Ver juntos a tus dos mejores amigos no es tan raro como yo pensaba. Es peor, muchísimo peor.
El primer mes resultó bastante incómodo. Tenía que ser cuidadosa con lo que decía de uno en presencia del otro. Ellos, por su parte, intentaban sonsacarme cada dos por tres. A veces tenía que hacer de correveidile. Incluso me tocó ir de carabina varias veces en sus primeras citas.
Una vez, en el cine, fui a buscar palomitas antes de que empezara la película y cuando volví me los encontré besándose (o, más bien, morreándose como locos). Me quedé helada, sin saber qué hacer. Durante una milésimas de segundo, consideré la idea de dar media vuelta y darme un cabezazo contra la pared con la esperanza de sufrir amnesia. En cambio, carraspeé con fuerza y ellos se separaron despacio. Gracias a Dios, las luces se atenuaron mientras me sentaba, así que no tuve que establecer contacto visual con ninguno de los dos. No tenía claro quién se habría sentido más incómodo, si ellos o yo.
Hacia el mes de noviembre, Levi y Emily eran inseparables. Siempre estaban haciendo manitas y juro que una vez los vi frotarse las narices entre clases.
Yo me esforzaba a tope por llevarlo bien. No digo que me apeteciera tener novio, pero sentía una punzada de celos cuando me insinuaban que querían estar solos, no podía evitarlo. En vez de ser una necesidad, me había convertido en un estorbo. Cada vez que les proponía hacer algo a alguno de los dos, ellos ya tenían planes. Que no me incluían.
A veces, casi tenía ganas de que rompieran, pero luego me decía que eso solo serviría para empeorar las cosas. ¿Y si me obligaban a tomar partido?
Jamás conseguiría que las cosas volvieran a la normalidad.
Así que opté por pasar más tiempo con Danielle.
—Van muy en serio, ¿eh? —comentó Danielle mientras hacíamos cola en el cine, las dos solas, la semana anterior a las vacaciones de Navidad.
—Sí.
También me estaba hartando de ser la portavoz de la parejita feliz.
Danielle titubeó un momento.
—¿No crees que…? —miró a su alrededor para asegurarse de que no hubiera por allí ningún conocido—. ¿No crees que Emily nos evita? O sea, ya sé que le apetece estar a solas con su novio. Ya te digo. Pero nunca se había alejado tanto de nosotras. Se está pasando un poco, ¿no?
Sí, se estaba pasando un poco. Y por partida doble en mi caso. Si aún seguía viendo a Levi los miércoles era porque Emily tenía ensayo con las animadoras.
—Ya lo creo que sí.
Solo me permitía a mí misma reconocerlo delante de Danielle.
—Aunque, seamos sinceras, seguramente tendrás que recordarme esta conversación cuando por fin consiga novio —bromeó ella.
Asentí de mala gana, como si compartiese su sentimiento, aunque tener novio no era una de mis prioridades.
—Hablando del rey de Roma.
Seguí la mirada de Danielle hacia el puesto de palomitas, donde estaba Levi rodeando a Emily con el brazo. Ella se apretujó contra él y se rio de algo que le decía.
Me cae bien Levi, de verdad que sí, pero no es tan gracioso como Emily daba a entender.
Gemí.
—¿Crees que van a ver la misma película que nosotras?
Durante un momento, me dio miedo tener que tragarme Emily y Levi se lo montan en vez de la nueva comedia romántica de Paul Grohl.
Danielle me leyó el pensamiento.
—¿Y si fingimos que no les hemos visto y nos sentamos en las primeras filas?
—Por mí, hecho.
Cogimos las entradas y nos encaminamos hacia la sala con las cabezas gachas. El corazón me latía desbocado.
—¡Eh, chicas!
Me quedé paralizada al oír la voz de Emily. Por una milésima de segundo, consideré la idea de hacer oídos sordos, pero Danielle ya caminaba hacia la parejita.
—¡Eh! —los saludó en tono alegre—. ¿Qué hacéis aquí?
