Capítulo 4

 

El asesino

 

—¿Qué me vas hacer? ¡Ya les dije lo que sabía, déjame ir! – desde el suelo del auto de Javier, la voz del asustadizo hombre apenas se escuchaba debido a la bolsa que llevaba en el rostro.

—Aún no has hecho nada por nosotros, ¡así que deja de lloriquear si no quieres que te vuele los sesos!

El teléfono celular de Javier de repente interrumpió su conversación.

—¿Señor?

—¿Hiciste lo que te dije? Todo debe salir a la perfección, si no echaremos a perder todo.

—No se preocupe, todo está listo, sólo me falta que el actor principal sepa lo que tiene que hacer, pero eso no debe de ser ningún problema.

Por supuesto, y si lo hay ya sabes qué hacer con él… Ten cuidado, más tarde nos vemos, y Javier… No me falles.

Javier se dirigió a una finca que estaba fuera de la ciudad, la cual era impresionantemente grande. Desde la entrada contaba con cámaras de seguridad y cuando llegaron fueron recibidos por una jauría de perros rottweiler que fueron controlados por un hombre armado que estaba en la caseta de vigilancia.

—Señor Javier, no lo esperábamos, por eso los perros andan sueltos, le pido una disculpa – comentó el hombre que cargaba una AK—47.

—Está bien, Alacrán… Prepárame el cuarto, traigo un invitado y deja a alguien aquí… Quiero que vengas conmigo.

—Enseguida, señor – el hombre no dudó ni un segundo en hacer lo que Javier le dijo.

El cuarto no era más que un lugar oscuro y sucio que estaba al final de la finca; ahí llevaron a Francisco Méndez que no dejaba de balbucear. Cuando le quitaron la bolsa, el Balsero tenía una cara de terror al momento de ver al hombre llamado Alacrán.

—¿Y éste quién es, jefe? – preguntó Alacrán.

—Éste es el “peine” que ha estado dando información de los pedidos que nos han interceptado.

—¡Eso es mentira! ¿No escuchaste ninguna palabra de lo que les dije?  – gritó el hombre asustado.

Un fuerte golpe inesperado hizo callar al Balsero; la fuerte mano del Alacrán hizo que se tambaleara la silla donde estaba el detenido.

—¡No vuelvas a gritarle al señor Javier en frente de mí! ¡¿Entendiste?!

Francisco se retorcía del dolor y bajó el tono de su voz.

—Yo lo único que hice fue proteger lo que más quiero… Deben entender.

—Eso es precisamente lo que estamos haciendo nosotros y tú nos vas ayudar – comentó Javier.

—¿De qué hablas? ¿Cómo puedo ayudarlos yo en estas condiciones?

—Necesitamos una carnada y tú eres el hombre indicado para eso. Llevarás un cargamento de armas que tenemos que entregar.

—¡Estás loco…! – miró de nuevo al Alacrán y bajó la voz – Me pueden matar, ¿por qué no mandan a unos de los suyos?

—¿Y perder más gente? Eso es precisamente lo que queremos evitar, además, no te estoy preguntando, harás lo que se te ordene y más te vale que no te equivoques en nada ni que intentes nada estúpido porque entonces sí tu muerte será larga y dolorosa, así que pon atención a mis indicaciones.

El plan era sencillo, se había pasado la voz que se llevaría un camión con un flete especial para unas ciudades fronterizas del país, Francisco haría su papel de informante y la carga sería llevada en uno de los camiones legales de las empresas de Don Santiago. No era algo que disfrutaba hacer, pero cuando su negocio ilícito empezó a correr riesgo por la mala administración de Alberto Montesinos, ex amigo y socio, tuvo que improvisar, por lo que aprovechó los buenos contactos que su esposa tenía en el gobierno para la exportación de ropa por las carreteras de México. Y al ver que los camiones no eran detenidos por ningún retén militar o federal, fue como su negocio empezó a expandirse por todo el país.

El día que fueron en busca del Balsero, Javier pasó la voz entre sus empleados de mayor confianza y no tardó ni un día para que Francisco recibiera la llamada de un hombre dándole información. Después, Francisco realizó la llamada esperada. El asesino estaba enterado y sólo faltaba actuar. El camión sería manejado por Francisco Méndez y seguido por ellos sin ser vistos, para cuando fuera atacado tomar por sorpresa al misterioso hombre, cosa que para Javier era difícil de creer… Un solo hombre haciendo ese trabajo era una misión muy difícil, casi imposible… Pero era hora de ver si en verdad la historia era cierta.

—Ya está todo listo, señor Javier, sólo que veo muy mal al tipo ese – comentó el Alacrán.

