cap9.jpg

 

 

Si hubiera podido hablar con mi yo de segundo, le habría dicho que no se preocupara por nada. En primero, todo fue como la seda. Aunque reconozco que salir con un chico mayor ayudó bastante.

—¿Tienes frío? —Ian me rodeó con el brazo.

—¿Por qué tengo la sensación de que buscas excusas para acercarte a mí? —me acurruqué contra él.

Él me estrechó un momento mientras nos sentábamos en las gradas para presenciar un partido de fútbol. Acababa de empezar el curso.

A mi llegada al instituto, Ian había dado por supuesto que Levi y yo salíamos, claro. Yo lo entendía perfectamente. No solo íbamos y volvíamos juntos a diario (excepto cuando él tenía entrenamiento), sino que nos sentábamos juntos a la hora de comer, acudimos juntos al baile de bienvenida y lo hacíamos casi todo juntos.

Lo comprendía. De verdad que sí, pero no por eso iba a renunciar a pasar tiempo con mi mejor amigo.

Supongo que Ian acabó por aceptar la clase de relación que teníamos Levi y yo, porque un sábado, después de Acción de Gracias, me pidió salir. El día del partido llevábamos juntos diez meses, y en todo ese tiempo no había formulado ni una sola queja sobre Levi. Me tomaba el pelo, claro que sí, pero yo era consciente de que, en parte, tenía motivos.

—¿Alguna vez te he dicho que más que una buena amiga eres una santa? —se rio Ian.

—Algún día tendrán que dejarlo jugar.

Rezaba para que el universo me escuchara.

Habíamos acudido al partido para animar a Levi, aunque ni siquiera había pisado el campo. Nunca. Ni en primero ni en los dos primeros partidos de segundo. La velocidad no era el problema; el entrenador siempre le decía que era el más rápido del equipo. El balón, en cambio, se le resistía.

Así que Levi se sentaba en el banquillo. Eso sí, formaba parte del equipo.

Y como Levi, a su vez, formaba parte de mi vida, yo me sentaba en las gradas para animarlo.

—¿Tengo que recordarte que en primavera no me perdí ni una sola de tus carreras? —le propiné un codazo a Ian.

—¿Tengo que recordarte que Levi también competía? No finjas que estabas allí solo por mí.

Abrí la boca, estupefacta.

—¿Exactamente qué quieres decir con eso?

Ian negó con la cabeza.

—Nada. Desde luego, no te estoy preguntando a quién prefieres. En esa guerra, siempre tendré las de perder. Además, ya sabes que me cae bien… si no fuera porque está a punto de superar mi tiempo.

Me tapé la cara. Daba gracias de que mi novio y mi mejor amigo solo compitiesen en las carreras de atletismo. El entrenador de los cadetes, el señor Scharfenberg, ya le había dicho a Levi que se considerara dentro del equipo.

Ian y yo nos tragamos todo el partido. Yo intentaba fingir interés, pero, la verdad, si Levi no jugaba y los jugadores no lucían el equipo verde y dorado, todo aquello me parecía aburrido a más no poder.

Dediqué buena parte del tiempo a evitar el contacto visual con las animadoras. Emily actuó como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo, y supongo que así era. Había salido con Troy un tiempo, después con Keith, luego le tocó a James, a Mark y a Dave. Pese a sus muchos temores, no tuvo que hacer ningún esfuerzo para encajar. Su círculo de amigos había aumentado considerablemente.

Danielle me había apoyado durante «el divorcio», lo cual fue una suerte, porque su sarcasmo me vino muy bien para superar la ruptura. Cuando Emily y yo compartíamos alguna clase, charlábamos con normalidad, pero en cuanto sonaba el timbre ella se largaba con sus nuevos compinches. Por suerte, yo también había hecho amigos, y eso me ayudaba a no guardarle rencor.

Cuando el partido terminó, Ian y yo esperamos a Levi junto a los vestuarios.

