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Tuve mucho tiempo para meditar de qué pretendía escapar en realidad. Un viaje de dos horas al aeropuerto O’Hare con mi padre y el tío Adam. El enlace a Boston. El largo vuelo al aeropuerto Shannon. Y luego el viaje a Dingle con mis abuelos.

En algún momento dejé de calcular qué hora sería en casa y empecé a concentrarme en lo que me aguardaba en Irlanda.

Que no era gran cosa.

Me encanta ver a mis abuelos, pero Dingle es un pueblo minúsculo. Solo les había visitado una vez, hacía años. Mi madre y yo viajamos juntas dos veranos antes de que… En aquel entonces, mis abuelos aún vivían y trabajaban en Limerick. Luego decidieron retirarse y se fueron a vivir a aquel pueblecillo de pescadores.

Mi abuela encontró un trabajo a media jornada en la oficina de información turística, mientras que mi abuelo se puso a escribir un libro sobre los orígenes de famosas canciones tradicionales irlandesas. Mi abuela decía que aquella era la típica excusa irlandesa para largarse por las noches a escuchar música en las tabernas. Yo siempre me reía cuando la abuela se burlaba de las costumbres de su marido, porque ella, a medida que pasaba el tiempo, parecía cada vez más irlandesa.

Una de las cosas que más me gustaban de mis abuelos era su historia. Se conocieron en Madison, al instante de llegar a la universidad. Mi abuelo dice que se enamoró de ella en cuanto la vio al otro lado del claustro durante la visita preliminar. Aquel día, no se atrevió a hablar con ella. Se pasó todo el fin de semana comiéndose el coco. El lunes siguiente, entró en clase y la vio sentada junto al único asiento vacío del aula. Se acercó y le dijo que era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Luego, el profesor empezó la clase. El abuelo dice que se pasó toda la hora casi sin poder respirar, sobre todo cuando se dio cuenta de que se había equivocado de aula. En vez de marcharse, esperó a que terminara la lección. Él pensó que la abuela estaba tomando apuntes, pero mi abuela, en realidad, le estaba escribiendo una carta, porque también se había fijado en él. Leyeron la carta el día de su boda, que celebraron después de graduarse.

Yo tenía la sensación de que todo el mundo debería enamorarse así, en plan flechazo.

Así que mis abuelos se quedaron en Estados Unidos, donde nació mi madre. Sin embargo, cuando yo era pequeña, le ofrecieron a mi abuelo un trabajo de profesor en Irlanda. De modo que se marcharon, aunque nos visitaban cada verano.

Ahora era yo la que los visitaba. Apenas sabían qué hacer conmigo.

Por desgracia, yo no les podía dar muchas pistas.

—¿Puedo ayudarte con eso, por favor? —le pregunté a mi abuela, que estaba preparando la cena.

—Tú siéntate. Has hecho un viaje muy largo.

Me senté en la mesa de la cocina. Debería haber estado agotada, pero creo que me había invadido el tipo de cansancio que te pone a cien.

—Esta noche deberías venirte conmigo al pub a escuchar música de verdad —dijo mi abuelo, sentándose a mi lado.

—James Mullarkey, no te vas a llevar a tu única nieta a una taberna la primera noche de su estancia en el pueblo.

—Tienes razón —se frotó la canosa barba rojiza—. Esa es una actividad más apropiada para la noche del miércoles —me hizo un guiño.

La abuela gimió.

—Macallan, cariño, mañana tengo el día libre y pensaba llevarte a dar una vuelta por el pueblo. Te presentaré a algunos vecinos. Le he contado a todo el mundo que venías de visita.

—En el pub tendrá más posibilidades de conocer gente de su edad.

—¡Ya basta! —la abuela señaló a su marido con una cuchara de madera.

—Vale, vale —el abuelo se levantó y se acercó a los fogones para abrazar a su esposa. Resultaba enternecedor ver lo mucho que se querían después de tantos años—. Prometo ser una buena influencia para nuestra querida, joven e impresionable nieta.

Estaba de espaldas a mí, así que pude ver sus dedos cruzados.

—¡Porras! —la abuela se apartó—. He olvidado comprar tomillo en la tienda.

Me levanté.

—Iré yo. Me apetece dar un paseo. Llevo todo el día sentada.

Intenté calcular mentalmente cuántas horas, quizá días, llevaba despierta.

Solo tardé unos minutos en orientarme. El pueblo constaba básicamente de un puerto y una calle mayor. Además, si me perdía, bastaría con que preguntase dónde vivían Jim y Betty. Así de pequeño es Dingle.

Puesto que tenía un rato libre antes de cenar, decidí acercarme al puerto a ver cómo llegaban los barcos. Di una vuelta por una de las tiendas para turistas y compré unas cuantas postales. Luego, caminando junto a los edificios de colores, me dirigí hacia el pequeño colmado que había a pocas manzanas de la casa de mis abuelos. Cogí el tomillo fresco e hice cola para pagar detrás de una señora que se había enzarzado en una acalorada discusión con la cajera sobre si fulanito de tal engañaba o no a su esposa.

