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Desde que Macallan había vuelto, estaba eufórico. El verano no era tan chulo sin ella. Solo cuando se marchó a miles de kilómetros de distancia me di cuenta de la cantidad de tiempo que pasábamos juntos durante los meses estivales. Y sí, tenía a mis colegas, pero no hay comparación. No me sentía igual de bien. Nada era lo mismo sin ella.

Al principio, me dio rabia que se fuera, pero luego lo entendí. Seguramente Macallan necesitaba poner distancia y replantearse las cosas.

Quería a Macallan, ya lo creo que sí. Sin embargo, saltaba a la vista que ella no sentía lo mismo que yo, y si para poder disfrutar de su compañía teníamos que quedar como amigos, que así fuera.

Lo reconozco, estaba guapísima cuando cruzó la puerta de llegadas del aeropuerto. Exhibía ese aire adormilado que tiene siempre cuando está supercansada o bajo mucha presión. Guardó silencio durante el trayecto de vuelta a casa y también durante la cena, pero el mero hecho de tenerla cerca ya me hacía sentir mejor.

Reconozco que debería haberle hablado de Stacey mientras estaba en Irlanda, pero es que nunca encontraba el momento. Y aunque Stacey es una tía genial, si empecé a salir con ella fue porque me pareció conveniente tener pareja al regreso de Macallan. Para evitar más situaciones tensas y tal. No quería que se sintiera incómoda o que pensara que me había roto el corazón. Yo tenía que superar el desengaño si quería retomar nuestra amistad.

Ojalá pudiera decir que muy pronto las cosas volvieron a ser como antes de que empezaran los problemas, pero no. Macallan se puso muy rara, como si se sintiera incómoda conmigo. Al principio, lo atribuí al desfase horario. A ver, un día, en la cocina de su casa, estuvo a punto de cortarse un dedo cuando le pedí consejo sobre algo relacionado con Stacey, y eso que Macallan siempre es muy cuidadosa cuando guisa. No pensé más en ello. Sin embargo, al cabo de una semana de ver cómo se le caían las cosas cada vez que me acercaba y cómo evitaba mirarme cuando le hablaba, comprendí que mi confesión había provocado en la relación unos daños difíciles de reparar. Estaba dispuesto a darle una tregua y lo que hiciera falta con tal de que volviera a sentirse cómoda conmigo.

Dos semanas antes del inicio del curso, Macallan estaba trajinando en la cocina con mi madre. Había pasado por casa para charlar, pero en cuanto apareció mi madre cargada con la compra, Macallan corrió a ayudarla y desapareció de mi vista.

Yo tenía la sensación de que cada vez que intentaba pasar un rato con ella, Macallan se buscaba algo que hacer. Algún otro compromiso.

Supongo que así se había sentido ella a finales del segundo curso: ignorada.

Si pudiera haber borrado del mapa mi declaración de amor, lo habría hecho. Si no le hubiera confesado la verdad, habría acabado por desquiciarme, pero prefería sacrificar mi cordura que nuestra relación.

Macallan llevaba media hora sin hacerme ni caso cuando decidí entrar en la cocina.

Ella estaba sentada a la mesa, sin ayudar, sin hacer nada, solo charlando con mi madre.

—Hola, cariño —me dijo mi madre como si hubiera olvidado que estaba en casa—. Macallan me ha dado una receta para la barbacoa y la voy a probar esta noche. Tendrás que venir a cenar, Macallan. Apenas nos hemos visto desde que volviste. Además, necesito que me des tu opinión de experta.

Macallan le sonrió.

—Encantada.

—Estupendo —mi madre me miró—. A Stacey le gustan las salchichas, ¿no?

—Sí —respondí.

Macallan se palmeó la frente.

—Ay, Dios, hoy es miércoles, ¿verdad? Pensaba que era jueves. Esta noche he quedado.

—Oh, qué pena —el pesar de mi madre parecía genuino—. Levi, ¿qué tal te ha ido en la autoescuela?

—Muy bien, ya casi tengo dominado el aparcamiento en paralelo. ¿Qué te parece si me presento al examen el día de mi cumpleaños?

