Capítulo 7
El miedo hecho realidad
La lluvia había cesado y a lo lejos en las montañas se podía ver una línea anaranjada que marcaba la salida del sol; todavía se percibía la oscuridad de la noche y el aire se sentía fresco; en las calles empapadas se podía escuchar el choque entre los charcos de agua y las llantas de los pocos carros que transitaban en las primeras horas de la mañana; algunas personas caminaban rumbo a su trabajo mientras pensaban en sus actividades, y cada una era una historia diferente. Pero en la esquina de Río Missouri y Revolución, una historia apenas comenzaba a escribirse, sólo que ésta había empezado de la mejor manera.
Cecilia había despertado, seguía recostada sobre su brazo mirando a Damián fijamente; su rostro reflejaba felicidad, pero también se sentía extraña, la última vez que había dormido fuera de su cama tal vez había sido cuando aún vivía con sus familiares luego de haber dejado la mansión de los Salinas Serrano, hace ya algunos años.
Damián despertó repentinamente con la mirada perdida, parecía que le faltaba el aire, y miró a Cecilia por unos segundos extrañado; suspiró y dejó caer de nuevo su cabeza en la almohada, pasando sus dedos por el rostro de Cecilia.
—¿Eres real? – preguntó él, mientras Cecilia le respondió besando su mano y dándole un abrazo.
—Jamás olvidaré esta noche… – dijo Cecilia.
—¡Y si lo haces me encargaré de repetirla hasta que se grabe en tu mente! – respondió Damián subiéndose encima de ella y besando su cuello mientras le hacía cosquillas.
—Tienes que irte a trabajar, y después pasar por mí para ir al panteón – dijo Cecilia aún riendo.
—Si ya sé… No quisiera irme – contestó Damián.
—Tienes que cuidar a mi amiga.
—Respecto a eso… ¿Qué piensas hacer? ¿Le dirás de inmediato lo nuestro?
—No lo sé aún… Déjame ver como están las cosas… La verdad no creo que le importe pues al final de cuentas sólo trabajas para ella, pero no quiero que piense que en tan poco tiempo… – dudó – Tú sabes…
—Sí, te entiendo… No te esfuerces, tú sabes lo que haces… Es tu amiga y sabrás cómo manejarlo.
—También te puede afectar a ti… No es sólo por amistad, tu trabajo puede correr peligro.
Peligro, la palabra que Damián había olvidado por unas horas le volvía a invadir su mente, lo cual se reflejó en su rostro.
—¡Ves! ¿No habías pensado en eso, verdad? – continuó Cecilia.
—No te preocupes, si llegara a pasar que me corran por ser tu novio, conseguiré otro trabajo y ya – era mentira y él lo sabía – Olvidemos el tema, ¿está bien? Ahora dame un beso que necesito energía para levantarme…
Minutos después, Damián salía del baño más animado y contento que de costumbre; vio que Cecilia todavía seguía acostada entre las sábanas pero supo que estaba despierta al ver la posición de sus piernas: una se mantenía doblada arriba de la otra en el aire.
Cecilia sintió la mirada y vio el cuerpo de Damián mientras se vestía; de igual manera observó que tenía algunos morenotes cuando le dio la luz del sol.
—¿Esos golpes son de la vez de la balacera? – preguntó Cecilia.
—Sí, son de esa vez… – contestó Damián pasando su navaja de afeitar por su cara dándole oportunidad de ya no seguir contestando.
—¿Dormiste bien? – preguntó Cecilia que parecía curiosa de información.
—Creo que es obvio, ¿por qué preguntas?
—Estabas hablando dormido, parecía que tenías una pesadilla.
—¿Ah sí? ¿Y qué decía? – preguntó Damián sin mirarla a los ojos.
—Le pedías perdón a alguien… – Damián sintió que la sangre abandonaba su cuerpo – Dijiste: “Perdón, no fue mi intención… En serio no te vi”, y después ya no entendí lo demás.
Damián se enjuagaba la cara y abrió el espejo del botiquín, desviaba su mirada hacia cualquier parte disimulando que buscaba algo y no sabía qué decir; cuando iba a cerrar el espejo, dudó, “¿Estará el niño ahí?”, pensó, y lo cerró lentamente sin parpadear hasta que finalmente miró el reflejo de su cara pálida y se sintió aliviado.
—No sé, la verdad no recuerdo bien, ya sabes cómo son los sueños... ¿Quieres desayunar? Puedo prepararte algo…
—No gracias, mejor apurémonos… No se te vaya a hacer tarde… Yo desayuno más tarde con Lety.
—Está bien... – contestó Damián.
Una hora más tarde en la mansión de los Salinas Serrano todo era tranquilidad, lo único que interrumpía el silencio era el sonar del piano que en ese momento tocaba Javier tan exquisitamente; era una melodía hermosa, la cual podía verse en la expresión de su rostro cómo sentía cada tono al tocar cada una de las teclas del majestuoso piano blanco. Era impresionante el sentimiento que aplicaba que Toñita se detuvo por un instante a disfrutarlo. Ella llevaba una charola con desayuno y se dirigía al cuarto de Leticia, pero cuando se recargó en el andador de las escaleras, una mala pisada hizo que por poco se resbalara e hiciera caer los utensilios de comida, interrumpiendo a Javier que en ese momento dejó de tocar.
—¡Toña! ¿Estás bien? No te había visto.
—¡Ay sí, mijo! No te preocupes… Tocas tan bonito que me quedé embobada y por poco y beso al diablo. ¡Pero tú síguele, no te detengas! Hace mucho que no tocabas esa cosa.
—Piano, se llama piano… Ya batallo un poco más, me duelen mucho las manos.
—Pues pa’ mí se escucha rete chulo… – la mirada de Javier la interrumpió – Digo, para mí se escucha hermoso... ¡Ay! Cómo recuerdo los años cuando vivía mi niña Clara… A ella también le encantaba tocar, era como escuchar a los mismos ángeles.
—¿Y tú cuando has visto tocar a los ángeles? – dijo con sarcasmo Javier.
—¡Hay, niño! No seas tan amargado… ¡Por eso no consigues novia! – Javier se quedó pensativo mirando hacia arriba de las escaleras y reaccionó.
—¿A dónde llevas eso? ¿Es para Lety? – preguntó Javier.
—Sí, la pobre trae una cruda de esas del diablo… Le llevo unos remedios que usaba mi padre que en paz descanse para que se le quite.
—A ver, dámela… Yo se la llevo.
Javier tomó la charola y subió al cuarto, tocó la puerta pero Leticia no contestó, lentamente la abrió y vio que Leticia aún seguía acostada y las cortinas estaban cerradas. Javier dejó la charola y encendió la luz de la lámpara; se acercó hasta la cama, y en lugar de despertarla decidió mirarla y acariciar su cabello despacio, apenas tocándola; sentía la necesidad de besarla y tenerla en sus brazos, era el amor de su vida, la única persona capaz de doblegarlo al instante sin el uso de la fuerza. Nunca la vio de otra manera, a pesar de estar juntos desde pequeños, Javier había generado un amor muy grande por Leticia, aquel cariño de “hermano postizo” jamás existió en Javier, sólo que para que un amor esté completo se necesita de las dos partes, y él lo sabía.
Javier no se dio cuenta que su mano ya tocaba completamente la cabellera de Leticia, haciéndola despertar. Cuando Leticia abrió los ojos y vio la figura de un hombre tocándola, de inmediato le trajo malos recuerdos y pegó un grito mientras manoteaba y pataleaba que hizo caer a Javier de la orilla de la cama.
—¡Leticia! ¿Qué tienes? ¡Soy yo! – decía Javier levantándose y corriendo hacia la puerta para encender la luz, mientras Leticia permanecía de pie al otro lado de la cama tapándose con una sábana.
—¡Javier! ¡Idiota! ¡¿Por qué me asustas así?! ¡¿Qué haces en mi cuarto?! – gritaba temblando Leticia.
—¡Te traje el desayuno! ¿Qué te pasa? ¿Por qué te pones así?
Leticia reaccionó, soltó la sábana y regresó inmediatamente a la cama cubriéndose el rostro y recostándose nuevamente; parecía distraída y asustada. Javier abrió las cortinas haciendo que el sol iluminara el cuarto.
—¡No, ciérralas! – gritó ella.
—No quiero que te vayas a espantar otra vez conmigo y me tires de patadas ¿Por qué te pusiste así? ¿Pesadillas?
Leticia estaba tapada hasta la cabeza y sólo gemía y hacía berrinches como si fuera una niña antes de ir a la escuela.
—Te estoy hablando, Leticia – Javier le quitó la sábana.
—¡Dame la cobija! – en ese momento el celular de Leticia sonó y Javier miró la pantalla.
—Tu amiga Cecilia te está hablando, de seguro van a salir y no estás lista todavía… Ándale tomate esto y contesta – Leticia tomó el celular aún con los ojos cerrados intentando contestar.
—¿Cecy? – miró el celular – ¡Es un mensaje, tonto! – dijo pegándole en el brazo a Javier – ¿Qué es eso que me trajiste?
—Creo que son chilaquiles y jugo de tomate, yo que sé.
—¿Y qué tal si está envenado, eh? Y no sabes ni qué es – bromeó ella.
—Para eso está Damián… Y no seas chiflada, te lo preparó Toñita y tú sabes que lo que esa señora hace es como caído del cielo.
Nuevamente un celular sonaba pero esta vez era el de Javier, quien al mirar el identificador prefirió no contestar y salir del cuarto.
—¿A dónde vas? Vienes y me despiertas y te vas como si nada.
—Tengo que hacer una llamada… Tómate eso, te va a caer bien.
Sin decir más, salió del cuarto apurado y Leticia se quedó pensativa sonriendo. Suspiró profundamente y al recordar la forma en que Javier la había despertado, una imagen en su mente la hizo estremecerse y sentir un escalofrío muy desagradable en todo su cuerpo. Tomó su celular y buscó en su agenda un número que marcó de inmediato.
—Consultorio de la doctora Castillo.
—¡Hola! soy Leticia Salinas, quiero hacer una cita lo más pronto posible, por favor.
—Claro, de hecho la doctora tiene libre esta tarde, no sé si guste que le ponga la cita de una vez o mañana temprano.
—No, está bien para hoy en la tarde – contesto decidida Leticia.
Por otro lado, Don Santiago hablaba por teléfono en su despacho, parecía molesto y preocupado; Damián ya se encontraba ahí, cuando de pronto llegó Javier con celular en mano, tenía noticias del Alacrán.
—Señor… – Don Santiago levantó su mano ocasionando el silencio inmediato de Javier.
—Como les dije, es sólo un detalle que tengo con los tráileres pero se solucionará pronto, sólo denme una semana más. – rogaba don Santiago.
La llamada no era amigable, Javier entendió que era algún jefe de un cartel que tenía detenida alguna entrega cuando vio a Don Santiago colgar sin recibir respuesta a su última frase.
—¿Qué pasa, Javier? ¡Espero una buena noticia por el amor de Dios!
—Acabo de hablar con el Alacrán, me dice que todo salió bien y sin complicaciones.
—Sólo que eso no soluciona el problema de raíz. Acabo de recibir una llamada de dos de los principales clientes que tenemos, están muy molestos y los entiendo… Han tenido que parar sus operaciones y peor aún, a uno de ellos que intentó trasladar su mercancía por sí solo lo detuvo el ejército y perdió todo… Más de 10 millones en mercancía ¿pueden creerlo? Ahora me culpa de eso.
—¿Tiene alguna idea de quién puede ser el hombre que se encarga de los ataques, señor? – preguntó Damián. – No sé, tal vez algún ex empleado con el que haya tenido problemas.
—He tenido problemas con muchos empleados pero ninguno con la capacidad de hacer algo así – Don Santiago se levantó de su silla y caminó pensativo hacia la ventana – El único que podría hacer eso está muerto… y aun así muerto me pertenece.
Damián miró extrañado a Javier quien no hizo ningún gesto y permaneció en silencio.
—¿Qué hay del hombre que cuida el panteón? – siguió Damián.
—¿Gaspar? No me digas que sospechas de él – sonrió Don Santiago – No me hagas dudar de tu capacidad.
—No, sólo que quisiera saber a qué se dedicaba antes, trabajaba para usted según entendí.
—¡¿A dónde quieres llegar con esto?! – preguntó Javier molesto.
—Está bien, Javier, tranquilo, es normal que Damián tenga dudas… – Don Santiago lo tranquilizó, pues se le estaba haciendo costumbre tener que lidiar con los constantes roces entre los dos – Gaspar trabajó para mí hace muchos años, era mi mejor amigo… Y digo era porque tengo mucho de no verlo, además, es el tutor de Javier.
—Lo siento mucho, no quise ofender a nadie, sólo que hay que tratar de descartar lo más que se pueda.
—Está bien, no te preocupes. Javier necesito que pongas a trabajar a todos, ya no podemos esperar más.
—¿Dejará todo así? – preguntó Javier decepcionado, de alguna manera el caso del asesino es algo que se le había encomendado a él.
—No, pero tampoco podemos descuidar lo demás… Pon hombres a que escolten los tráileres, pero sin armas, sólo que estén atentos, y si ven algo, que no intervengan sólo que tomen fotos, videos o algo así, tal vez sea la manera de atraparlos.
Javier salió de la habitación y Damián también se disponía a hacerlo cuando fue detenido por Don Santiago.
—Me trajiste recuerdos muy profundos mencionando a Gaspar, muchacho.
—Espero no lo haya incomodado – dijo Damián apenado.
—No… Extraño al viejo, sabes… Me ayudó mucho a mantener estos negocios… Sabía tanto de mí que yo podía tomarme unas vacaciones eternas y él manejaba todo, nadie se compara con él. Entrenó a Javier en todo lo que él sabía, y aun sin estar aquí me sigue ayudando, ¿entiendes?
Damián veía en los ojos de Don Santiago mucha admiración cuando hablaba de aquel viejo que había conocido en el panteón, se sintió mal al haber cuestionado la integridad del pobre hombre, incluso hasta con Javier, pero ¿quién iba a imaginar que tenían algún parentesco?
—Señor, conocí a Don Gaspar en el panteón, su hija Leticia y yo estuvimos con él hace unos días, pero Leticia no lo reconoció… Se me hace extraño siendo él pariente de Javier.
—Gaspar casi no estaba en la ciudad y cuando estaba no venía muy seguido aquí… Leticia era muy niña. Cuando Gaspar se retiró venía a visitarme de vez en cuando, a veces sólo buscaba a Javier para enseñarle cosas, él era ya un adolecente, es mayor que Leticia… Me imagino que tú ya estabas en la universidad, ¿no? Fue más o menos en 1996 ó 97.
—No, señor, de hecho estaba en la preparatoria todavía – contestó Damián sonriendo.
—¡¿En serio?! Te ves más grande.
De momento, Damián recibió una alerta de Leticia en su radio de comunicación, era tiempo de trabajar.
—Tengo que irme, señor, estaré en el radio por si necesita algo – Don Santiago sólo movió la cabeza, mientras miraba fijamente hacia afuera.
