Capítulo 11

Cuando Nadia Cóndor se fue, Tess se sentía como si su mundo feliz con Nick se hubiera desvanecido y ella estuviera cayendo en un pozo oscuro y sin fin. Al menos, había reunido suficiente orgullo como para que la madre de Nick no se hubiera dado cuenta del dolor que la estaba infligiendo, aunque eso no era consuelo ante el destrozo absoluto de su sueño más íntimo.

Lo más triste era que ella había creído a Nick cuando le dijo que su matrimonio no tendría que ver con el dinero. Según él, no quería ni necesitaba nada de su fortuna ni ella quería o necesitaba nada de la de él. Ella nunca se había imaginado que pudiera haber otra fortuna relacionada con su matrimonio. Ella no sabía nada del fabuloso patrimonio de Ramírez. Más aún, Nick no le había dicho nada de la muerte de su padre ni de las condiciones de la herencia.

Él le había propuesto un matrimonio de conveniencia y ella había aceptado por el bien de Zack, para que su hijo tuviera un padre cerca mientras Nick quisiera estar cerca. Tenía que aferrarse a ese razonamiento y seguir como si nada hubiera cambiado, porque, en realidad, no había cambiado nada.

Estaban casados; Nick les había comprado esa casa fabulosa, él era un gran padre e, incluso, quería tener otro hijo con ella, darle un hermano a Zack.

Ella tampoco tenía quejas de él como marido. Era cariñoso, atento, generoso con el tiempo que pasaban juntos como si fueran unos verdaderos enamorados y su vida sexual no había perdido un ápice de apasionamiento. Era todo lo que podía esperar dado que nunca se habían declarado amor. Haberlo prometido en la ceremonia del matrimonio no contaba. Ella había elegido las palabras que había que decir. Entonces, el tono de voz de Nick la había convencido de que las decía sinceramente, pero, sin duda, ella se había dejado llevar por la emotividad de la situación.

Había necesitado que Nadia Cóndor le hiciera ver la realidad. Que ella amara a Nick con toda su alma no quería decir que él tuviera que correspondería. Tenía que dejar de tener esa fantasía. No entraba entre los motivos que Nick se había planteado para elegirla como esposa; ella era la única mujer que no le exigiría nada si se divorciaban, algo que él le había dejado claro desde el principio.

El dolor que estaba desgarrándole el corazón era un dolor que se había buscado ella. Nick no le había mentido. El había ocultado un motivo muy personal para casarse, pero no le había mentido. Tampoco la había seducido. Había planteado su plan muy racionalmente, le había ofrecido una sociedad que podía ser favorable para los dos y él estaba cumpliendo su parte.

Era absurdo sentirse engañada; era un error culpar a Nick por su empeño en sentirse decepcionada. No permitiría que Nadia Cóndor acabara con la relación dolida y de apoyo mutuo que tenían desde la noche en que Nick se enteró de que tenía un hijo. Él amaba Zack de verdad. Además, aunque su matrimonio se hubiera gestado por motivos económicos, algo que enfurecía a Tess, ella no paraba de repetirse que también había evolucionado hacia algo distinto. Hacia algo bueno. Demasiado bueno como para estropearlo por un orgullo estúpido.

Cuando Nick llegó a casa, ella intentó no mostrar ningún cambio, actuar con naturalidad y seguir la rutina de todos los días. No se dio cuenta de que era inútil.

Nick no podía decir exactamente qué estaba pasando, pero Tess no era la misma. Durante la hora antes de cenar, que siempre dedicaban a jugar con Zack, ella no tenía el rostro radiante. No le contó ninguna anécdota divertida del día con su hijo. Estuvo silenciosa, como preocupada, sólo se puso a jugar con Zack cuando él la animó a hacerlo y, aun así, le dio la sensación de que para ella era un esfuerzo disfrutar con lo que estaba haciendo. Parecía como si tuviera la cabeza en otra cosa.

