Capítulo 9

Karma

 

La carta contenía mucho más que el nombre del culpable de toda esta red de traiciones y mentiras, también contenía secretos inimaginables que involucraban a muchas personas, todas ellas de cierta manera involucradas con Damián.

Después de salir del bar, Damián entró a su auto y se dirigió a la mansión. Ya pasaban de las once de la noche y se estacionó en la rotonda justo enfrente de la entrada principal, nuevamente sacó la carta de su bolso para mirarla y analizó la situación desde los diferentes puntos de vista. ¿Qué pasaría si de pronto llegara alguien y te dijera que quien tú creías muerto ha estado vivo todos estos años? ¿Cómo reaccionarías si alguien llegara y te dijera que estás enamorado de tu media hermana? Y peor aún, ¿qué harías si alguien te dijera que la persona a la que le fuiste fiel toda tu vida, intentó matarte cuando apenas eras un bebé? Y Cecilia, tanto tiempo sola para después descubrir que su padre está vivo, es injusto para ella... ¿Qué pasará cuando Don Santiago se entere? Querrá matarlo, sin duda.

Damián decidió guardar la carta, y mejor descansaría y pensaría qué hacer por la mañana. Puso en marcha su auto y salió de la mansión. De momento, su móvil sonó y vio que la llamada era de Javier.

—¿Terminó todo? – preguntó Javier quien tenía una voz cortada por un nudo en su garganta.

Lo siento mucho – Damián respondió con la mayor delicadeza posible.

—¿Sufrió?

No... Javier necesito hablar contigo… Esto no ha terminado.

Javier no contestó, y Damián alcanzó a escuchar que daba un trago a una botella.

—No quiero hablar con nadie… – Javier sonaba ebrio – ¿Enterraste su cuerpo o lo dejaste ahí tirado como un perro? ¡Dime qué hiciste con su cuerpo! ¡Era como mi padre, Damián! Y lo mataste... – el llanto de Javier salió a flote sin control y Damián no dijo nada – ¡Mi pobre viejo! ¿Por qué lo hizo, Damián? ¡¿Por qué nos traicionó así?!

Damián escuchó golpear el teléfono contra algo sólido, era momento de terminar la llamada. No podía sentirse más miserable, pero sabía que Javier haría lo mismo si alguien muy cercano a él estuviera afectando los intereses de Don Santiago o los de él mismo.

La noche fue larga para Damián quien no logró conciliar el sueño. El asunto de Don Gaspar y el impacto de la carta lo mantenían con insomnio, hasta había olvidado que Leticia y Yesenia se encontraban en su departamento. Su estado de ánimo no era el mejor, pero no se sentía tan mal a pesar de haber asesinado a un hombre; después de haber superado la muerte de un niño en sus manos, la de un asesino era pan comido. 

A la mañana siguiente, Yesenia preparaba el desayuno. Damián vio a Leticia marcar un número en su celular en varias ocasiones y se le notaba preocupada. Damián tenía que hablar con Don Santiago y ver qué acciones tomarían; los días de trabajo normal habían terminado, si es que alguna vez los hubo.

Buenos días, ¿están bien las dos? – preguntó Damián que ya estaba listo para salir.

¡Hola! –  Leticia apenas y contestó, no así Yesenia.

Qué bien huele eso, es una lástima que no pueda quedarme a disfrutarlo – comentó Damián.

¿Te vas de nuevo? – reclamó Yesenia rompiendo el silencio.

Tengo que trabajar, Yesi.

¡¿Así nada más?! ¡¿Qué soy la única que sabe lo que pasó ayer?! ¡¿Qué pasará conmigo?! ¡¿Iré a la cárcel?! – Yesenia comenzaba a alterarse de nuevo.

Yesi, tranquilízate, todo va a estar bien – Damián se acercó dándole un abrazo – No dejaré que te pase algo malo. Debes confiar en mí.

Leticia reaccionó por un momento, dejó su celular en la mesa para decir unas palabras, pero una nota que daban las noticias en la televisión llamó su atención.

"Al parecer un descuido del velador, quien era una persona de la tercera edad, ocasionó el incendio de la pequeña choza ubicada en el panteón, el cual permanecerá cerrado en los próximos días… Desafortunadamente hay un cuerpo y todo parece indicar que se trata del mismo hombre que cuidaba el lugar".

¡Don Gaspar!... Damián ésa es la choza de él… – Leticia volteó a ver a Damián y sus miradas se encontraron. Leticia comprendió de inmediato, y se esforzó para mantener la calma.

Yesi ve y toma un baño, te caerá bien antes de desayunar – Damián tomó la cara de Yesenia dándole un beso en la frente, y ella aceptó con tranquilidad.

Leticia esperó a que se quedaran solos, tomó el control remoto y apagó la televisión.

—¿No fue un accidente, verdad? – preguntó Leticia en voz baja. Damián la miró por unos segundos sin parpadear.

—Vi a Emanuel salir de esa choza en varias ocasiones, tenían un tipo de relación, y he llegado a la conclusión de que tu violación fue planeada desde ahí. Lety esto es más que malos manejos en las empresas. Hay más personas involucradas en todo esto con motivos diferentes.

—¿Más personas? Pero, ¿quiénes?

—No estoy seguro, pero esto puede que no haya terminado todavía. Tienes que irte lejos de aquí.

—Ya lo había pensado antes, me llevaré a Yesenia conmigo si ella lo desea, sólo tengo que arreglar las cosas en las dos empresas o al menos en la de mi madre.

—Procura no meterte mucho en la de tu padre, de hecho si puedes no lo hagas… Afortunadamente todo esto está pasando a espaldas de la ley gracias a los contactos de tu padre, pero no podemos confiarnos, si no Yesenia o yo ya estaríamos encerrados.

—Sabes, Emanuel mencionó a su familia cuando intentó matarme, dijo que era por ellos ¿crees que lo hayan obligado?

—No lo sabía hasta ahora qué me lo dices, pero no lo descartes, este tipo de negocios así son.

—Si llegas al fondo de todo esto, busca a esa familia y sálvala, Damián.

—Leticia lo que me pides...  – Damián soltó el aire antes de terminar la frase – Está bien, haré lo que pueda.

Leticia estiró su mano y tomó la de Damián dándole una sonrisa.

—Eres una gran persona, Damián. Estás tan preocupado por los demás que no te das tiempo para tu propia vida, ni siquiera  de buscar a la persona que amas.

Damián bajó su mirada, dio un apretón a la mano de Leticia y se hincó frente a ella.

—¿Qué sabes de ella? – Damián tomó unos segundos de tranquilidad al preguntar por Cecilia.

—No puedo decírtelo aún –  una ligera sonrisa apareció en su rostro triste.

—No estás siendo de gran ayuda… –  dijo Damián mientras se ponía de pie.

—Vete tranquilo, yo le explicaré a Yesenia lo que está pasando, al menos lo que sé.

—Con eso será suficiente, es un poco testaruda en ocasiones, pero lo entenderá.

Damián tomó su abrigo y una bufanda para salir, debía cubrirse del frío de enero, caminó hacia la puerta pero Leticia lo detuvo.

—He estado marcando a la casa y nadie me contesta, ni siquiera Toñita.

Damián sabía que Toñita junto con los escoltas de la mansión tenía pocas probabilidades de tener contacto. Javier iba a interrogarlos y si había algo que no le gustaba, lo pagarían.

—Tal vez Javier la mandó a otro lado… Leticia debes entender que esa vida quedó en el pasado, ahora hay que trabajar para crear otra totalmente diferente y lejos de todo esto... Va haber personas que tal vez ya no vuelvas a ver.

Leticia aceptó con resignación, no había más que acostumbrarse y por lo pronto tomaría todo lo que le dijera Damián como buenos consejos.

Damián finalmente salió del departamento, no tenía bien en claro que hacer así que en el camino, llamó a Don Santiago, quien le ordenó que se vieran en otro sitio fuera de la mansión, era una bodega enorme donde Don Santiago guardaba los tráileres. Damián llegó a un lugar parecido a una nave industrial, su techo era demasiado alto casi como un hangar para aviones, y tenía la capacidad de albergar unos diez tráileres, sólo que el lugar ahora estaba vacío, Don Santiago se había encargado de esconder todo lo que pudiera incriminarlo o aun peor, que cayera en manos de sus enemigos de los cárteles. Damián esperaba ver a Javier con él, pero no fue así.

—Don Santiago… – saludó Damián.

—No tenemos mucho tiempo, ¿dónde está Javier? –  preguntó Don Santiago.

—No lo sé, pensé que estaría con usted – sospechaba de una fuerte resaca.

—Necesito que él esté presente, ahora que todo terminó tenemos que hacer un plan para desaparecer por un tiempo. Ya después veremos cómo levantar el negocio nuevamente.

—¿Cree que sea posible?

—Gaspar nos dio un golpe fuerte, pero no fulminante... Gaspar... Quién iba a pensar que él sería el traidor. Aunque pensándolo bien, era el único que podría hacerlo, fue un plan brillante, ponerme en contra de otros para que ellos hicieran el trabajo sucio… Pero se excedió, mira que atentar en contra de Leticia es algo que no permito a nadie. Afortunadamente tuve la suerte de encontrarte muchacho, bendito el día en que salvaste mi vida, pero más bendito el día que salvaste la de mi hija.

