Capítulo 8

 

La cruz de Don Gaspar


Terminó el mes de noviembre y diciembre pasaba inadvertido en la vida de Damián; el ojo del huracán se hacía presente, pero aún faltaba lo peor; pareciera que esa calma había aparecido como por arte de magia, la misma magia que para muchos tienen las festividades de estas fechas. Pero para Damián esa magia había desaparecido ya hacía muchos años con la pérdida de sus padres, y el estar solo había congelado esa parte de él. Sólo en un par de ocasiones, Yesenia y Don Pedro lo habían acompañado en Nochebuena, pero los demás días se encontraba en el bar atendiendo a dos o tres ebrios de la localidad que trataban de mitigar la soledad con el alcohol. El bar nunca cerraba y Damián lo atendía durante dos semanas mientras sus empleados regresaban de vacaciones. A pesar de eso, Damián sabía que esta vez sería diferente, sería un diciembre como nunca antes.

Con la ausencia de Don Santiago por su “largo viaje de negocios”, como así lo entendía Leticia, ella había tomado su lugar en varios eventos de beneficencia que diversas organizaciones llevaban a cabo cada año. La verdad no había mucho tiempo para poder investigar a Don Gaspar, pues la mayor parte del día Leticia y Damián se la pasaban en el auto yendo de un lugar a otro y llegando a la mansión a altas horas de la noche. Los pocos minutos que tenía libre, Damián aprovechaba para llamar a Cecilia pero en cada intento aparecía la grabación indicando que el número marcado estaba fuera del área de servicio. También intentó buscarla en Nochebuena, y por esa ocasión el bar tomó un descanso, desafortunadamente Pepe y Feliciano, clientes ya distinguidos del bar por muchos años, no pudieron acudir a su lugar de costumbre, pero ni en esa fecha Damián tuvo éxito en su búsqueda. El departamento de Cecilia estaba solo, y para el joven era confortante pensar que tal vez se había ido de viaje para visitar a los parientes que tenía fuera de la ciudad, con quienes vivió un tiempo antes de tener su mayoría de edad. La extrañaba, pero con la presencia de Emanuel no podía dejar sola a Leticia, aún no tenía claro la relación que tenía el chico con Don Gaspar, pensó que después se daría tiempo para solucionar sus problemas sentimentales.

Damián siguió a Emanuel los días de mayor festividad del mes, aprovechó que Leticia había ido a visitar a sus únicos tíos por parte de su madre, y la dejó custodiada con más de tres hombres por órdenes de Javier. La última ubicación de Emanuel había sido muy cerca de la Esperanza, lugar que aprovechaba Damián para cambiarse de ropa cada vez que podía; fueron los días de mayor recaudación de información, con la mayor cantidad de fotos y notas posibles, pero desafortunadamente la suerte duró muy poco, pues Emanuel cambiaba de residencia cada cuatro días según el patrón que había observado Damián en las últimas semanas. En ocasiones llegó a dudar de la peligrosidad del joven, habían pasado muchos días y no se le veía ningún rastro que indicara que quisiera lastimar a Leticia; se preguntaba si estaba equivocado, pero el hecho de verlo en la choza de Don Gaspar y de no tener una actividad en el día como cualquier otra persona, le hacía regresar a sus sospechas. Otra cosa que movía a Damián para seguir con esta investigación, era el repentino interés de Javier por tener toda la información sobre Emanuel, él no perdería el tiempo con juegos de celos o algo parecido, y si estuviera molesto por saber que éste lastimó al amor de su vida, ya hubiera actuado de inmediato, algo esperaba, así que Damián continuaría hasta obtener la información necesaria para poder completar el rompecabezas.

Por su parte, Don Santiago sólo se limitaba a realizar llamadas una o dos veces a la semana con historias inventadas para Leticia y órdenes o preguntas para Javier quien había decidido no decirle nada acerca de la fuerza que tomaban las sospechas de Damián hacia Don Gaspar, y de la aparición de Emanuel en escena, no hasta que estuviera seguro. Muy dentro de sí, Javier sabía que las cosas ya no estaban bien, tarde o temprano tendrían que pensar en dejar el país para bienestar de ellos y de Leticia, aunque ésta última estaba fuera de todo negocio ilícito, pues administraba y tenía a su nombre las empresas que su madre había manejado con tanto éxito durante muchos años, y nada podría incriminarla. Pero había también otro tipo de peligro y era el peor de todos.

Pasó el mes de diciembre y Javier no había recibido ninguna noticia de los cárteles con los que habían roto negociaciones, era muy extraño tratándose de ese tipo de personas; posiblemente dentro de ellos había buenos sentimientos que los hacía detener sus asuntos en estas fechas. ¿Y por qué no? Al fin y al cabo son humanos, y muy devotos la mayoría de ellos.

Enero comenzó, y con la finalización del mes de bendiciones y prosperidad, también terminaba la tranquilidad. Javier se dirigía a una de las empresas de Don Santiago, los accionistas estaban incómodos con la ausencia de éste y querían respuestas claras; comenzaban a perder empleados debido al peligro que había en las carreteras, se había pasado el rumor de que varios de los choferes de la línea de Don Santiago habían sido acribillados y ya nadie quería trabajar con ellos. El rumor, como en la mayoría de las empresas, comenzó por Lupita, la asistente de Don Santiago en la compañía, quien era muy amiga de Toñita. Bastaron dos días para que el rumor se esparciera por toda la empresa hasta llegar a los altos mandos, un hecho sin duda planeado con mucha anticipación.

Javier conducía su auto solo y detrás de él lo acompañaban tres hombres en otro vehículo. Había decidido llegar sin escoltas a la empresa para no dar más fuerza al que de por sí ya era un gran rumor. Pero cuadras antes de llegar, ocurrió lo que en su vida nunca había experimentado, al menos no del mismo lado de la barrera. Un auto de reciente modelo se dirigió a alta velocidad en un cruce de calles impactándose fuertemente con el de sus escoltas y sacando a estos de circulación. Asustado, Javier miró la escena por el retrovisor y de inmediato quiso acelerar, pero desafortunadamente una camioneta familiar quedó delante de él obstruyéndole el paso; de pronto, tanto de la camioneta familiar como del auto que impactó a sus escoltas, bajaron varios hombres armados que comenzaron a disparar contra los dos autos. Javier se tiró al suelo del vehículo esperando que el blindaje resistiera, los disparos eran ensordecedores y una extraña pintura color rojo sangre empezó a salir de unos dispositivos del auto manchando el interior; de igual manera, los vidrios del auto daban la impresión de estar rotos, al tener tres capas gruesas de blindaje; el primer y tercer vidrio resistían las balas, pero el de en medio no, así que la presión del impacto de la bala creó el efecto de estar roto. Con estos trucos y un poco de suerte, podría suceder que los agresores se marcharan pensando que su trabajo había terminado. Los minutos de balacera parecían horas hasta que finalmente cesaron; Javier escuchó los motores de dos autos que se alejaron a toda velocidad; lentamente bajó del auto empuñando su arma y se dio cuenta que había pocos autos alrededor, era un sector privado. Miró su auto y cientos de marcas de impactos lo habían perforado, el blindaje especial había funcionado, estaba ileso, pero no así sus escoltas... Tardó en reaccionar, pero de inmediato tomó su teléfono.

¡¿Damián?! – la voz de Javier era agitada como nunca antes.

—Sí… ¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan alterado? – respondió Damián en voz baja.

Escucha, fui atacado… No te alejes de Leticia ni un segundo, ¿me escuchaste?

—¿Atacado? ¿De qué hablas? ¿Estás bien? – Damián intentaba no llamar la atención con su voz, esperaba a Leticia fuera de su oficina.

Sí, sólo dirígete a la mansión de inmediato ¿Dónde está Leticia? – las sirenas de la policía comenzaban a oírse a lo lejos – Escucha no tengo mucho tiempo, en minutos estará lleno de policías aquí… Di que preparen el jet para Leticia, tenemos que sacarla de la ciudad lo más pronto posible.

—Ahorita ella está en una junta, pero ¿sacarla de la ciudad? ¡¿Y con qué escusa?! – por la bocina del teléfono se escuchaban más cerca los ruidos de la sirena.

¡No lo sé, inventa algo!

¡No se mueva tírese al suelo!

El grito de los federales interrumpió la plática haciendo que Javier colgara y obedeciera la orden.

—¡¿Javier?! – por unos segundos Damián no sabía qué hacer, su mente se quedó en blanco pero los reclamos de Leticia lo hicieron reaccionar.

—Damián ¡¿qué significa esto?! ¿porque me sacan así de una junta?– gritó Leticia molesta llamando la atención de los empleados que en ese momento estaban en la oficina.

—En el camino le explico, señorita.

—¿Le explico? ¿Y desde cuándo me hablas de “usted”?

Damián dio órdenes a sus acompañantes para que aseguraran el área y después se acercó a Leticia.

—Algo malo está pasando… – le susurró – Por esta ocasión te pido dejemos la amistad a un lado y permíteme hacer mi trabajo, es por tu bien.

Leticia se quedó pasmada, no supo qué decir y sólo siguió las indicaciones de Damián. Era difícil pensar qué hacer, la adrenalina le bloqueaba el cerebro… ¡Javier atacado! Se había roto una barrera muy grande; el tiempo que Damián tenía desempeñando su papel de alguna manera lo hacía sentir inmune a lado de él y de Don Santiago… Ahora con Don Santiago escondido y Javier víctima de un atentado ¿Qué seguía? ¿Leticia? ¿Él?