—Damián…
—¿Sí, señor?
—Salúdame al viejo cuando lo veas, por favor.
—Claro, con mucho gusto.
Al paso de una hora, Damián y Leticia se dirigían al domicilio de Cecilia, había un silencio poco común en el auto, ni siquiera el sonido del estéreo que normalmente sintonizaba alguna estación podía oírse, ¿la razón?...
—¡Ay, Dios! Qué dolor de cabeza tengo – comentaba Leticia que llevaba puestas unas gafas de sol que casi tapaban todo su rostro.
—Si se siente tan mal, ¿por qué no canceló la cita, señorita?
—No, ya le he quedado mal a Cecy muchas veces, además creo que es justo que visite a mi madre de vez en cuando… Ella fue muy buena conmigo, no fue su intención dejarme sola – su voz era casi un susurro.
—¿Sola? ¿Qué hay de su padre? Él la quiere mucho.
—Toda niña merece el amor de una madre, Damián, crecer juntas, platicar de cosas de mujeres… Ni si quiera tuve fiesta de quince años… Mi papá pensó que un auto último modelo sería mejor que mi presentación a la sociedad, por así decirlo. Y Cecilia y yo teníamos pensado hacerla juntas… ¡Y mira lo que el destino nos tenía preparado! – un suspiro profundo fue inevitable al terminar de hablar.
—¿No ha pensado en casarse? – Leticia no hizo ningún gesto, parecía no haber escuchado a Damián; fue un silencio incómodo durante algunos segundos.
—Casarme… veo muy lejos esa posibilidad.
—¿Bromea? Con todo respeto y sin querer pasarme de la raya, pero es usted una de las mujeres más bellas que conozco… Casarse sería fácil para usted.
Leticia volteó a ver a Damián con una sonrisa forzada.
—¿En verdad lo crees?
—Lo aseguro… – dijo Damián justo cuando estacionaba el auto afuera del edificio donde vivía Cecilia quien esperaba y observaba desde su ventana. Cuando Damián abrió la puerta para que saliera Leticia, ésta quedó justo enfrente de él, quien continuó diciendo – Sé que algo te pasó, sólo espero que Dios me de vida para saber qué sucedió y poder ayudarte… Tu vida no debe ser destruida por un hecho del pasado, sino que debe hacerte más fuerte para poder continuar.
Leticia sonrió pero esta vez su sonrisa era sincera y hermosa, se acercó más a Damián y lo abrazó sorpresivamente; por un instante él dudó en hacer lo mismo, pero al sentir los brazos de Leticia fuertemente en su cintura, cedió a ella.
—Y lo sabrás… – dijo Leticia que permanecía abrazada recargando su cabeza en el pecho por unos segundos sin saber que Cecilia los estaba observando. De pronto, Leticia se separó y miró a Damián sonriendo.
—¿Pasa algo? – preguntó él.
—Me tuteaste y me diste un consejo.
—Perdón, tengo la mala costumbre de meterme en la vida de otros sin preguntar, por un momento pensé que platicaba con una amiga…
—No, está bien… Dejé de verte como mi empleado desde la vez de la balacera… No estoy acostumbrada a que alguien arriesgue su vida por mí, por dinero… Viví sola mucho tiempo, así que para mí fue algo heroico, y si sigo permitiendo que andes de mi chofer y guardaespaldas es porque sé que es la única forma de retenerte, ¿verdad?
—Sería difícil ser amigos, a decir verdad – respondió Damián.
—¿Amigos?... Somos amigos, tontito, y como amigos quiero que guardes un secreto… O varios… Pero ahora vamos por Cecy que ya ha de estar desesperada.
Damián había olvidado por un momento a dónde se dirigían, pero escuchar el nombre de Cecilia le hizo sentir un mariposeo en el estómago que se vio reflejado en su rostro.
Cecilia los recibió en su puerta, daba la impresión de que ya iba de salida; al ver a Leticia sonrió dándole un abrazo y un beso, pero a Damián ni siquiera lo miró a los ojos y éste se quedó esperando un gesto o un saludo disimulado.
En el camino, las dos chicas iban platicando de los desmanes que había hecho Leticia en el bar la noche anterior, sus risas invadían el silencio que hacía unos minutos había en el auto, pero algo extraño sucedió cuando Damián en su afán de querer ver a Cecilia por el retrovisor, observó que un auto negro de reciente modelo iba muy cerca de ellos. El auto le parecía conocido y bajó un poco la velocidad esperando que fuera rebasado, pero no fue así. Damián dio vuelta en una calle desviándose del camino hacia el panteón, y Cecilia que tenía años recorriendo el camino se dio cuenta; fue entonces cuando lo miró a los ojos, pero Damián tenía su atención en el auto que también había dado vuelta en la misma calle y seguía detrás de ellos a la misma velocidad. Lejos de alarmarse, Cecilia guardó la calma y siguió distrayendo a Leticia. Cuando Damián observó el semáforo que estaba en verde, sacó su pistola sin hacer ningún movimiento brusco que alarmara a las chicas ni tampoco al auto. Y justo al llegar al semáforo, Damián frenó con la luz verde, y Cecilia abrazó a Leticia que no entendía qué sucedía. Damián se bajó de un salto auto y apuntó hacia el auto que lo esquivó haciendo un movimiento brusco para seguir con su ruta. Leticia miraba hacia afuera confundida y asustada preguntando qué es lo que estaba pasando, y cuando vio al auto oscuro que pasó por su lado, fue cuando entendió la situación. Lejos de alarmarse, Leticia se quedó pasmada al ver al conductor del vehículo, Cecilia le hablaba pero ella no reaccionaba. Damián entró al auto agitado y de inmediato guardó la pistola en su saco.
—¿Están bien? No quise asustarlas…
—Esa cara… – interrumpió Leticia que seguía como en shock y sin parpadear – ¿Vieron al conductor? ¿Damián, viste al conductor?
—Muy poco… Traía lentes oscuros, ¿qué pasa?
—¿Estás bien, Leticia? Me estás preocupando – Cecilia la tomaba de las manos para tranquilizarla.
—Sí, estoy bien – reaccionó Leticia finalmente – ¿Por qué bajaste de esa manera, Damián?
—Al parecer nos venían siguiendo desde el departamento de Cecy… Perdón, de la señorita Cecilia… Tenía que estar seguro de que no fuera así.
—Parece que viste un fantasma, Lety… No te preocupes, ya vimos que no fue nada.
—Un fantasma… Tal vez... – contestó Leticia.
A Damián la palabra fantasma no le hizo mucha gracia; el semáforo cambió nuevamente a verde y el sonido de los claxons hizo reaccionar a Damián quien vio una larga fila de autos detrás de ellos.
Finalmente llegaron a su destino y ahí pudieron ver que en el lugar había más gente que de costumbre; afuera del panteón, unos comerciantes de flores se comenzaban a instalar, era el día de muertos y los vendedores querían tener el mejor punto para ofrecer sus ramos a la gente que visitaba las tumbas de sus familiares.
Mientras caminaban, Damián observaba a las dos jóvenes y de igual manera volteaba a sus alrededores en su función de guardaespaldas; no podía dejar pasar por alto el incidente del auto y se preguntaba qué era lo que había visto Leticia que la había dejado así de impactada; esperaría el momento adecuado para preguntarle, de alguna manera el haberle confesado que lo veía como un amigo le facilitaría más las cosas. En el lugar sólo estuvieron varios minutos y decidieron marcharse a petición de Damián, había demasiada gente y comenzaba a ponerse nervioso.
—Quiero saludar al señor que atiende las tumbas, la última vez que lo vi estaba muy mal – comentó Leticia – ¿Sabías que antes trabajaba para mi papá?
—¡Ay, Leticia! ¿A poco no lo sabías? Don Gaspar conocía a tus papás y a los míos desde hace años, por eso me ayudaba tanto en tener las tumbas en buenas condiciones.
—Sigo sin recordarlo, la verdad. Y creo que no está, desde aquí veo que su choza tiene candado… Esperemos que no le haya pasado nada.
—De hecho ya van varios días que no lo veo – contestó Cecilia un poco preocupada.
Los tres siguieron caminando, y mientras para ellas el tema de la ausencia de Gaspar pasó rápido de interés, no fue así para Damián. Su inquietud hacia el viejo creció desde aquella vez que vio esas vendas llenas de sangre sobre la cama, además ¿qué otra actividad podría tener un viejo cuidador de un cementerio? Tendría que ser algo muy importante para no estar en su único hogar por varios días o internado en algún hospital, y si era así, debía haber algún registro, o mejor aún, siendo de alguna manera empleado de Don Santiago debió ser atendido por el doctor que alguna vez vio a Damián. No podía quedarse con la duda. Mientras Leticia y Cecilia subían al auto, Damián llamó a Javier por teléfono.
—¿Javier? Soy yo, Damián, ¿tendrás el número de la clínica a la que me llevaron cuando tuve el incidente del bar?
—¿Pasa algo?
—No nada, sólo quiero que me receten algunas pastillas… Me sigue doliendo el hombro cuando hago movimientos bruscos.
Damián sabía que no podía contarle a nadie sus sospechas hacia Don Gaspar, y menos a Javier luego de saber que era su tutor. Tenía el número de la clínica, y ahora esperaría el momento adecuado para hacer la llamada; tendría que estar solo, así que tomó las cosas con calma, y los tres se marcharon del lugar.
En el camino aquel silencio que existió por la mañana volvía a ser parte del camino.
—¿Qué tienes? Vas muy seria – preguntaba Leticia que no dejaba de ver a Cecilia.
—Estoy preocupada por ti – contestó Cecilia.
—¿Por mí? ¿Por qué?
—Pues por el incidente de la vez pasada en la carretera y ahora el carro que nos venía siguiendo… Lety ¿crees que alguien quiera…
—¡Ni lo digas! – Interrumpió Leticia – No se te ocurra pensar en eso, por favor… No me quiero volver paranoica. Tú misma dijiste que no era nada lo de hoy, ¿recuerdas?
—Perdóname, pero me preocupo por ti.
—Lo sé y te lo agradezco, pero estaré bien… Además tengo a Damián, él me cuidará siempre ¿no es así, güerito?
—Así es señorita, Leticia… Siempre – contestó Damián mirando los ojos de Cecilia por el retrovisor, mientras ella desviaba la mirada mostrando un claro malestar en su rostro.
—¿Quieres ir a desayunar o tomar algo? – preguntó Leticia.
—No gracias, será mejor que te vayas a descansar…
—Trataré al menos una hora, en la tarde tengo una cita y no puedo faltar.
—¿Algo importante?
—Nada, en verdad… Después te cuento.
—Bien. Si puedes dejarme en el centro comercial te lo agradecería mucho.
—Por supuesto, Damián, llévanos por favor.
Cuando dejaron a Cecilia en su destino, Damián la notó seria e indiferente; se bajó sin mínimo hacer un gesto de despedida disimulado hacia él. Damián se quedó extrañado pero sin decir nada. De regreso a la mansión, Leticia se dispuso a dormir unas cuantas horas, y Damián vio que era el momento adecuado para hacer la llamada a la clínica.
—Clínica San Pedro, buen día – la voz de una anciana se escuchó por el teléfono.
—Disculpe, mi nombre es Damián Romero empleado de Don Santiago Salinas, me imagino que lo conoce.
—¡Por supuesto! Eres el chico que trajeron una vez con un rozón en el hombro, ¿no es así? Nunca olvido un nombre, muchacho y menos si tiene que ver con Don Santiago… ¿En qué te puedo servir? ¿Se encuentra bien el señor?
—Sí, él está bien, es por otra persona por quien hablo… Sabe, hay un señor ya grande de edad que trabaja no directamente para Don Santiago pero sí en una de sus propiedades… Últimamente lo vi muy enfermo y hace unos días que no se presenta a su lugar de trabajo, queríamos saber si de casualidad llegó ahí a la clínica para atenderse.
—¿Tiene su nombre?
—Sólo sé que se llama Gaspar, es una persona ya grande… En realidad no sé su apellido.
—¿Don Gaspar Ramos está enfermo?
—¿Lo conoce?
—¿Que si lo conozco? Es amigo mío, lo conozco desde hace años… Yo misma lo atendía cuando él trabajaba de guardaespaldas para doña Clara y Don Santiago – la voz de la anciana se escuchaba con orgullo.
—¿Ha ido a la clínica en estos días? Lo que pasa es que hemos ido al panteón y no lo vemos ahí.
—No, pero no tienen de qué preocuparse muchacho, dudo mucho que sea algo grave… Gaspar no dudaría ni un segundo en venir aquí si su salud no fuera la adecuada. Tal vez no lo han visto por que anda dando sus rondas, es un viejo muy activo.
La información de la mujer no cambió el parecer de Damián, colgó la llamada pero no sin antes pedirle el nombre de algún medicamento para el dolor de su brazo, sabía que si Javier dudaba haría una llamada para preguntar si Damián había llamado a la clínica.
Damián tenía parte del día libre, y Leticia le había pedido que por la tarde estuviera listo para ir a su cita. El joven tomó el celular y marcó a Don Santiago para explicarle lo que había sucedido con el auto sospechoso, por lo que requería su autorización para cambiar de vehículo por unos días. Don Santiago aceptó y Damián tomó las llaves del Mercedes Benz. A excepción del auto que manejaba que perteneció a la madre de Leticia, todos los demás autos eran modelos nuevos, así que si las sospechas de Damián eran ciertas no podrían reconocer este auto.
Damián decidió regresar al panteón rápidamente pero no sin antes llegar a su departamento y cambiar su ropa por algo menos llamativo que el traje que llevaba puesto. Se puso una gorra para recogerse el cabello, compró unas flores y caminó entre la gente hasta que llegó cerca de la choza de Don Gaspar; para su sorpresa la cadena y el candado no estaban puestos, alguien estaba dentro, así que esperó a que la gente pasara para acercarse poco a poco. Las ventanas estaban cerradas, algo inusual para la hora, y por más que quisiera no podía pegar su oído a la puerta. Decidió regresar al auto y acercarse un poco para hacer vigilancia, faltaban tres horas para regresar con Leticia, pero rezaba para que no despertara antes y lo buscara; de igual manera, también esperaba tener algo de suerte y que pasara algo que le diera una pista.