Salió del edificio con la capucha de la sudadera echada sobre la cabeza. Todos sus movimientos proyectaban derrota.

—¡Eh! —intenté adoptar un tono entusiasta, pero no demasiado.

—Hola —Levi no levantó la vista del suelo.

—Le he dicho a tu madre que te llevaríamos a casa. Pero ¿qué te parece si primero tomamos un helado? ¿En casa de Ian?

—¡Eh! —Ian me cogió por la cintura.

Le aparté las manos de un manotazo.

—Ya salió el caballero.

A Levi no le hizo gracia.

—No, tranquilos.

Ni siquiera nos miró.

Bastan dos palabras para describir los momentos como ese: in-cómodos.

Montamos en el coche de Ian. Prácticamente vi cómo Levi ponía los ojos en blanco cuando empezó a sonar un tema rap a todo volumen. Bajé la música.

—Y qué, Levi —Ian lo miró por el espejo retrovisor—. He oído que sales con Carrie Pope.

Yo no pensaba que tomar un café e ir al cine pudiera llamarse «salir», pero Levi asintió.

—¿Es de primero?

El interés de Ian en la vida amorosa de Levi me estaba poniendo nerviosa.

—«Aparta, que me tiznas», le dijo la sartén al cazo —replicó Levi con una carcajada. Me alivió comprobar que no había perdido su sentido del humor.

—No —balbuceó Ian—, si solo lo digo porque es mona.

—¡Eh! —le palmeé el brazo en plan de broma.

—No me refiero a eso. No es mi tipo.

—Ya veo. ¿Demasiado mona para ser tu tipo? —lo pinché.

—A mí me ha sonado a eso —declaró Levi desde el asiento trasero.

—¿Sabéis? No tiene ninguna gracia —se enfurruñó Ian—. Un pobre tipo como yo no tiene ninguna posibilidad contra dos fieras como vosotros.

—Venga ya.

Me di media vuelta y entrechoqué la palma con la de Levi para chinchar a Ian un poco más.

—Que me cuelguen si puedo evitarlo —dijo Levi con acento británico.

—¡Agh! —protestó Ian—. Basta ya con ese rollo. Sois demasiado para mí.

—Se refiere a que somos demasiado ingeniosos —apostillé.

—Es obvio —asintió Levi—. ¿A qué se iba a referir si no?

—O quizás quiera decir que somos alucinantes.

—Ese es otro de los adjetivos que usa la gente para describirnos, sí señor.

—Y fabulosos —le recordé.

—Fantásticos.

—Extraordinarios.

—¡Basta! —exclamó Ian como si lo estuvieran golpeando—. ¿Sabéis?, se me ocurren muchas maneras de describiros, ya lo creo que sí.

Detuvo el coche ante la casa de Levi.

—Bueno, Levi, ¿qué te parece si nos olvidamos del campo y salimos los cuatro? Así Carrie y yo nos podríamos aliar contra vosotros para variar.

Un extraño silencio se apoderó del coche. Levi y yo dejamos de bromear de golpe. No sé por qué ambos reaccionamos de una forma tan rara. Es verdad que Levi salía con nosotros a menudo, pero ¿invitar a una cuarta persona? ¿No nos sentiríamos incómodos?

—¿He dicho alguna tontería? —preguntó Ian para quitarle hierro al momento.

Intenté poner los pies en el suelo y no sacar las cosas de quicio.

—No, sí, si es muy buena idea.

Miré a Levi, que me observaba atentamente.

—Claro —añadió. Aunque no parecía muy seguro.

—¡Genial! —Ian estaba encantado con la idea—. El próximo fin de semana vamos a una fiesta en casa de Keith.

—¿Ah, sí?

Yo no sabía que nos hubieran invitado a ninguna fiesta.

—Sí, ¿no te lo había dicho? —negué con la cabeza. Él prosiguió—. Bueno, pues podemos quedar antes para tomar algo y luego acudimos todos juntos.

—Ah, vale.

