Capítulo 27- Aislado junto al remolino

Nabé trepó sobre algunas rocas para ver lo que estaba ocurriendo en el bote. La luna brillaba ahora con toda intensidad y pudo verlo claramente.

¡Había dos hombres en el bote, y no uno solo! ¿Quién era el otro? Quienquiera que fuese había atacado al señor Maravillas y luchaba desesperadamente con él. Los dos hombres se inclinaban a un lado y a otro de la barca haciéndola oscilar de tal manera que era fácil volcarla. Nabé estaba atónito.

¿De dónde habría salido aquel segundo hombre? ¿Se subiría al bote desde el mar? Nabé contuvo el aliento mientras los dos hombres luchaban estrechamente abrazados. Podía oír las respiraciones jadeantes, y «Miranda», completamente empapada se refugió dentro de su camisa que todavía chorreaba.

Se oyó un chapoteo; uno de los dos hombres había caído al agua. ¿Sería el mago? ¡Ojalá fuese él! Nabé se esforzó por ver.

Pero no, el señor Maravillas, sentado ante los remos, huía a toda velocidad, mientras el hombre que acababa de caer al agua se debatía pidiendo socorro.

—¡No sabe nadar! —exclamó Nabé horrorizado, y en un abrir y cerrar de ojos se arrojó de nuevo al agua para acudir en su ayuda.

Deslizó sus brazos bajo la espalda de aquel hombre y empezó a arrastrarle en dirección a las rocas. Por fortuna aquel individuo estaba ya tan agotado que no luchó, ni opuso la menor resistencia. El muchacho le llevó hasta el arrecife, dejándole sobre las rocas.

Entonces al contemplarle allí echado con los ojos cerrados y jadeante por el esfuerzo de recobrar la respiración, vio de quién se trataba.

—¡Cazurro! ¡«Cazurro»! Vaya, si eres tú. Que me aspen si lo entiendo. ¡«Cazurro»! ¿De dónde vienes? Dios santo, esto parece un mal sueño.

Cazurro abrió los ojos y al ver a Nabé trató de esbozar una torpe sonrisa. Luego se sentó rápidamente y miró hacia el mar bañado por la luna. En la distancia veíase un puntito negro que indicaba la posición del bote del señor Maravillas en su huida hacia la playa.

Cazurro lanzó una gran parrafada de palabras extranjeras y alzó su puño en actitud amenazadora. Luego se volvió para dar unas palmaditas en la rodilla de Nabé que estaba sorprendido.

—Tú has salvado a Cazurro —le dijo—. Buen chico, Nabé, has salvado a Cazurro.

—Cazurro… por lo que más quieras dime por dónde viniste tan de improviso —dijo Nabé—. ¡No entiendo nada!

—Cazurro estuvo todo el tiempo en el bote —replicó el pobre hombre—. Cazurro sabe que ese hombre es malo, malo; malo. Cazurro sabe que es un espía. Hace señales luminosas y luego… bum, bum, bum. Ese hombre hace que ocurran cosas malas.

—Continúa —le dijo Nabé—. ¿Por qué no se lo dijiste a nadie?

—Cazurro es tonto, no es valiente —replicó el pobrecillo—. Pero Cazurro observa y observa. Y un día que ese hombre vio a Cazurro espiándole, le dijo: «Ah… daré parte a la policía. Y te llevarán de aquí, Cazurro».

—Y cuando llegó la policía pensaste que habían venido a por ti y te escondiste. ¡Pobre Cazurro! —exclamó Nabé comprendiendo de pronto—. ¿Dónde te escondiste?

—Abajo en el sótano —susurró Cazurro, como si temiese que alguien estuviera escuchando detrás de las rocas—. Y por la noche Cazurro subía para comerse… las provisiones y pasteles de la despensa. ¡Cazurro es malo! Y Cazurro vigilaba toda la noche. ¡Cazurro luchó con ese hombre la otra noche!