—¿Cómo que está mal? ¿Qué le pasa?

—No puede pararse, dice que se siente débil y mareado, y la verdad sí le creo, al parecer perdió mucha sangre.

—Pues trae al doctor, o dale un pase de coca… A ver qué haces, pero me lo revives en una hora, no podemos retrasarnos más.

—Está bien no se preocupe, yo me encargo de eso. Sabe que nunca le he fallado.

—Lo sé... Junta a dos hombres que te acompañen en tu carro y que se vayan otros dos conmigo… Lleven carros de bajo perfil, no quiero llamar la atención.

—Entendido – el hombre se marchó dejando a Javier solo y pensativo, había preparado el plan desde su llegada a Chiapas, así que no podía fallar.

Mientras tanto, después de lo sucedido en el panteón, Leticia reflejaba una tranquilidad en su rostro que no se le había visto en mucho tiempo… Había soltado algo que tenía guardado en su pecho y hasta entonces había entendido la gravedad del asunto. Cecilia le mostraba su apoyo y le hacía ver que eso no podía quedarse así, pues con los recursos de su padre y sus influencias era sencillo pensar que el tal Emanuel podía pagar lo que había hecho. Lo que no sabían las dos era cómo manejaba Don Santiago ese tipo de asuntos, algo que a Damián ya le había tocado vivir en carne propia.

—¿Y cómo se lo dirás a tu padre? – preguntó Cecilia.

—No lo sé, tengo que esperar el momento adecuado, papá siempre está ocupado y tengo miedo que una impresión así le pueda causar algún daño.

—Estoy segura que Don Santiago te entenderá… Además ha sido muy fuerte desde lo de tu madre.

—La verdad no me veo sola a pesar de que estuve viviendo un tiempo allá sin nadie. Mis respetos hacia ti, ¿cómo has podido estar sola tanto tiempo?

—Pues no ha sido fácil créeme, pero no hablemos de mí, tenemos qué ver cómo vas a decirle a tu papá lo que pasó.

—Ya no me tortures, Cecilia… Te prometo que lo haré… Pero ahorita ya no hablemos de eso… Mejor vamos a desayunar, ¿a dónde te gustaría ir?

—Pues no sé, ¿qué se te antoja? En la carretera hay unos lugares muy ricos, ¿te acuerdas?

—Sí, cómo olvidar los ricos hot cakes que hacían ahí, aunque ahorita ya no es hora de desayunar. Llévanos a la carretera, Damián por favor, vamos a pecar un poco.

—Claro, señorita.

Al tiempo que se dirigían a su destino, Javier preparaba el plan para descubrir al misterioso hombre y terminar de una vez por todas con el problema que tantos dolores de cabeza les había causado.

—¿Se recuperó, Alacrán? – preguntó Javier.

—Sí, señor, le dimos suero y una raya de la mejor que tienen los muchachos.

—¡Despierta! ¿Cómo te sientes? – preguntó Javier dándole unas ligeras bofetadas al Balsero – Necesito que le hables a tu contacto nuevamente como lo hiciste ayer y le confirmes… Si mordió el anzuelo ya debería estar listo.

—La clave para escribirnos me la mandaba con el chico, no creo poder contactarlo hoy.

—¡Ya deja de mentir! ¿Qué no entiendes que estás fregado? ¿O quieres que te refresque la memoria? Tengo entendido que los perros no han comido, ¿sabes? No les caería nada mal una rica mano sabor a pescado directo de las playas de Chiapas… ¡Alacrán!

El hombre sacó un cuchillo de carnicero y lo puso directamente sobre la mano de Francisco apretando un poco hasta cortarle ligeramente.

—¡Espera, espera! Lo haré... Tráiganme la computadora – rectificó el hombre al ver que su muñeca sangraba.

—Que traigan la laptop arreglada con la ip de Chiapas. No quiero que digas que tú vas a manejar el camión, vas a decir lo que yo te diga, ¿tienen alguna palabra o frase clave? – el hombre asintió con la cabeza.

—Muy bien, ahora toma la maquina, conéctate y da el último paso tal y como lo hacías. Ah y Francisco, vuélveme a mentir y no lo dejaré pasar de nuevo.

El gesto del hombre ya era de desilusión, sabía que no podía salir de esta situación, así que tomó la portátil que le habían llevado y sin decir nada se conectó a la red. Le dieron una cuenta pirata que daba la ubicación de Chiapas, abrió el sistema y escribió la palabra “BALSERO”. Después de unos segundos, un mensaje apareció en la pantalla.

Norteño: Estoy listo. Espero que no me falles, no me gusta perder el tiempo.