Damián tenía sus manos dentro de sus bolsillos, y en uno de ellos podía sentir la carta de Don Gaspar… No sabía qué hacer, por momentos sentía la necesidad de entregársela, pero el riesgo que corría Leticia lo impulsaba. Ella sólo estaba siendo víctima de una tonta venganza que debió terminar hace muchos años. Damián sabía que tenía varios caminos, pero todos involucraban peligro para alguien. Si entregaba la carta a Javier y se enteraba que Don Santiago mandó matarlo recién había nacido, podría tomar resentimiento y trataría de vengarse, por lo que Don Santiago sería el lastimado. Y si le entregaba la carta a Don Santiago, tal vez intentaría terminar lo que Don Gaspar no terminó y siendo Javier el fruto de un engaño entre su esposa y su mejor amigo, el lastimado, sin duda, sería Javier. Pero si dejaba las cosas así, todo este mal seguiría y también Leticia seguiría corriendo peligro mientras Alberto Montesinos estuviera vivo. Parecía que la decisión era fácil, si Alberto muere se acabaría todo, pero ¿Qué hay de Cecilia? ¿Se atrevería a matar al padre de la mujer que ama sin que ella sepa que era su padre y que estaba vivo? Era una infierno para Damián haber recogido la carta, tal vez hubiera sido mejor haberla dejado ahí en el fuego junto con su dueño y no tendría esta difícil decisión en sus manos, pero tampoco hubiera tenido la solución de acabar con todo esto, liberar a Leticia de su mal y finalmente poder estar con Cecilia. Era cuestión de decidir qué hacer... Tomaría el papel de juez y parte.

—Se acerca Javier, señor –  comentó Damián a un Don Santiago que cada vez parecía más intranquilo. 

—¡Al fin! – contestó.

Javier bajó de su auto, y para el que lo conociera podía notar que su apariencia no era la mejor en muchos años.

—Siento llegar tarde, tuve una complicación – Javier evitaba ver a Damián a los ojos; el dolor y el resentimiento eran muy fuertes.

—No tienes qué fingir conmigo, hijo… Siento mucho lo que pasó, mi dolor también es inmenso, pero tú mejor que nadie sabes qué era lo que tenía que pasar. Ya tendremos tiempo para lamentarnos y asimilar esa traición. Por ahora necesitamos alejarnos de aquí por un tiempo hasta que se tranquilice todo.

—¿Y cómo haremos que se tranquilice? Mucha gente desertó y puede traernos complicaciones – preguntó Javier.

—Son maleantes sin valor moral, lo único que sabían hacer bien era manejar, nadie les tomará importancia.

—Don Santiago, la traición de Gaspar fue más allá de lo que imaginábamos... – al decir eso, Javier parecía apenado, Damián se sorprendió y pensó que tal vez sabía algo de la carta.

—¿Qué quieres decir? – preguntó Don Santiago.

—En el incidente de Emanuel, pensamos que tal vez alguien de adentro pudo haber estado involucrado facilitando su entrada... Así que interrogué a los dos guardias en turno, y también a Toñita.

—¡¿Toñita?! ¿Es una broma? – reaccionó incrédulo Don Santiago.

—Siento decir que no, señor. Durante el interrogatorio a los dos guardias, ella comenzó a ponerse nerviosa, fue cuando sospeché, así que la presioné un poco y confesó… Toñita fue parte de un plan para destruirlo.

—¿Pero cómo fue capaz?... – dijo Don Santiago con el ánimo bajo – Todos estos años la sentí como una de las personas más fieles a mí... ¿Y me dices esto ahora? ¿La lastimaste? – a pesar de la traición, Don Santiago mostraba preocupación por ella.

—No fue necesario... Además no hubiera podido hacerlo.

—¡Dios santo! – Don Santiago suspiró mientras se pasaba una mano por su rostro – ¿Qué papel tenía ella en todo esto?

—Pasaba información de nuestras ubicaciones y movimientos a Gaspar.

—¿Te dijo algo de otra persona? – preguntó Damián.

—¿Cómo lo sabes? – preguntó Javier.

Damián estaba improvisando.

—Logré sacarle algo a Don Gaspar antes de su muerte… – Javier miró a los ojos a Damián, finalmente.

—¡¿Lo torturaste?! – dijo Javier con furia en sus ojos.

—Cálmate, Javier… No adelantes las cosas – dijo Don Santiago.

—No fue necesario hacerlo – respondió Damián – Al ver a Don Santiago ahí supo que todo estaba perdido y comenzó a hablar.

Javier lo miró y supo que Damián ocultaba algo. Conocía perfectamente a Don Gaspar y sabía que no era la forma en la que él actuaría.

—¿Así que hay otra persona? ¿Pero quién? – preguntaba Don Santiago al aire, su rostro mostraba duda y preocupación.

—Creo que la mejor pregunta sería, ¿por qué? – dijo Damián.

Don Santiago miró a Damián fríamente a los ojos, por un momento parecía que trataba de leerle la mente y se quedó unos segundos sin parpadear si quiera.

—Creo que ya tenemos mucho tiempo aquí, deberíamos de movernos – dijo Javier haciendo reaccionar a Don Santiago.

—Leticia ¿dónde está? – preguntó Don Santiago como si de pronto hubiera recordado que tenía una hija.

—Está en mi departamento junto con Yesenia... Están seguras ahí – contestó Damián.

—Esa pobre niña… Pero le debo más que mi propia vida, encárguense de que no le falte nada y explíquenle todo lo que sea necesario… En su caso ya no tiene importancia si sabe o no nuestros asuntos, ella está igual o peor.

—¿Qué hará usted, Don Santiago? – preguntó Javier.

—Prepararé todo para irnos, tú, Leticia y yo… Damián, afortunadamente tú lograste pasar inadvertido y podrás estar libre cuando quieras, sólo dame oportunidad unos días de asegurarme que Leticia no esté en peligro tanto física como legalmente y podrás irte sin ningún problema.

Javier y Damián se quedaron fríos con lo que escuchaban, ¿todo había terminado?

—¿Pero qué hay de la otra persona que Toñita y Gaspar comentaron? – preguntó Damián que presionaba la carta y sentía un alivio enorme al escuchar a Don Santiago decir esas palabras.

—Nos iremos tan lejos que no podrá encontrarnos… Leticia entenderá que es por su bien. Con todo lo que ha pasado espero me perdone… – Don Santiago caminó hacia su auto y sacó un bolso con dos teléfonos celulares – Toma, nos comunicaremos con estos celulares sólo una vez y sólo si yo te marco, no hagas llamadas con él y trata de pasar inadvertido, ya no busques a ese otro hombre, esto se acabó… Ahora ve con mi hija y dile que me comunicaré con ella en cuanto pueda… Vamos que tengo que cerrar este lugar. A ti, Javier te veo en la mansión más tarde, hay cosas que llevarnos de ahí… Trata de recuperarte.

Ambos jóvenes tomaron su auto y se marcharon del lugar. Damián no podía creer lo que pasaba, así como había entrado a este mundo, igual de rápido e inesperado estaba saliendo. Pensó que si así serían las cosas era mejor deshacerse de la carta y dejar todo ese enredo al olvido… Ya cada quien había hecho su vida con ese pasado que por más falso que fuera, había sido asimilado por todos los involucrados, a excepción del padre de Cecilia, claro está, pero con Leticia, Don Santiago y Javier lejos de aquí él no tendría a quien lastimar y con suerte se olvidaría de todo. Damián tomó la carta de su gabardina con la mano libre, mientras que con la otra manejaba y comenzó a arrugar la hoja justo cuando su teléfono celular sonó. Titubeó por un momento en cómo contestar, no era de su agrado usar el manos libres, así que metió la hoja de nuevo en su gabardina y contestó.

—¿Diga? – contestó Damián apurado.

—Hola…

El corazón se le aceleró de un segundo a otro, la voz de Cecilia dejó su mente en blanco por unos segundos.

—¿Cecilia? – hubo un silencio en el aire.

—¿Puedes hablar?

En instantes la mente de Damián se llenó de preguntas y un poco de resentimiento, y a diferencia de Leticia él no sabía por qué Cecilia se había ido sin decir nada.

—¿Por qué te fuiste? – preguntó él.

—Fui una tonta, perdóname por favor… Quiero hablar contigo… Tengo algo muy importante qué decirte.

—¿Estás en la ciudad?... Te he estado buscando todo este tiempo.

—Regresé, Damián, Leticia me ha contado todo y sé por todo lo que has pasado…Quiero disculparme y a la vez darte una noticia, pero no puede ser por teléfono. ¿Puedes pasar por mí al centro comercial que frecuento?

—En media hora estoy ahí.

Colgaron y una sonrisa apareció en el rostro de Damián, todo pintaba como él lo había imaginado, tenía el suficiente dinero para comenzar de nuevo a lado de la mujer que amaba, y lejos de toda esta vida en la que se había metido; el bar estaba en su mejor momento, tenía opciones y tenía libertad. Desabrochó su corbata y el botón de la camisa, y su sonrisa ahora era más clara; cambió la estación de radio y subió todo el volumen sin percatarse qué ritmo o idioma era la canción que sonaba, él sólo quería desahogarse, gritar de felicidad... Y lo hizo, sin sospechar aún cuál era la noticia que le esperaba.

