Capítulo 12
La verdad... Esas palabras giraron vertiginosamente en el cerebro de Nick porque nunca había tenido la necesidad de definir su relación con Tess. La convivencia con ella era estupenda. Era su mujer, la madre de su hijo y eran una familia.
—Ésta es la verdad.
La agarró con fuerza de la mano y la atrajo hacia sí para llevarla a la cama. Ella no podía negar lo que sentía en la cama.
—Nick...
El tono de angustia hizo que él la tomara en brazos y la mirara a los ojos, a unos ojos dominados por el miedo.
—Esta es la verdad —declaró él apasionadamente porque sabía que ella no tenía nada que temer de él.
La tumbó entre los almohadones de satén dorado y marrón, le sujetó las piernas entre las de él y la agarró de las manos para que no se moviera mientras la miraba a los ojos para disipar cualquier duda que le producía ese temor.
—Lo que sientes conmigo y lo que siento contigo, la profunda sensación de unión. ¿Te había pasado antes con alguien, Tess?
Ella se mantuvo en un silencio desafiante. No estaba dispuesta a sucumbir ante él.
—No —respondió Nick—. Ni a ti ni a mí, porque sólo puede pasar si los sentimientos son mutuos y acaban en algo tan poderoso que tiene que ser único para los dos.
Nick se detuvo y se recompuso para decirle más verdades. Ella no se resistía. Nick podía notarla concentrada en lo que él decía, atenta a discernir el significado de cada palabra.
—La verdad es que dejaste que mi madre entrara en tu casa y acabara con la confianza que tenías en lo que compartíamos. Mi madre... que no vería la verdad ni aunque la tuviera delante de las narices.
—Quizá ella no vea la verdad, Nick, pero a mí me hizo ver la fecha —replicó ella con sequedad.
—No me casé contigo por dinero —aseguró él inflexiblemente.
—No. Te casaste conmigo porque yo era la única mujer que se te ocurrió que no se molestaría en tocar ni un céntimo de la fabulosa fortuna de Enrique Ramirez. La mujer que ya tenía dinero a espuertas...
—¡Basta! ¡Basta de rebajarte! Eres mi mujer porque eres la única mujer con la que puedo imaginar compartir una vida y tener un hijo. ¡No tiene nada que ver con el dinero!
—¡Quince de noviembre! —repitió ella con desesperación porque él se negaba a darle importancia a esa fecha.
—Fue el día en el que decidí que yo no llevaría la misma vida que mi padre. Él me rechazó en vida y yo lo rechazo una vez muerto. Yo soy yo, Tess, el hombre con el que te casaste. No soy mi madre, que se lleva todo lo que puede. No soy mi padre, que sólo pensaba en su placer sin preocuparse por las vidas que iba dejando detrás. Te quiero a ti y a nuestro hijo, nuestro matrimonio no tiene nada que ver con el dinero. Si no puedes sentirlo...
Clavó los ojos en los de ella en un intento de grabarle su verdad.
—Tienes que sentirlo...
Tess estaba muy quieta, como si absorbiera la pasión que se desprendía de Nick, profundamente conmovida aunque espantosamente insegura sobre cuánto de ese amor iba dirigido realmente a ella. Cuando él la besó en la boca para que ella lo sintiera, Tess no se resistió. Respondió con sus labios a cada embate, acompañó con su lengua los movimientos de la de él, recibió cada sensación erótica que él le envió y sintió que el deseo se adueñaba de todo su cuerpo. Se dijo que tenía que dejarse llevar.
Nick podría haberla elegido para demostrarse algo. Si no era por dinero, ella podía soportar ser la mujer que él había elegido. Según Nick, Zack y ella eran los beneficiarios de su decisión de ser padre de familia y no un conquistador.
Ella quería que él fuera el padre de su familia y eso implicaba mantener buenas relaciones sexuales y darlas sin pedir nada a cambio. Él le había dicho desde el principio que eso unía su matrimonio.
—Dime que lo sientes, Tess —le pidió Nick mientras se separaba para ver la reacción de los ojos de ella.
—Sí.
Él no podía estar tan firmemente decidido si el cariño no alimentaba unos sentimientos tan profundos. Su matrimonio era importante para él. Además, se dijo ella, el amor que sentía por Zack no podía deberse a la posibilidad de una herencia. El amor por su hijo era muy sincero.
El beso siguiente fue mucho más delicado y cariñoso, más seductor que exigente. Tess notó el amor. Él le soltó las manos. La necesidad de someterla a su voluntad dejó paso al deseo de gozar juntos. No había duda de la conexión física que Nick había invocado como argumento y que ella había sentido cada vez que hacían el amor.
Tess rodeó el cuello de Nick con los brazos y lo besó con todo el amor de su corazón para entregarse, para olvidarse de Nadia Cóndor y de los rastreros motivos que ella había presentado como creíbles y para que el quince de noviembre dejara de tener significado.