Pasó más de una hora y todo parecía normal, Damián comenzaba a desesperarse y a dudar de sí mismo, miró su reloj y decidió que era mejor irse, no quería ser cuestionado de su paradero si se le hacía tarde. Y justo cuando estaba por arrancar el auto, vio a un joven que caminaba muy apurado por la banqueta y se dirigía al panteón; pasó por los puestos de rosas sin siquiera verlas, pero sí veía los autos que pasaban a su lado de forma nerviosa. Damián bajó de inmediato para seguirlo, y ahora se dejaba llevar por su instinto, esta vez además de la gorra traía sus gafas oscuras. Cuando entró al panteón el chico había desaparecido, el camino hacia las tumbas era largo como para que hubiera llegado de inmediato aun corriendo; Damián siguió caminando y al llegar a un árbol simuló abrochar sus agujetas, escondiéndose durante unos minutos. De pronto, la ventana de madera se abrió y el joven que había visto salió apurado, “Al fin”, pensó, tomó su celular y capturó varias fotos, “¿Quién era ese chico?”, se preguntaba, no llevaba comida ni algún paquete para entregar, no pudo habérsele escapado eso, lo vio muy bien cuando pasó a su lado. Damián esperó a que avanzara un poco más, y justo cuando el chico salió del panteón un auto se paró frente a él y subió de inmediato; Damián no podía creer lo que veía, era el mismo auto que los había estado siguiendo por la mañana y si no lo era, la casualidad del parecido era infinita, tenía que seguirlo; cuando trató de salir de su escondite, la puerta de la choza se abrió nuevamente y vio salir a Don Gaspar, no sabía qué hacer, una parte de él quería ir a cuestionarlo, pero la otra le decía que si este hombre de alguna manera estaba involucrado en los ataques a los camiones de Don Santiago, sabría como librarse de inmediato; Javier se lo había dicho, la persona que manejaba esos ataques era una persona astuta. Damián decidió esperar a que el viejo se marchara, y cuando vio que desaparecía entre los árboles se dirigió a su auto, ya era tarde para seguir al sospechoso joven, por lo que decidió regresar a la mansión.
Damián sabía que no podía basarse en simples sospechas, el hombre aquel era muy joven, de buen parecido y no tenía la finta de ser un delincuente, pero ¿qué hacía en la choza de Don Gaspar? Además, las apariencias engañan, y un claro ejemplo es Javier, un asesino preparado que fácil podía hacerse pasar por un playboy millonario.
El problema de Damián fue que no pudo seguir el auto; por un minuto los tuvo en sus manos y ahora sentía como si todo se hubiera desvanecido, pero ya estaba metido en esto y su propio orgullo lo llevaba a ir hasta el final de todo; además, empezaba a sentir que su cliente estaba en peligro, “su cliente” que hacía unas horas le confesó sentir una especie de amistad hacia él. Tenía que emplearse a fondo si quería terminar con todo esto pronto, y sería solo, a menos hasta estar seguro de sus sospechas; Javier trabajaba por su cuenta y Don Santiago estaba muy ocupado tratando de poner orden en sus negocios, bastante era tratar con los delincuentes más peligrosos del país, así que empezaría hoy mismo a vigilar más de cerca ese panteón que para él tenía más vida de lo que mucha gente podría imaginar.
El tiempo apenas le alcanzó para cambiarse de nuevo y llegar a tiempo a la mansión, además iba implorando porque no hubiese sido requerido en su ausencia. Entró a la cocina y tomó un periódico al momento en que Toñita también llegaba.
—¡Hola, muchacho! ¿Cómo estás? Pues, ¿dónde andabas que no te vi hace rato?
—Fui a caminar por los terrenos de la mansión… ¿La señorita Leticia ya despertó?
—Ya salió hasta de bañarse… No tarda en hablarte la niña.
—¿Javier y el señor se encuentran aquí?
—El señor salió de viaje urgente, Javier está en el despacho encerrado desde hace un rato.
—¿Javier no fue con Don Santiago? – Damián se notó extrañado con la noticia.
—No, y a mí también se me hizo muy raro… De hecho vino el viejo ese feo amigo del joven Javier que ¡ah cómo me da miedo!... ¿Cómo le dicen?
—¿Alacrán?
—¡Ése! Él y otros señores se fueron con Don Santiago… Bueno, mijo te dejo, voy a comprar las cosas para mañana.
—Ok, Toñita, con cuidado.
Era una escena algo extraña: Javier encerrado en el despacho de Don Santiago y éste tratando un asunto personalmente; pareciera que las cosas con los cárteles estaban subiendo de tono, tantos años transportando su mercancía libremente por el país gracias a los grandes contactos e influencias que tenían las empresas legales de Don Santiago, y de un día para otro quitarles la mina de oro, era suficiente motivo para pedir explicaciones, pero a Damián eso no le importaba mucho, de hecho, de alguna forma pensaba que si solucionaba este embrollo, Don Santiago se lo iba a agradecer y lo dejaría irse tranquilamente, ya se lo había comentado y quería confiar en él, hasta ahorita se había portado muy bien, así que tenía que concentrarse en esto y dejar los asuntos grandes para los que saben. Pensar en salir de eso le hizo recordar a Cecilia, estar con ella, vivir juntos tal vez; el bar ya funcionaba de maravilla ahora que también se había transformado en restaurant por las tardes y que no era necesario estar ahí todo el tiempo; el lugar era perfectamente manejado por Don Pedro con ayuda de Yesenia, y a los dos los extrañaba, pero más extrañaba a Cecilia, quien a pesar de las pocas horas que había pasado sin verla, recordó el extraño comportamiento que tuvo en la mañana y decidió llamarle.
En el centro comercial de la ciudad, Cecilia lejos de pasear hipnotizada por los aparadores de las tiendas como normalmente lo hacían las jóvenes de su edad, permanecía sentada con un café al que ni siquiera había dado el primer sorbo. La imagen de ver a quien, dados los acontecimientos de la noche anterior, ya era su novio, junto con su amiga abrazados afuera de su apartamento, le daba vueltas por la cabeza una y otra vez, intentaba no pensar mal y distraerse leyendo un libro que había comprado, pero era imposible, los celos la invadían. ¿Qué hacía un empleado abrazando a su jefa?, no era normal y no sería raro que Damián sintiera cierta atracción por Leticia debido a su belleza, pero entonces ¿Qué sentía por ella? ¿Lo sucedido la noche anterior había sido sólo algo pasajero para él? No, ella había sentido algo diferente, no sólo esa noche, sino todas las demás que habían estado juntos. El sonar del teléfono hizo que diera un brinco y casi tirara el café.
—¿Diga?
—¡Hola! ¿estás ocupada? – Damián sonaba mesurado, estudiando la situación.
—Un poco… – mintió ella.
—Te noté un poco extraña, ni siquiera volteaste a verme en casi todo el rato. ¿Estás arrepentida de lo que pasó?
—¡No!... – dudó – Mira, no sé… Vi algo extraño que me tiene dando vueltas en la cabeza, pero no es algo que quiera platicar por teléfono, ¿podemos vernos esta noche?
Damián recordó su visita al panteón.
—¡Mmm… no puedo, discúlpame pero haré lo posible para verte mañana, te lo prometo.
Cecilia sintió que el estómago le daba vueltas y se hacía un nudo.
—¡¿Significó algo para ti lo de anoche?
—¡¿Bromeas? Te quiero, Cecy. Yo jamás… Permíteme – Damián fue interrumpido por el sonido de su radio y no terminó la frase – Tengo que irme, Cecilia… Te llamo mañana.
Al terminar la llamada, Damián dejó a Cecilia aún más llena de dudas. ¿Qué podía esperar de una relación así en la que apenas y había tiempo para ella? Guardó su celular y de su bolso sacó la rosa que Damián le había dado prometiéndole hacer lo posible por verla cada que pudiera, siempre y cuando la rosa no secara sus pétalos… Había una esperanza, la rosa estaba intacta.
Leticia encontró a Damián en la sala de su casa, mientras Toñita la cuestionaba sobre su destino pero sin éxito; no era común que Leticia diera seña de sus actividades, así que la salida de la mansión fue rápida.
Subieron a la camioneta que Damián había tomado para regresar al panteón, y Leticia no cuestionó la decisión, parecía que entendía que el incidente de la mañana era la razón del cambio. Le entregó una tarjeta a Damián en la que venía una dirección escrita a mano, y muy apenas cruzaron algunas palabras durante el camino.
—¿Sabes dónde está mi papá, Damián? No lo he visto desde ayer.
—Salió a un viaje de negocios… Al parecer le hablaron de alguna urgencia.
—¿Qué clase de negocios?
—¿Perdón? – Damián se mostró sorprendido.
—Me refiero a, ¿de qué empresa?
—No tengo idea, señorita… Su padre nunca me dice lo que tiene qué hacer.
Leticia lo miraba fijamente por el retrovisor del auto, Damián podía sentir los ojos azules que penetraban en los suyos como buscando más respuestas, lo cual lo hizo reaccionar.
—¿Pasa algo? – Leticia tardó en contestar.
—Deja de decirme “señorita” – el tono de su voz era como un dulce reclamo. Finalmente quitó la mirada de Damián quien comenzaba a sentirse incómodo.
—Perdón – contestó él haciendo un gesto como aceptando el regaño.
Llegaron a un edificio de algunos 30 pisos situado en una de las colonias de mayor prestigio en la ciudad; contaba con un estacionamiento controlado dentro del mismo lo cual hizo sentir más cómodo a Damián. Estacionó el auto cerca del elevador para evitar recorridos largos a pie, y fue entonces cuando Leticia le habló.
—Quiero pedirte algo…
Dijo Leticia dentro del ascensor asegurándose de que no hubiera nadie. Damián sólo prestó atención sin decir ninguna palabra, parecía dudosa de hablar del tema.
—Cuando estuve en España conocí a un chico en la escuela, era mexicano también, salimos un tiempo y me encariñé mucho con él… Se llama Emmanuel, es guapo, educado, simpático, lo que muchas chicas buscan… Nos hicimos novios un tiempo, pero cuando decidí regresar a México, tuve que dejarlo días antes de mi graduación, quería evitar las cursilerías en la fiesta… – el ascensor abrió y al menos unas tres personas entraron interrumpiendo a Leticia, quien con un gesto le dijo a Damián que continuaría después con la plática.
Salieron del ascensor y llegaron a un piso en el que había una sala de recepción muy elegante; las paredes estaban cubiertas de madera y había plantas grandes en cada esquina.
Fueron recibidos por la recepcionista que daba de frente al ascensor.
—Buenas tardes, ¿tienen cita?
—Sí, a nombre de Leticia Salinas Santos – contestó ella.
—Muy bien… – la secretaria veía el monitor de la computadora – La doctora la está esperando, señorita… Déjeme avisarle que ya llegó.
Para Damián fue extraño escuchar el segundo apellido de Leticia, pero lo más extraño fue escuchar con quien se dirigía.
—¿Doctora? ¿Te pasa algo? – preguntó Damián extrañado.
—Me dijiste que podía confiar en ti, no le digas a nadie que vine aquí, por favor.
—¿Tiene que ver esto con lo que te pasó en España?
—Sí.
—¿Pero qué clase de doctora es?
—Psicóloga… – la recepcionista salió e indicó que podía pasar. Leticia caminó hacia la puerta pero se detuvo y caminó nuevamente hacia Damián – Ahorita termino de contarte, espérame aquí, por favor.
El tiempo pasó lento y tedioso para Damián quien entre revistas de salud y constantes caminatas de un lado a otro esperaba impaciente a Leticia. Había pasado un poco más de la hora y se sentía cansado, no había tenido tiempo de dormir lo necesario para reponer fuerzas luego de los sucesos que había tenido en esos días.
Miraba cada minuto esperando que la puerta del consultorio se abriera. En ocasiones, la recepcionista lo miraba extrañada y en otras con una sonrisa; era un chofer poco común para lo que ella estaba acostumbrada a ver; éste parecía más bien un esposo impaciente en la sala de espera de algún hospital materno.
Finalmente Damián se sentó, tomó de nuevo una revista y la ojeó sin ni siquiera leer los encabezados de las notas; la dejó a un lado y se llevó las manos a la cara, tenía los ojos cerrados y empezó a respirar lentamente. Al tiempo que descansaba, recordaba al hombre que salió de la choza de Don Gaspar, recordaba también las palabras de Don Santiago y trataba de amarrar las dos escenas esperando que lo llevara a algo que le diera la razón y comprobara su teoría, o en caso contrario le quitara eso de la cabeza. Imágenes y más imágenes pasaban por su mente, se vio a él mismo culpando a Don Gaspar… Javier reclamándole… Veía a Cecilia… Una pistola… Un disparo… Un niño lleno de sangre.
—¡Dios mío! – exclamó repentinamente Damián quitándose las manos del rostro y poniéndose de pie de un brinco.
—¿Se encuentra bien, señor? – la recepcionista lo miraba pero ahora con un gesto de miedo y con la mano sobre el teléfono.
—Sí… Disculpe, ¿dónde está el baño de caballeros?
—Es aquella puerta al fondo – señaló la recepcionista.
Damián se dirigió tratado de simular tranquilidad, aunque sus pasos hicieran lo contrario. Entró al baño y de inmediato se dirigió al lavamanos para mojarse la cara: “Frialdad, Damián, frialdad”, pensó. De alguna manera el incidente en el pueblo le había afectado, quería salir del baño y entrar a la otra puerta y sentarse en el diván, quería que de alguna manera desaparecieran esas alucinaciones que comenzaba a tener.
Damián salió del baño y al mismo tiempo Leticia también salía del consultorio. Sus ojos no eran los mismos, ahora estaban maltratados, rojos, húmedos. Ella caminó rápido despidiéndose de la recepcionista, y Damián la interceptó ocasionando que Leticia se pusiera sus gafas de sol.
—¿Terminó? – preguntó Damián hablándole en un tono más de empleado debido a la atención de la recepcionista.
—Sí, vámonos… – contestó ella – ¿Te pasa algo? Te ves pálido.
—Estoy bien, no te preocupes… – susurró Damián – Me preocupas más tú… ¿Qué hacemos en este lugar? ¿Por qué llorabas?
—¿Conoces algún lugar donde podamos platicar? – contestó Leticia.
Habían pasado días desde que Damián pisó por última vez su propio bar, así que pensó que era el mejor lugar.
Llegaron sin contratiempos, apenas unos 30 minutos hicieron de camino. El bar la Esperanza tenía poca gente, pero dentro había una atmósfera de luz y tranquilidad que le daba vida al lugar. Lejos habían quedado los días de aquella cantina que Damián había heredado, y ambos fueron recibidos por Yesenia.
—¡Damián qué gusto verte! – el abrazo de Yesenia hizo que Leticia quedara atrás de ellos, una escena poco común para una persona que cuida las espaldas de otra – ¡Qué milagro que vienes a “tu” restaurant!
—Yesenia, déjame presentarte a mi jefa, la señorita Leticia Salinas.
—Mucho gusto, señorita, soy amiga de Damián desde hace mucho tiempo – Yesenia dudaba en ofrecerle la mano, pero Leticia lejos de dudar saludó a Yesenia con mucho entusiasmo.
—Mucho gusto, Yesenia, los amigos de Damián son mis amigos también.
Yesenia miró a Damián con una sonrisa enorme en su rostro, y éste sólo la miraba levantando las cejas y abriendo los ojos esperando a que ésta reaccionara.
—¡Ah! Sí… Pasen, por favor, ¿les ofrezco algo de tomar? – los dos se sentaron en una mesa que tenía dos sillones amplios uno en frente del otro.
—Un jugo estará bien.
