Capítulo 5

 

Memorias


El día había pasado rápido para Damián, en menos de una semana había salvado tres vidas, entre ellas la suya, y había arrebatado otras dos. Su estado de ánimo era difícil de adivinar, su mirada estaba fija en el techo mientras permanecía recostado en su cama, su cara se mostraba inexpresiva sin ningún gesto que dijera si estaba triste, molesto o arrepentido. Parecía que trataba de asimilar todo lo que había pasado en esos días, y sólo el hambre que empezó a sentir lo hizo levantarse de un salto y abrir el refrigerador. Estaba vacío, no había tenido tiempo para realizar sus actividades de “su antigua vida” entre ellas llenar el refrigerador; por lo menos esperaba ver una cerveza bien fría, lo cual le hizo recordar que tenía un bar. Tomó el teléfono y marcó.

—¿Don Pedro?... Soy yo Damián, voy para allá… ¿Me puede preparar algo de comer, por favor?

Cuando terminó la llamada, inmediatamente entró otra del Banco de la Ciudad.

¿El señor Damián Romero? – la voz era de una dama.

—Sí, dígame.

Hablamos del Banco de la Ciudad, señor, sólo para verificar unos datos de su nueva cuenta y darle la bienvenida y agradecimiento de que nos haya elegido…

La cuenta la había abierto el despacho contable que manejaba el dinero de Don Santiago, y Damián sólo se limitó a contestar que “sí” a cada una de las preguntas que la señorita decía al teléfono. Sus datos eran correctos, pero otros completamente desconocidos como el nombre de su puesto y sus referencias personales; lo que sí le sorprendió fue la cantidad con la que se había abierto la cuenta.

—Perdón, señorita, pero ¿está segura que ésa es la cantidad correcta?

Así es señor, es la cantidad que me aparece en el sistema, pero si tiene dudas podemos levantar el reporte de aclaración…

—No, está bien, perdón… Yo fui quien se confundió, tenía en mente otra cantidad.

Cuando terminó la llamada se dejó caer en la cama tomándose el cabello y luego su cara. Sentía un remordimiento enorme.

—¡Perdóname, Dios mío! – susurró.

Damián no recordaba cuando fue la última vez que había disfrutado de una buena cena; reposaba en la barra del bar tomando una cerveza helada, y era la cuarta de la noche; el lugar estaba tranquilo, sólo dos mesas estaban ocupadas, una por unos jóvenes extranjeros que se divertían con sus propios chistes mientras escuchaban y cantaban las canciones que a medio volumen salían de la rockola, y en la otra mesa una pareja se intercambiaba besos y secretos mientras Damián y Don Pedro los observaban de reojo.

—¡Míralos, nada les preocupa… Recuerdo mis días de juventud, era todo un galán – decía el cantinero acercándole otra cerveza a Damián, quien sonreía y agradecía el gesto.

—Tal vez las preocupaciones las dejaron en casa, Don Pedro, ahorita son los minutos que pueden disfrutar sin pensar en nada más.

—¿Qué hay de ti? ¿Cuántos de esos minutos tienes en el día? – preguntó el cantinero.

—Hasta ayer todavía ninguno.

—¿Cómo está tu hombro? Veo que ya no te duele, te recuperaste muy pronto.

—No he tenido tiempo de que me duela, he tenido mucha adrenalina en las últimas horas… Además, sólo fue un rosón.

—¡Un rosón!... Por cierto, vino el disque apoderado legal ése, y me dijo que me llamaría por si tenía que declarar. Según él encontraron al culpable de la balacera pasada.

Damián se quedó pensativo un momento, mirando al viejo.

—Haga lo que él le diga, Don Pedro, y tal y como se lo mencione… Y hable también con Yesenia para que esté al tanto. Por cierto, ¿qué hay de ella?

—No ha hablado ni ha venido, tal vez encontró otro trabajo... Qué sé yo.

—Trate de localizarla y póngala al tanto hoy mismo, por favor.

—Está bien, sólo déjame atender a esa dama que acaba de entrar.

Damián se giró hacia la puerta y quedó sorprendido…Un cosquilleo en el estómago y una sobredosis de adrenalina le invadió las piernas, Cecilia entraba al lugar y se dirigía hacia él con una sonrisa en su rostro.

—Señorita Cecilia ¡qué sorpresa! – Don Pedro, al ver que su intención de atenderla no era necesaria, se retiró del lugar no sin antes ofrecerle una bebida, y ella agradeció el detalle.

—Parece que te sorprende que haya venido – respondió Cecilia.

—A decir verdad, sí… Sobre todo por lo que pasamos hoy.

—Intenté quedarme en casa pero no pude… Necesitaba aire fresco… Además he pasado por tantas cosas que creo que ya se me hizo costumbre.

—Estuvo llorando, ¿verdad? Lo noto en sus ojos.

Cecilia sonrió y con un gesto aceptó la pregunta.

—¡Es que es tan difícil pensar que estuve a centímetros de morir! Traté de verme fuerte para ustedes… Para Leticia, para que sintiera que estaba con ella porque de alguna manera era a ella o a su familia a quien querían… A mí apenas me conocen en el edificio donde vivo. No podía flaquear en ese momento, pero en cuanto te diste la vuelta, ya no pude aguantarme, fue como una explosión que tenía contenida por mucho tiempo... Y estar sola no es la cura ideal para eso.

—Debe ser muy duro estar sola, pero con gusto puede hablar conmigo cuando lo necesite… Claro, al menos que no me tenga confianza.

—No es eso, pero apenas y nos conocemos… Me sigues hablando de usted aunque estamos en tu bar – los dos sonrieron – Creo que Leticia necesitará mi apoyo, yo no podría vivir tranquila si hubieran atentado en mi contra.

—Permítame decirle que lo del atentado fue una confusión – Damián titubeó un poco al mencionarlo.

—¿Cómo lo sabes? ¿Tan rápido aclararon el caso? – Damián se quedó frío, pensó que no debía haber dicho eso, pero reaccionó de inmediato.

—No, para nada, esos casos no se aclaran así de rápido, pero según la policía los tipos que dispararon pensaron que nosotros íbamos escoltando al tráiler que al parecer estaba metido en un hecho ilícito.

—¿Y qué hay del otro auto? El que vi yo.

—No sé, imagino que… Estaban todos juntos.

—¡Malditos! Ojalá hubiera alguien que les diera su merecido, ya no podemos estar tranquilos ni siquiera de día – de pronto, un repentino mareo hizo que Damián sacudiera la cabeza y recordara los rostros de aquellos hombres cuando la bala de su pistola los atravesaba.

—¿Qué pasa? – preguntó ella.

—Nada, sólo que me perturba estar hablando de eso. A decir verdad sigo un poco tenso.