Tomé nota mental de animar a Danielle a unirse al grupo de teatro.
Emily se rio.
—¡Vamos a ver una peli, boba!
—¿En serio? ¿No habéis venido solo por las palomitas? —le soltó Danielle.
—Vamos a ver El juicio de Salem —Emily fingió un escalofrío—. Menos mal que estaré bien protegida —sonrió a Levi.
Hacía muchos años que conocía a Emily y siempre se había negado a ver una película de terror. Aunque fuera de serie B, de esas que son divertidas de tan malas. Supongo que aprovechaba cualquier excusa para EPL (exhibir públicamente a Levi).
—Guay —dijo Danielle, cuya expresión reflejaba todo lo contrario—. Bueno, tengo que ir al baño antes de pasar noventa minutos en compañía de un romántico y encantador Paul Grohl.
—Te acompaño.
Emily cogió a Danielle del brazo y ambas se dirigieron a los servicios.
—Hola —Levi se dignó a saludarme por fin.
—Hola —decidí no tratar de aparentar que me sentía cómoda.
—Oye —empezó a decir—, estaba pensando que a lo mejor el miércoles podríamos ir a tomar algo y luego de compras. Tengo que buscar el regalo de Navidad de mi madre.
Dejé que los carámbanos que se multiplicaban a mi alrededor se derritieran un poco. Se estaba esforzando. Además, me estaba pidiendo ayuda con el regalo de su madre porque yo la conocía mejor que Emily. Y también a él. A lo mejor me estaba pasando de suspicaz. Nadie me estaba reemplazando. Por más que yo tuviera esa sensación.
Me estaba portando como una tonta. Levi jamás me sustituiría.
Cuando Emily y Danielle regresaron del baño, nosotros dos ya habíamos quedado.
—¿Listo?
Emily cogió a Levi de la mano.
—Sí —Levi me hizo un guiño—. Que os divirtáis.
—Lo mismo digo —respondí.
Y hablaba en serio.
Levi y Emily no eran el problema, sino mi actitud. Estaba claro que yo tenía problemas si me sentía amenazada solo porque mis dos mejores amigos no me prestaban el cien por cien de su atención.
En aquel momento decidí cuál iba a ser mi buen propósito de año nuevo: dejar de ser tan dependiente.
Como parte de mi cambio de actitud, empecé a sonreír siempre que veía juntos a Levi y a Emily. Recordaba haber leído en alguna parte que si sonríes cada vez que ves algo, ese algo acaba por hacerte feliz.
De modo que si Levi o Emily sacaban al otro a colación, yo sonreía.
Pronto se convirtió en un reflejo automático.
Levi y yo caminábamos por el centro comercial, cargados con bolsas de la compra.
—Y le dije a Emily —¡SONRÍE!— que no acabo de acostumbrarme a este clima. Todo el mundo dice que el invierno pasado fue brutal, pero a mí este me parece aún peor. O sea, ¿bajo cero? ¿En qué cabeza cabe que la temperatura deje de existir? ¿Que se exprese en negativo? ¿Cómo es posible algo así? Suerte que Emily ha prometido ayudarme a entrar en calor.
¡SONRÍE! No tenía más remedio. Tenía que representar un papel, una versión más alegre de mí misma para que no se le quitaran las ganas de verme.
Levi se tomó mi silencio como una invitación a proseguir.
—Ya ves, así que esperaba que me ayudaras a escoger un regalo para Emily.
¡SONRÍE!
—¡Oh, genial! —repuso Levi.
Aunque yo no había dicho nada, juzgó por mi estúpida sonrisa que lo ayudaría encantada a elegir un regalo.
Levi me llevó a la joyería.
—Cómo te enrollas. No sabía si te sentaría mal que te lo pidiera, pero ¿quién conoce a Emily mejor que tú?
Algo de razón tenía. Yo no entendía por qué todo aquel asunto me ponía tan mala. Él seguía siendo el mismo. Y estaba claro que, antes o después, uno de los dos iba a acabar saliendo con alguien. Además, siendo prácticos, su relación impedía que la gente diera por supuesto que estábamos juntos.
