Capítulo 13

Tess estaba observando cómo colocaban las cortinas verde manzana en el comedor y sintió una emoción muy profunda. Esa casa empezaba a convertirse en el hogar de ellos. No era una exhibición de bienes materiales, sino un lugar que pronto sería agradable, armónico y cómodo.

Ella no esperaba visitas. Era sábado por la mañana y no era un momento para que se presentara nadie, sobre todo, sin cita previa. La sorprendió que Betty Parker, la recién contratada ama de llaves, entrara en el comedor y le diera una tarjeta.

—He pasado al caballero a la sala, señora Ramírez.

El caballero... Esa expresión anticuada y el tono respetuoso de la voz de su ama de llaves picaron la curiosidad de Tess. La eficiente Betty tenía cuarenta y tantos años y una visión de la vida muy moderna. Evidentemente, estaba muy impresionada por el visitante. Tess miró la tarjeta. La impresión le heló la sangre.

Era Javier Estes, un abogado con dirección en Río de Janeiro.

Sólo podía haber una relación: las posesiones de Ramirez en Brasil. ¿Por qué volaría un abogado hasta Sidney si no era por una herencia?

Si se trataba de dinero, Nick le había mentido.

—El señor Estes me pidió ver al señor Ramirez —le explicó Betty—, pero como está en el jardín con el niño...

Estaba enseñando a nadar a Zack, y el niño se manejaba en el agua como un renacuajo. El hijo y el padre que tanto lo amaba... ¿Era tan importante que Nick no la amara y se hubiera casado con ella por...? ¿Por qué? Tess apretó los dientes. No lo sabía, pero iba a enterarse.

—Has hecho bien en venir a decírmelo antes de ir a buscar a Nick. Llévale ahora la tarjeta mientras yo voy a saludar al señor Estes.

Betty sonrió y asintió con la cabeza. —Pensé que tenía que ser alguien muy importante y que no podía hacerle esperar mientras yo iba hasta la piscina...

—Perfecto, gracias.

Nick tardaría por lo menos quince minutos en arreglarse correctamente, como haría sin duda para atender al visitante. Tess no tenía ningún problema en recibirlo tal y como estaba, con pantalones de ante y una camisa de rayas azules y blancas.

La sala era una de las habitaciones que ya había decorado. Había comprado todo en subastas y se había quedado muy contenta. Sin embargo, el abogado brasileño no estaba admirando los muebles, ni siquiera se había sentado. Estaba junto al ventanal admirando el puerto de Sidney. —Señor Estes...

El se dio la vuelta y Tess comprendió la impresión que había causado en Betty. Era alto, con una cabellera blanca y un rostro oliváceo que le daban un aire aristocrático y autoritario. Sus hombros no denotaban el peso de la edad, aunque Tess calculó, a juzgar por la arrugas de las mejillas, que rondaría los setenta años. Iba perfectamente vestido con un traje gris de seda. Transmitía sensación de riqueza y, sin duda, representaba riqueza. Si ella no hubiera estado toda la vida rodeada de riqueza, podría haberse sentido intimidada por él. Sin embargo, su sola visión le hacía rechazar violentamente lo que hubiera ido a llevar a su casa.

Por unos instantes, pareció como si él la mirara penetrantemente y las gafas que llevaba impidieron que Tess pudiera descifrar claramente su expresión. Sin embargo, él esbozó una sonrisa demoledora y la llamó por su nombre como si le pareciera encantador. —Tessa Steele...

—Tessa Steele Ramírez —puntualizó ella mientras avanzaba para ofrecerle la mano.

—Naturalmente —él hizo un elegante gesto con las manos—. Me parece curioso que el hijo de Enrique haya elegido como esposa a una Steele cuando ha habido algunos... digamos... malentendidos escandalosos...

—Eso no fue culpa de Nick ni mía —declaró ella categóricamente mientras sentía cierto alivio por oír que Nick la había elegido.