Bajaron por las escaleras, pues las instrucciones habían sido las de resguardar las puertas de los ascensores, quería tener una área de visibilidad amplia y el espacio reducido del elevador se descartaba de la lista para molestia de Leticia quien seguía sin saber nada de lo que estaba pasando. Dos hombres los acompañaban, uno adelante que llevaba su pistola en mano, después seguía Damián, luego Leticia, y por último el otro hombre que cuidaba al grupo desde atrás. Conforme avanzaban, Leticia tomó la mano a Damián, su nerviosismo era cada vez más fuerte y sólo pensaba en que todo terminara. Cuando llegaron al estacionamiento, otro escolta ya los esperaba con la puerta abierta del auto para que subieran; el chofer, como todos los que integraban el cuerpo de escoltas, tenía ya bien claro qué hacer y hacia dónde dirigirse. En el auto lejos de estar tranquilos, el nerviosismo los hacía presa fácil, y cada auto que veían era como ver un tigre que los acechaba. Damián llevaba a Leticia en el asiento trasero del coche, su brazo rodeaba el cuello de ella reposándola sobre sus piernas, una imagen que pensó jamás sucedería, al menos no en esas circunstancias.

—¿A quién fue el ataque? – preguntó el chofer.

—Sólo maneja – contestó Damián lanzándole una mirada de desaprobación – Que hablen al licenciado y averigüe dónde está Centinela 1 y qué pasó con los otros como prioridad dos.

Leticia entendió la gravedad del asunto aun sin saber que Centinela 1 era como se le llamaba a Javier por el rango que tenía dentro del cuerpo de seguridad de Don Santiago. Para ella, a pesar de que el camino fue incómodo, también fue muy corto, pues no veía por dónde iban circulando; y a diferencia de Leticia, Damián sintió que el camino era muy largo y además tuvo que soportar una docena de mariposas bailando en su estómago. Todo esto era muy diferente a lo que había vivido, en su primer atentado, la adrenalina no lo dejó siquiera sentir el más mínimo miedo; en el pueblo tenía todas las de ganar, y ahora sólo esperaba ser emboscado desconfiando de hasta el más insignificante automóvil en una gran metrópoli.

Finalmente llegaron a la mansión, la cual estaba repleta de hombres armados mucho más que de costumbre. Leticia finalmente pudo librarse de los brazos de Damián y miraba confundida a su alrededor. Dos autos los habían escoltado antes de llegar a la mansión, y pensó que algo no estaba bien, era tiempo de aclarar las cosas.

—¿Qué es lo que está pasando? ¡Exijo que me lo digas! – ordenó Leticia firmemente a Damián justo cuando entraban a la sala.

—No puedo decirte nada...

—¡Te lo estoy ordenando! – el grito de Leticia interrumpió a Damián quien cambió su gesto de amable a molesto en un segundo, nunca nadie le había hablado así.

—Sólo sigo instrucciones de Javier y de tu padre, no me compliques mi trabajo.

—¿Y tú sí puedes estar interrumpiendo mi vida cada vez que te plazca? – Leticia miraba sin parpadear a Damián, y sus ojos comenzaron a cristalizarse – ¿Crees que no he notado que algo está mal en todo esto? ¿Crees que soy una tonta al creer que el atentado de hace meses fue una simple casualidad?

—Leticia no sé de qué estás hablando...

—¡Claro que lo sabes! No soy una niña rica y estúpida, Damián, ¿recuerdas?... He visto irregularidades en los números de las empresas de mi madre para asuntos de mi padre… El muy ingenuo pensó que jamás crecería y me interesaría en los negocios, pero se equivocó.

—Estás yendo muy lejos, si te asusté te pido una disculpa...

—¿Dónde está mi padre? – interrumpió nuevamente Leticia, y para suerte de Damián su teléfono celular sonó en ese momento.

—Perdón, tengo que contestar, es Javier – Leticia no dijo nada, sólo lo miró y movió su cabeza negativamente mientras se marchaba a su cuarto.

Damián sólo la vio irse con tristeza, tomó aire y pasó su atención a Javier que estaba en la línea.

Se molestó, ¿no es así? dijo Javier sin esperar a que Damián dijera alguna palabra.

—Dijo algo que me inquietó... ¿Dónde estás? ¿Qué es lo que está pasando?

Fue una emboscada bien planeada, todos los escoltas que traía están muertos. Escucha, esto fue obra de los cárteles, creen que Don Santiago está muerto y con suerte pensarán lo mismo de mí, así que tendré que salir de la luz pública por un tiempo.

—¿Y cómo harás eso? ¿Qué hay de la prensa?

Afortunadamente aún tenemos aliados, el licenciado ya se está encargando de todo eso. Necesito que vengas por mí personalmente, no puedo confiar en nadie más, sólo convence a Leticia de que no salga.

—No creo que lo haga, es inteligente y sabe que algo anda mal.

Damián recordaba la mirada de Leticia, ella esperaba que él le dijera algo, que fuera sincero con ella, “¿Sabrá todo?”, pensó, habría que averiguarlo y sobre eso tomaría las decisiones adecuadas. 

Por su parte, Leticia realizaba llamadas telefónicas al mismo número de manera desesperada sin recibir respuesta, no había tomado en cuenta las palabras de Cecilia cuando le dijo que se marcharía, hasta ese momento que sentía la necesidad de hablar con ella. Se le hacía difícil pensar que Cecilia se hubiera ido, al menos no en tan poco tiempo y además irse sin despedir de su mejor amiga no era algo muy normal, pues encima de todo estaba su amistad y los buenos modales. Sin más, decidió marcarle a Beto para ver si él sabía algo más de ella.

—Beto, soy Leticia – Leticia caminaba por su habitación con el teléfono inalámbrico.

¡Hola, Lety!, ¡Qué milagro! ¿Cómo estás? – la voz de Beto no era lo más animada que existiera.

—Bien… Oye flaquito, ¿sabes dónde está Cecilia? Le he estado marcando y no me contesta… Me empiezo a preocupar.

Cecilia se fue, Leticia, ¿no lo sabías?

—¿Entonces es cierto? ¿Pero a dónde se fue? ¿Y por qué de esa manera? Fue muy grosera conmigo, se supone que soy su mejor amiga.

Precisamente fue por ti que se fue – dijo Beto repentinamente, sabía que no debía haber dicho eso pero sus palabras salieron solas por el resentimiento que sentía.

—¿De qué estás hablando? Yo no fui quien decidió que Cecy se fuera a trabajar a otro lado – dijo Leticia en su defensa.

Ella no se fue por eso, Leticia… Debería de darte vergüenza, ¿qué mujer fina se anda fijando en sus empleados? Se supone que ustedes socializan con la gente de su nivel – Beto comenzó a exaltarse, decía palabras sin sentido para Leticia.

—¿Qué es lo que te pasa? No sé de qué hablas… – dijo Leticia confundida, hasta que Beto explotó.

¡Hablo de ti y de tu maldito guardaespaldas! ¡Su maldita relación hizo que Cecilia se fuera para siempre!

—¿Yo y mi qué…? – Leticia no sabía qué pasaba, quería preguntar más pero Beto no la dejaba hablar.

¿Por qué tenían que aparecer? Tenía una vida tranquila, pero apareciste tú y ese maldito, y casi hasta pierde la vida.

—Beto tranquilízate… ¡Me estás ofendiendo! Dime qué es lo que pasa, ¿de qué relación hablas?

¡De la tuya con ese gorila que por poco y me arranca el brazo! No sé por qué Cecilia se enamoró de él.

La sorpresa de Leticia era más que evidente y se reflejó en su silencio tratando de entender lo que escuchaba.

—¡¿Cecilia se enamoró de Damián?! – preguntó Leticia sorprendida.

Sí, desafortunadamente… – Beto cambió su tono de voz de enojo a decepcionado.

—Pero... ¿cómo? y ¿qué tengo que ver yo con todo esto? Damián es mi empleado...

Y tu amante – interrumpió Beto nuevamente.

—¿Mi amante? ¿De dónde sacaron eso? ¡Es lo más estúpido que he escuchado!

Ella los vio abrazándose afuera de su apartamento... – Beto ya no pudo continuar.

—¿Qué?... – Leticia guardó silencio por un segundo.

¡Ella está muy enamorada! ¡No se te ocurra pensar mal de ella! – dijo Beto amenazante en defensa de Cecilia.

—Ella es como mi hermana, jamás pensaría mal de ella… Y Damián es mi amigo, un abrazo no tiene nada de malo… Lo que hizo Cecilia es un acto estúpido e infantil.

Tú le dijiste que empezabas a sentir algo por él ¿cómo querías que reaccionara? – Beto no quiso continuar, estaba hablando de más – Ya debería de colgar.

—¡Si cuelgas voy y te busco con mi guardaespaldas, Beto!, que por lo que escucho estará muy interesado en obligarte a decir dónde está Cecilia.

Beto tomó aire y no decía nada, parecía sufrir al tratar de hablar pero finalmente tuvo que hacerlo ante la insistencia de Leticia.

Cecilia... está embarazada – dijo Beto decepcionado.

Leticia no dijo nada, sentimientos encontrados pasaron por su mente, estaba feliz por pensar en que su mejor amiga se convertiría en mamá, pero triste al saber que se fue pesando en que ella era la culpable de todo. Tenía que buscarla.

