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Prácticamente salí corriendo del avión en cuanto aterrizamos en Milwaukee.

Fue muy raro. Me había pasado los últimos dieciocho meses soñando con ir a California pero, en cuanto llegué, empecé a añorar todo lo que había dejado en Wisconsin. Fue genial volver a ver mis colegas, ya lo creo que sí, pero echaba de menos a mis chicas: Macallan y Emily. Supongo que muchos tíos dirían que era un caradura por jugar a dos bandas, pero es que para mí significaban cosas completamente distintas.

Macallan era algo así como mi mitad buena. El yin de mi yang. Ejem, eso suena más verde de lo que pretendía.

Y Emily era una novia alucinante. Irradiaba energía positiva. Saltaba a la vista que le encantaba estar conmigo. ¿Qué chico no querría algo así?

Ahora bien, debo confesar algo. Le mentí a Emily sobre el viaje. Le dije que no volvería hasta el sábado por la noche, pero llegué por la tarde. Lo hice porque quería ver primero a Macallan. Sabía que Emily querría quedar conmigo en cuanto llegase, pero aún no le había dado a mi amiga su regalo.

Tenía una estúpida sonrisa pegada al rostro cuando llamé al timbre de casa de los Dietz.

—¡Eh!

Abracé a Macallan con fuerza en cuanto la vi.

—¡Hola a ti también! —se rio ella cuando la solté—. ¿Qué tal el choque cultural?

Entré en el recibidor y empecé a quitarme capas y más capas de ropa.

—El verdadero choque ha sido el azote del frío al bajar del avión. Pasé la Nochevieja en chanclas.

Una sombra cruzó el semblante de Macallan.

—¿Pasa algo?

Ella sacudió la cabeza con energía.

—No, qué va. Es que, esto, me cuesta imaginar unas Navidades soleadas. Mi madre siempre se enfadaba si no nevaba en Navidad.

Eso aclaraba la extraña expresión de Macallan. Sabía que a su madre le encantaban las Navidades, así que debía de añorarla más que nunca en estas fechas. Lo cual también explicaba el desorden que reinaba en la cocina. Había ollas y sartenes por todas partes. Macallan cocinaba mucho cuando algo le preocupaba. O cuando necesitaba distraerse. Y, como estábamos en vacaciones, no tenía deberes para llenar el vacío.

Le froté el brazo, pensando que ese gesto de afecto sería el mejor modo de consolarla. Desde que me había llevado al cementerio, sabía que no le molestaba que yo mencionara a su madre. Sin embargo, también era consciente de que, si quería compartir conmigo sus sentimientos, lo haría. Cada vez se me daba mejor descifrar sus expresiones. Sabía cuándo debía tirarle de la lengua y cuándo prefería que la dejara en paz. Y, ahora mismo, la expresión de su rostro gritaba: «No quiero hablar de ello».

—Bueno, es que yo estoy acostumbrado al buen tiempo durante todo el año —le recordé—. Y siento haberte pedido que le mintieras a Emily sobre la hora de mi llegada.

—Sí… —se puso a limpiar la encimera de la cocina—. ¿Quieres comer algo?

Nunca desperdiciaba la ocasión de probar las delicias que preparaba Macallan. Me sirvió un plato de brownies rellenos de caramelo, dulces de arroz inflado y una porción de tarta de pecanas.

Metí la mano en la bolsa y saqué su regalo.

—Feliz Navidad, con una semana de retraso.

Vaciló un momento antes de abrirlo.

—No será un gorro de los Bears, ¿verdad?

Me eché a reír. Ella me había regalado un gorro de punto de los Green Bay Packers para ayudarme a «encajar». Todo el mundo se había partido de risa, sobre todo Adam. Pero después de que se cebaran conmigo, me regaló también un vale para una comida casera de mi elección. Fue el mejor regalo de aquellas Navidades.

Empezó a desenvolver la caja. Se echó a reír en cuanto vio las fotos de la portada.

—No me puedo creer que me hayas comprado… —se detuvo al ver algo escrito a mano—. ¿Cómo has…?

Abrió la boca de par en par. Su reacción me hizo muy feliz.

—El amigo de mi padre conoce al productor de la serie. Se lo pedí como favor.

Bajó la vista y leyó la dedicatoria que llevaba el DVD de Buggy y Floyd, escrita del puño y letra del actor que hacía de Buggy: «Que me cuelguen si no me tomaría ahora mismo un vaso de Macallan».

—No acabo de tener claro si es genial o un poco verde —reconocí.

—¡Genial! —Macallan se echó a reír.

Me encantaba verla reírse con ganas. Tenía dos clases de risa: una era la típica risilla tonta y la otra una risa a carcajadas, con la cabeza echada hacia atrás. Si tuviera un solo objetivo en la vida, sería hacerla reír a diario. Y, aquel día, cumplí mi misión.

—¡Es fantástico, muchas gracias! —me abrazó—. ¡Te prepararé todos los platos que quieras, siempre que te apetezca!

—Pónmelo por escrito, por favor.

Volvió a echar la cabeza hacia atrás para reírse y, lo digo en serio, se me encogió el corazón.