Carol Tunny, la enfermera que ella había contratado, seguía con ellos. Si bien ya no necesitaban sus conocimientos sobre bebés recién nacidos, les gustaba tener a alguien que pudiera ocuparse de Zack cuando los dos tenían cosas que hacer. Dejaron al niño en la cuna con Carol y Nick rodeó los hombros de Tess con el brazo mientras bajaban las escaleras para ir a cenar. Él quería mostrarle su apoyo por si ella quería descargar alguna preocupación en él. Sin embargo, notó que los músculos de la espalda de Tess se ponían en tensión como si el contacto le resultara ofensivo.

—Tess... —Nick frunció el ceño ante esa reacción.

Ella esbozó una sonrisa de disculpa y relajó los hombros con un suspiro.

—Ha sido un día muy ajetreado. Ha venido mucha gente con folletos y muestras para las cortinas y la tapicería.

—Tess, si te cansa tomar tantas decisiones, deja la decoración a...

—No, quiero elegirlo yo. Es nuestra casa —declaró con apasionamiento—. Si se lo dejo a otro, conseguiremos algo muy profesional que no diga nada de nosotros, aparte de que tengamos el dinero para hacerlo.

—¿Ha criticado alguien tus decisiones? ¿Alguien ha hecho que te sintieras...?

—No, no. Ha sido un día arduo. ¿Qué tal el tuyo? —lo miró con cautela—. No me has contado qué tal ha estado el desayuno con tu madre.

¡Era eso! Seguro que había estado dándole vueltas todo el tiempo. Tendría que haberla llamado para

Contárselo y que supiera que el encuentro no había tenido consecuencias. Aunque Tess debería saber que la opinión de su madre sobre su matrimonio le resultaba tan indiferente como la de la madre de ella.

—Como era de esperar, ella no puede imaginarse que no me haya casado contigo sólo por dinero,

Pero yo me atrevería a decir que Liwy Curtin no puede imaginarse que no te hayas casado conmigo sólo sexo. Si no, ¿por qué, querida? —Nick la imitó burlonamente.

Tess le sonrió irónicamente. —Eso, si no, ¿por qué?

Nick se relajó y pensó lo fácil que era comunicarle con Tess. En seguida reconocían los entresijos de las familias. A veces, ni siquiera necesitaban palabras Una mirada bastaba para transmitir complicidad. la complicidad, era una de las mejores cosas de su relación.

No ha demostrado ninguna alegría por tener un nieto —siguió Nick—. Seguro que Zack hace que sea consciente de su edad. Me temo que no vamos a tener mucho contacto de ahora en adelante.

—¿No te importa perder a tu madre?

—¿Acaso la he tenido alguna vez?

—Ella ha sido una figura esencial en tu vida, Nick.

—Tenía que serlo cuando fue el único familiar que reconoció serlo, algo difícil de negar cuando me utilizó para casarse con tu padre. Fue una maternidad muy aireada.

Nick pensó en sus otros familiares, sus hermanastros desconocidos, y se preguntó en qué circunstancias habrían nacido; cómo les habrían explicado sus madres sus embarazos. Si Enrique los había reconocido como hijos, Nick estaba seguro de que lo habría hecho después de muerto.

Podrían haberlos adoptado o haber permitido que creyeran que eran hijos de otros hombres, como él había llegado a creer que era hijo de Brian Steele. En ese caso, las noticias de Brasil podrían haberles alterado las vidas tanto como se la habían alterado a él.

—Las posesiones pueden ser muy importantes para algunas personas —comentó Tess.

—Para mi madre lo son.

Nick no podía olvidarse de su obsesión por la fortuna de Ramirez. A él le daba igual que fuera para sus hermanastros. Quizá fuera un cambio positivo en sus vidas. Para él siempre sería un regalo perverso. No lo necesitaba y no quería tocarlo.