—Tienes razón… Enfrentarse a balazos con otras personas y siendo ellos mayoría no debe ser cosa fácil.

—Olvidemos eso, por favor, ¿por qué no me habla de usted?

Cecilia lo miró fríamente.

—¡Porque no me das confianza! – las palabras de Cecilia cayeron como un balde de agua fría a Damián quien de inmediato pensó “Voy demasiado rápido”.

—Perdone, creo que me pasé, yo sólo…

—No me das confianza porque me sigues hablando como a una anciana – interrumpió Cecilia que sonreía disimuladamente aguantando la carcajada, mientras Damián reía del alivio.

—Por un segundo pensé que tendría la queja de mi jefa mañana temprano.

—No estás en horas de trabajo, así que no aplicaría… Además, soy yo quien está invadiendo tu privacidad –parecía que Cecilia había tomado la confianza suficiente para sonreír como en los mejores días de su vida. De pronto, Cecilia dejó de reír y lo miró fijamente – Tu mirada es diferente a la de muchos hombres.

—Yo… –  vaciló Damián – Tal vez quedé impresionado con el destino.

—¿Y por eso me miras diferente?

—En realidad no sé cómo te esté viendo, pero el que hayas venido a mi bar y un día después te vea en mi trabajo, no es algo que pase todos los días, a menos que esté planeado o sea el destino.

—¿Qué crees tú que me tiene aquí?... El día que entré a tu bar, vi en tus ojos algo que no sé como describir… Vi cómo tratabas de buscar mi mirada en el auto, y cómo salvaste mi vida sin importar quién era… ¡Está bien, es tu trabajo! Pero el tratar de darme un consejo y el dejar a tu protegida sola para acompañarme a mi puerta, no viene en tu contrato. Y aun así lo hiciste.

Damián jamás pensó que fuera tan obvio, guardó silencio por un momento y sólo miraba los ojos color miel de Cecilia. Damián no creía mucho en el destino ni basaba su vida en él, pero nunca había estado en un situación así… ¿Era momento de abrir su mente?

—Sinceramente, cuando saliste por esa puerta pensé que jamás volvería a verte… Que sería uno de esos casos que te quedas con la sensación de que pudo haber pasado algo más que una simple mirada y un saludo.

—¿Algo más? – Cecilia levantó las cejas en signo de duda.

—No me malinterpretes… Me refiero a que dejaríamos de ser desconocidos… Amistad, tal vez. Y ahora míranos aquí platicando apenas unos días después.

—Tomando una cerveza… –  agregó ella.

—Y después de una balacera… – completó Damián y ambos soltaron una carcajada.

—Gracias por salvar nuestras vidas, Damián – dijo ella tiernamente.

—Sólo fue un golpe de suerte… Me dijiste que estabas acostumbrada a guardarte los sentimientos. ¿Por qué?

—Soy huérfana desde hace mucho tiempo… Mi vida cambió en un abrir y cerrar de ojos… De ser una niña a la que no le faltaba nada pasé a ser una joven sola que tenía que luchar para salir adelante, y a eso agrégale que no tenía con quien platicar... Leticia en ocasiones me hablaba, al menos lo hizo las primeras semanas, pero la diferencia de horarios y las actividades que teníamos poco a poco fueron distanciándonos, y aquí la verdad no he encontrado a alguien con quien pueda sentirme bien y sea de mi absoluta confianza.

—¿Qué hay del chico con el que fueron? El espigado.

—¿Beto? es mi amigo, pero con él es diferente porque…

—Le gustas – interrumpió Damián – Pude notarlo.

—Es muy buena persona, pero tengo que ser muy cuidadosa porque no quiero darle falsas esperanzas.

—Ósea que tú y él…

—¡No! Nunca podría ser mi novio, no es mi tipo – sonrió Cecilia haciendo un guiño.

—¿Ah, no? ¿Y cuál es tu tipo? – dijo Damián enderezando la espalda. La cerveza comenzaba a hacer de las suyas.

—¿Me estás coqueteando? – preguntó ella con una voz pícara y una sonrisa. Damián sólo levantó los hombros – Mmm… No, musculosos nunca me han gustado. No eres mi tipo

—Lástima – dijo Damián – ¿Y qué tal como amigos? ¿Soy tu tipo?

—Sí... podría intentarlo – respondió.

—Salud por eso, entonces – dijo Damián mientras los dos levantaban sus botellas chocándolas en el aire.

Cecilia y Damián pasaron algunas horas platicando de cosas tan irrelevantes para muchos, pero tan interesantes para ellos como la escuela de Cecilia, su carrera, el tiempo que pasó Damián en la escuela militar en Estados Unidos y sobre cómo fue que terminó trabajando con los Salinas, aunque la versión no fue del todo verdadera. Parecía que la plática jamás terminaría, el alcohol en las venas de ambos desvanecía por completo la pena que en un principio pudo existir. Tomaron la última cerveza y casi en automático vieron el reloj que colgaba en la pared.

—Se fue el tiempo volando – comentó Damián.

—Así pasa cuando estás a gusto... Creo que te estoy desvelando, debería irme –  comentó ella.

—Antes de que te vayas... Espero no ser entrometido pero… –  Damián dudó un poco.

—Dime sin problema.

—¿Son tus padres a quienes vas a visitar al panteón?

Cecilia bajó la mirada, y su rostro y su voz cambiaron al intentar contestar.

—Sí, son ellos. Mi madre murió en un accidente automovilístico... El coche en el que viajaban se quedó sin frenos en una curva; un tráiler iba delante de ellos y querían rebasarlo pero venía otro carro y cuando quisieron frenar el auto no respondió… – dos lágrimas salieron de los ojos de Cecilia, mientras su voz se quebraba por querer aguantar el llanto. Damián se sentía una escoria por haberle ocasionado ese sentimiento.

—Lo siento mucho – el joven tomó su mano suavemente, y Cecilia lo miró en un mar de lágrimas.

—Extraño mucho a mi madre… – lentamente, Damián se acercó a ella y le extendió sus brazos, mientras Cecilia se hundía recargando su cabeza en el pecho de Damián. Entre ellos podía sentirse esa energía positiva que hay cuando dos personas por más desconocidas que sean, se ven y se reclaman el uno al otro. Damián sólo guardó silencio, mientras Cecilia se tranquilizaba y continuaba con su historia.

—Después de eso, mi padre…

—Escucha… – la interrumpió Damián levantado su cara y mirándola a los ojos – Si no quieres continuar…

—¡Necesito hacerlo! – contestó ella. Damián le tomó sus manos y la escuchó nuevamente – Mi padre se suicidó después de eso, al menos eso fue lo que me dijeron… Nunca vi su cuerpo, no querían que viera el estado en el que quedó después de haberse prendido fuego; yo tenía 9 años, y ya había pasado un año de la muerte de mi madre… No pudo soportarlo. Aunque yo le echo más la culpa a sus problemas de alcohol que tenía meses atrás porque ya nos había dejado en bancarrota…

—¿En bancarrota? – preguntó Damián.