—Ésta es la verdad, Tess. Paladéala. —Sí.
—Siéntela —repitió él mientras la besaba en el cuello.
Tess le pasó los dedos por el pelo y él fue descendiendo hasta besarle los pechos para que ella se sintiera voluptuosa, sexy, arrebatadoramente femenina e intensamente deseable. Tess pensó que era la mujer que él había elegido como esposa. Por aquello, no por dinero. Tenía que creerlo. Lo creía.
Nick siguió bajando, le besó y acarició el abdomen y el ombligo; le pasó eróticamente la lengua por la cicatriz de la cesárea, no, la pasó con reverencia, Dando a entender lo mucho que valoraba el obsequio de su hijo. Del hijo de los dos.
Notó su verdad con cada uno de los sentidos Cuando él cerró la boca sobre el clítoris y ella sintió una oleada de placer en cada rincón de su cuerpo. Gimió, gritó, lo agarró del pelo y tiró de él. Nick se irguió para responder al anhelo de ella, para responder como había hecho siempre, entregándose desenfrenadamente, plenamente. Cada embestida era el anuncio del placer que se avecinaba.
Acabó como siempre acababa. Él la elevó a las cotas más altas de placer mientras se derretía alrededor de él. Luego, Nick se concentró en su propio clímax mientras Tess se deleitaba con el cuerpo de él.
Eso, naturalmente, no tenía nada que ver con el dinero. Era una verdad en sí misma, imposible de comprar, imposible de simular, imposible de negar. Era una verdad que la mantenía cálidamente satisfecha en el abrazo de Nick, con la cabeza apoyada en el hombro de él, con el brazo sobre el pecho de él, con las piernas extendidas sobre las de él. Ella no quería moverse. Estaba con su marido, con su amante y, en la ilusión que anidaba en lo más profundo de su corazón, con su alma gemela.
Nick no quiso decir nada. El pelo de Tess caía descuidadamente por su hombro y su cálido aliento le acariciaba la piel. La sensación de armonía entre ellos no invitaba al conflicto, pero él no podía olvidarse de la angustia que su madre había causado a Tess.
El quince de noviembre era una fecha significativa y había relación entre el paquete de Brasil y su decisión de intentar casarse con Tess. También era verdad que no tenía nada que ver con la herencia de Ramírez, que a él siempre le parecería un dinero sucio.
Sin embargo, no había sido completamente sincero con Tess. Si había aceptado el reto de su padre, no había sido para demostrar que Enrique estaba equivocado. A esas alturas, él ya había desdeñado la opinión de que estaba siguiendo el mismo camino que su padre. No tenía que corregir nada. Lo que había influido había sido la posibilidad de conocer a sus dos hermanastros. A su única familia directa.
Sin embargo, eso tampoco era verdad ya. Dejó de serlo cuando Tess le habló de Zack y su vida dio un giro distinto. El giro de la paternidad. Además, la paternidad tenía preferencia sobre los hermanastros. Tenía una familia con Tess y Zack y eso era maravilloso. Nick haría cualquier cosa para protegerla.
Lo más curioso era que él no había vuelto a acordarse del reto de Enrique desde que Tess le enseñó a Zack y, sin embargo, Nick empezaba a darse cuenta de que el conquistador brasileño había acabado comprendiendo cuál era la mejor vida. En la carta le decía: encuentra una mujer con la que vivas feliz, una mujer con la que quieras tener hijos...
Era el consejo de un padre y Nick se había burlado de él.
Sin embargo, en ese momento, se preguntaba si la carta, el reto, no era fruto del verdadero cariño; un cúmulo de arrepentimientos de toda una vida que él quería transmitir a su hijo; un último intento de hacer el bien para compensar el daño que había hecho.
Tess suspiró y Nick la estrechó contra sí y la besó en la cabeza.
—¿Estás bien conmigo, Tess? —le preguntó con la esperanza de que no quedara nada del veneno que su madre la había metido en el corazón.
—Mmm... —parecía un murmullo de felicidad.
—¿Te sientes bien? —él sonrió con confianza.
—El sexo ha estado bien —contestó ella con otro suspiro.
A él se le borró la sonrisa aunque el comentario no tenía nada de malo. El sexo siempre había estado bien con ella. Él siempre había dicho que su relación era fantástica.
Entonces, ¿por qué se sentía insatisfecho porque ella pensara que esa noche él sólo le había proporcionado ese placer? Se encontró deseando con toda su alma que ella hubiera dicho otra cosa. ¿Qué? ¿Qué quería él de ella?
Empezaba a no ser razonable. Había conseguido lo que se había propuesto. Tess se había olvidado de las suposiciones malintencionadas de su madre y habían terminado bien el día. Juntos. Como tenían que estar.