—Beto debes decirme dónde encontrarla…

No, Leticia, ya déjenla en paz... – interrumpió Beto.

—Están en un error, Beto... – el tono intermitente en el teléfono se escuchó, Beto había colgado la llamada.

Leticia ya no insistió, se sentía culpable y con necesidad de hablar con alguien ¿pero con quién? Damián tenía que saberlo, “¡Va a ser padre!”, pensó, se dirigió de inmediato a buscarlo a la sala donde habían interactuado la última vez pero no lo encontró, preguntó a la servidumbre y no sabían nada de él, buscó a Toñita pero tampoco la encontró, así que decidió marcarle a su radio.

—¿Damián dónde estás? Necesito hablar contigo urgente.

Estoy dando instrucciones a los escoltas de la entrada… De hecho iba a ir a buscarte, Javier y yo vamos a ir por unos papeles de tu papá – la mentira no fue tomada en cuenta por Leticia.

—Es urgente, se trata de Cecilia.

¿Cecilia? ¿Ella está bien? – Damián no pudo esconder su preocupación.

—Sí, eso creo, pero necesito que vengas… Es algo que debo decirte personalmente.

Lo siento, pero no puedo dejar esto pendiente, me reportaré contigo en cuanto llegue… Y Leticia, quiero pedirte algo, no salgas sin mí, por favor.

—Te vas arrepentir de no haber venido rápido. Te lo aseguro – Leticia terminó la comunicación sin hacer caso a lo último que Damián le había dicho.

Se sentó en la cama pensativa, sentía remordimiento pero también sabía que no era culpable de nada, sólo tenía que aclarar las cosas y todo regresaría a la normalidad. Más tarde ella y Damián verían juntos cómo buscar a Cecilia y aclarar todo; sentía un peso en su pecho, eran muchas cosas las que le estaban pasado y no podía desahogarse, así que haría lo que en mucho tiempo dejó de hacer, iría al panteón para hablar con su madre dejando atrás la petición que Damián le había dicho de no salir de la casa sin él. Tomó su bolso y salió de su cuarto.

—Ustedes dos, preparen un coche que voy a salir – se dirigió Leticia a los hombres que cuidaban la entrada principal de la mansión.

—Disculpe, señorita, pero tenemos órdenes de no movernos de aquí – contestó uno de ellos.

—¡Aquí los que dan las órdenes somos mi padre y yo! Así que hagan lo que les digo.

—Pero es que el señor Damián...

—¡Ustedes dos junto con Damián estarán de patitas en la calle mañana mismo si no hacen lo que les digo!

Los escoltas se veían uno al otro sin saber qué hacer.

—¿Qué esperan? ¡Los quiero listos en una hora! – gritó Leticia.

Mientras esto sucedía, Toñita permanecía escondida detrás de la puerta de la cocina escuchando los gritos de Leticia, y con un celular en la mano. Esperó cerca de treinta minutos, salió de la mansión y marcó por teléfono.

—Soy yo, al parecer va a salir – dijo Toñita dirigiéndose a la persona del otro lado del teléfono.

¿Cuántos hombres van con ella?

—Al parecer sólo dos, ¿pero qué importancia tiene eso? No dijo nada de Don Santiago que es lo que interesa.

Lo importante es la venganza, Toña, él debe de pagar cueste lo cueste.

—¿No le van a hacer daño a la niña, verdad? Gaspar me lo prometió – Toñita parecía preocupada.

Te repito, lo importante es que Santiago pague y nada más… Adiós.

—Don Alberto espere...

La llamada había terminado, y de pronto Toñita sintió un terrible arrepentimiento; había estado espiando durante mucho tiempo a Don Santiago para poder pasar información a Don Gaspar y su amigo. Gaspar la había convencido de que Don Santiago había tenido qué ver con la muerte de la señora Clara a la que veía como su propia hija y eso la había llevado a traicionarlo; pero de igual manera, Toñita empezó a notar que cada día había una extraña fijación de ambos hombres sobre Leticia, sobre todo del llamado Alberto, y por este motivo comenzó a preocuparle que le hicieran daño. Sin dudarlo, Toñita realizó otra llamada y marcó a Don Gaspar. El anciano yacía acostado en su cama, y apenas pudo tomar el teléfono para contestar.

¿Gaspar?

—Sí, dime… ¿Qué sucede? – Don Gaspar sonaba muy débil.

Se escucha muy mal, debería ir al doctor – dijo Toñita.

—No pasa nada, ya se me pasará… ¿Qué es lo que sucede? Sabes que no debes marcarme hasta que te indiquemos.

Lo sé y perdóneme pero es que estoy preocupada por la niña Leticia.

—¿Qué le pasa a Leticia? – Gaspar batallaba cada vez más para que su voz se entendiera.

Don Alberto me ha estado llamando muchas veces para ver qué hace Leticia… Justo ahora acabo de colgar con él y le dije que ella había salido y me preguntó cuántos hombres iban con ella.

—¿Por qué hiciste eso? ¡Toña eres una tonta, debiste habérmelo dicho antes!

Pues como era él no se me hacía raro decirle, pensé que usted sabía.

—¿Javier o el otro chico van con ella? – Don Gaspar tomaba fuerza para hablar.

No, van otros dos tipos… ¿Qué es lo pasa?

—Leticia corre peligro, Toñita… No debí seguir con esto… Debí pararlo cuando podía.

¿Peligro? Usted me dijo que no le pasaría nada… ¡Evítelo! ¡Hable con Don Alberto! – la nana estaba más que exaltada.

—No puedo, ya es muy tarde… – de pronto, Don Gaspar escuchó que alguien tocaba a su puerta – Tengo que colgar alguien me llama… Lo siento, Toñita, haré lo posible por evitarlo, pero no te prometo nada.

Don Gaspar colgó y caminó muy despacio hacia la puerta, y cuando abrió, la sensación al ver quién era hizo que se olvidara un instante de su malestar.

—¿Usted? – dijo Don Gaspar – En qué puedo servirle, señor...

—Damián, para servirle… Ya nos habíamos visto antes… Venimos a hacerle unas preguntas.

—¿Venimos? ¿Quiénes? – preguntó Don Gaspar.

La figura de Javier apareció de pronto detrás de Damián, ambos parecían molestos, y el viejo sólo miró hacia afuera pero no vio ningún auto ni escoltas; la escena era extraña.

—Javier, hijo… Pasen… ¿Sucede algo? Se están haciendo costumbre tus visitas.

—Esperaba que te diera gusto – respondió Javier.

—¿Cambiaste todos tus hombres por este muchacho? En verdad debes de ser muy bueno – dijo Don Gaspar mirando a Damián quien observaba todo el cuarto buscando algo fuera de lo común.

—Mis hombres están muertos, Gaspar, todos ellos – dijo Javier.

—¿Muertos? ¿Pero qué pasó? ¿Tú estás bien? – Don Gaspar se veía sorprendido, era una reacción que no esperaban.

—Como te dije antes, las cosas están un poco complicadas – Javier parecía triste al ver al anciano cansado y enfermo, pero no quería verse débil.

—Y vienes a mí por un consejo, quiero suponer.

Javier miró a Damián y sin decir nada éste le mostró de su celular la foto de Emanuel saliendo de su choza, cuando Don Gaspar vio la foto sintió que la sangre le abandonaba el cuerpo.

—¿Qué hacía ese chico aquí? – preguntó Damián muy seco.

—¿Ese chico? En verdad no lo recuerdo, deben de disculparme pero ya soy un viejo y mi memoria no es la misma.

—Gaspar, te conozco, no juegues conmigo – dijo Javier.

—Si me conoces entonces sabes que jamás te haría daño – respondió el viejo.

—¿Y a Leticia? – interrumpió Damián.

—No sé de qué me hablan, ¿que no deberías de estar tú con ella? ¡¿Ya no les enseñan eso en la academia?!

—Precisamente por ella es que necesito que me digas qué relación tienes con este tipo – dijo Javier.

—Ya te lo dije, no lo recuerdo.

—¡¿Y entonces por qué demonios salió de tu choza?! – el grito de Javier hizo poner serio a Don Gaspar.

—No lo recuerdo – contestó nuevamente Gaspar.

Damián veía cómo la mirada de Javier se cristalizaba, podía verse el reflejo de su corazón destrozado a través de sus ojos.

—Vámonos, Damián… Ya no hay nada qué hacer aquí – dijo Javier.

—Yo jamás te haría daño, Javier, lo sabes… Siento mucho lo de tus escoltas y me da gusto que no te haya pasado nada – dijo Don Gaspar antes de que Javier cruzara la puerta.

—Lastimaron a Leticia, eso es lastimarme a mí... Papá... Siempre te vi como tal.

Don Gaspar sintió que esa palabra le perforaba el corazón, pero no dijo nada. Javier y Damián salieron de la choza dejando al viejo solo y pensativo. Habían dejado el auto afuera de los terrenos del panteón por si lograban tomar en infraganti al chico o al mismo Gaspar, pero no fue necesario; finalmente Damián había convencido a Javier de sus sospechas gracias a la forma de actuar de Don Gaspar.

—Sabes lo que tenemos que hacer… – dijo Damián a Javier  dentro del auto.

—Trata de que sea rápido. Y cuando sepas del chico no lo mates a él.

—¿Entonces qué hago?

—De él me encargo yo – respondió Javier.