Llegó al centro comercial y sus nervios eran cada vez más intensos conforme avanzaba por el estacionamiento. Ya había olvidado cuándo había sido la última vez que estuvo tan nervioso. Entró al lugar y la calefacción le obligó a quitarse el abrigo y la bufanda. Cuando caminó hacia la cafetería buscó a Cecilia pero no la veía, revisó cada una de las mesas y sólo eran rostros desconocidos; cuando pensó en buscar su celular para llamarle una suave mano tocó su hombro, y al dar la media vuelta pudo ver aquellos ojos color miel capaces de ablandar su corazón. Ambos quedaron hipnotizados, Cecilia quiso decir algo pero no podía, una lágrima acompañada de una sonrisa la detuvo; Damián no hizo más que tomarla fuerte entre sus brazos para después fundir sus labios con los de ella. Aunque el abrazo duró unos segundos para ellos fue como si fueran horas enteras, justo como la primera vez.

—Perdóname… Todo fue una confusión y una estupidez de mi parte – dijo Cecilia sin separarse de él.

—¡Me has hecho tanta falta! Eras mi soporte para estar en todo esto y te fuiste, ¿Por qué? ¿Por qué te fuiste?

—¡Por tonta, por celos!

—¿Celos? – Damián finalmente se separó de ella para verla a la cara – ¿Celos de qué, amor?

—Me da hasta pena decirte… Pensé que tú y Leticia...

—¿Leticia y yo? ¿Pero qué estás diciendo? ¿Qué te hizo pensar semejante cosa? Leticia es mi jefa...

—Y tu amiga – interrumpió Cecilia – Lo sé y no tiene nada de malo, pero ciertas cosas me hicieron dudar y tomé la decisión apresurada.

—¿Qué cosas?

—Una vez los vi abrazados cuando pasaron por mí al departamento, quise pasarlo por alto y tomarlo como unos celos comunes, pero después ella me dijo cosas que dieron a entender que empezaba a enamorase de un empleado, y de inmediato pensé en ti.

—Pero yo te amo a ti, te lo dije esa vez.

—¡Lo sé! Te digo que fui una tonta… Además tenía miedo de que algo pasara después de eso, por eso decidí alejarme.

—No vuelvas a hacer eso, por favor… Y menos ahora que todo será diferente.

—¿A qué te refieres?

Damián sonrió y acarició su rostro.

—Mi tiempo al lado de los Salinas Serrano terminó, Cecilia, y el tiempo contigo apenas comienza – dijo Damián.

—Prométemelo.

—Te lo prometo – Damián levantó su mano derecha.

Cecilia sonrió y bajó la mano de Damián llevándola a su boca para besarla.

—Sabes, eso me facilita mucho las cosas. Tengo algo muy importante qué decirte y quiero decírtelo antes de que otra cosa pase...

—¿Y qué es esa noticia? ¿Es algo malo?

—No, no es nada malo, al menos no para mí… De hecho es algo que me llena de felicidad y más ahorita que veo que estás bien...

Damián no entendía a qué se refería Cecilia quien sólo sonrió y acarició su rostro para después tomar su mano y colocarla en su vientre, por entre su ropa. Lo miró a los ojos y sonriendo le dijo las cuatro palabras mágicas y más significativas en la vida de un hombre.

—Vas a ser papá…

Una explosión de alegría y júbilo llenó el cuerpo de Damián, no podía creer lo que estaba escuchando; llevó las manos a su rostro y sin decir nada comenzó a llorar.

—¡Voy a ser papá! – Damián miró hacia arriba y tomó las manos de Cecilia para jalarla hacia él y abrazarla – ¡No puedo creerlo! ¡Te amo!

—¡Y yo a ti mi vida! Me alegra mucho que te dé gusto.

—¡Claro que me da gusto! Es la mejor noticia en años, no... ¡Es la mejor noticia de toda mi vida!

—Damián, nunca debí haberme ido… Tuve que estar contigo siempre, perdóname.

Ambos borraron su sonrisa por un momento.

—No digas eso – Damián miraba a Cecilia de frente – Fue lo mejor que pudiste hacer, amor… Hay cosas mías que tú tal vez...

—Leticia me contó todo, no tienes que darme explicaciones, pero también sé que todo terminó, así que comenzaremos de nuevo tú y yo.

—Hay cosas que no creo que te haya contado Leticia.

—No me importan, sólo hacías tu trabajo, proteger a mi amiga. De cierta manera me alegra que lo hayas hecho sin salir lastimado. Así que no hay nada que explicar. Por cierto, me gustaría verla antes de que se vaya ¿podemos ir con ella?

—Faltan días para que se vaya pero está en mi departamento... ¡Con Yesenia también! y para fines de protección, aclarando.

—Está bien, amor, lo sé – dijo Cecilia sonriendo.

—Ven, vamos… Le dará mucho gusto verte, le has hecho mucha falta.

Los dos salieron del centro comercial y caminaron un largo tramo sin encontrar el auto; Damián no había tomando en cuenta la distancia debido a los nervios que tenía antes de verla, y al parecer Cecilia pasó por algo similar pues su ropa no era la adecuada para la temperatura que hacía afuera.

—¡Qué frío hace! – dijo Cecilia temblando.

—Ten, ponte mi abrigo, no quiero que el niño vaya a salir con gripa incluida.

—¡Exagerado! – Cecilia sonrió y se colocó el abrigo que iba acompañado de un abrazo fuerte de Damián.

Cuando llegaron al departamento, éste lucía limpio como hacía tiempo que no estaba. Damián se preocupó un poco al notar lo solitario del lugar, y revisó el cuarto donde dormían las dos jóvenes, pero no estaban.

—¿Dónde estarán? – preguntó preocupado.

—Tal vez salieron a comprar algo, no te asustes – contestó Cecilia para tranquilizarlo.

—No debieron hacerlo… – Damián se veía molesto y asustado a la vez – Voy a llamar desde el cuarto para localizarlas... Siéntate y ponte cómoda, amor… En un segundo estoy contigo.

Cecilia estiró su mano para alcanzar la de él y le dijo con voz suave.

—Ellas están bien, has hecho un gran trabajo.

Damián le sonrió pero no dijo nada, sabía que no podía confiarse. Mientras él se dirigía a la habitación, Cecilia fue a la cocina y tomó una taza de café que parecía recién hecho, una prueba más de que ellas estaban bien. Tomó una silla y se sentó, de pronto recordó la situación por la que pasaba su amiga y la persona que ama, ahora entendía la preocupación de Damián, hacer llamadas de diferentes teléfonos debía ser complicado y sólo era una parte de su trabajo. Decidió ofrecerle su celular para llamar a Leticia, buscó en su bolso pero no lo encontró, pensó que estaba en el abrigo de Damián cuando salieron del centro comercial y efectivamente estaba ahí, sólo que al sacarlo tomó consigo una hoja maltratada y se dio cuenta que era una carta. Cecilia siempre había sido muy respetuosa con las cosas de otras personas, una educación dada por su padre irónicamente, pero la curiosidad es un mal con beneficios, al menos en unos casos, y Cecilia dudó dos veces en abrir esa carta, incluso casi la regresaba a su lugar, pero el destino en el que ella creía, le haría ver un nombre en el papel, así que acercó más la hoja y vio que decía "Sofía", el nombre de su madre, y sin más la abrió y comenzó a leerla. Cada palabra y cada renglón iban haciendo un hueco cada vez más grande en su corazón, comenzó a temblar y no daba crédito a lo que leía.

—¡No puede ser! – dijo.

Se puso de pie y se preguntaba, ¿Qué hacía Damián con esa carta? ¿Por qué no le mencionó nada? El impacto fue tal que sintió que todo le daba vueltas, su padre vivo, su madre asesinada, Leticia y Javier hermanos. El coraje comenzó a invadirla y sin darse cuenta ya apretaba el papel con toda su fuerza, quería gritar y llorar… Después trató de controlarse, por lo que tomó aire, limpió sus lágrimas y se armó de valor, si un día tenía que dejar atrás a la niña solitaria y tímida era el momento de hacerlo. Tomó su celular y salió decidida a enfrentar la verdad.

Subió al auto de Damián pero aún no sabía qué hacer, actuaba bajo la influencia del coraje que le provocó esa carta; cerró los ojos y trataba de entender todo, se sentía traicionada. Vio quien firmaba el manuscrito y decidió ir con él.

Luego de varios intentos para localizar a Leticia en su celular, finalmente sabía dónde estaban, habían ido a surtirse de comida para los días que estarían ahí; se encontraban a escasos locales del edificio de departamentos, y por supuesto no faltó el regaño de Damián quien les pidió que regresaran de inmediato. Cuando éste salió del cuarto para ir a la cocina se le hizo extraño no ver a Cecilia, se dirigió al baño que estaba entreabierto y tampoco la encontró en el otro cuarto. La llamó varias veces pero nunca contestó. Se dirigió nuevamente a la cocina y pensó por un momento “¿Se habrá ido de nuevo? ¿Se molestaría por estar aquí Leticia?” De pronto, algo le hizo reaccionar, vio su saco en la silla y Cecilia lo tenía puesto, ¿por qué saldría sin él si afuera hacía frío? Damián comprendió que algo no estaba bien, tomó su abrigo y esculcó sus bolsas, el temor de Damián se hizo realidad, la carta no estaba en su bolsillo.