—Sí, antes éramos una familia de mucho dinero como Leticia… Sus papás y los míos eran muy amigos, hasta que todo se derrumbó.

—¿Te quedaste sola después de eso?

—No, por un tiempo el papá de Leticia me aceptó en su casa, pero tenía planes para Leticia de que se fuera a estudiar a Europa terminando la secundaria, así que no pude quedarme mucho tiempo y me fui de su casa. Estuve con unos familiares hasta que cumplí los 18 años, y a partir de ahí mi vida ha sido trabajo y escuela todos los días.

—¿Y por qué no te quedaste viviendo en la mansión?

—Don Santiago ya tenía a quien cuidar… ¿Conoces a Javier, verdad? – Damián sonrió y asintió con la cabeza – Javier llegó desde muy chico a la casa de los Salinas Serrano cuando ellos estaban en Europa. Llegó por medio de un señor que no recuerdo bien, creo que era un trabajador de Don Santiago, así que era ya mucho que me quedara yo también. Has de decir que estamos llenos de desgracias.

—No para nada, me da gusto que me platiques, me hace sentir bien que alguien como tú me tenga confianza…

—Me llenaste de confianza después de estos eventos tan raros que hemos tenido, y al igual que tú, yo no creo en coincidencias.

—¿Crees que todo esto es por…

—El destino... Sí, lo creo – ambos callaron viéndose a los ojos.

—Nos quedamos solos… – comentó Damián – Bueno, aunque eso no es difícil, normalmente el lugar está vacío…

—¿Tienes una moneda? Quiero poner música… A menos que ya vayas a cerrar.

—No, pero ¿para qué quieres una moneda si tenemos la llave? Soy el dueño, ¿recuerdas?

Los dos sonrieron y caminaron a la consola del bar mientras Don Pedro terminaba de limpiar unas mesas.

—¿Ya se va a ir a dormir, Don Pedro? – preguntó Damián sorprendiéndolo.

—¡Eh… Sí, hijo ya! ¿Necesitas algo?

—No, gracias… Mire, le presento a alguien especial – Cecilia volteó a ver a Damián y le regaló una sonrisa.

—¿Qué tal, señorita? Mucho gusto, Pedro González para servirle.

—El gusto es mío, señor… Soy Cecilia Montesinos.

—Yo cierro, Don Pedro… Váyase a descansar – dijo Damián – ¡Ah! por cierto, antes de que se me pase… Tome.

Damián le entregó un sobre blanco que contenía una buena cantidad de dinero el cual había sacado del banco antes de llegar al bar.

—Agarre cuatro de esos para usted y después guarde lo demás en la caja fuerte, mañana le digo qué hacer con eso.

El cantinero se impresionó al ver la cantidad de dinero que estaba en el sobre, por lo que volteó a su alrededor por si alguien trataba de quitárselo.

—¡¿Y esto?! – preguntó sorprendido el viejo.

—Parte de mi nuevo trabajo… Haga lo que le digo y no se preocupe, no es nada malo… Mañana platicamos.

—Está bien… Por cierto, hablé con Yesenia y ya está enterada de lo que me dijo.

—Está bien, muchas gracias – dijo Damián un poco decepcionado.

—Con permiso, buenas noches, señorita – el cantinero se despidió y se fue apurado guardando el sobre en su bolso.

Yesenia siempre había sido parte de la vida de Damián, al menos en los últimos años, por eso esperaba un saludo o alguna muestra de que volvería; Cecilia notó su decepción.

—¿Alguien especial? – preguntó ella.

—Una amiga… Trabajaba aquí conmigo.

—¡Ah, sí! La recuerdo… La vez que me querías golpear estaba aquí. Parece que te hace mucha falta… – dijo curiosa Cecilia.

—Es muy buena empleada y amiga, nada más – Cecilia miraba dubitativa a Damián.

—¿Por qué te llamó el señor, “mi muchacho”? ¿Es pariente tuyo?

—No, pero es como si lo fuera… Al igual que tú, yo también soy huérfano y tuve la suerte de tenerlo a él todos estos años… Es muy buena persona, ya lo conocerás.

—Perdón, no sabía lo de tus padres… – Cecilia ahora parecía apenada – Llegué contándote mis cosas sin saber si tú tienes problemas…

—¡Hey! No te preocupes… Ya habrá tiempo para conocernos más… Mejor dime qué canción quieres escuchar.

—Mmm, no lo sé…

—Mientras lo piensas voy por otras dos cervezas – comentó Damián quien se dirigió a la hielera detrás de la barra.

Cecilia lo miró confundida cuando se alejaba, nunca había estado sola con un hombre bebiendo y platicando, y las veces que trasnochaba eran normalmente con Beto mientras hacían alguna tarea de la universidad; ahora disfrutaba el momento.

La canción comenzó, y poco a poco el ambiente fue cambiando. Parecía que la cerveza había ayudado a Cecilia a relajarse un poco, y de alguna manera se sentía protegida y feliz por el abrazo que Damián le había dado. Lo miraba con admiración, y sin pensarlo, la canción que había escogido era ideal para la pareja de novios que habían estado unas horas antes; lo había hecho inconscientemente, y a medida que se acercaba Damián la vergüenza de Cecilia aumentaba, no quería que Damián pensara que estaba preparando la escena, pero eso más que incomodarlo lo hizo sonreír.

—Esa canción me encanta – dijo él.

—A mí también… Air Supply, “Making love out of nothing at all”… ¡Parece trabalenguas!

—Esa parte de la canción me gusta… – dijo Damián cantando al mismo tiempo.

AND I DON´T KNOW HOW YOU DO IT... MAKING LOVE...

—¿En realidad crees que sea posible que el amor o una historia salga de la nada? ¿Que el destino lo tenga preparado? – preguntó Cecilia pensativa.

Damián la miró y le entregó una rosa que él había hecho utilizando una servilleta de color rojo.

—Hace cuatro días no te conocía y hoy por poco morimos juntos… De cierta manera es una historia salida de la nada y el amor sale de historias... El día que los pétalos de esta flor se desprendan por sí solos, dejaré de creer en eso y será el día que esta historia termine.

Cecilia tomó la flor y la acarició con su mano.

—Tendré que cuidarla bien entonces – dijo en voz baja mientras veía los ojos de Damián... Ambos sonrieron.

De pronto, Cecilia miró el reloj de su celular e hizo un gesto de asombro.

—¡Ya es bien tarde!

—¿Quieres que te lleve? – se ofreció Damián.