Dentro de pocas semanas cumpliría dieciséis años, y con un poco de suerte me regalarían un coche.

—Claro —guardó silencio un momento—. Aunque al día siguiente jugarás el primer partido de la temporada y no quiero que vayas sobrecargado. Los estudios son lo primero, ya lo sabes.

—Pero tenía pensado llevaros a todos a cenar a Milwaukee o algo parecido si me sacaba el carné.

—Ya… De todas formas, no me hace gracia que te cargues de obligaciones. ¿Por qué no hacemos algo más tranquilo? Cumplir dieciséis es un gran acontecimiento, pero tampoco hay que exagerar. Puedes quedar con tus amigos después del partido.

En aquel momento sonó el teléfono. Mi madre respondió y abandonó la cocina.

Aquello no era propio de mi madre. Se diría que mi cumpleaños le importaba un bledo. Mi madre siempre se ponía frenética cuando se acercaba mi aniversario. Organizaba fiestas por todo lo alto, planeadas al milímetro. Es la ventaja de ser hijo único, supongo.

Me volví hacia Macallan.

—¿No crees que está un poco rara?

Me miró extrañada.

—¿Qué?

—Mi madre. Ahora mismo. Cuando le he hablado de mi cumpleaños, se ha comportado de un modo extraño, ¿no crees?

—¿Eh?

Macallan me observaba como si le estuviera hablando en un idioma extranjero.

—¿No te acuerdas de que siempre se vuelve medio loca cuando se acerca mi cumpleaños? Le da muchísima importancia.

Macallan agrandó los ojos.

—Tienes razón. ¡Qué bruja!

Puede que yo estuviera exagerando.

—¿Crees que me ha preparado algo?

—Que yo sepa, no. De verdad.

La escudriñé unos instantes y supe que era sincera.

—A lo mejor piensa que ya somos mayores y que no hace falta organizar una gran fiesta con payasos y globos en forma de animales —arguyó.

—Pero yo quería un globo de caballito —fingí hacer un puchero—. Seguramente tienes razón. Pero es que siempre me toca tranquilizarla cuando se acerca mi cumpleaños y esta vez se diría que le trae sin cuidado.

Macallan le quitó importancia al asunto.

—Jo. Te pones muy dramático. Tu madre es la mamá más cariñosa del mundo, así que tranquilízate. Me parece que tanto entrenar al sol te está afectando.

Estaba acostumbrado a tomar el sol, pero tener que entrenar vestido con el equipo de fútbol se me hacía muy cuesta arriba.

—Sí, supongo que tienes razón. Bueno, da igual. ¿Qué vas a hacer esta noche?

—¿Eh?

—Esta noche —repetí. Macallan me miró de hito en hito—. Has quedado, por eso no puedes venir a cenar.

Le di un codazo cariñoso en las costillas, pero ella pegó un bote. No estaba habituado a que actuara como si apenas me conociera. Seguro que pasaba algo.

Se hizo la luz en sus ojos.

—Sí, claro. Es que… tengo un asunto de familia con el tío Adam.

—¿Va todo bien?

—Eh, sí, no es nada. Le prometí acompañarlo al cine esta noche.

Ni siquiera me miraba a los ojos.

—Ah, vaya. ¿Y qué película vais a ver?

—¿Qué película? Pues… no sé, se me ha olvidado.

Vale, no hacía falta ser un genio para advertir que Macallan me estaba ocultando algo. Saltaba a la vista que no quería decirme con quién había quedado. Me pregunté si ya estaría saliendo con alguien. Hacía muy poco que había regresado, pero ¿qué otra cosa podía ser? Desaparecía cada dos por tres y ponía excusas para no verme. Ni siquiera conocía a Stacey. O sea, la conocía de vista, pero no me refiero a eso.

Lo mires por donde lo mires, Macallan prefería mantenerme al margen de sus historias y debía respetar su intimidad. Por nada del mundo quería empeorar las cosas.

 

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Al principio de mi llegada a Wisconsin, siempre me estaba quejando del mal tiempo. Qué poco imaginaba entonces que las olas de calor de agosto iban a convertirse en mi peor pesadilla.

Keith y yo salimos juntos del entrenamiento.

—Esto es lo nunca visto, California.