Levi se apeó del coche y me saludó con la mano antes de entrar en casa.

—¿Qué? —Ian se acercó a mí—. ¿Has visto qué majo soy con tu mejor amigo del mundo? ¿Qué me merezco?

—El privilegio de llevarme a casa —repuse con voz apagada.

Él se echó a reír.

—Eres la hostia. Lo sabes, ¿verdad?

Eso dicen por ahí.

 

regla.psd

 

No sabía si debía sentirme mejor por el hecho de que a Levi le hiciera tan poca gracia como a mí la idea de la doble cita. Había coincidido con Carrie un par de veces, pero procuraba no imponer mi presencia. Sabía que el hecho de que la mejor amiga de Levi fuera una chica podía intimidarla. Parecía mona y me caía bien, así que quería facilitarle las cosas.

Además, había aprendido a llamar a los dormitorios antes de entrar, tanto metafórica como literalmente.

El viernes, de camino al restaurante para celebrar la noche del pescado frito, los cuatro guardábamos un extraño silencio. Le dejé a Levi el asiento del copiloto, pensando que así Ian y él podrían hablar de cosas de chicos mientras yo intentaba conocer mejor a Carrie.

—Me gusta tu falda —le comenté. Llevaba una falda de color naranja con un top cruzado de cachemira en tono crudo.

—Gracias. Tu ropa también es muy chula —respondió, aunque yo solo llevaba vaqueros y una camiseta negra normal y corriente. Obviamente, hacía esfuerzos por quedar bien.

—Gracias.

Me sonrió.

—Y tu pelo es, o sea, alucinante.

Empezó a juguetear con su propia melena color miel.

—Tú también tienes un pelo fantástico.

Se encogió de hombros.

—Mi color es muy aburrido.

Levi se dio media vuelta.

—En serio, ¿ropa y pelo? Así me gusta, Macallan. Rompiendo estereotipos.

Le lancé mi famosa mirada incendiaria.

—¿Y de qué vais a hablar vosotros? ¿De deporte?

—Claro, de cosas de hombres.

—¿De verdad te quieres meter en este jardín delante de Carrie? —enarqué una ceja con gesto desafiante.

Él devolvió la vista al frente.

—Ya sabía yo que esto era una mala idea.

Aunque era consciente de que lo decía en broma, estaba de acuerdo con él al cien por cien.

Cuando nos sentamos en la Taberna Curran, traté de comportarme. Charlamos de cualquier cosa hasta que el camarero se acercó a tomar el pedido.

Levi me dedicó una sonrisa traviesa.

—¿Pido yo o pides tú?

—Siempre tomamos lo mismo —les expliqué a nuestros acompañantes, que nos miraban sorprendidos—. Sí, yo tomaré bacalao frito con una patata al horno, pero que tenga ración doble de crema agria. Y salsa de queso azul para la ensalada. Gracias.

—Lo mismo para mí —pidió Levi—. Pero te has olvidado una cosa.

—¡Oh! ¡Queso en grano! —exclamé casi gritando—. Esto… ¿Podemos empezar con queso en grano también? Gracias.

El camarero asintió y se volvió hacia Carrie, que pidió una ensalada César con pollo a la parrilla.

—Y yo tomaré una hamburguesa con queso mediana —pidió Ian.

No tuve que decir nada porque sabía que Levi lo haría.

—¿Va en serio? ¿A quién se le ocurre pedir carne en un restaurante de pescado frito? —negó con la cabeza—. En primer lugar, no pienso compartir mis buñuelos de maíz con nadie, y sé a ciencia cierta que Macallan tampoco lo hará.

—Así se habla —lo animé.

Levi se echó hacia delante con una expresión muy seria, casi solemne.