—¿Y a ti, Damián?... ¡Digo, señor!
—No, Yesi estoy bien... – Damián sonreía – ¿Dónde está Don Pedro?
—Tuvo que salir a comprar unas botellas para preparar una bebida que es muy solicitada por los clientes, el pedido que hicimos apenas llega el próximo lunes... Y los demás empleados entran en una hora más o menos… Bueno, con permiso, les traigo sus jugos.
—Es una muchacha encantadora y muy bella, me extraña que tú y ella no…
—¿Con Yesenia? No, no nunca podría verla con esos ojos, la conozco desde muy niña… Yo ya estaba creo en la prepa cuando ella apenas y hablaba bien. Su padre y el mío fueron muy amigos.
—Muy bonito lugar… Viéndolo bien me pregunto ¿qué haces trabajando para mi padre?
—Es una historia, digamos… algo interesante.
—Con un lugar así, era para que estuvieras más aquí y no andar detrás de una niña rica arriesgando tu vida todo el tiempo.
—Pero, ¿tiempo para qué? – preguntó Damián que se sentía incómodo con la plática.
—¡Para ti! Para tu vida, para que encuentres a alguien que pueda estar contigo, para que te atienda y tú a ella… – la voz y la mirada de Leticia cambiaron en ese momento seguidos de un suspiro profundo – No sé, es la vida que muchos quieren tener.
Damián notó que ahora la incomodidad cambiaba de persona, Leticia se rascaba las cejas, se acomodaba el pelo y movía los ojos en diferentes direcciones. De pronto, Yesenia llegó con los jugos y mientras los dejaba en la mesa miró a Leticia y disimuladamente también a Damián quien no hacia ningún gesto. Al momento que Yesenia se retiraba, recibió una indicación de Damián.
—Yesenia por favor cierra la puerta cuando las personas que están allá terminen. No quiero que entre nadie.
—¿Por qué vas hacer eso? – preguntó Leticia extrañada.
—Porque estamos aquí, y tienes algo que contarme.
—Pero no vas a cerrar el lugar sólo por eso, en todo caso vamos a otro lado… Eso sería malo para tu negocio…
—Leticia… – interrumpió Damián – Este es el lugar más seguro para estar en estos momentos… El lugar está así gracias al trabajo que tu padre me dio… Créeme, unos minutos cerrados no pegaran en nada…
—Ya ni sé si contártelo, tú has de tener tus propios problemas.
—Mira, Leticia, te he observado y sé que tienes un problema muy grande que no te está dejando vivir, y tienes miedo de contarlo, por eso la embriaguez de esa noche en el bar, por eso tu carácter fuerte y por eso la psicóloga… Tal vez no pueda ayudarte pero lo intentaré, además el punto de vista de un hombre puede ayudar más, ¿no crees?
—No seas sangrón, ¿eso qué tiene que ver?… – una ligera sonrisa apareció en el rostro de Leticia.
—¿Tan fuerte es lo que te pasó? – su sonrisa se desvaneció.
—Prométeme que no se lo contarás a nadie…
—No puedes hacerme prometer eso, para ayudarte tal vez tendría que contárselo a alguien.
—Entonces olvídalo… – respondió ella decepcionada.
—Ok está bien, te prometo no contárselo a nadie – Damián levantó su mano derecha.
Leticia miraba los ojos de Damián sin hacer un gesto, parecía regresar en el tiempo y ver aquellos sucesos en sus ojos.
—¿Estás lista? – preguntó Damián mientras tomaba su mano en señal de apoyo. En cuestión de minutos el bar se encontraba solo y con un letrero en la puerta que decía “Cerrado por fumigación”. De igual manera, Yesenia salió del lugar pero se quedó afuera leyendo un libro. Fue entonces cuando Leticia comenzó a hablar, no sin antes tomar aire profundamente.
—Fue en mi graduación… Y seré breve, ya no quiero sufrir y revivir esto, y mucho menos llorar… Lo de la niña débil y sentimental se lo dejamos mejor a Cecilia… – Damián aceptó la propuesta moviendo su cabeza – El día de mi graduación pasé una experiencia terrible… El chico que te comenté que era mi novio estaba ahí también… Yo me juntaba mucho con dos personas que se decían ser mis amigos y que también conocían a Emanuel… – Leticia hizo una pausa y dio un trago a su jugo, luchando por no llorar – Mira, para no hacértela tan larga, este chavo… abusó de mí – Damián sintió que una fuerte dosis de adrenalina subió por su cuerpo al escuchar aquellas palabras, se imaginaba alguna decepción de novios, algún amor prohibido, pero jamás una violación.
—¿Abusó de ti?... ¿Sexualmente? – preguntó Damián incrédulo.
—Sí, y además mis disque “amigos” me drogaron y me pusieron en “charola de plata” para él… Ya no supe de mí hasta después de cierto tiempo.
—¿Leticia sabes lo que me estás diciendo? ¿Sabes la gravedad de este asunto?
—Mira, te voy a decir lo mismo que le dije a Cecilia… Sé lo grave que es, pero también sé que no iba a poder hacer nada contra él… Era una fiesta, Damián y había tomado… Y las únicas personas que podían ayudarme a atestiguar a favor mío estaban de su lado.
—Pero tu padre… Tienes que decírselo, esto no puede quedarse así… – Damián se notaba molesto, él sabía que era cuestión de contárselo a Don Santiago y mandaría desaparecer al tal Emanuel de inmediato… Y él estaba dispuesto a cooperar.
—No quiero que se lo vayas a contar a nadie y menos a mi padre, ¡lo prometiste!
Damián suspiró haciendo su cuerpo para atrás recargándose en la silla y llevándose las manos a la cara con desesperación.
—Leticia… Tiene que pagar por lo que hizo, no puedes dejar esto así – el rostro de Damián era ya de enojo.
—¡Cálmate! Te estás alterando, no te lo conté para que te pongas así.
—Y cómo quieres que me ponga… No entiendo por qué lo tomas tan a la ligera.
—¿Tan a la ligera? Esto no es de ayer, Damián… No te imaginas todo lo que sufrí y lloré sola y a cuantos médicos tuve que ir… Me hice exámenes para ver si ese imbécil no tenía alguna enfermedad contagiosa... Y esto de ir con la psicóloga es lo último que voy hacer, y espero que me ayude porque quiero dejar eso en el pasado… Con decirte que ya hasta lo estoy viendo.
—¿A qué te refieres?
—A verlo, confundirlo con cualquier persona... Por ejemplo, en la mañana cuando el carro nos iba siguiendo estaba casi segura de haberlo visto – una ligera corazonada pasó por Damián.
—¿Dijiste que era mexicano también?
—Sí, ¿por qué?... No vayas a pensar que era el del carro que nos iba siguiendo, por favor no alucines que ya conmigo es suficiente, además él estaba allá por una beca y no tendría para comprarse un carro como el que vimos, y no es de esta ciudad. Mira las cosas ya pasaron, te agradezco que te preocupes por mí, de verdad, pero lo superaré… Ya haces mucho con escucharme y cuidarme a la vez, y tú y Cecy han caído de maravilla en mi vida.
Damián no quedó muy convencido de dejar las cosas así, muy dentro de él había anotado esa tarea pendiente de aclarar; le sorprendía la manera en que Leticia había tomado las cosas, al menos con él, era sorprendente su fortaleza, digna de copiar… O al menos copiar el número de su psicóloga.
—¿Por qué me contaste esto? – preguntó Damián.
—¿Te molestó?
—No para nada… Pero me extraña que cada vez más tomamos el papel de amigos y no el de trabajo como debería de ser… Y a decir verdad, está mal que me deje llevar… Jamás se puede combinar una relación con un trabajo como éste, puede ser muy peligroso.
—Pues a pesar del poco tiempo, tú lo estás haciendo muy bien, y te lo agradezco – Leticia le jaló una mejilla mientras decía esas palabras – Vámonos que quiero ir a la mejor terapia que existe en el mundo.
—¿Y ésa cuál es?
—¡De compras!
A unas horas de camino en una de las ciudades fronterizas del país, una reunión se llevaba a cabo en una finca situada en las afueras de dicha ciudad. Don Santiago había recibido varias llamadas de diferentes clientes que ya no deseaban sus servicios de transportación, así que decidió aclarar las cosas de manera personal.
La finca era muy lujosa pero con un delicado estilo campestre, tenía terrenos de aproximadamente tres mil metros cuadrados y unos seiscientos metros de construcción, y estaba situada en una zona boscosa que era muy difícil de ver por vía aérea. Una tarde, Don Santiago y tres hombres tomaban whisky en una palapa situada al lado de la alberca. Estaban sentados alrededor de una mesa de mármol, y parecía una charla cualquiera entre amigos. Don Santiago les explicaba los pequeños problemas que habían surgido con algunos tráileres, lo cual había ocasionado no poder brindarles el servicio por parte de su compañía.
—Como les comentaba, no tienen por qué tomar decisiones apresuradas – decía Don Santiago – El incidente que ocasionó estos retrasos está siendo solucionado personalmente por mi hombre de confianza, por eso no viajó conmigo… De hecho he dado la orden de que las operaciones regresen a la normalidad, ustedes mismos pueden confirmar eso con sus jefes de plaza.
—Mire, Don Santiago… – habló uno de los hombres – Por ahí se anda pasando el rumor que usted tiene algunos problemas digamos, algo graves, no es sólo falla mecánica como se nos dijo en un principio.
—¿A qué se refiere? – Don Santiago sentía que la sangre le abandonaba el cuerpo.
—Sí, como lo oye, cosas internas entre su gente… No hace mucho supimos que uno de sus hombres apareció muerto, justo después de que los viajes empezaran a fallar.
—Si se refiere al Balsero, ése hombre dejó de trabajar para mí hace mucho tiempo, y según leí, él tenía sus propios problemas con algún cártel por matar a un tipo o algo así… No me metan problemas que no me corresponden.
—Lo único que queremos, Don Santiago… – otro hombre habló – Es que todo vuelva a la normalidad y bueno, que nos diga cómo vamos a recuperar lo perdido.
—Señores, en ese punto no puedo ayudarlos, yo les pedí paciencia por unos días y decidieron actuar por su cuenta; ya vieron las consecuencias, no veo por qué deba ser problema mío.
De inmediato, la cara de los tres hombres mostraron inconformidad y las cosas comenzaron a ponerse tensas. El Alacrán que estaba en todo momento atrás de Don Santiago miraba a cada uno de los presentes esperando que sucediera algo para actuar. Uno de ellos se levantó y trató de hablar pero lo interrumpió el celular de Don Santiago quien vio la llamada de Javier y no dudó en contestar.
—Me disculpan, es algo urgente – caminó a distancia para no ser escuchado – ¿Javier?
—¿Cómo va todo, señor?
—Mal, están a la defensiva y ahora me dan a entender que yo tengo que pagarles lo que perdieron.
—Será mejor que salga de ahí inmediatamente, no debí dejarlo ir sin mí.
—No te preocupes, Javier, saldré de esto y si no me acompañaste es porque sabía que las cosas se podían poner mal… Si no salgo de aquí con vida te necesito al frente de todo, eres el único en el que puedo confiar.
—¡No diga eso, señor! Usted saldrá de ahí, sólo manténganse cerca del Alacrán.
Don Santiago colgó la llamada, se quedó pensativo por un momento y miró a su alrededor tranquilamente. Entre los hombres que lo acompañaban, él había contado seis incluyendo al Alacrán cuando salieron del aeropuerto, pero ahora sólo había cinco. De pronto, una voz lo llamó.
—Don Santiago, ¿pasa algo? – era uno de los capos que lo miraba con curiosidad. Don Santiago volteó hacia ellos y disimuló estar tranquilo.
—Era una urgencia en una de las empresas legales, con todo esto no recordaba que un funcionario iría a visitarme por la noche… Cosas que tengo que lidiar para poder brindarles un servicio como ustedes se merecen. Así que si me disculpan, me retiro… Entonces, ¿quedamos igual, caballeros?
—Sí… Usted váyase tranquilo, Don Santiago… En estos días estará recibiendo llamadas de nosotros para reiniciar operaciones.
Los hombres se pusieron de pie estrechándole la mano a Don Santiago quien se retiró junto con el Alacrán. Los dos subieron a la camioneta que los esperaba y se marcharon dejando atrás a los hombres no muy contentos con el resultado de la junta. De pronto, uno de ellos sacó su celular para dar una indicación.
—Te doy luz verde para el operativo.
—Enseguida, señor – contestó una voz al otro lado del teléfono.
El camino era difícil al salir de la finca, las calles eran estrechas y empedradas, y a los lados sólo había árboles gigantescos y matorrales que dificultaban la visibilidad. Aproximadamente el camino se recorría en 40 minutos para después llegar a un cruce con la carretera federal que los llevaría al aeropuerto.
El convoy de Don Santiago era pequeño y sólo estaba compuesto por dos camionetas; a veces pecaba de sentirse seguro debido al gran poder que manejaba, y Javier se lo recordaba cada vez que podía. Las dos camionetas abarcaban casi el ancho del camino, avanzaron unos 20 minutos desde que habían salido de la finca, pero de pronto la camioneta que iba adelante hizo un alto inesperado: un campesino de la región iba cruzando junto con su ganado bloqueando el paso. De repente, algo hizo reaccionar a las mulas que aceleraron el paso rápidamente; el polvo comenzó a levantarse y los ocupantes de las camionetas no sabían qué sucedía; el chofer de la primera camioneta fue el primero en reaccionar.
—¡Es una emboscada! ¡Nos están disparando!
Cientos de balas de alto calibre caían como lluvia sobre ambos vehículos sin darles tiempo de reaccionar. El primero en disparar fue el campesino que llevaba el ganado, los demás eran hombres que salieron entre los matorrales y todos con la misma orden: “Que no quede ninguno vivo”. Fue una masacre, el ruido de las balas era estremecedor, y hasta el hombre que estaba al mando batallaba para ser escuchado al momento de decir “alto al fuego”. El silencio se apoderó de nuevo del lugar, y sólo el sonido de un cencerro que colgaba en el buey líder del ganado se escuchaba ya un poco lejos de la acción.
Dentro de las camionetas no había ningún ruido, el jefe de los hombres inspeccionaba a lo lejos y poco a poco se acercó hasta que algo lo detuvo.
—¿Qué es eso que le está saliendo a las camionetas? – preguntó extrañado.
—Parece humo, señor… – comentó uno de los pistoleros – Al parecer… ¡se están quemando! – justo al terminar la frase un tremendo trueno hizo cimbrar la tierra.
Ambas camionetas explotaron de forma repentina hiriendo a más de uno de los pistoleros. Todos cayeron al suelo, había mucha confusión. El líder de los sicarios apenas y podía levantarse, lo ayudaron dos de sus hombres, y mientras uno lo levantaba el otro le dio su teléfono celular indicándole que sonaba. Tardó un poco en reaccionar pues no podía escuchar debido al estruendo.
—Su teléfono está sonando, señor.