Los dos se marcharon del panteón y unos minutos más tarde llegó Leticia al mismo lugar acompañada de los dos escoltas. Cuando entró, de inmediato se dirigió a la tumba de su madre, llevaba algunas flores y les pidió a sus acompañantes que se quedaran lo más retirado posible de ella, no quería que la escucharan. El panteón estaba desolado, no se veía a ninguna otra persona.

—Bueno, aquí estoy… No sé cómo empezar y en verdad no me siento muy segura de hacerlo... – Leticia miraba con duda la tumba de su madre – La verdad no sé como hace esto Cecilia con tanta facilidad.

Leticia se sintió incómoda, movió la cabeza a manera de negación, y cuando estaba a punto de retirarse algo llamó su atención. Muy cerca de la imagen de la virgen, que se encontraba a un lado de la lápida, había algo que parecía un papel, y sin dudarlo se acercó y lo tomó.

—Mamá... – era una vieja foto de Clara Santos – Olvidaba lo hermosa que eras. Te extraño mucho, sobre todo ahora que estoy más sola que nunca… Cecilia se fue y fue por mi culpa, mi padre sólo Dios sabe dónde está, algo raro pasa con él y sé que no es bueno… He visto cosas en los papeles de las empresas que no coinciden con nuestras cuentas, tenemos mucho más dinero de lo que se puede comprobar, creo que está en malos pasos y más si le agregamos todo este comportamiento extraño del cuerpo de seguridad… No sé qué hacer, es mi padre y tengo miedo de que le pueda pasar algo… He estado pensando en irme a vivir a otra ciudad y empezar mis negocios yo misma, pero no sé si sea buena idea dejar a mi padre solo… Cómo me gustaría que estuvieras aquí para decirme qué hacer...

Sin darse cuenta, Leticia había comenzado a hablar con su madre; verla en esa foto le había dado el valor para hacerlo. Durante varios minutos habló de muchas cosas, de la escuela, de su viaje por Europa, de la amarga experiencia que le tocó vivir, e incluso de Javier, era tanto lo que le había contado que no se dio cuenta que alguien la estaba observando. De pronto, sintió un escalofrío y reaccionó al escuchar pasos que se acercaban cada vez más a ella.

—¡Hola, Leticia!

Leticia volteó asustada, y se impresionó al ver a quien tenía detrás.

—¡Tú!... ¡No puede ser! ¿Qué haces aquí? – Leticia no lo podía creer, su peor pesadilla se hacía realidad nuevamente; el mismo Emanuel estaba ahí como si hubiera aparecido como un fantasma.  

—Escucha, por favor no grites… Sólo ven conmigo – Emanuel se veía pálido y cansado con ojeras dignas de un mapache.

—¡Lárgate de aquí! ¿Cómo supiste dónde encontrarme? – Leticia comenzó a moverse tratando de evadir a Emanuel quien se acercaba a ella. Leticia volteó para buscar a sus guardaespaldas y para su sorpresa éstos estaban inconscientes en el piso; al lado de ellos un hombre encapuchado vestido de negro sujetaba sus pistolas.

—Leticia, no hagas las cosas más difíciles, por favor – dijo Emanuel.

—¿Qué quieren de mí? ¡No te atrevas a tocarme de nuevo! – Leticia sacó su radio para marcarle a Damián pero el hombre de negro se lo arrebató de una manera muy brusca. Leticia comenzó a gritar.

—¡Hazlo! ¿Qué esperas? – ordenó el hombre de negro a Emanuel quien sacó una pistola de su pantalón y apuntó a Leticia con su mano temblorosa mientras sus ojos derramaban algunas lágrimas.

—No, ¿qué vas a hacer?... – Leticia lloraba y gritaba desesperada.

—Perdóname, Leticia – dijo Emanuel.

—¡Vamos! Que si no lo haces tú lo haré yo, y tú te irás junto con ella – dijo el hombre mientras Leticia lo miraba extrañada.

—¡Esa voz! ¿Quién es usted? – preguntó Leticia impresionada, el hombre sólo la miró sin decir nada, levantó su pistola y apuntó también a la cabeza de Leticia quien cerró los ojos.

Tres disparos salieron de un arma de fuego, pero no de la que apuntaban a Leticia; asustados, los dos hombres se tiraron al piso y Leticia aprovechó para correr de inmediato.

—¡Se está escapando! – gritó Emanuel.

—¡Ve por ella! Y si no la traes muerta, ¡despídete de tu familia! – gritó el hombre encapuchado.

Leticia seguía corriendo y gritando, la temperatura era fría y húmeda, y batallaba un poco para correr, de pronto una mano la sostuvo del brazo y ella comenzó a gritar y tratar de zafarse.

—¡Leticia soy yo, Javier!

Javier y Damián habían regresado.

—¡Javier! ¡Es él, está aquí! – Leticia lloraba histérica.

—Leticia contrólate...

—¿Es Emanuel, no es así? – preguntó Damián y ella sólo asintió con su cabeza.

—¿Dónde está? – preguntó Javier sacando su pistola.

—Cerca de la tumba de mi madre.

—¡Ahí está! – gritó Damián.

Emanuel salió de entre los árboles y levantó su pistola, de inmediato Javier tiró a Leticia al suelo y él junto con ella para protegerla, Emanuel disparó su arma y corrió apresurado mientras Damián lo perseguía.

—¡Vamos al auto rápido! – le dijo Javier a Leticia.

—¿Pero, y Damián? ¡Son dos hombres, Javier no lo dejes solo!

—¡Escucha! Tú eres la prioridad en este momento, él sabe cuidarse solo, créeme.

Damián corría detrás de Emanuel a toda velocidad, no había escapatoria, la barda del panteón era muy alta y era imposible trepar. Mientras corría, Damián colocó el silenciador a su pistola y dio un disparo certero a una de las piernas de Emanuel quien cayó de inmediato; estaba hecho, Emanuel había caído en las manos de Damián y peor aún, en las manos de Javier.

—¿Sabes en lo que te has metido? – dijo Damián a Emanuel apuntando su arma a la cabeza del chico.

—Tenía que hacerlo, si no él lo iba a ser y también a mí me mataría – respondió.

—¿Él? ¿A quién te refieres?

—No puedo decirlo.

—Pues será mejor que vayas cambiando de parecer… Cuando despiertes quiero que lo hayas recordado – Damián levantó su mano y le dio un fuerte golpe con la cacha de la pistola haciéndolo perder la razón.

Dentro del auto, Javier abrazaba a Leticia para tranquilizarla y acariciaba su cabello mientras ella limpiaba sus lágrimas.

—¿Qué hacían ustedes aquí?  – preguntó Leticia.

—Buscándote… Toñita nos dijo que habías salido y Damián pensó que estarías aquí. No debiste haber salido de tu casa – respondió Javier muy serio.

—Necesito saber qué está pasando… ¿Quién era ese hombre que estaba con Emanuel y por qué quería matarme?

—No lo sé, pero lo averiguaremos, te lo prometo – contestó Javier consolándola.

—¡Si no es porque tú y Damián dispararon a tiempo... estaría muerta!

—Nosotros no disparamos, Lety. De hecho también los escuchamos y fue lo que nos hizo reaccionar y correr.

—¡Pero hubo tres disparos! Y si no fueron ustedes, ¿quién fue entonces?

Javier no respondió, miró la choza de Gaspar que se veía a lo lejos y bajó su mirada. De momento, un auto de la policía llegó y se estacionó de frente a ellos.

—¿Llamaron a la policía? – preguntó Leticia.

—¿Y qué otra cosa querías que hiciéramos? – respondió Javier estudiándola con la mirada.

Leticia parecía incrédula, Javier bajó del auto y se dirigió hacia la patrulla de la que bajaron dos oficiales.

—Señor, Javier ¿cómo se encuentra?, supimos lo que pasó en la mañana – preguntó uno de ellos.

—Estoy bien, gracias – respondió Javier casi de inmediato.

De pronto, Damián llegó hasta donde estaba Javier y los policías llevando a rastras el cuerpo de Emanuel como si fuera un costal.

—¿Hubo testigos? – preguntó uno de los policías que Damián reconoció de inmediato.

—No, sólo está el cuidador del panteón pero es un anciano ya muy enfermo… No creo que se haya dado cuenta de nada – respondió Javier.

—Señor Damián, qué gusto... –  dijo el otro policía – Veo que consiguió el empleo que necesitaba.

Los uniformados eran ni más ni menos que los dos oficiales que meses atrás habían estado en la puerta del departamento de Damián haciéndole varias preguntas sobre lo sucedido en el bar; de pronto, Damián miró a Javier preguntándole con la mirada qué era lo que pasaba al momento que los policías se acercaron a levantar a Emanuel.

—No te preocupes, ellos saben qué hacer… Dáselos – dijo Javier y continuó – Por favor lleva a Leticia a la mansión y después vas a la finca que tenemos, allá nos estará esperando el Alacrán.

—¿Tú estarás bien? ¿Por qué no llamaste a uno de los muchachos? – preguntó Damián.

—Después de lo de hoy en la mañana no puedo arriesgarme, tal vez tengan los autos identificados. Por eso tomamos prestado el de tu amiga Yesenia para venir aquí.

—Está bien, en una hora estoy contigo.

Damián subió al auto mientras Leticia veía cómo los policías cargaban el cuerpo de Emanuel desmayado y amarrado, “Un poco rígido para ser policías”, pensó, pero no quiso entrar en detalle.

—¿Estás bien? – preguntó Leticia a Damián pero éste no le contestó  –  Te estoy hablando.