Balsero: Nunca te he dado información falsa. El camión sale en unos minutos hacia la ciudad vecina fronteriza, esperen a que salga de la ciudad así tendrán más tiempo de huir. No habrá federales, según mi contacto ellos darán tiempo de que pase el tráiler.

Norteño: Está bien, mándame los datos y la ruta del camión.

Balsero: En 5 min.

Y la conexión se terminó justo cuando Francisco le envió la información detallada de la entrega dictada por Javier.

—Muy bien, Francisco, ahora sólo necesito que me pongas en este papel quién es el contacto tuyo en nuestra organización… Me lo dejas en ese escritorio de allá y después en media hora tomarás el camión que está afuera y vas a manejar hacia tu destino; el camión tiene cámaras así que estaré viendo todo lo que haces. Pónganle una peluca y una gorra, traten que no sea reconocido… ¡Andando! Hoy pescaremos a ese maldito.

Minutos más tarde, el plan al fin se llevaba a cabo, el nervioso conductor manejaba rumbo a la carretera rezando por que su contacto no actuara esta vez; hubiera querido darle un mensaje o algún dato falso pero no podía arriesgarse con Javier a un lado de él, además, al hombre misterioso que se hacía llamar Norteño no le gustaría que le dieran un dato falso, y ya había gastado el dinero que él le había dado, así que estaba entre la espada y la pared… Tenía que hacerlo.

Atrás de él venía Javier en un auto Neón de modelo viejo acompañado de dos hombres, quien se había acomodado en la parte trasera. Un poco más atrás el hombre apodado Alacrán con otros dos hombres los seguía en un auto Tsuru y en ocasiones los rebasaba para disimular la caravana.

Todo parecía tranquilo los primeros minutos del recorrido. Habían dejado ya la zona metropolitana y el tráfico en la carretera empezaba a disminuir con el paso de los kilómetros; a pesar de eso, Javier se sentía un poco decepcionado, ¿había hecho algo el Balsero sin que se diera cuenta? Lo había estado monitoreando a cada momento y era algo poco probable. La paciencia empezaba a ser olvidada en el ambiente, y cuando todo parecía haber empezado a salir mal, una mirada del Alacrán que en ese momento lo rebasaba lo hizo voltear hacia atrás. Un carro último modelo se venía acercando a una velocidad considerable… Tenía que ser él.

—Dejen que ese carro nos rebase y cuando lo haga quiero que le den un trago a las cervezas que les di.

Los hombres hicieron lo que se les pidió, el auto los sobrepasó pero no pudieron ver nada, los vidrios eran oscuros y la velocidad era tal que apenas y les dio oportunidad de voltear. Fue entonces cuando todo comenzó.

—Alguien está saliendo por el quemacocos, señor – dijo el conductor del Neón.

—¡Son dos hombres! Sabía que no podía hacerlo solo. ¡Prepárense! – ordenó Javier.

El hombre que salió del quemacocos traía una capucha, rápidamente alcanzaron al tráiler sacando un rifle de alto poder, y era el momento que Javier estaba esperando; abrió la ventanilla y con su arma apuntó al asesino, pero justo en el momento en que disparó, otro lujoso carro les alcanzó distrayendo a Javier y haciendo que su disparo no fuera certero.

El hombre de la capucha reaccionó al escuchar la detonación y comenzó a disparar al auto de Javier haciendo que estos se colocaran detrás del tráiler para evitar ser blanco fácil. El auto extraño quedó atrás de ellos pero venía maniobrando y tratando de esquivar el auto del Alacrán que trababa de cerrarlo. Hubo mucha confusión, y Javier ordenó que frenaran de inmediato.

—Señor, el tráiler se está alejando y el encapuchado sigue fuera del auto – gritó uno de los hombres que iba con Javier.

—¡Se cancela todo! Alcanza al auto del Alacrán, es prioridad que lo hagas… ¡Rápido! – “Esos gritos”, pensó Javier después de dar la orden. Algo en el otro auto llamó su atención.

Dentro del auto, Damián luchaba para controlarlo.

—¡Nos están disparando! – gritaba Leticia histérica tratando de comprender qué era lo que estaba pasando.

—¡Qué demonios! ¡Manténganse agachadas! – gritó Damián.

Habían quedado justo entre el auto del hombre encapuchado y el Tsuru del Alacrán; el hombre que salía del quemacocos del auto que iba en frente giró hacia ellos apuntándoles. Damián hizo un movimiento brusco con el auto, al mismo tiempo que sacaba su arma y disparaba hacia el auto que tenía enfrente. El movimiento fue tal que el carro salió del pavimento y se metió a la maleza para quedar atascado. Damián salió de inmediato portando el arma, y un poco aturdido vio cómo el hombre de la capucha disparaba su escopeta al tráiler haciendo que éste chocara contra un risco grande fuera del camino… Habían matado al chofer.