—¡No puede ser! – gritó enfurecido arrojándolo al piso.

Tomó su celular y comenzó a marcar, Cecilia no contestaba. De pronto, la puerta se escuchó y Damián corrió esperando que fuera ella, pero las que entraron fueron Leticia y Yesenia quienes vieron la cara de Damián y las hizo asustarse.

—¡No me digas que estás molesto, sólo fuimos a dos locales...!

—¡Leticia... Cecilia! – Damián interrumpió a Leticia que se mostraba asustada y extrañada por el comportamiento de Damián – ¿La viste bajar?

—¡¿Cecilia está aquí?! No la vimos, ¿qué pasa, Damián? ¿Por qué estas alterado?

—Necesito que la localices y trata de que te diga dónde está… Es muy importante que lo hagas.

Damián tomó las llaves de su antiguo auto, y sospechaba a donde había ido Cecilia si leyó la carta.

—¿A dónde vas tú? – preguntó Leticia.

—A buscarla… Tengo un mal presentimiento – contestó Damián.

Leticia y Yesenia se vieron una a la otra sin saber qué era lo que estaba pasando.

—¿Qué esperas para marcar? – dijo Yesenia.

—¿Y qué voy a decir? – Leticia estaba confundida.

—No lo sé pero si Damián te dijo que lo hicieras es por algo.

Cecilia llegó al viejo panteón, bajó del auto tomando sólo su celular y vio que tenía seis llamadas perdidas. Quería regresar la llamada al ver que eran de Leticia, quería decirle todo lo que la carta decía, pero ¿Y si ya lo sabía? o ¿Era una víctima más como ella? no había tiempo para pensar. Cecilia dejó el celular en el auto y caminó hacia la entrada pero ésta aún tenía la cinta amarilla con la leyenda de “Precaución”. Fue entonces cuando levantó su mirada y observó la cabaña de Don Gaspar consumida por el fuego. Cecilia no podía creerlo, sintió decepción al verla y nuevamente tomó la carta.

—Perdóname, Leticia, pero tu padre debe pagar lo que hizo – susurró Cecilia.

Subió a su auto y se dirigió a la mansión de los Salinas Serrano, el odio le nublaba la mente, ¿qué podía hacer ella contra un hombre? Su celular sonó de nuevo, era Leticia una vez más, y finalmente contestó.

¿Cecilia? ¿Dónde estás? ¿Qué está pasando?

—Leticia, algo muy grave pasó y es el mal de todo esto – la voz de Cecilia era triste y angustiada.

Cecilia regresa para acá, no sé de qué estés hablando pero Damián está muy asustado… Te está buscando, dime dónde estás, por favor.

—Leticia, la muerte de nuestras madres no fue un accidente. ¡Dime que no lo sabías! Por favor… – Cecilia luchaba contra un nudo en su garganta.

¡¿Qué?!.

—Damián lo sabía y no me lo dijo, ¡Damián sabía todo, Leticia!

¡¿De dónde sacaste eso?!

—El tenía una carta de Don Gaspar donde viene todo, donde dice quién las mató... – Cecilia dudó, no podía decirle de golpe a su mejor amiga que su padre es un asesino – Leticia tengo que colgar… Amiga te quiero mucho, sólo espero no hacerte daño con todo esto.

Cecilia colgó sin decir nada más, minutos más tarde entró a la mansión sin ningún problema, no había guardias de seguridad y el portón estaba abierto; la casa se veía descuidada, no se veía ningún jardinero ni sirviente a los alrededores, y el camino estaba lleno de hojas secas de los árboles. Cuando llegó a la fuente que formaba la rotonda frente a la puerta principal, un auto estaba estacionado, era el de Don Santiago. Cecilia tomó aire y bajó decidida del auto para entrar a la mansión, nadie la recibió, el lugar estaba solo, y recordó el camino al despacho; no había sido muy común ir hacia ese lugar cuando vivía allí, pero aun así no tuvo problemas para encontrarlo, escuchó el movimiento de papeles, y como la puerta estaba un poco abierta, la empujó y entró.

—Don Santiago… – dijo Cecilia que al ver al hombre una dosis de adrenalina y odio le recorrió el cuerpo.

—¿Cecilia?... ¡Qué agradable sorpresa, hija! ¿Qué te trae por acá?... Pasa… Y disculpa que no te ofrezca nada pero voy de salida y no tenemos servidumbre, ¿ya te lo dijo Leticia?

—No he visto a Leticia en mucho tiempo, señor.

—¡Qué lástima! Desafortunadamente ella no está y no vendrá más por aquí… Nos vamos lejos, ojalá puedan despedirse.

Don Santiago hablaba mientras revisaba apurado los cajones de su escritorio sacando cosas y metiéndolas a un maletín.

—¿Se va huyendo?

—¿Perdón? – Don Santiago hizo una pausa en sus actividades mirando a Cecilia.

—¡¿Cómo fue capaz de hacerlo?! Matar a su propia esposa y aun peor, ¡intentar matar a un pobre bebé recién nacido! ¡¿Qué demonios es usted?!

No había indicios de color en el rostro de Don Santiago.

—¿De qué estás hablando, niña? – Don Santiago miró el papel que ella tenía en su mano.

—¡Usted mató a mi madre! ¡Y mató a su propia esposa! – los labios de Cecilia temblaban de rabia.

—Cecilia, escucha… No sé de qué hablas, pensé que ya habías superado la muerte de tus padres… Sé que ha sido duro para ti vivir sola todos estos años, necesitas...

—¡No me diga lo que tengo qué hacer! Lo sé todo, sé la verdad… ¡Sé que mi padre engañó a mi madre con su esposa! ¡Sé de ese hijo que nació de ellos!

La sorpresa de Don Santiago fue más que obvia.

—¿De dónde sacaste eso? – Don Santiago no dejaba de ver la carta en la mano de Cecilia, curiosamente él se enteró de ese engaño de la misma forma años atrás.

—Don Gaspar lo sabía todo, de alguna manera quiso que Damián lo supiera con esta carta ¿por eso lo mató, verdad? Vi su choza quemada, en las noticias mencionaron algo… Jamás pensé que fuera él pero ahora que lo sé, todo tiene lógica.

Don Santiago abrió el cajón lentamente mientras Cecilia hablaba.

—¿Damián lo sabía? – preguntó él.

—¡No lo meta en esto! Seguramente el pobre Gaspar vio en él la única salida y esperaba que él le ayudara a solucionarlo.

—¿Qué es lo que dice esa carta? Será mejor que me la des, Cecilia… Estás muy confundida.

—¿Quiere saber qué dice? ¡La verdad! La verdad que todo mundo sabrá en cuanto cruce por esa puerta… Sólo quise verlo a los ojos directamente, ver al asesino de mi madre cara a cara.

—Muy dentro de ti sabes que el escrito de un viejo muerto no podrá hacerme nada, Cecilia… Te pido me des la carta, te vayas a casa y dejemos todo esto en el olvido.

—¿Entonces es verdad? ¡Usted las mató!

—¡Yo no maté a Sofía! ¡Y jamás mataría a mi propia esposa! ¡Yo la amaba! Ella me traicionó con el imbécil de tu padre... ¡Mi mejor amigo! – Don Santiago suspiró y bajó la voz nuevamente –  Hay muchas cosas que no comprenderías jamás. ¿Amas a alguien, Cecilia?

—No es algo que le importe.

—No en realidad, pero a ti sí… Vete con él, hagan su vida, deja que Leticia y yo hagamos la nuestra. Ella con suerte amará a alguien y hará su vida también… Deja el pasado donde se merece estar, enterrado. Leticia ya ha sufrido mucho a costa de eso.

—Lo siento mucho por ella, pero sé que lo entenderá – Cecilia se disponía a salir.

—Lo siento mucho por ti, Cecilia... – Don Santiago sacó un arma de su cajón y apuntó a Cecilia – Me obligas a hacerlo… Si para mantener tranquila mi vida tengo que quitar otra, lo haré como siempre lo he hecho, sin importar quien sea. No me dejas más remedio…

Don Santiago accionó su arma con frialdad sin pensar quién estaba en frente de él, la bala fue directo al costado del abdomen de Cecilia quien cayó al suelo soltando la carta de sus manos. Don Santiago tembló al verla caer, se acercó a ella y tomó el manuscrito.

—Siempre te quise como una hija – le dijo.

Cecilia lloraba y respiraba muy rápidamente, Don Santiago se acercó más para darle un beso en la frente, y luego se puso de pie para leer el escrito. Su rostro comenzó a reflejar odio, su color regresó y sus ojos se cristalizaron tomando un color rojizo.

—Javier… – susurró.