—¡Te dije que no salieras! – Damián estaba  molesto.

—Tenía que venir…

—¡¿Por qué tenías que salir?! ¡¿Alguna vez en tu vida vas a dejarme hacer mi trabajo bien?!

—Está bien, perdóname… ¿Yo cómo iba a saber que este maldito estaba aquí?

—¡Porque yo te dije que no salieras, Leticia!

—¿Entonces sabías que él estaba aquí? – preguntó desconcertada, Damián no contestó.

—¿Vas a decirme de una vez por qué mi vida corre peligro y qué hace Emanuel aquí?

—Yo no sé qué hace Emanuel aquí – contestó Damián.

—¿Ah no? ¿Entonces es casualidad que supieran donde estaba?

Damián sabía que una explicación abriría más los ojos a Leticia que ya sospechaba, no sabía en qué momento había pasado todo esto, pero si ella sabía la verdad tal vez entendería la situación por la que atraviesa y facilitaría su cuidado.

Ambos autos, tanto el de ellos como el de la policía, habían arrancado. Damián pensaba qué hacer, avanzaron mucho camino sin decir una palabra, y ella seguía esperando una respuesta.

—Escucha, Damián, he visto cosas en los números de las empresas, no soy una tonta si piensas que no he visto todo esto que ha pasado desde tu contratación. Por favor confía en mí, si mi vida está en peligro tengo derecho a saberlo.

—Leticia, todo esto está fuera de tu alcance y saberlo sólo te afectaría al punto de llevarte a una paranoia – Damián no pudo evitar decir esas palabras. La amistad había superado su responsabilidad.

—¿Entonces sí está pasando algo malo?

Damián suspiró y movió su cabeza a manera de aceptación.

—No es algo que debas saber, pero me serviría más si te haces consciente del peligro que corres, no sólo tú, sino también tu padre.

—¿Es por eso que él no está aquí, verdad?

—Tu padre quería que te fueras de inmediato con él pero no sabíamos cómo decírtelo.

—¿Son narcotraficantes? – preguntó repentinamente Leticia.

—¿Qué? ¡No! Por supuesto que no... ¡O no sé! Mira, hay cosas que es mejor no saber, ya con el tiempo si es necesario te diré lo que pueda… Por ahora sólo haz lo que te digo, por favor… Prometo que esto se tranquilizará y todo volverá a ser como antes.

—¿Antes? ¿Qué parte? ¿Cuándo mamá murió? ¿Cuando fui violada? ¿O ésta que confirmo que mi padre anda en malos pasos? – lágrimas disimuladas volvían a salir de los ojos azules de Leticia.

Damián entendía a Leticia, su vida había sido un infierno, eso le reafirmaba que ella debía saber lo que pasaba y no se sentía culpable de habérselo dicho, o al menos haber aceptado lo que ella ya sabía.

—Tendrás una vida mejor, Leticia… Tú no mereces todo lo que te ha pasado – dijo Damián.

—¿Qué pasará con Emanuel?

Damián guardó silencio por unos segundos estudiando la respuesta.

—Sólo pagará por lo que te hizo – dijo Damián con tono sereno.

—Cuando acabe todo esto, quiero que busques a Cecilia y se vayan lejos.

—¿Cecilia? ¿A qué te refieres? – la reacción de Damián fue de sorpresa.

—No tienes que fingir nada, sé lo de ustedes… Beto me lo dijo.

—¿Qué fue exactamente lo que te dijo? – preguntó Damián analizando la situación.

—Lo suficiente para estar contenta por ustedes y decirte que la busques, ella se fue de la ciudad por un malentendido, pero si la amas como ella a ti, búscala… Al menos algo bueno ha salido de todo esto y hay que rescatarlo.

—No contesta mis llamadas ni mis mensajes – dijo Damián decepcionado.

—Es porque no está en la ciudad pero tienes que buscarla, Beto sabrá dónde está. Yo hablaré con ella también.

—Gracias por preocuparte por nosotros, Leticia, pero ahorita tú eres la prioridad aun encima del amor que hay entre Cecilia y yo… Por favor dejemos el tema para después, necesito estar concentrado al cien por ciento contigo y eso sólo me distraerá…

Leticia no dijo nada, cruzó los brazos y miró hacia la ventana; de pronto se dio cuenta que el auto en el que viajaba no era el suyo.

—¿Qué pasó con mi auto? ¿Y los cuerpos de los escoltas? – dijo extrañada.

—Lo recogerá un hombre de confianza, no podíamos arriesgarnos a ponerte en bandeja de plata para el otro hombre que dices haber visto.

—¿Y este auto de quién es? – preguntó Leticia mientras lo observaba a detalle.

—De Yesenia, mi empleada… De hecho le marcaré para que vaya a la mansión por él.

Damián tomó su teléfono celular y le marcó a Yesenia para darle instrucciones de cómo entrar a la mansión a recoger su vehículo. Al llegar a la mansión, Leticia se fue de inmediato a su cuarto, mientras Damián dejaba el auto de Yesenia cerca de la entrada principal e iba por otro para dirigirse a la finca donde llevarían a Emanuel. Antes de partir, Damián habló con Javier para saber su ubicación, sólo que la llamada no tuvo éxito porque éste hablaba con Don Santiago; Javier pensó que era hora de que supiera lo que estaba pasando.

¿Cómo fuimos a caer en esto, Javier? – preguntaba Don Santiago que se notaba cabizbajo en su voz.

—Ha sido traicionado, señor – Javier trataba de animar un poco a Don Santiago tratando de amortiguar la noticia que le iba a dar.

Eso lo sabemos, ¿pero por quién? ¡Es frustrante no saberlo! El desgraciado ha hecho muy buen trabajo… Hizo que perdiera mi estabilidad financiera y ahora tengo más enemigos que aliados – Don Santiago levantaba su voz cada vez más frustrado.

—De hecho mi llamada es para darle noticias sobre eso, señor – dijo Javier.

¿Noticias? ¿De qué hablas? Dime lo que sabes.

—Tengo conmigo a uno de los posibles implicados… Ahora mismo lo estoy llevando a la finca para interrogarlo.

¡¿En serio?! ¡Mejor noticia no pudiste haberme dado, muchacho! Sabía que lo lograrías… – Don Santiago había explotado de felicidad, pero Javier todavía no le había dicho todo.

—Don Santiago, hay algo más que quiero decirle… Le llamaré en cuanto lo confirme. Estoy por entrar a la finca.

Está bien, Javier, espero tu llamada… Pero tenemos que ser más breves en la comunicación.

—Está bien… Espere mi llamada.

Justo al colgar, Javier iba entrando a la finca donde los esperaba el Alacrán, asomó la cabeza un poco por la ventana del auto de la policía para que pudiera verlo, era una escena rara a decir  verdad pero que dadas las circunstancias Javier tenía que disponer de todos los beneficios que pudiera.

—Señor, me da gusto verlo sano y salvo, pero no debería andar solo después de lo que pasó – el hombre abrió la puerta del auto para que Javier se bajara.

—No te preocupes, amigo, acá los señores se han portado muy bien conmigo – contestó Javier al Alacrán quien miraba con desconfianza a los policías. De un jalón, el Alacrán bajó a Emanuel quien aún parecía inconsciente.

—¿Y esa bolsa en su pierna? – preguntó el Alacrán al ver un amarre que tenía Emanuel. 

—Damián le disparó... El imbécil trató de huir y fue necesario hacerlo… Le puse el amarre para que el auto de la policía no se ensuciara y para que no se me desangrara antes de hablar, Damián no me va a quitar la diversión... Llévatelo, te alcanzo en unos minutos. Y ustedes, oficiales, tendrán noticias de nuestro contador mañana mismo – dijo Javier dirigiéndose a los policías.

—Muchas gracias, señor, usted sabe que estamos para servir y esparcir la justicia – el tono de sarcasmo no agradó mucho a Javier quien no hizo más que darse la media vuelta y marcharse.

Los policías también salieron de la finca y comenzaron a hablar entre ellos.

—No creo que sea buena idea hacer esto, jefe… Estos hombres son peligrosos.

—No te preocupes, la finca esta sola y presiento que ya no seremos útiles… Necesitamos buscar otros aires.

—Pues no sé, ese tal Javier está loco, mira que haber tenido un atentado de esa magnitud en la mañana y ahora estar como si nada.

—Pues según sé, ese atentado fue porque Don Santiago ya no pudo mantener el negocio, por eso el viejo ya no está aquí… Tú escuchaste a Javier hablar con él por teléfono. Además, la lana que nos darán por esa información créeme que nadie nos la dará.

—Pues vamos por ellos – concluyó el más joven de los policías siguiendo ambos su camino.

De nuevo en su cuarto, Leticia repasaba una y otra vez su encuentro con Emanuel, se sentía una tonta por haber salido, con la forma en que la sacaron de su oficina, era obvio que algo pasaba y aún así se arriesgó. Pero no sólo Emanuel la intrigaba, la voz de aquel otro hombre que tenía el rostro cubierto le había obsesionado y le había sido muy familiar, pero no la podía recordar. Después pensó cómo Javier y Damián, sobre todo este último, habían estado en los peores momentos de su vida, al menos en los últimos acontecimientos. Sólo de pensar que algo les pudiera pasar por culpa de ella le removía la conciencia, no podía permitirlo, y ahora que sabía que corría peligro tomaría la decisión definitiva, se iría de la ciudad o mejor aún del país. Se llevaría consigo a Javier, pues sabía que a Damián ya se le había acabado el tiempo con ella, y además tenía otra prioridad, una más importante que ella, la prioridad de ser padre. Pero para eso primero tendría que localizar a Cecilia pero, ¿cómo lo haría? De pronto, su teléfono celular sonó y sucedió el milagro.