El Tsuru se paró frente a ellos sobre el pavimento, del cual salieron dos hombres apuntando sus armas hacia Damián, quien también hacía lo mismo. El intercambio de balas comenzó, Damián gritaba a las dos chicas que se quedaran en el suelo… De pronto, el auto Neón se les acercó, pero algo extrañó pasó… Una figura hizo seña a los hombres del auto blanco quienes subieron y se retiraron… Damián no sabía aún lo que estaba pasando, fue entonces cuando se levantó y vio a los autos llegar al tráiler, uno de ellos bajó y se lo llevó junto con el chofer que estaba muerto.

Todo pasó tan rápido y un silencio grande se sintió en el ambiente. Damián abrió la puerta pensando lo peor, y de pronto un fuerte abrazo lo sorprendió que casi lo hizo caer, era Leticia que lloraba y temblaba.

—¿Qué diablos fue eso? ¿Por qué nos dispararon?

—Cálmese, señorita ya pasó… Quiero saber si están bien… Señorita Cecilia, contésteme.

—Yo estoy bien – la cara de Cecilia era pálida pero tranquila.

Las sirenas de unas patrullas sonaban a lo lejos, se había reportado el tiroteo y los federales llegaban al lugar.

En menos de veinte minutos todo el sitio estaba lleno policías y militares quienes tomaban testimonio a las dos chicas, mientras que al joven lo tenían apartado y esposado.

—Ya le dije que él es mi guardaespaldas, ¿por qué lo detienen? – reclamaba Leticia.

—Es de trámite señorita, tenemos que tenerlo así hasta que nos den la información del permiso para portar armas – contestó uno de los federales.

—Cálmate, Lety… Él tienen razón – le decía Cecilia.

—¿Usted fue la que vio el arma? – preguntó el federal dirigiéndose a Cecilia – ¿Puede darnos alguna descripción?

—No alcancé a ver bien, sólo el brazo y la pistola… Y después fue que nos agachamos.

En ese momento otro oficial le daba una hoja al federal.

—No cabe duda que les tocó estar en un mal momento – de pronto se acercó Damián que ya le habían quitado las esposas – Ya recibimos tu información, tienes todos los papeles en orden, permíteme felicitarte, hiciste muy bien tu trabajo. Debe sentirse segura, señorita, está en buenas manos.

Leticia no dijo nada, sólo sonrió y miró a Damián con gran admiración.

—Sólo una cosa más, ¿estás seguro que no viste bien el tráiler? – preguntó ahora el federal a Damián.

—Seguro, señor, mi prioridad fue ver al agresor en todo momento, pero de repente llegó el Tsuru blanco y tuve que fijar mi atención en ellos… Eso es todo lo que recuerdo.

—Está bien, pues eso es todo… Los escoltará una unidad sólo para prevenir… Gracias por su declaración y en cuanto tengamos algún dato se los haremos saber. Su padre es muy conocido, señorita, así que no será problema encontrarlos.

—Gracias – los tres subieron al auto que apenas y había tenido algunos golpes, cuando una llamada entró al móvil de Damián.

Hiciste muy bien tu trabajo, tengo que decir que tenía mis dudas… No digas nada, cuando llegues hablamos – y colgó. La voz de Javier se escuchaba alterada al igual que su respiración… Un sentimiento de duda y coraje atrapó a Damián de inmediato.

La primera en llegar a su casa fue Cecilia, pero durante el camino las dos chicas parecían estar en un trance, y el silencio había sido su mejor acompañante.

—¿Estarás bien? – preguntó.

—Sí, amiga, gracias… Deja que te acompañe Damián hasta la puerta.

—No es necesario ya estoy aquí.

—Si me permite... – interrumpió Damián quien bajó corriendo del auto.

—Está bien, márcame cuando llegues por favor, Lety. Cierra la puerta con seguros, ya vimos que el carro es indestructible – dijo Cecilia tratando de aligerar los recuerdos de la situación que habían vivido.

Damián la acompañó hasta la puerta del edificio, todavía tenía los sentidos agudizados y parecía nervioso.

—¿Se encuentra bien? – preguntó Cecilia.

—Todavía sigo un poco aturdido... En cambio usted, la veo muy tranquila… Es usted muy valiente, señorita.

—He aprendido a guardarme mucho los sentimientos… Sabe, estoy sola. Pero no crea, es la peor experiencia de mi vida, y de un momento a otro estallará lo que siento.