—No gracias, traigo mi coche… Además ya mucho has hecho por mí esta noche con escuchar mis tragedias… Me la pasé muy bien, en serio.

—Me da gusto, entonces te acompaño a tu auto – finalizó Damián.

Ambos caminaron hacia la salida con paso lento como si no quisieran llegar a la puerta, mientras que Damián apagaba las luces durante el trayecto y Cecilia lo esperaba pacientemente.

—Bueno, que descanses Damián… Estaremos viéndonos seguido.

—¿En serio? – dijo sorprendido.

—Sí, con Lety aquí en la ciudad creo que mi vida social renacerá y pues ¿ahí debes estar tú, no?

—Así será… Y Cecy, antes de que te vayas, quiero preguntarte algo… No quise tocar ya el tema pero ahora que te veo más tranquila tengo que preguntarte… Cuando hablaste de tu madre que iba en el auto, hablaste en plural… ¿Quién iba con ella el día del accidente?

—Doña Clara, la madre de Leticia… Las dos perdieron la vida en el mismo accidente.

El asombro de Damián no se hizo esperar, ahora entendía qué tan grande era la amistad entre las dos chicas… No podía ni imaginarse quién se podría interponer entre ellas, las dos habían perdido a la persona más amada de sus vidas en el mismo accidente, y esto de alguna manera creó un lazo que ni la misma distancia pudo romper.

El día había terminado para Damián, y se sentía cansado; por él habían pasado todo tipo de sentimientos. Llegó a su departamento, tomó un baño caliente y se dejó caer en su cama; era difícil conciliar el sueño, algo le inquietaba, no era el haber estado a punto de morir, ni haber matado a dos hombres a sangre fría, ni el mismo dolor de su brazo, había algo más fuerte que le inquietaba… Algo que salió caminando de su bar apenas una hora atrás… Su nombre Cecilia.

Cinco días después de aquel incidente en la carretera, el panteón de la ciudad lucía normalmente vacío a menos que hubiera alguna festividad típica de la región y Cecilia había dejado flores en las tumbas de sus de padres. De igual manera lo hizo en la de Clara, la madre de Leticia, quien una vez más no había podido acompañarla; de hecho, Cecilia ni siquiera intentó invitarla, no la culpaba, esta vez sí le daba la razón. A diferencia de otros días, a Cecilia se le notaba algo distinta, en sus ojos se veía un destello poco común, tenía una sonrisa permanente que ocupaba su rostro, y su felicidad se notaba hasta en la forma de caminar. Podía verse cómo disfrutaba del aire fresco de la mañana que acariciaba su rostro y que movía su largo cabello danzando en el aire. Diariamente chateaba con Damián cuando sus actividades se lo permitían, y con el paso de los días su amistad fue creciendo.

Don Gaspar, el cuidador del panteón, la veía de lejos y la recibía con una sonrisa, pero su gesto era cansado y no era el mismo anciano de siempre.

—Buenos días, niña… La noto contenta el día de hoy.

—¡Hola, Don Gaspar! ¿Por qué lo dice? – dijo sonriendo Cecilia.

—No es difícil notarlo, ha pasado mucho tiempo viniendo aquí y siempre se veía triste y con ojos llorosos, y hoy créame que desde lejos se puede ver diferente.

—No sé, la verdad me siento… Bien simplemente. Tal vez será porque ya está aquí mi amiga Leticia, ¿la recuerda? La hija de la señora Clara y Don Santiago, los dueños de estos terrenos.

—Sí, claro que la recuerdo, tenía entendido que estaba en Europa – la expresión del viejo cambió cuando escuchó los nombres y sobre todo cuando supo de Leticia. A Cecilia le extrañó que el anciano no se hubiera acordado que Leticia había ido al panteón, “¿Estará enfermo?” pensó Cecilia.

—Sí, así es, pero ya regresó. ¿Se siente bien, Don Gaspar? Lo noto diferente.

El viejo apenas y pudo sentarse en la silla que tenía a su lado. La mirada de Don Gaspar estaba fija en el suelo y se quedó en silencio por unos segundos. Cecilia lo observaba, hasta que reaccionó.

—No se preocupe, ya sabe cómo es esto de la edad, niña… Con el paso del tiempo nos vamos desgastando… El tiempo no perdona, señorita, es muy poco lo que nos dan que tenemos que hacer lo que la vida nos tiene preparados antes de que nos reclamen allá arriba... – se quedó en silencio nuevamente como analizando lo que había dicho. Volteó a ver a Cecilia y tomó su mano sonriendo – No me haga caso, no deje que mis tonterías de viejo opaquen esa bella sonrisa suya… Vuelva a pensar en lo que la tenía así de contenta que bien le hace falta.

—Cualquier cosa que necesite me puede decir con confianza, Don Gaspar, usted lo sabe… He estado pensando en ya no venir tan seguido, pero espero que me diga si se llega a sentir mal, por favor… Éste es mi número de celular – Cecilia le anotó su teléfono en una tarjeta que puso en el bolsillo del viejo y le dio una palmada en su brazo derecho haciéndolo reaccionar con un gesto. El hombre tomó fuerza y se levantó interrumpiendo a Cecilia que pensaba cuestionarlo.

—Espero tenga un lindo día, señorita… Y no se preocupe por mí, estaré bien… Tomaré en cuenta su oferta y la tendré muy presente, aunque sinceramente espero nunca hacerlo... Ahora si me permite, tengo que ir hacer mis deberes, con permiso.

El hombre caminó hacia su vieja choza que siempre permanecía cerrada con cadenas y candados como quien cuida un tesoro. Apenas y logró quitarlas cuando de inmediato se metió cerrando de nuevo la puerta poniéndola bajo llave. Cecilia lo miró extrañada y se retiró del lugar.

En la residencia de la familia Salinas el ambiente era tenso; Leticia había salido de tomarse un baño y le parecía haber regresado nuevamente a la soledad de Europa, había dormido muchas horas y sentía que el cuerpo le pesaba de tanto estar acostada. Lentamente se cepillaba su cabello frente al espejo y daba la impresión de estar hipnotizada por sus propios ojos; cuando bajó la mirada vio el frasco de pastillas que el doctor le había recetado, tomó una y la puso en su boca. Minutos antes, Toñita le había dejado un vaso con agua en una charola, pero justo en el instante que iba a beber, se detuvo y escupió la pastilla viéndose al espejo: – No volveré a recaer de nuevo… – y tiró el frasco a la basura.

Más tarde salió de su habitación, gritaba a todo mundo pero no obtuvo respuesta, sin más, caminó hacia el despacho de su padre al mismo tiempo que sonaba su celular.

—¿Diga?

—¡Hola! ¿Cómo estás? – la llamada era de Cecilia.

—Ya mejor gracias, de hecho voy de salida… Estaba a punto de llamar a mi guardaespaldas que por cierto ya debería estar aquí y no sé donde está.