—¡Troncho! ¡De manera que fuiste tú quien siguió al señor Maravillas y a Chatín la otra noche… y luchaste con el mago! —exclamó Nabé—. ¿Pero quién era el tercer individuo? Cielos, éste es un asunto muy particular… ¡todos vigilándose mutuamente! Pero sigo sin saber cómo llegaste hasta aquí esta noche, Cazurro.

—Cazurro vio a ese hombre con una barca —dijo el hombrecillo, que tiritaba—. Cazurro le oyó decirte cosas y Cazurro temió por ti. Por eso…

—¡Por eso te escondiste debajo de las lonas y esperaste a ver qué ocurría! —dijo Nabé—. Debes haber dado un susto de muerte al señor Maravillas cuando saltaste sobre él. Es una lástima que no fuese él quien cayese al agua, y no tú. Ahora ha ganado su juego tranquilamente… se ha librado de mí y de todo lo que sé… me ha puesto en ridículo… y ahora ha escapado con esos documentos secretos y aún puede causar mucho más daño. ¡Ese individuo es demasiado listo!

Cazurro introdujo la mano en el interior de su camisa y extrajo algo con aire tímido.

—Documentos —dijo con orgullo—. ¡Cazurro los tiene!

Nabé lanzó un grito.

—¡Cazurro! ¡Ése es el paquete que me entregó el otro individuo! ¿Cómo se lo quitaste al señor Maravillas? ¿Cómo pudiste hacerlo?

—Lo puso en una bolsa y luego dejó la bolsa cerca de Cazurro —explicó—. Así que Cazurro abrió la bolsa y sacó el paquete.

—Oh, Cazurro… ¡eres una maravilla! —exclamó Nabé—. ¡Al fin y al cabo no ha conseguido llevarse los documentos! ¡Y a menos que se le ocurra mirar dentro de la bolsa ni siquiera sabrá que no los tiene! ¡Cazurro, de buena gana te abrazaría!

«Miranda» asomó la cabeza por la camisa de Nabé parloteando, y Cazurro acarició su pelo suave.

—¿Estaremos aquí mucho tiempo? —preguntó Cazurro a Nabé.

—Hasta que alguien nos recoja —repuso el muchacho en tono sombrío—. Caramba, hace frío para pasar toda la noche expuestos al viento. Bajemos al canal que está más resguardado. Hay una pequeña cueva cerca del remolino donde podemos guarecernos. ¡Ojalá tuviéramos una barca! Podríamos remar hasta la playa y atrapar a ese individuo.

Echaron a andar hacia el canal, que desde luego quedaba más resguardado del viento, y fueron caminando por unas rocas casi hasta el remolino.

—Vamos a verlo a la luz de la luna —dijo Nabé—. Supongo que debe estar muy bajo, ahora que la marea ha descendido.

Fueron a ver el remolino, que ahora quedaba mucho más bajo de las rocas; el cual, iluminado por la luna y sorbiendo y rugiendo a sus pies, parecía muy distinto al de la otra tarde.

—Ahí abajo hay un agujero —dijo Cazurro señalando—. ¡Un agujero grande, grande!

Nabé miró.

—Sí… es la entrada del túnel que conduce al agujero-soplador, Cazurro.

Pero Cazurro no tenía la menor idea de lo que era un agujero-soplador y meneó la cabeza. Nabé miró debajo de la roca, que tenía como un gran mirador prominente para observar el gran agujero oscuro que debía ser la entrada del túnel, recordando de pronto la vieja leyenda que les contara el barquero.

Permaneció unos instantes contemplando fijamente la entrada. Las aguas del remolino quedaban unos dos palmos por debajo del agujero. ¿Sería cierto aquel cuento? ¿Era realmente posible deslizarse por el interior del túnel estando la marea baja?

—Cazurro, voy a bajar hasta ese agujero que conduce al interior de un túnel rocoso —dijo Nabé de pronto—. Ese túnel lleva hasta tierra… tal vez podamos escapar por ahí.

—No —repuso Cazurro retrocediendo—. No.