—Siempre se ha dicho que guardarse esas cosas hace daño, debería de platicar con alguien de vez en cuando.

—¿Con quién? – preguntó Cecilia.

—Con la señorita Leticia, por ejemplo.

—Ella tiene sus propios problemas, no quiero agobiarla con los míos también.

Damián se tuvo que comer las palabras que en ese momento le quería decir, ¿por qué no ofrecerle su amistad?, al fin y al cabo no era ella a quien cuidaba.

—En fin, gracias por todo, no sé qué hubiera pasado si no reaccionara tan bien como hoy – continuó Cecilia.

—Es mi trabajo… Afortunadamente fue un día bueno, digámoslo así – sonrió – Que descanse, buenas noches – se despidió Damián.

Cuando se dio la media vuelta para retirarse, Cecilia lo detuvo nuevamente.

—¿Cuándo tiene abierto su bar? Dicen que es bueno irse a tomar algo y platicar con el barman… Bueno, al menos lo veo en las películas – dijo Cecilia.

—Puede ir cuando guste, las puertas están abiertas para usted... – dijo sonriendo y se retiró.

Cuando Leticia y Damián llegaron a la mansión, fueron recibidos por Don Santiago, Javier y Toñita quienes corrieron a abrazarla.

—¡Hija! Gracias al cielo que estás bien, ¿pero cómo pasó? ¿Qué hacían ustedes por aquellos rumbos? – la mirada de Don Santiago la dirigió hacia Damián quien fue interrumpido por Leticia al momento de querer hablar.

—Queríamos ir a comer a la carretera, fue idea mía… De hecho si no es por Damián no sé qué hubiera pasado.

—¡Bendito seas, hijo! Esto me confirma lo que pienso de ti – se acercó Don Santiago y le dio un abrazo que hizo que Javier sintiera un recelo y su mirada se clavara ferozmente en Damián.

—Señor necesito hablar con usted acerca del encargo que me hizo – comentó Javier.

—Después, Javier, confío en que lo hayas hecho bien, ahorita lo importante es el asunto de mi hija.

—Perdón que insista pero precisamente tiene que ver con eso – la voz de Javier se convirtió en un susurro para que no lo escucharan los demás. La mirada de Don Santiago cambió y lo miró extrañado.

—Más tarde iremos a mi despacho, ahorita quiero estar con Leticia – contestó Don Santiago.

—No te preocupes por mí, papá ya estoy bien… Toñita hazme un té, por favor, necesito recostarme.

—Claro, niña, en un minuto se lo llevo – y se dirigió de inmediato a la cocina.

—Descansa, hija, en un momento iré contigo… Damián ve y despéjate, te espero en mi despacho en 20 minutos. Javier… – Don Santiago esperó a que entrara Leticia y bajó la voz – Refuerza la seguridad en la entrada de la mansión, esto se está saliendo de control. Después vas a mi despacho para que me expliques qué pasó con el otro asunto.

—Está bien, señor – contestó Javier preocupado.

Era apenas la primera semana de Damián en su nuevo empleo cuando ya tenía una experiencia aterradora, incluso más que la muerte de aquel tipo en su bar y de haber recibido la bala de Don Santiago que le rosó el brazo. Pensaba en las palabras de Cecilia: “La peor experiencia de mi vida”. Lo de hoy fue diferente, la clara desventaja aunado a la responsabilidad de proteger la vida de sus dos acompañantes era algo en lo que jamás se imaginó iba a estar; ahora no sólo era su vida la que importaba, sino la de otra persona inocente que su único mal era ser la hija de un empresario adinerado que no sólo se conformaba con su gran fortuna, sino que tenía además otros negocios que sólo Dios sabía qué tan sucios eran. ¿Quiénes eran esos tipos? ¿Por qué no terminaron el trabajo siendo mayoría en número? Pero sobre todo... ¿Quién era esa persona que les había disparado desde el techo del auto? y ¿Por qué la importancia de matar a ese chofer?

Él sabía que no había sido un asalto, el tipo iba exclusivamente a matar al chofer… Eso fue un encargo especial.

Damián pensaba en todo lo que había sucedido mientras mojaba su rostro y se revisaba algunos moretones que se había hecho al tratar de salir del auto.

El tiempo volaba muy rápido y ya habían pasado quince de los veinte minutos que le había dado Don Santiago para ir a su despacho, por lo que de inmediato se apresuró. Se sentía aliviado y relajado, había hecho bien su trabajo, o al menos así se lo hicieron saber en tres ocasiones, así que no había más que explicar lo sucedido y seguir trabajando, aunque esperaba que no fuera algo común en sus días laborales.