—Lo cual hace que sean dos personas muy individualistas —señaló él mientras miraba la melena de ella—. Es usted extremadamente hermosa —tomó la mano de ella con un brillo de apreciación en los ojos—. Ya entiendo por qué se pueden dejar a un lado muchas cosas con una mujer como usted.

—Muchas cosas pueden dejarse a un lado porque Nick es como es, señor Estes —replicó Tess—. Sin embargo, vayamos al motivo que le ha traído desde Brasil —Tess se soltó la mano y señaló los sofás—. ¿Nos sentamos?

—Yo estaba esperando a su marido.

—No tardará. Mientras...

Ella fue a sentarse con la esperanza de que él la siguiera, pero se quedó junto al ventanal. Tess tenía la sensación de que él la observaba con atención, como si se diera respuestas a preguntas que tenía en la cabeza. Parecía como si corroborara la teoría de Nadia Cóndor de que el matrimonio de Nick con ella tenía que ver con la herencia de su padre.

—Al ser abogado y venir de Río de Janeiro, supongo que su visita tiene algo que ver con el testamento de Enrique Ramírez, señor Estes.

—Soy el albacea testamentario —reconoció él—. Enrique me encomendó que juzgara si los mandatos se han cumplido tanto en su espíritu como en su letra.

—¿Los mandatos...? —preguntó Tess extrañada por la expresión.

—¿No conoce las condiciones de la herencia de su marido? —preguntó él a su vez con una ceja arqueada.

¡Era el motivo para que Nick quisiera casarse con ella!

—Dado que no sabía que hubiera una herencia, difícilmente podía saber que hubiera unas condiciones —espetó ella con un tono de orgullo ofendido—. No me he casado por dinero, señor Estes.

Él hizo un gesto irónico y burlón.

—No creo que para usted tenga importancia, pero, efectivamente, hay una herencia en juego...

—¡No hay nada!

Las palabras resonaron como un estampido mientras Nick irrumpía en la habitación vestido sólo con un albornoz blanco medio abierto al llevar al cinturón suelto.

Zack, seguramente desnudo, iba envuelto en una toalla y en brazos de su padre.

—¡Salga de mi casa!

—¡Nick! —Tess se levantó de un salto ante la falta de educación de su marido.

Él la miró con unos ojos gélidos dispuesto a que ella no interviniera.

—No te metas, Tess. Este hombre no tiene nada que hacer aquí. Nadie lo ha invitado a venir. No es bien recibido. Es parte de lo que Enrique Ramirez me negó cuando yo tenía dieciocho años.

—He venido a entregar algo —objetó el abogado.

—No lo quiero. No quise nada de lo que mi padre me negó cuando él estaba vivo y no quiero nada cuando está muerto. Si usted ha supuesto que yo lo aceptaría, estaba muy equivocado.

—Usted ha cumplido las condiciones.

—No para beneficiarme de la fortuna de Ramirez —lo afirmó con una rotundidad irrebatible.

—Puedo darle la tercera parte...

—¡No!

El brasileño señaló a Zack.

—Usted tiene un hijo, el nieto de Enrique.

—No meta a mi hijo en esto.

—¿Por qué iba usted a negarle su herencia?

—Porque la única herencia que importa es la de su madre y la mía —Nick pasó el brazo que tenía libre por los hombros de Tess—. Tess y yo vamos a criar a nuestro hijo a nuestra manera. Para que valore lo que valoramos nosotros y eso es quererlo y estar siempre junto a él. Zack no necesita nada de Enrique Ramirez.

Tess sintió la orgullosa independencia que brotaba de Nick y que la incluía a ella como parte esencial de lo que quería en su vida.

Desde el principio, Nick le había propuesto formar una sociedad. No tenía nada que ver con conseguir una herencia. Se trataba de compartir lo que ellos creían que era importante para su hijo. Además, también compartían placenteramente una cama. No era todo lo que ella quería, pero... la angustia que sentía al entrar en esa habitación se había esfumado. Nick no le había mentido.