Del otro lado del teléfono hubo un silencio de culpabilidad, una noche antes Cecilia y Damián estuvieron chateando hasta tarde, y eso hizo pensar a Cecilia que Damián no había llegado puntual. Leticia iba acercándose al despacho, escuchaba las voces conocidas de su padre que hablaba con Javier y otra tercera persona que aun no identificaba, bajó el ritmo de sus pasos y agudizó el oído.

—Mi cantinero me dijo que lo citaron en días pasados para identificar el cuerpo, señor.

—¿Le explicaste todo, verdad?

—Sólo lo necesario, no me gustaría involucrarlos más.

—Muy bien, necesitamos que salgas ya de esto, tengo un trabajo que quiero que hagan los dos…

Leticia no podía entender de lo que hablaban: ¿Un trabajo que hagan los dos? ¿Identificar un cuerpo? ¿A qué se refería? Justo cuando iba a pegar su oído a la puerta, la voz de Cecilia en el teléfono seguido de una mano que le tocó el hombro la hizo brincar y reaccionar asustada.

¡Toñita!... ¿Me quieres matar del susto?... – su nana estaba detrás de ella sin que se diera cuenta, mientras Cecilia le llamaba insistente por el teléfono – Sí, Cecilia perdóname, espérame un momento.

Ay, niña no fue mi intención – dijo la nana apenada – ¿Piensas salir? ¿No es muy reciente lo que te pasó?

No me voy a quedar encerrada toda la vida – interrumpió Leticia – Así que no me hagas de desayunar… ¿Bueno, Cecilia? – dirigió su aparato al oído nuevamente.

—Sí, aquí sigo.

Te invito a desayunar.

—No puedo, amiga discúlpame, tengo que ir con Beto y luego a la escuela, aún no terminamos con todo el show de la graduación… Y de ahí iré a mi servicio social…

—Está bien, pues me iré sola – contestó Leticia con tono molesto.

—Deberías hacerle caso a tu nana, no deberías de salir…

—Al rato te marco para ver dónde estás, Cecilia, cuídate – y colgó el teléfono.

La puerta del despacho se abrió y apareció la figura de Damián, Leticia lo miró y por un momento se quedó callada.

—Sí, hija, ¿necesitas algo? – decía a lo lejos Don Santiago que posaba detrás de su escritorio. Tardó en reaccionar hasta que lo hizo con un gesto de Damián quien levantaba sus cejas.

—Buscaba a Damián… Quiero salir a desayunar.

—Salir no creo que sea conveniente, hija ¿no ves lo que acabas de pasar?

—Eso es lo que yo precisamente le iba a decir, señor – reclamó Toñita.

—¿Para qué quiero un guardaespaldas, entonces? ¿Para qué me cuide en mi cuarto?

Todos se quedaron callados viéndose unos a otros sin poder dar una respuesta convincente, Don Santiago soltó una risa de aceptación, él sabía que no pasaría nada pues el problema habían sido sus propios hombres que ya estaban más que muertos.

—¿Ya te tomaste la pastilla?

—Ya papá, ya me la tomé – la mentira sólo fue creída por Don Santiago que en ese momento guardaba su laptop en el escritorio.

—Bien, pues entonces puedes irte, ya desocupé a Damián.

—Ten cuidado, Lety, no te vayas a quedar dormida en una escalera por el efecto de la pastilla – dijo Javier con una voz sarcástica que la miraba estudiosamente; Damián reaccionó y cerró la puerta de inmediato antes de que Leticia dijera algo más que la descubriera de su pequeña mentira.

—Perdón por no haber llegado directo con usted pero su papá me pidió llegar con él – dijo Damián.

—No te preocupes, la verdad no tenía pensado salir, pero no aguanto estar aquí encerrada… Vámonos, por favor.

Caminaron rápidamente hacia afuera de la casa, y Damián sintió que de repente Toñita le tomaba del brazo.

—Cuídala mucho, muchacho, es muy testaruda… Y si tú vez que algo no está bien y corre peligro, aunque te esté molestando ¡No le hagas caso! No sé qué sería de mí si a mi niña le pasara algo.

—No se preocupe, no le pasará nada – dijo Damián tomando la mano de la nana.

Leticia y Damián llegaron a un pequeño café en el barrio antiguo de la ciudad, el lugar era tranquilo y pequeño; contaba con algunas mesas afuera cubiertas por la sombra de una palapa. La mañana era fresca y sólo se podía ver una que otra persona leyendo un libro o con computadoras portátiles abiertas, daban la impresión de ser escritores o maestros, y estaban tan concentrados en lo suyo que ni la misma belleza de Leticia, quien lucía una minifalda negra de tablones que dejaba lucir unas torneadas piernas, los distraía. Damián llegó detrás de ella haciéndole honor a su puesto, movió la silla para que se sentara Leticia y de inmediato se puso en otra mesa que le permitiera tener un ángulo de visión a todas partes. La mesera, quien tenía unos 17 años de edad, se acercó a pedir su orden.

—Buenos días, señorita ¿qué va a ordenar?

—Tráeme algo ligero… Una ensalada… – Leticia interrumpió al ver que la atención de la joven no era al cien por ciento con ella, al menos no con la mirada, pues ésta iba dirigida a su guardaespaldas – ¿Me estás poniendo atención?

—¡Sí, perdóneme! Una ensalada me dijo, ¿verdad?

—Sí y un jugo de naranja, lo más pronto que puedas – Leticia le regresaba el menú a la joven quien seguía distraída – Disculpa… – movió el menú y levantó las cejas.

—Sí, el pedido… Claro, enseguida se lo traigo – se apuró la mesera.

Leticia sonrió moviendo la cabeza al ver cómo la chica se apenaba al ser descubierta mirando a un hombre, por un momento le recordó a ella misma en su época de preparatoria; normalmente este tipo de casos los platicaba con alguien ya sea riéndose juntas o criticando, pero ahora no había nadie que le hiciera segunda; suspiró, tomó su celular y revisó su libreta de contactos, nadie, al menos no del mismo país, y a la única persona que podría estar con ella en ese momento le había colgado la llamada groseramente hacía apenas unos minutos, hecho que la hizo sentirse arrepentida – ¡Ay, Cecilia! Perdóname… – dijo en voz baja; luego guardó el celular decepcionada y recargó pensativa su barbilla sobre su mano. Segundos después fue interrumpida por la joven mesera.

—Aquí tiene, señorita ¿algo más que pueda traerle? – la joven mesera llevaba un plato desechable con tapa transparente y un jugo.

—No gracias…

—Está bien, con permiso…

—Espera, sí necesito algo – dijo Leticia deteniendo a la joven.