Justo al dar vuelta en uno de los tantos pasillos de la mansión, una figura lo hizo detener repentinamente el paso evitando chocar con ella.

—¡Cuidado!

Una taza de té estaba a punto de caer pero dos manos evitaron que se derramara.

—¡Damián, espero un día de estos no tener una pistola en la mano o no pasarías un día más! – dijo Leticia que se veía más tranquila.

—Perdone, señorita voy un poco apurado, tengo que verme con su papá... ¿Cómo se siente?

—Mucho mejor… Mi nana me dio un tranquilizante que empieza a hacerme efecto. No sé si te di las gracias, la verdad con todo esto ando un poco confundida.

—Créame que no es necesario… Es mi trabajo – Damián recordaba aquel tremendo abrazo que le dio Leticia al salir del auto.

Ambos quedaron hipnotizados mirándose fijamente a los ojos, él recordando el momento, ella tratando de disimular que no lo hacía.

—Será mejor que se vaya al despacho de mi padre, no le gustan las demoras – reaccionó ella – Y por mí puede tomarse el día… Estaré acostada y no saldré, sólo coménteselo a él.

Ambos se despidieron y siguieron su camino. Cuando Damián llegó hasta el despacho de Don Santiago notó unas voces que discutían y que eran cada vez más fuertes. Sin más, tocó a la puerta y de momento Javier abrió regalándole una mirada tensa y cortante.

—Ya pasaron más de 20 minutos – la voz de Don Santiago por primera vez se escuchaba molesta y su mirada era penetrante y malhumorada.

—Disculpe pero me topé con la señorita Leticia y me estaba dando instrucciones, señor… – contestó Damián apenado.

—Hablaste con la policía, tengo entendido, ¿qué fue exactamente lo que les dijiste?

—Sólo tomaron mi declaración, señor.

—Exactamente, Damián – lo interrumpió Don Santiago.

—Es imposible que le diga exactamente lo que les dije… Estaba aturdido y me resulta difícil recordar – un sudor frío empezaba a aparecer en la frente de Damián – Me preguntaron para quien trabajaba, si tenía idea de por qué nos habían atacado… Del tráiler… A qué me dedicaba…

—¿Del tráiler? ¿Qué les dijiste del tráiler? – interrumpió Don Santiago.

—No mucho… En realidad nada… No alcancé a ver de qué compañía era, ni si quiera mencioné al tipo que le disparó al chofer.

—¿Y por qué no lo mencionaste? – preguntó Javier que hasta el momento sólo se había concentrado en mirar estudiosamente a Damián.

—Porque tendría que ir con ellos a declarar y mi trabajo no me da para eso, tú más que nadie lo sabe bien. Sólo dije lo único que a mí me concierne que es lo involucrado con la protección de mi cliente. Lo que quiero saber es quién diablos eran esos tipos y por qué motivo nos atacaron, y creo que en este cuarto están las respuestas – el semblante de Damián era de enojo.

—Tú no estás en condiciones de exigir, ¿qué te has creído? – Javier se acercó tanto a Damián que parecía que la situación se pondría algo difícil, pero un grito de Don Santiago calmó la situación.

—¡Basta ya! No les pago para que se estén culpando o insinuando todo el día. Los necesito concentrados y unidos ahora más que nunca. Javier ve y haz lo que te ordené – Javier miró a Don Santiago extrañado, y sin decir nada salió del despacho visiblemente molesto.

—Mira, Damián, el incidente de hoy, por así decirlo, te puso a prueba y es algo que… – Don Santiago se veía confundido, molesto y triste que batallaba para hablar – Mira, mis negocios, como te has de imaginar no es lo que tú vez aquí… Sólo es una parte muy pequeña, y la otra parte es la que necesita más de mi atención…

—¿Están involucrados en el hecho del tráiler? – interrumpió Damián, seguido de una sonrisa de aceptación y complicidad de Don Santiago.

—Cuando llegaste aquí te dije que si ibas a trabajar para mí necesitabas saber algunas cosas, ¿aún piensas que no es necesario que te dé explicaciones?

—Voy a cuidar a su hija, Don Santiago, hágase la pregunta usted mismo.

—Me gusta tu forma de ser, sincera y sin rodeos – tomó una copa y se sirvió whiskey – Le dije a Javier que serías un buen hombre y él no lo creía… Sí, Damián, el tráiler era mío.

—Y pensaron que yo lo iba escoltando – dedujo Damián.