—¿Diga? – después de lo sucedido, Leticia contestó con precaución.

¿Lety? Soy yo...

—¡Cecilia! – Interrumpió Leticia feliz y sorprendida – ¿Dónde estás? ¡Necesito hablar contigo! No cuelgues, por favor… No sabes lo que he pasado… ¡Te necesito, amiga! – Leticia comenzó a llorar.

¡Y yo a ti! Sólo quería decirte...

—No, espérame... – Leticia limpiaba su nariz y aclaraba su garganta sin dejar que Cecilia hablara – No tengo nada qué ver con Damián, él sólo es mi amigo y ha sido muy importante para mí, y lo que hayas visto no es lo que te imaginas… Cuando te conté todo eso yo me refería a Javier… Cecilia, Damián te ama, a pesar de que nuevamente puso su vida en peligro por mí.

¡¿Javier?! ¡¿Damián puso su vida en peligro?! – Cecilia se mostró sorprendida – Leticia ¿estás bien? ¿Qué ha ocurrido?

—Sí, Cecy estoy bien gracias a él y a Javier, no te preocupes, después sabrás lo que ha pasado... Cecilia, tienes que decirle.

¿Decirle qué? ¿De qué hablas? – Cecilia parecía apenada.

—Amiga, lo sé todo, no tienes que fingir conmigo… Beto me lo dijo, pero no le digas nada… Sé que estás embarazada.

Me da mucha pena contigo, pero las cosas se dieron...

—Eso no importa ya… ¡Vas a ser mamá! ¡Y yo tía!

¡Sí! Estoy muy emocionada –las dos jóvenes amigas lloraban felices – La verdad actué como una niña, me dejé llevar por los celos y de alguna manera por el cariño que te tengo… Verte sufrir tanto me hizo pensar que merecías un poco de felicidad. Y con lo del embarazo no podía hacerte esto y quedarme.

—Siempre has sido tan buena conmigo, Cecilia… Están pasando cosas muy malas aquí, tienes que decirle a Damián e irse muy lejos – el tono de voz de Leticia era ahora más serio.

¿Qué es eso tan malo?

—Eres mi mejor amiga y tienes derecho a saberlo… Es referente a mi padre, a Javier y... – Leticia no sabía si continuar o no – No lo tomes a mal, él te ama y puedes salvarlo aún.

Leticia me estás asustando, ¿salvarlo de qué? – preguntó Cecilia que ya había perdido la sonrisa de su rostro.

De nosotros – contestó Leticia apenada.

Leticia se dispuso a contarle todo a Cecilia siempre justificando a Damián y a Javier, a quienes hizo ver como víctimas de su padre.
Mientras tanto, en la finca Javier terminaba una llamada con Don Santiago. Esta vez se había quedado solo con Emanuel quien permanecía amarrado en la "silla de castigo" como le hacían llamar. La herida de bala que Damián le había hecho estaba controlada y anestesiada, de cierta forma a Javier le gustaba que el dolor que hacía sentir a sus víctimas no fuera interrumpido por otro no causado por él.

—Vamos a ver… Tú y yo vamos a hablar muy seriamente, pero primero van las reglas. Me vas a decir exactamente qué fue lo que le hiciste a Leticia sin mentiras ni quitar detalle alguno – Javier le quitaba la venda de la boca a Emanuel quien mostraba una cara aterradora.

—¡No comprendes! Tenía que hacerlo, si no ellos la matarían – dijo Emanuel con voz débil.

—¿Ellos? ¿Quiénes? – preguntó Javier.

—No puedo decirlo… – Emanuel bajó la mirada, esperando lo peor.

—Creo que no entendiste muy bien las reglas... – Javier se levantó sacando unos guantes de su saco – Espero que valga la pena este sacrificio que vas a hacer.

Javier tomó una tabla para tortura dejándola a un lado, puso de pie a Emanuel para bajarle los pantalones y amarró sus manos a unas cadenas con poleas que colgaban de dos postes, haciendo la posición de Cristo; comenzó a golpearlo en las piernas, y los gritos de dolor de Emanuel fueron ensordecedores; le dio tres golpes, dos en la pierna lastimada por la bala y uno en la otra. Una vez más, Javier levantó su mano para tomar fuerza y al momento de dar otro golpe fue interrumpido por el Alacrán, ocasionando que Javier se molestara.

—¡Te dije que no me interrumpieran! ¡¿Qué haces aquí?! – reclamó Javier al Alacrán.

—Lo siento, señor, no lo haría si no fuera importante.

—¿Qué pasa?... Dímelo rápido – Javier comenzaba a alterarse.

—Están aquí otra vez los dos policías… Dicen que traen otro encargo… Traen otro auto y un hombre amarrado atrás.

Emanuel volteó sorprendido y lleno de dolor, se preguntaba quién pudiera ser; Javier pensó por un momento y reaccionó de manera sorpresiva.

—¿Los dejaste entrar? – preguntó Javier.

—Pues están en el portón, ¿pasa algo jefe?

—¡Rápido, tenemos que irnos de aquí! Llévate al chico por la salida de emergencia.

El Alacrán no puso en duda las órdenes de Javier, y de inmediato sacó su cuchillo para cortar las cuerdas de Emanuel, aunque ya era demasiado tarde. El sonido de los rifles de asalto comenzaron a escucharse a los lejos y las balas penetraron los vidrios del cuarto donde se encontraban; Javier se tiró al suelo arrastrándose hacia un baúl que contenía armas largas, tomó una y comenzó a disparar en contraataque. De inmediato distinguió de dónde venían los disparos: cinco hombres habían salido del auto, entre ellos los dos policías corruptos, otro el que llevaban amarrado, y otros dos salieron de la cajuela del coche, una vez más la traición aparecía en escena. Era una desventaja muy marcada pero aun así Javier logró derribar a uno de los que salieron de la cajuela. Pero como los descuidos se pagan muy caros en este negocio, de pronto el cuerpo del Alacrán cayó al suelo con al menos tres disparos en su cuerpo. Aún con vida, el hombre sostenía a Emanuel y ambos estaban tirados en el piso, poco a poco Emanuel sintió cómo la mano del Alacrán iba perdiendo fuerza, y aprovechó la confusión para arrastrarse hacia la parte trasera desapareciendo de la vista de Javier.

Javier vio el cuerpo de su hombre de confianza tirado en el suelo, “Es el fin”, pensó, y justo cuando sentía que estaba perdiendo la batalla uno de los pistoleros cayó al suelo, dándole oportunidad a Javier de cargar su arma y cambiar de posición a un lugar de mayor visibilidad y comenzó a disparar. Entre los pistoleros había mucha confusión, comenzaban a salir de sus escondites y Javier aprovechó el momento para dispararle a otro haciéndolo caer muerto... Ya sólo quedaban dos.

—Damián... – susurró Javier.

Cuando los disparos disminuyeron, Javier miró a su alrededor y Emanuel ya no estaba. Javier salió con cautela del cuarto, sostenía su rifle en posición de tiro, y en el suelo podían verse los cuerpos de los pistoleros rodeados de un charco de sangre, el más cercano era el más joven de los dos policías. De pronto, la figura de Damián salió repentinamente de uno de los arbustos que hizo girar a Javier apuntando su arma para luego bajarla.

—¿Estás bien? ¿Cómo ocurrió esto? – preguntó Damián.

—Un descuido del Alacrán – contestó Javier quien comenzaba a recuperar la calma y el color en su rostro.

—¿Descuido del Alacrán? ¡No puedo creerlo!

—Pues créelo... – Javier dio vuelta al cuerpo del hombre que estaba junto a ellos mientras sacaba su radio móvil y marcaba – Los malditos nos traicionaron también.

—¡Sabía que no debíamos de confiar en ellos! – dijo Damián mientras veía a quien meses atrás había visitado su departamento – ¿A quién llamas?

—A cualquiera de los hombres, pero ninguno contesta... Tal vez desertaron.

—Yo lo daría por un hecho, para ellos tú y Don Santiago están muertos – afirmó Damián – ¿Dónde está el Alacrán? ¿Por qué no está contigo?

—Está muerto, y lo que es peor aún, ¡Emanuel escapó! – Damián no podía creer lo que escuchaba, fue una suerte extraña para Emanuel – Debemos irnos de aquí de inmediato.

Ambos corrieron a la salida de la quinta brincando los cuerpos ensangrentados de los hombres.

—¿Qué pasará con los cuerpos? – preguntó Damián mientras corría – ¡Habrá investigaciones en contra!

—El dueño de la finca está muerto.

—¿El Alacrán?

—¡No, el Balsero! – contestó Javier.

Llegaron a la salida para encontrase con otra sorpresa.

—¿Dónde está tu auto?  – preguntó Javier.

—Emanuel… – susurró Damián – Busquemos otro auto rápido, tengo un mal presentimiento.

Minutos más tarde en la mansión, Leticia revisaba papeles importantes en el despacho de su padre, buscaba alguna propiedad que estuviera a nombre de su madre o de ella fuera de la ciudad, quería prepararlo todo para cuando decidiera irse, pero antes tenía que esperar a que las cosas se tranquilizaran. La búsqueda de Leticia fue en vano, sólo había facturas y papeles sin sentido, su desesperación se hacía notar por la forma apurada de tomar las cosas. De pronto, la puerta del despacho sonó.

