Capítulo 7
Tess no podía sosegar los latidos de su corazón. Se sentía como si estuviera enjaulada con un animal salvaje que merodeaba a su alrededor a la espera del momento adecuado para atacarla si causar daños a terceros. Ella estaba a salvo mientras tuviera a Zack en brazos, pero en cuanto lo dejara en la cuna, Nick volvería al ataque para dar rienda suelta a todos los sentimientos que había estado conteniendo desde que había roto la copa en el hotel. Esa furia apasionada de Nick no encajaba con el hombre delicado y sofisticado que había conocido, el hombre que no permitía que nada lo afectara. No había nada de civilizado en la profundidad del cariño que había brotado de él. Esa situación no le parecía nada divertida. Lo atenazaba por todos los lados y la innegable realidad de que ella fuera hija de Brian Steele no era irrelevante.
El pasado no había quedado en el pasado. Nacer... casarse... todo eran ciclos de la vida que giraban para volver a acontecimientos previos que condicionaban el futuro, que activaban conexiones que no habían desaparecido aunque se hubieran rehuido. Era imposible cerrar esas conexiones y fingir que no existían, que no tenía ningún peso. El pasado de Nick había sido doloroso y, si bien Tess lo conocía, eso no hacía que fuera más fácil afrontarlo.
Zack eructó ligeramente en el hombro de ella y Tess lo llevó al cambiador para volver a vestirlo. Notaba la presencia de Nick que observaba cada uno de sus movimientos y que no apartó la vista de Zack hasta que estuvo en la cuna.
Tess notó que tenía erizado cada pelo de su cuerpo por la tensión mientras acompañaba a Nick fuera de la habitación de Zack y subían a sus habitaciones. —Hay controles electrónicos para que tanto la enfermera como yo podamos oír a Zack en cualquier sitio de la casa —le explicó ella mientras con un tono despreocupado mientras cerraba la puerta.
—Estoy seguro de que te has ocupado de darle toda la seguridad posible.
La cortante réplica hizo que ella sintiera una opresión en el pecho. El resentimiento de Nick por sentirse marginado de todo estaba abriéndose paso. Lo observó mientras él se familiarizaba con su zona privada e, incluso, abría la puerta del dormitorio.
—Será mejor que empecemos a buscar una casa para la familia, Tess —la miró con una firmeza implacable.
Ella notó que las rodillas le flaqueaban. Al parecer, Nick estaba dispuesto a arrastrarla al matrimonio e iba a pasar por encima de cualquier objeción que ella pudiera poner incluso antes de que la planteara.
—Mi padre no sabía que tú eras el padre de mi hijo. No se lo he dicho. Estaba a mi lado en el hospital porque yo quería que alguien me acompañara por si algo... salía mal.
Nick tomó aire y Tess sintió la necesidad apremiante de explicarlo todo antes de que hubiera un malentendido.
—Tampoco iba a decírtelo a ti. Anoche quedé contigo porque mi padre me hizo comprender que al final sería un error ocultarle a Zack tu identidad. Me recordó que tu madre te hizo eso, Nick, que tu madre te hizo mucho daño al ocultarte la identidad de tu padre. Si no llega a ser por este consejo tan esclarecedor, yo podría haberte ocultado a tu hijo.
—No. Yo te habría buscado —Nick se acercó a ella con aire de confianza—. Ya estaba buscándote.
Tess se quedó sin aliento al notar que él le rodeaba la cintura con las manos y la atraía hacia sí. Ella, que había levantado las manos en un gesto para que la comprendiera, las apoyó en los hombros de él.
—Y nada me habría detenido —siguió Nick mientras le acariciaba la mejilla mirándola a los ojos—. Siento que hayamos llegado a esta situación de esta forma, pero hemos llegado y eres la mujer con la que quiero estar.
El le había pedido matrimonio antes de saber que Zack existía, por lo que era la mujer que había elegido. Además, él había conocido a muchas mujeres muy hermosas, por lo que, seguramente, debería sentirse halagada por haber sido la elegida, y no dominada por los temores a que la engañara y manipulara.
Nick pareció leer sus pensamientos.
—En estos momentos, estoy recuperando todos los meses que nos han separado... —acercó los labios a los de ella— del malentendido que te alejó de mí. Nunca dejé de desearte, Tess...