—Escuchadme, chicos, yo jamás había oído hablar de la noche del pescado frito hasta que la familia de Macallan nos trajo aquí. No tenéis ni idea de la suerte que tenéis aquí en Wisconsin: pescado frito, buñuelos de maíz con mantequilla de miel, alubias con tomate, pan y mantequilla, ensalada de col, patatas… ¡patatas al gusto! ¿Y he mencionado ya la mantequilla? ¡Carros de mantequilla! O sea, ¿qué más te puede ofrecer un viernes por la noche? Pedir otra cosa… ¡es de locos, de locos!

Aunque Carrie e Ian no parecían tan animados como yo, me invadió una extraña sensación de orgullo. Ojalá el Levi de séptimo pudiera verse ahora. Incluso se le había pegado el acento del medio oeste.

—¿Por qué sonríes? —quiso saber Levi.

—Por nada —respondí a toda prisa.

—No me lo trago —se echó hacia delante y me miró a los ojos como si quisiera leerme el pensamiento. Yo desvié la vista. A esas alturas, le creía capaz—. Ah, ¿lo ves?, estás tramando algo.

—¿Quién, yo? —repliqué con mi voz más inocente.

—Por favor —se arrellanó en el asiento y pasó el brazo por el respaldo de la silla de Carrie—. Te voy a decir un secreto sobre esta, Carrie. No te creas ese rollo de la buena chica que saca sobresaliente en todo. Bajo su dulce apariencia se esconde un corazón retorcido de gran perspicacia e infinitos recursos.

—Lo cual explica por qué eres mi mejor amigo.

—Obviamente —asintió Levi.

Ian carraspeó.

—Bueno, Carrie, habrá que intervenir antes de que el Show de Levi y Macallan nos amargue la noche. Cuando empiezan, ya no se callan. Nunca.

Carrie se revolvió incómoda en el asiento y se toqueteó las tiras del top.

Mirando a Ian, articulé «lo siento» con los labios. No era la primera vez, ni sería la última, que mi novio me llamaba la atención cuando Levi y yo nos enzarzábamos en una de nuestras conversaciones épicas.

Acabé jugando a «veinte preguntas para conocerte mejor» con Carrie hasta que llegó la comida. Además de ser muy simpática, se iba a presentar al consejo estudiantil y trabajaba como voluntaria en el refugio de animales los fines de semana. Comparada con ella, me sentí una holgazana.

Aunque me estaba divirtiendo, tenía que hacer esfuerzos para reprimir el impulso de ponerme a hablar con Levi cada vez que se me ocurría una réplica ingeniosa o algún comentario gracioso. Debíamos ser considerados con nuestras parejas. Al fin y al cabo, era un milagro que hubiéramos conocido a dos personas del sexo opuesto capaces de disfrutar tanto como nosotros mismos de nuestra compañía.

 

regla.psd

 

Cuando llegamos a casa de Keith, la fiesta estaba en pleno apogeo. El equipo de fútbol al completo, todas las animadoras e incluso la banda de música estaban allí.

—¡Eh, California! —Keith se acercó e intercambió con Levi ese saludo que hacen los chicos con la mano y el pecho y que deben de enseñar en alguna clase de machotes—. ¡Bienvenidos!

Me miró de arriba abajo y yo le dejé muy claro, con mi expresión más gélida, que no me interesaba nada de lo que me ofrecía.

—Eh, tío —dijo Ian, interponiéndose entre los dos—. Gracias por invitarnos.

—Ah, claro, vosotros dos estáis juntos. Siempre se me olvida. Como no se despega de este… —señaló a Levi, que echaba chispas.

—Keith, esta es Carrie —Levi hizo un gesto en dirección a la chica.

Por la razón que fuera, Keith se rio.

—Vale, ya lo pillo —metió la mano en la nevera y sacó unos refrescos de lata—. Te lo tiraría, Levi, pero a mi madre no le hará ninguna gracia encontrarse la alfombra toda manchada.

Volvió a reírse. Nosotros lo mirábamos impertérritos.

Cogimos una lata cada uno y nos encaminamos a una esquina de la cocina.

—Pasa de él —le dije a Levi.

—Pero si tiene razón. Soy incapaz de coger nada al vuelo… excepto las burlas —negó con la cabeza.