—¿Nunca han cancelado un entrenamiento?

Negó con la cabeza.

—No, no. Hablo de esta ola de calor. Es brutal.

Nos acercamos a su ranchera y desbloqueó las puertas.

—Gracias por llevarme, colega.

—No hay problema —me dedicó una sonrisa socarrona—. Siento no haberte traído una sillita.

Jo. Estaba deseando sacarme el carné. Odiaba depender de mis padres y de mis amigos para ir de un lado a otro, sobre todo al entrenamiento.

—Mira, si mañana tampoco hay entrenamiento, te podrías venir a mi casa y practicar conmigo. En mi jardín se está fresco por las tardes.

—Me gusta la idea —guardé silencio un momento. Ya sé que se supone que los tíos tenemos que hacernos los duros, pero le agradecía mucho todo lo que estaba haciendo para ayudarme a mejorar mi juego—. Y gracias por todo, tío. No creo que me hubieran aceptado en el equipo base de no ser por ti.

—Ya, bueno, eres muy rápido. Necesitamos un jugador rápido —se rio—. Pero mejor espera a que te saquen al campo para darme las gracias.

—Lo pillo. Sal al campo de juego, coge el balón y luego ya me escribirás cartas de amor, ¿no?

Detuvo el vehículo junto a mi casa.

—Sí, pero procura que Macallan no se ponga celosa. Es una tía dura. Ojalá las churris jugaran al fútbol.

Me apeé del coche y vi el vehículo del señor Dietz aparcado en el camino de entrada. Entré corriendo y grité:

—¿Le pasa algo a Macallan?

Me detuve de repente al ver a mi madre y al señor Dietz sentados muy juntos en la mesa de la cocina. Estaban mirando una hoja de papel.

—Oh —mi madre dio un bote—. ¿Qué haces en casa tan pronto?

Los miré por turnos. Allí pasaba algo raro.

—¿Macallan está bien?

Mi madre lanzó al señor Dietz una mirada nerviosa. Él se levantó.

—Sí, sí, está muy bien. Es que pasaba por aquí…

Cogió la hoja de la mesa aparentando indiferencia, pero el gesto no me pasó desapercibido.

—¿Qué es eso?

Señalé el papel que el padre de Macallan tenía en la mano.

—Oh, bueno… —intercambiaron otra mirada nerviosa—. Le he pedido a tu madre su opinión sobre un plato que le quiero preparar a Macallan para su cumpleaños.

No sé por qué, pero no me lo tragué.

—¿De verdad? ¿Puedo verlo?

—El señor Dietz ya se iba —intervino mi madre justo cuando el piloto de la cafetera indicaba que el café estaba listo. Mi madre nunca preparaba café solo para ella. Lo hacía únicamente cuando tenía invitados.

—Sí —se excusó él—. Me he escapado un momento del trabajo. ¿Sabes, Levi? Quiero sorprender a Macallan, así que te agradecería que no le dijeras que he estado aquí.

No me gustaba la idea de engañar a Macallan, especialmente en aquella fase tan delicada de nuestra relación. Sin embargo, entre lo rara que estaba mi amiga y el encuentro secreto de nuestros padres, no pude sino pensar que había gato encerrado.

Todo era muy misterioso. Y yo no estaba de humor para misterios.

 

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La semana siguiente, mi madre y el señor Dietz hablaron varias veces por teléfono. No lo sé porque mi madre me lo dijera. Tuve que examinar sus llamadas a hurtadillas.

Supuse que Macallan sabría algo al respecto. El sábado anterior al primer día de clase, me pasé por su casa. Normalmente me limitaba a entrar, pero como Macallan parecía tan incómoda en mi presencia últimamente, llamé a la puerta.

—Oh, hola.

Advertí al instante que Macallan no tenía ganas de verme. Sin duda estaba en el ajo. Y no me marcharía de allí hasta sacarle la verdad.

Entramos en la cocina. Había harina y una bola de masa sobre el mármol.

—Estoy preparando pasta —dijo, y se puso a amasar.