—Pasa por aquí —oí decir. Me acerqué a la otra caja registradora y le tendí el ramillete a un chico moreno, muy despeinado—. Como esperes a que mi madre acabe, te vas a tirar aquí toda la noche.

—Gracias.

Me sonrió.

—Ah, ya me parecía que no eras de aquí. ¿Estadounidense?

—Sí.

Me dio corte que se me notara tanto. Solo había dicho una palabra.

—¿Turista?

Me ayudó a escoger las monedas que necesitaba para pagar.

—Sí, bueno, no. Esto… mis abuelos viven…

Se hizo la luz en sus ojos.

—Ah, eres la nieta de Jim y Betty.

—Sí.

—¿Es la nieta de Jim y Betty?

La mujer de la otra caja registradora se acercó a mí.

—Hola, soy Macallan —le tendí la mano.

—¡Bienvenida! —la mujer no hizo caso de mi mano y me abrazó contra su torso huesudo—. Hemos oído hablar mucho de ti. Vienes de Estados Unidos.

—Sí, de las afueras de Milwaukee, de Wisconsin. Está cerca de Chicago.

—Encantada de conocerte. Yo soy Sheila O’Dwyer y este es mi hijo, Liam.

—Hola.

Le dediqué un saludo tímido, que él me devolvió con una carcajada.

Sheila se alejó para atender a otro cliente.

—Así que… Macallan, de las afueras de Milwaukee, Wisconsin —dijo Liam con una sonrisilla burlona.

—Lo siento, no sabía…

Me sentí una boba. Debería haber dicho que era estadounidense y en paz.

—No, es genial. Me encantan los Estados Unidos. Madison es la capital de Wisconsin, y Milwaukee es la ciudad más grande. A veces, hasta miro los partidos de fútbol americano. Los Packers, ¿no?

Me cayó bien al instante, no pude evitarlo. ¿Un hincha de los Packers en Irlanda?

Noté que me ardían las mejillas. Antes de marcharme, Danielle no paraba de tomarme el pelo diciendo que conocería a un chico llamado Seamus O’Leary McHunky, y allí estaba yo, hablando con un Liam al minuto de llegar.

Liam prosiguió con entusiasmo.

—Espero pasar allí un tiempo cuando vaya a la universidad. Dudo entre Boston, Nueva York y California —me encogí al oírle mencionar el antiguo hogar de Levi. Liam fingió no darse cuenta—. ¿Has estado allí?

—Oh, fui a Nueva York una vez cuando era pequeña. Y voy a menudo a Chicago, porque está muy cerca.

—¡Ah, sí, la ciudad del viento! —Liam levantó un dedo—. Me encantaría que me contaras cosas de los Estados Unidos alguna vez. Y yo te explicaré lo bonito que es Irlanda, sobre todo nuestra pequeña península. Te puedo hacer de guía.

—Sería genial.

Liam me sonrió y yo noté mariposas en el estómago.

—Fenomenal.

Regresé a casa de los abuelos caminando con un paso saltarín. Después de cenar, escribí unas cuantas postales y me quedé un buen rato mirando la de Levi. Siempre había sido espontánea con él, pero ahora no sabía qué decirle. Había mucha tensión entre nosotros cuando me marché. Al principio, estaba enfadada con él porque me ignoraba. Luego vino a mi casa e intentó besarme. Durante un momento, pensé que alguno de sus amigos lo había desafiado a hacerlo, pero luego me di cuenta de que estaba muy confuso. Yo también. Sabía que lo mejor sería que nos tomáramos un descanso, pero tenía que escribirle. Habría quedado raro que no lo hiciera y no quería que la relación se deteriorase. Si pretendía que las cosas volvieran a la normalidad, tenía que comportarme como si todo fuera bien. Y si no era así, lo fingiría.

 

Querido Levi, ¡saludos desde Dingle (espacio para una broma)!

Estoy segura de que, cuando las lechuzas te entreguen esto, ya habremos hablado, pero quería que vieras dónde estoy pasando el verano. ¿Verdad que es un sitio precioso? Jo, la envidia no te sienta nada bien. Espero que los entrenamientos de fútbol americano te vayan de maravilla (sí, fíjate cuánto me ha cambiado el acento). Ahora debo volver al piso, coger el ascensor e ir al váter.

Como dicen en An Daingean, ¡Sláinte!

Macallan

 

Tardé casi una hora en discurrir la despedida. Con cariño me parecía demasiado emocional y cualquier otra cosa habría sonado forzada. Tan forzada como «salud» en gaélico.

Lo dejé correr por aquella noche y me fui a dormir. Tenía todo el verano para preocuparme por Levi, pero por ahora quería disfrutar de una buena noche de sueño antes de mi cita turística con Liam.