La besó. La besó de una forma arrebatadora, empezó con una delicadeza muy firme que pasó a ser seductora y convincente y terminó en una voracidad apasionada. Ella no se resistió al empuje de su deseo. Quería sentirlo para dejarse arrastrar por él, quería dejarse llevar por la sensación de que Nick Ramírez era suyo, suyo para tenerlo y disfrutarlo hasta... No, no pensaría más allá de ese momento
Toda ella se estremecía de placer por la pasión que él transmitía. ¿Por qué no iba a disfrutar del sueño de que él la amara como para elevarla a ese grado de excitación?
Él se separó para tomar aire. La estrechaba con tanta fuerza que sus pechos se movieron a la par que el pecho de él. Era como ir sobre una ola, como si una fuerza de la naturaleza la arrastrara sin que ella tuviera que decidir nada.
—Me pierdes, Tess. Si fuera un marino de la antigüedad, nunca me resistiría a tu canto de sirena ni llegaría a ninguna parte.
Sin embargo, había llegado a alguna parte; a otra mujer.
Tess notó un irresistible arrebato de afán de posesión, lo agarró de la cabeza y lo apartó un poco más para mirarlo a los ojos.
—Sí das el paso de casarte conmigo, te quedarás conmigo, Nick. Si te descarrías, no intentes volver nunca.
—La posesión —murmuró él con un gesto burlón y unos ojos diabólicos—. Entendido, Tess, pero en justa correspondencia, tú también me pertenecerás —le pasó los dedos por el pelo—. Sueño con ver esta melena sobre el satén negro de mis almohadas siempre que quiera.
Él se refería a tenerla desnuda, lo cual despertó en ella todas sus inseguridades físicas. Él había estado desnudo con mujeres bronceadas de cuerpos esculturales. Se puso a la defensiva e intentó apaciguar tanto ardor.
—¡Mala suerte! Mi cama está cubierta de algodón marrón, si es que estabas pensando en usarla esta noche.
—Ésta es mi Tess —Nick se rió—, pero eso no resta interés —la tomó en brazos con la misma facilidad que había tomado a Zack—. Vamos a probarlo. El negro puede ser un poco excesivo. El marrón será un contraste más cálido, sobre todo con el resplandor nacarado de tu piel.
Resplandor nacarado... Él había estado con tantas mujeres bronceadas, que ella se había imaginado que la consideraría paliducha, pero lo de «resplandor nacarado» le parecía atractivo. Además, su cuerpo no estaba mal. Sencillamente, él había hecho que se sintiera poco para él porque se había ido con otra después de pasar una noche con ella.
Necesitaba que él borrara de su cabeza la desdicha de ese rechazo; necesitaba que él la hiciera sentirse tan deseable que ninguna otra mujer pudiera tentarlo para ser infiel.
Eso seguramente era llevar el sueño demasiado lejos, pero le había dado alas a la esperanza y ella no podía contenerla. El corazón le latía con la fuerza de un tambor que anunciaba la entrada en un mundo feliz con Nick.
Él la dejó al lado de la cama. La colcha era de seda con cuadros marrones oscuros y grises. Estos colores se repetían en el montón de almohadones.
—Muy sensual, seductor y suntuoso —comentó Nick—, como tú, Tess. —El algodón está debajo.
Tess quiso cortarse la lengua. ¿Por qué no podía aceptar un halago? ¿A qué se resistía?
La respuesta se le presentó como un destello. Era la superficie. Ella detestaba ese tipo de superficie, todas esa mujeres resplandecientes que Nick había preferido a ella, como su madre, la Miss Universo, las mujeres de seda y satén con sus adornos dorados que coleccionaban símbolos de posición social, entre otros a Nick, el insuperable latín lover.
Ella se había resistido a eso desde que conoció a Nick y no podía evitarlo ni cuando ya lo tenía. Era tonta por despreciar lo que, evidentemente, había atraído la atención de él.
—Ya sé que hay algodón, pero también es como tú: práctico, útil, duradero, cómodo y fácil para convivir con él.
Nick quitó la colcha como si revelara los dos aspectos de ella.
—¡Qué bien! Eso me pone a la altura de un par de viejos calzoncillos.
—No, nada está a tu altura —Nick apartó la mano de su pelo y le pasó un dedo por los labios con un destello burlón en los ojos—. No tienes por qué repetirme que eres distinta a las demás mujeres que han pasado por mi vida. Lo oigo, lo veo, lo noto, lo huelo y lo paladeo. Todos mis sentidos me lo dicen constantemente. El único problema era... que no encajabas en mi situación. Acabaremos inevitablemente entre algodón, pero no me prives del placer que hay en la suntuosa sexualidad que encarnas esta noche.