En circunstancias normales, me habría invitado a cenar. Siempre lo hacía. Sin embargo, no me había invitado ni una sola vez desde su regreso. La única vez que nos habíamos sentado a comer juntos fue la noche de su llegada, aparte de las cenas familiares que compartíamos cada domingo. La idea de tener que cenar en su casa al día siguiente me puso nervioso. Había interrogantes sin resolver.

Decidí coger el toro por los cuernos.

—¿Me estás ocultando algo?

Macallan se quedó de piedra. Estaba en el ajo.

—¿De qué estás hablando?

Añadió harina a la masa y se dio media vuelta para que no pudiera verle la cara.

—Tengo la sensación de que te pasa algo. Estás haciendo eso que haces siempre.

Ella se hizo la despistada.

—¿Cocinar? Sí, eso es lo que estoy haciendo, Levi. ¿Por qué no llamas a la policía?

Se rio, pero fue una risa forzada, casi calculada. Se moría por cambiar de tema.

Por desgracia para ella, yo no pensaba dejar que se saliera con la suya.

Se me había agotado la paciencia.

—Venga, Macallan. No soy idiota. Últimamente estás muy distante. Nuestros padres siempre están cuchicheando. ¿Y de qué iban hablar si no fuera de nosotros?

—No sé. Son amigos. ¿Desde cuándo los amigos no pueden mantener una conversación? Deja de imaginar teorías de la conspiración. Los amigos charlan a menudo.

—Sí, los amigos charlan, pero tú y yo apenas intercambiamos palabra —ella no me hizo caso y siguió extendiendo la masa—. ¿Puedes parar un momento, sentarte y hablar conmigo? ¿Por favor?

Separé una silla para que se acomodara a mi lado.

Macallan se sentó con un paño en la mano. Metódicamente, se retiró la harina de los dedos, sin mirarme a los ojos.

—Macallan, ¿harías el favor de decirme lo que está pasando? Desde que has vuelto, te comportas de un modo extraño, como si te sintieras incómoda conmigo.

Me miró por fin. Parecía asustada.

—Es que… en Irlanda he tenido mucho tiempo para pensar. Y siento que, desde mi regreso, las cosas son distintas. Yo soy distinta. Verás, supongo que… —se miró los pies—. Levi, últimamente nuestra amistad no ha pasado por su mejor momento y no quiero añadir más tensión, en serio. ¿Podemos dejar esto para más adelante? Por favor.

Quería darle algo de tiempo, pero ¿acaso no bastaban las ocho semanas que había pasado en el extranjero? Me sentía frustrado a más no poder. Siempre había sido sincero con Macallan, pero tenía la sensación de que me estaba mintiendo. Otra vez.

Me preocupaba mucho por los sentimientos de Macallan, pero ¿qué pasaba con los míos? Cuando se había marchado, yo me había quedado hecho polvo. Aun así, había intentado darle todo lo que me pedía (tiempo, atención), pero a ella no le bastaba.

Esta vez, sin embargo, yo no tenía la culpa de nada. Fue ella la que se marchó. Y era ella la que no me prestaba atención hoy por hoy. Era ella la que pasaba de mí.

Me había tirado todo el verano esperando su regreso y, ahora que había vuelto, tenía la sensación de que no estaba aquí.

Estaba harto de esperar.

—Me abandonaste —las frase salió de mis labios antes de que pudiera morderme la lengua—. Te confesé lo que sentía por ti y tú te largaste y me dejaste plantado. ¿Te puedes imaginar siquiera lo mucho que me dolió? Pero te di tiempo, tal como me pedías, y no dije nada porque esperaba que, cuando volvieras, todo iría bien entre nosotros. Sin embargo, no es así. Ya no sé qué más hacer. Ahora no soy yo el que está raro.

—¿De verdad? —me preguntó, alzando la voz—. ¿Me echas a mí la culpa? Sí, me confesaste lo que sentías por mí. Dejaste abierta esa inmensa puerta. Y cuando volví me la cerraste en las narices.

—¿Una puerta? ¿Qué puerta te cerré en las narices? ¡Estaba deseando que volvieras a casa!

Esta vez no me gritó. Le temblaba la voz.