—Bueno, escucha… es la única oportunidad de poder llegar a tierra antes de que escape el señor Maravillas —le dijo Nabé—. Tal vez piense que no tiene prisa por escapar mientras yo esté aislado en estas rocas. Cazurro, he de intentarlo. Pero tú puedes quedarte aquí y yo trataré de enviarte una barca mañana… si consigo llegar sano y salvo.

—Cazurro irá también —replicó el hombrecillo—. Nabé es valiente. Cazurro es tonto, pero Cazurro irá con Nabé.

—Bien —replicó Nabé contento al pensar que tendría compañía durante el penoso trayecto a través del túnel en la roca—. Pues hemos de darnos prisa. ¡La marea empieza a subir! Y una vez alcance el nivel del agujero, el agua entrará por él hasta salir por el otro extremo como un surtidor… y eso no sería muy agradable para nosotros.

Nabé bajó como un gato y se detuvo un momento ante la negra entrada del túnel. Luego agachó la cabeza desapareciendo en su interior.

Cazurro fue bajando tras él con torpeza, pero sin perder tiempo, temeroso de caer en el remolino que rugía a sus pies y que a él le parecía un ser vivo dispuesto a atraparle.

Penetró en el túnel.

—¡Nabé! —gritó sintiendo miedo de pronto—. ¡Nabé!

—¡Aquí! —respondió el muchacho—. Estoy delante de ti. Sígueme. «Miranda» va delante abriendo la marcha. Sus ojos de mono ven mejor que los míos en la oscuridad. Ve tanteando el terreno/ Cazurro… hay toda clase de hoyos y pedruscos esperando para darte un golpe y hacerte caer.

Nabé hablaba con más animación de la que sentía. Era un túnel horrible y tenía que andar inclinado, casi doblado. Además era muy húmedo y olía fuertemente a sal y a yodo.

«Miranda» corría delante, volviendo de cuando en cuando a tocar la rodilla de Nabé para asegurarse de que le seguía. No parecía asustada.

Era una empresa difícil seguir aquel angosto pasadizo tan bajo de techo, y que en algunos puntos se estrechaba tanto que Nabé y Cazurro tuvieron que ponerse de lado para seguir adelante. Un par de veces Nabé sintió que el pánico le invadía. ¿Y si quedaban detenidos en algún punto? No tendrían tiempo a regresar antes de que subiera la marea… y se encontrarían con la primera oleada que invadiría el túnel en dirección al agujero-soplador. ¡Qué horror… sin duda habrían de ahogarse! O peor aún, pudieran ser arrastrados por el agua al volver hacía el remolino y al final serían absorbidos por el propio remolino.

Nabé se estremeció de miedo y frío mientras iba avanzando por el túnel con toda la rapidez que le era posible, Estaban completamente a oscuras, naturalmente, y tenían que ir tanteando antes de dar cada paso. «Miranda», en cambio, no tenía la menor dificultad, y siempre iba delante, volviendo de cuando en cuando junto a su amo para volver a adelantarse.

—¡Aguarda, Cazurro! —exclamó Nabé de pronto—. El techo baja mucho aquí. Ni siquiera puedo pasar agachado. Tendremos que ponernos a gatas. ¡Espero que no siga mucho trozo así, o me moriré!

El techo del túnel descendía en aquel punto hasta unos dos palmos del suelo, y Nabé fue avanzando penosamente sobre su estómago esperando con todas sus fuerzas que el túnel no se achicara más. ¿Por qué tuvo que creer el cuento del barquero? Probablemente no sería más que una leyenda, y empezó a preguntarse si Cazurro, «Miranda» y él lograrían salir alguna vez de aquel pasillo húmedo y oscuro.

Al fin se terminó aquella zona estrecha y el techo volvió a elevarse. ¡Gracias a Dios! Nabé pudo ponerse en pie de nuevo y su cabeza golpeó contra la parte alta del túnel. Entonces Cazurro lanzó un grito:

—¡Nabé, hay agua detrás de mí! ¡Ya viene, ya viene!