Tomó un vaso con whiskey y se lo bebió de un solo trago. Después tomó aire y lo soltó tratando de tranquilizarse, leyó nuevamente la carta y no podía creerlo. Gaspar lo había engañado durante todos estos años, le hizo cuidar y aceptar al fruto de la peor traición que jamás haya vivido, escondió a quien se había convertido en su peor enemigo, trató de destruirlo y ocultó su parentesco con Clara, su esposa. Pero tenía claro que Gaspar había sido engañado de la misma manera que él. Alberto estaba vivo y era el culpable de todo. Ahora más que nunca el odio hacia él crecía inmensamente, pensó en Javier y una lágrima quiso asomarse en sus ojos pero la evitó; los recuerdos de un Javier joven y amoroso le venían a la mente, pero para Don Santiago era momento de borrarlos, él no merecía su amor ni su compasión, Javier era en sí el mal de todos los males aunque su corazón dijera otra cosa. Nuevamente estudió la carta durante unos segundos, leyendo las partes que más llamaron su atención; un frase en particular le hizo repetir su lectura “Su tumba ha sido su lugar de descanso en vida”, tenía claro a donde ir, pero ¿solo? Los sentimientos hacia Javier tambalearon en instantes y Damián, quien sabía de la carta y no se lo había dicho, conocía de la existencia de Alberto Montesinos y lo ocultó, la razón ahora la entendía y yacía en el suelo desangrándose lentamente. Si Cecilia y Damián tenían algún acercamiento, Don Santiago estaba en graves problemas. Tenía que relajarse, pensar las cosas y ver las posibilidades a su favor. Sacaría provecho de la situación, y sin más tomó su teléfono y marcó el número de Javier.

—¿Javier? soy yo, tenemos graves problemas... He averiguado quién es la persona que ayudaba a Gaspar.

Eso no tendría que ser problema, al contrario…

—Damián también lo sabía…  – Don Santiago habló rápido evitando que Javier analizara las cosas.

¿Damián?

—Sí y no nos lo dijo, por eso hizo el comentario en la bodega, quería sacarnos información… Nos ha traicionado, Javier… Quería ocultar todo e irse lejos.

¿De qué habla, Don Santiago? Tal vez esperaba estar seguro de lo que sabía. No daría un paso sin estarlo.

—Mira, hijo, no quiero ser insensible pero sé lo mucho que querías a Gaspar y creo que debes saberlo. Creo que Damián no es la persona que creemos, él torturó a Gaspar para sacarle la verdad de quien era el otro tipo con el que trabajaba… Gaspar le confesó el nombre de esa persona y al saber quién era decidió desertar.

¿Lo torturó? Damián dijo que no había sufrido… No pudo haberme mentido…

—Mintió, es tan bueno como tú en el estudio facial, no sé cuantas veces usó esa técnica con nosotros pero estoy casi seguro que lo hizo. ¿Sabes tú de alguna relación entre él y Cecilia, la amiga de mi hija?

Sí, no lo puedo asegurar, pero sé que él siente algo por ella, ¿pero qué tiene que ver Cecilia en todo esto?

—La otra persona que estaba con Gaspar y que Damián pensaba ocultarnos, imagino a petición de su amada novia es... Alberto Montesinos. El padre de Cecilia está vivo, Javier y es quien manipuló a Gaspar y ha intentado matarnos a mí y a Leticia.

¡¿Qué?! Imposible… – Javier mostro muy sorprendido – Pero su tumba, su sepelio...

—Todo fue falso, el cuerpo nunca lo vimos… Según Gaspar había quedado completamente calcinado. Desde entonces lo escondió y a lo largo de los años han planeado vengarse de mí, sin dar la cara el muy cobarde. Javier, Damián lo sabía y de cierta forma se lo dijo a Cecilia quien vino a reclamarme y a amenazarme con ir a las autoridades, y sabes que eso no lo podía permitir.

¿Qué fue lo que hizo, Don Santiago? Javier esperaba la peor respuesta.

—Lo necesario para el bienestar tuyo, el de Leticia y el mío. No puedo confiar en nadie más, necesito que vengas...

¡Cecilia!... ¿Mató a Cecilia?

—¡Escucha, Javier! Te necesito, tú sabes cómo es este negocio… Mira lo que Damián le hizo a Gaspar sin pensarlo, esto era necesario y lo sabes. Damián iba a seguir ocultando a Alberto y quién sabe qué otra cosa más planeaba hacer, ya viste de lo que es capaz. De no ser por lo ingenuo de Cecilia, jamás lo hubiéramos sabido.

Javier tardó en digerir todo lo que le había dicho Don Santiago, curiosamente había comenzado a sentir cierto aprecio por Damián después del tiempo que trabajaron juntos, y qué decir de Cecilia a quien en ocasiones hizo la función de su hermano mayor. Era una situación difícil, pero siempre había estado seguro a quién le pertenecía su lealtad.

¡Damián pagará por esto! Dígame qué es lo que tengo que hacer – de pronto una sonrisa malévola apareció en el rostro de Don Santiago cuando escuchó las palabras de Javier.

—Primero ven a la mansión y encárgate de Cecilia.

¿Qué hará usted?

—Creo saber dónde está el escondite de ese maldito… Echaré un vistazo solamente y después buscaré a Leticia y nos reuniremos en el hangar para salir del estado… Ya luego planearemos a dónde irnos y qué hacer con Alberto.

Tenga cuidado, Don Santiago, y si necesita algo sabe que lo haré sin pensarlo.

—Lo sé, hijo, lo sé… – los dos colgaron la llamada.

El plan estaba hecho, Don Santiago dejaría que Javier se encargara de Cecilia y Damián, y después se encargaría de él de una manera más sutil. Tomó unos papeles de su escritorio junto con su arma y se marchó, no sin antes mirar a Cecilia quien ya no respiraba.

—Es una lástima… – dijo en voz baja – Espero que te puedan enterrar en la tumba vacía de tu padre, porque de él no encontrarán ni un pedazo de su cuerpo – y se marchó.

Damián llegó al panteón pero no vio el auto que Cecilia había tomado, comenzaba a preocuparse y por dentro rogaba que Cecilia hubiera tomado la decisión de ir a la policía, eso le daría tiempo a él para esconderla y protegerla de un mal que temía encontraría si hacía un mal uso de la carta. Subió de nuevo a su auto y su teléfono celular sonó.

Damián... era Leticia.

—¿Lograste localizarla? – pregunto él con esperanza.

Sí, pero no la escuché bien, dijo cosas extrañas acerca de mi madre y la suya… Dijo que tú sabías quién las había matado... ¿Qué es lo que está pasando? ¿A qué se refería con todo eso?

Era la noticia que menos esperaba oír Damián.

—Leticia, ¿tu padre o Javier se han comunicado contigo?

No, ¡pero dime qué pasa! ¿Por qué Cecilia dijo todo eso? ¿Dónde estás?

—Me dirijo a la mansión – Damián sentía un escalofrío en todo su cuerpo, un presentimiento.

¿A la mansión? ¡Creí que no debíamos ir para allá!

—Leticia... Temo por el bienestar de Cecilia, tengo que colgar… Por favor no vengas para acá.

Damián colgó su celular, sabía que Leticia seguiría cuestionándolo y no era el momento para ello. Cada kilómetro que Damián recorría sentía que su estómago giraba como en una licuadora, comenzaba a sentir mareos, sudaba frío, y el camino daba la impresión de no avanzar, cada auto que se atravesaba sentía que le quitaba horas de tiempo. Cuando finalmente llegó a la mansión, dejó el auto estacionado sobre la calle unos metros antes de la entrada, ingresó sin problemas y recorrió el largo pasillo de árboles, siempre alerta para no ser visto. Cuando llegó a la rotonda de la entrada principal, no vio a nadie vigilando, pero no se confió, corrió hacia la puerta de la mansión que estaba cerrada, e introdujo su tarjeta de seguridad para abrir la puerta. Adentro todo estaba en silencio, pero su escalofrío regresó, trató de controlar la respiración y estar relajado, necesitaba estar concentrado. Sacó su arma y subió por las escaleras dirigiéndose al pasillo que daba al despacho, lo recorrió sin problemas y al estar frente a él vio que la puerta estaba abierta; poco a poco se acercó y cuando se asomó vio la figura de una mano en el suelo, su sangre le bajó hasta los pies, abrió por completo la puerta y vio la peor imagen de su vida: el cuerpo de Cecilia estaba en el piso rodeado de un charco de sangre.

—¡No, Dios mío! ¡Cecilia! – Damián gritó y se tiró al piso para abrazarla – ¡Mi amor! ¡No por favor, Dios mío, no! ¡¿Quién te hizo esto?! ¡Cecilia, háblame por favor!

Cecilia reaccionó a la voz de Damián, y lentamente intentó abrir los ojos. Pareciera que había estado guardando la última parte de su alma para decirle a Damián algunas palabras.

—Da... mián, el... panteón – las palabras apenas y se escuchaban, parecían más un suspiro.

—¡Estás viva! Dios mío gracias – Damián tomó su celular para llamar a emergencias pero Cecilia seguía intentando decirle algo.

—El bebé... te... amo...

—¡Yo también te amo, pero no hagas esfuerzo por favor! – el llanto de Damián era incontrolable.

De pronto los ojos de Cecilia se abrieron por completo mirando a la nada, y exhaló sonriendo.

—Te estaremos esperando...