El abogado no se inmutó por la vehemente reacción de Nick. Miraba complacido la familia que tenía delante y pasó unos segundos sopesando lo que acababa de oír.

—¿Cree que usted no le importaba a Enrique? —preguntó Javier Estes sin alterarse.

—Recuerdo muy bien mi encuentro con él en Río de Janeiro —contestó Nick con sorna—. Se podría decir que lo tengo grabado a fuego en mi mente.

—Como lo estaba en la de Enrique —replicó el abogado con tranquilidad—. ¿Por qué cree que pagó para que lo tuvieran informado sobre usted durante los últimos dieciséis años?

¿Sabía Nick que habían estado vigilándolo? A Tess le pareció que la mera idea era espantosa, pero Nick no pareció sorprenderse.

—¿Por qué cree que escribió esa carta para usted antes de morir? —siguió el abogado—. ¿Por qué cree que le encomendó esa tarea con la esperanza de que no llevara una vida que él sabía que era de placeres vacíos, sino la que lleva ahora? —miró a Tess y a Zack.

Tess se quedó con la palabra «carta». ¿La recibió el quince de noviembre con el paquete de Brasil? ¿Casarse y formar una familia era una condición para...? Sin embargo, ¿por qué iba a hacerlo si no quería la herencia? No tenía sentido.

Nick la estrechó contra sí.

—Lo que tengo ahora, se lo debo a Tess; a ella como persona y a lo que ella me ha dado.

El anciano sonrió y asintió con la cabeza.

—Compruebo que el compromiso entre los dos es sincero. Enrique estaría muy contento. Nick lo desdeñó con un gesto de la mano. —No me he casado con Tess para complacer a mi padre.

—¿Va a negarme que su carta le hizo plantearse el matrimonio? Hay cierta... coincidencia en el momento elegido...

Tess pensó que, efectivamente, la había. Como le había hecho ver Nadia Cóndor con un resultado desolador.

—Sí —reconoció Nick cortantemente—, pero mi matrimonio con Tess sigue sin tener nada que ver con las condiciones de Enrique para heredar lo que sea.

—La herencia... —el abogado hizo un gesto con las dos manos para indicar que era irrelevante—. Enrique la utilizó como un medio para que usted se replanteara su vida. Funcionó, ¿no?

Nick siseó entre dientes. Estaba furioso por esa manipulación después de muerto, pero Tess pensó que no le había hecho ningún daño. Aunque se hubiera planteado el matrimonio con ella como una forma de rebelarse contra su padre, el resultado era que estaban juntos y Nick lo valoraba lo suficiente como para protegerlo con uñas y dientes.

—En realidad, usted plantó las semillas del cariño al enfrentarse a Enrique cuando tenía dieciocho años —siguió el abogado—. El no podría haber reconocido la existencia de usted sin haber destrozado las poderosas conexiones que habían formado el armazón de su vida, pero su mujer no le había dado hijos, sólo dos hijas enfermizas. Le dolió mucho rechazarlo a usted.

—¡Qué pena! —se burló Nick—. Perdóneme, pero no me impresiona que mi valor a sus ojos aumentara porque mi padre no pudiera tener hijos varones, legítimos...

—El verlo a usted cara a cara fue lo que hizo que le importara. El joven que usted era a los dieciocho años. Usted hizo que quisiera conocerlo. Con el paso de los años, cuando su mujer murió de leucemia y sus hijas también fallecieron de otras dolencias, Enrique fue obsesionándose con usted.

—Tampoco me impresiona que me espiara —replicó Nick con firmeza—. Si sigue haciendo eso, retire a sus sabuesos, Estes, porque...

—También vigiló las vidas de sus dos hermanastros, a quienes buscó después de que lo rechazara a usted.

¿Hermanastros? Tess estaba atónita ante lo que acababa de desvelar el abogado.