—Pase... – gritó Leticia.

—Niña, hay una muchachita que te busca a ti o al joven Damián y dice que viene por su auto – Toñita se veía muy nerviosa.

—Es la amiga de Damián, haz que la dejen entrar – ordenó Leticia.

Leticia acomodó de nuevo los papeles metiéndolos a un sobre amarillo, no encontró lo que buscaba pero pensó que no estaría mal darles una revisada más tarde. Leticia bajó para recibir a Yesenia, quien daba vueltas por la sala con la boca abierta contemplando la majestuosa mansión

—¿Cómo estás, Yesy? – Leticia forzaba una sonrisa en su rostro para no ser descortés.

—¡Bien gracias! Perdón que haya venido a molestarla, pero Damián me dijo que podía recoger mi auto.

—Sí, no te preocupes… Déjame ofrecerte algo de tomar… Siéntate, no tardo.

—Muchas gracias…

Leticia caminó hacia la cocina que estaba a dos salas del recibidor, tomó una jarra grande de agua y se giró para tomar un vaso. Cuando volteó de nuevo para llenarlo, dos manos temblorosas tomaron su cuello haciéndola gritar y caer al suelo rompiendo el vaso que tenía en la mano. Comenzó a resistirse pero él era más fuerte, Leticia miró su rostro y la escena ocurrida en España regresó de inmediato a su mente, pero ahora lo veía más claro, Emanuel estaba sobre ella presionando su garganta tratando de asfixiarla.

—Perdóname, Leticia, nunca quise hacerte daño… – Emanuel no parpadeaba – ¡Pero eres tú, o mi familia!

Leticia trataba de decir algo pero no podía, comenzaba a sentir que su cuerpo se rendía; en un último esfuerzo, alcanzó a decir una palabra.

—¡Haz... lo!

Emanuel no comprendía lo que Leticia había querido decir, pero un segundo después un fuerte golpe en la cabeza lo hizo soltarla y caer al piso. Yesenia había tomado el palote para amasar tortillas y golpeó asustada a Emanuel en la nuca varias veces hasta que perdió el sentido. Leticia apenas podía levantarse y abrazó a Yesenia quien lloraba al ver el cuerpo de Emanuel tirado en el piso.

—¡Lo maté! ¡Lo maté! ¡Maté a un hombre! ¡Dios mío!  – repetía Yesenia una y otra vez desconsolada.

—Tranquila… – Leticia apenas podía hablar, y ambas se abrazaron.

Cuando Toñita entró a la cocina y vio la escena, lanzó un grito tirando la bolsa de abarrotes que tenía con ella. De inmediato corrió con Leticia quien alzó la voz para tomar una decisión.

—¡Ve por ayuda! – gritó Leticia.

Cuando Toñita salió de la cocina, Damián, Javier y otros dos hombres se toparon con ella y de igual manera vieron la escena.

—¡Leticia! ¡Dios santo! ¿Estás bien? – Javier corrió y abrazó fuertemente a Leticia mientras observaba que no tuviera ninguna herida – ¡¿Te hizo algo?! – Javier le preguntaba nervioso.

—Estoy bien… Me trató de asfixiar pero Yesenia lo golpeó... – Leticia se desahogó con su llanto, que ya no pudo continuar.

—¡¿Pero cómo es que entró?! – gritó Damián mirando a los otros escoltas mientras abrazaba a Yesenia que estaba invadida por los nervios.

—Traía el auto de usted, señor… No pensamos que fuera otra persona, y como la chica llegó un poco antes de parte de usted, no se nos hizo raro.

Damián no podía decir cómo fue que Emanuel tenía su auto, los escoltas de la casa estaban muy aparte de los negocios ilegales de Don Santiago.

—¡Salgan todos de inmediato! – gritó Damián.

—¿Quiere que llamemos a la policía, señor? – preguntó uno de los escoltas.

—No, ustedes no dirán una palabra hasta que pensemos bien qué hacer – comentó Javier.

—Pero, señor, hay un muerto...

—¡Es una orden! – gritó Javier interrumpiendo – Hagan lo que Damián les dice, dejen sus radios y celulares aquí y no se muevan de la sala.

Los escoltas se miraron entre ellos y obedecieron. Toñita se llevó a Yesenia y Leticia, mientras Damián y Javier se quedaron solos en la cocina.

—Esto tiene que acabar – dijo Javier recuperando poco a poco la cordura pero sin poder ocultar sus lágrimas.

—Sabes que no es fácil entrar aquí aun teniendo mi auto – dijo Damián mientras Javier afirmaba con su cabeza y secaba sus ojos.

—Llévate a Leticia y a Yesenia, ponlas en un lugar seguro, aquí ya no lo es… Yo me encargo de “limpiar” todo – señaló Javier.

Damián solo acepto las indicaciones, tomo a Leticia de la mano y salieron apresurados de la concina seguidos por una muy asustada Yesenia.

Horas más tarde, Leticia, Yesenia y Damián se encontraban en el departamento de él; la noche comenzaba a caer y Damián pensó que sería el lugar más seguro, ya que no se conocía mucho de él por parte de los cárteles, de Gaspar ni del otro hombre peligroso.

—No me gusta estar así sin hacer nada… – comentó Leticia – Estoy marcándole a Javier y Toñita y ninguno de los dos contesta.

—Ya esa desesperación te llevó a tener muchos problemas, será mejor que trates de controlarte – le contestó Damián quien se alistaba para salir.

—¡¿Vas a salir?! – preguntó Yesenia quien todavía estaba un poco nerviosa.

—Tengo que hacer algo, pero no te preocupes estarán bien aquí… No abran a nadie aunque diga que es policía o que viene de parte mía… Y mantengan las luces apagadas, ¿está claro?

Leticia veía con atención cómo Damián guardaba el arma en su ropa y comprendía que el día no había terminado ahí.

—Ten cuidado, Damián – dijo Leticia – Ella te necesitará mucho.

Damián no dijo nada pero miró a Leticia como si tratara de decirle algo en esa frase. Dio la media vuelta y se marchó dejando a las dos chicas solas.

La noche había llegado a la ciudad y el panteón no había tenido movimiento desde el mediodía con lo sucedido entre Leticia y Emanuel. Don Gaspar entraba a su cabaña, y llevaba con él una pala y sus ropas llenas de tierra.

—¿Trabajando tiempos extras? – dijo una voz desde adentro de su choza, la cual se le hizo muy familiar.

—Tú sabes que siempre he trabajado muy duro,  Santiago – dijo Don Gaspar.

La luz se encendió y Don Santiago se acercó dejando ver su rostro por completo.

—¿Qué hacías con esas palas? – la voz era amigable, parecía una conversación de domingo en la mañana.

—Limpiando el desorden de tus muchachos… Tardé un poco pero ya quedó listo… – Don Gaspar apenas y se logró sentar en su cama – Debes enseñarles a ser un poco más limpios, pueden meterte en muchos problemas.

—Son jóvenes, pero son buenos… Incluso Javier me recuerda mucho a ti cuando eras joven… Testarudos, siempre de mal humor, pero cumpliendo con su deber.

—Fue como un nieto para mí… – Don Santiago se acercó y le ofreció un puro a Don Gaspar quien lo tomó mirándolo a los ojos.

—¿Sabes por qué estoy aquí, Gaspar? Siempre has sido un tipo listo… – dijo Don Santiago con decepción y dolor – El  propio Javier me lo contó... ¿Cómo pudiste hacerme esto?

—¡¿Yo?! ¡Yo sólo soy un reflejo de lo que tú has hecho, Santiago!

—¡No me salgas ahora con que eres buena persona, Gaspar! – gritó Don Santiago – Ya habías matado a muchos antes de estar conmigo.

—¡Pero nunca a mi propia familia! – el grito de Don Gaspar lo hizo doblarse de un dolor en el pecho.

Don Santiago guardó silencio, sentía lástima por quien había sido su mejor amigo durante muchos años.

—Todo este tiempo me has guardado rencor por ese niño bastardo – la expresión de Don Santiago era de sorpresa – Y ese mismo rencor debes tenerlo hacia ti mismo… ¡Tú fuiste quien lo mató!

—No me refiero al niño, Santiago – Don Gaspar apenas y podía hablar.

Por un momento, Don Santiago analizó las cosas… El recuerdo de su esposa apareció en su mente y se llevó la mano al rostro haciendo un gesto de negación.

—Adiós viejo amigo, date tiempo de acabarte ese puro – Don Santiago se dio la vuelta y continuó hablando muy triste antes de salir – Amé a Clara como nunca a nadie en la vida, aun y con su infidelidad jamás le hubiera hecho daño… En cambio tú, fuiste partícipe de algo que casi me arrebata a mi Leticia… Esperaba que lo negaras, pero no fue así… Sabes cómo funciona esto.

Don Santiago salió de la choza y Don Gaspar bajó su mirada viendo el puro encendido en sus manos. Luego se abrió nuevamente la puerta.

—¿El chico está muerto? – preguntó Don Gaspar.

El viejo levantó su mirada y vio a Damián apuntándole con su pistola. Tenía una bolsa alrededor de su mano para evitar que el casquillo de la bala cayera y dejar el menor rastro posible.