Me puse de espaldas a Carrie y a Ian. Sabía que a Levi le avergonzaba su poca maña con el balón.

—Estás mejorando mucho. El otro día, Adam me dijo que habías pillado el balón casi desde la otra punta de la manzana.

—Supongo —repuso con un hilo de voz—. Pero es humillante calentar banquillo partido tras partido.

—Pensaba que solo querías jugar al fútbol para hacer amigos e integrarte un poco más.

Se encogió de hombros.

—Pero eso no significa que no quiera jugar.

—Ya lo sé, pero mira a tu alrededor. Estás en una fiesta y ha sido Keith el que te ha invitado.

—Ha invitado a todo el mundo.

—Ya, pero al menos estás aquí. Y te ha tomado el pelo. ¿No es eso lo que hacen los amigotes?

—Los amigotes —se rio.

—Ya sabes, la forma que tienen los tíos de demostrar afecto. De marcar su territorio. Como los perros y tal, que hacen pipí para dejar su marca.

—No sabes de lo que hablas.

—Claro que no —reconocí—. Pero ¿verdad que te sientes un poco mejor?

—Sí, un poquitín.

Le di un codazo amistoso.

—Pues con eso no me basta. Está claro que mi trabajo no ha terminado. ¿Que si eres un tío duro? Deja que te diga hasta qué punto.

—Espera, espera —Levi sacó su móvil—. Esto tengo que grabarlo. A lo mejor me lo pongo como señal de llamada.

Le cogí el teléfono y hablé directamente al micro.

—Yo, Macallan Marion Dietz, juro solemnemente que Levi Rodgers es un machote de la cabeza a los pies, un tronco como una casa. Razón número uno: imita fatal el acento británico. Razón número dos: se deshace en halagos ante una buena cocinera. Esto… razón número tres. Mm…

—Genial —recuperó el móvil—. ¿No puedes ni discurrir tres razones?

—Verás, es que hay tantas que mi cerebro se ha colapsado.

—Por los pelos.

—Uf —me enjugué la frente con un gesto teatral.

—¡Eh! —Danielle se acercó a nosotros—. No os he visto llegar. Pero vuestros ligues están ahí fuera y he supuesto que andaríais a lo vuestro.

Danielle leyó la comunicación no verbal que intercambiamos Levi y yo.

—A ver si lo adivino: no os habíais dado cuenta de que esos dos habían salido.

Hice un gesto de dolor. Ella negó con la cabeza.

—Sois la hostia.

—Obviamente —dijimos Levi y yo al unísono.

—Bueno, pues os sugiero que sigáis divirtiéndoos en el patio y hagáis compañía a vuestras parejas.

—¡Gracias!

Le di un abrazo rápido a Danielle antes de que se alejara para reunirse con sus amigos de la banda de música.

Levi y yo nos acercamos a las puertas acristaladas. Carrie e Ian estaban fuera, apoyados contra la barandilla. Ella se estaba riendo de algo que Ian le contaba.

—Bueno, por lo menos se lo están pasando bien —observó Levi—. De hecho, parece que se lo están pasando mejor ahora que durante la cena.

—Levi —lo retuve antes de que abriera la puerta—. Me parece que no es buena idea que salgamos los cuatro en plan parejas.

Asintió.

—Ya lo sé. Cuesta mucho incorporar a alguien en este combinado. No quiero estropear las cosas con Carrie.

—Podemos seguir viéndonos. Solo digo que quizás las noches de pareja deberían ser cosa de dos. No obligar a nadie a que nos aguante.

Levi miraba fijamente ante sí. Tenía la mandíbula algo crispada.

—¿Levi?

Como no respondía, seguí su mirada. Ian se acercó a Carrie y le recogió un mechón detrás de la oreja. Ella se sonrojó, pero se inclinó hacia él. Ian la rodeó con el brazo.

—¿Están coqueteando? —exclamé, indignada. No me podía creer lo que veían mis ojos.