—¿Qué?... – aun aturdido tomó el teléfono – ¡Dámelo!... ¿Señor? Dígame aquí estoy.
—¿Están todos muertos? – la voz era de uno de los capos que apenas unos minutos había estado reunido con Don Santiago.
—Así es, señor… – contestó el pistolero que miraba asombrado las camionetas en llamas – Los hombres que viajaban en los dos vehículos están muertos, señor… No quedó ninguno vivo.
De regreso a la ciudad, las horas del día avanzaron con rapidez, Damián trasladaba a Leticia a su mansión repleta de bolsas llenas de ropa y zapatos. Al parecer, su terapia había sido más efectiva que la de la misma doctora, estaba muy tranquila y miraba hacia afuera tratando de disfrutar el atardecer, no recordaba haberlo hecho desde su llegada de Europa. Cuando se detuvieron en un semáforo un auto con dos personas a bordo los emparejó, pero estaban muy lejos de representar un peligro para ella. La pareja del auto aprovechaba el momento que les daba la luz roja para fundirse en un abrazo seguido de un beso apasionado. Leticia no podía dejar de mirarlos, sabía que la satisfacción de las bolsas y las tarjetas de crédito era incomparable con la que sus ojos contemplaban. El semáforo cambió y cada auto tomó distintos caminos haciendo reaccionar a Leticia.
—¿Qué se sentirá? – preguntó siguiendo el auto con la mirada hasta que se perdió a lo lejos.
—¿Qué se sentirá qué…? – contestó Damián a quien la pregunta tomó desprevenido; su cuerpo y su vista estaban ahí, pero sus pensamientos estaban en aquel panteón.
—Amar a alguien… ¿Has amado a alguien alguna vez?
La mente de Damián regresó al auto.
—Sí… – pensó en Cecilia.
—¡¿En serio?! Y… ¿qué se siente?
—No es algo que se pueda explicar, sólo es un sentimiento.
Por un instante, Damián sintió la necesidad de hablarle de Cecilia, de lo que había entre ellos dos pero sabía que no era la persona indicada para hacerlo a pesar de la amistad que cada vez más había con Leticia.
—Hace tiempo que no paso por esos rollos del noviazgo – comentó Damián.
—Pero pasaste… ¡Se nota de inmediato!... ¿Te rompieron el corazón?
—No, digamos que simplemente se terminó.
—¿Así de fácil?... ¿Se terminó y adiós?... No lo creo, algo debió pasar, a menos que no la hayas querido.
—¡Claro que la quise!… Y mucho… – Damián hizo una pausa, eran recuerdos ya muy enterrados – Pero a veces el destino nos tiene preparado algo con lo que no contamos y surgen cosas que nos llevan a tomar decisiones inesperadas.
—¿Qué fue lo que pasó? – el interés de Leticia aumentó inmediatamente. Damián dudó por unos segundos pero continuó.
—Teníamos unos veintidós años, nos conocimos en la escuela, y estábamos muy enamorados… Al menos eso creía yo. Nuestras vidas pintaban bien en todos los aspectos, comenzaríamos a ejercer nuestras carreras muy jóvenes, teníamos planes de estar juntos en un futuro ya que estuviéramos bien establecidos… Bueno tú sabes, todo lo que un chico de clase media sueña. Sólo que un día nuestra pasión se fue al máximo, nos ganó la inexperiencia y pues… ella salió embarazada.
Leticia se quedó asombrada.
—¿La abandonaste?
—¡No, claro que no! Estábamos muy jóvenes, pero todos nuestros planes se vinieron abajo… – una expresión de vergüenza se reflejó en la cara de Damián – Decidimos que tenía que abortar.
Leticia no sabía qué decir, por su mente pasó el día en que fue violada y que al día siguiente había tomado una pastilla y listo, no habían quedado rastros físicos del hecho. En realidad no veía problema a la situación por la que Damián había pasado, su carácter fuerte la había hecho un poco fría, muy diferente si la plática hubiera sido con Cecilia, donde más de una lágrima o reproches hubieran aparecido al instante.
—No debes culparte por eso… – dijo Leticia – Y más si fue una decisión tomada por ambos. Además, no creo que la hayas obligado.
—El simple hecho de estar de acuerdo me hace culpable... No se puede tomar una decisión de quitar una vida así tan a la ligera.
—¿Quitar una vida? – Leticia comenzaba a exaltarse – Ni siquiera nació, Damián… Estoy segura que ni siquiera se llegó a formar. No puedes culpar a todo mundo de tomar esa decisión cuando tal vez la situación en la que estaban era complicada… La religión podrá decir mil cosas, pero ellos no van a mantener al producto que salga de una relación que no tenía futuro.
—Es diferente, pudimos hacer mil cosas antes de que se embarazara y no lo hicimos.
—Si a mí me hubiera embarazado ese imbécil, no hubiera dudado ni un instante en hacerlo.
—Lo tuyo fue una violación, Leticia, y de cierta forma ahí sí te justifico.
Hubo una pausa de algunos segundos.
—¿Qué habrá sentido el maldito después de haberme dejado ahí tirada, desnuda e indefensa? ¿Qué siente una persona con hacer eso y no tener la complacencia de la otra persona? – Leticia miraba su celular explorando algunas fotos.
—No creo que lo haya hecho para sentir bonito, Leticia… Tal vez sólo fue capricho o algún tipo de venganza hacia ti por haberlo dejado.
—¡Mira que estúpida yo! – dijo sorprendida – ¡¿Puedes creer que todavía tengo una foto de él aquí en mi teléfono?!
—A ver… – respondió Damián de inmediato.
—¡No! ¿Para qué? La voy a borrar.
—No… Déjame verla antes de que la borres.
—¿Para qué quieres verlo? No entiendo.
—¡¿Y quién dice que un día no me lo toparé?! – dijo Damián.
Leticia soltó una carcajada al momento que le acercaba su celular para mostrarle la foto.
—Es él…
Damián tomó el celular pero tardó unos segundos en mirarlo ya que dio vuelta en una calle privada que los llevaba a la mansión. Finalmente miró el teléfono de Leticia, “Imposible”, pensó. El cuerpo de Damián se llenó de adrenalina en unos segundos, no podía creer lo que estaba viendo.
—¡Es él!... – se dijo a sí mismo. Leticia pensó que le preguntaba a ella haciéndola responder de inmediato.
—Sí ése es el maldito, lo odio… Como quisiera que lo tuvieras en frente para que le dieras su merecido al infeliz.
Damián seguía atónito, ni siquiera escuchaba a Leticia que en dos ocasiones le pidió el celular.
—Damián… Dámelo para borrarla – Leticia tenía la mano esperando el teléfono – Por favor no te estreses, ya pasó todo… Estoy yendo con la doctora y me ayudará a superar esto, no quiero que te afecte a ti también porque estarás conmigo muy seguido y no es bueno para mi terapia. Además… ¿Qué vas hacer? ¡¿Ir a España a golpearlo?!
Damián miró por última vez la foto del chico mientras se abría el portón de la mansión, y cuando se lo regresó a Leticia la tomó de las manos.
—Te prometo que eso no se quedará así – Leticia lo miró extrañada al ver la seriedad con la que Damián le decía esas palabras, y después le sonrió.
—Gracias, Damián. Confío en que eso suceda… Dios castiga a las personas que hacen el mal de alguna manera u otra... Ahora arranca que ya quiero llegar a casa y dormir.
No era precisamente en Dios en quien pensaba Damián, sino en él mismo. Aunque de alguna manera tenía que agradecerle a Él tal coincidencia, si así se le podía llamar, porque si no lo era, tenía que ser algo mucho más peligroso. Damián estaba seguro que el chico de la foto era el mismo que vio en el panteón, no podía estar equivocado, era Emanuel. El tipo que se atrevió a abusar de Leticia estaba en la misma ciudad a unos cuantos kilómetros de ellos y eso, por supuesto, no era algo normal. El ver a ese chico salir de la choza de Don Gaspar le daba mucho qué pensar y al mismo tiempo le daba más ánimos de sentir que sus sospechas eran ciertas. Ahora más que nunca no quitaría la mirada de ese panteón y por supuesto, del tal Emanuel, quien no tenía idea de dónde se había metido.
El día avanzo y la temperatura comenzaba a caer conforme avanzaba. Dentro de la choza del panteón dos hombres conversaban alrededor de la chimenea sin saber que eran espiados por Damián desde afuera. El más viejo de ellos tomó la palabra.
—¡Tienes que entender que es muy peligroso que Emanuel ande como si nada por la calle! De hecho, no estoy de acuerdo que él esté aquí.
—Te estás haciendo muy cascarrabias, creo que la edad ya empieza afectar no sólo tu físico, sino también la mente tan brillante que tienes. Además, ¿qué vamos a hacer si tus contactos dentro de su organización están muertos? El plan de arruinarlo económicamente y desprestigiarlos ha fallado.
—¡Alberto! La chica no tiene la culpa, estás pasando los límites de tu odio hacia Santiago… Vamos a dejarla tranquila… Yo mismo lo mato si quieres pero…
—¡No! Morir sólo lo libraría del sufrimiento, y no vuelvas a mencionar mi nombre…
De pronto, alguien tocó a la puerta de la choza y el sonido interrumpió al hombre quien reaccionó asustado.
—No te asustes, debe ser Emanuel – Don Gaspar abrió la puerta para confirmar lo dicho e hizo pasar al chico.
—¿Cuánto tiempo tenías allí parado? – preguntó el hombre llamado Alberto con una mirada penetrante.
—Sólo unos segundos, señor – contestó el joven un poco temeroso.
—¿Escuchaste algo? – el hombre parecía más molesto.
—Déjalo en paz, ¿qué cosa puede escuchar que nos afecte? Este chico está igual de involucrado en esto que nosotros mismos – Don Gaspar habló en defensa del muchacho.
—Vine porque ustedes me lo pidieron, señor – contestó el joven.
Don Gaspar lo miraba con lástima, el pobre muchacho no pasaba de los 30 años de edad y ya estaba involucrado en problemas que de la nada había encontrado. Unos años antes de que se fuera a España, su vida era dura y difícil, tenía que mantener a su madre y hermano menor de 6 años, debido a la muerte de su padre quien trabajaba de paso para una de las empresas legales de Don Santiago. Don Gaspar había hecho amistad con muchos de los empleados durante el tiempo que estuvo trabajando para Don Santiago, y muy especialmente con el padre de Emanuel. Tras la muerte de éste, Don Gaspar se presentó con el joven y su familia ofreciéndoles apoyo para pagar sus estudios y preparándolo para que fuera una mejor persona en el ámbito profesional; muy parecido a lo que había hecho con Javier pero en menor proporción. Todo esto con la condición de que jamás dirían de dónde provenía esa ayuda.
Por supuesto que en estos tiempos los favores están muy alejados de hacerse sin esperar nada a cambio. Y con el paso del tiempo, Don Gaspar les dijo la verdad sobre la procedencia del dinero presentándole a su amigo caritativo y misterioso, sin revelar nunca su nombre.
Emanuel se había convertido en un estudiante modelo gracias a la ayuda de Don Gaspar y por supuesto, de sus propios méritos, los cuales lo hicieron acreedor a una beca que ofrecía la universidad a los alumnos más destacados, realizando un intercambio en España. Pero aun sin que la hubiera ganado, el plan de irse al viejo continente ya estaba hecho, la beca sólo facilitó las cosas. Emanuel no podía creer el cambio que había tenido en su vida en tan poco tiempo; estaba tan agradecido con Don Gaspar que lo empezaba a ver como su propio abuelo; el viejo había sido tan bueno con él y su familia, que haría cualquier cosa por él. Lo que jamás entendió Emanuel fue a quién le debía en realidad el favor. La presencia del amigo misterioso de Don Gaspar se hacía más común cada vez que ellos estaban solos. Para Emanuel era demasiado sospechosa la forma en la que se citaban los dos hombres.
Un día, Emanuel llegó de la escuela para preparar todo para su partida a Europa, su felicidad era inmensa pero a la vez sentía tristeza por dejar a su madre y su hermanito. Su plan había sido trabajar de medio turno para poder enviarles algunos euros, y la cantidad no importaba mucho, pues cualquiera que fuera sería buena debido a la devaluación del peso; Emanuel tenía todo bajo control, o al menos así lo pensó. Cuando entró a su casa, inmediatamente sintió la ausencia de su hermanito que acostumbraba a “taclearlo” con un fuerte abrazo apenas y cruzaba la puerta, y de igual manera el olor de la deliciosa sopa que su madre cocinaba siempre que llegaba de la escuela, ya no estaba. Ahora la presencia del extraño amigo de Don Gaspar se hacía presente, el cual le daba una mala noticia antes de su partida. La mejor vida a la que había pasado Emanuel, comenzaba a cobrar factura, sólo que el precio era demasiado alto y no había marcha atrás. Su madre y su hermano menor habían sido secuestrados, era el pago a todas las atenciones recibidas, sólo que apenas comenzaba. Emanuel tenía que afrontarse a una misión en su estadía en España si quería volver a ver a su familia con vida, ¿su misión?, destruir la vida de Leticia Salinas.
Emanuel miraba con desprecio pero a la vez con temor al hombre que lo cuestionaba dentro de la choza; el pobre joven se veía acabado y triste, dejó de ser aquel muchacho animado y trabajador de años atrás, y ni siquiera era la sombra de lo que había sido en España.
—Señor… – dijo Emanuel dudando en seguir hablando – Quiero ver a mi familia… Hice lo que me pidieron, cumplí mi promesa.
—¿Cumpliste? – reclamó el hombre que se le acercaba amenazante – ¿Y por qué yo la veo caminando tranquilamente por todas partes?
—El plan no era matarla – contestó Emanuel.
—¡¿Y por qué no?! – gritó el hombre haciendo reaccionar a Don Gaspar quien se levantó de su asiento.
—¡Cálmate! – gritó Don Gaspar – El muchacho tiene razón, jamás acordamos en hacerle daño a la pobre niña, el coraje te está cegando y no sabes lo que dices.
El hombre volteó furioso con Don Gaspar y daba la impresión de querer golpearlo, pero una mirada amenazante del viejo lo hizo reaccionar.
—Sabes que te respeto, Gaspar, pero también sabes lo que él me hizo y prometiste ayudarme… No puedes echarte para atrás en estos momentos.
—Recibí un mensaje de mi contacto en la mansión, algo grave pasó, algo que tiene que ver con Santiago… Ella parecía alterada y según me dice, Javier también lo estaba. Tienes que esperar un momento, tal vez ya no sea necesario esta locura… ¿Comprendes?
—¿Tratas de decirme que…? – el hombre dudó por un momento, dio la media vuelta y caminó hacia la ventana que se encontraba ligeramente abierta sin que se diera cuenta, pensó por un momento, su rostro reflejaba decepción.
—No podemos asegurar nada – respondió Don Gaspar – trataré de sacarle más información y debemos estar pendientes de los periódicos. Con suerte, finalmente se habrá hecho justicia – terminó sus frases mientras veía al crucifijo que colgaba en la pared.