—Y bien —empecé a juguetear con su pelo, que cambiaba de color en función de la estación, como los árboles. En aquel momento era castaño oscuro con reflejos rojizos—. Cuéntamelo todo. ¿Qué tal la Nochevieja?

La sonrisa desapareció de su rostro. Debería haber sido más listo y no sacar a colación una y otra vez un tema que le recordaba a su madre.

—Bien —respondió—. Eh… ¿cuándo tienes pensado ir a ver a Emily?

Miré el reloj.

—Le dije que el avión aterrizaba más o menos a esta hora, así que debería llamarla enseguida.

—Sí, llámala. Tiene muchas ganas de verte.

Por cosas como esa sabía que Macallan era la mejor amiga del mundo. Hacía diez días que no nos veíamos, pero allí estaba ella, pidiéndome que llamara a mi novia.

—¿Me acompañas a su casa?

Aún no tenía ganas de despedirme de ella.

Negó con la cabeza.

—No, tendréis ganas de estar solos.

—Ven aquí —la abracé con fuerza—. Eres la mejor. Lo sabes, ¿verdad?

Macallan sonrió con timidez. Yo no quería marcharme, porque saltaba a la vista que le pasaba algo. Por otro lado, a lo mejor necesitaba quedarse a solas. No veía el momento de que me largara de allí.

—Tú también —repuso con infinita tristeza.

Mientras recorría las siete manzanas que me separaban de la vivienda de Emily, no podía sacarme a Macallan de la cabeza.

Mi mejor amiga me necesitaba y yo tenía que averiguar cómo ayudarla.

Sin embargo, antes tenía que ver a mi fantástica novia.

 

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—¡LEVI! —gritó Emily antes de que alcanzara la puerta siquiera.

Salió corriendo al jardín y me besó. Reconozco que el gesto me ayudó a entrar en calor.

—¡Pensaba que me llamarías en cuanto aterrizases! Estaba preocupada.

Me cogió de la mano y me llevó adentro.

Estaba tan inquieto por Macallan que había olvidado avisar a Emily de que me dirigía hacia allí.

—He tenido que pasar por casa de Macallan —le expliqué. No quería decirle más mentiras.

—Ah, ¿has visto a Macallan? —sonrió de oreja a oreja—. ¿Y de qué habéis hablado?

Me encogí de hombros.

—De nada en especial. Es que aún no le había dado el regalo de Navidad.

—Ah, ¿aquel DVD?

Me llevó al sofá y me preguntó qué había hecho en California. Apenas me dejó preguntarle por sus vacaciones. Le había enviado montones de mensajes durante mi ausencia, pero igualmente quiso conocer hasta el último detalle del viaje.

—Eh, ¿y qué tal la fiesta de Nochevieja en casa de Macallan? —conseguí preguntar por fin.

—¿Por qué? —replicó a la defensiva.

—Por nada. Solo por curiosidad. Macallan no me ha contado gran cosa.

—Ah —Emily parecía aliviada—. Fue genial, lo pasamos de muerte —se mordió el labio—. Esto… hay una cosa que deberías saber. En realidad no tiene ninguna importancia. Ya sabes que Troy estaba allí y todo eso. Me ofrecí a enseñarle la casa y acabamos en la habitación de Macallan. Creo que la puerta estaba cerrada…

Noté una presión en el pecho.

—Da igual, estábamos hablando y se estaba haciendo tarde. Macallan entró cuando charlábamos en la cama. Como es lógico, nos sobresaltamos y ella pensó que estábamos haciendo algo. No pasó nada. Te lo juro. Es que te echaba mucho de menos.

Yo no sabía qué decir. Sobre todo porque no me podía creer que Macallan no me lo hubiera contado. Aunque no fuera nada.

—Pero es Año Nuevo, un nuevo comienzo —Emily se inclinó hacia mí. Apenas nos separaban unos centímetros—. No debería haber hablado con Troy ni haberle enseñado la casa pero, mira, no sé. Ni siquiera pensaba decírtelo, pero no quiero ocultarte nada —me frotó la pierna—. ¿Me perdonas?

Me besó. Al principio, titubeé. No porque Emily bese mal, ni mucho menos, sino porque era demasiada información para asimilarla de golpe. De haber sido algo importante, Macallan me habría hecho algún comentario. No concebía que mi mejor amiga hubiera visto a Emily con otro y me lo hubiera ocultado.

Tal vez me equivocase al fiarme de Emily, pero habría puesto la mano en el fuego por Macallan.

 

Ejem.

 

Ya sabes que nada de lo que digas me hará sentir culpable.

 

Ya lo sé.

 

Pero vas a decir algo de todas formas, ¿verdad?

 

No.

 

¿No?

 

Jo, Macallan, uno de los dos tiene que comportarse como una persona madura en estos casos.

 

No hablarás en serio. ¿Desde cuándo eres una persona madura?

 

Desde que te perdoné tu traición.

 

Tienes razón.

 

¡Hala! ¿En serio ha funcionado? ¿Tengo razón? ¿En algo? ¡Milagro!

 

Te sientes muy orgulloso de ti mismo, ¿verdad?

 

Bueno, es agradable tener razón por una vez.

 

No te acostumbres.

 

Tranquila, que no lo haré.