 

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Al cabo de un par de días, empecé preguntarme por qué había tardado tanto en decidirme a venir. No digo que anteriormente no tuviera ganas de visitar a mis abuelos, pero pensaba que me sentiría fuera de lugar. Sin embargo, sucedió todo lo contrario.

Aquel estaba resultando ser el mejor verano de mi vida.

A primera hora, salía a correr o a dar un paseo en bici y a contemplar la verde extensión del paisaje, las abruptas montañas y las oscuras aguas. Nunca había pensado que mi urbanización de Milwaukee fuera una jungla de asfalto, pero comparada con Irlanda, parecía Manhattan. Volvía a casa y preparaba el desayuno para mis abuelos. A continuación, o me sentaba en el jardín a leer o acudía a uno de los restaurantes del pueblo para echar una mano en la cocina. Estaba decidida a preparar un pescado con patatas fritas «como Dios manda» para todos cuando volviera a casa. O iba a comprar helado a Murphy’s. De ahí la necesidad de hacer ejercicio a diario.

O daba una vuelta con Liam.

Lo que no pasó desapercibido.

—Y bien —la abuela enlazó el brazo con el mío cuando fuimos a dar nuestro paseo diario—. Ese Liam es un chico simpático. Parece que os lleváis muy bien.

—Sí —reconocí.

No había mucho más que decir. Salíamos por ahí y nos divertíamos. Era una distracción agradable.

Aunque en realidad me estaba engañando a mí misma. Liam era muy mono y aquel acento lo hacía aún más arrebatador, pero lo que menos me convenía era complicarme la vida todavía más enredándome con otro chico. Ni siquiera sabía si yo le gustaba. Y de ser así, sin duda se debía a que me veía como la típica chica misteriosa llegada de tierras lejanas.

Se me escapó la risa.

—¿Qué te hace gracia? —me preguntó la abuela.

—Estaba pensando en lo bien que me han recibido en Dingle, comparado con el recibimiento que tuvo Levi cuando llegó al colegio.

—¿Cómo está Levi? No me has contado casi nada de él —escudriñé el rostro de mi abuela y encontré allí los pómulos y los ojos de mi madre. Me pregunté si mi madre habría tenido ese aspecto de haber llegado a envejecer—. ¿Macallan?

—Oh, muy bien —seguimos andando unos minutos en silencio. Estoy segura de que mi abuela creía que mi pensamiento había viajado hasta Levi, pero yo estaba pensando en mi madre. En lo mucho que le habría gustado estar allí con nosotras—. Abuela, ¿piensas a menudo en mamá?

Ella se detuvo, y la tristeza inundó sus delicadas facciones.

—Cada minuto del día.

—Yo también —le confesé.

—Es importante recordarla. Si te viera ahora, estaría orgullosísima de ti, Calley. Cada día te pareces más a ella —tendió la mano para acariciarme el pelo—. Olvidarla sería lo peor que podríamos hacer. Y, créeme, con el tiempo duele menos evocar su recuerdo.

Asentí. Aún me costaba mucho recordarla. Al principio, me quedé aturdida, luego me enfadé. Cada vez que pensaba en ella, temblaba de rabia. Me enfurecía que me la hubieran arrebatado. Así que intenté desesperadamente alejarla de mi pensamiento. Sin embargo, por muchos deberes que hiciera, por mucha comida que preparase, siempre estaba allí. Y su recuerdo acabó por reconfortarme.

Porque, si bien se había marchado físicamente, siempre estaría allí conmigo.

—¿Sabes qué deberíamos hacer? —preguntó la abuela.

—¿Ir a comprar helado a Murphy’s?

Se rio con la misma risa que mi madre.

—Claro, eso también, pero lo que te propongo es que cada noche, a la hora de la cena, compartamos uno de nuestros recuerdos favoritos de tu madre. ¿Qué te parece?

Hacía cuatro años, me habría parecido un horror. Ahora, sin embargo, estaba lista por fin para conmemorar la vida de mi madre con aquellos que la querían.

—Me gustaría —guardé silencio un momento—. Y creo que a mamá le gustaría mucho también.

Mi abuela me estrechó contra su cuerpo.

—Sí, ya lo creo.

Seguimos andando, cada cual perdida en sus propios pensamientos. Aunque creo saber lo que ocupaba nuestras mentes.

 

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Cuando dimos comienzo al ritual, empecé a sentirme más liviana. Cada noche contábamos una historia, casi siempre divertida. Los abuelos sacaban su viejo álbum de fotos y yo me sorprendía al comprobar hasta qué punto me parecía a «mamá adolescente».

Me había costado mucho compartir con Levi los recuerdos de mi madre. Últimamente, sin embargo, me resultaba cada vez más fácil hablar de ella. Incluso se la mencioné unas cuantas veces a Liam.

—Debía de ser fenomenal —dijo Liam, que había acudido a buscarme en coche para enseñarme la península.

—Lo era.

Contemplé las sobrecogedoras vistas. Daba igual que llevara allí más de un mes; todavía no me había acostumbrado a la magnitud de aquella belleza.