—Claro que te ayudaré —accedí—. ¿Qué tenías pensado?
—Bueno, estuve aquí con mi madre la semana pasada y vi una gargantilla. Quería saber qué opinas —me llevó a una vitrina llena de cadenas de oro y plata con colgantes diversos. Señaló la del centro—. Esa, pero con una E.
Me dio un vuelco el corazón cuando vi la gargantilla a la que se refería. Era una cadena de plata con un colgante que llevaba grabada una «P».
Retrocedí unos pasos. El suelo empezó a oscilar a mis pies.
Oí a Levi preguntarme si me encontraba bien, pero no podía concentrarme. Lo veía todo borroso. Ya no oía lo que estaba diciendo; en realidad no podía hacer nada.
—No puedo respirar, tengo que…
Salí de la tienda dando tumbos y me senté en el suelo, junto a una fuente. Puse la cabeza entre las rodillas y traté de respirar con normalidad.
—Macallan, ¿qué pasa? —a Levi se le quebró la voz—. Por favor, háblame.
Empecé a sollozar. No podía recuperar el aliento. Necesitaba respirar. Tenía que tranquilizarme y respirar.
No podía. Justo cuando pensaba que estaba mejorando, recibía un golpe bajo. Y siempre sucedía cuando menos lo esperaba. Siempre.
—¿Macallan? —sacó el teléfono—. Señor Dietz, estoy con Macallan. No sé qué le pasa, creo que ha tenido un ataque de pánico o algo así.
Mi padre no, pensé. Por favor, no metas a mi padre en esto.
Sin saber cómo, reuní fuerzas para estirar el brazo y tocarle la pierna.
—Espere, creo que quiere decirme algo —Levi se arrodilló—. Tu padre quiere hablar contigo.
Levi me acercó el móvil al oído.
—Calley, cariño, ¿qué tienes? —mi padre parecía preocupadísimo. Me sabía fatal lo que le estaba haciendo—. Por favor, háblame.
—Es… por… —intenté tranquilizarme, pero oír la voz de mi padre empeoró aún más las cosas. Inspiré profundamente—. Cuéntale lo de la gargantilla.
No pude decir nada más, pero mi padre ya me había entendido.
Vi cómo Levi escuchaba sus explicaciones. Palideció.
—Lo siento mucho. No lo sabía —hablaba con voz grave y queda—. No tenía ni idea.
Yo no distinguía si se estaba disculpando con mi padre o conmigo. Seguramente con los dos.
Claro que no lo sabía. ¿Cómo iba a saberlo? ¿Cómo iba a saber que mi madre llevaba una gargantilla muy parecida, la suya, con la letra «M», que mi padre le regaló el día que me llevaron a casa del hospital, después de mi nacimiento? ¿Cómo iba a saber que jamás se la quitó? ¿Cómo iba a saber que la llevaba puesta cuando murió? ¿Que la enterramos con ella?
Levi cortó la comunicación y se sentó a mi lado. Me rodeó con el brazo y yo apoyé la cabeza en su hombro.
—Tu padre viene hacia aquí. Perdóname, Macallan. Siento mucho no haberlo sabido. Lamento haberte recordado algo tan horrible. Siento no saber cómo ayudarte con esa parte de tu vida. Si acaso es posible. Siento muchísimo no saber qué decir ahora mismo.
Se quedó en silencio un momento, pero el mero hecho de tenerlo allí, a mi lado, me hizo sentir mejor.
—Sé que últimamente me he portado como un idiota y que no he estado a tu lado cuando me necesitabas. Siento mucho eso también. Ya sé que ignoro muchas cosas, pero te prometo que te apoyaré. Puedes contar conmigo cuando me necesites, para lo que me necesites, ¿vale? Nada va a cambiar eso. Nada. Lo sabes, ¿verdad?
No creo que yo lo hubiera sabido hasta aquel mismo instante. Y si bien el recuerdo de mi madre me destrozaba el corazón, dejé que el gesto de Levi me ayudara a recomponerlo.