—Tienes todo el día de mañana y también el siguiente para que asegures eso. Pero si sólo es un rumor, tú… – señaló a Emanuel – Tendrás que eliminar a Leticia y a quien se interponga… Fui muy noble y me dejé llevar por ti, Gaspar al sólo querer arruinarlo económicamente cuando él arruinó mi vida quitándome lo que más quería.
—¿A quién se interponga? ¿Cómo imaginas que este pobre chico pueda hacerle algo a Javier? ¿Y qué me dices del nuevo? ¡Pudo con tres pistoleros él solo! ¡Por poco me mata! – dijo Don Gaspar alterado.
—Ése no es problema mío – respondió y continuó – Y si este imbécil no puede con la tarea, ¡yo mismo lo haré!, pero no sin antes hacerlo pagar.
—¿Matarías a inocentes sólo por tu venganza? ¿Matarías a Javier? – preguntó Don Gaspar.
El hombre se acercó extrañado y pensativo hacia Don Gaspar para decirle casi en un susurro.
—Últimamente has estado muy preocupado por ese muchacho ¿No me digas que la edad también te ha doblegado en ese aspecto? ¿Luego de tantos años empiezas a preocuparte por él después de haberlo dejado con esa familia?
—He prometido cosas, yo jamás he roto una promesa y no lo haré en este momento, y lo sabes – dijo firme Don Gaspar.
Los dos hombres se miraron fijamente a los ojos y por unos momentos el silencio fue parte de la reunión.
—¿Y qué hay de lo que más quiero yo? – preguntó Emanuel haciendo reaccionar al hombre alto de negro.
—Sabrás de ellos hasta que yo diga. Y pobre de ti si intentas hacer algo tonto. Repórtate pasado mañana conmigo para decirte qué tienes que hacer… Y si la información de Gaspar es cierta… – hizo una pausa – Tal vez ya no te necesitemos.
Al decir esas palabras, el hombre salió por la puerta trasera de la choza desapareciendo en la oscuridad de la noche, dejando solos al joven y a Don Gaspar.
—Tiene que ayudarme, Don Gaspar, usted sabe que esto ya se está saliendo de control.
—No puedo ayudarte, hijo, ya estamos muy metidos en esto.
—¡No!... Vi la mirada de él hacia usted… Vi el temor en sus ojos.
—Él sólo vio mi pasado en mis ojos, ¿qué puedo hacer yo contra él a mi edad, muchacho?
—No me salga con que es un anciano debilucho. ¿Cree que no sé lo que le pasó en el hombro? ¿De dónde sacarían hombres para interceptar y matar a los choferes de Don Santiago sin que él u otro capo de la mafia se den cuenta? Sé que usted lo hizo, sé de su preparación militar y sus conocimientos, mi padre hablaba siempre de usted. También sé que en cualquier momento puede salir de esto pero no desea hacerlo. No sé qué es lo que lo forzó a hacer esto, señor, pero créame, que si tiene el poder de salir, hágalo, que nada es más importante que la familia, si es que considera familia a ese tal Javier.
Emanuel caminó rumbo a la puerta para salir pero Don Gaspar lo detuvo.
—Tienes que cumplir con esto, muchacho, no me obligues a hacer algo que no quiero.
—No se preocupe... – Emanuel limpió las lágrimas que en ese momento rodaban por sus mejillas – Como le dije, nada es más importante que la familia.
Emanuel salió de la choza cuidando no ser visto por nadie y dejando solo a Don Gaspar.
—Tienes razón, la familia es lo más importante – susurró el viejo sin ser escuchado.
Don Gaspar se dispuso a cerrar las puertas mirando a los alrededores, mientras veía la puerta principal por donde había salido Emanuel. Algo pasó por su mente haciéndolo dudar, hasta que finalmente cerró la ventana y se dirigió a su cama.
Damián yacía escondido en uno de los puestos de flores que permanecían afuera del panteón, le hubiera gustado estar más cerca para escuchar, pero tenía que conformarse en seguir a Emanuel quien a diferencia de la última vez, ahora iba a pie.
Damián lo observaba, esperaba que se alejara más o que tomara algún taxi para seguirlo, pero tenía una duda… Durante el tiempo que estuvo observando vio una figura en la ventana que vestía de negro, muy alto para ser Don Gaspar y de complexión muy ancha para ser Emanuel. Si no estaba equivocado había tres personas en la choza, tal vez ese otro hombre era quien manejaba el auto cuando recogieron al joven por la mañana. Damián miraba a Emanuel que se alejaba cada vez más, y después veía desesperadamente hacia la choza, “¿Qué hacer?”, pensaba. La pared de los terrenos del panteón era larga y podía verse desde su lugar, aún le daba tiempo en caso de que Emanuel diera vuelta, pero cuando volvió su mirada a la puerta de la choza algo extraño pasó: la luz que salía debajo de la puerta se había extinguido. Damián no podía imaginarse que dos personas vivieran juntas en un lugar tan pequeño, pero no tenía tiempo de ponerse a pensar en eso, Emanuel comenzaba alejarse y no podía darse el lujo de perderlo nuevamente. Subió de inmediato a su auto y observó que Emanuel daba vuelta en la calle para tomar un taxi. Damián lo siguió hasta unos departamentos situados en una colonia de clase popular, no se veía mucha gente caminar por esos rumbos y menos de noche. Damián guardaba una distancia considerable, no podía arriesgarse a ser reconocido suponiendo que era Emanuel quien los seguía la última vez. Damián estaba seguro que la reacción de Leticia al ver al chofer del auto fue gracias a la impresión de ver a su agresor siguiéndola, tanto que pensó que era necesario visitar al especialista para quitar esas supuestas alucinaciones. Avanzaron un poco más hasta que Emanuel bajó del taxi y entró a un edificio. Ahora la pregunta era ¿qué hacer? Pensó por un momento, y justo cuando se había decido a salir del auto y enfrentar al chico, el vibrador de su celular lo detuvo en seco. Era Cecilia, miró nuevamente hacia los departamentos y Emanuel ya había desaparecido; bajó del auto y caminó apurado, pero al buscar su pistola recordó que no la llevaba consigo, había dejado todo lo que lo involucrara con la familia de Don Santiago por aquello de ser descubierto, así que decidió regresar al auto. La llamada ya se había perdido, sentía cierto coraje de estar dejando las cosas a medias, y si a eso le agregaba el no poder atender a Cecilia como ella se merecía, la frustración aumentaba. Pero Damián se preguntó “¿Qué iba a hacer con el chico sin un arma? ¿Golpearlo hasta que hablara?” No era su estilo. Al menos ya tenía la ubicación de Emanuel, su relación con Don Gaspar ex mano derecha de Don Santiago, era su siguiente paso. Y qué decir del otro hombre que estaba con ellos en el panteón. Todo era muy sospechoso y Emanuel tenía las respuestas, sólo necesitaba a un experto en interrogatorios.
Hablaría con Javier.
A la mañana siguiente, Cecilia se preparaba para salir. El clima en la ciudad era frío, no pasaba de los diez grados, y diciembre ya casi se acercaba. Tomó su auto y se dirigió a la universidad, no sin antes recoger a su amigo Beto que la esperaba en su casa. Beto era el clásico chico esperanzado a que su mejor amiga un día lo mirara y por arte de magia le dijera “Te amo” o “No sé cómo fui tan ciega en todo este tiempo, eres mi hombre ideal”. Cualquiera que fuera la frase sin duda lo imaginaba en cámara lenta disfrutando cada momento. Desafortunadamente para él, Cecilia sólo miraba su móvil y ni siquiera volteó a saludarlo.
—¡Hola! – dijo Beto al subir al auto mientras se acercaba a Cecilia para saludarla con un beso pero ésta no reaccionó – ¿Pasa algo?
—Nada, Beto – contestó Cecilia que guardaba el celular para seguir manejando.
—Te conozco demasiado, no me digas que no tienes nada… Sé qué cara pones cuando algo te incomoda y es la que tienes ahorita.
—Sólo son cosas… ¿Estás bien? ¿No tienes ningún golpe? Estoy muy apenada, en serio.
—Si lo dices por lo del gorila de Leticia, no te preocupes, estoy bien… ¿Y por qué tendrías que estar apenada tú si tú no hiciste nada?, al contrario, si no hubiera sido por ti creo que me hubiera arrancado el brazo ese animal. En todo caso, Leticia es la que tiene que estar apenada, pero dudo que se acuerde.
Cecilia no dijo ninguna palabra. Tomó su celular que en ese momento sonaba, miró el identificador y volvió a meterlo a su bolso.
—¿No vas a contestar? – preguntó Beto extrañado.
—No – dijo fríamente Cecilia.
—¿Quién es? Tú jamás cortas a nadie.
—¡No es nadie, Beto! Ya no estés preguntando, por favor… – el tono de voz de Cecilia pasó de paciente a fastidioso en un segundo, y Beto lo notó de inmediato – Perdóname, ayer tuve un día muy extraño y me puse de malas, sé que tú no tienes la culpa.
—No te disculpes, sabes que yo haría todo por ti, y si es necesario aguantar tu mal humor, lo haré. Sólo dime, ¿qué tan fuerte pegas? – Beto bromeó levantando sus brazos en posición de pelea y provocó una ligera sonrisa en Cecilia.
—Siempre has sido mi mejor amigo… Y te quiero mucho, pero…
—¡No sigas! – interrumpió Beto levantando su mano – Odio cuando dices eso.
—¿O sea que no quieres ser mi amigo? – bromeó Cecilia.
—Odio que digas que me quieres como un amigo ¡porque te amo, Cecilia!
Ambos se quedaron paralizados por unos segundos, aquellas palabras inesperadas fueron como un balde de agua fría para los dos; Beto abrió los ojos como si hubiera visto un fantasma, no podía creer que finalmente lo había dicho, aunque no era la forma en la que él lo había imaginado. La sonrisa disimulada de Cecilia desaparecía de su rostro para dar paso a un suspiro de decepción.
—Beto… No sé qué decirte… Tal vez estás confundido…
—No, Cecilia… – su voz salió cortada y nerviosa. Tomó aire y continuó ahora más seguro de sí mismo – Siempre he estado seguro de mis sentimientos y tú lo sabes, siempre lo has sabido, lo veo en tus ojos cuando me miras.
—Pero esa mirada no es de amor, Beto, compréndeme, es de cariño y te veo como mi única familia, como mi hermano.
El celular de Cecilia sonaba nuevamente pero ahora se encontraba en una decisión difícil, sabía que las llamadas eran de Damián pero estaba demasiado molesta con él que no quería contestar, pero también veía la ocasión para salvarse de una plática que cada vez se hacía más incómoda. Decidió contestar.
—¿Bueno? – volteó a ver a Beto y con una seña pidió tiempo para contestar, él la miraba decepcionado e incrédulo, finalmente se había abierto con ella y una llamada interfería.
—Te he estado llamando varias veces, ¿estás ocupada? – lejos de estar molesto, Damián se escuchaba apenado del otro lado de la línea.
—Estoy con un amigo y estamos ocupados – dijo Cecilia con tono serio y retador.
—¿Un amigo? Beto me imagino.
—No, no es Beto, es otro amigo.
—¿Otro amigo? – Damián comenzaba a escucharse dudoso.
—Disculpa estoy muy ocupada…
—Cecilia si estás molesta…
—Tengo que colgar, adiós – interrumpió Cecilia y apagó el celular.
Le costó mucho trabajo hacerlo, dentro de ella quería llamarle y preguntarle qué fue lo que ella había visto esa mañana fuera de su departamento ¿Por qué a quien había entregado todo tenía a su mejor amiga abrazada de esa manera? ¿Por qué no contestó a sus llamadas esa noche? ¿Por qué su amiga tenía su teléfono apagado a la misma hora? De pronto sintió la mirada de Beto y pudo ver que sus ojos reflejaban una profunda tristeza.
—Ya tienes novio y no me habías dicho – afirmó él con una voz triste.
—¡Ay, Beto! No te lo había dicho porque apenas tenemos muy poco. No me mires así por favor, que ya suficiente tengo con lo que estoy pasando.
El pobre chico no sabía qué decir, sentía que el mundo se le venía encima, finalmente se había atrevido a abrirle su corazón a la única persona que había amado en su vida, y el momento se había venido abajo gracias a la llamada de su novio. Un mal día para sincerarse.
—¿Al menos puedes decirme quién es? – dijo Beto.
Cecilia no respondió, disimuló no haber escuchado.
—Cecilia, te estoy preguntando – insistió Beto.
—Se llama Damián…
—Mmm… ¿y de dónde es el afortunado?
—Trabaja para Leticia y su papá – Cecilia parecía apenada.
Beto la miró fijamente en silencio esperando más detalles, pero ella sólo sonreía. De pronto, Beto abrió los ojos sorprendido.
—¡No me digas que…! – Cecilia movió su cabeza y afirmó la frase que Beto no terminó.
—Pero, Cecy, ¿qué le viste a ese gorila? Ok es alto, fornido, bien parecido, les salvó la vida, pero…
—Beto las cosas se dan de repente no es algo que se planea… Desde la llegada de Leticia he convivido mucho con él, además fue algo que el destino ya tenía preparado para los dos.
—¡¿El destino?! ¡Cecy, por favor!
—Tú sabes que yo creo mucho en eso, y si en realidad dices que me conoces debes saberlo – reclamó Cecilia.
—¡¿Y por qué según tú, el méndigo destino, quiso que estuvieran juntos?!
—¡No me hables así! Antes de que él trabajara para Don Santiago yo pasé de casualidad a comprar un desayuno a su restaurante y ahí estaba él… Fue algo gracioso la manera en que interactuamos, con decirte que casi me corrió del lugar – Cecilia sonreía al recordar aquel momento, al tiempo que Beto hacía gestos de desagrado al ver a su amada amiga viajar en una nube dentro del automóvil.
—Lo viste de casualidad en un bar de mala muerte…
—Restaurante – interrumpió Cecilia en defensa mientras estacionaba el auto.
—Lo que sea – continuó Beto con indiferencia – ¿Y ya por eso piensas que tienes que estar con él?
—No sólo es eso, claro que le doy mucha importancia, pero además es la forma de cómo me trata, cómo me mira… Muchas cosas que tal vez no entenderás.
—¡Es su trabajo, Cecilia! ¡¿Cómo quieres que trate a la amiga de su jefa?! Tiene que ser amable… Ni siquiera lo conoces… Creo que estás confundida.
—No, Beto, el confundido eres tú... – ambos salieron del auto y caminaron – Mira, antes de decidirnos a ser novios, ya habíamos salido varias veces… Yo iba a su bar en las noches cuando él tenía tiempo libre y ahí convivíamos bastante, así que no es confusión ni nada de lo que tú piensas.
—¿Y desde cuándo son novios? – preguntó Beto con un tono de resignación.
—Bueno pues… Apenas antier que fuimos al antro…
—¿Y te entregaste a él?
—¡¿Oye, qué te pasa?! – Cecilia reaccionó exaltada pero sin mirar a Beto a los ojos.