Leticia volteó a la mesa donde se encontraba Damián quien observaba a las personas que estaban alrededor de Leticia.

—Voy a comer en aquella mesa con aquel joven, llévamela para allá por favor.

La joven no pudo disimular la sorpresa y vergüenza por haber estado mirando al amigo de aquella adinerada mujer.

—¿Es guapo, verdad? – preguntó Leticia con picardía mientras se levantaba y hacía sonrojar a la mesera – No te preocupes, es mi guardaespaldas, pero es muy grande para ti… No deberías coquetearle a gente mayor.

—Señorita, yo... – Leticia le sonrió y le quitó el plato.

—Yo me lo llevo, no te apures… Además eres muy bonita, ojalá sepas elegir bien cuando llegue el momento… – y le guiñó el ojo.

Cuando Damián vio que Leticia abandonaba su mesa, se levantó de inmediato pero ésta lo detuvo.

—¿A dónde vas? Siéntate… – le ordenó Leticia.

—Como se movió de su lugar… ¿Quiere que me vaya a otra mesa?

—No, me vine para acá contigo porque no quiero comer sola… Pide algo también para ti.

—Perdón pero no puedo…

—Estás en esta mesa porque desde aquí puedes ver en varios ángulos, ¿no es así? Bueno, pues no te muevas y quédate sentado… Si no quieres comer está bien, pero quédate aquí.

—Como ordene – Damián intentó pedir algo pero la joven mesera pasaba y esquivaba su mirada – ¿Qué le pasa a esta chica? ¿Acaso está ciega?... ¡Señorita! – gritó. Pero ella reaccionó y se fue corriendo hacia la barra.

—¡¿Pero qué…?! – renegaba Damián.

—No te va hacer caso – dijo riendo Leticia.

—¿Ah, no? ¿Por qué soy un empleado?

—¡No! Porque le gustas... Ten tómate mi jugo – le acercó el vaso.

Damián accedió.

—Usted sabe que no debemos de interactuar mucho, señorita.

—Pero también sé que yo soy la que da las órdenes – Damián recordó de inmediato las palabras de Toñita.

—Sí, pero entienda por favor que es por su seguridad, no por…

—¡¿Qué no entiendes que quiero que estés aquí?! – el grito fue tan fuerte que llamó la atención de los demás comensales quienes al ver a Damián que los observaba bajaron su mirada disimuladamente.

—Está bien, usted perdone, no quiero darle contra… Sólo trato de hacer mi trabajo.

Leticia suspiró y miró hacia el cielo como implorando paciencia.

—No, perdóname tú a mí… Me siento desesperada y me desahogué contigo, y no es justo para ti que arriesgas tu vida por mí.

—Tal vez debió tomarse la pastilla – dijo con cautela Damián.

—¿Tan mala soy para mentir?

—Javier también lo notó – dijo Damián sonriendo.

—Yo sé que debería estar en mi casa asustada después de lo que pasó… Viendo doctores, tomando pastillas y un té, ¡pero es que yo no soy así! ¡No quiero ser así!

—Pero esto no es cualquier cosa, estamos hablando de su vida, creo que debería tomarlo un poco más en serio – Damián fingía estar preocupado, sabía que todo estaba arreglado pero de alguna forma u otra quería convencer a la bella joven para que ésta le dejara hacer su trabajo.

—¿Piensas que soy una niña chiflada que no le importa nada?

—No, por favor no me malinterprete – Damián se sonrojaba.

—No sabes por lo que he pasado, Damián…  Créeme, tal vez no me maten físicamente ¡Pero por dentro! ¡Moralmente! Es otra historia.

Damián recordó la plática que habían tenido ella y Cecilia en el cementerio, había alcanzado a entender muy poco y no acostumbraba a leer los labios de las personas, pero esa vez lo había hecho al ver la forma en que lloraba Leticia, aunque lo único que pudo entender era algo que le habían hecho en su estadía en Europa.

—Cualquier cosa que le haya pasado tiene que apoyarse en la gente que la quiere – comentó Damián.

—¿Quién, mi padre? Ya estás igual que mi amiga Cecilia. Él apenas puede ocuparse de sus asuntos… Pero no estás aquí para escuchar mis tragedias… Ya es suficiente con que arriesgues tu vida por mí como para que tengas que escuchar mis penas… ¿Qué hay de ti? ¿Tienes novia?

—No, la verdad no he tenido tiempo para eso.

—¿Por ser guardaespaldas?

—No, en realidad es la primera vez que tengo un trabajo de este tipo… ¡Y no quiero que piense que no tengo experiencia! Antes entrenaba a las fuerzas especiales de la policía, y después me dediqué a la única herencia que me dejó mi padre.

—¿Ah sí? ¿Y qué es? ¿Es el bar que comentó Cecilia?

—Exacto… A duras penas he podido sostenerlo pero ahora con este trabajo pienso invertir en él.

—¿O sea que piensas abandonar tu puesto algún día? ¡Qué malo eres! – dijo sonriendo sarcásticamente.

—Sólo espero convertirlo en lo que era y que mi vida regrese a la normalidad.

La mirada de Leticia cambió y su sonrisa se borró de inmediato.

—¿Entonces no piensas seguir mucho tiempo en tu actual empleo?

Damián no sabía qué decir, su respuesta era un no rotundo, pero después de lo que había hecho sabía que no era fácil salir de ahí. ¿Cómo explicarle que su padre era un narcotraficante asesino? ¿Cómo explicarle que él mismo era un asesino?

—Sólo espero estar el tiempo que sea necesario, señorita – dijo tragándose la verdadera respuesta.

Leticia parecía decepcionada.

—Yo sólo espero no ocuparte por mucho tiempo –contestó ella, seguido de un silencio incomodo en el lugar.

Dentro de la cabaña del panteón, Don Gaspar revisaba una herida en su hombro derecho mientras quitaba las vendas manchadas de sangre para poner las nuevas. A pesar de su edad y su apariencia, era un hombre fuerte; su vida había estado llena de situaciones que no cualquiera podía haber soportado, el simple hecho de haber estado en la guerra entre 1964 y 1975 defendiendo al vecino país del norte en su juventud, cuando buscaba el “sueño americano”, lo hizo ser un hombre fuerte y decidido; eso era algo que podía contar con orgullo… Una de las tantas cosas que el viejo escondía en sus recuerdos. Por otro lado, la soledad y la falta de una familia propia ayudaban a que sus trabajos después del ejército se resumieran en poner en peligro su integridad para cuidar a otros, sin embargo, sus últimos años de servicio lo habían marcado de por vida, había hecho cosas inimaginables que no eran dignas de presumir, cosas que con el paso del tiempo tendrían que cobrar factura.