Comprendí que había llegado el momento de que Levi conociera a alguien.
Subimos la cuesta muy cargados. Levi guardó silencio durante todo el camino. Yo no estaba segura de cuál iba a ser su reacción, pero sabía que había llegado el momento de abrirle mi corazón.
Nos acercamos a nuestro destino. Levi caminaba unos pasos por detrás de mí, con la cabeza gacha.
—Levi, quiero que conozcas a mi madre —me senté junto a la tumba de mármol gris—. Mamá, este es Levi. Ya te he hablado de él.
Aparté la nieve que cubría la piedra.
—Hola —dijo Levi con suavidad.
—Ven a sentarte —saqué una manta y la extendí sobre el frío suelo—. Quería traerte aquí para hablarte un poco de mi madre.
Me temblaba la voz. Tal como me temía. Me costaba mucho hablar de mi madre sin ponerme triste. Pero el psicólogo al que visité después de su muerte me dijo que era importante que hablara de ella. Que compartiera mis recuerdos con otras personas.
Ojalá Levi hubiera conocido a mi madre. Se habrían llevado de maravilla.
—Ella… —empecé a decir, pero se me saltaron las lágrimas.
—No pasa nada —me tranquilizó Levi—. No lo hagas si te cuesta demasiado.
—Quiero hacerlo.
—¿Empiezo yo? —preguntó—. Hola, señora Dietz, soy Levi. Estoy seguro de que Macallan le ha contado un montón de cosas sobre mí. Y, bueno, nada es verdad, a menos que le haya dicho que soy alucinante.
Se me escapó una risilla de gratitud.
—Sí, la conocí el primer día de cole y debería haber visto lo bien que me trató. He visto fotos suyas en su casa y sé lo mucho que se parece a usted. Y, ejem, es una alumna de sobresalientes. Casi da rabia lo lista que es —me miró preocupado—. ¿Te parece bien?
Me encantó que mantuviera una conversación con mi madre como si ella estuviera presente.
—Sí, genial.
—Vale, pues, o sea, cuando la conocí, pensé que le había caído fatal. Verá, yo llevaba el pelo largo y estoy seguro de que me tomó por un hippy o algo así. Pero luego descubrió que nos gustaba la misma serie, Buggy y Floyd —alzó la vista—. ¿Sabe de qué estoy hablando?
Asentí. Me alegré mucho de que usara el tiempo presente al hablar de mi madre.
—Sí, y a partir de ese momento como que conectamos. Es la única persona que se ha esforzado a tope por hacerme sentir en casa. Así que gracias, señora Dietz, por haber educado a su hija como lo hizo. Me habría encantado conocerla, pero supongo que, en cierto modo, ha sido así. A través de Macallan. Y, para que lo sepa, haré cuanto esté en mi mano por protegerla. Y ella podrá contar conmigo siempre que me necesite. Aunque tenga un gusto pésimo respecto a equipos de fútbol.
—¡Eh! —le propiné un manotazo—. Mi madre es superfán de los Packers. Solo te toma el pelo, mamá.
Levi me cogió la mano sin quitarse el guante.
—¿Te parece bien que bromee?
—Sí, ella siempre está bromeando.
—¿Y qué otras cosas le gustan?
Y no hizo falta nada más. A lo largo de la hora siguiente, le conté a Levi todo sobre mi madre. Todo lo que recordaba. Muchos de los recuerdos me hicieron reír. Y no derramé ni una sola lágrima más. Me dolía pensar en mi madre, pero cuando hablaba de ella sentía como si cobrara vida en mi interior.
No tenía la menor duda de que, allá en lo alto, mi madre nos miraba sonriente.
Todo cambió después de aquel día.
Puede que «cambiar» no sea la mejor forma de describirlo, pero Levi y yo estábamos más unidos que nunca.
Entre la crisis del centro comercial y la visita a mi madre, Levi se aseguró de pasar más tiempo conmigo.