—¿Los conoció? —Nick lo exclamó como si hubiera sido una erupción de ira—. ¿Los reconoció como hijos?

—No —Estes sacudió la cabeza con tristeza—. Sus vidas hicieron que a Enrique le pareciera más prudencial no revelarles nada.

—¡Vamos! —Nick quiso transmitir su incredulidad ante cualquier sensibilidad de su padre—. Ellos le habrían estorbado tanto como yo. Era mucho más cómodo evitar cualquier contacto hasta que estuviera muerto.

—Quizá sea verdad, pero los tres le importaban lo suficiente como para ofrecerles la posibilidad de conocerse... si eso era lo que querían.

—¿Ofrecernos? Las ofertas no tienen condiciones, Estes.

—Cada condición estaba ideada para el bien de cada hijo.

—¿Cada condición? —Nick estalló—. ¿Cada condición?

Zack decidió que tenía que estar a la altura de su padre y dejó escapar un alarido. Ni un niño de cuatro meses era inmune a la tensión. Tess lo tomó en brazos. Nick no podía consolarlo cuando toda su energía estaba concentrada en devolver al albacea del testamento de Enrique Ramirez al mundo del que había llegado, un mundo que Nick rechazaba con todas sus fuerzas. —Tess, será mejor que te lleves a Zack. —No —ella apoyó la cabeza de Zack en el hombro y le acarició la mejilla—. Sea lo que sea lo que esté pasando aquí, estaremos juntos —insistió ella con firmeza.

No estaba dispuesta a quedarse sin una información que podría explicarle mucho de lo que Nick pensaba y sentía.

Nick tomó aire y volvió a mirar al abogado. —¿Está diciéndome que para conocer a mis hermanastros ellos tienen que cumplir las condiciones impuestas por mi padre antes de su muerte? —le preguntó Nick con un tono desafiante. —Efectivamente.

—¿No existe la posibilidad de que los conozca aunque yo haya cumplido mi parte en la fantasía de mi padre?

—Cada uno de ustedes tiene que ganarse el derecho...

—¡El derecho! ¿No se da cuenta de lo repugnante que es? ¡No somos sus hijos, somos sus monos de feria! —se acercó al señor Estes—. Y usted es el director de la feria. Está divirtiéndose, ¿verdad? Se divierte comprobando que lo hijos bastardos de Enrique Ramírez se someten a él y además les da una recompensa por ser unos monos buenos...

—Le aseguro que ése no es el objetivo. Eran cuestiones relacionadas con la forma de vida...

—¡Son mis hermanos! ¡Llevan mi sangre! Permítales que me rechacen si quieren, pero Enrique no tenía derecho a mantenernos separados y sin saber que existíamos. Somos hombres con el derecho a elegir por nosotros mismos.

—¿No cree que se sentirán más hermanos si cada uno de ustedes tiene que cumplir una condición para conocerse? —replicó el abogado.

—Dígalo como quiera —Nick estaba a un metro escaso del brasileño—, pero sigue siendo un abuso de poder repugnante y yo no voy a participar. No necesito nada de lo que Enrique pudiera darme. Ya tengo mi familia —Nick retrocedió y levantó la mano cuando comprobó que el abogado iba a hablar—. ¡Basta! Llévese a sus sabuesos. Vuelva a Brasil. No hay nada de qué hablar. ¡Se acabó!

Nick dio la espalda al señor Estes, fue hasta donde estaba Tess y tomó a Zack en brazos.

—Me lo llevo otra vez a la piscina, Tess. Si quieres acompañar a este señor hasta la puerta, puedes hacerlo, si no, dile a Betty que lo haga. No suelo tener consideraciones con directores de ferias.

Tess asintió con la cabeza, se daba cuenta de lo alterado que estaba. Se acordó perfectamente de cuando ella le dijo que su padre la había acompañado durante el nacimiento de Zack. Desbarató su sentido de la rectitud, como había ocurrido en ese momento.