—Así es... Estuviste en el lugar menos indicado en ese momento... – hizo una pausa – Mira, como sabes, este tipo de negocios traen muchos enemigos, y uno de ellos me ha estado causando problemas, así que decidimos ponerle fin. El plan era bueno y tengo entendido que iba a funcionar, pero no contábamos con que el destino nos diera la espalda de esta manera, poner en riesgo la vida de mi hija… – un suspiro hondo y un trago de whiskey vinieron espontáneos –Es la peor cosa que he hecho en mi vida.

—Perdón pero en todo caso usted no tiene la culpa, fue cosa de la casualidad. Cuando vieron que me sacaron de la jugada y que el hombre del quemacocos había cumplido su misión, se retiraron.

—No me culpo directamente, culpo que estos imbéciles no hayan reconocido el auto que tanto tiempo he tenido… Pero, ¿qué puedo esperar de gente que agarras de la calle? – Damián no creía lo que estaba escuchando.

—¿Señor?

—Es un error que casi le cuesta la vida a mi hija, así haya sido casualidad, el destino, qué se yo… Pero no volverá a pasar.

—¿Me está diciendo que esos hombres eran hombres suyos? ¿Los del auto blanco? – Damián se veía incrédulo.

—Fue gente contratada por la mano derecha de Javier, teníamos la idea de no perder a más gente de confianza. La idea era pescar al maldito que mató al chofer; ya había hecho lo mismo con varios de mis hombres y eso me estaba ocasionando que nadie quisiera trabajar para mí, además de atrasos y por lógica reclamos de gente muy peligrosa… Es por eso que tuvimos que actuar. En el momento que Javier iba a dar el tiro, tú pasaste a su lado y él no le pudo atinar; el auto en el que iba él frenó, pero el Tsuru pensó que eras uno de ellos y que habías tratado de evitar el tiro de Javier, por eso es que te dispararon, de no ser porque Javier llegó y reconoció el auto… Bueno, pues tú sabes lo demás.

Damián se sentía desconcertado, la misma persona que lo había metido en todo esto era la misma persona que lo iba a sacar de la manera más vil y dura que pudiera haber. Sólo se limitó a escuchar y aguantarse el resentimiento que en ese momento le retorcía el estómago.

—Ven, acompáñame – los dos caminaron hacia la puerta y Don Santiago lo paró antes de salir – ¿Seguro que no dijiste nada del tráiler? Entiende que si llegaste a decir algo será la segunda ocasión en que estás involucrado en algo así y te meterías en problemas.

—¡Me dispararon sus hombres! ¿No cree que es suficiente para que piensen eso? – dijo Damián con reclamo.

—No te preocupes por eso, ya tenemos el plan para que esto y lo del bar pase a segundo plano; ahora ven, empecemos a trabajar en ello. Quiero que conozcas a unos amigos.

Se dirigieron al sótano de la casa y ahí los esperaba Javier y el hombre apodado Alacrán. El lugar era grande y oscuro, y apenas se veía una pequeña luz. Había que bajar unas escaleras muy antiguas que rechinaban al pisar y el primero que entró fue Don Santiago quien bajó con paso veloz y seguro, a diferencia de Damián que al pisar el primer escalón se sintió incómodo y entró más lento. Al bajar, las figuras de unos hombres hincados y amordazados se iban haciendo cada vez más claras, y también se veía que otro hombre estaba parado frente a ellos, no era difícil adivinar que se trataba de Javier, quien se limpiaba las manos con un pañuelo y se veía agitado. Don Santiago se acercó a ellos y Damián no entendía del todo qué es lo que estaba pasando. Cuando se acercó, la luz iluminó las caras golpeadas y asustadas de los hombres, los cuales eran los mismos que les habían disparado hacía apenas unas horas. La ira se apoderó de Damián, y cegado sacó su arma apuntando de inmediato a la cabeza de uno de ellos haciendo que el hombre se estremeciera y soltara el llanto.

—¡No! Aún no – Don Santiago gritó y le puso la mano en el hombro tratando de calmarlo, seguido de otra mano que lo tomó del brazo tratando de someterlo.

Damián reaccionó y vio el rostro de aquel hombre cuando lo iluminó la luz. Era el tipo que iba manejando el Tsuru blanco, quien había atentado contra él y las jóvenes mujeres. Damián hizo un movimiento brusco empujando al Alacrán a unos centímetros de él y acto seguido le dio una patada al pecho que lo hizo caer de espalda sobre una mesa. El hombre se levantó de inmediato pero sólo para recibir una patada en el rostro que lo hizo caer nuevamente. Damián estaba furioso y su mirada sólo apuntaba hacia el hombre que había intentado matarlo, sin escuchar los gritos de Javier y de Don Santiago que atrás de él trataban de controlarlo. Con pistola en mano cortó cartucho y apuntó al hombre tirado, pero al mismo tiempo otra arma apuntaba a su cabeza… Era el arma de Javier.