Su cuerpo perdió la poca firmeza que tenía y su mano cayó al suelo. Aquellos ojos miel que alguna vez brillaron ante el amor, se cerraron para siempre. Cecilia había muerto.

—¡Cecilia! ¡Cecilia! – Damián gritaba y lloraba inconsolable con el cuerpo de su amada entre sus brazos – ¡Mi amor no te mueras, por favor! ¡Cecilia, no!

El llanto de Damián hacía eco en la gigantesca mansión, y luego un silencio profundo se apoderó del lugar como si el alma de Damián hubiera abandonado su cuerpo junto con el de Cecilia. Se quedó por unos segundos con su rostro en el cuerpo de ella, después levantó su cabeza y sus ojos miraron al piso. Lentamente levantó el cuerpo de Cecilia y la colocó en el sofá del despacho. Sacó su arma sin dejar de mirar a su amada y la tiró lejos de él.

—Te voy a dar dos opciones... – dijo Damián en voz alta ronca y profunda, parecía la voz de un demonio que tenía dentro de él – Disparas y te haces un favor, o me haces el favor a mí de matarte con mis propias manos.

Javier se encontraba detrás de él apuntando a la cabeza de Damián cerca de la entrada.

—¿Qué se siente Damián? ¿Creíste que todo sería bueno para ti? Quitando vidas sin pagar al menos una... Esto no es así.

Damián se giró lentamente, y Javier pudo ver los ojos rojos de Damián perdidos en una furia incontrolable.

—No me has dicho qué escoges, Javier – dijo Damián caminando lentamente hacia él, mientras su voz retumbaba en el despacho.

—¡Torturaste a Gaspar! – gritó Javier enfurecido apuntando con su arma – ¡Supiste quién era el que quiso matar a Leticia y pensabas ocultarlo! ¡Siempre supiste de Emanuel y de lo que le hizo, y nunca hiciste nada!

—¡¿Qué esperas para disparar?! ¡Dispara! – gritó Damián.

Javier apretó los dientes con fuerza y arrojó su pistola hacia un lado para lanzarse contra Damián con una patada que logró cubrir. La lucha comenzó, Damián respondió con otra patada dirigida a las costillas de Javier y éste se dobló pero no cayó al piso, nuevamente se lanzó contra Damián tomándolo de la cintura para arrojarlo contra el escritorio y le dio un fuerte golpe en el rostro; Damián se cubrió el siguiente y contestó con una patada en la cabeza de Javier logrando ponerse de pie. Ambos dieron otro golpe y siguieron la técnica de dos boxeadores en el round tratando de derribar a su oponente. Los dos sangraban de la cara, y Damián sentía que perdía en el intercambio porque Javier era más fuerte que él. Damián cortó el intercambio girando su cuerpo y cuando le dio la espalda a Javier, estiró su pierna y la patada fue directamente a su mandíbula. Aturdido por el impacto, Javier dio dos pasos atrás y Damián aprovechó para darle un golpe seco nuevamente en la mandíbula, el cual hizo caer a Javier. Damián se lanzó sobre él y comenzó a golpearlo con toda su fuerza mientras éste se cubría; en un acto desesperado, Damián tomó el cuello de Javier y lo apretó con toda su fuerza. Lágrimas de desesperación cayeron de la cara ensangrentada de Javier, mientras Damián lloraba de rabia y sentimiento al mismo tiempo.

—¡¿Por qué ella?! ¡¿Por qué la mataste?!

Javier luchaba por su vida. De pronto un grito y unos brazos rodearon a Damián rogándole piedad. Leticia había llegado.

—¡Damián suéltalo! ¡No lo hagas, por favor, te lo suplico!

—¡Quítate! – de un movimiento, Damián tiró a Leticia al suelo y Javier aprovechó el momento para quitarse a Damián de encima. 

Damián se puso de pie y tomó el arma de Javier para apuntarle, estaba decidido a disparar.

—¡Damián no lo hagas! ¡Te lo ruego! – clamaba Leticia desesperadamente.

—¡Él mató a Cecilia!... ¡Y mató a mi hijo!

Leticia reaccionó y vio el cuerpo de Cecilia tendido en el sofá. No podía creer lo que veían sus ojos y comenzó a llorar mientras se lanzaba contra Javier para golpearlo.

—¡¿Por qué la mataste?! ¡¿Qué has hecho?! ¡Mataste a Cecilia!

—No, Lety...  – Javier se comenzaba a recuperar, pero batallaba al hablar – Lety, yo no fui...

Leticia reaccionó a las palabras de Javier y dejó de pegarle.

—¡Quítate de ahí, Leticia! – dijo Damián cargando la pistola.

—¡No, espera!... ¡Él no fue!... ¡Me lo está diciendo!... ¡Él no lo hizo!...

—¡Quítate! – gritó Damián.

—¡No! Tendrás que matarme a mí también, Damián.

Javier hizo un esfuerzo para levantarse, y continuó defendiéndose.

—Leticia... Yo no maté a Cecilia… – Damián lo veía fijamente y no sabía qué hacer.

—¿Lo ves? Él no fue… Él sería incapaz… – dijo Leticia.

—Tú no sabes de lo que es capaz… – contestó Damián.

—¡Pero jamás lastimaría a Cecilia!

Javier volteó a ver a Damián mirándolo a los ojos.

—Sólo dime… – Javier recuperaba poco a poco la voz y la fuerza – ¿Hiciste eso con Gaspar? Pensabas ocultar a quien intentó matar a Leticia.

—Jamás le haría daño a Leticia y tú lo sabes, no soy tan frío como tú. Buscaba otra solución, y mira lo que pasó – a Damián le temblaron los labios y las lágrimas fueron inevitables – Mataste a la mujer que amo... ¡A la mujer que me daría un hijo!

—¡Yo no maté a Cecilia, pero sí pensaba matarte a ti! Nos traicionaste e involucraste a la pobre de Cecilia.

—¡Yo no la involucré!

—¡¿Entonces qué hacía aquí?!

Leticia se levantó y caminó hacia el cuerpo de Cecilia, se hincó llorando mientras acariciaba su cabello.

—El destino quiso que fuera así… – el tono de Damián mostraba signos de resignación.

—¡¿El destino?!

—El destino en el que ella tanto creía... Por el que creyó que estábamos juntos, y ése es ahora el que me la quita.

—¿De qué hablas? – Javier estaba confundido, el dolor no dejaba que su mente trabajara.

—Existe una carta que Don Gaspar escribió... Estaba dirigida a ti y en ella vienen secretos que se guardaron durante muchos años… Secretos que son el origen de todo este mal… Cecilia la tomó por accidente cuando la tenía guardada en mi abrigo.

—¿Una carta? ¿Entonces es verdad?... Alberto Montesinos, el padre de Cecilia, ¿está vivo?

Leticia volteó sorprendida y miró a Damián esperando que confirmara esa pregunta.

—Y no sólo dice eso... – Damián dudó pero para ese momento ya nada importaba, guardó su arma y miró a Leticia – Tu madre traicionó a tu padre, Leticia, fue hace muchos años... Y con el padre de Cecilia tuvo un niño… Cuando tu padre se enteró, dio la orden a Don Gaspar de asesinarlo, pero él no pudo hacerlo porque ese niño… Era su propio nieto.

—¿Su nieto? Entonces eso quiere decir que...

—Don Gaspar era tu abuelo de sangre, Leticia, pero tu madre jamás quiso que se supiera.

—¡Mi abuelo! – la sorpresa de Leticia fue mayúscula.

—¿Y dónde está ese niño? – preguntó Javier sólo para confirmar su sospecha.

—Eres tú, Javier – dijo Damián – Tú eres el fruto que ha llevado todo a esta locura.

—Entonces eso quiere decir que...

—Que tú y Leticia son medios hermanos, así como también lo eras de Cecilia… Don Gaspar era su abuelo de sangre…

Javier agachó la cabeza y trataba de comprender todo lo que Damián le decía; luego miró a Leticia pero no pudo mantener su mirada, sentía pena. De igual manera, comprendió algo que era igual de importante y que de alguna manera lo hacía sentirse peor.

—Don Santiago tiene esa carta, ¿no es así? – preguntó Javier muy triste.

Damián lo miró y aceptó con un movimiento de cabeza. Parecía tranquilo pero no lo estaba, entendió que estaba frente a la persona equivocada.

—Él quería esto... – dijo Damián – Sabes lo que tengo qué hacer. Sólo necesito que me confirmes si fue él, por favor.

Leticia se levantó y tomó a Damián de los brazos, mientras trataba de quitarle el arma con flojas intenciones.

—¿Damián qué vas hacer?

—Lo siento, Leticia – Damián y Javier se miraron a los ojos, los dos entendían lo que pasaría.

—No, Damián, por favor no lo hagas... ¡Es mi padre! No te conviertas en lo que él es – le decía Leticia buscando un poco de piedad.

—Dale un entierro digno a Cecilia, te lo ruego, Leticia.

Damián le ofreció una mano a Javier para levantarse y los dos quedaron frente a frente.

—Siento mucho todo lo que está pasando y decirles esto en estas circunstancias: tal vez no estamos destinados a tener una vida tranquila.

—Cuídate... hermano – Javier le dio una palmada en el hombro a Damián.

