Introducción
Bar “La Esperanza”
Época actual
México, sin duda un país hermoso, el décimo quinto más extenso del mundo con recursos naturales envidiables, con una gran diversidad climática y gente trabajadora y honesta… Bueno, al menos la mayoría de ella. Si tomamos en cuenta el mal manejo de sus dirigentes y la pobreza a la que éstos han llevado al país por años, confirmaríamos que sí, la mayoría es honesta y trabajadora, sin embargo, hay un dicho muy común aquí en este país que dice: “El hambre es cabrona… y más el que la aguanta”. Basándonos en este dicho comprenderíamos las decisiones que toman ciertas personas, mas no las justificaríamos, decisiones que pueden cambiar el rumbo de nuestras vidas para bien o para mal.
Damián Romero Garza es un hombre solitario, sus amigos los cuenta con una sola mano, está cerca de cumplir los 32 años de edad aunque en realidad aparenta como cinco años más. Alto de estatura y de cabello castaño que deja ver algunos rubios con los rayos del sol en su larga cabellera, tiene la piel blanca como la mayoría en esa región; viste casual, pues para él la moda es algo “pasado de moda”. Es de media clase y apenas vive de los pocos pesos que gana tocando con su banda y de lo poco que puede obtener del bar “La Esperanza” que le dejó su padre antes de morir. La Esperanza... ¡Ah! el nombre del bar por sí solo es un grito desesperado para la gente que lo visita tratando de olvidar o tener la esperanza de solucionar sus problemas económicos, o al menos olvidarlos por un momento; problemas que hay en todo el país, después de que un mandatario norteamericano y sus guerras, junto con la peor crisis europea de muchos años dejaran al mundo de capa caída afectando aún más a los países subdesarrollados con el desempleo más bajo de la historia.
El bar está situado en el centro de la Ciudad, sobre el boulevard Revolución que la cruza toda de oriente a poniente. Es un lugar tranquilo, pues dentro se puede pasar un rato agradable bebiendo una cerveza y escuchando música para olvidar un poco el ruido del tráfico; siempre tiene una luz tenue y cuenta con diez mesas redondas, cada una con cuatro sillas. En medio del local existe un muro con fotos de los años maravillosos del lugar y frente a éste una gran barra de madera con sillas altas. Damián es uno de los afectados de la crisis, antes su vida era plena y redonda, lo que hoy hace era sólo un hobby, una forma de relajamiento después de dar clases de defensa personal al escuadrón de policía de la ciudad… Hoy, el bar es su sustento.
Damián había pasado su niñez y adolescencia en una de las escuelas militares del vecino país, y regresó a México para continuar con sus estudios universitarios. Tomaba clases por las noches para poder combinarlo con su trabajo, y desde pequeño entrenó artes marciales hasta llegar a ser instructor, fue así como consiguió el empleo dentro del cuerpo policial. Damián no tenía tiempo de distraerse con nada y aunque a veces esa vida podía ser muy pesada, para él era plena, hasta que ocurrió la trágica muerte de sus padres en un accidente automovilístico, justo cuando festejaban el aniversario del bar, el cual cumplía treinta años de existencia en el 2002.
Todos los asistentes del bar la Esperanza eran gente conocida que normalmente visitaba el lugar desde hacía muchos años, las mismas ocho personas de siempre, todos menos uno.
Un hombre alto, corpulento, de cara gruesa y cabello largo enredado, con barba que parecía tener meses o quizá más tiempo de no conocer una navaja de afeitar, estaba sentado en la mesa “vip” que hacía tiempo no ocupaba nadie. Tenía un celular, al cual observaba cada minuto mientras escribía algo en una servilleta. Damián lo vio al momento que el individuo solicitó un trago a Yesenia, la mesera del lugar.
—Hola señor, ¿le puedo servir algo? – preguntó ella amablemente.
—Sí, cariño… Tráeme una cerveza oscura y necesito este pedido especial… Dáselo al dueño, que nadie más lo vea.
El hombre le entregó la servilleta doblada en la mano mientras rosaba sus dedos con los de ella haciéndole saber sus “dulces intenciones”, y al mismo tiempo le lanzaba una mirada lujuriosa, muy poco común para la gente refinada que ocupaba esa mesa en años anteriores.
Ella sólo le sonrió al momento que pensaba: “Este tipo es un imbécil”.
Yesenia Rodríguez de 19 años de edad, era muy bonita, tenía el cabello largo hasta su esbelta cintura, y una cara de ángel que a veces te hacía preguntarte ¿qué hacía una menor en un bar? Pero no… Su vida no le permitía ser un ángel, y al igual que todos y cada uno de los ocupantes del lugar tenía su lado oscuro, un lado que quizá algún día tendría que experimentar.