Levi y yo observamos petrificados cómo Ian y Carrie se acercaban cada vez más. Él volvió a decir algo que la hizo reír. Carrie se enrolló al dedo un mechón de pelo. Ahora, Ian se inclinaba aún más hacia ella. La chica dejó de sonreír. Se miraban a los ojos con expresión intensa.

Conocía bien la expresión que mostraba Ian ahora mismo. Ladeó la cabeza y levantó la barbilla de Carrie con el dedo índice.

Aquello no estaba pasando.

—No me creo… —la voz aterrada de Levi me hizo reaccionar.

Abrí la puerta corrediza con tanta fuerza que el cristal traqueteó.

—¿Cómo te atreves?

Me sorprendí a mí misma plantada delante de Carrie. Sabía que debería haberme encarado con Ian, pero en aquel momento estaba furiosa con ella. Levi había salido con Carrie unas cuantas veces, le había presentado a sus amigos y la había llevado a una fiesta a la que ella no estaba invitada, ¿y así se lo agradecía?

Carrie se apartó, pero Ian dio un paso hacia mí.

—¿Esto va en serio?

Nunca lo había visto enfadado, pero ahora mismo echaba chispas.

—¡Dímelo tú! —repliqué.

Me miró asqueado.

—¿No te das cuenta de lo que estás haciendo? ¿Te enfadas con Carrie? ¿Acaso te da igual lo que yo haga? ¿Sabes qué? No hace falta que me contestes. Está claro que solo te importa Levi, no tu novio. No, perdona, tu ex novio.

—A ver si te he entendido bien —mi mente intentaba ordenar lo sucedido durante aquellos últimos minutos—. Tú estabas tonteando con otra chica. Si yo no hubiera intervenido, seguramente la habrías besado. Eras tú el que se disponía a engañarme. ¿Y te enfadas conmigo? ¿Rompes conmigo?

—¿Tienes la menor idea de lo mucho que me duele esto?

A Ian se le quebró la voz y comprendí que era sincero. Me sentí fatal. Le había hecho daño. Sin embargo, yo no había hecho nada que justificase la infidelidad.

—¿Por qué me echas a mí la culpa? —no entendía nada. Ian y yo nunca nos habíamos peleado. Ni una vez. Estábamos pensando en ir a Milwaukee para celebrar nuestro primer aniversario. ¿Y ahora rompía conmigo?—. ¿Has estado bebiendo?

—Ya sabes que no bebo —me espetó—. Puede que lo haya hecho adrede, para que sepas lo que se siente cuando tu novio está pendiente de otra. Me gustas mucho, Macallan, pero no puedo seguir siendo el segundón.

—No dirías eso si Levi fuera una chica.

—Pero no lo es. Y ese es el problema. ¿Por qué no os liais de una vez?

Siempre íbamos a parar al mismo punto. Al eterno prejuicio de que Levi y yo no podíamos ser solo amigos. Nadie se lo creía.

Sobre todo porque aquellas personas nunca habían tenido un amigo íntimo del sexo opuesto.

O quizá fuera más exacto decir que ninguno de ellos era el mejor amigo de Levi.

—Si tan mal te parecía, ¿por qué has esperado hasta ahora para decírmelo?

Ian gimió.

—Porque supuse que cuanto más unidos estuviéramos tú y yo, menos problemas tendría con él.

—¿Problemas con él?

—Ya sabes lo que quiero decir.

—No, no lo sé.

Estuve a punto de caerme del susto cuando oí a Levi decir:

—Lo siento mucho.

Había olvidado que Carrie y él estaban allí. De hecho, se estaba congregando una multitud junto a las puertas.

Carrie estaba encorvada, como si quisiera que se la tragase la tierra.

—Tengo que irme —dijo con un hilo de voz.

—Te llevo a casa.

Ian se internó en el grupo de mirones y se alejó con Carrie pegada a sus talones.

Oí unos aplausos.