—Por cierto, deberías haber venido ayer por la noche. —Liam me miró de reojo—. El crack fue total.

Me quedé estupefacta.

Él se echó a reír.

—Tranquila, yanqui, hablo del C-R-A-I-C. Craic significa diversión, buena conversación, buen rollo. ¿Pensabas que hablaba de la droga?

—No, claro que no.

Ya lo creo que sí.

—Hemos llegado.

Liam aparcó a un lado de la carretera. Estábamos rodeados de exuberantes colinas verdes. Y allá abajo se divisaba el diminuto pueblo de Dingle.

—Es precioso.

—Aún no has visto nada —Lian me codujo a otra colina escarpada, por la que fluía una pequeña cascada—. ¿Qué te parece?

Empecé a trepar con cuidado por las rocas.

—Es alucinante. Muchas gracias.

—Bueno, a cambio espero que, cuando vaya a Estados Unidos, me ofrezcas el tour americano definitivo.

Me estaba dando la vuelta para responder cuando puse el pie donde no debía. Antes de que me diera cuenta, lo había hundido en el barro hasta el tobillo.

—¡No!

Saqué el pie, pero fue demasiado tarde. Tenía la zapatilla hecha un asco. Liam subió para ayudarme a retroceder.

—Vaya faena.

Se agachó y me quitó la zapatilla. Yo estaba horrorizada de mi propia torpeza. Liam se acercó a un charquito de agua clara e intentó retirar el barro. Yo no podía hacer nada salvo quedarme allí a la pata coja, rezando para no perder el equilibrio y caer.

La zapatilla estaba mucho más limpia, pero empapada. Nos quedamos mirando aquel objeto sucio y chorreante hasta que Liam se encogió de hombros y se quitó los zapatos.

—Ya conoces el dicho: «Si a Dingle fueres…».

Me reí y me quité la otra zapatilla. Exploramos el resto de la zona descalzos. Me tendió la mano para ayudarme a trepar a una roca más abrupta que las demás.

—Gracias, Levi.

Liam me miró extrañado.

—¿Levi?

—¿Eh?

—Has dicho: «Gracias, Levi». ¿Quién es Levi?

—¿Eso he dicho? Qué raro —lo raro era que aún no le hubiera hablado a Liam de Levi o viceversa—. Levi es un amigo de casa.

Liam enarcó las cejas.

—Un amigo, ¿eh?

—Sí, ¿en Irlanda no está bien visto que los chicos y las chicas sean amigos?

—Depende de si quieres ser solo un amigo… —se acercó y me cogió por la cintura— o algo más. ¿Qué quieres tú?

Contuve el aliento. No sabía qué me estaba preguntando exactamente. ¿Si quería algo más con él o con Levi? Yo, desde luego, no conocía la respuesta a ninguna de las dos preguntas.

Una parte de mí pensaba que sería bonito vivir un romance de verano, pero aún no había decidido qué iba a hacer con Levi. Desde que estaba allí, habíamos empezado a hablar más a menudo. No obstante, los motivos que me habían llevado a marcharme a miles de kilómetros de donde él estaba, de mi casa, no habían desaparecido.

—Disculpad —un acento que conocía bien me arrancó de mis pensamientos. Teníamos delante a una pareja estadounidense de mediana edad—. ¿Os importaría hacernos una foto?

—Claro —bajé de la roca de un salto y les saqué una fotografía, dando gracias por la interrupción.

Cuando descubrió que la pareja era de Dallas, Liam se puso a charlar con ellos. Le interesaba todo, desde las botas camperas hasta los cowboys y las barbacoas. Me enternecía que se le cayera la baba con todo lo relacionado con Estados Unidos.

Liam se disculpó con los texanos cuando recibió una llamada al móvil.

—¡Fenomenal! —exclamó.

Si algo había aprendido durante mi corta estancia en Irlanda era que allí todo lo consideraban «fenomenal»: la comida, la música, una idea, un beso quizás… Me parecía una palabra mucho mejor que «alucinante» o «genial». Estaba pensando en llevármela de recuerdo, como una especie de souvenir lingüístico, pero cuando hice la prueba de soltársela a Levi durante un videochat, se burló de mí. Luego se pasó un minuto repitiendo todo lo que yo había dicho, pero con un exagerado acento británico. De no haber estado histérica, me habría enfadado.

—Oye, mis amigos han organizado una fiesta en la playa —me informó Liam—. ¿Te apetece que vayamos?

—Solo si hay craic por un tubo —disparé.

Se rio.

—Desde luego —echamos a andar hacia el coche—. No tan deprisa, yanqui.

Gemí.

—¡Lo siento!

Allí en Irlanda, siempre iba directa a la portezuela del conductor. Aún no me había acostumbrado a que circulasen en sentido contrario.