No digo que dejara a Emily de lado por mí. Él sabía muy bien que yo nunca le pediría eso. Solo empezó a ser más consciente de su conducta. De las decisiones que tomaba. Del tiempo que dedicaba a cada cual.
Cuando se marchó a California por Navidad, me llamaba como mínimo una vez al día, aunque nos enviábamos mensajes constantemente.
—Sé que te vas a alegrar muchísimo de lo que te voy a decir —me anunció cuando llamó para felicitarme la Nochevieja—. Todo el mundo se queja de lo mucho que hablo de «mi casa».
—¿No será que sufres la enfermedad de «la hierba siempre crece más verde al otro lado de la cerca»? —le pregunté.
Se echó a reír.
—Seguramente. Pero lo que más les interesa a mis colegas son las fotos de la piba más guay que existe sobre la faz de la tierra.
—Espero que estés hablando de mí.
—Pues claro. Aunque la susodicha esté celebrando una fiesta salvaje sin mí.
—Eh, que no soy yo la que se ha largado a tres mil kilómetros. Y la fiesta no será salvaje, con tantos adultos presentes.
Mi padre creyó que sería divertido dar una fiesta de Nochevieja, así que había invitado a unos cuantos amigos y a sus hijos, y yo había invitado a mis amigos y a sus padres. Al principio, pensé que nadie querría venir a una fiesta con sus padres, pero supongo que, si queríamos celebrar la llegada del Año Nuevo como Dios manda, no teníamos más remedio.
Tuve que dejar a Levi para prepararme. Emily y Danielle llegarían temprano para echarme una mano en la cocina. Preparé macarrones al horno, fettuccini Alfredo con pollo, espaguetis con albóndigas de pavo, pan de ajo y ensalada picada.
Por suerte, nos dejaron el sótano para nosotros y pudimos disfrutar de cierta intimidad, aunque me supo mal en parte por Trisha e Ian, que eran hijos de los amigos de mi padre, porque no conocían a nadie. Trisha acababa de llegar de Minneapolis e Ian era un año mayor que nosotros. Cuando supe que venía, pensé que no le haría ninguna gracia tener que pasar la noche con chicos y chicas tan jóvenes, pero bajó con una gran sonrisa en el rostro y se presentó a todo el mundo tan tranquilo. Trisha se puso a mirar la tele en un rincón con la hermana pequeña de Emily y el hermano de Danielle.
—Ojalá Levi estuviera aquí —se lamentó Emily—. ¿A quién voy a besar a medianoche?
—A mí no me mires —bromeó Danielle—. Voy a desplegar mis encantos con el chico mayor. Está buenísimo. Fijaos en cómo lo deslumbro con mi increíble personalidad.
Danielle se alejó para sentarse junto a Ian.
—¿Crees que Levi habrá quedado con alguna chica esta noche? —me preguntó Emily.
—No, salía con sus colegas —la tranquilicé.
Me había tocado repetirle eso mismo cada día desde la partida de Levi. Estaba segura de que Emily no tenía por qué preocuparse. Levi no es de los que engañan.
—¿Qué pasa, chicas? —Troy se acercó con una bandeja de patatas fritas—. ¿Jugamos a algo o qué?
Emily le sonrió.
—¡Qué buena idea! ¡Sí, juguemos a algo!
Se llevó a Troy hacia una mesa sobre la que habíamos dejado unos cuantos juegos.
La hermana de Emily cogió unas damas y se las llevó al otro lado de la salita para echar una partida con el hermano de Danielle.
—Mira, se creen demasiado importantes como para jugar con sus hermanos mayores —se rio Emily—. Yo también me creía el no va más cuando iba a quinto.
Troy alzó la vista del Monopoly que tenía en la mano.
—No sé… A mí me sigues pareciendo el no va más.
Emily echó la cabeza hacia atrás y lanzó aquella risilla tonta que siempre soltaba cuando había chicos cerca.
Troy se rascó la cabeza y el pelo se le quedó medio de punta. Sonreía con ganas, y advertí por primera vez el hoyuelo que se le marcaba en la mejilla derecha.