Cuando finalmente su hombro quedó vendado, un llamado inesperado a su puerta lo hizo reaccionar; de inmediato sacó un arma debajo del colchón y apuntó con firmeza hacia la puerta al oír que una llave abría; de pronto, apareció la figura de un hombre alto y fuerte que portaba una gabardina negra con capucha que le cubría casi todo el rostro. Entró con rapidez y cerró la puerta sin ver que Don Gaspar todavía seguía apuntando con el arma.

—¡Dios mío me asustaste! ¿Qué haces con esa arma? Pensé que no estabas, ¿por qué tienes cerrado? – la voz de aquel hombre era grave y fuerte que batallaba para hablar en susurro.

—Tenía que cambiarme las vendas, no podía arriesgarme a que alguien me viera – contestó el viejo.

—Sabes que tengo llave, ¿qué tal si se te sale un disparo?

—Puedo manejar estas cosas a la perfección, ¡ouh! Sin embargo, en estas condiciones es un poco más difícil. – nuevamente guardó el arma debajo del colchón.

—Tienes que ir con un doctor, necesitas atenderte esa herida.

—¿Y poner en riesgo todo? Creí que eras más listo… De inmediato aparecerían mis registros por todos lados. Además, he tenido peores heridas y he salido adelante, ya se me pasará. ¿Te llegó mi recado?

—Sí, debemos poner más atención para la próxima.

—Creo que deberíamos cambiar nuestro método, ellos sabían lo que pasaría.

—Y no es lo peor, mira.

El hombre de la gabardina le tendió un periódico local al anciano quien no pudo dejar de mostrar su asombro al ver la foto que venía en primera plana, era la cara de aquel hombre flaco de ojos grandes y pálido que trabajaba en las costas de Chiapas; lo más sorprendente era el encabezado de la nota.

Encuentran hombre sin vida del tiroteo en el bar la Esperanza.

—¡No puede ser! – dijo sorprendido y siguió leyendo.

El hoy occiso quien tenía su residencia en el estado de Chiapas al parecer llegó a la ciudad con fines de unirse a los cárteles para la venta de droga que traficaba desde los países centroamericanos. El cuerpo fue encontrado a las afueras de la ciudad con huellas de tortura y un tiro de gracia, así como de un narco mensaje en el que se hacía alusión de la venganza por la muerte del hombre apodado la Rana quien fuera acribillado en el bar antes mencionado.

—¿Pero cómo? ¿Y qué hacía aquí? – preguntó Don Gaspar.

—Sospecho que no tuvo elección – decía el misterioso hombre que miraba hacia afuera nervioso.

—Entones fue él quien les avisó… Nos traicionó ¿Crees que ya sepan para quién trabajaba? – preguntó nervioso Don Gaspar.

—No, fuimos muy cuidadosos en eso, además no nos conocía, simplemente lo utilizamos, el detalle es que ya no podemos atacarlo por el lado económico, tendremos que hacerlo por otro lado… ¿Cuándo llegó la chica?

—No querrás hacerle daño… Sabes que no haría algo así – dijo Don Gaspar preocupado.

—Lo sé, por eso no serás tú quien lo haga. Manda traer al chico que enviamos a Europa, nos debe un favor por no haber hecho las cosas bien cuando se lo pedimos.

—¿Por qué ella? ¿No crees que ya es demasiado involucrarla? Ya con lo que pasó es más que suficiente para traumarla de por vida…

—¡No! No es suficiente, Gaspar… No se compara con lo que él me quitó a mí, y si no quieres hacerlo no lo hagas, sólo trae a Emanuel y encárgate de que lo haga bien, pero esta vez no quiero fallas… Quiero que haga lo mismo que él me hizo a mí, ¡quiero que la borre del mapa!

Don Gaspar suspiró profundo moviendo la cabeza, aceptando muy a fuerza lo que le pedían.

—No creo que el chico pueda hacer ese trabajo, pero lo vigilaré… Sabes que no será fácil, tiene a Javier – Don Gaspar veía al hombre que le daba la espalada, el viejo parecía preocupado y nunca hubiera deseado escuchar las siguientes palabras que le hicieron estremecerse.

—Entonces tendremos que quitarlo del camino… Lo siento, sé que es tu pariente pero no queda otra opción, es muy peligroso para tenerlo vivo – dijo el hombre tranquilamente.

—Creo que necesitas saber algo acerca de…  – de pronto, la plática se interrumpió por el sonido de la puerta, y Don Gaspar hizo un gesto para que ambos guardaran silencio.

—¿Quién es? – Don Gaspar preguntó mientras se levantaba y al mismo tiempo tomaba su pistola.

—Disculpe, necesito preguntarle algo ¿puede abrirme?, no le quitaré dos minutos.

La voz de la joven inquietó a los dos hombres, el tipo de la gabardina corrió hacia la pared y se ubicó detrás de la puerta para no ser visto, Don Gaspar escondió nuevamente su arma. Cuando abrió no creía lo que estaba viendo, Leticia estaba parada frente a él y se agarraba el cabello con una mano debido al aire que arreciaba, y con la otra su falda diminuta que se levantaba para beneplácito de Damián quien estaba detrás de ella. Don Gaspar se quedó congelado a un lado de la puerta sin reaccionar, y cuando miró los ojos azules de la joven, una sonrisa pintó su rostro.

—Perdón que lo moleste, señor – dijo Leticia – Vine a ver la tumba de mi madre y noté que hay rosas en su tumba ¿conoce usted a Cecilia? Viene muy seguido aquí.

—Eh… Sí, sí, por supuesto que la conozco, estuvo aquí en la mañana pero no se quedó mucho tiempo.

—Lástima, pensé que andaría por aquí… ¿Lo he visto en algún lado, señor? Su cara se me hace muy conocida.

—Trabajé con su padre hace unos años, señorita, era usted muy niña cuando yo me jubilé – las palabras del anciano llamaron la atención de Damián quien de inmediato se acercó un poco más a la puerta y empezó a observar todo el lugar, hecho que Don Gaspar no dejó pasar y también lo veía.

—¿Pero trabajaba en alguna de las empresas o en la casa?... Perdón la insistencia, pero de verdad que lo recuerdo mucho.

—No se preocupe… Un tiempo estuve al servicio de su padre, era su mano derecha y después sólo iba a visitarlo, hasta que finalmente terminé aquí – Leticia miró el lugar con un gesto de pena y decepción – ¡Oh no, no! Está bien, es un lugar muy cómodo para vivir aunque no lo parezca… No me gusta mucho el ruido y pues aquí no hay quien pueda hacerlo – el viejo sonrió forzado.

Para Damián escuchar que el viejo había sido mano derecha de Don Santiago lo intrigó un poco; si eso era cierto, entonces sabía a qué se dedicaba; la desconfianza hizo presa a Damián que interrumpió la plática y se paró a un lado de Leticia.