—En todo el tiempo que pasé en Irlanda, no dejé de pensar en ti. Me diste motivos para reflexionar, ya lo creo que sí. Y lo hice, Levi. Estaba decidida a conseguir que esto funcionase. Lo deseaba con todas mis fuerzas. Bajé del avión convencida de que protagonizaríamos un final feliz. Y de repente descubrí que me habías dejado en la estacada. No dejo de recordar el momento en que aterricé en Chicago. De comparar lo que esperaba encontrarme y lo que encontré al llegar. De pensar en lo tonta que fui. De modo que, sí, Levi, es verdad que no puedes contar conmigo tanto como antes, pero yo tampoco puedo contar contigo.

—¿Me tomas el pelo? Claro que puedes contar conmigo, Macallan. Fuiste tú la que se marchó. Me dejaste. Y ahora eres tú la que me ignora. Me he pasado meses esperando tu regreso, y ahora estás aquí pero es como si no estuvieras. Así que dime qué quieres de mí, porque estoy harto de adivinarlo y harto de sentir que nada de lo que hago te parece bien. Por favor, explícamelo.

Macallan abrió la boca y luego la cerró. El suelo la tenía hipnotizada. Ni siquiera quería mirarme.

Pensé que haría de tripas corazón y volvería a plantar cara. A luchar por nuestra relación. Pero ella ya había tirado la toalla. Y, en aquel momento, me dio igual. ¿Por qué recaía sobre mis hombros la responsabilidad de arreglar las cosas entre nosotros? Y eso sin tener la menor idea de qué esperaba ella de mí. Nada de lo que hacía le parecería bastante. Siempre me había exigido muchísimo y ahí radicaba el problema. Macallan no quería compartirme con los demás.

Me levanté y eché a andar hacia la puerta. Si ella hubiera hablado entonces, me habría dado media vuelta, pero no lo hizo.

En cuanto salí, me quedé sin fuerzas. Tanta discusión, tanto drama, me habían dejado agotado.

Me encaminé hacia mi casa. Tenía que poner distancia con la que un día fuera mi mejor amiga.

Si las cosas iban a ser así, prefería saberlo que seguir fingiendo otra cosa. Con cada paso que daba, me invadía una sorprendente sensación de libertad.

Puede que el viaje de Macallan a Irlanda hubiera sido lo mejor que me podía pasar. Por fin había comprendido que no necesitaba tenerla cerca para ser feliz. La había echado de menos, claro que sí, pero más a su recuerdo que a ella. Añoraba a la antigua Macallan. Ella había cambiado y yo también. Por lo visto, ambos nos estábamos aferrando a una persona que ya no existía.

En aquel momento decidí poner punto final a todo aquel melodrama.

Y si para ello tenía que vivir sin Macallan, que así fuera. Estaba harto de sus jueguecitos.

 

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Las noches del domingo, ambos guardábamos las apariencias. Por suerte, solo tuve que hacer el paripé las primeras dos semanas del curso antes de empezar a poner excusas para escaquearme de las cenas.

Que más daba. Mi fiesta de cumpleaños fue alucinante. Mis colegas vinieron a casa después del partido. Stacey invitó a unos cuantos amigos suyos. Mi madre invitó a Macallan, cómo no, pero ella no pudo venir, gracias a Dios. Ni siquiera me regaló nada. Dentro de un par de semanas sería su cumpleaños y me juré pagarle con la misma moneda.

Si al menos mi familia sumara dos más dos y dejara de hacer lo posible por reunirnos… Afortunadamente, tenía libres las noches del sábado, así que reservaba esos días para mi chica. Mi verdadera chica.

Stacey se comportó con suma elegancia en todo momento, lo cual significa que nunca sacó a colación el asunto de Macallan. Todo le parecía bien, a diferencia de a la otra. Se lo agradecí.

Aquel sábado parecía supercontenta de verme.

—Eh, guapísimo —se acercó y me dio un beso, rozándome la mejilla con su coleta alta—. He pensado que podríamos ir a cenar a un sitio distinto para variar. ¿Qué te parece?

—Claro.

Me encogí de hombros. No estaba de muy buen humor. La noche anterior habíamos jugado el tercer partido de la temporada y aún no me habían sacado al campo. Yo era rapidísimo y estaba mejorando mucho con el balón, pero el entrenador seguía sin contar conmigo. No podía demostrarle lo frustrado que me sentía, así que me desahogaba con los demás.