—Tíos —gritó Keith, saliendo de entre el gentío—. Siempre se puede contar con vosotros para pasar un buen rato. ¡Ojalá hubiera traído palomitas! ¡Qué fuerte!

—Muy gracioso, Keith.

Algo en mi tono de voz le cerró la boca.

—Oh, vaya. Perdona, Macallan.

Me quedé esperando el comentario sarcástico de turno, pero él se limitó a mirarme con expresión compasiva. Lo que me hizo sentir aún peor. Si Keith te compadece, puedes estar segura de que eres patética.

—Salgamos de aquí.

Cogí a Levi del brazo y enfilamos hacia el recibidor.

—Esto… El conductor se ha marchado —dijo con apagada resignación.

—Ya pensaremos algo —abrí la puerta y eché a andar—. El aire fresco nos sentará bien.

Durante varios minutos, Levi guardó un silencio poco habitual en él. Lo dejé a solas con sus pensamientos, mientras yo intentaba aclarar mis propias ideas. ¿Qué acababa de pasar? A lo mejor se me había escapado algo. Rebusqué en mi memoria por si encontraba algún signo de que Ian se hubiera sentido desgraciado conmigo. Bromeaba a menudo sobre la cantidad de tiempo que le dedicaba a Levi y fingía vomitar cada vez que hablaba de él, pero, al fin y al cabo, es un chico. Pensaba que me tomaba el pelo.

Además, al margen de lo que yo hubiera hecho, no tenía excusa para ponerse a tontear con otra en cuanto yo me daba la vuelta. En realidad, lo que más me molestaba era que le hubiera tirado los tejos al ligue de Levi. Yo, en su lugar, me habría alegrado de que Levi tuviera novia.

—¿Tú entiendes algo? —le pregunté.

Negó con la cabeza y siguió andando. Mala señal.

Por lo visto, ambos tuvimos la misma idea. No llegamos a comentar hacia dónde nos dirigíamos; sencillamente fuimos a parar al parque Riverside. En silencio, nos encaminamos a los columpios y nos sentamos. Yo en el columpio del centro y Levi en el de mi izquierda. Así nos sentábamos siempre en séptimo, cuando íbamos al parque después del colegio.

Empecé a columpiarme.

—He estado pensando —anunció Levi, que seguía inmóvil en su columpio— que tienes razón. No deberíamos repetir lo de la cita doble.

Le eché un vistazo y vi un amago de sonrisa en su cara.

—¿Eso es un chiste?

—Bueno, o eso, o tendré que afrontar que ya es la segunda vez que me ponen los cuernos.

—Estrictamente hablando, no te han puesto los cuernos.

Hizo chasquear la lengua con impaciencia.

—Ya, pero solo porque tú lo has impedido.

—No sabemos lo que habría pasado —ni yo misma me creía mis palabras. Intenté quitarle hierro al asunto—. Y yo tendré que pasar de las fiestas si sé que alguna novia tuya estará presente. Y si hay puertas.

—A quién se lo vas a decir.

Se levantó y empezó a empujarme. Cerré los ojos y dejé que el columpio me llevara cada vez más arriba.

Nos pasamos así cosa de una hora. Eché un vistazo al reloj.

—O nos ponemos en marcha o llamamos a nuestros padres para que vengan a buscarnos.

Decidimos que sería mejor llamar a la madre de Levi. Mi padre y el tío Adam se preocupaban mucho por mí y no creía que se tomaran bien el hecho de que prácticamente me hubieran abandonado en una fiesta. Por suerte estaba con Levi y eso les haría sentir mejor. En cualquier caso, a los dos les caía bien Ian y se disgustarían cuando se enteraran de que habíamos roto.

Roto. No me lo podía creer.

Levi y yo nos sentamos en el bordillo a esperar a su madre.

—¿Va todo bien? —le pregunté.

—La verdad es que no —se rodeó las piernas con los brazos—. No sé, puede que yo sea el problema.

—Tú no eres el problema —le aseguré.