—Creo que debemos irnos, señorita, llegará tarde a su cita – Leticia lo miró extrañada, y justo cuando iba a cuestionar a Damián, el anciano la interrumpió.

—El joven tiene razón, no llegue tarde a su cita, después le platicaré otras historias de aquellos tiempos… Además tengo que salir, tengo cita con el médico y no me gustaría que me cambiaran el día.

—Disculpe… No sabía que estaba enfermo, ¿necesita algo? ¿Mi padre lo tiene dado de alta en algún  seguro? Lo digo porque estos terrenos son suyos y de alguna manera sigue trabajando para él.

—Sí, no se preocupe, estaré bien – respondió el viejo.

Leticia se dio la vuelta y caminó hacia el auto, Damián y Don Gaspar se miraron a los ojos por un momento hasta que el anciano sonrió y cerró la puerta, pero el joven no pudo evitar echar un vistazo al interior de la cabaña y lo que alcanzó a ver lo sorprendió: vendas llenas de sangre posaban arriba de la cama. Tardó unos segundos en reaccionar pero de inmediato caminó para alcanzar a Leticia.

—¿Por qué mentiste? ¿No me digas que es tu trabajo interrumpirme conversaciones de la gente que desconfías?

—Por supuesto que no, sólo que vi muy cansado al anciano y se me hizo fácil evitarle la pena de dejarlo con la plática en la boca – una mentira poco creíble, tanto que Leticia lo miró con un gesto de incredibilidad con los ojos medios cerrados.

—Mentiroso – le dijo ella sonriendo – ¿Qué me puede hacer el viejito?, además trabajó para mi papá, no tienes por qué preocuparte.

Eso era lo que precisamente le preocupaba a Damián y aunado a eso las vendas ensangrentadas arriba de la cama, ¿qué enfermedad hacía sangrar a alguien así? Prefirió no decir nada y abrió la puerta para que subiera Leticia.

En la cabaña, Don Gaspar recogía sus vendas y las echaba a la chimenea para quemarlas.

—¿Por qué vino aquí? – preguntó el hombre de la gabardina.

—No lo sé, tal vez Cecilia le contó que venía a verme…  ¿Qué se yo? –  respondió Don Gaspar.

—Tengo que irme, contacta lo más pronto posible al imbécil ése y dale instrucciones… Y por favor… Sé más cuidadoso.

Don Gaspar aceptó silenciosamente pero le surgió una duda:

—¿Y qué hay de Javier? Creo que ya no será necesario meterlo en esto, la chica trae otro guardaespaldas.

El hombre se detuvo y miró al anciano.

—Sólo si es necesario… En verdad lo siento mucho, Gaspar.

Las palabras de aquel hombre dejaron mudo al celador del panteón; casi nadie sabía que él había llevado hace algunos años a Javier a la mansión de los Salinas Serrano cuando era un niño; el parentesco entre ellos era un misterio, como también pocos sabían que él había trabajado para Don Santiago. Fue hace más de treinta años que Don Gaspar había regresado de los Estados Unidos, y como la fortuna de Don Santiago subía como la espuma al igual que sus enemigos, necesitaba seguridad, pero no una seguridad cualquiera; y fue entonces cuando la vida puso en su camino a Don Gaspar. Entre los dos se entabló una relación laboral siendo éste su guardaespaldas, pero al mismo tiempo también se forjó una amistad estable y duradera. Don Gaspar llegó a manejar algunos de los negocios más importantes de Don Santiago junto con Alberto Montesinos, el padre de Cecilia, ya que Don Santiago se marcharía a Europa con su esposa Doña Clara y su primer hijo, el cual dice la historia, falleció en el viejo continente.

Ocho años después, Don Gaspar llevó a la mansión a un pequeño niño de cabellos rubios y un poco descuidado en su vestimenta e higiene; al parecer era hijo de unos parientes lejanos, y como había quedado huérfano, Don Gaspar lo llevó junto con él sabiendo que Don Santiago no tendría problemas para darle techo y comida. Pero la sospecha había sido cierta, Don Santiago y Doña Clara llegaron de Europa después de haber perdido a su amado hijo y con la noticia de que habían sido bendecidos con una niña, así que estos aceptaron y cuidaron a Javier como si fuera propio.

Javier creció siendo como el hijo de Don Santiago, aunque en ocasiones le ponía sus limitantes dándole su lugar como empleado. La muerte de Doña Clara había revelado asuntos que Don Santiago tuvo que soportar, los cuales habían afectado su carácter ocasionando arranques agresivos con sus empleados. Con el paso del tiempo, Don Gaspar se retiró y nueve años después del regreso de Don Santiago de Europa, Alberto Montesinos se quitó la vida trágicamente. El patrón necesitaba un sustituto de confianza, y aquí fue cuando Javier, a pesar de ser sólo un adolescente, empezó a involucrarse más en los negocios de Don Santiago. Éste le pidió a Don Gaspar que lo preparara y le enseñara a ser lo que su tutor había sido, por lo que a sus escasos 21 años de edad no sólo había sido entrenado en cómo manejar los negocios grandes y complicados de las compañías y los que no debían ser nombrados, sino en todas las distintas formas de combate y armamento que existían. Hizo de él un arma humana muy peligrosa, pero a la vez muy leal para Don Santiago; Javier daría la vida por él y por Leticia, porque su corazón así se lo pedía.

Era obvio que Don Gaspar sentía cariño por Javier, y por esa razón trataba de quitarlo del camino de la venganza del misterioso hombre de gabardina… Una venganza que sólo ellos conocían y que había llevado a Don Gaspar a hacer cosas repugnantes con gente que sólo tenía el pecado de tener el trabajo equivocado, pero ¿por qué tenía la obligación de hacerlo? ¿Qué llevaba al anciano a hacer todo eso por un hombre que lastimaría al único pariente que tenía? ¿De dónde había nacido ese odio?

—Tienen que saberlo, pero no es el momento… Y no por mí… No tendría cara para decírselos.

El viejo murmuraba viendo la imagen de un Cristo que colgaba en su pared; lo que escondía era algo muy importante que sólo él sabía, como también sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida, ya fuera por su edad o por alguna bala de alguien mucho más joven que él; y eso ya lo había comprobado hacía unos días cuando la bala de Damián le había pasado muy cerca lastimándole el hombro. A pesar de su edad, Don Gaspar era aquel hombre que aniquilaba a los trabajadores de Don Santiago, él era el asesino. Y no quería llevarse nada, quería estar tranquilo, de alguna manera aprendió a apoyarse en la fe religiosa que de joven había ignorado, para que el día que fuera juzgado, su castigo fuera lo más decoroso posible.

En silencio tomó una pluma y un papel y decidió comenzar una carta sin destinatario con las siguientes palabras:

Dirigida a quien más daño le hice…