Nos dirigimos a la cala Clogher, uno de los sitios que más me gustaban para relajarme. No se podía nadar a consecuencia de las corrientes, pero ofrecía unas maravillosas vistas de las islas Blasket. Hasta entonces, solo había conocido a un par de amigos de Liam, Conor y Michael, que me llamaban, sencillamente, «la americana». No estaba segura de que supieran mi nombre. En cambio, estaba convencida de que conocían de sobra a mi tocayo escocés.

—¡Liam! —gritó Conor mientras enfilábamos hacia las mantas que habían extendido en la arena—. Y te has traído a la americana.

Conor le tendió a Liam una botella, luego se volvió a mirarme.

—¿Te apuntas?

—No, gracias, no me apetece.

Y solo tengo quince años, pensé.

—Qué estrictos sois los americanos con eso del alcohol.

Conor se rio y fue a sentarse con el resto del grupo.

—¿Va todo bien? —me preguntó Liam.

—Sí.

En realidad pensaba que no.

Vi que Liam le hacía una mueca a alguien que estaba detrás de mí.

—¿Pasa algo? —hice ademán de darme la vuelta, pero él me detuvo.

—No, bueno, sí… Es mi ex, Siobhan.

Tomó un trago rápido de la botella.

Le había oído nombrar a Siobhan unas cuantas veces.

—¿Quieres hablar de ella?

Se encogió de hombros.

—No hay gran cosa que decir. Estuvimos saliendo un año, a ella empezó a gustarle otro y rompimos. No hay mal rollo, pero la situación es incómoda. Sobre todo para mí. Es duro que te recuerden que una chica te considera poco para ella, ¿sabes?

—Lo entiendo —repuse—. Yo me siento así con Levi. Más o menos.

—Pensaba que habías dicho que solo erais amigos.

—Lo éramos. Lo somos. Pero él quería más. Y yo, no lo sé.

Liam miró a su alrededor.

—Si quieres volver al pueblo, por mí no hay problema. Deja que me despida de Conor y Michael.

Se alejó mientras yo me quedaba en el sitio, incómoda. Entonces oí un nombre que conocía bien.

—Perdonad —interrumpí a un grupo que charlaba allí cerca—. ¿Estabais hablando de Buggy y Floyd? Me encanta esa serie.

El chico al que había abordado intercambió una mirada con una morena.

—Mm, sí. Estaba diciendo que han anunciado un especial navideño.

—¿En serio? —pregunté, emocionada—. Hace cinco años que no graban ningún episodio nuevo.

La chica frunció el ceño.

—Esa serie es malísima. Solo la veo porque el tío que hace de hermano pequeño está bueno.

Sonreí al recordar a quién se refería.

—Ya sé de quién hablas. ¡Es supergracioso! ¿Te acuerdas del episodio en el que Floyd se queda encerrado en el gimnasio del colegio con él?

Me eché a reír, acordándome de la imitación que hacía Levi de Buggy cuando se asomaba al gimnasio y decía: «Que me cuelguen si esperaba encontrarte aquí; no estás muy en forma que digamos».

—Yo qué sé —la morena volvió a ignorarme.

En aquel momento reconocí la sensación que había empezado a invadirme desde hacía un tiempo. Adoraba Dingle. Me encantaba estar con mis abuelos. Y todo el mundo (exceptuando a los presentes) se había mostrado cálido y acogedor. Sin embargo, aquella no era mi casa. Aquellas personas no eran mis amigos.

A decir verdad, lo que más me preocupaba era Levi. Le echaba de menos. Había empezado a añorarlo cuando todavía estaba en casa, cuando aún íbamos juntos al instituto. Quería tenerlo a mi lado. Le habría encantado Dingle, aquella playa, aquellas preciosas vistas.

Por desgracia, no estaba allí.

Liam se acercó con una sonrisa de resignación.

—¿Lista para volver a casa?

Sí, sí, estaba lista.

 

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De camino al domicilio de mis abuelos, Liam me reveló los detalles de su relación con Siobhan. Se conocían desde la infancia y formaban parte de un grupo de amigos tan estrecho como cabría esperar en un pueblo tan pequeño como aquel. Un día empezaron a salir. Ahora no se hablaban. Liam ni siquiera soportaba estar en la misma playa que ella.

Aquello me dio mucho que pensar. Y casi todos mis pensamientos giraban en torno a Levi. Tenía que hablar con él. Asegurarme de que seguíamos siendo amigos. De que, cuando volviera a casa, podríamos estar juntos en la misma habitación.

Afortunadamente, mis abuelos habían salido, así que me metí en mi cuarto en cuanto Liam me dejó en casa y llamé a Levi por el portátil. Hice cálculos y supuse que, con suerte, estaría llegando a casa tras el entrenamiento matutino. A la tercera señal, me empezó a temblar la pierna.

Mentalmente, repetía una y otra vez: Por favor, que Levi esté en casa. Por favor, que Levi esté en casa.

La pantalla se iluminó y vi el torso desnudo de Levi delante de mí.

—Eh… ¿Hola? —pregunté.