—¿Adónde vamos? —pregunté cuando Stacey entró en el aparcamiento de un hotel.

—Me han dicho que aquí hay un restaurante muy bueno —se rio, nerviosa.

Bajé del coche. Stacey miró su teléfono.

—¿Me esperas un momento? Tengo que hacer una llamada rápida.

—Claro.

Su elección me extrañó, pero no le di más importancia. Por lo general, Stacey sabía lo que hacía.

De repente, todo se complicó.

—¿Levi? —me di media vuelta y vi a Macallan con Danielle—. ¿Qué haces aquí?

—¿Yo? ¿Qué haces tú aquí?

Danielle me miró, luego la miró a ella y por fin se interpuso entre los dos.

—Qué raro, ¿verdad? Debe de ser el nuevo local de moda —se echó a reír mientras Stacey se acercaba.

—Eh, chicas —mi novia saludó a Macallan con cariño—. Qué coincidencia encontraros aquí —intercambió una mirada con Danielle—. Esto… Deberíamos entrar.

Stacey echó a andar con brío junto a Danielle, que le estaba diciendo lo mucho que le gustaban sus zapatos.

Yo tuve que caminar al lado de Macallan.

—¿Me estás siguiendo? —le pregunté.

Ella gimió.

—Sí, claro, tú sigue soñando.

—Es que me parece un poco raro que estés aquí. Ni siquiera sabía que hubiera restaurante en este hotel.

—No ha sido idea mía; lo ha propuesto Danielle —replicó con frialdad.

—Qué oportuna.

Danielle y Stacey entraron primero y se detuvieron ante unas enormes puertas dobles.

Yo estaba furioso de pensar que me tocaría cenar en las cercanías de Macallan. Y dudaba mucho de que aquello fuera una mera coincidencia. Saltaba a la vista que ella llevaba fatal eso de vivir sin mí.

Macallan se detuvo y me miró a los ojos como si me hubiera leído el pensamiento.

—Madura, Levi.

Entró la primera.

—¡Detrás de ti! —dijo Stacey mientras Danielle y ella abrían las puertas dobles.

Cuando crucé la entrada, fruncí el ceño para dejar bien claro lo mucho que me disgustaba aquella situación.

—¡¡¡SORPRESA!!!

La multitudinaria exclamación resonó en el gran salón de baile. Tardé unos instantes en comprender lo que pasaba, rodeado de caras de amigos y familiares que me saludaban. Luego vi el cartel de FELIZ CUMPLEAÑOS, MACALLAN Y LEVI.

Nuestros padres se habían estado reuniendo en secreto para organizar una fiesta de cumpleaños.

Me volví a mirar a Macallan, que parecía tan aturdida como yo. Así pues, no me había mentido al decir que desconocía el motivo de tanto misterio. No obstante, sí me había mentido sobre otra cosa.

Mi madre se acercó riendo.

—¿Lo hemos conseguido? ¿Os hemos dado una sorpresa?

Jamás en toda mi vida había flipado tanto.

 

Hay que estar en la luna…

 

Ya lo sé, nos la pegaron bien.

 

Hablaba de nuestros padres. ¿Cómo es posible que no se hubieran dado cuenta de que ni siquiera nos dirigíamos la palabra?

 

Desde luego. Justo cuando peor estamos van ellos y organizan una fiesta sorpresa conjunta.

 

Lo que más me extraña es que Danielle no le dijera nada a mi padre. No es de las que se calla las cosas.

 

¿Como tú?

 

Sí, claro, ahora resulta que era yo la que no atendía a razones.

 

Tío, me porté como un idiota.

 

Perdona, me parece que no te he oído bien. ¿Puedes repetir lo que has dicho?

 

Sí, me porté como un idiota, como un completo imbécil. Incluso yo me habría retirado la palabra a mí mismo.

 

Y luego dicen que las chicas somos demasiado emotivas.

 

Te lo vuelvo a repetir: estaba muy confundido después de que me plantaras.

 

¿Y te extraña que tuviera que marcharme al extranjero?