Los lazos de sangre... estar alejado del nacimiento de su hijo... mantenerlo alejado de sus hermanos...

Lo vio marcharse con su hijo. Su marcha provocó un silencio tenso. Javier Estes no se movió, ni siquiera hizo el ademán. Parecía pegado al suelo. Quizá estuviera planteándose su papel como albacea de un testamento que consideraba a las personas como marionetas que se podían manipular al antojo de uno.

—Es un asunto triste —susurró él al cabo de unos instantes.

—Una oferta que podía haber sido magnífica, señor Estes —le replicó Tess sin perder la calma—. Algo ofrecido sin condiciones...

—¿Cuándo se ha valorado algo que se ofrece sin dar nada a cambio? —Estes sacudió la cabeza—. Parecía que él estaba cumpliendo las condiciones...

—¿Cuáles eran las condiciones? —Tess estaba decidida a saber la verdad.

—Que encontrara una mujer a la que amara, que se casara con ella, que tuviera un hijo y formara una familia... que dejara de ir de mujer en mujer sin ningún objetivo... —el abogado hizo un gesto de súplica—. ¿No es un buen consejo? ¿No indica que un padre se preocupa por uno?

Una mujer a la que amara... Al parecer, los sabuesos no se habían enterado de que ella ya había tenido al hijo de Nick y de que su matrimonio estaba basado en el amor por su hijo, no en el amor mutuo.

—He venido porque él no se puso en contacto conmigo —le explicó el abogado con contrariedad—. Los otros dos sí lo han hecho. Es lo normal. —¿Los otros hermanos?

—Sí. Además, ya se ha fijado la fecha del encuentro.

—¿Han cumplido con sus condiciones? —No estoy autorizado para decirlo —contestó él con el ceño fruncido.

—Pero se ha fijado una fecha —insistió ella. —El catorce de febrero a las cuatro de la tarde en mi despacho —cedió Estes.

—¿En Río de Janeiro?

—Claro. Hay que hacer el reparto.

—Nick no va a cambiar de opinión sobre la herencia

Tess lo dijo con tono burlón.

—No ha olvidado ni perdonado el rechazo que sufrió a los dieciocho años... Es una triste paradoja que fuera él quien impresionara tanto a Enrique Ramirez y que sea quien no vaya a llevarse nada de él, ¿no le parece? —el abogado suspiró.

—Quizá los otros hermanos no tuvieran una vida tan difícil. A Nick y a mí nos enoja tener que pagar un precio por algo que debería ser un derecho natural por ser personas. Tenemos que librarnos de eso o, al menos, limitar los daños.

Estes esbozó una leve sonrisa y, en sus ojos, Tess captó lo que le pareció un brillo de admiración.

—Usted le entiende a él.

—Yo lo amo —le aclaró ella.

Estes asintió lentamente con la cabeza.

—Lamento no poder quebrantar las condiciones del testamento. Yo no puedo presentarle a sus hermanos. Si lo ama, Tessa Steele Ramirez, usted no permitirá que no los conozca. Usted sabe el día y la hora de la cita...

Sin embargo, ella no había dicho que Nick también la amara...

Acompañó al abogado hasta la puerta de la casa, vio cómo se marchaba y luego volvió a entrar en el hogar que Nick les había regalado mientras repasaba todos los pasos que habían dado para llegar a ese punto.

Su matrimonio no tenía nada que ver con una herencia. Nadia Cóndor se había equivocado completamente. Sin embargo, ¿Nick habría empezado ese camino con ella para conocer a sus hermanos? ¿Habría cambiado el destino del camino? Si era así, ¿cuándo y por qué lo había cambiado?

Tess veía una balanza con ella y Zack en un lado y los hermanos de Nick en el otro. Esa mañana el peso se había inclinado claramente del lado de ella, pero eso no le daba la sensación de victoria.