Tuve la sensación de que Emily, en cambio, ya se había fijado en aquel rasgo. Al fin y al cabo, antes de que empezara a salir con Levi le gustaba Troy.
—Qué dices —Emily le palmeó la mano. Luego se retorció la melena con ademán nervioso y volvió a soltarla enseguida. Por fin se volvió a mirarme—. ¿Por qué no preguntas por ahí si a alguien le apetece jugar a…?
Al principio, pensé que intentaba deshacerse de mí, pero luego pensé que me estaba poniendo paranoica. Emily solo quería asegurarse de que la gente lo pasara bien, justo lo que yo debería estar haciendo. Como una buena anfitriona, me acerqué al rincón donde estaban sentados Danielle, Ian y Trisha.
—¿Queréis jugar a algo o ver una película? Aún faltan dos horas para la medianoche. O si queréis os puedo traer algo de comer.
—Una peli sería genial —respondió Trisha.
—Vale. Escogedla vosotros mismos.
Danielle se unió a Trisha para ayudarla a elegir.
Ian se levantó.
—Voy a buscar algo de comer.
Lo acompañé arriba. Las risas de los adultos resonaban en el salón. Por lo visto, su fiesta era mucho más salvaje que la nuestra.
—No me puedo creer que hayas preparado todo esto —comentó Ian cuando llegamos a la cocina. Volvió a llenarse el plato de macarrones—. Están riquísimos.
—Gracias —metí más pan de ajo en el horno—. Me encanta cocinar.
—Pues te digo una cosa… La cafetería del instituto te va a horrorizar.
Estuve a punto de preguntarle más cosas del instituto, pero no quería parecer tan… joven.
—Pues tendré que llevarme una fiambrera —fue lo único que se me ocurrió.
Hundió el tenedor en la pasta. Le cayó un mechón oscuro sobre los ojos y sacudió la cabeza para apartarlo.
—Buena idea. Y si quieres que te aconseje sobre las mejores clases o los profes que debes evitar, no tienes más que decirlo.
Me dedicó una gran sonrisa. Tenía el labio superior manchado de tomate.
—Gracias.
Me daba perfecta cuenta de que estaba haciendo un papel penoso. Por lo que parecía, había olvidado cómo se habla con los chicos, sin contar a Levi. No digo que nunca charlase con chicos, sino que no me apetecía hablar por hablar.
Ian me ayudó a cortar el pan y les llevamos una cesta a los adultos, que estaban enzarzados en una discusión sobre política. Cuando volvimos al sótano, encontramos a Danielle y a Trisha mirando Dieciséis velas.
—No la he visto —comentó Ian dejándose caer en el sofá, a mi lado.
—Es un clásico —le dijo Trisha—. Mi madre dice que a mi edad estaba obsesionada con esta peli.
Miré a mi alrededor.
—¿Dónde están Emily y Troy?
Danielle le robó a Ian una rebanada de pan de ajo.
—¿No los habéis visto? Han ido arriba a buscar no sé qué.
—Oh.
Debían de haber pasado por el comedor cuando estábamos en la cocina.
Nos pusimos a ver Dieciséis velas. De vez en cuando hacíamos algún que otro comentario sobre la ropa y los peinados de los personajes.
—Recuérdame que te enseñe alguna foto de mi madre —se rio Danielle—. Llevaba el pelo superrizado y como levantado por la parte del flequillo. Jura que ese peinado estaba de moda en su época, pero no sé en qué planeta. A mí me parece una horterada, ahora y en los ochenta.
—Al menos la música era decente —intercedió Ian.
—Sí —asentí mientras sacaba la película del reproductor. Eché un vistazo al reloj—. ¡Quince minutos para las doce!
Encendimos la tele para ver cómo bajaba la bola de Times Square. Solo hacía dos años que me había enterado de que retrasaban una hora la transmisión para las zonas horarias del centro. Hasta entonces, pensaba que dejaban caer la bola cuatro veces, una por cada zona horaria. Me parecía la bomba que en Nueva York se celebrara el fin de año cuatro veces.