—¿Sí lo hiciste, verdad?
—¡Eso es algo que a ti no te importa! Y estás siendo grosero, ¿sabes? – respondió Cecilia molesta.
—Tu reacción me lo dice todo, ¿cómo pudiste, Cecy? Yo pensé que eras…
—¡¿Que era qué?! ¡No te atrevas a juzgarme, no eres quién para hacerlo!
La mirada de Cecilia en los ojos negros de Beto la hizo intimidarse, pudo ver cómo los ojos del chico se cristalizaban y desvió su mirada hacia otro lado.
—Lo único que quiero es que no te hagan daño – dijo él con voz pasiva y silenciosa.
—Lo sé... Eres mi mejor amigo, Beto… Aquí es donde tú deberías darme todo tu apoyo y en lugar de eso discutimos… Siento mucho no corresponderte como tú quisieras, pero para eso no se programa al corazón, si fuera así lo habría hecho sin dudarlo.
—Tampoco seas condescendiente conmigo… ¿Y por qué no querías contestarle?
Cecilia no contestó.
—¡Ves! Llevan muy poco y ya no quieres hablar con él… ¿Te hizo algo? ¿No te forzó a hacerlo, verdad?
—¡No, cómo crees! Sólo que… – Cecilia dudó en seguir hablando, después de la confesión que le hizo Beto de sus sentimientos, y no sabía si era conveniente hablar del tema con él.
—Sabes que puedes confiar en mí… Es más, olvida lo que dije ¿sí? No quiero que cambie tu forma de verme o hablar conmigo.
—Está bien… Ayer que Damián y Leticia pasaron por mí, lo vi abrazarla afuera de mi departamento, tal vez exagero pero… Si se supone que es una relación de trabajo, ¿por qué tiene que abrazarla? Se supone que no deben distraerse y mucho menos debe existir otro tipo de relación entre ellos.
—¿Te lo dijo él?
—No… Lo vi en la película de El Guardaespaldas – ambos sonrieron.
—¿Pero por un abrazo? Mira, creo que primero deberías hablar con él y aclarar las cosas. Es más, deberías de hablar con Leticia de esto, ¿o ya lo sabe?
—No aún no… Y sabes, anoche le estuve marcando a Damián y no contestó… Después intenté de nuevo y tenía apagado el celular. Después le marqué a Leticia y también lo tenía apagado…
—Estás insinuando que…
—No lo sé… No sé qué creer… Ayer se me venían tantas cosas a la cabeza que no me dejaban en paz.
—Bueno, ¿y qué piensas hacer? – preguntó él.
—Hablaré con Leticia… Le diré que estoy saliendo con su guardaespaldas y que ya no podemos salir juntas porque lo puedo distraer… ¡Y de una vez también que me diga si tuvieron sexo anoche! – el sarcasmo de Cecilia hizo reír a un Beto lleno de resignación, y que sólo se limitó a aceptar lo que el destino le daba en ese momento… Un destino que tenía que aceptar aunque ya no creyera en él.
Dentro de la gigantesca mansión, Leticia bajaba para desayunar. A diferencia de otros días lo haría en casa, olvidándose por un momento del maquillaje y la ropa elegante. Cuando llegó al comedor, le extrañó ver que no había ningún plato servido, ni siquiera el de Don Santiago quien no dejaba pasar un día sin desayunar desde que ella tenía uso de razón. Recordaba las palabras que él le decía cuando Leticia se negaba a tomar los alimentos de la primera hora de la mañana… “El desayuno es la comida más importante, y si no lo tomas antes del mediodía las tripas subirán a tu cerebro y se lo comerán”. Leticia sonreía al recordar eso, pero más lo hacía cuando en una ocasión se lo había dicho a Cecilia. Ambas tenían unos 7 años de edad y Leticia la encontró llorando porque una niña que disfrutaba hacerles el día difícil le había escondido su desayuno en la escuela. La pobre Cecilia miraba el reloj del salón a cada minuto, rogaba por que las manecillas no dieran las 12. “¿Es a las 12 ó a la 1 el mediodía?”, preguntaba Cecilia muy angustiada y con lágrimas en los ojos; Leticia la abrazó y le compartió su lonche, “Toma la mitad de mi sándwich, vas a ver que las tripas se conformarán con eso y no te comerán el cerebro”. Cecilia sonrió y abrazó a Leticia. Nuevamente su mejor amiga le había salvado el día.
Leticia caminó hacia la cocina a buscar a Toñita y tampoco tuvo éxito. Se dirigió hacia el despacho de Don Santiago, y en el camino se encontró a una de las muchachas de limpieza quien tampoco le supo dar razón de Toñita. Justo antes de llegar al despacho vio una escena poco común, finalmente había encontrado a Toñita pero guardaba un celular en su bolsa y caminaba hacia la puerta del despacho. Sin darse cuenta casi chocaba con Leticia cuando se dio la vuelta ocasionándole un gran susto.
—¡Virgen Santísima! Niña, qué susto me diste… ¿Qué haces aquí? – dijo Toñita susurrando.
—¿Qué hago aquí? Es mi casa… ¿Tú qué haces aquí? ¿Por qué no está listo el desayuno?
A diferencia de Toñita el tono de voz de Leticia era más fuerte.
—No pensé que fueras a desayunar, ¡nunca lo haces! – Toñita caminaba poco a poco alejándose de Leticia.
—¿Y mi papá no va a desayunar? ¿A dónde vas? ¿Por qué me dejas aquí hablando sola?
—¡Ay, mija! Tengo muchas cosas qué hacer… Mira, habla con Javier...
Sin decir nada más, Toñita se retiró del lugar y Leticia entró al despacho sin tocar la puerta.
—¿Javier dónde está mi papá? – preguntó sin darle oportunidad de colgar una llamada que tenía en su radio.
—Tuvo que salir de viaje, estará fuera de la ciudad por algunos días.
—Sí, lo sé, ¿pero a dónde fue? ¿Y por qué no me dijo nada?
—Fue algo urgente, me dijo que te llamaría para explicarte. De hecho lo más seguro es que quiera que vayas tú también.
—¿Yo? ¿Desde cuándo mi papá me involucra en sus asuntos?
—¿Qué te puedo yo decir? Yo sólo paso el recado – dijo Javier cortante, pero Leticia no quedaba conforme, y justo cuando iba a comenzar con más preguntas Damián apareció en la puerta.
—Damián, qué bueno que llegas – dijo Javier dejando a Leticia con las palabras en la boca.
—¿Pasa algo? – preguntó Damián extrañado, no era común que Javier lo recibiera de esa manera.
—Necesito hablar contigo para un encargo de Don Santiago.
—¿Y por qué no se lo dices aquí? – preguntó Leticia.
—Porque es un asunto entre Don Santiago y Damián, Leticia.
—Pero Damián trabaja para mí y sus asuntos me conciernen.
Javier perdió la paciencia.
—Damián trabaja para tu papá, Leticia, y si vas a poner en duda las órdenes de él, toma… – le ofreció el teléfono y continuó – Puedes hablarle y cuestionarlo.
Leticia miró a ambos sin decir una palabra, se dio la media vuelta y salió del despacho apurada. Damián agachó la cabeza sintiendo un poco de pena por la forma en que Leticia había sido puesta en su lugar.
—¿Pasa algo con Don Santiago? – preguntó Damián.
—Sí… Y algo grave – contestó Javier asegurándose que no hubiera nadie fuera del despacho y cerrando la puerta – Se rompieron las relaciones con los cárteles, y el convoy de Don Santiago fue emboscado al salir de una junta que tenía con ellos.
—¡¿Estás diciendo que está muerto?! – preguntó Damián exaltado.
—No, afortunadamente el plan que teníamos salió bien, él está a salvo junto con el Alacrán. Lo sacó antes de que los rodearan llevándolo a un auto que los esperaba escondido. Sabía que no terminaría bien esto, así que decidí hacer un plan de contingencia.
—¿Y dónde está ahora?
A salvo, estará escondido por unos días hasta que veamos qué hacer. Todo esto se salió de control, Damián.
—¿Y qué hay de Leticia? ¿Crees que también quieran actuar en contra de ella?
—Ruego por que no sea así… – contestó Javier con tono de preocupación – Y precisamente eso era lo que te quería comentar… Tienes que estar muy atento… De aquí en adelante podré asignarte un compañero, si así lo decides. No podemos confiarnos de esos tipos, así que tendrás que redoblar esfuerzos.
Damián no reaccionó, su mente divagaba en el asunto de Emanuel, comprendía que las cosas empeoraban con la noticia que Javier le acababa de dar, tenía que hacer algo de inmediato antes de que las cosas fueran incontrolables para él.
—Javier hay algo que tengo que decirte, es referente al señor del panteón, tu tutor.
—¿Qué hay con él? – Javier frunció el ceño de inmediato.
—Creo que está teniendo actividades extra curriculares a escondidas.
—¡¿Vas a seguir insinuado que el pobre viejo tiene que ver con el asunto de los tráileres?! ¡No te permitiré que sigas con eso!
—Entiendo tus sentimientos hacia él pero necesitas ser frío y escucharme… Se ha estado viendo con un chico que… – Damián dudó unos segundos, no podía romper el secreto de Leticia.
—¿Qué pasa con ese chico? ¿De qué hablas?
Damián suspiró, buscaba las palabras correctas para explicar lo que él veía como un peligro para Leticia pero sin romper su promesa.
—Leticia tuvo un incidente algo grave en España con un novio de allá.
—No vengas a contarme su vida amorosa, por favor – interrumpió Javier.
—Va más allá de eso... Él está aquí en México.
Por primera vez, Javier miró a Damián a los ojos durante la conversación, finalmente su atención estaba al cien por ciento.
—¿Una reconciliación? ¡Qué gran noticia! – dijo sarcástico Javier.
—Él la lastimó mucho, Javier, y lo hizo con alevosía y ventaja – Javier no parpadeaba y el enojo empezó a salir de sus ojos.
—¿A qué te refieres con que la lastimó?
—No puedo darte detalles, pero créeme que es algo que ella quiere olvidar.
—¿Y eso qué tiene que ver con Gaspar?
—Que el ex novio de Leticia y el chico con el que se ve Don Gaspar es la misma persona.
Javier se quedó frío con la afirmación de Damián, y movió la cabeza negativamente.
—No, debiste haberlo confundido, ¿por qué Gaspar tendría qué ver con un tipo así?
—Eso es precisamente lo que me hace dudar, estoy totalmente seguro que es él… Lo he visto en dos ocasiones y la última vez que la llevé al panteón un auto nos seguía; Leticia se quedó en shock porque pensó que estaba alucinando a ese hombre. Lo vio que manejaba el auto.
—¿Te lo dijo ella?
—Sí… – Damián se acercó más a Javier – Y creo que Leticia está en peligro, Javier… Ese chico no está aquí de pura casualidad… Creo que algo tiene qué ver Don Gaspar.
—Estas yendo muy lejos con tus acusaciones... – comentó Javier molesto – Gaspar y Don Santiago han sido amigos desde hace muchos años.
—¿Entonces qué hace el hombre que lastimó a Leticia con él? ¡Explícamelo!
Javier no supo qué decir. Movía la cabeza a un lado a otro y se tomaba el pelo desesperado al no tener una respuesta que ayudara con la reputación de quien fuera su tutor.
—¡No lo sé! Tal vez es alguna casualidad – contestó Javier.
—Tu cariño hacia él te esta cegando y no estás siendo analítico.
—Déjate de cosas…
—¡No! ¡Tú déjate de cosas! – Damián levantó la voz desesperado apuntando a Javier amenazadoramente – Voy a llegar al fondo de esto cueste lo que cueste sin importar a quien tenga que llevarme, y con o sin tu ayuda.
—Ese hombre es muy importante para mí, Damián… Ten cuidado – dijo Javier valientemente.
—¿Y Leticia no lo es? – contrarrestó Damián que sin decir una palabra más salió del despacho.
Javier se dejó caer en el sillón haciendo la cabeza hacia atrás, no quería creer lo que Damián le había dicho; el simple hecho de saber que Leticia había sido lastimada lo ponía de malas, pensar que su mentor tenía algo qué ver era aún peor, además, no podía dejar a un lado el caso con los cárteles, sabía que ellos lo contactarían como el único heredero de Don Santiago en el negocio, la pregunta era ¿Para qué lo contactarían? ¿Aliarlo o matarlo? La tranquilidad se quebrantaba poco a poco en sus vidas. Javier dejaría que Damián siguiera investigando el caso del ex novio de Leticia, y cuando tuviera más información se la pediría y actuaría, pero antes había que aclarar algo.
Leticia trataba de pasar el coraje que la pequeña discusión con Javier le había provocado. Daba vueltas en la cocina buscando algo que le endulzara el momento hasta que finalmente encontró el frasco de cajeta. De igual manera, tomó el teléfono que estaba en la cocina y marcó a su amiga Cecilia quien contestó de inmediato como si estuviera esperando su llamada.
—¡Hola, cursi! ¿Cómo estás? – Leticia comenzaba a recuperar el buen humor.
—¡Ah! Hola, Leticia… Estaba pensando en ti – el tono de la voz de Cecilia no era muy animado.
—¿En serio? Ves, siempre te dije que tenía poderes mágicos.
—¿Y cómo estás? ¿Hiciste las vueltas que tenías qué hacer? – preguntó Cecilia.
—Sí, ya hice todos mis pendientes… Hoy la verdad no saldré, te marqué sólo para saludarte.
—Me imagino que saliste anoche, por eso andas cansada.
—No, nada qué ver… Estuve encerrada y acostada desde temprano… ¡Mas no aburrida! – Leticia hizo un tono pícaro en forma de broma, pero Cecilia lo tomó muy diferente.
—¿Entonces te divertiste? – Cecilia comenzaba a incomodarse.
—Normal… Pero deja eso… Tengo que contarte algo ¿tienes tiempo?
—Estoy en la escuela, pero dime.
—Es referente a él. Creo que empiezo a sentir algo – la voz de Leticia cambió de pícara a sincera y soñadora.
—¿Sentir algo?... ¿A qué te refieres?
—Tú sabes, creo que empieza a gustarme… No sé, nunca le había puesto atención… Será que lo veía como lo que es, un simple empleado, pero con el paso del tiempo me he convencido de que es más que eso.
—¿No crees que es demasiado rápido? – dijo Cecilia.
—¿Rápido? ¡Para nada! De hecho creo que tardé mucho. Te diré algo, pero que quede entre nosotras… ¡Estuvo en mi habitación!
—¡¿En tu habitación?! – una explosión de celos llenó finalmente a Cecilia.
—¡Sí! ¿Puedes creerlo? Yo estaba dormida, soñaba cosas horribles, me pasa desde que estaba en España, de pronto, cuando lo peor del sueño comenzaba él me tocó y me desperté… Y lo vi ahí junto a mi cama, rescatándome una vez más, ¿me entiendes? Al principio me asusté mucho, pero después comencé a sentir algo extraño, como una felicidad que salía de mí inconscientemente… Desafortunadamente una llamada en su celular rompió la magia que había en ese momento. Fue algo muy extraño… No sé, sólo viviéndolo me entenderías.