—Sí, pero Nadia supo lo que era no tener nada cuando era pequeña —le recordó Tess—. Tú y yo no hemos pasado por eso.

Era verdad. Gracias a la ambición de su madre, él había nacido entre algodones, como Tess. Nunca había sabido lo que era la necesidad material y le resultaba muy fácil desdeñar lo que había detrás de la obsesión de su madre por hacerse con riquezas. Quizá para ella nunca se podía tener suficiente.

—Siempre quiere más —susurró Nick mientras entraban en el comedor—. Esta mañana incluso quiso decorar esta casa y que todo el mundo hablara de ella con admiración por su obra. No entiende el significado de la palabra «hogar». Para ella, todo es un escaparate.

—¿Qué es un hogar para ti? —le preguntó Tess con un tono que a Nick le resultó extraño.

El la abrazó mientras le acariciaba el rostro. —Creo que es verdad el dicho: «el hogar está donde está tu corazón». Mi corazón está aquí, con Zack y contigo —respondió él mientras observaba la reacción de ella.

—¡Bien! —Tess sonrió amplia pero no forzadamente y señaló la mesa de cristal y las butacas italianas de cuero negro que él había llevado de su casa—. Entonces, no te importará que quite todos esto y lo sustituya por algo de color verde manzana, porque mi corazón no soporta lo negro. No quiero oscuridad. No quiero...

—¡El verde manzana me parece maravilloso! —le tranquilizó él, que había notado un tono algo desquiciado en la voz de ella—. Tira todos estos muebles. Sólo era algo transitorio hasta que tuviéramos otra cosa.

La cabecera de la mesa estaba puesta para cenar, pero el otro extremo estaba repleto de muestras de telas y folletos. Tess fue por ellos y extendió algunos por el espacio libre de la mesa.

—Me gustaría que echaras una ojeada a éstos, pero primero, descorcha la botella de vino blanco. La cocinera me ha dicho que tenemos guiso de pollo, seguramente lo sirva de un momento a otro.

Nick decidió que, efectivamente, algo grave le estaba pasando. Utilizaba tácticas evasivas, tanto físicas como orales y él notaba el distanciamiento de Tess. Había vuelto a levantar las barreras. No supo por qué, pero supo dónde podía derribarlas.

No pensaba tolerar barreras en el dormitorio.

Tess se sentó en el tocador del dormitorio principal. Se estaba peinando para aplacar el desasosiego con ese movimiento repetitivo. Allí tenía los muebles de su anterior casa. No encajaban allí, pero al menos le daban la tranquilidad de lo conocido.

Se había puesto una bata de seda azul y encaje que se había comprado para la luna de miel. Se suponía que era sexy, pero esa noche ella no pensaba en la seducción. Se sentía demasiado vulnerable como para mostrar una desnudez desinhibida. Sin embargo, la bata no pretendía ocultar esa desnudez, sino protegerla del frío. Era pleno verano y el aire acondicionado estaba en marcha y ella tenía la carne de gallina.

A ella le habría gustado que el deseo ardiera en su interior sólo de pensar en meterse en la cama con Nick. Por suerte o por desgracia, Nick era su marido y, como él había dicho, unas buenas relaciones sexuales eran lo que unía los matrimonios y ella quería, por todos los medios, que su matrimonio se mantuviera unido, independientemente de por qué se había producido. Él era su marido y ella lo amaba, por lo tanto, ella tendría que ser capaz de responder al placer sexual que él le proporcionaba tan diestramente.

La puerta del cuarto de baño se abrió a sus espaldas. Ella no se volvió ni dejó de cepillarse el pelo. El espejo que tenía delante reflejó la impresionante belleza del hombre desnudo que salió, un hombre con el que cualquier mujer estaría encantada de acostarse, aunque la mirada depredadora que él le lanzo la dejó sin respiración y ella sintió una punzada de temor en el corazón.

Ella creía que conocía a Nick, pero ¿realmente lo conocía?