Un placer perverso. Un placer ideado para impresionarlo y para que ella gozara secretamente con la emoción de saber que lo había impresionado. Era la batalla de los sexos, una parte más de la estrategia. Nick lo sabía, pero no le importaba porque había placer para los dos; placer en la sensualidad de la mirada de él mientras acariciaba los rizos rojizos con reflejos dorados, mientras le acariciaba la nuca y muy lentamente le bajaba los tirantes del vestido y la abrazaba excitado al pensar en caricias más íntimas.
Nick sabía besar; sabía acariciar. El recuerdo de la noche que habían estado juntos hacía que ella se estremeciera. Tess cerró los ojos y él miró la curva de sus pechos. Los acarició con la punta de los dedos y apartó la sedosa tela para acercarse cada vez más a los pezones.
—Me alegro de que Zack no sepa lo que está perdiéndose o se pondría furioso cada vez que le das el biberón —susurró Nick mientras le tomaba un pecho con la mano y le acariciaba el terso pezón con el pulgar—. Estás hecha para tener hijos, Tess, para un hombre no hay nada más sexy que unos pechos rebosantes y delicados...
Se inclinó para besarlos y succionarlos suavemente. Ella notó que se le contraía cada músculo del cuerpo. Nick encontró la cremallera en la espalda del vestido, la bajó y el peso de las lentejuelas hizo que todo él cayera y quedara hecho un bulto a los pies de ella. Sólo unas bragas de encaje malva evitaban que ella estuviera completamente desnuda.
Él, en cambio, seguía completamente vestido. —Mírate...
Nick se apartó un poco agarrándola de las caderas, cerca de la cinturilla de las bragas, para que ella se diera perfecta cuenta de cuál sería el siguiente movimiento de sus pulgares.
—Prefiero mirarte a ti —farfulló ella. Tess se sentía ardiendo por su casi completa desnudez, por su entrega a la pericia de Nick para despertar su excitación sexual.
—Pero tú eres más exótica y erótica. Fuego y hielo con los pendientes de diamantes que destellan contra tu pelo y el collar que descansa ahí... —la miró a los pechos—. Por no decir nada... —le bajó las bragas y desveló la intimidad más profunda de ella— de los muslos blancos como la nieve separados por una flecha de pelo llameante.
Ella perdió el sentido al verse completamente expuesta y desnuda. Sus palabras deberían haber disipado la sensación de que él pudiera preferir a otra mujer, pero por algún motivo despertaron en ella las atormentadoras comparaciones.
—Yo habría pensado que serías más aficionado a la depilación total —soltó Tess. Él negó con la cabeza.
—No, eso le quitaría misterio a esa zona. Tú, Tess... —Nick la tomó en brazos y la dejó en la cama antes de poner una rodilla entre las piernas de ella—. Tú... —susurró con los ojos radiantes de satisfacción al ver la melena de ella sobre los almohadones marrones—. Tú eres la personificación del erotismo visual.
Fuera verdad o no, Tess se obligó a dejar de pensar en ello. Podía concentrarse en él. Nick estaba quitándose la chaqueta. También se quitó la pajarita, se abrió los botones de la inmaculada camisa y se guardó los gemelos en un bolsillo del pantalón. Ella se quedó literalmente sin aliento cuando él se quitó la camisa. Nick Ramírez tenía la musculatura exacta donde un hombre tenía que tenerla y unas proporciones perfectas, pero lo más asombroso era su piel satinada con un brillo oscuro y una especie de vitalidad animal que era hipnotizadora.
Él seguía quitándose el resto de la ropa y ella quería tocarlo y saborearlo. Ella sabía que no podía haber una mujer en el mundo que no quisiera tenerlo así, a su disposición, y que no quisiera exactamente lo mismo que ella.
Esa noche, Nick estaba ofreciéndose a ella. Tess alargó los brazos para deleitarse con la calidez sedosa de Nick, para sentir cómo avivaba el deseo que ya le recorría las venas, para excitarla al saber que debajo de esa piel satinada él bullía de excitación.
Se sintió abrumada por el enardecimiento al acariciarlo más íntimamente, más provocativamente, al desencadenar el deseo hacia ella, al querer elevarlo a donde sólo pudiera verla a ella, oírla a ella, conocerla a ella.