—Tenías que ser tú... – continuó Don Gaspar – Lo supe desde que te vi… Me dejaste tu marca desde un principio – Don Gaspar se levantó la manga y le enseñó la herida del brazo – Fue un gran tiro, pero no evitaste que matara al chofer del tráiler.

Don Gaspar volteó su mirada hacia el Cristo que tenía detrás de él y se estiró para alcanzarlo; al moverlo sacó algo de un hueco que tenía en la pared. Damián no dijo nada y sólo disparó. Don Gaspar cayó muerto en su cama de inmediato, tal y como él lo había previsto, con la bala de alguien más joven.

Damián se acercó para revisar el cuerpo y vio que en su mano tenía un papel y de la otra se había caído el puro que le había dado Don Santiago. Tomó el papel y lo guardó en su bolsillo, después miró a su alrededor y encontró una botella de alcohol con la cual roció toda la choza y la cama la cual se incendió de inmediato. Damián salió y se alejó dejando que el lugar se consumiera con el fuego, consumiendo también así,  la historia de Gaspar Ramos.

Una hora más tarde Damián llegó a su viejo bar, necesitaba relajarse y poner en orden su mente. Mientras lo hacía miraba a la puerta esperando que Cecilia entrara como lo había hecho meses atrás. El lugar ya estaba cerrado para los clientes, por lo que se sentó en la barra con una cerveza y comenzó a leer la carta.



 

12 de octubre de 2011

Dirigida a quien más daño le hice…

 

 

Comienzo esta carta diciendo que estoy arrepentido de todo lo que he hecho, con ella busco el perdón, pero no de las personas a las que he hecho daño. Porque sé que no es suficiente para reparar el dolor que les he causado con mis acciones, sino busco el perdón de quien por muchos años fue víctima de mi ignorancia y mi indiferencia, mi señor Jesucristo. Espero que mi arrepentimiento sea suficiente para ti y me perdones por mis actos y por los que puedan venir.

 

He guardado un secreto por muchos años que me ha llevado a hacer cosas terribles con personas que ni siquiera conocía, personas que no sabían de mi existencia y ni yo de la de ellos… Personas que estuvieron en el lugar equivocado. Aún recuerdo los ojos de aquel chico que me rogaba piedad y que terminara mi trabajo, desafortunadamente tuve que dejarlo con vida pero sin algunas partes de su cuerpo… Era el mensajero que necesitábamos. De los otros ni qué hablar, están en mejor vida o tal vez pagando alguno que otro pecado que dejaron pendientes aquí abajo… ¡Cómo me encantaría verlos de nuevo y preguntarles qué es lo que me espera!

 

Quien tenga en poder esta carta quiero pedirle que se le entregue a la persona más allegada a mí en los últimos años… Mi único pariente cercano con vida y que de alguna manera es la razón de mis actos es Javier Ramos, como injustamente fue llamado y como injusto fue su nacimiento… Sí, fue injusto más no culpable, fruto de un amor prohibido que con el paso del tiempo se convertiría en una traición aún en marcha, una traición que ha desencadenado una tras otra formando así una red de traiciones; una red que ha atrapado hasta a las personas menos inimaginables, personas que no tienen maldad en lo más mínimo… El tiempo les dirá de quien hablo… Espero que el precio que tengan que pagar no sea alto, ya que sólo fueron víctimas mías y del hombre quien es la “línea única” en esta red… El hombre que todos pensaban que estaba muerto, que supe esconder a lo largo de los años arriesgando mi vida y la vida de Javier, de lo cual estoy arrepentido… Sólo de imaginarme que las palabras que acabo de escuchar por parte de él se hagan realidad me revuelve el estómago: “Eliminar a Javier”… Sólo imaginar que un padre asesine o atente contra la vida de su propio hijo es repugnante. Es aquí donde comienza el motivo de mi carta, es aquí donde finalmente me libero moralmente, mas no físicamente, es aquí donde mi secreto sale a la luz.

 

He sido partícipe de una venganza que comenzó hace ya unos años, una venganza que inició con una traición y el nacimiento de un niño en el año de 1980. Yo era parte de un grupo de personas que eran muy unidas, y no sólo el trabajo nos unía sino la amistad que había entre los cinco. Era un honor para mí estar al lado de dos hombres exitosos y sus esposas. Por un lado, Santiago Salinas Serrano y Clara Santos de Salinas, y por el otro, Alberto Montesinos Guerra y Sofía Díaz de Montesinos, ambas señoras desafortunadamente con una vida arrebatada de manera trágica y repentina, y de la forma más vil y despiadada tomando en cuenta quien sería, según mi información, el culpable.

 

La traición comenzó con el sentimiento más hermoso pero a la vez más difícil de llevar, el amor. Un amor prohibido entre Alberto y Clara que, cansados cada uno de sus respectivos problemas de pareja, comenzaron a buscar entre ellos lo que no encontraban en sus hogares. Siempre supe de esa relación pero nunca tuve el valor de intervenir ni mucho menos de decírselo a Santiago, era y es un hombre poderoso y temía por la integridad de ambos, pero sobre todo por la de una persona en especial… mi hija Clara Santos. Sí, Clara era mi hija y llevaba el apellido de quien fuera su padre emocional y no el mío de sangre. Si hubiese sabido que ella vendría a este mundo jamás hubiera abandonado a su madre en aquellos años. Clara y Alberto llevaron su amor al extremo, su traición de amor, por así decirlo, terminó con el nacimiento de un bebé. Clara ya sabía de mi relación con su madre y condicionó mi perdón haciéndome jurar que no le haría daño al niño, como me lo había ordenado Santiago al enterarse que ese niño no era de él, escuchándolo de la misma Clara ya consumida por el alcohol poco después de su nacimiento. Juré que cuidaría de su hijo y jamás mencionaría su paradero, yo cumplí con mi promesa y escondí al niño durante 8 años, pero mis recursos se acababan y me era imposible seguir manteniéndolo, así que decidí llevarlo a donde él pertenecía… Traicioné mi amistad con Santiago llevando al hijo de su esposa y su amigo a la mansión haciéndolo pasar por otra persona, haciéndome partícipe de una traición que sólo justifico por el juramento a mi hija. Si dedujeron bien entenderán que Javier es ese niño. Javier quien irónicamente daría su vida por quien intentó arrebatársela cuando era apenas un bebé. Pero una traición tarde o temprano se paga.

 

Santiago conocería el secreto de su mujer y su mejor amigo pero sin saber que el niño aún vivía, me hubiera matado a mí de saber que no cumplí con su deseo. Una carta de Clara dirigida a Alberto fue encontrada en las pertenencias de ella poco después de que la muerte la alcanzara. Según Alberto, Santiago mató a su propia esposa al enterarse de su engaño llevándose también la vida de Sofía, quien fuera la principal víctima al final de todo esto, al ser engañada y asesinada y sin saber por qué… La pobre Sofía, veo mucho de ella en su hija Cecilia sufriendo por razones ajenas. No me costó trabajo creerle a Alberto tomando en cuenta que Santiago mandó matar a un indefenso bebé. Obviamente la vida de Alberto corría peligro y decidí esconderlo fingiendo su muerte, comenzando así lo que se convertiría en un largo plan para perjudicar a Santiago. Siempre había entendido los motivos de Alberto, la rabia por la muerte de Clara me cegó, él culpa a Santiago de haberle arruinado la vida matando a quien más amaba, siempre me he preguntado si se refiere a Sofía o a Clara, solo él lo sabe. Ahora saben por qué decidí ayudarlo, como también saben que fueron engañados durante muchos años, Alberto Montesinos está vivo, su tumba ha sido su lugar de descanso en vida. No somos unos tontos para enfrentar a Santiago, así que decidimos afectarle poco a poco en lo que el más aprecia, su dinero, perjudicando sus negocios ilegales los cuales han sido su sustento desde hace mucho tiempo.

 

Pero ahora veo cómo terminará todo, Alberto ha perdido la razón, su sed de venganza está llevándolo a actuar de manera imprudente y ahora atenta contra la vida de Leticia y Javier, mis nietos… He jurado cuidar a ese niño y los juramentos son para cumplirse, así que le pido a quien tenga en sus manos este escrito alerte a ambos del peligro que corren esperando no sea demasiado tarde… También Alberto debe de saber que Javier es aquel niño por el que todo empezó, Javier es el hijo que tuvo junto con mi hija Clara quien me hizo jurar mantener en secreto, un secreto que no pienso llevarme a la tumba, pero que al menos no saldrá de mi boca. Sólo espero que Dios me permita terminar con esta locura antes de que mis nietos sean afectados, ¿cómo? de la única manera que puede terminar: matando a Santiago, y si es necesario a Alberto también. Sólo esperaré el momento adecuado, pero si la muerte me alcanza antes, ruego porque esta carta llegue a las manos indicadas y evite la tragedia que está por suceder.

 

Atte. Gaspar Ramos



Cuando Damián terminó de leerla, una expresión de sorpresa salió de su rostro. No podía creer lo que había leído.

—¡Dios mío! – se dijo a sí mismo.

Tomó su teléfono y de inmediato le marcó a Javier pero no tuvo éxito, y tampoco lo consiguió con el radio.

—¡Tiene que saberlo...! Y, Cecilia, todo este tiempo... – Damián hablaba solo, parecía desesperado. Sin pensarlo tomó su abrigo y salió corriendo del lugar. 

La carta que impactó a Damián había sido escrita tres meses antes, y era la clave de todo.