¿Habría utilizado él el sexo para cegarla sobre cuestiones que tendría que haberle preguntado antes de casarse? Sin embargo, todavía tenía que pensar en Zack. Por el bien de su hijo...

Quizá su padre tuviera razón y hubiera sido un error haberse casado por el bien de un hijo. Un tremendo error para ella.

Se le encogió el estómago de pánico cuando él cruzó la habitación hasta donde estaba sentada ella. Notó como si cada paso que él daba fuera una plancha de acero que le oprimía el pecho. Se olvidó de cepillarse el pelo. Sólo podía pensar en el abrumador conflicto que era desear a ese hombre y detestar que él no la deseara por sí misma.

Era imposible fingir que no había cambiado nada. Había cambiado en lo más importante para ella. Nick la utilizaba para su beneficio económico. Se había casado por motivos económicos.

Podría haber un millón más de motivos y todos ellos válidos e importantes, pero no podía olvidarse de ése.

—Permíteme —le dijo él mientras tomaba el cepillo con un brillo de deseo en los ojos.

Tess se aferró a la seguridad del silencio porque quizá pudiera reaccionar a la poderosa sexualidad de él y dejarse arrastrar por ella. Si pudiera sofocar su desdicha con sensaciones físicas...

—Te juro que tienes el pelo más sexy que haya visto y tocado —susurró Nick.

Tess cerró los ojos. ¿Podía creerlo? ¿Cuánto de lo que él decía era verdad?

—Es más bonito todavía sobre tu piel desnuda —le dijo él al oído mientras le quitaba la bata de los hombros.

Ella no se movió conscientemente. Fue una reacción tan súbita, que se encontró de pie, temblando de pies a cabeza y rechazando cualquier contacto. El taburete donde había estado sentada estaba entre los dos y ella se apoyaba con fuerza contra el tocador mientras se sujetaba la bata a la altura del cuello y lo miraba con un rechazo implacable.

Nick se irguió con una agresividad masculina que nada podría aplacar. Los músculos de su pecho y sus brazos se marcaron por la tensión de la batalla inminente. Su rostro era el de un guerrero dispuesto a acabar con cualquier cosa que se interpusiera en su voluntad.

—¡Suéltalo, Tess! —le ordenó él.

—Quince de noviembre.

—¿Qué pasó?

—Fue el día que me llamaste para que nos viéramos. Me dijiste que estabas deseando que yo volviera de Los Angeles. Dijiste que me echabas de menos.

—Te eché de menos, pero no dije que estuviera deseando que volvieras de Los Angeles —la corrigió él cortantemente—. Dije que Liwy estaba en Sidney y que parecía lógico esperar que tú también estuvieras.

Eso serenó el caos que dominaba la cabeza de Tess. El recuerdo de Nick era más preciso que el de ella. No le había mentido, pero tampoco le había dicho la verdad.

—Ese día decidiste casarte conmigo, ¿no?

—Empecé a pensar en casarme contigo —reconoció él sin remordimiento—. En ese momento no había tomado ninguna decisión.

—¿Qué te hizo pensarlo, Nick? ¿Qué hizo que te plantearas algo que no te habías planteado jamás? —le preguntó Tess con una sorna rebosante de acritud—. ¿Por qué me llamaste el quince de noviembre?

Tess vio en sus ojos el reconocimiento de lo que ella ya sabía, pero Nick no mostró sus cartas.

—¿Por qué no me lo dices tú, Tess?

—Fue el día que tu madre recibió un fabuloso collar de esmeraldas de Enrique Ramírez. El día que tú recibiste un paquete de Brasil que te informaba de la muerte de tu padre y exponía las condiciones...

—¿Que te nombraba como la mujer con la que tenía que casarme para recibir la herencia? —Nick la interrumpió con los ojos fuera de las órbitas por la ira—. ¿Tan lejos ha llegado mi madre, Tess?

—Dime la verdad, Nick.