Nick dejó escapar un bufido cuando se levantó para quitarse la última prenda. Sus ojos eran como dos rayos verdes que recorrían todo el cuerpo de Tess, que hacían que el pulso se le desbocara ante lo que se avecinaba.
Era magnífico, terso, moreno y de una virilidad irresistible. A ella le intimidó la espantosa sensación de querer retenerlo para sí. El anhelo de poseerlo le atenazó las entrañas. Dejó escapar un grito incontrolado cuando él descendió sobre ella con toda su potencia, cuando el contacto de los dos cuerpos la llevó a arquearse hacia él y a rodearlo procazmente con las piernas y los brazos para que saciara el ansia que la consumía. Lo hizo como si quisiera adueñarse de todo su ser. Fue un emparejamiento primitivo que los arrastraba hacia el límite.
La miraba con un brillo de desafío dominante. Estaba decidido a mantener un ritmo constante hasta que ella lo rompiera por la proximidad del clímax. La tensión del rostro y los labios apretados indicaban cuánto estaba costándole, pero, para Nick, eso no tenía precio si se trataba de ganar. Sobre todo, a una mujer.
Para Tess era una competición de principios. Tenía que poner a prueba sus límites. Quería que, por una vez, la arrogante confianza en su pericia sexual sufriera un revés. Disfrutaba con la sensación de mantenerse al borde del orgasmo, de contenerse todo lo que pudiera, de contraer los músculos más íntimos para que se rindiera antes que ella, de aguantar para que él no pudiera pensar en nadie ni nada más. Quería que fuera suyo, completamente suyo.
Sin embargo, Tess, a pesar de la concentración, perdió la batalla y sus músculos palpitaron convulsivamente alrededor de la poderosa virilidad de Nick en una oleada de placer que la elevó al éxtasis.
Luego, oyó el alarido de él, un alarido como el de un vencedor que se había entregado plenamente a esa victoria, pero ella no se sintió derrotada al sentir los espasmos de él. Sintió una fusión absoluta, una satisfacción más profunda y correspondida que la que nadie había podido sentir jamás.
Tess se aferró a esa sensación mientras la intensidad de la vivencia daba paso a la languidez. Nick le rodeaba los hombros con el brazo y ella tenía la cabeza sobre su pecho con las respiraciones acompasadas. —He oído decir que el secreto para que un matrimonio funcione bien es practicar mucho sexo —susurró Nick.
Otros habrían dicho que era amarse, pensó Tess. ¿Hacer el amor constantemente conseguiría que Nick estuviera contento con su compromiso?
Ella todavía no había aceptado el matrimonio, pero la tentación de ceder y aceptar lo que él le ofrecía, aunque sólo fuera el placer que ningún otro hombre le había dado, era muy fuerte.
—No me imagino como una mujer con dolores de cabeza —replicó ella.
Nick la puso de espaldas como si dominara la situación.
—¿No te importa la entrega para siempre, Tess? —le preguntó Nick con un brillo de satisfacción en los ojos por el dominio que ejercía.
—Eso es aplicable para los dos, Nick —le recordó ella que no quería ceder nada.
—Muy bien. Siempre que estés preparada. El deseo es un arma muy poderosa y a las mujeres les gusta probarlo, pero no lo despiertes si no estas dispuesta a satisfacerlo.
Tess nunca se había planteado la posibilidad de ejercer algún poder sexual sobre él. Le asombró que Nick pensara que lo tenía.
—Provócame y lo tomaré como una invitación —siguió él con un tono implacable—. Si intentas utilizar el sexo, me largaré.
Tess se apuntó mentalmente esa norma: nada de utilizar el sexo. Sin embargo, ella siempre había pensado que eso era precisamente lo que Nick hacía, vendía todo mediante el sexo.
—¿Entendido, Tess? —repitió él.
Ella entendió que eso era un requisito fundamental para poder mantener una relación entre los dos.
Sí.
Él le soltó la mano y le pasó la punta de los dedos por los labios.
—El sexo es un arma de doble filo —susurró Nick.
Se inclinó y la besó. A Tess no le importó que él siempre tuviera poder sexual sobre ella. Siempre que fuera ella deseable para él. La única mujer que él deseara.
Quizá fuera un sueño, un sueño disparatado que no duraría, pero Tess quería aferrarse a él todo el tiempo posible.