Yesenia se acercó a Damián con una sonrisa que no le cabía en el rostro, cuando éste terminaba de tocar una famosa canción española cantada por cuatro chicos ochenteros.
En ocasiones, Damián y su grupo tenían que tocar para ambientar un poco el lugar; no se quejaba, era algo que le gustaba hacer, aunque había días en que los demás integrantes no iban por compromisos personales o por tocar en otros lugares de mayor afluencia, por supuesto que Damián no lo veía mal, ya que él no podía pagarles. Cuando bajó del escenario fue interceptado por Yesenia.
—¡Hola!
—¡Hola, Yes! ¿Cómo está hoy la mujer más hermosa de la Esperanza? – dijo Damián, quien la abrazaba y saludaba con un beso en la mejilla.
—¡Méndigo! Les has de decir lo mismo a todas.
—¡¿Cuales todas?! Sabes que eres la única mujer hermosa que viene aquí, además sólo están los mismos de siempre… A excepción de aquel tipo que casi te come con la mirada.
—¿Y no te dan celos? – dijo Yesenia con voz pícara – Por cierto, mi fan número uno te manda este pedido.
Damián tomó la servilleta para leerla y su gesto de amabilidad pasó a uno de molestia cuando terminó de leerla.
—Dile que me disculpe pero no damos ese tipo de servicios, y dale la cuenta para que se retire – dijo Damián muy molesto.
—¿Pasa algo?, parece que te molestó…
—¡Sólo díselo!
Damián se dirigió al baño de hombres con la mirada extrañada de Yesenia y la de enojo por parte del extraño hombre. Éste, al ver que sus peticiones eran tiradas por el retrete, se paró de un salto y se dirigió con la joven mesera.
—¿Qué sucede con lo que le pedí?
—Lo siento, señor pero estamos a punto de cerrar por remodelación… – el hombre se levantó y se fue tras Damián.
Dentro del baño, Damián estaba con la mirada fija en el espejo como si su reflejo fuera otra persona a la que tratara de hipnotizar, trataba de contenerse un poco “sólo es un ebrio equivocado, no tiene que molestarte”, pensaba. De pronto, se escuchó el rechinido de la puerta del baño que se abría, y al ver que era aquel tipo, Damián arrugó la servilleta con más fuerza, suspiró y se dirigió a la salida que en ese momento era obstruida por el corpulento hombre. Aunque Damián era fuerte y tenía un cuerpo atlético, la diferencia de estaturas beneficiaba al extraño gigante.
—Con permiso, señor – dijo amablemente Damián.
—Espero como cliente que mis peticiones sean cumplidas – señaló el hombre de forma amenazante.
Su voz grave y ronca podía intimidar a cualquiera, incluso hasta al mismísimo diablo si estuviera ahí, pero no a Damián.
—No sé si ya le comentaron que no podemos seguir atendiéndolo, espero comprenda la situación… – la indirecta de Damián era más que clara.
—Tal vez tú no – contestó aferrándose aquel hombre, mientras se dibujaba una sonrisa en sus labios que le permitían ver aquellos dientes maltratados, como una mazorca sin sus granos.
Damián suspiró, siempre había tenido problemas con su carácter, y si alguien alguna vez vio una pelea del poderoso Mike Tyson recordará la mirada que ponía sobre sus oponentes antes del primer round. Ellos no sabían lo que les esperaba, era como un tigre a punto de atacar a su víctima en los secos matorrales… La mirada de Damián era algo parecido.
Damián salió del baño con la respiración acelerada y se dirigió a la barra del lugar; pidió una cerveza y se la tomó como si en medio del desierto alguien se encontrara un vaso lleno de agua, ante la mirada sorpresiva del viejo cantinero. Damián vio que el tipo salía del baño, y mientras tomaba aire dejó la botella con fuerza en la barra sin quitarle la vista. Cuando el hombre se sentó nuevamente en su mesa y Damián se había decidido enfrentarlo, algo le llamó la atención… La figura de otro hombre desconocido hizo su aparición en el bar, el cual tenía una elegancia no digna para el lugar, aunque, después de ver al otro tipo sentado en la mesa "vip" con esos modales, esto ya no le parecía nada raro; lo curioso era que el nuevo sujeto se dirigía hacia la misma mesa. Damián tuvo que tragarse el coraje mirando extrañado la escena, se tranquilizó un poco y decidió sentarse para observar, sin saber que a partir de ahí su vida cambiaría.
Fin de la introducción…