Cecilia sentía que su alma se le partía en dos, “¿Alguien que veía como empleado? ¿La salvó de nuevo? ¿Una llamada que rompió la magia? ¿Su llamada?” Se sentía una tonta, por mucho tiempo había guardado lo mejor de ella para el hombre ideal, para quien su corazón le dijera que sería el indicado, y había fallado. Se sentía un poco ridícula en pensar que podría competir contra Leticia. ¿Qué hacer ahora? Tenía todas las intenciones de hablar con Leticia y contarle todo lo de ella y Damián, pero al verla así era casi imposible… Leticia había sufrido mucho por causa de un hombre, y saber que uno jugaba con ella, la destrozaría. Era mejor mantenerse callada y soportar el dolor… Soportarlo, pero no vivirlo.
—¿Sigues ahí, Cecy? – preguntó Leticia al notar que su amiga no respondía.
—Sí, Lety, aquí estoy.
—¿Qué tienes, Cecilia? Hasta acá se siente que estás incómoda con algo. ¿Qué me ibas a decir? Dijiste que pensabas en mí cuando te marqué.
—Perdóname no poder compartir tu felicidad, Lety, pero traigo la cabeza en otro lado.
—¿Algo malo? Sabes que te ayudaría en lo que fuera.
—En este caso no creo que puedas, amiga – Cecilia comenzaba a tener cambios en su voz.
—¿Tan grave es? Me estás asustando, Cecilia.
Después de pensar por unos segundos y luchar contra el nudo en su garganta, Cecilia respondió.
—Me iré de la ciudad, Leticia… Por un largo tiempo.
—¿Irte? ¿A dónde? ¡Si son vacaciones yo voy contigo!
—No, Leticia, no son vacaciones – Cecilia no sabía qué decir – Es una oportunidad que tengo y no puedo desaprovechar.
—¿Me estás diciendo que te vas… para siempre? – a Leticia le impactó mucho la noticia, lo que no sabía es que a Cecilia también.
—Es difícil de explicar…
—¡No puedes hacer esto! ¿Y tu graduación? ¿Tu departamento?... ¡¿Yo?!
—Tú estarás bien, y más ahora que veo que te estarán cuidando con detalle – el estómago de Cecilia era un nudo.
—¿Cecilia, segura que no te pasa nada?
—Segura, son decisiones que ya tenía desde hace un tiempo pero no había tenido la oportunidad de decírtelo… Perdóname, tengo que colgar, es mi turno en la fila… Te quiero, amiga – la llamada terminó dejando a Leticia con muchas dudas.
Finalmente, Cecilia dejó salir todo lo que aguantó durante la llamada… Estaba decepcionada y triste, lloraba con un sentimiento que estremecería a la persona más dura y fría, pero estaba decido, se iría y no había vuelta atrás. Tal vez fue una decisión apresurada, pero sabía que era la correcta; no era lo suficientemente fuerte para aguantar esto, además no le afectaría a nadie más su partida, estaba sola, lo único que sí lamentaría era el no poder seguir visitando la tumba de su madre, pero ya arreglaría eso, ahora no tenía ánimos de pensar, y por más que su cabeza quisiera hacerlo su corazón no se lo permitía, había sido engañado.
—¿Por qué fui tan estúpida? – preguntó al aire sin esperar respuesta. Su amigo Beto estaba con ella y ambos estaban sentados en una banca en los jardines de la Universidad.
—No digas eso, no seas tan dura contigo… No serás la primera ni la última que se entrega a una persona que no lo merece… Oye y de tu partida, ¿no hablabas en serio, verdad?
Cecilia no respondió, miró a Beto y se recargó en su hombro.
—Sólo espero no haber cometido un error más grave – Beto la abrazó, pero ella sólo se limitó a presionar su bolso contra su abdomen sin responder al abrazo.
En el panteón, Don Gaspar realizaba sus actividades diarias, las cuales había descuidado por un tiempo. El sol se ocultaba detrás de unas nubes que lejos de amenazar con lluvia daba un respiro para él refrescando la mañana. Había estado muy débil los últimos días, cada vez le costaba más pasar horas bajo el sol. Pero a pesar de eso, podía verse mucha tranquilidad en ese rostro maltratado por el tiempo. No tenía noticias de Alberto ni de Emanuel, al que todavía tenía que prepararle un plan para llevar a cabo, una venganza que ni siquiera era suya y que se estaba saliendo del guión original. No podía negar que en varias ocasiones pasaba por su mente dejar ya todo eso, pero tenía que hacerlo, y no por obligación ni por miedo… Era algo más poderoso, tan poderoso que lo había llevado a tratar de lastimar a la persona que por muchos años le había abierto las puertas de su casa, traicionar a su propio amigo. Los secretos que empujaban a Don Gaspar a actuar así permanecían escritos en una carta que aún seguía buscando destinatario.
Todo pintaba para que el día fuera tranquilo y sin episodios extraños, pero al parecer el destino le había preparado una vida llena de sorpresas y situaciones fuera de lo normal. Dos autos de reciente modelo llegaban al lugar, del segundo auto bajaron tres hombres de trajes oscuros revisando el perímetro, y del primero otros dos hicieron lo propio. Enseguida, un rostro muy conocido para el viejo hizo su aparición, un rostro que nunca dejó de ver como el de un niño y que le dibujó una sonrisa. Javier caminaba hacia él.
—¡Viejo! – dijo Javier con una alegría seca y dando un abrazo al anciano que apenas y lograba abarcar la espalda del joven.
—¡Muchacho, qué gusto verte! Cuánto tiempo ha pasado, ya eres todo un hombre… ¡Y un costal de músculos! – dijo Don Gaspar separándose de Javier y observándolo detenidamente.
—Todo lo que soy es por ti, Gaspar… Lo sabes y siempre te lo agradeceré.
—Ni digas nada, siempre fuiste como un hijo para mí. Y dime, ¿a qué debo el honor de tu visita?
—Nada, sólo pasaba por aquí y me dieron ganas de verte – contestó Javier. A pesar de que el joven llevaba unas gafas oscuras, estaba frente a su maestro, quien le había entrenado en todo lo referente a interrogatorios y sabía cuándo Javier estaba mintiendo.
—¿Y para eso traes un ejército de gorilas contigo? – Preguntó Don Gaspar incrédulo – Tú nunca andas acompañado.
—Las cosas no están de lo mejor últimamente – contestó Javier muy pensativo.
—¿Entonces por qué no estás con Santiago? No deberías alejarte de él.
—Don Santiago está bien, pero no vine hablar de él, sino de ti.
—¿De mí? Está bien… ¿Quieres pasar a mi humilde hogar? No es tan grande como la mansión, pero no creo que tus muchachos puedan acompañarnos.
Javier no reaccionó al sarcasmo de Don Gaspar, miraba hacia otro punto buscando la manera de entrar en el tema del ex novio de Leticia para confirmar que lo que había dicho Damián era cierto.
—¿Cómo te ha ido aquí en el panteón? – “Qué pregunta más tonta y con falta de dirección”, pensó Javier.
—No me quejo, aunque en ocasiones hace falta hablar con alguien por las noches… Como te darás cuenta, aquí es imposible – contestó Gaspar sonriendo.
—¿Y no has hecho ninguna amistad en todo este tiempo? No sé, alguien que te visite para platicar en el día.
Don Gaspar se volteó a recoger sus pinzas para el césped y dándole la espalda a Javier le respondió.
—Hace muchos años que dejé de recibir visitas, hijo… La única persona con la que he cruzado palabras es con Cecilia, la hija de los difuntos Montesinos, que en paz descansen… De ahí sólo la gente que viene a visitar las tumbas de sus parientes pasan a saludarme de vez en cuando.
—¿Y qué hay de Leticia? – preguntó Javier tratando de capturar un gesto del anciano que aún le daba la espalda.
—¿Leticia? ¡Ah, sí! La hija de Santiago... Vino en una ocasión a visitarme, bueno, en realidad buscaba a Cecilia aquí en el panteón, pero no me reconoció.
—¿Nadie más? – preguntó Javier.
—Esta visita no fue de placer, ¿verdad, Javier? – dijo a la defensiva Don Gaspar quien ya lo miraba cara a cara.
—Por supuesto que sí, sólo que como ya te lo dije, las cosas no están de lo mejor y quiero estar seguro que tú estás bien… Sabes que fuiste parte importante de los negocios de Don Santiago.
—¿Qué podría pasarme, hijo? Yo ya soy cosa del pasado... Ahora todas las responsabilidades que tuve pasaron a tus manos, te enseñé todo lo que estuvo a mi alcance para que fueras una persona fuerte e independiente; pero al verte con todos esos hombres comprendo que el mal que te agobia rebasó mis enseñanzas… Sólo me queda decirte que te cuides y que Dios te tenga siempre en el camino fuera de la desgracia.
Javier pensaba en las palabras que le había dicho Damián, el cariño hacia el viejo le había bloqueado el cerebro, ¿pero si Damián tenía razón? ¿Y si Leticia estaba en peligro? Don Gaspar jamás podría competir contra el amor de Javier hacia Leticia, así que se armó de valor y fue más directo con él.
—Tengo información que me dice que Leticia está en peligro.
Don Gaspar sintió que el alma se le escapaba del cuerpo al escuchar a Javier.
—¿Y es confiable la fuente? – preguntó Gaspar.
—Mucho – contestó Javier seco esperando alguna reacción del viejo.
—¿Y en qué puedo ayudarte yo, hijo?
Javier dudó un poco, pero finalmente se quitó las gafas de sol y se acercó más al viejo mirándolo fijamente a los ojos.
—Necesito que me digas si hay algo que deba saber, cualquier cosa extraña, fuera de lo común… Yo podré ayudarte… Confía en mí, viejo.
Don Gaspar no respondía a la pregunta y sólo miraba a Javier con la misma ternura que cuando lo cargó por primera vez en sus brazos; estaba a punto de quebrarse, pero reaccionó a tiempo.
—A parte de tu visita… Nada… Todo normal, Javier – dijo Don Gaspar.
Javier lo miró decepcionado, sentía que su corazón se partía en dos cuando le dijo esa mentira. Decidió que era tiempo de irse.
—Cuídate, viejo… Siempre has sido muy importante para mí – Javier palmeó el hombro del anciano, y su cara reflejó lo que su corazón sentía en ese momento.
—Tú también, hijo – respondió Don Gaspar con una voz pasiva y serena – Que los sentimientos no sean una barrera para lograr tus deberes… Eso es algo en lo que fallé al enseñarte, pero no me arrepiento.
—Cuando tú me entrenaste, el sentimiento ya era muy fuerte. Sabes que haría lo que fuera por protegerla… – Javier caminaba hacia el auto pero se detuvo para continuar – Y no estoy solo en esto… Él la cuidará tanto como yo sin importarle quién esté en frente… De eso puedes estar seguro.
—Es un amor imposible, hijo… Deberías de alejarte de ella – respondió Don Gaspar.
Javier lo escuchó pero prefirió no seguir con el tema, así que subió al auto seguido de sus escoltas. Cuando Javier se alejó, Don Gaspar entró en su choza y levantó su colchón, debajo de él se encontraba su pistola y un celular, el cual tenía una llamada perdida de su contacto dentro de la mansión. “Qué tonto”, pensó, tal vez su descuido lo había llevado a ese momento bochornoso que tuvo con Javier. Marcó el número que tenía en el identificador, y una voz femenina contestó:
—Pensé que te había pasado algo, ¿por qué no contestaste mi llamada? – dijo la mujer.
—Un descuido, ¿qué me tienes?
—Algo raro está pasando… Escuché a Javier hablar con alguien por teléfono, y se dirigía como sólo lo hace cuando habla con Don Santiago… Creo que no está muerto... Además, la niña Leticia ya se hubiera enterado y la vi muy tranquila.
—Tienes que confirmarme eso, por favor… Y si puedes descubrir dónde está, tu trabajo habrá terminado.
—¡¿A qué te refieres?! – preguntó la mujer sorprendida.
—Esto se está saliendo de control, me dejé llevar por la venganza de un hombre desquiciado, la rabia me cegó, y ahora gente inocente corre peligro.
—¿Gente inocente? ¿A quién te refieres? ¡Me dijiste que sólo él pagaría lo que le hizo a mi niña Clara!
—No hay tiempo de explicarte, haré lo posible para tenerla a salvo hasta donde pueda… y a Javier también.
—¿Tenerla? No estás insinuando que la niña Leticia…
—Sólo averíguame eso, Toñita, por favor… Después te explicaré – interrumpió y colgó.
La nana de Leticia, quien por años había servido a Don Santiago, quedó fría al escuchar que su niña Leticia estaba en peligro en algo de lo que ella estaba siendo partícipe; la razón de su traición era la misma que había llevado a Don Gaspar a actuar en contra de Don Santiago, una razón muy poderosa pero que no tenían controlada. Gaspar tomó un papel de su bolso, el cual tenía un número telefónico que marcó de inmediato.
—¿Gaspar? – la voz era del hombre llamado Alberto.
—¡Él lo sabe! – dijo alterado Don Gaspar.
—¿Quién? ¿De qué hablas?
—Javier… Sabe que Leticia está en peligro y sospecha de mí. Acaba de irse y me estuvo haciendo varias preguntas.
—¿Pero cómo? – Alberto había perdido la tranquilidad.
—No lo sé, lo que sí sé es que no dejará de investigar hasta estar seguro... Y otra cosa, Santiago no está muerto.
—¡Lo sabía! No podía ser tan fácil, lo conozco bien… ¿Y crees que Santiago sospeche algo de ti?
—No lo sé, ¡no sé nada! Esto se está saliendo de control, ¡te lo dije! Aún estamos a tiempo de dejar todo esto. Según Javier ellos están mal, se están desestabilizando y poco a poco caerá… Sabes cómo es esto.
—¡No! Si dices que están así quiere decir que estamos haciendo las cosas bien, debemos seguir hasta que caiga por completo.
—¡Santo Dios! ¡Eres un terco! Sólo espero que tu obsesión no nos lleve a la muerte – dijo Don Gaspar muy asustado.
—Suenas como si tuvieras miedo – dijo el hombre con provocación – ¿O ya olvidaste lo que hizo Santiago con tu hija?
—Porque no lo he olvidado es por eso que sigo ayudándote, pero si Javier lo sabe, desde ahorita te digo que corremos peligro… Además hay otro hombre ayudándole y por lo que vi, Javier lo respeta y eso ya es mucho decir. Debemos parar por un tiempo, Alberto, si quieres que esto termine a nuestro favor.
El hombre dudó un poco pero al final accedió.
—Está bien, como siempre tienes razón... Infórmale a Emanuel que espere nuestras indicaciones y que no trate de huir, vigílalo, pero los planes deben continuar… Le dimos un golpe fuerte y ahora hay que destrozarlo… ¡Leticia debe morir!