Noté un cosquilleo en las mejillas, provocado por la visión de aquel cuerpo.

—¡Hola! —se ciñó la toalla a la cintura—. Lo siento, acabo de salir de la ducha —desapareció de la pantalla un momento y volvió con una camiseta puesta. El pelo mojado se le disparaba en todas direcciones.

—¡Eh, tú! —yo sonreía de oreja a oreja.

—¡Vaya, yo también me alegro de verte!

—¡Buggy y Floyd van a hacer un especial de Navidad! —le solté a bocajarro.

Se le iluminaron los ojos.

—¿En serio? Jo, es fenomenal —me guiñó un ojo.

—Ja, ja —le saqué la lengua.

—Veo que viajar al extranjero te ha ayudado a madurar.

—Ya lo creo.

Abrió la boca para decir algo, pero luego ladeó la cabeza como si me estuviera escudriñando.

—¿Va todo bien?

Era lo mismo que me había preguntado Liam hacía menos de treinta minutos. Le respondí lo mismo.

—Sí.

Sin embargo, esa era la diferencia entre Liam y Levi: este último sabía que le estaba mintiendo.

—¿Qué te pasa?

Estuve a punto de echarme a llorar al ver la inquietud que reflejaba su rostro.

—Es que empiezo a echaros de menos —reconocí.

Me sorprendió la reacción de Levi. Sonrió.

—Oh, lo siento —dije—. ¿Disfrutas con mi desgracia?

Negó con la cabeza.

—No, es que… siempre que hablamos pareces muy contenta, y quiero que seas feliz, pero también tengo ganas de que vuelvas. Añoro que alguien me ría los chistes malos. Te echo de menos.

—Yo también te echo de menos.

Se hizo un silencio. No porque nos sintiéramos incómodos, sino porque no hacía falta decir nada más. Ambos sentíamos lo mismo.

Yo hablé por fin.

—Pero, oye, estoy segura de que las próximas tres semanas pasarán volando.

—Dieciséis días, en realidad —me corrigió.

—¿Cómo? ¿Llevas la cuenta? —me burlé.

—Ya te digo. He marcado el día de tu regreso en el calendario. Macallan vuelve y la vida dejará de ser oficialmente un asco.

—¿Me estás diciendo que tu vida es un asco sin mí? Doy por supuesto que estás citando a Kelly Clarkson porque no puedes vivir sin una chica tan fuerte e independiente como yo a tu lado.

—¡Ja! Muy lista. Pero claro —guardó silencio un momento—. Así son las cosas, empezamos como amigos…

Me reí.

—A ver, ¿me estás insinuando que desde que me fui puedes respirar por primera vez?

—¡Eh, no!

Negué con la cabeza.

—Te has vuelto muy directo desde que no estoy allí.

Levi esbozó aquella sonrisa socarrona que yo conocía tan bien.

—Ya lo sé. Fíjate, te marchas unos días y ya no soy capaz de pensar a derechas. Me sorprende que me pueda levantar por las mañanas.

—Ay, cómo añoraba tus dramones.

—Nadie los aprecia tanto como tú.

—Ya lo sé.

 

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—A ver si lo entiendo —me dijo Liam mientras hacíamos cola en Murphy’s para comprar helado un par de noches después—. Tu mejor amigo es un tío. Pero quiere ser algo más. ¿Y tu reacción es huir a Irlanda?

—Bueno, dicho así… —intenté bromear, pero empezaba a sentirme bastante tonta—. Estaban pasando muchas cosas…

—Ah, sí —asintió él—. Empezó a salir por ahí con sus amigos.

—Y me estaba dejando de lado —le recordé.

Había decidido sincerarme con Liam sobre Levi. Supuse que no iba a pasar nada entre nosotros; ambos llevábamos demasiado equipaje a cuestas. Así que pensé que a lo mejor me venía bien una opinión objetiva. Por desgracia, tenía el presentimiento de que Liam se iba a poner de parte de Levi.

Supongo que los troncos se apoyan entre ellos.

Pedimos el helado. Liam siempre elegía el de Guiness y pan integral, que no sabe tan mal como parece. Yo pedí mi mezcla favorita: miel de panal y sal marina.

Tras coger los cucuruchos, intenté argumentar mi caso por última vez.

—Y recuerda que me pasé varios meses prácticamente sin verle, luego nos peleamos y, después de eso, se presentó en mi casa y me dijo que me amaba. Sin venir a cuento.

Liam lamió su helado.

—¿Seguro que no venía a cuento?

Me abstuve de responder con la excusa de que tenía la boca llena. Y la tenía, pero tampoco sabía qué contestar.

—Pero tú siempre dices que solo sois amigos —arguyó Liam, y me di cuenta de que no me creía—. ¿No te atrae nada en absoluto?

—No. O sea, sí. Quiero decir, es Levi.

—¿Es Levi? Debe de ser una expresión americana que desconozco —se burló—. Es tu mejor amigo. Y un Levi, sea lo que sea eso. La verdad es que no entiendo cuál es el problema.