Damián miró a Cecilia y se formó un nudo en su garganta, era la última vez que la vería y se despidió de ella recordando las últimas palabras que le había dicho: Te estaremos esperando.

Leticia intentó por última vez detener a Damián pero Javier la tomó de los brazos. Damián se marchó finalmente en busca de Santiago Salinas... su enemigo.

Leticia y Javier se quedaron solos con el cuerpo de Cecilia y se miraron el uno al otro. Leticia se acercó para abrazarlo pero éste se negó, no podía abrazarla como él quisiera, no podía amar a su propia hermana, así que tenía que alejarse… Para Javier todo había terminado.

—Javier necesitamos estar unidos.

—No, Leticia, no podemos, al menos no por un tiempo… Estaré contigo hasta que esto pase y después me iré lejos… No puedo ponerte en riesgo nuevamente, no puedo estar a tu lado sin verte...

—No me dejes sola... No otra vez… – Leticia tomó la mano de Javier quien por un momento sintió la necesidad de abrazarla, pero finalmente salió del despacho.

Leticia ya no insistió, y miró el cuerpo de Cecilia.

—¡Perdóname, amiga!... ¡Perdóname por todo!

Leticia tomó el teléfono del despacho y marcó el número de emergencias.

Emergencias.

—Necesito ayuda, fuimos atacados en mi propia residencia... –  a Leticia se le cortaba la voz Mataron a mi amiga y mi guardaespaldas está muy golpeado… Manden una ambulancia, por favor – Leticia dio su dirección y colgó. Después, mientras veía una fotografía de ella cuando era niña junto con sus padres, miró a Cecilia y decidida fue a buscar a Javier.

En el panteón un hombre caminaba apurado, el gorro de la chamarra le tapaba el frío y llevaba una bolsa grande y una maleta colgada en su espalda. Se dirigía a la tumba siguiente justo al lado de la de Sofía Díaz, su ex esposa, donde se detuvo por un momento.

—Nunca debí de haberte engañado... – la gruesa voz de Alberto Montesinos tenía un eco de arrepentimiento – Pero amaba a Clara, y siempre la amé. Perdóname, fuiste muy buena conmigo...

Caminó detrás de la tumba que contenía su nombre grabado, y quitó un arbusto grande que dejó ver una puerta; le dio un fuerte golpe en uno de los extremos y ésta se abrió, parecía la entrada a una catacumba. Tenía de profundidad algunos cuatro metros y sólo tenía un foco en el centro del lugar, el cual estaba rodeado de barrotes que servían de muros. Dentro tenía lo necesario para vivir: cama, frigo bar y hasta una pequeña televisión. Un trabajo digno de apreciarse. Alberto tomó lo que pudo del frigo bar, y echó a la mochila la televisión junto con un radio, una lámpara de mano, ropa y un frasco que contenía dinero en efectivo que a simple vista parecía una buena cantidad.

Apurado apagó la luz y subió las escaleras pero no sin antes echar un vistazo; cuando vio que no había nadie, salió por completo y cerró de nuevo colocando el arbusto por encima de la puerta.

—Nunca hubiera creído en lo que te has convertido... amigo.

Alberto se quedó inmóvil, de la parte de atrás de la tumba de Clara, la figura de Don Santiago aparecía como un fantasma ante la mirada atónita de Montesinos.

—¿Tú? ¿Pero cómo supiste…?

—¿De tu escondite? ¿De qué has estado vivo todo este tiempo?... Digamos que con la ayuda de un viejo amigo y aliado – Don Santiago sacó su arma y le mostró la carta a Alberto – Siempre fue un hombre inteligente… Construirte un lugar donde esconderte bajo la tierra, sólo alguien como él sería capaz de eso.

—Siempre fue el mejor aliado que tuviste – dijo Montesinos con una sonrisa disimulada mirando la carta fijamente.

—¡Y tú lo pusiste en mi contra! Le mentiste diciendo que yo maté a Clara cuando todos estos años pensé que era un capricho de Dios habérmela quitado por atentar en contra de su hijo… Ahora entiendo que tú fuiste quien la asesinó, junto con tu propia esposa.

—Ojo por ojo, Santiago… Ella jamás debió permitir que hicieras eso con el niño. Pero no sabía que Sofía iría con ella en el auto… De haberlo sabido, nunca hubiera cortado los frenos.

—¿No debió permitirlo? ¡¿Y qué querías que hiciera?! ¿Cómo iba a evitarlo? ¡¿Corriendo a tus brazos?!

—¡Que lo protegiera con su vida! ¡Yo hubiera dado la vida por ese hijo!

¿Cómo? ¡¿Escondiéndote?! ¡Bonito padre tendría el bastardo! Yo te hice lo que eras y me pagaste de esa manera, y encima no fuiste capaz de enfrentarme, tuviste que engatusar a un pobre viejo que no tenía nada qué ver con esto. ¡Mataste a su hija y todavía lo engañaste poniendo en riesgo la vida de sus nietos!

—¿Sus nietos? – Alberto dudó por unos segundos – ¿Qué demonios dices?

—Gaspar era un asesino, pero jamás mataría a una persona libre de pecado... Jamás dañaría a su propia familia y haría todo por ella. Él era el padre biológico de Clara, creo que eso ya lo sabías, es por eso que siempre fue fiel conmigo, quería estar cerca de su amada hija, cuidarla, pagar por su ausencia. Clara sabía que yo no permitiría que ese niño viviera y le hizo prometer que cuidaría de él... Y lo hizo hasta los últimos días de su vida, cuidándolo de nosotros dos.

—¿¡Qué locura estás diciendo?! – Alberto analizó las cosas y de pronto entendió todo – Javier es...

—¡Tu hijo! ¡Todos estos años he estado cuidando a tu maldito hijo! Llegué a quererlo como tal… Tú me quitaste el derecho de tener un heredero el día en que nació… Pero yo nunca pierdo, Alberto y tú lo sabes.

—¡Es imposible! Javier no puede ser mi hijo, el murió… Tú lo mandaste matar.

—¡Por supuesto que lo mandé matar con Gaspar! Pero el viejo tenía corazón y en lugar de matarlo lo cuidó durante años... Él no podía matar a su propia sangre. Después de regresar de Europa llevó a Javier a mi casa… Ocho años después llevó a un niño de ocho años... Mi estúpida confianza hacia él no me dejó imaginarme que era el mismo niño.

Alberto Montesinos dejó caer su bolso, su mirada parecía perdida junto con su mente.

—Javier... Mi hijo... – decía justo cuando una sonrisa aparecía en su rostro – ¿Dónde está? ¿Le has hecho daño?

—No... pero lo haré, como lo hice con la última portadora de esta carta.

Alberto miró la carta en la que podían verse manchas de sangre en el papel.

—¿Portadora? ¿Qué has hecho, Santiago? ¿De quién hablas?

—¡Habla de Cecilia! – gritó una tercera voz.

Los dos hombres voltearon sorprendidos, la tercera voz impresionó a Don Santiago quien sacó otra pistola de su gabardina y apuntó a ambos, uno en cada lado.

—¡Damián! Así que lograste vivir.

—Lo suficiente para verlos morir a ustedes dos juntos – Damián también apuntaba su arma.

—¡Qué lástima, muchacho! Pudiste hacer  muchas cosas a mi lado.

—¡Ella esperaba un hijo mío! – la rabia salía de los ojos de Damián.

Alberto Montesinos quien aún no asimilaba lo que escuchaba, reaccionó al oír las últimas palabras.

—¿Cecilia mi hija? ¿Embarazada? ¡¿Mataste a mi hija, Santiago?!

—Ojo por ojo, Alberto – Don Santiago sonrió mirándolo.

En ese momento, Damián sintió el vibrar de su teléfono celular y cuando vio que los dos hombres estaban distraídos, disparó su arma apuntando a la pierna de Don Santiago quien cayó hincado accionando sus armas; Damián se movió desapareciendo entre las tumbas, mientras que Alberto Montesinos fue herido de un brazo, pero aún así tomó su arma que estaba en el bolso y comenzó a disparar.

—¡Allá están... disparen! – una voz diferente a la de los tres hombres surgió de repente.

El grito de un oficial del ejército se escuchó entre los árboles que dividían el corredor del panteón con el área de las tumbas. Un convoy de soldados había sido avisado de una balacera, así como del posible lugar donde se escondían los pistoleros. Don Santiago no sabía lo que estaba pasando por lo que comenzó a disparar sin ver de quién se trataba. Alberto Montesinos intentó huir pero la certeza de los soldados es incomparable, así que recibió al menos cinco balas que lo hicieron caer sobre la tumba que por mucho tiempo había llevado su nombre esperando el día en que le hiciera honor.

Don Santiago tirado en el suelo, no dejó de disparar hasta que sus armas se vaciaron; estaba perdido, abrió los ojos y vio a lo lejos la figura de un hombre; poco a poco se levantó sin dejar de mirarlo hasta reconocerlo, y la persona que una vez había salvado su vida, ahora lo entregaba a la muerte. Los dos se miraron durante unos segundos, y de pronto todo giró alrededor de Don Santiago como si estuviera en cámara lenta… Era su fin. Una bala atravesaba su pecho, seguida de muchas otras, miró a Damián regalándole una sonrisa. Finalmente el cuerpo de Don Santiago cayó inmóvil en el suelo.