—Muchacho contrólate, por favor, estás con el hombre equivocado… Estos dos de acá son los que te dispararon – Don Santiago le hablaba mientras Javier estaba detrás de él – Te daré la oportunidad de desquitarte.

Damián bajó su arma lentamente sin quitar los ojos del Alacrán quien también lo veía fijamente, y al mismo tiempo que Javier bajaba el arma, se acercó a éste y le dijo:

—Es la última vez que me apuntas con un arma, la  tercera tendrás que jalar el gatillo… O lo haré yo.

Javier sólo se limitó a mirarlo, era difícil intimidarlo porque había estado en muchas situaciones parecidas, pero no podía dejar pasar lo que había visto. Damián había sometido sin problemas a su mejor hombre y unos días atrás él mismo había sentido su fuerza. Más que miedo, Javier empezaba a sentir respeto por él.

—¡Ya basta por el amor de Dios! ¡Después hablaré con ustedes dos muy seriamente! Por ahora quiero saber ¿por qué estos dos bastardos dispararon a mi auto? Javier, ¿qué puedes decirme?

—La culpa no fue del señor Javier, Don Santiago, fue mía – la voz del Alacrán era serena y respetuosa como un soldado raso dando informe a un superior – Pasé por alto decirles cuales eran los autos de ustedes, pero en realidad como el señor Javier iba a estar conmigo y usted sabía del plan, no imaginé que fuera a pasar algo así.

—Aun así tuviste que hacerlo, ¡estuvieron a punto de matar a mi hija! Y es algo que no puedo dejar pasar. Dale gracias a Dios que Javier te respalda… Damián, creo que sabes lo que tienes qué hacer, esto sellará tu lealtad hacia mí – Don Santiago estiró la mano y le ofreció un silenciador de pistola a Damián, quien tardó en reaccionar y tomarlo. Acto seguido, miró a los dos hombres, no sabía qué hacer – Estos dos de aquí estuvieron a punto de matarte, atentaron contra tu vida… A ellos no les hubiera importado verte tirado lleno de plomo… ¡Hazlo!

Un silencio profundo y largo se apoderó del lugar, Damián suspiró y en un movimiento rápido puso el silenciador, apuntó y disparó haciendo caer el cuerpo de los dos hombres… Estaba hecho, había matado a sangre fría… De pronto, un sentimiento extraño se apoderó de él, no sabía si era arrepentimiento o alivio… Quitó el silenciador y se lo ofreció a Don Santiago.

—Creí entender que quedaría resuelto esto y lo del bar.

Don Santiago asintió mirando a Damián como estudiando su mirada.

—Sí, no te preocupes por eso, les daremos a uno de estos o al Balsero, y diremos que en venganza la gente de la Rana lo mató. Tengo amigos en la prensa, mañana tendrán su noticia a ocho columnas y se calmarán las cosas. Ahora limpien esto y váyanse a descansar, necesitaremos energía y la cabeza fría para planear cómo agarrar a ese maldito. Por lo pronto, Javier, cancela todos los pedidos que tenemos, y Damián ve a ver si mi hija necesita algo.

—De hecho me dio lo que resta del día, señor y en verdad me gustaría tomarlo.

—Está bien pero mañana te espero aquí temprano y vas a mi despacho.

Don Santiago salió del sótano rápidamente, seguido de Damián quien al ver a Toñita en uno de los pasillos le pidió que la llevara con Leticia para ver si estaba bien. De repente sintió esa necesidad de verla y llevarse su imagen antes de irse a dormir para borrar los crueles crímenes que había cometido hace unos minutos.

La puerta del dormitorio estaba entreabierta, y lentamente se acercó asomándose muy despacio. Leticia estaba recostada en su cama y un frasco de tranquilizantes permanecía abierto en su buró. “Todo está bien” pensó, pero aun así permanecía ahí parado observándola. Antes de retirarse, la voz de Leticia lo detuvo.

—¿Estabas cuidándome? Creo haberte dado el día libre… – apenas y podía hablar.

—Sólo vine a ver si necesitaba algo antes de irme.

—¿Qué fue ese ruido que se escuchó hace rato? – la voz de Leticia se iba haciendo cada vez más suave.

—Nada, señorita, descanse… Mañana temprano la veré aquí.

Damián se retiró del lugar al ver que Leticia había cerrado los ojos y se había dado vuelta dándole la espalda. Sin darse cuenta, se dibujó una sonrisa en su rostro y tal vez fue porque después de muchos años empezaba a sentirse segura.