—Es complicado —apuré el paso hacia el puerto.

—Sí, ya me lo has dicho mil veces. Pero he aquí el quid de la cuestión. Tal como lo cuentas, no parece tan complicado. Eres tú la que lo complica. Salta a la vista que entre vosotros hay algo muy importante. No tengas miedo de explorarlo.

Esbocé una sonrisa tensa, sin saber si debía creerle o no. Decidí tomármelo a broma.

—¿Desde cuándo te has convertido en una especie de consejero matrimonial?

Me miró con expresión risueña.

—En realidad, es de sentido común.

Miré hacia el puerto, donde una fila de autocares descargaba turistas.

—Bueno, será mejor que vaya a ver ese delfín.

Desde que había llegado a Dingle, la gente no paraba de preguntarme si ya había visto a Fungie, el delfín del pueblo. Incluso tenía su propia estatua junto al centro turístico en el que trabajaba la abuela. A la semana de mi llegada, me había hecho una foto junto a la estatua, pero aún no conocía al Fungie real.

—Es increíble que lleves aquí seis semanas y aún no lo hayas visto —Liam sacó el móvil y me indicó por señas que posara junto a la estatua del delfín para sacarme otra foto—. En Dingle tenemos nuestro orgullo, ¿sabes?

Me coloqué junto a la estatua, enfurruñada.

—Esas cosas son para guiris.

—Claro. Como tú no eres guiri… —hizo la foto—. Tendremos que asegurarnos de que lo veas todo en los próximos días. Porque pronto te irás a casa. Tenemos mucho que hacer. Y una decisión pendiente.

No hacía falta que me lo recordase.

 

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Las dos semanas siguientes pasaron volando. Los abuelos hicieron cuanto estuvo en su mano por asegurarse de que viera el mayor número de cosas posible antes de marcharme. Casi estaba demasiado cansada para mi fiesta de despedida, pero si algo había aprendido durante los dos meses que llevaba en Irlanda era que nadie supera a los irlandeses a la hora de organizar una buena juerga.

El jardín trasero de mis abuelos se transformó en un recital de música espontáneo. Colgamos luces navideñas por los árboles para crear un ambiente aún más mágico. Los vecinos de mis abuelos fueron llegando, y los amigos músicos de mi abuelo se trajeron sus instrumentos; la música pronto empezó a inundar el fresco ambiente de la noche.

Liam llegó con su madre.

—Eh, te he traído un regalo para que te acuerdes de mí —dijo. Me tendió un CD. Había puesto la foto que me había tomado junto a la estatua de Fungie como portada. Abrí el estuche y vi una lista de los grupos irlandeses que me había ido enseñando durante mi visita—. Aunque me encantan las cosas americanas, la música irlandesa no tiene comparación. Y no lo digo porque tengas muchas bandas yanquis en tu iTunes, anglófila. Es hora de que empieces a escuchar buenos grupos irlandeses, aparte de U2.

—¡Gracias! —le di un abrazo, agradecida de haber disfrutado de su compañía durante mi estancia.

El abuelo pidió silencio.

—Quiero daros las gracias a todos por haber venido a despedir a mi nieta favorita.

—Tu única nieta —aclaré.

Se oyeron risas entre los invitados.

—Pero creo que lo más apropiado será decir adiós a Macallan con un último brindis.

Sus amigos asintieron y levantaron el vaso. Yo me uní al brindis, pero no conocía la canción que empezó a sonar.

El abuelo me miró con cariño y se puso a cantar.

 

Todo el dinero que tenía

lo gasté en buena compañía.

Y si alguna vez causé dolor

el más perjudicado fui yo.

Y lo que hice por no razonar

Mi memoria no quiere evocar.

 

Al llegar a esta parte, todo el mundo se le unió.

 

Así que brindemos por última vez,

buenas noches y que la dicha esté con vosotros.

 

La abuela se puso a cantar también cuando el abuelo la rodeó con el brazo. Tenía una voz afinada y hermosa.

Los buenos amigos que tuve

lamentan que eche a caminar.

 

Mi abuela me sonrió con cariño.

 

Los amores que aquí conocí

desean tan solo un día más.

Pero ya es la hora del adiós.

Yo me marcho y vosotros no.

Así que dejad que os susurre al oído:

buenas noches y que la dicha esté con vosotros.

 

Noté que las lágrimas rodaban por mis mejillas. Debería estar triste porque pronto me separaría de mis abuelos y de aquel lugar maravilloso, pero no lloraba por nada de eso.

Y Liam lo sabía.

—Te lo voy a decir de manera que lo entiendas —insistió, inclinándose hacia mí—. Si quieres estar con él, hazlo.

Se me hizo un nudo en la garganta.

—No puedo.

Negó con la cabeza. Liam siempre se burlaba de mí por mi manía de complicar las cosas. «La típica americana», me llamaba con cariño.