—Vale, en serio, ¿dónde están Emily y Troy? —preguntó Danielle.
Casi me había olvidado de ellos.
—Se habrán quedado charlando con los mayores. Voy a rescatarlos.
Miré en la planta superior, pero no los encontré en la cocina ni en el salón. Entré en el cuarto de baño y no estaban allí. Cuando subí al primer piso, encontré cerrada la puerta de mi cuarto.
No se me ocurrió que tuviera que llamar. ¿Por qué iba a llamar a mi propia puerta?
—Eh, Em, ¿estáis…?
Me quedé helada.
Emily y Troy se estaban besando en mi cama.
Se incorporaron de golpe.
—Oh, esto, estábamos, eh…
Emily se mordió el labio, seguramente discurriendo a toda prisa una mentira convincente. Y yo estaba deseando oír algo que me persuadiera de que no acababa de ver a mi mejor amiga engañando a mi otro mejor amigo.
Troy pronunció la frase más inteligente que se le ocurrió dadas las circunstancias.
—Voy abajo.
Cuando se marchó, Emily y yo guardamos silencio. Solo se oían las voces de los adultos, que se reían ajenos al drama.
Mi amiga habló por fin.
—Ya lo sé.
—¿Ya lo sabes?
—Ha sido una tontería, pero es que… es Nochevieja. Estoy en una fiesta. ¿Qué tiene de malo que quiera divertirme un poco? —volvió a sentarse en mi cama y se tapó la cara con las manos—. No se lo digas a Levi.
Yo no sabía qué responder. No me podía creer que todo hubiera cambiado en un instante.
Emily me miró por fin.
—Di algo, por favor. Lo que sea.
Me daba miedo abrir la boca porque no tenía ni idea de lo que iba a salir de ella. Por fin, no pude contenerme más.
—¿Cómo has podido?
Emily negó con la cabeza.
—No sé. O sea, ya sabes que Troy me gustaba hasta hace poco. Y nos hemos puesto a tontear mientras jugábamos. Es muy mono. Y sabes que me gustaba.
—Pero sales con otro chico. Y, por si no lo recuerdas, es mi mejor amigo.
—Pensaba que yo era tu mejor amiga.
—Los dos lo sois.
En aquel momento, sin embargo, me sentía mucho más unida a Levi que a ella.
—Levi es genial. Pero no está aquí.
Emily se tendió en la cama, con los pies colgando hacia el suelo. Era una postura que ambas adoptábamos a menudo. Una posición física. En cambio, era la primera vez que yo me encontraba en aquella incómoda posición emocional. Y esperaba que fuera la última.
—¿Y eso lo justifica? —le pregunté.
—No, no lo justifica —su respuesta me alivió—. Estoy confusa, nada más.
—¿Respecto a qué?
—A todo —se echó a llorar—. Me da pánico ir al instituto. Me parece que no te das cuenta de lo mucho que van a cambiar las cosas. Todo va a cambiar. Ya está cambiando.
Me tendí a su lado y las dos nos quedamos mirando las estrellas fosforescentes del techo.
—Emily, tienes que olvidarte de eso. Tú no eres tu hermana.
—Pero tú sabes lo que le ha pasado. La has visto. Cassie tenía montones de amigos a nuestra edad. Luego entró en el instituto y se quedó colgada. El primer año, llegaba a casa del instituto y se encerraba en su cuarto a llorar.
—Pero tu hermana es mucho más tímida que tú. A ti no te cuesta nada hacer amigos. No te vas a quedar colgada. Y me tienes a mí —quise añadir que liarse con toda la población masculina del colegio al mismo tiempo no iba a mejorar las cosas, pero comprendí que no era el momento. Necesitaba que la tranquilizase—. No todo va a cambiar.
—Nuestro grupo se separará. Antes, yo era tu mejor amiga, y no creas que no me duele que pases tanto tiempo con Levi.