—¿Y entonces por qué todas las chicas me engañan?

—No te engañan todas las chicas. Una te ha engañado y otra ha tomado una mala decisión.

Suspiró.

—¿Y si se debe a que beso fatal?

—Estoy segura de que no se debe a eso.

—¿Cómo lo sabes? —en eso llevaba razón—. Piénsalo. Empiezo a salir con una chica y, en cuanto desaparezco diez días, corre a morrearse con el primero que pilla. Y esta noche me alejo de mi novia unos diez segundos y cuando vuelvo a mirar está a punto de montárselo con otro. Seguro que hago algo mal.

—Estás diciendo tonterías.

—Yo no lo veo así.

De repente, a Levi le dio por hablar. Se pasó los siguientes cinco minutos dale que te pego, diciendo que debía de besar fatal y que nunca tendría novia porque era un patoso. Y que jamás volvería a salir con una chica porque no confiaba en ellas. Y que era un tío patético porque TODAS corrían a liarse con el primero que encontraban en cuanto él se daba la vuelta.

Me estaba poniendo histérica.

Levi solía tomarse las cosas con mucha filosofía y yo no estaba acostumbrada a que se autoflagelase por culpa de una chica. Ni a que se pusiera melodramático.

Le repetí una y otra vez que él no tenía la culpa de nada. Emily era la típica que coquetea con todos. Ni siquiera se podía pensar en ella en términos de «novia» porque ella prefería picotear de aquí y de allá. En cuanto a Carrie, ¿quién sabe? Era muy joven. Había cometido un error.

Sin embargo, nada de lo que yo decía servía para consolarlo. Empezaba a sentirme muy frustrada. Una parte de mí tenía ganas de abofetearlo, pero sabía que eso no le haría callar.

—No, te digo que se debe a eso. Beso fatal. Pronto correrá la voz por el instituto y entonces ninguna chica querrá darme otra oportunidad.

—¡Levi, por el amor de Dios! —le grité.

Y, sin pararme a pensar lo que estaba haciendo, lo agarré por las mejillas y lo besé. Se quedó paralizado durante un par de segundos, seguramente de la impresión. Luego me rodeó con los brazos y me respondió.

Me aparté y Levi cogió aire.

—¿Qué-que-qué…? —balbuceó.

—No te pasa nada. No besas mal. Lo he comprobado. Asunto zanjado.

Me miraba con los ojos como platos, incapaz de pronunciar palabra.

Me encantó verlo tan aturdido.

En aquel momento, divisamos el coche de su madre a lo lejos. Yo me levanté, pero Levi se quedó sentado en el bordillo. Le tendí una mano para ayudarlo a incorporarse. Tardó un segundo en asimilar la situación. Por fin se levantó, aún patidifuso.

—En eso les llevo ventaja a tus colegas de California y a los troncos de por aquí.

Él me miró de hito en hito.

Me reí y le di un puñetazo en el hombro.

—Ninguno de ellos se habría atrevido a demostrarte que sabes besar. Ni a ponerse a dos centímetros de ti: De nada, por cierto.

Guardó silencio durante todo el viaje a mi casa.

En el asiento trasero, yo me reía para mis adentros.

Basta un simple beso para cerrarle la boca a un chico.

 

Sí.

 

¿Lo ves? Aún no te has recuperado.

 

Déjame en paz, ¿quieres? Allí estaba yo, abriéndote mi corazón, y vas tú y te abalanzas sobre mí. Normalmente prefiero que me lleven a alguna parte en la primera cita. Al menos podrías invitar a los chicos a una pizza antes de aprovecharte de ellos. Sobre todo si están atravesando momentos difíciles.

 

Ay, sí, pobrecito. No parabas de decir tonterías. ¿Cómo querías que te hiciera callar si no?

 

Tendré que hablar más a menudo.

 

¿Te has sonrojado?

 

Mm… ¿De qué estábamos hablando?

 

De que soy el amor de tu vida.

 

Obviamente.