—Te preguntaría por qué, pero ambos sabemos que no tienes motivos. Deja de poner excusas y sal con él.

Yo sabía que tenía razón. Y eso me aterrorizaba.

—¿Tú quieres estar con él?

No lo pensé. Dije la verdad sin más.

—Sí.

—Pues hazlo.

Se levantó y se unió al grupo que cantaba.

Buenas noches y que la dicha esté con vosotros.

 

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Estaba tan nerviosa y temblaba tanto que me extrañó que no me dieran el alto en la aduana. En cuanto me sellaron el pasaporte y recuperé el equipaje, me dirigí a la puerta de llegadas. Salí corriendo, y no pasaron ni dos segundos antes de que oyera a mi padre, al tío Adam y a Levi, que gritaban mi nombre. Me di la vuelta y vi a Levi sosteniendo una pancarta: ¡QUE ME CUELGUEN SI SÉ DÓNDE ESTÁ MACALLAN!

Me reí y corrí hacia ellos. Se produjo un revuelo de abrazos y un intercambio de «te he echado de menos» y «¡qué buen aspecto tienes!». Mi padre y Adam cogieron mi equipaje y fueron a buscar el coche. Levi se quedó esperando en la acera, conmigo.

—Qué contento estoy de que hayas vuelto —me dijo.

Me rodeó con el brazo y yo me acurruqué contra él. Aguardamos un rato allí fuera. Estábamos bien. Siempre habíamos estado bien. Sin embargo, yo no dejaba de decirme que si empezábamos a salir, nuestra amistad se iría al traste. Nunca había considerado la posibilidad de que la relación mejorase si dábamos el paso. Sabía que las parejas de instituto, de media, rara vez mantienen una relación a largo plazo, pero Levi y yo nunca habíamos pertenecido a la media. En nada.

Su teléfono sonó y él lo apagó. Volví a cerrar los ojos, contenta de haberme reunido con él por fin. De estar en casa. Feliz de que la tirantez que reinaba últimamente entre nosotros se hubiera esfumado. Le cogí las manos y entrelacé los dedos con los suyos. Consideré si confesárselo todo allí mismo, pero no me apetecía nada que llegaran mi padre y mi tío mientras manteníamos esa conversación, sobre todo si concluía con un beso. Estaba segura de que si mi padre veía la escena empezaría a poner normas sobre cuándo y cómo podíamos vernos.

El móvil de Levi sonó otra vez. Él volvió a desechar la llamada, pero vi en la pantalla un nombre que no conocía.

—¿Quién es Stacey? —pregunté sin pararme a pensar.

Levi apartó el teléfono.

—Oh, sí. Eso —se revolvió, incómodo—. Quería esperar a que te hubieras instalado para decirte que Stacey y tú no podréis ir a las mismas fiestas —se rio sin ganas.

¿Por qué esa chica y yo no podíamos…?

No.

Me sentí como si me hubieran arrojado un jarro de agua fría.

—Tienes novia.

—Bueno, hemos salido unas cuantas veces… Aún no puedo decir que sea mi novia. Pero es guay. Stacey Hobbs. Va a nuestro curso y pertenece al grupo de animadoras.

—Oh —sabía de quién hablaba, pero no lograba entender cómo había sucedido algo así y por qué Levi no me había comentado nada al respecto. Di un paso atrás para alejarme de él; necesitaba distancia para comprender lo que aquello implicaba.

—Pero ya basta de hablar de mí. Esta noche tú eres la protagonista —Levi se me acercó otra vez—. Te advierto que mi madre se ha empeñado en preparar pastel de patata para que te vayas acostumbrando al medio oeste. Y ya sabes que se pone paranoica cuando cocina para ti. Tú suéltale unos cuantos «fenomenal» y todo irá bien.

Lo miré con una sombra de sonrisa en la cara.

—Ven aquí. Cuánto te he echado de menos —volvió a abrazarme—. No creo que pueda soltarte. Tener lejos a tu mejor amiga durante todo el verano es una mierda —me dio un beso en la frente—. Pero te prometo que no me pondré celoso y escucharé atentamente hasta el último detalle de tu viaje. Quiero que me inundes a fotos y a anécdotas que me pongan verde de envidia. Tienes que contármelo todo.

Por desgracia, no podía contárselo todo. Tendría que ocultarle una cosa, como mínimo.

 

Uf, qué incómodo.

 

Tío, ¿te das cuenta de que si hubieras hablado en aquel momento todo habría sido distinto?

 

¿En qué sentido? ¿Habrías dejado de llamarme «tío»?

 

Si te empeñas, tío… Pero no vuelvas a decir que soy melodramático, porque fuiste tú la que nos hundió en la miseria.

 

En eso te doy la razón.

 

Entonces, ¿reconoces que estoy en lo cierto?

 

No. Porque debes admitir que la vida es más interesante con un poco de melodrama.

 

¿Hablas en serio? El melodrama es la peste de la vida.

 

Ay, espera, vuelves a tener razón. Retiro lo dicho.