“Ya cayeron dos”, “¿Dónde está el tercero?”, “¿Lo pueden identificar?”. Los gritos de los soldados organizándose entre ellos era el único ruido que existía en el panteón. Se acercaron para confirmar que los dos hombres estaban muertos.

Con Santiago Salinas Serrano y Alberto Montesinos Guerra tirados sin vida frente a las tumbas de sus esposas Clara y Sofía, terminaba una larga y destructiva cadena de traiciones que separó a dos familias hasta llevarlos a la muerte; los motivos no se pueden justificar, pues el simple hecho de quitar una vida es repugnante y reprobable, lo que sí es innegable, es que nos mostraron qué tan oscuro y cruel puede llegar a ser el amor. Alberto Montesinos amó a Clara aun muerta, llevándolo al borde de la locura al saber la supuesta muerte de su hijo. Y Don Santiago perdonó la traición de su esposa, muy a su manera, pero lo hizo.

La llegada de la milicia al panteón no fue cosa de suerte. Damián había recibido la llamada de Javier cuando tomaba su auto diciéndole que había convencido a Leticia de dar las señas de un auto propiedad de Don Santiago un minuto después de que ella llamó a seguridad para reportar el tiroteo. Damián escogió ese auto sustituyendo al suyo y se dirigió al panteón; cinco minutos después, Yesenia, por órdenes de Leticia, habló de nuevo y reportó el mismo auto con un hombre armado en las cercanías del panteón. Damián dejó el portón abierto y el auto visible facilitando al convoy su búsqueda. Esperó escondido unos minutos planeando su escape, así como el momento preciso para salir y dar la cara; la suerte estuvo a su favor tomando en cuenta que Don Santiago no disparó de inmediato. Y justo cuando la milicia llegó al lugar y vio el auto, así como los sellos de precaución rotos, fue entonces que Yesenia, quien estuvo vigilando, llamó a Damián que tenía su celular en la opción de vibrador, dándole la señal de darse a conocer. Damián disparó sin apuntar para iniciar lo que ya había terminado.

Todo fue una idea genial de Javier a pesar del corto tiempo que había tenido para planearla. Dejar que otros hicieran el trabajo, tal y como lo hizo Gaspar, así Damián no se mancharía las manos matando al padre de su amiga y al padre de la persona que amó. El plan salió a la perfección. Era el fin de una historia de amor, terminada en tragedia.

Dos semanas después...

Un frío seco cubría la ciudad que comenzaba a despertarse y a revivir nuevamente el tráfico pesado con el inicio de las actividades cotidianas, marcando el fin de las vacaciones invernales. Las puertas del panteón permanecían abiertas de siete de la mañana a ocho de la noche, ya sin el listón amarillo que permaneció durante algunos días bloqueando el acceso. Leticia estacionaba su auto para dirigirse a la parte privada del panteón donde sus seres queridos permanecían en eterno descanso, llevaba consigo diferentes tipos de flores en varias tonalidades. El nuevo cuidador del panteón apenas y la saludaba disimuladamente, a pesar de que sabía quién era. Leticia llegó a la parte cercada donde había cinco tumbas, dos de ellas estaban detrás de las tres primeras; depositó una cantidad de flores en la tumba de su madre, una en la de Sofía Díaz y las últimas en la más bella de las tres, la de Cecilia Montesinos Díaz, su mejor amiga.

—Voy a extrañarte... – dijo mirado la tumba de Cecilia – Y a ti también, amigo.

—Hiciste las cosas muy bien.

Un Damián con el pelo corto y usando una gabardina negra apareció detrás de la tumba de Cecilia, la cual era alta y majestuosa, y tenía una leyenda que decía: “Que el destino haya escogido un mejor lugar para ti”.

—Nunca estuve de acuerdo con esa leyenda – dijo Leticia que no se sorprendió al ver a Damián.

—Ella basaba su vida en esa creencia. Si pudiera... Creo que te lo agradecería.

—Sé que jamás te volveré a ver… Pero quiero que sepas que tu bar está en buenas manos.

—Ya no es mi bar, ahora te pertenece y me siento feliz de que así sea.

—En realidad no tengo mucho tiempo de ir, he estado haciendo mucho tratando de limpiar el nombre de mi madre y el mío, además de todo lo legal que surgió después de la muerte de papá. Pero Yesenia y Don Pedro lo manejan de maravilla apoyados legalmente por Beto… El pobre aún no supera la muerte de Cecilia, como muchos.

—Espero que puedas ver por ellos de vez en cuando, fueron mi única familia durante muchos años.

—Claro… ¿Supiste que encontraron a la familia de Emanuel? Están muy graves pero al parecer se salvarán. No hay de qué preocuparse por Yesenia, estará bien… La madre de Emanuel atestiguó en contra de Alberto Montesinos, al igual que Toñita y el caso se cerró. Toñita regresó a su pueblo después de eso, la pobre no pudo con tanta presión.

Damian veía la tumba de Cecilia y acariciaba su nombre, dirigió su mano a un ángel grabado en la misma y en su cabeza imaginó escuchar la risa de un bebé.

—Leticia, haber trabajado a tu lado me hizo ser el hombre más feliz del mundo, aunque sólo haya sido por tan poco tiempo… Conocí al amor de mi vida y, por un pequeño pero significativo momento, me hizo sentir la dicha de ser padre… Esos momentos no se borrarán de mi cabeza nunca… Quiero que hagas que todo esto haya valido la pena, deseo que encuentres a alguien y tengas hijos, que vivas lo que nosotros no pudimos vivir, que seas feliz en honor a Cecilia, que su muerte haya sido el nacimiento de la felicidad en ti. ¿Puedes prometerlo?

—Te lo prometo... – Leticia abrazó a Damián – Seré la mejor persona que pueda en honor a ustedes. Gracias por salvarme... Gracias por todo.

Leticia le dio un beso en la mejilla a Damián quien no mostraba gesto alguno en su rostro; era un Damián más frío y seco. Se separó de Leticia para marcharse pero ésta no lo soltó.

—Creo que esto te pertenece... – Leticia sacó una rosa roja de papel que se veía un poco maltratada – Estaba en sus cosas.

Los ojos de Damián se cristalizaron y en su mente recordó el día que se la dio a Cecilia.

“Hace cuatro días no te conocía y hoy por poco morimos juntos, de cierta manera es una historia salida de la nada y el amor sale de historias. El día que los pétalos de esa flor se desprendan por sí solos, dejaré de creer en eso y será el día en que esta historia termine”.

Damián tomó la flor y la guardó en su gabardina mientras se alejaba. Leticia sólo lo miró hasta que se perdió entre los árboles del panteón y nunca más volvieron a verse.

Más tarde, Leticia llegó a una cafetería. La mesera del lugar se acercó ofreciéndole el menú, era la misma chica que alguna vez la había atendido, aquella que se había sonrojado con la presencia de Damián. Leticia la reconoció de inmediato.

—Disculpe... – un hombre joven y apuesto de unos 28 años se acercó a Leticia – ¿Es usted Leticia Salinas?

—¿Es usted reportero? – contestó Leticia a la defensiva.

—No, por favor no me mal entienda, señorita… Yo la reconocí y quise acercarme… Soy Érick Rosales, ingeniero industrial, dejé mi información hace más de un mes en una de las empresas Salinas Serrano y la vi ahí… Desde entonces he querido hablar con usted pero parecía más fácil que ir a la luna.

—Si su información está ahí, hay un departamento que se encargará de verla – Leticia ponía sus límites en cada momento.

—En realidad no creo que lean mi información… Vi cómo su secretaria ponía el folder en un cajón lleno de papeles… Sólo quiero pedirle el favor de leer esta propuesta, ya a estas alturas no me importa si me la copian, sólo quiero saber si es buena.

El hombre sacó un folder y se lo entregó a Leticia.

—¿Cargas con uno siempre o me has estado siguiendo?

El chofer de Leticia quien no bajaba del auto a menos que ella lo pidiera o se viera en alguna situación incómoda, se acercó y tomó al hombre del brazo. Leticia leyó el documento.

—No quise molestarla, señorita, me disculpo por mi atrevimiento.

—Por favor deje en paz a la señorita – dijo el guarura al mismo tiempo que lo jalaba para retirarlo del lugar.

—No espera... – dijo Leticia para después dirigirse a Erick – ¿Tú escribiste esto?

—Así es, señorita, de principio a fin.

Leticia lo miró con admiración, no se había tomado la molestia de siquiera verlo a los ojos.

—Está bien... Te espero mañana en mi oficina. Llega temprano… – Leticia le entregó el documento y le regaló una sonrisa.

—¡Muchas gracias! Le juro que no se arrepentirá, señorita Salinas.

El hombre se fue emocionado y feliz, y la mesera que se había mantenido al margen de la escena se acercó finalmente para entregarle su café.

—¿Es guapo, no crees? – preguntó Leticia a la joven.

—¡Me gustaba más el otro de pelo largo! – contestó la joven sonriendo quien ya había reconocido a Leticia.

—No me refería al guardaespaldas...

Finalizó Leticia, mostrando en sus ojos la esperanza de un nuevo comienzo.