No me podía creer que me hiciera reproches. Sí, yo pasaba mucho tiempo con Levi, pero era ella la que cancelaba los planes conmigo para quedar con él.
—Además, estoy preocupada por ti, Macallan. En serio. Levi es genial, pero cuando vaya al instituto, ¿crees que se conformará contigo? Tendrá un montón de amigos, y no quiero que te quedes sola.
—Nunca he pensado que fuera a quedarme sola —se me hizo un nudo en la garganta—. Creía que tú también eras mi mejor amiga.
Volví la cabeza a tiempo de ver cómo se encogía al comprender lo que acababa de insinuar.
—Soy tu mejor amiga. Pero a veces me pregunto de qué lado estás.
Me quedé de una pieza, repitiendo mentalmente las palabras de Emily. Acababa de ponerme entre la espada y la pared. ¿De verdad me estaba pidiendo que hiciera una elección imposible? Se me encogió el estómago. ¿Podía escoger entre los dos? Conocía a Emily de toda la vida. Siempre estaba dispuesta a echarme una mano cuando necesitaba consejo femenino. Había estado a mi lado durante la época más terrible de mi vida.
A lo mejor Emily tenía razón. Puede que la hubiera desplazado un poco desde que Levi había aparecido. Pero ¿acaso eso le daba derecho a pedirme lo que me estaba pidiendo? Levi y su familia habían transformado mi existencia durante los últimos dieciocho meses. No me imaginaba la vida sin él. Y tampoco sin Emily.
¿Por qué de repente todo dependía mí? Me encontraba en la situación exacta que tanto había temido desde que Emily y Levi habían empezado a salir. ¿Qué pasaría cuando rompieran?
Intenté que no me temblara la voz.
—¿Me estás dando un ultimátum? ¿Me estás pidiendo que escoja?
—No sé lo que digo —Emily se incorporó—. Estoy hecha un lío. Perdóname. Me siento fatal. No quiero interponerme entre Levi y tú, y no quiero que él se interponga entre nosotras.
Ya, pensé, llegas unos cuantos besos tarde para eso.
En aquel momento, oí que abajo empezaba la cuenta atrás. Mientras todos contaban a voz en grito, yo intentaba discurrir cómo salvar las dos relaciones más importantes de mi vida.
—¡FELIZ AÑO NUEVO! —bramó un coro de voces.
—¡Eh! —Emily me abrazó mientras yo me levantaba—. ¡Feliz año nuevo, Macallan! ¿Podemos empezar de cero? Te prometo que hablaré con Levi. No quiero que te preocupes por eso. Es mi problema, no el tuyo.
Yo no podía hacer nada más que confiar en que tuviera razón.
Emily se levantó de la cama y dio una palmada.
—¡Venga, Macallan! ¡Es Año Nuevo, un nuevo comienzo! Todo es posible.
Un temor difuso me invadió en aquel momento. Porque Emily tenía razón: todo era posible. Y los últimos diez minutos me habían demostrado lo peligroso que era eso.
Los nuevos comienzos están sobrevalorados.
Ya lo sé. Jamás entenderé por qué la gente le da tanta importancia al 1 de enero. Han tenido trescientos sesenta y cuatro días para cambiar.
O para empezar de cero.
O para ponerse a dieta.
Te prohíbo que empieces a cocinar con ingredientes light.
Ya te digo.
O que me vuelvas a ocultar algo y tal.
Pues yo te prohíbo que vuelvas a salir de Wisconsin.
Vale, me parece justo.
Es que yo sola no puedo controlarlo todo.
Ojalá estuvieras a cargo del mundo.
¡Por fin alguien se da cuenta! Yo debería estar a cargo del mundo. ¿Verdad que la vida sería mucho mejor?
Ya lo creo.
Condeno a los Chicago Bears al destierro.
Ahora que lo pienso…
Eh, es mi mundo. Puedo gobernarlo como me plazca. ¿Y si decido que tú seas el rasero por el que medir a todos los chicos?
Como si no lo hicieras ya.
Exacto. Pregunta: ¿cuántos soles hay en nuestro mundo?