hará por su hija?
Lety asintió con la cabeza como aceptando lo que Cecilia le decía, mientras se limpiaba su rostro con un pañuelo.
—Tal vez lo haga… Tal vez se lo diré pero cuando esté lista… Pero por favor no se lo digas a nadie, ¿sí?
Cecilia asintió.
—¿Tú crees que ella haya escuchado todo? – decía Leticia mirando el nombre de su madre en la tumba.
—Sí, siempre lo he creído, es lo que me ha mantenido fuerte estos años.
—Vamos a mi casa a comer, te invito… Necesito distraerme y salir de aquí – dijo Leticia mientras se levantaba y le daba la mano a Cecilia. Antes de irse, Leticia volteó a ver la tumba de su madre.
—Prometo venir a verte más seguido, mami… ¡Te amo! – las dos sonrieron y caminaron juntas dejando atrás el lugar.
Leticia se sintió más cómoda después de ese momento. Al fin se sentía en casa.
La soledad es la carencia voluntaria o involuntaria de compañía, la cual termina cuando la amistad sincera se hace presente, ¿hay alguna fuerza o sentimiento que rompa la amistad?